Cábala del caballo pegaseo - Giordano Bruno - E-Book

Cábala del caballo pegaseo E-Book

Bruno Giordano

0,0
18,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.

Mehr erfahren.
Beschreibung

Tras defender el heliocentirsmo copernicano en La cena de las Cenizas, ampliándolo a un universo infinito y exponiendo el sustrato ontológico de este universo infinito y sustancialmente uno en De la causa, el principio y el uno y Del infinito: el universo y los mundos (publicados todos ellos en Londres en 1584), Giordano Bruno extrae las implicaciones morales, políticas y religiosas de la nueva imagen del universo en los tres diálogos morales, publicados también en Londres en 1584 y 1585. El segundo de ellos es la Cábala del caballo Pegaseo (1585), que continua la crítica del cristianismo, ya planteada en la Expulsión de la bestia triunfante (1584), mediante una crítica, por la vía del elogio irónico, del antiintelectualismo y del escepticismo. Al mismo tiempo se defiende la doctrina del alma universal con sus accidentes particulares en constante mutación sobre la superficie de la materia universa

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 352

Veröffentlichungsjahr: 2021

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Giordano Bruno

Cábala del caballoPegaseo

Traducción, introducción y notas deMIGUEL Á. GRANADA

Índice

PRESENTACIÓN, por Miguel Á. Granada

INTRODUCCIÓN

1. LA LITERATURA SOBRE EL ASNO Y LA IGNORANCIA

2. EL ENCUENTRO CON LA «ASINIDAD»

3. UNICIDAD DE LA SUSTANCIA Y MUTACIÓN DE LOS INDIVIDUOS

4. LA AMBIGÜEDAD DEL ASNO: LA ASINIDAD POSITIVA

5. LA ASINIDAD NEGATIVA: CRÍTICA DEL ESCEPTICISMO

6. LA «SANTA ASINIDAD»: EL CRISTIANISMO COMO ASINIDAD NEGATIVA

7. LA DOCTRINA DEL ALMA Y LA DEVOLUCIÓN DEL HOMBRE A LA NATURALEZA

8. «EL ASNO CILÉNICO DEL NOLANO»: BRUNO Y EL PITAGORISMO INGLÉS

9. LOS TEMAS DE LA CÁBALA Y EL PROCESO INQUISITORIAL

BIBLIOGRAFÍA

CÁBALA DEL CABALLO PEGASEO

CÁBALA DEL CABALLO PEGASEO CON EL AÑADIDO DEL ASNO CILÉNICO, DESCRITA POR EL NOLANO, DEDICADA AL OBISPO DE CASAMARCIANO

EPÍSTOLA DEDICATORIA. De la siguiente cábala al reverendisimo señor don Sapatino abad sucesor de San Quintín y obispo de Casamarciano

SONETO ELOGIO DEL ASNO

DECLAMACIÓN AL LECTOR, DEVOTO Y PIADOSO

SONETO MUY PIADOSO SOBRE EL SIGNIFICADO DEL ASNA Y DEL POLLINO

DIÁLOGO PRIMERO

DIÁLOGO SEGUNDO

Segunda parte del diálogo

Tercera parte del diálogo

DIÁLOGO TERCERO

AL ASNO CILÉNICO

EL ASNO CILÉNICO DEL NOLANO

CRÉDITOS

PRESENTACIÓN

por Miguel Á. Granada

Ofrecemos al lector de lengua española la traducción del quinto de los diálogos filosóficos en lengua italiana de Giordano Bruno: Cábala del caballo Pegaseo. Como en el caso de los tres primeros diálogos, los diálogos cosmológicos ya publicados en esta colección de Clásicos del Pensamiento, nuestra traducción se basa en la edición crítica del texto original italiano establecido en su día por el benemérito Giovanni Aquilecchia, texto publicado, acompañado de traducción francesa, por la editorial Les Belles Lettres: Giordano Bruno, Oeuvres complètes (BOEUC), 7 vols, París 1993-1999, y cuya segunda edición está actualmente en curso de publicación, aunque no ha alcanzado todavía al presente diálogo. Nuestra traducción recoge siempre al margen la paginación de la edición del texto italiano de BOEUC y por esa paginación nos referimos constantemente, en la introducción y en la anotación, a las obras italianas de Bruno. El lector deberá tener presente que, tratándose BOEUC de una edición bilingüe que ofrece la traducción francesa a fronte, el original italiano se sucede en páginas siempre impares. De nuevo agradecemos a Pablo Montosa su generosa y eficaz ayuda en la confección de los Índices.

Nos complace señalar al lector que esta edición, como las de los diálogos anteriores y las de Expulsión de la bestia triunfante y Los heroicos furores que seguirán, se ha realizado en el marco del proyecto de investigación FFI2012-31573 y FFI2015-64498-P «Cosmología, teología y antropología en la primera fase de la Revolución Científica (1543-1633)», financiados por el Gobierno Español (Ministerio de Economía y Competitividad).

