Cuidándote - Verónica Granata - E-Book

Cuidándote E-Book

Verónica Granata

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Beschreibung

La noticia menos esperada impacta a todos en diferente forma. Sumergidos en resolver el nuevo misterio, dan con la pieza faltante y fundamental para entender el porqué de esa conexión tan inusual e incomprensible. Juntos planean llegar hasta el final y deshacerla para que ellas puedan, al fin, ser libres.

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Verónica Granata

Cuidándote

Trilogía Siempre Contigo (parte 3)

Granata, Verónica Cuidándote : trilogía siempre contigo 3 / Verónica Granata. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-4371-4

1. Novelas. I. Título.CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Índice

Prólogo

Amanecer

1.

2.

3.

4.

5.

6.

Rompecabezas

7.

8.

9.

10.

11.

La llave

12.

13.

14.

15.

16.

17.

Epitafio

18.

19.

20.

21.

22.

Recuerdos

23.

24.

25.

26.

27.

28.

Memorias

29.

30.

31.

32.

33.

34.

35.

36.

Prioridades

37.

38.

39.

40.

41.

42.

43.

44.

Cuenta pendiente

45.

46.

47.

48.

49.

Libertad

50.

51.

52.

53.

54.

55.

Decisión

56.

57.

58.

59.

Oportunidad

60.

61.

62.

63.

64.

Superación

65.

66.

67.

68.

69.

70.

Epílogo

Carpeta de trabajo de Boni Vázquez

Agradecimientos

Dedicado a todas esas personas que dan sin esperar nada a cambio,solo porque pueden y disfrutan de la felicidad del otro.

Prólogo

Prólogo

Pocas cosas llamaron mi atención. No había nada que me interesara durante un tiempo prolongado. Con el tiempo siempre me terminaba aburriendo y tirando todo por la borda. Con todo pasaba lo mismo. Hasta que leí tus historias, hasta que leí la pasión que hay en tus cuadernos. Las palabras, los sentimientos. Quise eso para mí. Busqué y busqué. Pero mi vida está vacía, incompleta. Hay un agujero negro que permanece en mi pecho y no sana. Un agujero negro que absorbe todo lo bueno, cada alegría, cada caricia. Un agujero que se encarga de recordarme que no soy merecedora de eso y me lo quita.

El agujero negro me somete y me confisca cualquier partícula de esperanza. Pero no puedo odiarlo, él no tiene la culpa, yo misma lo genero.

Es cíclico, cada vez que leo tus cuadernos, quiero eso para mí, y cada vez que me propongo hacerlo, el agujero negro lo absorbe y desaparece. Me recuerda una y otra vez, que estoy incompleta y que no tengo nada para dar.

En mi mente se repetían una y otra vez las mismas palabras:

Mi vacío no es culpa del agujero negro, el agujero negro es una consecuencia de eso.

¿Por qué ese vacío? ¿Acaso mi vida es una pileta sin tapón?

Tomé la decisión de escribir sobre mi vacío, con la misma pasión que lo haces tú. Voy a llenarlo de letras, Berta, te lo prometo, de forma que esto sea mi oasis en el desierto.

Elisa

Amanecer

1.

JAZ

Mayo 2023

¿Cómo puede un evento cambiar tu vida para siempre?

Es difícil asimilar que al inicio del día tienes un plan a futuro y luego, a las pocas horas, pasa algo que irremediablemente cambia la forma de ver las cosas, te cambia los objetivos, la dirección, la vida.

Los planes viejos dejan de ser importantes y se ven insulsos al lado de la nueva ruta que se despliega adelante. El mismo sentimiento de ir en una ruta llena sin curvas y de repente da un giro de 90 grados y ves ante tus ojos el camino sinuoso, pero indiscutiblemente más hermoso que el anterior.

Hace un año, mi vida empezaba a cambiar, y conmigo la de toda mi familia. Mi pensamiento susurrador tomó mucho más protagonismo del que hubiera imaginado. Ahora mismo lo estoy viendo peinarse a unos metros de mí, frente al espejo. Es increíble lo que tuvimos que pasar para estar juntas. Salir en su búsqueda sola, sin saber qué buscaba. Encontrarla y tener que esperar más de dos meses para verla despierta, para poder mirarla a los ojos. Por suerte, eso ya pasó y ahora ya somos las 3 Vázquez. Emily dejó de ser Emilia Paz y aceptó llevar el apellido de papá por un tema legal.

Papá sigue trabajando en la maderera y está demasiado ilusionado con nuestra fiesta de cumpleaños, al igual que Maggie. Yo nunca fui de fiestas y este año no es una excepción. Realmente no me hace ilusión una fiesta de 15 años con vestido de gala, y mucho menos a Emily, que tiene otras cosas en su cabeza, otras tantas que no la dejan descansar y disfrutar de los cambios como le gustaría.

Ambas hemos cambiado mucho, si bien ahora soy más abierta a los demás, hay cosas básicas que nunca cambiarán, nunca seré la chica popular que agita las porras frente a toda la escuela. Así que... en ese orden de ideas, convenceremos a papá para que en reemplazo haga la fiesta de los 5 años de Maggie a lo grande, como él quiere. Ella va a estar encantada con la idea de ser la princesa del cuento.

Mi mamá tuvo un cambio mágico, dejó de ser la gruñona y exigente que era, para dejarse ver como ella realmente es. Ahora, la ves jugando con Maggie todo el día, a las carreras por las escaleras, algo que para mí era imposible que ella hiciera. Dejó de trabajar con la intensidad que lo hacía antes, con la excusa de ocuparse de Maggie y estar más cerca de nosotras en este momento. Pero también sé que fueron muchas emociones acumuladas para ella. Empezando por tener que cuidar a la hija bebé de su hermana, a la que no veía en años, con lo que para ella significaba tener por fin un bebé a su cuidado. Se sumó la incertidumbre de no saber por cuánto tiempo me tendría con ella. Ir encariñándose con la bebé (conmigo) y tener el miedo constante de que en cualquier momento podía llegar Elisa y arrebatarla de su vida, sabiendo que estaba en todo derecho de hacerlo. Ver pasar el tiempo, escucharme decirles papá y mamá, y no saber cómo explicarme que no lo eran sin hacerme sentir mal. Hasta que dejaron atrás los miedos y tomaron la decisión de adoptarme.

