Cabalgando bajo las estrellas - Marie Ferrarella - E-Book

Cabalgando bajo las estrellas E-Book

Marie Ferrarella

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Beschreibung

Julia 999 Kent Cutler estaba perdido, ¡y precisamente en su propio rancho!, con una atractiva señorita que le hacía pensar en cosas que no tenían nada que ver con cuidar al ganado. En cosas... ¿podría llamarlas... románticas? Bueno, eso no le dejaba más que una elección... ¿Echarla del rancho? ¡Jamás! Brianne Gainsborough sabía guiar y marcar al ganado como cualquier vaquero. Incluso podía echarle el lazo a un vaquero como Kent si lo deseaba... ¡Y vaya si lo deseaba!

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 1998 Marie Ferrarella

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Cabalgando bajo las estrellas, JULIA 999 - junio 2023

Título original: COWBOYS ARE FOR LOVING

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411419055

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

NO, ni hablar. No pienso dejar que una extraña se meta en mi vida —Kent Cutler, gritó llenando con su voz todo el espacioso salón.

Jake Cutler miró con rabia al mediano de sus hijos. De cinco hijos podría esperarse que al menos uno de ellos no hubiera nacido testarudo hasta la médula. Pero ya de niño, Kent era bastante obstinado. A los ocho años ya reivindicó su presencia en la familia al grabar sus iniciales en el rodapié junto a la chimenea del salón y aquel fue el primer paso en el camino de su vida.

Jake vociferó enfadado.

—Si quieres saber mi opinión, no estaría mal que hubiera una mujer en tu vida, bien sea una extraña o una conocida —Jake miró a su mujer Zoe que le lanzó una mirada recriminatoria, pero él hizo como si no la hubiera visto—. Maldita sea, hijo, estoy empezando a preocuparme por ti y por tu caballo.

El comentario no molestó a Kent. Al cabo de los años, la experiencia le había hecho duro. Había aguantado cosas peores de sus hermanos y había respondido con la misma moneda.

—Pues no lo estés. El caballo está bien —su mal genio empañó su espontáneo sentido del humor—. En lo que respecta a mí, me deberíais haber informado acerca de esta estúpida idea.

Aunque no hubiera servido de nada, reconocía para sus adentros. De ningún modo habría accedido a que una mujer lo persiguiera, cámara en mano, por muy diplomáticamente que su padre le hubiera mencionado aquella idea tan ridícula.

Como significaba mucho para Zoe, Jake intentó controlar su mal genio.

—Te estamos informando en este momento.

Frunció el ceño dorado, sobre una nariz casi perfecta, herencia de la familia paterna y miró a su padre con rabia.

—El día antes de su llegada me parece un poco tarde para hacerlo, ¿no?

Jake admitió para sus adentros que se lo había dicho en el último momento intencionadamente. Un hombre conocía bien a sus hijos, y también sus malas costumbres. El mal genio se transformó, temporalmente, en una sonrisa petulante.

—Así te da menos tiempo a sufrir por ello —Jake le dijo a su hijo.

La expresión en el rostro de dibujados rasgos fue aparentemente afable, pero ambos padres sabían de la tormenta que se estaba fraguando en su interior.

—No tengo que sufrir por ello. La contestación sigue siendo no —Kent vio que su padre abría la boca para responder, se inclinó y acercó la cara a la de Jake—. No —repitió Kent con énfasis.

Zoe estaba acostumbrada a que montaran en cólera y a las peleas. Lo había aguantado durante casi toda su vida de casada e incluso ella había participado un par de veces. Sin embargo, en esa ocasión sólo deseaba que hicieran las paces.

Agarrando suavemente a su hijo del brazo, Zoe intervino, esperando poder convencerlo.

—Kent, es la hija de un viejo amigo de la familia…

Había pocas cosas que Kent le negara a su madre, pero su vida privada y su independencia eran algo muy preciado para él. Si tuviera que prescindir de ello, no sería para consentir los caprichos de una mujer que ni siquiera conocía y que, por su parte, no tenía ninguna gana de hacerlo.