INTRODUCCIÓN

En 1585 se publicaba en Londres —con el falso pie de imprenta de «París, por Antonio Baio»1— un nuevo diálogo italiano de Giordano Bruno: la Cabala del cavallo Pegaseo. Con l’aggiunta dell’Asino Cillenico. El diálogo seguía al Spaccio de la bestia trionfante publicado el otoño del año anterior y antecedía a De gli eroici furori, que se publicaría ese mismo año, poco antes del regreso de Bruno a París y cerraría la producción italiana del Nolano2. El hecho de que la breve obra que ahora presentamos figure entre otras dos de considerable extensión y excepcional importancia no ha sido muy beneficioso para ella, pues ha contribuido (junto con el carácter algo disperso de su contenido y su lenguaje altamente ambiguo e irónico) a dejarla en un segundo plano, con perjuicio de su notable valor y su importante posición en el arco del programa filosófico trazado en los diálogos italianos3. La Cábala llegaba al público despúes de la presentación de la recuperada faz del universo infinito y eterno en el que, como sustancia única y expresión necesaria de la divinidad, se expandía el cosmos heliocéntrico copernicano4; después también de que con la Expulsión de la bestia triunfante se había pasado a extraer las consecuencias prácticas de la verdadera cosmología en la forma de una reforma religiosa y política de la enferma sociedad europea y antes de que con los Heroicos furores presente Bruno (reivindicando para ella la necesaria libertad) la personalidad excepcional que se lanza a la «caza» de la divinidad mediante la unión que es posible con ella a través del conocimiento de la naturaleza infinita en que la divinidad (como Diana) se muestra al Acteón filosófico. Entre Expulsión y Furores, la Cábala se presentaba con una vinculación y a la vez una autonomía difíciles.

Es cierto, sin embargo, que la Cábala es un diálogo diferente a todos los demás, con características formales singulares. En primer lugar y a diferencia de los demás diálogos, que están dedicados a personajes históricos de relevancia que pueden hacer el papel de «patronos» de Bruno (los tres diálogos cosmológicos a Michel de Castelnau, embajador de Francia en Londres, en cuya residencia se alojaba Bruno; Expulsión y Furores a Sir Philip Sidney, poeta y aristócrata cuyo patronazgo se disputaban diversas y enfrentadas facciones intelectuales), la Cábala está dedicada (con una epístola dedicatoria que expresa ya la ambigüedad y subversión valorativa que se manifiesta en el resto de la obra tras el elogio aparente) a un personaje en buena medida ficticio, que muestra —más allá de la posible referencia a un clérigo conocido de Bruno en la infancia nolana5— la dificultad de encontrar quien pudiera aceptar la dedicatoria de la obra y por ello asumir la posible defensa de su contenido6.

La Cábala presenta a continuación, en lugar del habitual resumen de los diálogos que siguen, una «Declamación al lector estudioso, devoto y piadoso» que constituye, como ha sido mostrado con abundante documentación, una parodia del sermón cristiano, donde la imitación, llevada al extremo, de la retórica sagrada y sus motivos pone de manifiesto una burla apenas velada7. A continuación, la obra propiamente dicha consta de tres diálogos, con una subdivisión en partes (como en la Expulsión), pero en la Cábala la descompensación salta a la vista: mientras que el primer diálogo no tiene partes, el segundo está dividido en tres partes y el tercero está reducido prácticamente a una sola página. Finalmente, a diferencia de todos los diálogos, la Cábala concluye con un apéndice de varias páginas titulado «El asno cilénico del Nolano». Todo ello, junto con una cierta dispersión temática y una articulación a veces deficiente de los diferentes hilos argumentales, permite comprender que la epístola dedicatoria se refiera a la obra, con un cierto menosprecio, como «un cartapacio que en otras ocasiones había despreciado y puesto como cubierta de aquellos escritos»8, es decir, de los diálogos anteriormente publicados.

Sin embargo, Bruno hizo un notable esfuerzo por integrar la Cábala en la trama de los diálogos y en especial por conectarla con el inmediatamente anterior, la Expulsión de la bestia triunfante, con respecto al cual la Cábala se presenta como una continuación, tanto en el plano formal como en el contenido: el personaje protagonista y conductor del debate (Saulino) es el que en la Expulsión ha recibido la exposición por parte de Sofía de la reforma religiosa y política acordada por la asamblea o concilio de los dioses olímpicos (podríamos decir la doctrina de Bruno en el ámbito teológico-político). Así, la Cábala nos presenta a Saulino comunicando a sus contertulios (Sebasto y Coribante; el primero un fustigador racionalista y crítico de la asinidad judeo-cristiana y del escepticismo y por ello portavoz en gran medida de las opiniones de Bruno; el segundo el pedante habitual en los diálogos) dicha reforma9 y completando las importantes lagunas que había dejado la Expulsión para colmar en un momento posterior: las dos sedes o constelaciones celestes (Osa Mayor, Erídano) cuya sustitución había quedado pendiente de exponer10, dice Saulino que han sido concedidas respectivamente a la asinidad en abstracto y a la asinidad en concreto:

SEBASTO.—Yo, a decir verdad, me he quedado tan pendiente del deseo de saber qué es lo que el gran padre de los dioses ha hecho suceder en aquellas dos sedes, boreal la una y austral la otra, que me ha parecido una eternidad ver el final de tu discurso, tan interesante, útil y valioso; porque mi deseo de saberlo es suscitado aún más por tu retraso a la hora de hacérnoslo saber. [...]

SAULINO.—Bien. En ese caso, para que no os atormentéis más esperando la resolución, sabed que en la sede próxima, junta e inmediata al sitio donde estaba la Osa Menor y al que sabéis ha sido exaltada la Verdad, lugar de donde ha sido expulsada la Osa Mayor en la forma que habéis oído, por determinación del mencionado consejoha sucedido la Asinidad en abstracto. Y allí donde todavía veis en fantasía el río Erídanohan querido los mismos que se encuentre la Asinidad en concreto, a fin de que desde las tres regiones celestes podamos contemplar la Asinidad11.