A Elisa le tomó más de 7 años volver a contactarse con ella desde el día que me dejó en los brazos de mamá. Razón tuvo ella en no querer ni siquiera leer esos mensajes, con la presión psicológica que eso te genera (palabras de la señorita Mar). Pero lo más duro vino más tarde, cuando un año después ya no podía más con ese peso o intriga, decidió leerlos e ir a ver a Elisa. Según me contó papá, ese día mamá salió misteriosa sin siquiera poder decirle a dónde iba, seguramente repitiendo en su cabeza una y otra vez las palabras que iba a decirle cuando la viera, intentando no olvidar ninguna. Palabras que tuvo que guardar y archivar para siempre, porque al llegar, luego de un viaje de casi dos horas, recibió la noticia de que había fallecido.

Las personas que parecen más fuertes son las que más guardan, las que más callan. Pero son las que poco a poco van debilitándose por dentro y necesitan ese apoyo que nunca van a pedir.

Y ahora es... Raro para ella saber que hay una posibilidad grande de que la persona que creía muerta, realmente no lo esté. Y eso la debe poner contenta, pero a la vez se pregunta, lo que nos preguntamos todos: ¿Dónde está Elisa? ¿Qué pasó con ella?

2.

EMILY

Junio 2023

Los días pasan y pasan sin detenerse, siguen adelante. Es normal que eso ocurra, pero yo me siento en medio de una estampida. Siento que voy tan despacio que todo me pasa por encima. Necesito tiempo, necesito que pase más despacio, asimilar y acostumbrarme a todo lo que cambió para mí en estos últimos meses. Mis preguntas siguen allí y cada vez laten más fuerte en mi mente. ¿Qué pasó con Elisa? ¿Por qué crecí con Berta?

Me cuesta mucho llamarla así, pero ese es su nombre, aunque me resulte extraño. Desde el día en que todos estuvimos en la habitación de Boni, nuestra conexión cambió. Algo quedó entreabierto, haciéndola cada vez más fuerte, más intensa. Mi mente está prácticamente expuesta a la de Jaz, y me doy cuenta de cuánto le incomoda que el recuerdo de Mamá resurja una y otra vez en mí. No puedo evitarlo y sé que ahora ella también comparte esa pregunta constante, aunque no la atormenta, ni la desespera tanto como a mí.

Descubrí que mantenerme lejos de ella, debilita la conexión. Me gustaría romperla y poder hablar con ella, con mi hermana como con cualquier persona. Sin tener la presión de que está todo el tiempo metida dentro de mí, juzgándome. Incluso ahora, cuando no queremos estar conectadas. Tengo acceso directo a su mente, (al igual que ella a la mía). Puedo sentir sus pensamientos, saber que ella no está de acuerdo con los míos.

«Yo no te juzgo, Em. La diferencia es que yo te contesto cuando piensas algo que me incluye y siento que no es así. Tú estás tan dentro de mi cabeza como yo, pero tú no dices nada, estás todo el tiempo en tu mundo».

«Será que me parezco a mi hermana», contesto irónica, revoleando los ojos al sentir que una vez más está dentro de mi mente.

«Las circunstancias me hicieron cambiar la forma de pensar, de ver las cosas. Ya no soy quien solía ser, Em, tú más que nadie lo sabes y puedes entenderme».

Jaz tiene esa forma tranquila de contestar, una forma que puede ser ideal para ayudarte a mantener la compostura, pero es molesta cuando tengo la necesidad de hacerla enojar y con eso conseguir que se calle. El hecho de que me hable tan calmada (cuando el objetivo es hacerla enojar), me genera más rabia. En fin, respiro hondo intentando relajar mis músculos.

«Yo tampoco soy quien solía ser. De hecho, no sé quién soy ni quién es mi mamá», suspiro mirando un punto fijo.

Cierro los ojos, intentando suprimir el inminente grito mental de Jaz al volver a mencionar a mamá.

«No sabemos quién era ella, pero sabemos bien quién eres tú. Eres mi hermana y parte de esta familia».

Su respuesta no fue la que esperaba. Visto desde ese punto de vista, es verdad, pero su misterio me ahueca y no me deja sentirme completa.

«No sabré quién soy hasta resolver esto, hasta conocer la historia y saber la verdad».

«La historia no define quién eres, pero no voy a decirte nada más, Em. Cuando te cierras y te pones terca, no hay nadie que pueda hacerte cambiar de opinión».

«¿Lo dice quién? ¿La persona que no hablaba con nadie?»me defiendo, aunque sé que tiene razón. Solo que no tengo ganas de reconocerlo.

«Gracias por darme la razón, Em».

«Basta, Jaz. ¿No tienes otra cosa que hacer en vez de estar pendiente de lo que pienso o no pienso?, ¿o de lo que siento o no siento?. Trata de llevar tu vida. Ve a hablar con tu novio».

«¡No es mi novio!».

«Qué pena, ¿no? ¿Por qué será? Deberías prestarle más atención a él que a mí».

«Tú podrías también pensar un poco más en ti, en tu relación con...».

«¡Basta, Jaz! No te metas. Ese es mi problema, no el tuyo. En este momento no es mi prioridad».

«Me estoy cansando de tus ataques de egoísmo. Piensas siempre en ti y nunca en los demás. Ni siquiera piensas en lo que quiere Tae».