—Bien —con un amplio movimiento con el brazo, Kent señaló a su padre—. Que papá le enseñe el Shady Lady; él tiene tiempo. Yo, estoy demasiado atareado.

Jake le contestó antes de que a Zoe le diera tiempo. No le gustaba que le pusieran en una posición en la que tenía que incumplir una promesa. La palabra de un hombre todavía servía de mucho en el mundo de Jake. Y Kent, le gustase o no, pertenecía a ese mundo.

—Ella no quiere que le enseñemos el rancho —su amigo se lo había dejado bien claro—. Quiere ver lo que es un rancho funcionando. Quiere hacerte fotos sudando.

Lo más seguro era que incluso se lo hubiera dicho de esa manera, pensaba Kent molesto.

—Ver como suda un vaquero.

Eso era típico de la gente de la ciudad. La vida en un rancho era considerada un entretenimiento por la gente que bebía agua mineral en vez de agua del grifo.

Kent miró a su padre directamente.

—Me parece que la chica necesita ayuda.

Allí hacía falta un toque femenino, pensó Zoe. Aunque quería mucho a su hijo, sabía que tenía la tendencia a ser bastante torpe y poco delicado. Se colocó delante de Jake, como para detener físicamente sus palabras.

—Es cierto; necesita tu ayuda, Kent —insistió Zoe, haciendo de aquello una petición personal—. Brian Gainsborough era el amigo más querido que tenía tu padre. Fue el padrino de nuestra boda —Zoe le tomó la mano a su marido con naturalidad—. Cuando llamó de repente y nos pidió que ayudáramos y alojáramos a su hija mientras ella hace un reportaje para una serie de artículos sobre los ranchos en Montana, no vimos que hubiera nada de malo en aceptar.

—No hay nada de malo en ello —Kent contestó amigablemente.

Oyó a su padre respirar aliviado y seguidamente añadió:

—Pero lo haríamos os incluye a mi padre y a ti, no a mí —se caló el viejo y curtido sombrero hasta los ojos—. Ahora si me disculpáis, tengo una cita con un hierro de marcar, unas cuantas cabezas de ganado asustadizas y un par de peones nuevos que necesitan entrenamiento.

Kent se dio media vuelta tajantemente y salió por la puerta principal.

Entonces le tocó a Jake levantar la voz para detener a su hijo.

—Todavía no está zanjado el asunto.

—Sí —le contestó Kent girando la cabeza levemente pero sin dejar de caminar—. Sí que lo está.

E inocente de él, pensaba que así era.

No era la primera vez que se había rebelado contra su padre y no tenía la menor intención de que lo presionaran para aceptar aquel plan.

Se trataba de su vida privada, algo que valoraba tanto como a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. La felicidad para Kent Cutler significaba que lo dejaran hacer lo que le pareciera, lo que tuviera que hacer. Para él significaba que nadie lo molestara.

Pero Kent no había contado con Brianne Gainsborough. No sabía que desde pequeña siempre había conseguido lo que se propusiera. Tampoco tenía idea de que Brianne hablaba más rápido que un subastador de primera al rojo vivo. Y lo que menos se había imaginado Kent fue que resultó ser la mujer más bella que había visto en su vida, ni en la televisión ni en ningún sitio, aunque en realidad no veía casi nada la televisión.

No, lo cierto era que no había contado con ninguna de esas cosas.

Y fue por eso por lo que, cuando Zoe Cutler envió a uno de los peones para que le dijeran a su hijo que fuera a la casa, Kent se presentó en persona en vez de enviar cualquier excusa, sintiéndose equivocadamente invulnerable y envuelto en la confianza que tenía en sí mismo.

Se sintió algo molesto de tener que presentarse en medio de su jornada laboral, aunque en realidad pensó que se trataría sólo de un par de minutos. Por eso fue a la casa sin molestarse en cambiarse o siquiera sacudirse el polvo de la ropa.

Lo primero que oyó nada más abrir la puerta de la casa fue la retumbante voz de su padre. La señorita a quien se dirigía estaba vuelta de espaldas a la entrada y a Kent. Aún en el vestíbulo, Kent se formó un juicio de valor sobre el enemigo, aprovechando que nadie lo veía, y lo primero que vio fue una mata de cabellos rubios lisos, cayendo como una cascada hasta la cintura de la mujer.