1. LA LITERATURA SOBRE EL ASNO Y LA IGNORANCIA

Formalmente la Cabala del cavallo Pegaseo se emparenta con la vasta literatura renacentista sobre el asno y la ignorancia. Los dos modelos clásicos, derivados además de una fuente común perdida, eran Lucio o el asno, falsamente atribuido a Luciano de Samosata, y el Asno de oro de Apuleyo. Ambas obras suscitaron muy pronto el interés y la admiración de los autores humanistas12, generando una larga serie de imitaciones y réplicas: el Asino de Maquiavelo, redactado hacia 1517 y nunca concluido, publicado en Florencia en 154913; L’Asinaria de Teófilo Folengo, recogida en su Chaos del Triperuno (1527)14; la Ad Encomium asini digressio de Agrippa de Nettesheim (cap. CI de su De incertitudine et vanitate scientiarum et artium declamatio invectiva, Colonia 1527); la composición In lode dell’asino recogida en Il secondo libro delle opere burlesche de Francesco Berni (Florencia, 1555); el Ragionamento sovra del asino de Giovan Battista Pino (publicado sin indicación de lugar ni de año, pero probablemente en Nápoles en 1551 o 1552). A esta literatura hay que añadir aquellas obras que abordaban el asno como símbolo o jeroglífico, muy especialmente los Hieroglyphica de Giovanni Pierio Valeriano15, que dedicaban un largo capítulo al tema, y también la vasta literatura que partiendo del Morias Encomium id est Stultitiae Laus de Erasmo (París, 1511) desarrollaba el topos del elogio de la ignorancia o estulticia: la Orazione della ignoranza di Giulio Landi (Venecia 1551), los Paradossi de Ortensio Lando (Venecia 1545)16.

Bruno, que conoce prácticamente toda esa literatura, de la cual se sirve puntualmente en la Cábala para sus propios fines, se refiere a ella al comienzo de la «Declamación al lector» para protestar de su originalidad:

Se presenta ante mis ojos esa inexperta, necia y profana multitud que [...] tan temerariamente escribe, para dar a luz esos perversos discursos de tantos monumentos como van por las prensas, por las librerías, por todas partes, con las burlas, desprecios y censuras más expresas: el asno de oro, las loas del asno, el elogio del asno, donde no se piensa más que en tomarse a broma, por pasatiempo y en burla, la gloriosa asinidad mediante frases irónicas. Entonces, ¿quién contendrá al mundo para que no piense que yo hago lo mismo?17.

Más tarde, en el curso ya del diálogo propiamente dicho, Saulino —relator de la revelación de Sofía, pero del que sería exagerado decir que es el portavoz de Bruno a lo largo de todo el diálogo— sostiene que «la cosa no ha sido explicada y aclarada jamás tal como yo os la voy a aclarar y explicar ahora»18. Bruno quiere afirmar con estas declaraciones de Saulino la sinceridad del elogio de la asinidad e ignorancia (elogio cuyo tono hiperbólico a lo largo del diálogo, especialmente en lo que hace referencia al cristianismo, revela una dimensión irónica e incluso sarcástica que traduce una real inversión valorativa), pero también el reconocimiento de una dimensión positiva de la asinidad y de la ignorancia, siempre a través de Saulino y en cierta contraposición a Sebasto, que en determinados momentos (muy claramente en el debate en torno al escepticismo; no ciertamente en la discusión en torno al instinto e inteligencia animal) aparece como claro portavoz de Bruno: «el asno es símbolo de la sabiduría»; «la sabiduría creada, sin la ignorancia o locura y por consiguiente sin la asinidad que las representa y es idéntica a ellas, no puede aprehender la verdad y por eso es necesario que [la asinidad] sea mediadora»19. Por otra parte, la defensa, al comienzo de la «Declamación al lector» (pieza de tono erasmiano, directamente evocadora del Elogio de la locura, pero también remedo sarcástico del sermón sacro, como ya hemos indicado), de la sinceridad del elogio de la asinidad–ignorancia que se va a pronunciar, es la premisa necesaria —bajo la cobertura, además, de la dimensión positiva de la asinidad— para que pueda desplegarse la ironía y el sarcasmo que tras el elogio ridiculiza y somete al más feroz de los desprecios, como asinidad negativa, la actitud espiritual judeo-cristiana, que, en sintonía con la polémica anticristiana de la Expulsión, es designada como absoluta ignorancia carente del mínimo contenido de sabiduría.

2. EL ENCUENTRO CON LA «ASINIDAD»

La asinidad, entendida como símbolo de la ignorancia y de una actitud pasiva y ociosa a la espera de la iluminación y elevación por parte de la divinidad, tenía sin embargo una amplia presencia anterior en la obra de Bruno, si bien no había sido todavía objeto de atención en una obra dedicada en exclusiva a ella. Dejando a un lado El Arca de Noé —obra temprana, del periodo anterior a la fuga del convento napolitano en 1576, de la cual no ha llegado hasta nosotros ningún ejemplar—, encontramos a Bruno usando críticamente la figura del asno en el importantísimo diálogo preliminar que abre el De umbris idearum publicado en París en 1582. En respuesta a un detractor del arte de la memoria, Bruno replica:

LOGIFER.—Quid respondebis Magistro Anthoc, qui eos, qui praeter vulgares edunt memoriae operationes, putat magos vel energumenos vel eiusce generis alicuius speciei viros? vides quantum in litteris insenuerit ille. PHILOTIMUS.—Hunc non dubitaverim esse nepotem illius asini qui ad conservandam speciem fuit in Archa Noe reservatus.

[LOGÍFERO. —¿Qué responderás al maestro Antoc, que considera magos, energúmenos u hombres de alguna especie de ese tipo a quienes realizan operaciones mnemónicas fuera de las vulgares? Ya ves cuánto ha envejecido en el estudio de las letras.

FILÓTIMO.— No tengo ninguna duda de que desciende de aquel asno que fue puesto a salvo en el arca de Noé con el fin de conservar la especie]20.