«Jaz, ya me estás dando dolor de cabeza. ¿Por qué no vas a jugar con Maggie? Muéstrale cómo subir a la casita del árbol».

«¿Quieres que mamá me mate?».

«No es para tanto, Jaz. No exageres».

Me tiro sobre la cama con la almohada sobre la cara, como si eso fuera suficiente para dejar de escuchar a Jaz. Aunque de repente parece haber funcionado. Ya no escuchaba su timbre constante dentro de mi cabeza. Inhalo hondo aprovechando el momento, pero dura poco. La puerta de la habitación se abre y, al levantar la cabeza de la cama y sacarme la almohada de la cara, la veo entrar enojada, señalándome con el dedo índice.

—No estoy exagerando. Trato de ser más prudente y menos egoísta.

Intento revolearle la almohada, pero ella cierra la puerta antes de que la almohada llegue y rebote contra la puerta, cayendo al suelo.

3.

EMILY

Hoy me desperté temprano y bajé a desayunar antes de que amanezca, llevando conmigo mi carpeta de trabajo, donde escribo mis historias. Bajo las escaleras y veo una luz tenue en la cocina. Al llegar abajo, lo veo a Eduardo en el desayunador, ya vestido con su ropa habitual de oficina, apoyado sobre los codos con la taza de café en la mano, mirando al vacío.

—Buen día –saludo suavemente para no sobresaltarlo. Él reacciona de inmediato, girando la cabeza hacia mí con los ojos muy abiertos. Al verme, baja la taza y se lleva una mano a la nuca.

—Emily, me asustaste –grita en voz baja– Por dios, se me pusieron los pelos de punta –levanta el brazo para que lo vea y me hace mucha gracia verlo con el pelo erizado.

—Perdón, no quería molestarte –me disculpo mientras me subo a la silla alta del desayunador y acerco una taza para servirme café.

—No es molestia, solo que no me imaginé que habría alguien parado detrás de mí –levanta su taza para darle otro sorbo.

—No podía dormir –le digo, manteniendo los ojos en la cafetera mientras me sirvo café. Al levantar la vista hacia él, veo que observa mi taza con el café recién servido. Y sin soltar su taza, me señala con el dedo la mía.

—Eso no te va a solucionar el problema, eh. Más bien te va a despertar.

—Lo sé, pero ya no quiero dormir.

—¿Qué planes tienes para hoy?

—Quiero ir contigo al trabajo, aprender las cosas que haces. Y a eso de las 11:30 quiero ir a unas cuadras del centro para anotarme en un curso que dictan en la universidad.

—Ay, qué bueno, Emi. Me encanta tu plan.

—Sí, supongo que Jaz tiene razón y tengo que dejar de darle tantas vueltas al tema de mi mamá.

—Está bien despejarse, tomarse tiempo para uno mismo.

—Jaz piensa que soy egoísta –suelto, abriendo mis sentimientos a él. Siempre me da la serenidad y la confianza para saber que puedo contarle cualquier cosa.

—Sería egoísta si la acción que haces para despejarte perjudicara a alguien más y decides que no te importa. Pero... en este caso no veo que alguien salga perjudicado –Eduardo toma un trago de su café y luego se queda quieto pensando– Un momento, ¿qué precio tiene ese curso? –me mira entrecerrando los ojos, haciéndose el serio, aunque las comisuras de su boca no pueden ocultar su picardía– Ya me veo venir que la perjudicada vendría a ser mi billetera.

Su comentario me hace reír, menos mal que aún no había tomado mi café, no me hubiera gustado rociar café por la cocina y luego tener que ponerme a limpiar.

—Eso no es problema, no tiene costo, es un curso del estado. El único requisito es pasar la selección.

—¿Y de qué es el curso? ¿Qué tipo de selección tienes que pasar?

—Es un curso de escritura con diferentes técnicas de narración. Para pasarlo tienes que presentar un texto y luego seleccionarte.

—Qué interesante, ¿y tú ya tienes pensado de qué vas a escribir el tuyo?

—Lo escribí hace mucho tiempo... el problema es que... –me quedo callada buscando las palabras correctas.

—¿El problema es...? –Eduardo me hace un gesto con la cabeza invitándome a continuar.

—Es un texto que escribí hace tiempo ya, hace como 4 años, obviamente con las palabras que sabía en ese entonces, y recientemente empecé una readaptación usando otras expresiones.

—No le encuentro problema a eso... es más, me gustaría leerlo.

—Hay un problema porque... el texto se trata del día de la muerte de mi mamá –levanto la vista hacia él, y veo que su sonrisa se desvanece y deja su taza sobre el desayunador.

Es difícil explicar lo que me pasa, poner en palabras todo aquello que considero o consideraba mi mundo, y sentirme pequeña... tan pequeña... al darme cuenta de que al lado de todo eso no soy nada. Y que todo cambia, y cuando empezaba a pensar que tenía conocimiento del mundo, cuando empezaba a tener seguridad en mí, en mis palabras, cuando pensé que tenía una base... de repente se rompe, no... no se rompe... desaparece. Volviendo todo al inicio, otra vez a sentir que nada es como piensas, que nada es como creía y que incluso tú misma no eres así.

—El problema es que ahora todo cambió, y los sentimientos que tenía para hacer esa adaptación cambiaron, ya no sé qué es real y qué no.

—Emi, déjame decirte algo personal –hace una pausa esperando mi aprobación y le hago un gesto con los ojos para que continúe–. Yo siempre quise ser papá y la vida se empeñó en que... tú sabes... en que Sandra y yo tardáramos mucho tiempo en concretarlo. Y no sé si lo sabes, pero cuando por fin pasó y Sandra me despertó con esas 2 rayitas que pensamos que nunca veríamos, no pensé que hubiera algo más lindo que eso y...