Pensó que no era el peinado más adecuado o práctico, pero tuvo que admitir que no resultaba desagradable a la vista.

—No te pareces en nada a tu padre —Jake le estaba diciendo a la mujer, mientras se reía a carcajadas—. ¿Quién habría imaginado que ese tío tan feo podría engendrar una potra tan linda como tú?

Zoe hizo un gesto de impotencia con los ojos y sacudió la cabeza. Después de todos esos años, estaba acostumbrada a la franqueza de Jake pero sabía que podía molestar a algunas personas.

—Brianne, debes perdonar a Jake. No está acostumbrado a cuidar sus modales.

Como respuesta, Kent oyó una risa fluida y dulce, como la miel caliente.

—¿Perdonarlo? —la sonrisa de Brianne iluminó su semblante—. Me halaga. Se ve que a Jake le encantan los caballos —cuando le puso la mano sobre el brazo, lo hizo con naturalidad, como si conociera a Jake Cutler de toda la vida—. Eso significa que me acaba de dedicar un cumplido, y no le diré a papá lo que has dicho de él si tú no lo haces —para sellar el trato le guiñó un ojo a Jake—. Pero por si acaso te lo estás preguntando, me han dicho que me parezco a mi madre.

Jake asintió. Brian Gainsborough tenía una cara ancha y amigable que recordaba a un simpático San Bernardo o a un cachorro de terranova.

—Eso explica que seas tan bonita. Deberías estar delante de las cámaras, no detrás.

—Ay, pero me encanta estar detrás de una cámara —dijo mirando al aparato que estaba sobre la mesa de centro junto al resto de sus cosas—. Siempre me ha apasionado la fotografía. Llevo tirando fotos desde que tengo cuatro años.

«Estupendo», pensó Kent. «Precisamente lo que me recetó el médico, una mujer obsesiva».

Zoe la miraba como queriendo disculparse.

—Me temo vas a necesitar un poco de mano izquierda con Kent. En realidad necesitarás mucha mano izquierda —corrigió dando un suspiro—. En esta época hay mucho trabajo en la Shady Lady. Esta primavera nacieron muchos chotos…

Zoe sabía que estaba tratando de excusarlo, pero sólo quería suavizar el golpe ya que no podría con Kent. Había veces en las que era posible persuadirlo, fuera lo que fuera. De no haber existido Morgan, Zoe podría afirmar que Kent era el más obstinado de sus hijos.

Zoe no pudo seguir disculpándose.

—Estupendo —dijo entusiasmada—. Haré de los becerros los protagonistas de esta sección de la serie.

Cuando vio la cara de consternación de su anfitriona, Brianne vaciló, preguntándose si habría dicho algo mal. Entonces se dio cuenta de que Zoe no la miraba a ella, sino hacia a la puerta que estaba a espaldas suyas.

Al volverse, Brianne vio por primera vez a Kent Cutler. Y no la defraudó.

Parecía que llevaba la mitad del rancho sobre el cuerpo y la ropa. Y desde donde estaba ella le pareció endiabladamente atractivo. Lo que vio bajo las capas de polvo y guarrería encajaba exactamente con el personaje del artículo que estaba preparando. A pesar de su aspecto, Kent tenía una apariencia muy romántica. Era un vaquero actual. El hombre era alto y delgado, con una musculatura que nada debía al levantamiento de pesas en ningún gimnasio. Quedaba claro que se había formado tras horas y horas de duro trabajo. El cabello rubio oscuro, un poco largo y rizado en las puntas, contrastaba con la piel bronceada.

Pero los ojos de Kent Cutler eran su rasgo más prominente. Eran de un azul tan intenso que llamaban inmediatamente la atención.

Bueno, al menos la suya.

—Kent —dijo Zoe en tono de ligero reproche, igual que hiciera cuando de niño llegaba tarde y con las manos sucias a la mesa—. Estás lleno de polvo.

