Cada día tiene su historia - Ignacio Serrano del Pozo - E-Book

Cada día tiene su historia E-Book

Ignacio Serrano del Pozo

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Beschreibung

El cartel que Aníbal Andrade leyó esa tarde lo había llenado de una emoción que no sentía desde la última Navidad. Era una mezcla de alegría y de ansiedad. En el colegio se anunciaba un concurso de cuentos abierto a todos los estudiantes. Aníbal, con el corazón sobresaltado y la cabeza a mil por hora, sentía que esta era la oportunidad de su vida para convertirse en lo que siempre había querido ser: un famoso escritor. Solo había un problema: Andrade no había reparado en la última línea del afiche... El concurso hablaba de plazos y de una fecha límite para entregar el manuscrito. El protagonista de este libro tiene solo siete días para entregar su obra, siete días que se convertirán en el más grande desafío para este aspirante a escritor. ¿Podrá escribir un cuento en una semana? Cada día tiene su historia es una invitación a acompañar a Aníbal Andrade en un entretenido pero arduo proceso de creación literaria...

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Cada día tiene su historiaAutor: Ignacio Serrano del Pozo

Ilustraciones: Josefa Cerda Herrera, Aracely Solís Llancos, Magdalena Pereria Contador, Antonella Soffia Meza, María Ignacia Osorio Durand, Amalia Leiva Baez, Rafaela Hola Navarro y Agustín Greig Ponce. Editorial Forja General Bari N° 234, Providencia, Santiago-Chile. Fonos: 56-224153230, [email protected] Edición electrónica: Sergio Cruz Primera edición: enero, 2020 Prohibida su reproducción total o parcial. Derechos reservados.

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor. Registro de Propiedad Intelectual: N°292.522 ISBN: Nº 978-956-338-455-0 eISBN: Nº 979563384659

A Javiera y sus alumnos de 5° básico 2018del Colegio Altazor

Había una vez un concurso

El cartel que leyó Aníbal Andrade esa tarde lo había llenado de una emoción que no sentía desde la última Navidad. Era una mezcla de alegría y de ansiedad. En el colegio se anunciaba un concurso de cuentos abierto a todos los estudiantes. Solo se exigía que fuese una narración original, hecha por un niño o un joven menor de 18 años, que la obra tuviese más de 14 páginas en Word tamaño carta, y que fuese escrita en letra tamaño 12, fuente Tahoma o Arial. El afiche decía, también, que el cuento ganador postularía para ser publicado por una editorial importante, dedicada precisamente a literatura infantil y juvenil. Aníbal, con el corazón sobresaltado y la cabeza a mil por hora, sentía que esta era la oportunidad de su vida para convertirse en lo que siempre había querido ser: un escritor famoso. Una especie de J.K. Rowling versión adolescente.

Estimulado por el aviso, Aníbal imaginaba su cuento instalado en todas las grandes tiendas y principales librerías del país, y leído por miles de alumnos en todos los colegios de Chile. Si hasta fantaseaba con la idea de que su profesora de Lenguaje y Comunicación lo solicitaría en el plan lector, y sus compañeros tendrían que responder largas pruebas sobre cada capítulo y cada personaje. En ese sueño, él era el único que no estaba obligado a estudiar su propio libro.

Pero había un problema: Aníbal no había reparado en la última línea del afiche. El concurso hablaba de plazos y de fecha límite para entregar el manuscrito: lunes de la semana siguiente. La alegría se empezaba a volver desánimo, y la excitación, pena y rabia.

–¡Cómo nadie me hablo de esto! –reclamó al cielo el frustrado escritor.

La oportunidad de su vida se esfumaba por una cuestión de tiempo. Tal vez el próximo concurso sería en varios años más, cuando ya no fuese joven y el colegio para él hubiese terminado. La puerta del éxito –sentía el pequeño Aníbal con dolor e impotencia– se cerraba de golpe frente a sus narices.

–14 páginas, 7 días, 2 páginas por día –murmuró el Tolo con su vista fija también en el cartel.

Esas palabras detuvieron en seco las preocupaciones de Aníbal. Tolosa o el Tolo no era un hombre de letras, pero era una calculadora humana. Sin querer, su compañero genio le estaba diciendo que no todo estaba perdido. Era cosa de escribir 2 páginas por día y el cuento estaría terminado. Aunque eso suponía trabajar duro y dedicarse a escribir también el domingo, día que normalmente los Andrade reservaban para actividades familiares. La posibilidad de participar en un concurso ameritaba esmerarse hasta el último día de la semana…

Por lo demás, la tarea requería harto esfuerzo, pero tampoco era imposible. Había visto a su padre publicar un libro para sus alumnos de la universidad y a su madre redactar cartas al diario, así que escribir no era una empresa extraña en su familia. Había una cuestión genética que ayudaba. Además, el pequeño Andrade siempre había sentido que él podía ser mucho mejor escritor que varios de los autores que había leído en el colegio. Es cierto que se había topado con obras muy interesantes, pero había también muchas otras que no tenían ningún “brillo”. Le gustaba calificar los libros: ninguno se había sacado nota 7, tres o cuatro habían obtenido un 6.0, varios 3.9, y hasta había usado el 1.5 para un par de bodrios con poca aventura y muy malas ilustraciones.

Mientras pensaba en esto, llegó su madre a buscarlo.

–Mamá, no sabes la gran noticia –exclamó un Aníbal exaltado.

–¿Un 7 en matemáticas? –dijo la mamá con tono de pregunta.

–Mejor aún.

–Te eximiste para siempre de matemáticas –insistió la señora Andrade con algo de sarcasmo.

–No, mamá, nada de eso. Pasa que en el colegio se va a hacer un concurso de cuentos. En realidad no en el colegio, pero eso no importa. Lo promociona una editorial importante, y está especialmente dirigido a jóvenes promesas. ¡Y yo lo voy a ganar!

–Pero debes saber –dijo la madre– que escribir no es una labor sencilla, se requiere…

–Lo sé, mamá –la interrumpió Aníbal–. Por eso vamos al auto, apaga la radio y cierra las ventanas, que necesito pensar la historia. Y que nadie me hable…

El novel escritor había empezado a trabajar.

Lunes: Viaje a Marte

–¡Ya tengo tema para mi cuento! –gritó un Aníbal eufórico poco antes de llegar a casa.

–Voy a escribir sobre un viaje interplanetario a Marte –le dijo a su mamá que intentaba estacionar el auto.

Aníbal había visto una noticia sobre el descubrimiento de agua en Marte, por lo que le pareció un asunto muy de moda. Y como si estuviese descendiendo en el planeta rojo, se bajó del vehículo antes de que este se detuviera, entró raudo a su casa, se sacó los zapatos, desabrochó su mochila, la arrojó a un lado y se fue directo al computador.

El problema es que allí se topó con un invasor inesperado.

–Alfonso, necesito el computador –le reclamó el pequeño autor a su hermano mayor, quien estaba navegando en internet buscando no sabía qué cosa.

’Necesito hacer algo –insistió.

Alfonso, que tenía poca intención de moverse y que no solía prestar mucha atención a su entorno cuando estaba en sus asuntos, le dirigió un desinteresado “bien, me parece”.

–Ya po, déjame usar el compu. Tengo que escribir un cuento –vociferó Aníbal con decisión.

–¿Tienes que escribir un cuento? Escríbelo a mano –fue la frase que lanzó el mayor de los Andrade, aunque él mismo hacía mucho que no realizaba ningún trabajo con lápiz y papel–. A tu edad no te pueden obligar a usar el computador –fue su argumento.