Abro los ojos y al mismo tiempo los entrecierro intentando entender lo que Eduardo me está diciendo, pero no puedo con mi curiosidad y lo interrumpo:

—Espera... ¿Tú y Sandra tuvieron un hijo?

—¿No lo sabías? –me pregunta sorprendido, y mirando para todos lados, como si hubiera mencionado algo que no tenía que decir.

—No, nunca me lo dijeron. Pero... ¿Qué pasó? No entiendo.

Eduardo toma aire y se rasca la cabeza.

—Bueno, no tiene nada de malo que lo sepas, es una historia triste, solo eso.

—Si te hace mal contarme, yo puedo entenderlo –me adelanto para que no se sienta presionado.

—No me hace mal contarlo, aunque prefiero seguir con mi vida sin que eso sea un freno, por eso con Sandra decidimos evitar el tema.

Me quedo muy quieta, realmente esas historias son las que me gustan saber, son las que me hacen entender bien a las personas, pero tengo la culpa de hacerlos recordar algo que no quieren volver a vivir.

Él toma la iniciativa y continúa:

—Fue un accidente, Emi. El embarazo iba muy bien, habíamos llegado a la semana 16, y Sandra empezó con contracciones muy fuertes, sangrados, dolores intensos de espalda. Fuimos al médico y nos dijeron que su útero tenía un problema, no tenía fuerza para contener al bebé y estaba causando un parto prematuro. Y a medida que el bebé crecía y ganaba peso, más presión ejercía sobre la boca del útero y comenzaban las contracciones de parto.

Intenta explicarlo sin tecnicismos para que yo pueda entenderlo, pero aun así tengo muchas preguntas. Todas surgen a la vez y tengo que ser cuidadosa con la que elija.

—Y si hacía reposo, ¿también le pasaba?

—El reposo fue obligatorio desde el quinto mes, además de la medicación, pero ya en el sexto el parto fue inminente, el útero ya no tenía fuerza para contenerlo y nació muy débil. Lo tuvimos en nuestros brazos 5 minutos antes de que pasara a la incubadora, pero... –Los ojos de Eduardo se humedecen al recordar, da una palmada en sus piernas, e intenta cambiar el tono de voz– En fin, esa es una historia triste, Emi, pero a lo que yo iba, lo que en realidad quería decirte. Es que los sentimientos no cambian. No me sentí menos papá cuando tomé a Jazmine entre mis brazos el día que Sandra la trajo. Fue un sentimiento hermoso. Fue verla y sentirla mía, aunque había posibilidades de que Elisa viniera a buscarla y con gusto se la entregaríamos. Con el tiempo ese sentimiento se fue incrementando y puedo confirmarte que no me siento menos padre que Elisa. Supongo que ese es el mismo sentimiento que tuvo tu mamá. No dejes que un simple detalle afecte la forma en que recuerdas lo que vivieron juntas.

Las palabras de Eduardo fueron simples y sinceras. De repente me sentí completa, y comprendí que si con lo que él vivió pudo seguir adelante y aun así tener siempre el humor y el temperamento cálido que tiene, yo también podría. Solo es cuestión de rearmar mi mundo, rediseñarlo cada vez que lo necesite.

—Tienes razón, voy a intentarlo –le prometo, mirándolo a los ojos, diciendo menos de lo que en realidad querría decir. Pero orgullosa de tener un padre como él. Quizás debería decírselo, abrirme y demostrarle lo mucho que significa para mí, pero antes de intentarlo él estira su mano:

—¿Me lo vas a dejar leer? –pregunta, sacudiendo las cejas.

Por un momento no entendí lo que me estaba diciendo y me quedé como pasmada, pero ya luego al ver lo que apuntaban sus manos, tomé rápidamente mi cuaderno y lo atraje hacia mí, quitándolo de su alcance, con una mueca de picardía que brotó de mí sin tener tiempo de planearlo.

—Si gano, sí... Lo prometo.

—No necesitas la aprobación de nadie para sentirte ganadora, Emi.

—Puede ser, pero en este caso, si no gano, no puedo hacer el curso.

—Cierto, pero eso no cambia que yo pueda leerlo. –Me mira con las manos juntas haciendo pucheritos, pidiéndome por favor.

—Está bien, en cuanto lo termine, te lo muestro... pero a ti solo.

—Síííí –festeja Eduardo.

—¿Me cambio y nos vamos? –pregunto, subiendo las escaleras.

—Sí, mientras le aviso a Elías que pase a buscarnos. –Dice, sacando el teléfono del bolsillo trasero del pantalón.

—¿Quién es Elías? –pregunto, deteniéndome a mitad de las escaleras.

—Es el hijo mayor de la familia que vive enfrente. Como ahora somos muchos aquí en la isla, no quiero llevarme la lancha, se la dejo a él, para que pueda llevarnos y traernos cuando necesitemos, solo tenemos que avisarle.

—Wow, tenemos un chofer.

—Así es, jovencita. Es algo sumamente necesario –levanta la vista del teléfono–. Listo, ya le avisé. Ahora cruza, date prisa.

4.

EMILY

Eduardo me dejó en la puerta de la UCES, siglas que a partir de ahora se sumarían a mi lista de lugares recurrentes, si logro conseguir un cupo en el curso de escritura de la uni.

Ya estoy aquí, no tengo vuelta atrás, o tal vez sí... pero es algo que debo hacer para darle más sentido a mis días, para evitar pasar todo el día pensando en algo que no puedo hacer sola y donde siempre dependeré de alguien más.

Así que tomo aire y atravieso la puerta con el pecho en alto y los pulmones llenos de aire, soltándolo poco a poco mientras avanzo paso a paso.

Me dirijo a uno de los bancos que hay en la sala de espera cuando veo a una chica morena que me hace señas desde el mostrador.

—Puedes pasar por aquí. ¿Vienes para la carrera de Comunicación Social?