Kent se encogió de hombros descuidadamente, pero mantuvo los ojos fijos en Brianne, como si esperara que atacara súbitamente, como una serpiente de cascabel.

—Al ganado no ha parecido importarle —dijo finalmente sin alterarse.

Entró despacio en la habitación, como un león que tantea un territorio conocido en el pasado pero que, aún así, podría resultar peligroso. No sabía bien por qué se había molestado en responder a la llamada de su madre; quizá fuera porque sentía debilidad por ella. Muchas veces chocaban, al igual que con su padre, pero en el fondo, Kent estaba muy unido a sus padres. Nunca había ofendido directamente a ninguno de los dos ignorándolos, aunque aquella era una de esas ocasiones en las que deseaba poder hacerlo.

—¿Y por qué le iba a importar? No desentonas en absoluto.

Brianne tiró la foto con tanta rapidez que a Kent le llevó unos instantes darse cuenta de que el destello había salido de la cámara y no de su alegre sonrisa.

Instintivamente se cubrió la cara con las manos, pero ya era demasiado tarde. El daño ya estaba hecho. Cuando bajó la mano, Brianne no perdió el tiempo y tiró otra.

—¿Tienes que hacer eso? —le preguntó gruñendo.

La mujer era más rápida en desenfundar que un pistolero del siglo pasado.

—Sí —satisfecha por el momento, Brianne dejó la cámara de nuevo sobre la mesa—. Es mi trabajo.

Kent tuvo la sensación de que le estaba hablando igual que lo haría a un niño retrasado.

—¿Ser molesta? —la provocó.

En vez de reaccionar ofendida o contestarle mal, como habría esperado de cualquier persona normal, Brianne se limitó a sonreír como respuesta.

—No, sacar fotografías. Lo molesto depende estrictamente del tema que trato.

Le daba igual que le sonriera, sobre todo cuando notaba que se estaba poniendo furioso.

—No soy tu tema, señorita…

—Gainsborough —dijo Brianne con rapidez antes de que cualquiera de los padres hiciera las innecesarias presentaciones; si la psicología no le fallaba, el polvoriento vaquero sabía exactamente quién era ella—. No del todo —contestó—, pero en parte sí que lo eres.

Kent se irguió, como un soldado en solitario que se enfrentaba al enemigo, seguro de un resultado victorioso.

—Ah no, de eso nada.

Zoe se humedeció los labios con la punta de la lengua. Parecía que cuanto más mayor se hacía su hijo, se volvía más introvertido e inaccesible. Toda la culpa era de la hija de Brick Taylor. Rosemary Taylor había hecho que su hijo odiara a todas las mujeres. Si hubiera podido, Zoe le habría retorcido el cuello antes de permitir que le hiciera daño a Kent. Su hijo no había dicho una palabra al respecto, pero ella sabía todo lo de la proposición de matrimonio y el frívolo rechazo con el que le había respondido.

Pero a pesar de todo, ello no explicaba su grosería en ese momento.

—Kent a veces se muestra un poco difícil —Zoe miró a su hijo de reojo. Sabía perfectamente que se había quedado corta.

Jake vio las arrugas de preocupación que se formaron en el entrecejo de su mujer y le echó el brazo por los hombros para aliviarla.

—Es culpa de su madre —le dijo Jake a Brianne, pero lo hizo con tono afectuoso; cualquiera que los conociera sabía que Jake Cutler besaba el suelo por donde pisaba su esposa—. La letra con sangre entra.

Zoe levantó la cabeza.

—Como si tú le hubieras levantado alguna vez la mano a alguno de ellos.

—No he sido capaz —se encogió de hombros con fingida impotencia—. Todos eran demasiado rápidos y, además, te tenía miedo.

El amor, que siempre estaba cercano, inundó los ojos azul oscuro de Zoe.

—Y me parece muy bien, Jake Cutler.

Zoe pestañeó y ahogó un gritito de sorpresa al tiempo que el flash de la cámara de Brianne se disparó de nuevo. Miró a Brianne confundida.

—Siento haberte asustado —le dijo—. Es que no me pude resistir. Hacéis una pareja estupenda y esta historia trata de todo lo que pasa en el rancho, no sólo de Kent. Mi padre me ha contado tantas cosas del rancho Shady Lady, que tenía que verlo con mis propios ojos.

