Calamar - Pedro Muñoz Seca - E-Book

Calamar E-Book

Pedro Muñoz Seca

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Beschreibung

Celos es una comedia teatral del autor Pedro Muñoz Seca. Como es habitual en el autor, la pieza se articula en torno a una serie de malentendidos y situaciones de enredo contados con afilado ingenio y de forma satírica en torno a las convenciones sociales de su época. En este caso, el autor juguetea con el género policiaco montando una pseudo-trama de crímenes a la manera de los exitosos autores de la época, como Georges Simenon, con un científico que ha inventado un mortífero gas tóxico y unos villanos que pretenden hacerse con él.

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Seitenzahl: 98

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Pedro Muñoz Seca

Calamar

Estrenada en el teatro de la Comedia, de Madrid, el día 25 de noviembre de 1927.

Saga

CalamarPedro Muñoz Seca Cover image: Shutterstock Copyright © 1927, 2020 SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726508734

 

1. e-book edition, 2020

Format: EPUB 3.0

 

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

CASI PELÍCULA POLICIACA EN TRES JORNADAS, DIVIDIDAS EN VARIAS PARTES, CON ALGUNOS LETREROS Y PRIMEROS PLANOS

REPARTO

PERSONAJES ACTORES Laura Sra. Muro. Virginia Srta. Sampedro. Marta Sra. Mayor. Gúndula »Siria. Ana Srta. Carmona. Flora »Gómez Ferrer. Berta »López Domínguez. Balanda »Villegas. Floberta »Bañares. Anania »Losada. Germina »Sagaseta. Calamar Sr. Ortas. Gotrán »Zorrilla. Horacio »Pedrote. Raterio »Riquelme. Luis »Rodríguez. Polión »Tobías. Pan-kú »Manzano. Gustavo »Araña. Coronel »Araña. Hueves »Aliman. Scamil »Aliman. William »Amil. Agamenón »Amil. Frend »Amil. Colén »Lozano. Dióscoro »González. Brend »Campa.

PRIMERA JORNADA

PRIMERA PARTE

EN EL CANTÓN DE FERONIA (ESTADOS CASI UNIDOS), LUIS DE FILQUEMONT, INVENTOR DEL TOXPIRO DE SU NOMBRE, RECIBE LA VISITA DEL FAMOSO DETECTIVE HORACIO PIFFART

(Luis de Filquemont, un muchacho tan elegante como simpático, pasea inquieto y dando muestras de una gran preocupación. Se detiene y hace sonar un timbre. Tras una breve pausa entra en escena, por la derecha, Frend , un ordenanza joven.)

Frend .—¿Señor?

Luis .—¿Ha vuelto Pan-kú?

Frend .—Acaba de llegar.

Luis .—Dígale que le espero. (Frend se inclina respetuoso y se va por la derecha. Luis se dispone a encender un cigarrillo, diciendo preocupadísimo.) ¡Sería horrible!... ¡Horrible!

Pan-Kú . (Chino, vestido a la europea; por la derecha.)—Señor...

Luis . (Con ansiedad.)—Ybien...

Pan-kú .—La señorita Flora Morell salió ayer de su domicilio a las nueve de la mañana para venir a la oficina. El portero la vió subir a un taxi que había casualmente a la puerta y oyó claramente que dió al chófer las señas de esta casa: Avenida de Los Catorce Puntos de Wilson, ciento nueve...

Luis .—¿Y después?...

Pan-kú .—Nadie ha vuelto a saber de ella. (Luis hace un gesto de desesperación.) De su casa avisaron anoche a la Dirección de Policía, sin que hasta la fecha hayan, recibido noticias de ninguna clase.

Luis .—¡Esos canallas!...

Pan-kú .—¿ Cree el señor que Flora Morell ha sido también víctima de...?

Luis .—Sí; estoy seguro de ello. Pero yo le juro que no se han de salir con la suya. ¡Miserables!... Vaya a la Dirección de Policía, por si han averiguado algo, y diga a Frend que me avise en cuanto llegue mi compatriota Horacio Piffart, el célebre detective, a quien he llamado por telégrafo.

Pan-kú .—Sí, señor. (Medio mutis.)

Luis .—¿Hay alguien en el salón de visitas?

Pan-kú .—Un marino mercante, el capitán Hoker, compatriota también del señor, que aguarda a que el señor pueda recibirle. Creo que desea pedirle una recomendación.

Luis .—Diga a Frend que al oír el timbre le haga pasar. (A una señal de Luis, Pan-kú se inclina y se va por la derecha. Luis llama por teléfono.) ¿Blait?... Sí... ¿Y nada tampoco?...