Y en el Cantus Circaeus (publicado en París en 1582 con posterioridad al De Umbris), estudiando los caracteres o ánimos salvajes que se esconden bajo un rostro humano21, Bruno se encuentra con el asno, pero el asunto le parece lo suficientemente importante como para no despacharlo de pasada: «Asinos modo praetermittam: de ipsis nam alias gravius atque maturius considerabitur» [Dejaré a un lado ahora a los asnos, pues de ellos me ocuparé más seria y oportunamente en otro lugar]22. De «asno ignorante y presuntuoso» había sido calificado en La cena el anónimo autor del prefacio «Al lector sobre las hipótesis de esta obra» que figuraba al comienzo del De revolutionibus copernicano23. Tal juicio no es un mero insulto despectivo a un antagonista, sino una caracterización teórica (por la vía de la imagen simbólica: el asno) del valor y estatuto epistemológico y moral que a los ojos de Bruno posee el ficcionalismo escéptico de Osiander, representante de la concepción instrumentalista de la astronomía que en el siglo XVI había adquirido nuevo auge con la denominada «interpretación de Wittenberg» del copernicanismo, bajo la égida de Melanchton y que en Osiander exhibía unos tonos marcadamente fideístas y escépticos: falsificando la auténtica dimensión cosmológica del De revolutionibus y de Copérnico, Osiander decía que «es propio del astrónomo examinar la historia de los movimientos celestes [...] y, luego, idear o imaginar cualesquiera causas de ellos —ya que de ninguna manera podrá alcanzar las verdaderas— sobre la base de las cuales podrán calcularse correctamente dichos movimientos de acuerdo con los principios de la geometría [...], pues no es necesario que esas hipótesis sean verdaderas, ni siquiera verosímiles»24. De esta forma, el escepticismo y el fideísmo —la renuncia a la conquista humana del conocimiento y la espera pasiva de una inspiración o revelación divina como única fuente de acceso a la verdad— aparecían vinculados a una reducción del copernicanismo (clave para Bruno de la activa recuperación humana de la verdad cosmológica) a hipótesis matemática imaginaria, con lo que quedaban englobados dentro de la categoría de ignorancia-asinidad, todavía necesitada de un estudio en profundidad.

En la Expulsión de la bestia triunfante aparece una nueva y fundamental manifestación de la asinidad: la fe reformada, la justicia de la fe de Lutero y seguidores, caracterizados con un desprecio total, sólo comparable a la aguda conciencia por parte de Bruno del tremendo mal social que están causando: «esos personajes piadosos que hacen tan poca estima de las obras realizadas y que se estiman reyes del cielo e hijos de los dioses tan sólo en virtud de una enojosa, vil, y necia fantasía y que creen y atribuyen más a una vana, bovina y asnal confianza que a una acción útil, real y magnánima»25. Por eso a los pedantes reformados (pedantes por el literalismo o gramaticalismo de su exégesis bíblica; por la ociosidad y pasividad manifiestas en su desdén hacia las obras y la confianza en la justificación por la fe; por su adhesión también a la cosmología aristotélico-ptolemaica) se les anuncia —en virtud del juicio universal por el cual la justicia del destino se ejerce en el orden natural del mundo a través de las vicisitudes de las almas en sus sucesivas transmigraciones por cuerpos— su próxima encarnación en asnos, concretando así lo que se nos anunciaba en el Cantus Circaeus: «Me parece justo —dice Mercurio— que como castigo del ocio se imponga el esfuerzo. Por eso será mejor que se encaminen a asnos [...]. Todos los dioses aprobaron unánimemente este parecer. Entonces Júpiter sentenció que la corona pertenezca eternamente a aquel que les dé el último golpe y ellos irán transmigrando siempre durante tres mil años de asnos en asnos»26.

Esta asinidad reformada —ahora relativamente velada por el cuerpo humano— es la expresión simbólico-imaginativa de su ignorancia («su maligna y presuntuosísima ignorancia»27), aquella ignorancia que origina «el verdadero infierno y Orco de las penas a los ánimos estúpidos e ignorantes»28, que es la base de la reputación divina de Cristo-Orión29 y que se ensalza por otra parte a sí misma pretendiendo que «la ignorancia es la más bella ciencia del mundo porque se adquiere sin esfuerzo y no deja el ánimo afectado de melancolía»30. La asinidad-ignorancia ha emergido así en la Expulsión de la bestia triunfante como raíz de la subversión de valores y crisis general que caracterizan al mundo contemporáneo, por medio de sus manifestaciones fundamentales: la visión aristotélico-ptolemaica del universo y la Reforma protestante, en última instancia el cristianismo mismo en la medida en que Lutero y sus seguidores no hacían más que reafirmar la sustancia del cristianismo paulino-agustiniano y el error se podía retrotraer a la impostura, históricamente triunfante, del propio Cristo31.

Sin embargo, no es ésta toda la presencia de la asinidad en la Expulsión. Cuando Júpiter, en su discurso inicial a la asamblea de los dioses, pasa una primera revista a los vicios manifiestos en el cielo estrellado, entre las pocas constelaciones que escapan a la crítica (el Ara, Capricornio) figuran los Asnos tradicionalmente acogidos en la constelación del Cangrejo:

sobre la inmaculada majestad de esos dos Asnos que brillan en el espacio del Cangrejo no me atrevo a hablar, porque de ellos especialmente por derecho y por razón es el reino de los cielos, tal como en otra ocasión me propongo demostraros con razones muy convincentes, ya que de un asunto tan importante no me arriesgo a hablar de pasada32.

La evidente alusión irónica al Sermón de la Montaña (Mateo 5, 3 y 10: «Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos [...] Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos») vincula ese tratamiento, tan importante y todavía pendiente, con el cristianismo, lo cual significa que la crítica del cristianismo y el examen de la asinidad no han concluido, a pesar del amplio lugar que ocupan en la Expulsión. Esta presencia de la asinidad en el zodiaco viene a unirse a la ya comentada entronización en el cielo de la asinidad en abstracto (en lugar de la Osa Mayor) y de la asinidad en concreto (en la constelación conservada del Erídano) «a fin de que desde las tres regiones celestes podamos contemplar la Asinidad, que estaba como oculta con sus dos lucecitas en la vía de los planetas, allí donde está el caparazón del Cangrejo»33.