—Espera un momento. Nada de ese reportaje va a tratar sobre Kent —la corrigió el mismo lacónicamente.

¿Qué le hacía falta a aquella mujer para que se le metiera en su dura cabezota? Hasta un idiota entendería lo que con tanta claridad le estaba diciendo. ¿Qué diablos le pasaba?

Brianne se volvió a mirarlo. Kent no se había dado cuenta antes de lo grandes que tenía los ojos; grandes y luminosos, y quizá un poco hipnóticos. Parecían brillar como dos topacios azules atravesados por un rayo de sol.

Aunque por él podían ser los más bonitos del mundo que no le importaba. Unos ojos grandes no significaban nada. Desde luego no significaban que fuera a salirse con la suya. Tenía muchas cosas más importantes que hacer de nodriza de una fotógrafa errante, aunque viniera envuelta en un envoltorio tan tentador.

Sociable y simpática, a Brianne le divertía una buena confrontación de voluntades cuando llegaba la ocasión.

—Pero tú formas parte del rancho —comentó.

—Una parte muy importante —Jake añadió.

Jake lo dijo con mucho orgullo. Sabía que eran endiabladamente tercos, pero ninguno de sus hijos le había decepcionado en nada importante.

—Kent lleva tres años dirigiendo el rancho por nosotros, justo desde que me dio el cólico.

Zoe entrecerró los ojos y lo acusó con la mirada.

—Fue un ataque cardiaco —pronunció con firmeza, mirando a Brianne—. El hombre no sabía lo que significaba el descanso; no paraba quieto, siempre creyendo que lo sabía todo.

Lo amaba, con todos sus defectos, pero Jake era capaz de ser exasperante cuando le daba la gana. Al pensar que podía quedarse sin él tuvo mucho miedo, por eso Zoe consiguió el apoyo de todos sus hijos para convencer a Jake de que era hora de que le pasara el mando a Kent. Tenía intención de que siguiera entre ellos durante mucho tiempo.

Jake sonrió y le guiñó un ojo a Brianne.

—Cuando en realidad todos sabemos que es Zoe la que lo sabe todo.

Qué bonita pareja, pensaba Brianne. Se sentía bien en compañía de un amor tan patente.

Entonces sintió un poco de envidia. Kent Cutler y sus hermanos eran gente afortunada al haberse criado con un afecto de aquella magnitud. Brianne quería mucho a su padre, que era un hombre maravilloso, pero había estado ausente durante la mayor parte de su infancia y juventud. Siempre fuera, siempre ocupado con el negocio que ya llevaba su nombre.

Brianne había pasado una infancia solitaria. Su madre había muerto cuando ella era aún pequeña, por lo que había pasado el rato en compañía de algunas buenas y amables niñeras. A pesar de la amabilidad de esas mujeres, no podía ser lo mismo que habían disfrutado los Cutler.

Qué pena que todo ese afecto no hubiera logrado limar las ásperas aristas del carácter de Kent, pensaba Brianne. Pero eso sólo hacía que el reto se le presentara más interesante. Además, nunca había conocido a un hombre al que no lograra convencer, de una u otra manera.

—Sí —le estaba diciendo Zoe—. Yo sé qué es lo mejor para todos, y es por eso por lo que Kent está a cargo del rancho. Jake y yo somos algo así como la reina de Inglaterra; figuras decorativas —explicó mientras Jake la miraba.

—Tú puedes ser como la reina de Inglaterra —le dijo Jake a su esposa y luego se apuntó a sí mismo con el pulgar—. Pero yo soy el rey.

—No hay rey en Inglaterra, sólo príncipe —Jake se quedó callado ante tal respuesta.

Kent se movió intranquilo; ya había perdido bastante tiempo. No quedaba mucha luz del día y quería aprovecharla al máximo. Inclinó la cabeza hacia sus padres, como un vasallo rindiéndoles pleitesía.

—Si a sus altezas reales no les importa, voy a mi casa a por unas cuantas cosas y me vuelvo al trabajo.