Ana . (Entreabriendo la puerta de la derecha.)—¿Sepuede? (Luis le indica por señas que entre y continúa escuchando por teléfono y asintiendo. Ana, mecanógrafa, de aspecto un poco sombrío, que trae unas cartas, aprovechando la ocupación de Luis estudia de una ojeada la habitación.)

Luis . (Al teléfono.)—Sí... Ya sabe cuál es la consigna. (Deja el teléfono, mira a Ana y la sorprende en su fisgoneo.) ¿En?... (Ana se inmuta y procura disimular.) ¿Qué trae?

Ana .—Me envía el señor Bluk con estas cartas.

Luis . (Sentándose a la mesa.)—¿Es usted nueva en la oficina?

Ana .—Llevo aquí cinco días. Fuí recomendada a usted por la señorita Virginia de Secabia.

Luis .—Sí, ya recuerdo.

Ana .—Como ni ayer ni hoy ha venido a la oficina la señorita de Morell he sido encargada por el señor Bluk del despacho de la correspondencia urgente.

Luis .—Bien. (Repasa las cartas y las firma. Ana aprovecha este momento para volver a mirarlo todo siniestramente.) Tome usted. Puede retirarse. (Ana recoge las cartas firmadas y se marcha por la izquierda. Luis, pulsando el timbre, dice viéndola marchar y como alejando de sí un mal pensamiento.) Todos me parecen enemigos.

Frend . (Por la derecha, anunciando.)—El capitán Hoker. (Entra en escena un hombre como de cincuenta años, de barba y bigote grises, vestido de capitán de la marina mercante m traje de a bordo. Dará la sensación de un marino que acaba de desembarcar.)

Horacio .—Buenos días, señor de Filquemont.

Luis .—Buenos días, capitán.

Horacio .—Traigo unas letras de presentación de su señor padre, mi gran amigo el coronel Filquemont (Le da una carta.)

Luis . (Después de leerla.)—Está usted en su casa, capitán. Dígame en qué puedo servirle. (Le indica una silla y hace señas a Frend para que se retire. Vase Frend por la derecha.)

Horacio .(Tras una breve pausa, quitándose la barba y elbigote.)—Ha cometido usted una gran ligereza al llamarme telegráficamente.

Luis . (Gratamente sorprendido.)—¡Horacio Piffart!...

Horacio . (Imponiendo silencio y después de cerciorarse de que no es escuchado por nadie.)—¿Es que deseaba usted que supiera mi llegada todo el mundo? Ha puesto usted sobre aviso a las autoridades del cantón, y desde que he entrado en Feronia estoy vigilado estrechamente. Por fortuna creo haber burlado hace un momento la sagacidad de mis perseguidores.

Luis .—Siéntese.

Horacio .—Gracias. (Se sientan.) Y bien, amigo Filquemont, ¿qué diablos le ocurre? Cuénteme, hombre. Figúrese que no sé nada de usted. Bueno, y en realidad sé bien poco; lo que sabe todo el mundo en Estania: que es usted el más joven de nuestros grandes ingenieros; que salió de su patria hace seis años; que vino a este país vecino a ampliar sus estudios, y que, según dicen, ha inventado usted una substancia tan sumamente destructiva y deletérea que la nación que la posea y la emplee como elemento de combate será la dueña del mundo. ¿No es así?

Luis .—En efecto. Se trata de una substancia que al explotar produce un gas muy expansible, y tan extraordinariamente venenoso que todo el que lo aspira cae como herido por el rayo. Lo importante de mi invento es la rapidez con que se dilata el gas nocivo. La explosión de uno de mis toxpiros sobre París o sobre Nueva York, causaría en brevísimo tiempo la muerte de casi todos sus habitantes.

Horacio .—¿Y no hay manera de precaverse?

Luis .—Unicamente la careta ideada por mí y que neutraliza los efectos del tóxico.

Horacio .—¿Y ha podido usted hacer experimentos?

Luis .—En dosis pequeñísimas y con maravillosos resultados. Rebaños enteros han sucumbido ante explosiones insignificantes, y hace unos meses, en las pruebas oficiales y de acuerdo con el gobierno de Feronia, uno de mis toxpiros dió muerte a todos los animales que poblaban el bosque de Foret, un bosque antes peligrosísimo, y que es, desde entonces, el mejor parque de la nación.

Horacio .—Y Feronia quiere para sí ese invento, ¿no es eso?

Luis .—Me ha ofrecido por él una suma fabulosa, lo mismo que otras varias naciones; pero yo estoy decidido a que mi invento sea para mi patria, porque gracias a él puede llegar a ser Estania la más poderosa de las naciones. Han intenta lo muchas veces robarme, tanto la fórmula del toxpiro como la del líquido que lo neutraliza. No han destruído ya todo esto porque temen que, al destruirlo, alguna explosión origine una catástrofe, y no me han dado muerte porque saben que el día que yo fuera asesinado, alguien, para vengarme, destruiría muchas vidas.