Su pregunta me toma por sorpresa, y supongo que eso se reflejó en mi rostro, porque ella sonríe y se adelanta:

—No importa, siéntate aquí. Vuelvo en dos minutos.

Tomo asiento sin decir nada y la veo regresar a los dos minutos con una taza de té en la mano.

Ahora intento adelantarme para no quedarme sin palabras como hace un momento.

—Vi que hay un curso de escritura y quisiera anotarme.

—Ah, entiendo. Te veía joven para ya estar solicitando cupo en la universidad.

—Sí, el mes que viene cumplo 15.

—Ya me lo imaginaba, pero el curso lo puedes hacer sin problemas. Es para mayores de 14 años.

—Genial –contesto nerviosa, mirándome las manos.

Ella se toma un momento para trabajar en el sistema, con los ojos en el monitor. Pasan unos cuantos segundos hasta que, sin mirarme, me dice:

—La inscripción al curso de escritura cerró ayer, pero veo que el formulario aún admite respuestas.

—¿Eso significa que todavía puedo anotarme?

—Sí, pero yo ya no puedo anotarte. Debes completar el formulario desde tu teléfono.

Eso no puede ser bueno. Mi teléfono apenas acepta mensajes de WhatsApp, es muy viejo. No creo que pueda acceder a internet para completar el formulario. Con vergüenza, abro mi mochila y saco mi humilde teléfono. Sin que la chica se dé cuenta, le escribo a Jaz.

Jaz se toma unos segundos y luego veo en pantalla el ansiado: “Escribiendo”.

Al cabo de un momento vuelve a escribir...

Levanto la vista y le hago un gesto a la chica de rizos, y ella asiente:

—Listo, ahí veo el nuevo registro. Le voy a cambiar la fecha para que crean que lo ingresaste ayer, así no tienes problemas.

—¡Muchas gracias!

—Listo, ya estás inscripta. Te va a llegar un correo con otro formulario para enviar tu texto. Luego te enviarán otro correo para informarte si quedaste seleccionada en este primer año o pasas al siguiente.

—Ah, está bien. Pensé que, si no quedaba seleccionada, quedaba descalificada.

—No, es que hay mucha demanda. Aunque no lo parezca, mucha gente se refugia en la escritura como medio de desahogo.

—Quizás deberían abrir más fechas.

—Sí, pero no depende de nosotros. Este año hay un convenio con una universidad europea para juntar a los ganadores de cada región, y eso lleva más tiempo. Se coordinan las agendas de muchas personas con horarios diferentes.

—Qué interesante. Me encanta. –Contesto con una sonrisa en la cara, y ella me guiña el ojo.

—Listo, Emily. Entonces nos vemos pronto. Se levanta y me da la mano.

Al escuchar cómo me llamó, me doy cuenta de que Jaz me anotó con el nombre que sabe que me gusta usar y no con el original, tan aburrido.

Al salir del lugar, llamo a Eduardo, y él me avisa que Elías está en el puerto esperándome, me comenta que él va a demorar más tiempo, pero puedo volver a casa con Elías.

Lo veo a lo lejos, lo cual me alerta un poco, ya que tenía pensado ir a tomar un helado en soledad, en silencio, observando a la gente pasar y disfrutando del cálido sol que en esta época todos buscamos, pues empieza a estar cada vez más fresco. Ahora voy a tener que ir directo al muelle porque Elías ya está allí, y no quiero hacerlo esperar mucho.

—Ya llegaste –dice Elías, rompiendo el silencio como saludo.

—Sí, no quería hacerte esperar.

—Justo iba a buscar un helado. ¿Quieres uno?

Eso me sorprende, ya que era justo lo que yo tenía en mente. Acepto con un gesto de cabeza, casi sin pensarlo.

Entonces él apoya los brazos en el borde de la lancha y hace un movimiento con las piernas, sacándolas al mismo tiempo y cayendo parado a mi lado.

El movimiento me sorprende y me quedo quieta, mirándolo. Esta mañana no le había prestado mucha atención, pero es un chico de no más de 20 años y está muy... fuerte. Creo que sus brazos son el doble que los dos míos juntos. No sé por qué, pero automáticamente me siento incómoda y nerviosa. Odio sentirme así y no poder ser yo misma.

Él se adelanta y camina delante de mí, luego se gira para esperarme. Caminamos en silencio hasta la heladería, y esos 20 metros se sienten como si fueran 200.

Cuando el chico nos ve, automáticamente se acerca y saluda a Elías con un choque de puños, y comienzan a hablar. Es normal que él conozca a la gente aquí; yo aún me siento como un pez fuera del agua y pongo mi vista en el río, en las lanchas que pasan y en el catamarán detenido, esperando a que la gente termine de subir y acomodarse.

Quedé tan absorta en mis pensamientos que no escucho cuando Elías me habla, y él se acerca haciendo señas. Mis orejas se encienden como fuego de la vergüenza, de forma automática.

—¿Qué quieres, Emi? Emi te llamas, ¿verdad?

—Sí, Emily... Emi está bien, mientras no me llames Emilia.

—Gracias por la aclaración, pero ahora me dan ganas de llamarte Emilia.

—Por favor, no –digo revoleando los ojos. ¿Por qué no me quedé callada? ¿Quién me manda a abrir la boca y hacer comentarios así?

—Es un chiste, Emily me gusta más. –Aclara rápidamente, supongo que al ver mi cara de agobio.

Asiento agradecida y desvío la mirada hacia el menú de sabores.

El camino de vuelta fue tranquilo. Cada uno con su helado en la mano: yo con mi cucurucho y él con su vasito. Se nota que tiene mucha experiencia manejando lanchas, ya que sostenía el volante con la rodilla cuando quería probar su helado.

—Te llevas bien con las lanchas –digo, intentando entablar conversación y romper ese tenso silencio.