—¿No vives aquí?

Brianne paseó la mirada por la enorme casa. A primera vista parecía haber sitio suficiente para albergar a todo el clan y a algunos más.

Kent ni siquiera se molestó en volver la cabeza. Su meta era la puerta y quería alcanzarla lo más rápidamente posible.

—Pues no.

Habría dejado la explicación y a la chica colgadas ahí mismo, pero su madre añadió:

—Vive en una casa a un kilómetro y algo de aquí. Nuestro hijo Will la diseñó; es arquitecto. Pero tú te alojarás aquí conmigo y con Jake, por supuesto, aunque quizá quieras ir a ver la casa de Kent.

Eso le hizo pararse en seco. Se dio media vuelta lentamente. ¿Qué mosca le había picado a su madre? Normalmente solía dejar que se las arreglara solo. No creyó que aquel fuera el momento adecuado para empezar a inmiscuirse en su vida.

—No creo que quiera —anunció Kent.

Y creyó que, tras salir de la casa, ahí se acababa el tema.

Pero no fue así.

Una vez cruzado el umbral de la puerta y fuera ya de la casa, Brianne lo alcanzó con su infernal cámara colgada del hombro como un apéndice.

—Pues sí que quiere —le contradijo alegremente—. Es parte de tu vida, ¿no es así?

Él la miró con rabia.

—También lo es asearme. ¿Me vas a hacer fotos en la ducha también?

Ella sonrió de oreja a oreja.

—El artículo no va a ser tan profundo.

Aunque las ventas, pensaba Brianne, se dispararían si publicara una foto de Kent en el cuarto de baño. No tenía ninguna duda de que el cuerpo que se escondía bajo esos vaqueros gastados y aquella sucia camisa de faena era esbelto y musculoso. Intuía que podía constituir la esencia de una fantasía.

Era una persona tenaz, admitió Kent, aunque había algo más, pensó mientras escudriñaba su mirada llena de resolución. Se dio cuenta de que su expresión era divertida. ¿Que diantres le haría tanta gracia?

¿Sería que la sofisticada chica de ciudad se estaba divirtiendo al tratar a los paletos de campo?

—No va a haber ningún artículo —le dijo a Brianne.

«Claro que sí. Me las he visto con hombres más testarudos que tú, Kent Cutler», pensó Brianne.

—No puede ser que te cohíbas tanto frente a una cámara —insistió incrédula.

Hablando de aquella manera parecía conocer lo que pasaba por su mente mejor que él mismo. Kent decidió que ya había tenido bastante.

—El hecho de cohibirme o no frente a una cámara no tiene nada que ver…

—Entonces será que crees que voy a estorbarte —dijo sin darle tiempo a pensar en una buena contestación—. No lo haré, lo prometo. Ni te vas a enterar de que estoy aquí.

Casi involuntariamente, la miró de arriba abajo. Brianne Gainsborough olía a lilas y en conjunto era una tremenda tentación rubia. Aunque le vendaran los ojos y lo ataran de pies y manos, notaría que estaba allí.

Se le oscureció la mirada inquietantemente.

—¿Qué clase de negativa no entiendes tú?

Lo desarmó echándose a reír y diciéndole:

—Ninguna —entonces lo hizo todo más difícil al sonreírle como si fueran buenos amigos—. Anda, sé bueno, Kent. Dos semanas, es todo lo que te pido —levantó dos dedos—. Dos semanas de tu vida y habré desaparecido antes de que te des cuenta —su sonrisa se intensificó un poco más, lo suficiente para darle un toque especial—. Estos artículos son muy importantes para mí.

Kent se dio cuenta de que en verdad lo eran. Lo veía reflejado en aquellos ojazos azules que miró con suspicacia. Su instinto le decía que estaba a punto de cometer un gran error. Por eso intentó compensarlo con algo.

—¿Qué sacaré yo si acepto?

Ella sonrió todavía más, pues ya le olía a que estaba a punto de rendirse. Brianne era una vencedora magnánima.

—¿Qué te gustaría sacar para ti?

—Ya te lo diré —fue todo lo que contestó.