3. UNICIDAD DE LA SUSTANCIA Y MUTACIÓN DE LOS INDIVIDUOS

Los diálogos anteriores a la Cábala habían aportado también la percepción de la realidad natural como permanente movimiento, como mutación incesante bajo la ley de la alternancia vicisitudinal de los contrarios. La Expulsión empezaba precisamente con la solemne declaración de Sofía (i.e., de la Sabiduría) de que «si en los cuerpos, en la materia y en el ente no hubiera mutación, variedad y alternancia vicisitudinal nada sería apropiado, nada bueno, nada deleitable». Pero esos diálogos habían dejado también perfectamente claro que la mutación universal se producía en el marco de la permanencia inalterable e inalterada de la sustancia única y universal; habían mostrado que la dimensión corruptora del aristotelismo emanaba no tan sólo de su falseamiento de la verdadera imagen del universo (cosmología), sino también de su errónea concepción de la sustancia (ontología), pues al conceder rango de tal a los individuos concretos y efímeros, negándola al sustrato permanente e inmutable, abría la puerta (frente a la sabiduría de los antiguos, testimoniada en Pitágoras) al vano e ilusorio terror a la muerte. Este punto se había puesto de manifiesto de forma rotunda en De la causa, el principio y el uno, donde se había explicitado la estructura ontológica del universo infinito:

tenemos un principio intrínseco formal, eterno y subsistente, incomparablemente mejor que el que se han imaginado los sofistas, que tratan únicamente de los accidentes, ignorantes de la sustancia de las cosas, y que afirman que las sustancias son corruptibles, porque llaman sustancia, principal, primera y fundamentalmente a lo que resulta de la composición, lo cual no es más que un accidente que no contiene en sí ninguna estabilidad y verdad y se resuelve en nada. Dicen que hombre es verdaderamente lo que resulta de la composición, que alma es verdaderamente lo que es perfección y acto de cuerpo viviente o bien algo que resulta de una cierta simetría de complexión y miembros, por lo que no sorprende si dan tanta importancia y tienen tanto miedo ante la muerte y disolución, como aquellos a quienes es inminente la ruina del ser. La naturaleza grita en alta voz contra esa locura, asegurándonos que ni los cuerpos ni el alma deben temer a la muerte, porque tanto la materia como la forma son principios constantísimos: «Raza aturdida por el pánico a la fría muerte, ¿por qué teméis la Estige, por qué las tinieblas y unos nombres vacíos, materia de poesía y amenazas de un mundo imaginario? Los cuerpos, creedlo, háyalos destruido con sus llamas la pira o la vejez con sus achaques, no pueden sufrir ningún mal. Las almas son inmortales, y siempre, tras abandonar su sede anterior, son acogidas en nuevas moradas, donde viven y habitan. Todo se transforma, nada perece»34.

La enseñanza de la filosofía, una enseñanza transmitida también por los poetas (Ovidio en sus Metamorfosis, Virgilio en su Eneida) y por los mitos y fábulas antiguas, es que la sustancia permanece como una, el ser no perece y por tanto no existe la muerte y no tiene sentido el temerla. La realidad es la mutación o metamorfosis incesante de las formas o modos particulares sobre la superficie de la sustancia única, infinita y eterna:

reflexionando profundamente con los filósofos naturales y dejando a los lógicos con sus fantasías, hallamos que todo lo que produce diferencia y número es puro accidente, pura figura y pura complexión; toda producción, sea del tipo que sea, es una alteración, permaneciendo la sustancia siempre idéntica, porque no hay más que una, un único ente divino, inmortal. Esto ha sido capaz de entenderlo Pitágoras, que no teme a la muerte, sino que espera la mutación35.

Pero esta errónea concepción aristotélica de la sustancia, esta ontologización de los individuos numéricos que quedan desgajados e independizados del sustrato universal del que brotan, es la causa de la aparición del temor a la muerte y con ello la premisa que hace posible la seducción humana por la impostura de Cristo: los desgraciados humanos, para quienes lo divino ha desaparecido del mundo y se han visto privados de todo sustrato sólido de su ser, se encuentran como única garantía de supervivencia con Cristo. Él es el Dios que hay que cazar, pero ya no a través de su presencia en los efectos naturales o voces vivas de la naturaleza, sino a través de la fe en su palabra o promesa (Juan 3, 36: «El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él») y a través de la participación en la Eucaristía (Juan 6, 54: «El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero»). Pero con ello el presunto cazador —falso Acteón— resultaba en realidad cazado por Cristo impostor —falsa Diana; «individuo igual a todos los demás en sustancia»36 «que obtiene ese lugar o solio [de la divinidad] enmascarado y no reconocido en su verdadero ser»37— y quedaba atrapado en las redes de una fábula perniciosa de nefastas consecuencias históricas y sociales38.

Los diálogos anteriores a la Cábala habían mostrado la plena solidaridad histórica y conceptual de la falsa imagen aristotélico-ptolemaica del universo con la impostura, falsa religión e impiedad cristianas, mostrando también la raíz originaria de la ociosa y pedante doctrina luterana de la justicia de la fe y del nulo valor meritorio de las obras. Tal era la filosofía adquirida y expuesta en los diálogos anteriores a la Cábala, una «filosofía que abre los sentidos, contenta el espíritu, engrandece el entendimiento y lleva de nuevo al hombre a la verdadera beatitud que puede tener como hombre»39.