Horacio .—¿Qué intentan entonces?

Luis .—Ya que no otra cosa, quieren que la fórmula de mis inventos no salga de Feronia. Hay más de cien hombres encargados de vigilar cuanto hacen mis auxiliares. Se les somete a registros minuciosos; se abren las cartas que escribo; se analiza cuanto sale de aquí, sea como sea. Usted cree haber burlado la vigilancia a que está sometido y es posible que haya sido así; pero al salir de esta casa será usted, registrado y examinado y descubrirán su verdadera personlidad. Nadie que venga a verme se libra de estas vejaciones. A nadie quiero ver yo para no llevar a ninguna parte perturbaciones ni molestias. Hoy hace tres meses que no salgo de estas oficinas.

Horacio .—¿Le está vedado abandonar el Cantón?

Luis .—Ni siquiera puedo salir de la capital.

Horacio .—Me han hablado de una señorita Virginia de Sevabia…

Luis .—Sí. A raíz de las pruebas oficiales, el gobierno encargó al entonces ministro de Estado, el conde Raterio de Secabia, que tratase conmigo de la compra del invento. Desde entonces, el conde, que no se da aún por vencido, me visita asiduamente, y con él suelen venir su esposa y su hija, una mujer tan bonita como inteligente, que después de haber intentado, como su padre, reducirme por todos los medios, me hace creer ahora que no le importan ni mi invento ni su patria. Que únicamente le importo yo, porque... se ha enamorado de mí. Argucias de mujer intrigante.

Horacio .—¿Y usted, no?

Luis .—Yo, amigo Horacio, y esto sí que es triste, había puesto en otra mujer mi cariño. En otra mujer, que era mi confidente, mi consejera... Una de mis ayudantes: Flora Morell.

Horacio .—¿Y Flora Morell?

Luis .—Flora Morell ha desaparecido.

Horacio .—¿Eh?...

Luis .—Este golpe ha sido el más certero para mí, porque éste ha ido derecho al corazón.

Horacio .—¿Sabían todos que usted quería a Flora?

Luis .—No lo sabía nadie: ni ella misma... Al menos yo no se lo dije jamás, y ocultaba mi sentimiento para evitar precisamente lo que ha sucedido. ¡Canallas!... Bien saben lo que han hecho, porque ahora mismo, por salvarla, daría yo, no mis inventos, cien vidas que tuviera.

Horacio . (Tras una pausa.)—Es muy interesante cuanto me acaba usted de contar, amigo Filquemont; muy interesante. Claro que usted deseará que las fórmulas de sus inventos sean trasladadas a Estania para asegurar de ese modo...

Luis .—Es mi único afán.

Horacio .—¿Abultan mucho esos papeles?

Luis .—Lo bastante para que no puedan pasar inadvertidos. Vea usted. (De un mueble que tendrá algún secreto, que se abrirá de un modo original, extrae un sobre no muy grande y saca de él dos planos blancos, que extiende sobre la mesa para que Horacio los examine.) Un ingeniero experto lograría en el acto entender todas estas fórmulas.

Horacio .—Es curioso.

Frend . (Dentro.)—¿Señor?...

Horacio . (Tapándose la cara con uno de los planos como si leyera en él.)—Puede pasar.

Luis .—Adelante, Frend.

Frend . (Entrando por la derecha.)—En el salón de visita están los condes de Secabia con su hija.

Luis .—Bien. Voy en seguida. (Vase Frend.) Vienen a despedirse de mí. El conde ha sido nombrado embajador en nuestra patria, y me dijo que antes de partir vendría a verme.

Horacio . (Poniéndose la barba y el bigote con sumo cuidado.)—Querrá quemar el último cartucho.

Luis .—Píensa quemarlo allá: convenciendo a mi padre, de que mi vida peligra seriamente.

Horacio . (Sonriendo.)—¡Tendría gracia!...

Luis .—¿El qué?

Horacio .—Que el mismo conde levase a Estania las fórmulas.

Luis .—¿Eh?

Horacio .—Hay que tener un poco de sangre fría...

Luis .—¿Pero...?

Horacio .—El conde, como buen sabio, será algo distraído, ¿no?... Desde luego no es ingeniero ni químico, ¿verdad?

Luis .—Es un gran filósofo y un gran erudito.

Horacio .—Vamos, es tonto. Bien. Hágale pasar aquí...

(Al ver el asombro de Luis.)