—Manejo lanchas desde que tengo uso de razón. Mi papá me enseñó desde antes de que pudiera caminar, prácticamente.

—Se nota, aunque pareces joven para tener licencia.

—Tu papá confía en mí para este trabajo. Y me dieron la licencia el año pasado cuando cumplí los 16.

—Me lo imaginaba –respondo, observando el paisaje.

—¿Qué te imaginabas?

—Es una forma de decir... no sé, que no parecías tener más de 20 años.

—Qué mal.

—¿Por qué? –pregunto sin entender a qué se refiere.

—Porque cuando vayamos con tu hermana al centro a bailar, me van a pedir el documento. ¡Créeme, es molesto!

—¿Con mi hermana? –lo miro fijo, y él no me mira, sigue mirando adelante, pero se dibuja una sonrisa en su cara. Él no contesta y la ansiedad me puede. –¿A qué te refieres, Elías?

—Es una forma de decir, Emi, tal como dijiste antes.

La incomodidad me deja en silencio de nuevo, y permanezco así el resto del viaje. Él tampoco volvió a decir nada. Las ganas de llegar y bajarme de ahí son cada vez mayores. Tanto que, al visualizar el muelle de casa, me pongo de pie sin esperar a terminar de acomodar la lancha.

—¿Tienes mi número? –me pregunta después de bajar de la lancha.

—¿Qué? –no entiendo por qué me hace esa pregunta.

—Para llamarme... avísame si necesitas ir a algún lado, y si estoy cerca vengo enseguida.

—Creo que Eduardo lo tiene, se lo pido a él.

—¿Por qué no le dices papá, como tu hermana?

—¿Te importa acaso?

—Uhhh, no te enojes –dice encogiendo los hombros–. Es solo una pregunta. Eres igual a tu hermana, de pocas palabras.

—No te creas, ella ahora es más abierta –le digo girando y dándole la espalda mientras me alejo. Escucho su respuesta, así que me vuelvo a girar para no ser descortés.

—Lo sé. Ahora habla y responde. Lo justo y necesario, pero te llega al hueso. –Me giro para escucharlo.

—Bueno, algo le habrás hecho –me encojo de hombros. Él sonríe y aprovecho para entrar a casa.

5.

JAZ

28 junio 2023

No sé cuántas veces he pasado por este pasillo. Ya perdí la cuenta de las combinaciones que he intentado para encontrar la salida y dejar de terminar en el mismo lugar. He hecho marcas en la pared, movido piedras, pero siempre vuelvo aquí, sin importar lo que haga. Antes escuchaba a los chicos hablar a lo lejos, pero ahora el silencio me agobia. Ni siquiera se percibe el viento; solo el silbido que emite mi propio oído cuando se presenta un silencio tan intenso.

Los pasillos apenas están iluminados y me invitan a caminar sin rumbo, ya cansada por los intentos repetidos. Me apoyo contra la pared y me deslizo hasta quedar sentada en el suelo, aprovechando el momento para descansar y recargar energías. Al levantar la vista, veo un espejo, un fragmento de espejo roto incrustado en la pared. Varias veces lo he visto, no sé si es el mismo o si hay varios en diferentes lugares, como si fueran decoraciones con diferentes tipos de baldosas. La altura en la que están ubicados no tiene sentido; están tan altos que nadie podría ver allí. Mientras más los miro, más me convenzo de que son decoraciones sin uso, algo que estuvo de moda en los años 60.

Un golpe en el estómago me despierta, sacándome de mis sueños... de mis pesadillas recurrentes. Al abrir los ojos, veo a Maggie encima de mí, mirándome, esperando a que me despierte. Ni bien abro los ojos, ella sonríe extasiada y empieza a gritar a los cuatro vientos:

—¡Se despertóóóóó, se despertóóóóó!

Acto seguido, entran Eduardo y Sandra, canturreando con bonetes en la cabeza.

—Que los cumplas... Feliz... Que los cumplasss felizzz.

Tanta energía a primera hora de la mañana resulta abrumadora; apenas logro abrir los ojos y mi deseo es simplemente ocultarme bajo la almohada.

—¿Dónde está Emily?

¿Por qué no le cantan a ella también?

«Porque ya me saludaron y me cantaron abajo en el desayuno».

—¿Qué hora es? ¿Por qué está papá en casa?

«28 de junio, 11 a. m. Supongo que no quería perderse el cumpleaños».

—Mira Jami, un regalito, un regalito.

Me destapo para sentarme en la cama y agarro el regalo que Maggie está levantando con tanta energía.

—A ver, a ver, ¿qué será? ¿Qué es, Maggie?

—Mamá no deja decir –dice mirando a mamá de reojo, pero luego me susurra disimuladamente–. No hay juguete, es ropa.

Asiento, siguiendo el juego, Emily se acerca y se sienta en la cama con nosotras. Al abrir el paquete, saco un abrigo largo con corderito, como me gusta, de color rosado, con un gorro peludo parecido a los que usan los esquimales. Lo miro ilusionada, y la cara de decepción de Maggie me hace reír.

—¡¡Es muy lindo, gracias!!

Mamá y papá se acercan para saludarme y luego Emily se acerca con un abrigo igual, pero en color azul.

—Pensé que al cumplir cierta edad ya dejarían de vestir igual a las gemelas –comento divertida.

—Teníamos que hacerlo, Jo. –Levanta las manos en modo de disculpa–. Era nuestra oportunidad.

—Yo también quiero ir igual –grita Maggie y luego comienza a canturrear–. Somos 3 gemelas.

—No, Maggie, son 3 hermanas, no son 3 gemelas –le explica mamá.

—Pero quero ser gemela como ellas –anuncia Maggie, mostrando el inicio de una mueca similar a un pucherito.