Bruno podía emitir ese juicio exultante porque la filosofía le procuraba un conocimiento verdadero del universo, de Dios y del hombre, así como de su efectiva relación; y con ello la clave tanto para el descubrimiento de la impostura secular como para la regeneración y liberación moral-religiosa. Si Cena, Causa e Infinito exponían la vertiente cosmológico-ontológica de la filosofía bruniana, la Expulsión de la bestia triunfante —como señala el mismo título— había empezado la segunda tarea: el desvelamiento de la impostura, es decir, la crítica del cristianismo y de su manifestación contemporánea (especialmente, la Reforma luterano-calvinista como expresión cumplida del error original cristiano) así como la reforma moral-religiosa de la mano de la defensa de la vieja religión pagana del mundo y de la religión política de la Roma republicana. La Cábala, continuación de la Expulsión por su mismo planteamiento formal, tomaba también su punto de partida en esta filosofía que hemos delineado en algunos de sus componentes esenciales.

4. LA AMBIGÜEDAD DEL ASNO: LA ASINIDAD POSITIVA

La mutación universal de todas las cosas, dentro de la inmutable permanencia de la sustancia única que excluye la realidad de la muerte y el temor a la misma, debe de tener su lógico correlato en el ámbito humano en el movimiento, en la acción. Una existencia humana marcada por el estancamiento, la fijación y la pasividad, es contradictoria con la realidad natural, de la que sin embargo es parte. Una existencia humana de tales características tiene el marchamo de lo antinatural (y por ende antidivino) y no puede ser duradera. Como sujeto natural, producto de la naturaleza e inserto en ella, el hombre no puede dejar de expresar en su vida el movimiento, la mutación y la actividad de la vida universal. De ahí que en la reforma moral de la Expulsión de la bestia triunfante Hércules y Perseo dejen su sede celeste a las virtudes por ellos significadas —la Fortaleza y la Solicitud y Diligencia respectivamente40—; de ahí también la condena del ocio «inútil, inerte y pernicioso» y sus múltiples expresiones, entre las que queremos señalar los mitos engañosos del paraíso terrenal o edad de oro y la «fantasía ociosa» de la justificación por la fe en Cristo pregonada por Lutero y sus seguidores41. Giordano Bruno aspira a ejemplificar con su propia trayectoria vital esta ética:

Este hombre [i.e. el propio Bruno], porque ciudadano y miembro del mundo, hijo del padre Sol y de la madre Tierra, porque ama demasiado al mundo, vemos que deberá ser odiado, censurado, perseguido y rechazado por él. Pero entretanto que no esté ocioso ni mal ocupado mientras espera su muerte, su transmigración, su mutación42;

haz Industria mía —dice Bruno por boca de la Solicitud— junto conmigo glorioso este exilio y estos trabajos por encima de la tranquilidad, comodidad y paz de la patria. Adelante, Diligencia, ¿qué haces?, ¿por qué estamos tan ociosos y dormimos vivos, si tanto tiempo debemos estar ociosos y dormir en la muerte?, puesto que aunque esperamos otra vida u otro modo de ser nosotros, no será la vida del modo que somos ahora, porque esta pasa para siempre sin esperar retorno alguno jamás43.

La acción, el movimiento, poseen por tanto valor positivo. El ocio, el estancamiento en la inmovilidad, la pasividad o espera pasiva de los dones vitales, se evidencian como lo negativo, como el vicio. El asno, la asinidad, representan tanto lo uno como lo otro y de ahí su carácter de símbolo ambiguo y ambivalente a lo largo de la cultura44. Efectivamente, el asno y lo por él simbolizado (la ignorancia) constituyen por un lado el punto de partida de una acción y movimiento incesantes cuyo objetivo es el alcance de la Verdad. En este sentido la asinidad o ignorancia es mediadora entre la sabiduría humana y la verdad:

si hay algún acceso a ella [la Verdad], no lo hay más que por la puerta que nos abre la ignorancia, la cual es a la vez el camino, el portero y la puerta. Pues bien, si la sabiduría vislumbra la verdad a través de la ignorancia, la vislumbra por tanto a través de la estulticia y consiguientemente a través de la asinidad. De ahí que quien tiene tal conocimiento, tiene algo de asno y participa de esa idea45.

Sólo mediante la conciencia de ignorar y el esfuerzo paciente, humilde y constante (atributos del asno) puede el hombre aspirar a alcanzar la Verdad a través de la acción permanente en la naturaleza. Esta es también en la Cabala misma la experiencia formativa y autoconstructiva (el Bildungsroman podríamos decir) de Onorio —personaje de la Cabala devenido finalmente sabio tras la experiencia constructiva de la asinidad positiva, que le llevó incluso a ser en una de sus muchas transmigraciones el pedante e ignorante Aristóteles46— y del Asno cilénico. El sentido de la existencia asinina o de la metamorfosis asnal no sería otro que el de una alegoría del proceso activo y esforzado de conquista de la sabiduría (y de la divinidad) por el hombre a través de la única vía en que eso es posible: la inmersión en el movimiento incesante de la naturaleza, único mediador con la divinidad absoluta y trascendente a la cual se intenta llegar mediante el conocimiento del vestigio natural en que se ofrece:

dignísimos de alabanza son aquellos que se esfuerzan por conocer ese principio y causa, por aprehender su grandeza en la medida de lo posible, reflexionando con los ojos de percepciones reguladasacerca de estos magníficos astros y cuerpos luminosos que son otros tantos mundos habitados, grandes animales y excelentísimos númenes, los cuales parecen y son innumerables mundos no muy diferentes de éste que nos contiene47.

Estos sujetos son aquellos que acceden a la Verdad a través de una asinidad-ignorancia del esfuerzo. El propio Saulino describe esta vía en la Cábala, a continuación del pasaje anteriormente citado que hacía de la ignorancia «camino, portero y puerta», como la vía de la filosofía por oposición a las diferentes vías de la asinidad negativa:

A la contemplación de la verdad se elevan unos por la vía de la doctrina y del conocimiento racional, por la fuerza del intelecto agente que se introduce en el ánimo excitando la luz interior. Estos individuos son raros, por lo cual dice el poeta: Pauci, quos ardens evexit ad aethera virtus48.

A través de Saulino Bruno parece incluir en esa página a la filosofía dentro del género asinidad, en tanto que todo conocimiento parte de la ignorancia, pero no llega a calificarla como tal en esta mención. Tampoco aborda su estudio en la Cábala, que está fundamentalmente concebida como denuncia, a través del elogio paradójico, de la asinidad negativa, sino que la reserva para De gli eroici furori, esto es, para la obra conclusiva de los diálogos italianos en que estudia el tipo de personalidad heroica, el «furioso» presa de ese «furor divino» que es el eros:

Otros, por estar avezados o ser mas capaces para la contemplación y por estar naturalmente dotados de un espíritu lúcido e intelectivo, a partir de un estímulo interno y del natural fervor suscitado por el amor a la divinidad, a la justicia, a la verdad, a la gloria, agudizan los sentidos por medio del fuego del deseo y el hálito de la intención y, con el aliento de la cogitativa facultad, encienden la luz racional con la cual ven más allá de lo ordinario; y éstos no vienen al fin a hablar y obrar como receptáculos e instrumentos, sino como principales artífices y eficientes49.

5. LA ASINIDAD NEGATIVA: CRÍTICA DEL ESCEPTICISMO

Pero por otra parte está la asinidad negativa, en la cual la ignorancia no es un principio de movimiento y de una acción dirigidos a la conquista del saber y a la propia superación del punto de partida, sino un obstinado estancamiento en la inmovilidad, el ocio, en la espera pasiva de una iluminación divina que ha de irrumpir en nosotros desde fuera. Esta nueva forma de asinidad renuncia a la inmersión en la naturaleza, a la metamorfosis natural y a la autosuperación por el conocimiento y la acción en el mundo. Por el contrario, se aísla del mundo, a quien ve como algo extraño y ajeno, para disponerse a ser un vaso e instrumento de la divinidad, un receptáculo de la iluminación divina irrumpente desde fuera50.

Esta asinidad es condenada abiertamente en dos de sus manifestaciones: por un lado una manifestación presuntamente filosófica y cultural expresada por el escepticismo (que aparece por primera vez en la Cábala tras una primera mención fugaz en el primer diálogo de La cena51), al que podemos añadir el pedantismo; por otro lado la «santa asinidad», en este caso bajo la forma del elogio paródico. El escepticismo es una «especie de ignorancia» representada por «los pirronianos, efécticos y similares»52; una especie por la que «siempre se está dudando y jamás se osa afirmar o definir», especie simbolizada, «por una asna clavada en medio de dos caminos, sin que jamás se mueva, incapaz de decidir por cuál de los dos debe más bien encaminar sus pasos»53. Peculiar del escepticismo es el carácter natural de su ignorancia-asinidad, basada en la autocrítica de las facultades humanas: «Algunos de ellos [de los ignorantes] son naturales, como los que caminan con su luz racional, mediante la cual niegan con la luz del sentido y de la razón toda luz de razón y de sentido»54. Se trata de una actitud y posición que pretende ser filosófica y que se remonta a la antigüedad en la forma de la crítica de la posibilidad humana de conocer la auténtica naturaleza de las cosas (o la objetividad de nuestras impresiones sensoriales) desarrollada por los seguidores de Pirrón de Elis y la Academia platónica en su fase escéptica, con la crítica del dogmatismo estoico efectuada por Arcesilao y Carnéades, línea esta última a la que Bruno se refiere con el apelativo de «efécticos» (o practicantes de la «suspensión de juicio»).

Tras esa primera caracterización del escepticismo, en el marco de una enumeración de las diferentes especies de asinidad negativa, Bruno acomete una crítica más pormenorizada del mismo en el diálogo II, 3. El escepticismo se le manifiesta como especialmente peligroso por su pretendido carácter filosófico, de refutación concluyente de la capacidad humana de conocer a partir de la crítica que la razón humana hace de sus mismas facultades cognoscitivas. La réplica de Bruno sigue la línea de una reducción psicológico-social de las motivaciones del escepticismo. Este tiene su origen en la incapacidad de soportar el esfuerzo, en la «holgazanería» unida al desmedido afán de notoriedad ante el vulgo, en el deseo de ganar el aplauso mediante un recurso fácil; en una concepción del saber como éxito ante la multitud, el escéptico recurre al expediente fácil de negar la capacidad de conocimiento:

Estos holgazanes, para ahorrarse el esfuerzo de dar razón de las cosas y no acusar a su indolencia y a la envidia que tienen de la industria ajena, queriendo parecer mejores y no bastándoles con ocultar la propia cobardía, incapaces de pasarles delante ni de correr a la par, sin un procedimiento que les permita hacer algo por sí mismos, para no perjudicar su vana presunción confesando la imbecilidad del propio ingenio, la rudeza de sus sentidos y su falta de intelecto, y para hacer parecer a los demás carentes de la luz del conocimiento de la propia ceguera, echan la culpa a la naturaleza, a las cosas que se nos representan mal, y no en primer lugar a la mala aprehensión de los dogmáticos. La razón es que con este modo de proceder se habrían visto obligados a adelantar, para una comparación, su buena aprehensión, la cual habría producido una mayor confianza en ellos, tras haber generado un mejor concepto en los ánimos de quienes se deleitan en la contemplación de las cosas naturales55.