—Mag, para ser gemelas tienen que nacer al mismo tiempo, tener la misma edad. Por eso, ellas cumplen años el mismo día –explica Eduardo, levantándola en brazos.

—¿Cuánto falta para cumpleaños mío?

—Faltan cuatro meses.

—Y adivina, ¿qué vamos a hacer para tu cumpleaños? –pregunta Sandra.

—No sé... ¿un abrigo chiquito?

—No, Mag, vamos a hacer una fiesta con amiguitos, y vas a ponerte un vestido de princesa. Y a repartir chocolates para todos.

Maggie abre la boca y nos mira sin poder creerlo:

—¿Para todos? ¿Yo quero chocolates ahora?

—Si te portas bien, me ayudas a preparar la torta de esta tarde y si queda linda, te regalo lentejitas de chocolate –interviene Sandra y ella queda conforme, completamente extasiada con la idea de ayudar a Sandra con algo tan importante como la torta de cumpleaños.

6.

JAZ

28 de julio (tarde)

Sin duda, este cumpleaños es excepcionalmente diferente. Aunque la familia es más numerosa que el año pasado, es el primer año que celebro rodeada de amigos genuinos. Prepararme nerviosamente y esperarlos en el muelle es una experiencia nueva, sin distracciones, simplemente disfrutando la compañía del Sauce, que tantas tardes me acompaño sin exigir nada a cambio.

A lo lejos, parece que el motor de la lancha de papá suena. Me incorporo, sentándome en el pasto de inmediato para verificarlo, y no me equivoco. Tras unos minutos, la silueta de nuestro transporte, ahora con chofer personal, se hace visible. Me pongo de pie, sacudiendo la hierba de mi ropa, y me acerco a la orilla para esperarlos. Siento la mirada de Emily en mi espalda, y al voltear, la veo asomada en el altillo aún en pijamas.

«Ven Em, los chicos están llegando».

Ella no me responde, desaparece de la ventana. Debe estar viniendo hacia aquí o quizás se fue a cambiar. No creo que baje a recibirlos en esas fachas.

Al volver mi mirada hacia la lancha, noto a Lian de pie, claramente emocionado, cuando Tae da el primer paso para bajar al fin de la lancha. La expresión en sus caras me hace reír. Tras unos segundos, saludo a Tae y le permito pasar para que levante a Maggie en el aire. Al tratar de girar la cabeza sobre mi hombro para buscar a Lian, siento un vacío en el estómago, un inesperado vértigo antes de darme cuenta de que Lian me sostiene en el aire, como siempre hace, es una sensación a la que jamás lograré acostumbrarme. Me baja y lo abrazo con fuerza, respirando su perfume, llenando mis pulmones con él, y sin soltarlo, escucho su susurro:

—Feliz cumpleaños Jazz con doble z.

—Gracias, Lian –respondo, sin poder evitar que una enorme sonrisa escape de mi rostro.

Lian también se dirige a Maggie, y yo giro mi mirada hacia la lancha cuando escucho que el motor se detiene. Veo a Elías descender, atando la lancha al muelle.

—Feliz cumpleaños, Jazmine –musita Elías con voz tímida, pero sin apartar su mirada.

—Gra... cias –contesto, pero me quedo sin más palabras que decir. Al parecer, él nota mi incomodidad, levanta las manos, encogiendo los hombros.

—No te quito más tiempo. Que tengas un hermoso día –se gira hacia el bote.

—Espera, Elías –él me mira sobre su hombro, pero no se detiene. Sube a su bote y empieza a empujarlo en dirección a su casa. Me apresuro a gritarle–. Aún tenemos una conversación pendiente.

Él no da señales de haberme escuchado, siempre fue raro, aunque supongo que yo también.

Me encanta cuando los chicos vienen a la isla, aunque quizás para ellos podría resultar aburrido, sin muchas otras actividades que hacer. La isla es hermosa, tranquila y relajante. Un lugar donde realmente puedes sintonizar con todos tus sentidos y escucharlos. Pero también es un lugar que podría tener el efecto contrario. Tener tanto tiempo para reflexionar, acostumbrarse al silencio y la soledad, podría hacerte intolerante o molesto al estar rodeado de gente.

Siento que Emily está experimentando eso ahora. Después de haber compartido gran parte de su vida en medio de mucha actividad social y llegar a un lugar donde se respetan los espacios y tiempos personales, es comprensible que se acostumbrara. Pero como en todo, los extremos no son saludables. Ella se está alejando cada vez más, la percibo sombría, callada, distante.

Y tengo un sentimiento extraño, porque una parte de mí quiere confrontarla y reclamarle. Sin embargo, ¿quién soy yo para juzgarla cuando yo misma fui igual hasta el año pasado? Durante un largo periodo de tiempo, estuve en su misma situación, aunque al reflexionar, no estaba aislada del mundo. Estaba con ella. Sin ser consciente de ello, compartíamos momentos, y sentía que eso era todo lo que necesitaba en el mundo. Luego, comencé a cuestionar si había algo malo en mí, debido a la falta de interés por interactuar con nadie más que con mi pensamiento susurrador. Pero era ella, y ella era mi mundo. Era todo lo que necesitaba.

Emily está distanciándose de todos, especialmente de mí. Hoy, rodeada de familiares en medio de una reunión, me siento muy alegre por poder compartir con ellos, una sensación que hace un año no hubiera experimentado.

Aunque estoy contenta, admito que sería aún más feliz si pudiera compartir con Emily como solíamos hacerlo antes. Si pudiera verla feliz, sin la constante presencia de esos fantasmas que la atormentan. Siento el impulso de subir a buscarla, de implorarle que se una a nosotros, de mostrarle que todos están aquí para pasar la tarde juntos. Sin embargo, me dejó en claro que no se siente bien y que prefiere evitar a todos. Y sé que no está mintiendo. Aun sabiéndolo, la tristeza no disminuye.