Esta crítica del escepticismo era una reacción polémica a la presencia de esta filosofía en la cultura francesa contemporánea. Como ha señalado Fabrizio Meroi56, el escepticismo es una corriente ajena a la formación cultural y filosófica (fundamentalmente dogmática) de Bruno, con la que se encontró durante su primera estancia en Francia (en Toulouse y París, entre 1579 y 1583). Se trataba por un lado de la incidencia de las recientes traducciones latinas de Sexto Empírico —Henricus Stephanus (Henri Estienne) había traducido al latín las Pyrrhoneiai Hypotyposeis en 1562 y Gentian Hervet el Adversus Mathematicos en 1569— y por otro del desarrollo de un pensamiento integralmente escéptico, del que son ejemplo la obra de Montaigne (los dos primeros libros de los Essais se publicaron en 1580, con una reedición en 1582 que Bruno parece haber conocido y criticado en La cena) y el Quod Nihil Scitur de Francisco Sánchez (publicado en 1581 y con el que también parece polemizar en el primer diálogo de La cena).

Con Francisco Sánchez coincidió personalmente Bruno durante su estancia en Toulouse (de finales de 1579 a mitad de 1581), en cuya universidad fueron ambos profesores durante ese tiempo. Sabemos incluso que Sánchez ofreció a Bruno un ejemplar de la primera edición de su Quod Nihil Scitur con una respetuosa dedicatoria: «Cl[arissimo] V[iro]/ d[omi]no Jordano Br[uno]/ Nolano T[heologiae] D[octori]/ Ph[ilosoph]o Acutissimo/ fam[iliaritatis] g[ratia] h[onoris] c[aus]a/ d[ono] d[edi]t/ F. Sánchez». La reacción de Bruno fue anotar en el frontispicio de la obra, junto al título académico —doctor— de Sánchez, la despectiva calificación del autor como asno: «Mirum quod onager iste appellat se doctorem» [Maravilla que este asno se llama doctor]57.

Lo significativo de esta corriente escéptica era, sin embargo, su asociación con la apologética del cristianismo (de la religión en general) contra la excesiva pretensión y arrogancia de la filosofía y también con la defensa de la tradición católica contra las «innovaciones» de la Reforma luterano-calvinista. Lo primero ya había sido señalado por Henri Estienne en el prólogo a su traducción de las Hypotyposeis58; lo uno y lo otro era el mérito y la utilidad de Sexto Empírico según señalaba Gentian Hervet —personaje conspicuo en la disputa teológica con los protestantes y empeñado en la lucha por un renacimiento religioso católico— en el prólogo a su traducción del Adversus Mathematicos:

De cuánta utilidad pueda ser el comentario de Sexto Empírico para defender los dogmas de la religión cristiana contra los filósofos externos, lo muestra muy bien Francisco Pico de la Mirandola en el libro en que defiende la filosofía cristiana contra los dogmas de los filósofos externos [...]. Puesto que esto nos resulta de gran utilidad para la refutación de los filósofos paganos y externos, nos procurará también material no pequeño contra los herejes de nuestra época, los cuales, midiendo con razones naturales las cosas que están por encima de la naturaleza y que sólo pueden ser aprehendidas y percibidas por la fe, no entienden porque no creen. Pues, si las cosas que son meramente naturales resultan difíciles de percibir hasta el punto de que lo que digas o pienses de ellas puede ser subvertido con facilidad, ¿qué hay de sorprendente si las sobrenaturales superan la capacidad del ingenio humano?59.

Similar, dejando a un lado la complejidad de su obra, era el uso que hacía Montaigne del escepticismo en su «Apología de Raimundo Sibiuda», (Ensayos, II, 12) y en otros ensayos paralelos. Contra los filósofos que, orgullosamente confiados en su juicio propio, atacan la sencillez de la fe —también contra los doctores reformados que, confiados en su juicio particular, atacan el magisterio entero de la Iglesia y la enseñanza tradicional de la costumbre60—, Montaigne se propone efectuar una apología de la religión (y de la religión católica) mediante la completa humillación del orgullo humano:

El medio que adopto y que me parece más apropiado para abatir este frenesí es aplastar y pisotear el orgullo y la soberbia humana, hacerles sentir la inanidad, vanidad y nada del hombre, arrancarles de los puños las miserables armas de su razón, hacerles bajar la cabeza y morder el suelo bajo la autoridad y reverencia de la majestad divina. Sólo a ella le pertenecen la ciencia y la sabiduría61;

Sea cual fuere la verosimilitud de la novedad, no soy dado a cambiar, por mi temor a perder con el cambio. Y puesto que no soy capaz de elegir, asumo la elección ajena y me mantengo en la posición que Dios me ha asignado. Si no lo hiciera así, no podría abstenerme de rodar incesantemente. De esta manera, me he mantenido, por la gracia de Dios, íntegro, sin agitación ni turbación de conciencia, en las antiguas creencias de nuestra religión a través de todas las sectas y divisiones que nuestro siglo ha producido62.

La utilización del escepticismo, es decir, de la crítica integral de la posibilidad humana de conocimiento por la razón misma, es un remedio, afirma Montaigne, «suicida», que sólo cabe usar en casos extremos, como la defensa de la fe frente a los «nuevos doctores», término que, en nuestra opinión, no sólo designa a los filósofos dogmáticos, sino también a los teólogos y ministros de la Reforma:

Este último recurso de esgrima no debe ser empleado, en efecto, sino como un remedio extremo. Es un golpe desesperado, en el cual debéis abandonar vuestras armas para hacer que vuestro adversario pierda las suyas, y un recurso secreto, del que uno debe valerse rara y reservadamente. Es una gran temeridad perderse uno mismo para perder a otro. [...] Pero si alguno de esos nuevos doctores intenta dárselas de ingenioso en vuestra presencia, a costa de su salvación y de la vuestra, para libraros de esa peligrosa peste que se esparce todos los días por vuestras cortes, este preservativo para casos de extrema necesidad impedirá que el contagio del veneno os afecte a vos o a quienes os acompañan63.

Montaigne concluía así su Apologie