¿Cómo se puede ayudar a alguien que no desea ser ayudado?

¿Cómo se puede asistir a alguien que te aleja constantemente?

—¿Estás bien? –la voz de Lian me saca de mi pequeño mundo y de repente las voces del ambiente suenan más fuertes. Él se sienta a mi lado y toma mi mano.

—Estoy bien, estoy contenta... pero –iba a decir “incompleta” cuando Lian se adelanta y completa la frase por mí.

—Te falta ella.

Aprieto la mandíbula, como si eso pudiera evitar que mis ojos se llenen de lágrimas. Pero no es suficiente y algunas de ellas escapan.

—Me parece injusto sentirme feliz cuando sé que ella no está bien. Eso no me permite disfrutar del momento.

—Uno no decide si está feliz o no, simplemente lo siente. Si te sientes así, no te culpes, disfruta del momento –me aconseja frotándome la pierna.

—Es verdad...

—Entonces, ¿qué?

—Es que siento ambas cosas y no sé cómo manejarlo. Si estoy contenta, siento que la traiciono, y si estoy triste, siento que los decepciono a todos ustedes.

—Hoy, ella decidió quedarse en su cuarto, decidió que eso “hoy” es lo mejor para ella.

—Pero eso no la hace feliz.

—¿Y qué la haría feliz?

Guardo silencio, buscando las palabras perfectas, pero Lian habla por mí.

—Los dos sabemos lo que Emily necesita. Cerrar un capítulo. Eso es lo que está pidiendo a gritos.

Levanto la vista y lo miro a los ojos.

—Lian, ya sabes que no puedo volver allí. Me sentí extraña la última vez y aún tengo pesadillas sobre ese día.

—Lo entiendo, pero aquí tenemos dos necesidades opuestas.

—¿A qué te refieres?

—Ella necesita ir, investigar y cerrar ese capítulo. Y tú necesitas no volver. No puedes investigar algo que nunca viviste.

—¿Entonces qué hago?

—Deja de oponerte. Puedes apoyarla sin ir allí.

—Si hago eso, estaré alimentando los fantasmas de su mente.

—Puede ser, pero al menos no se sentirá sola, ¿no crees?

—No puedo hacerlo.

—¿Por qué?

—Porque no se trata solo de decir lo que ella quiere escuchar. Se trata de sentirlo. Ella siente lo que yo siento y sabe cuándo estoy mintiendo. Por eso se siente sola. Y eso es algo que no puedo cambiar mientras mis sentimientos sigan así.

—Los amigos no siempre piensan igual, pero se apoyan y acompañan. No necesitas ser su reflejo para poder estar a su lado y apoyarla.

—Pero ese es el problema, Lian. No puedo estar a su lado.

—Pero nosotros sí –afirma Lian, señalando a Tae. Este nos mira y se nos acerca con un trozo de torta en la mano.

—¿Qué están tramando aquí, separados?

—Jazz se siente triste porque Emily no está con nosotros hoy. Y nos preguntamos cómo podemos ayudar a Em a salir de su caparazón.

—Emi necesita volver y encontrar respuestas.

—Además, necesita que la apoyemos. Necesita sentirse apoyada y que sus sentimientos no están fuera de lugar –le responde Lian, manteniendo su mirada en mis ojos.

—Estoy de acuerdo. ¿Por dónde empezamos?

Tae se sienta a mi lado, mirando a Lian y luego a mí, esperando nuestras instrucciones, aunque ni nosotros tenemos claridad al respecto. Al darme cuenta, bajo la mirada hacia mis manos y las froto con fuerza. Tener el deseo de ayudar es una cosa, pero saber cómo y estar seguro de que es lo correcto es diferente.

—Lo primero es que Jazz cambie un poco su perspectiva sobre Elisa o Berta –sugiere Lian, y al escuchar su idea levanto la cabeza para mirarlo.

—Ahí me perdí, no entiendo –dice Tae confundido, encogiéndose de hombros.

—Eso es, Bro. Si Jazz dice algo, pero siente algo distinto, Emily lo nota y se aleja para no sentirlo.

La expresión de Tae cambia al entender algo en su mente, algo que según mi percepción le da sentido a lo que Lian estaba diciendo. Sus ojos pasan de estar entrecerrados a muy abiertos, y una sonrisa traviesa aparece en su rostro.

—¡Ah, ya entiendo! ¿Y entonces nosotros debemos investigar y ayudar a Jaz a cambiar su perspectiva?

—Exacto, al menos al principio –responde Lian, y mi mente da vueltas tratando de captar las ideas, imaginando cómo podría funcionar.

Después de unos segundos, la expresión de Tae regresa a la normalidad, y se rasca la barbilla.

—Pero no entiendo, ¿por qué excluir a Emi? ¿Por qué no podemos hacer esto con ella? Todos podemos tener opiniones distintas, lo importante es que sepa que la apoyamos y estamos en esto juntos.

Lian asiente en silencio y gira su cabeza hacia mí, esperando mi respuesta. Intento visualizarlo, pero algo en mí se resiste, no sé por qué.

—El problema es que, hasta que ella no sienta un cambio en mí, no se abrirá, no me permitirá ayudarla.

—No estoy de acuerdo, Jaz, pero te ayudaré –dice Tae, encogiéndose de hombros.

—Tenemos que continuar con lo que investigábamos la última vez, unir lo que encontramos en el convento con los últimos eventos que hemos presenciado –toma la iniciativa Lian.

—El problema es que, en mi opinión, para investigar algo necesitaríamos ir al convento.

Empezar a hablar de esto otra vez me agobia, siento que mis oídos se tapan y todos se alejan de mí. Esto es probablemente lo que Emily siente cada vez que hablo con ella, pero no sé cómo detenerlo. Pero es cierto. ¡Debemos volver al convento y unir las piezas del rompecabezas!