Cántico espiritual - San Juan de la Cruz - E-Book

Cántico espiritual E-Book

San Juan de la Cruz

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Beschreibung

San Juan de la Cruz ha sido considerado el mayor exponente de la poesía mística española. Junto con Santa Teresa de Jesús creó la orden de los carmelitas descalzos, lo cual provocó la enemistad de los carmelitas calzados. Por está razón fue recluido ocho meses en un convento de Toledo. Las primeras 30 estrofas del Cántico espiritual, a falta de papel y pluma, fueron compuestas y memorizadas durante su cautiverio en la prisión, en 1577. El resto de las estrofas las recogieron las monjas a las que confesaba. Luego, la hermana Ana de Jesús, expulsada de España, se llevó consigo el texto y logró imprimirlo en 1622, en París y en francés. Posteriormente, en 1627, una compañera de Ana de Jesús lo publicó en Bruselas en castellano. En España, debido a la censura que ejercía la Inquisición, no se publicó el poema hasta 1630. El Cántico espiritual de San Juan de la Cruz (1542-1591) intenta dar forma lírica al proceso de unión del alma humana con Dios. Pretende expresar, mediante símbolos comprensibles, la sensación inefable experimentada por el poeta en el momento de esa unión. Esta es una obra de referencia en la llamada contrarreforma española. San Juan de la Cruz propone un estilo cargado de erotismo. Así relata la aventura de unos amantes; nos otorga una mirada sensual de la unión profunda entre lo humano y lo divino. Hace diversos juegos de rimas y métricas. Logra crear una sencillez y originalidad para expresar su concepción del misticismo cristiano. Cántico espiritual es un poema de carácter alegórico. En él aparece todo el proceso místico: en la primera parte, la esposa —el alma del poeta— busca ansiosa al esposo —Dios—. Más tarde, en la segunda parte, se produce el encuentro de ambos. Finalmente, en la tercera parte, ocurre la unión amorosa, que representa la unión mística del alma con Dios. 

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San Juan de la Cruz

Cántico espiritual

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: Cántico espiritual.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard.

ISBN rústica ilustrada: 978-84-9007-060-4.

ISBN tapa dura: 978-84-9007-202-8

ISBN ebook: 978-84-9897-021-0.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 9

La vida 9

Prólogo 11

Canciones entre el Alma y el Esposo 15

Argumento 21

Canción I 23

Declaración 23

Canción II 35

Declaración 35

Canción III 40

Declaración 41

Canción IV 47

Declaración 47

Canción V 50

Declaración 51

Canción VI 53

Declaración 54

Canción VII 56

Declaración 56

Canción VIII 61

Declaración 61

Anotación para la canción siguiente 63

Canción IX 64

Declaración 64

Canción X 69

Declaración 70

Canción XI 73

Declaración 73

Canción XII 81

Declaración 81

Anotación de la canción siguiente 87

Canción XIII 88

Declaración 88

Canciones XIV y XV 95

Declaración 97

Canción XVI 115

Declaración 115

Canción XVII 121

Declaración 121

Canción XVIII 128

Declaración 129

Anotación de la canción siguiente 132

Canción XIX 132

Declaración 133

Canción XX y XXI 137

Declaración 137

Canción XXII 148

Declaración 149

Canción XXIII 154

Declaración 155

Canción XXIV 158

Declaración 159

Canción XXV 165

Declaración 166

Canción XXVI 173

Declaración 173

Canción XXVII 183

Declaración 183

Canción XXVIII 187

Declaración 187

Canción XXIX 193

Declaración 193

Canción XXX 198

Declaración 198

Canción XXXI 206

Declaración 206

Canción XXXII 210

Declaración 210

Canción XXXIII 215

Declaración 215

Canción XXXIV 220

Declaración 220

Canción XXXV 223

Declaración 224

Canción XXXVI 229

Declaración 229

Canción XXXVII 235

Declaración 235

Canción XXXVIII 240

Declaración 241

Canción XXXIX 247

Declaración 247

Canción XL 256

Libros a la carta 263

Brevísima presentación

La vida

San Juan de la Cruz (Fontiveros, Ávila, 1542-Úbeda, Jaén, 1591), España.

Su nombre verdadero era Juan de Yepes y Álvarez. Perteneció a una familia noble y empobrecida de ascendencia judía. Quedó huérfano de padre siendo niño, por lo que su madre lo llevó a Medina del Campo. Allí estudió en el colegio jesuita y, entre 1564 y 1568, en la universidad de Salamanca. En 1563 ingresó en la orden de los carmelitas con el nombre de Juan de San Matías. Cuatro años más tarde conoció a Teresa de Jesús. Entonces cambió su nombre por el de Juan de la Cruz y apoyó el proyecto reformador de Teresa, con la cual tuvo una profunda amistad.

En 1577 las intrigas de los carmelitas calzados lo llevaron a la cárcel durante siete meses. Escribió Llama de amor viva, Cántico espiritual, y Noche oscura, aislado y torturado.

Terminó los poemas tras escapar de la prisión. No se publicaron hasta 1618, por temor a que fuesen tomados por «iluministas».

En 1578 se dirige a Andalucía para recuperarse. Pasa por Almodóvar del Campo y luego es Vicario en el convento de El Calvario en Beas de Segura, Jaén. Más tarde hace amistad con Ana de Jesús.

Tras un nuevo enfrentamiento doctrinal en 1590, en 1591 es destituido de todos sus cargos, y queda como simple súbdito de la comunidad. Durante un viaje de regreso a Segovia, enferma en el convento de La Peñuela de La Carolina y es llevado a Úbeda, donde muere la noche del 13 al 14 de diciembre.

Prólogo

Por cuanto estas canciones parecen ser escritas con algún fervor de amor de Dios, cuya sabiduría y amor es tan inmenso, que, como se dice en el Libro de la Sabiduría, toca desde un fin hasta otro fin, y el alma que de él es informada y movida en alguna manera, esa misma abundancia e ímpetu lleva en él su decir, no pienso yo ahora declarar toda la anchura y copia que el espíritu fecundo del amor en ellas lleva; antes sería ignorancia pensar que los dichos de amor e inteligencia mística, cuales son los de las presentes canciones, con alguna manera de palabras se pueden bien explicar; porque el Espíritu del Señor, que ayuda a nuestra flaqueza, como dice san Pablo, morando en nosotros, pide por nosotros con gemidos inefables lo que nosotros no podemos bien entender ni comprehender para lo manifestar: Spiritus adjuvat infirmitatem nostram... ipse Spiritus postulat pro nobis gemitibus inerrabilibus. Porque, ¿quién podrá escribir lo que a las almas amorosas donde él mora hace entender? ¿Y quién podrá manifestar con palabras lo que las hace sentir? Y ¿quién, finalmente, lo que las hace desear? Cierto, nadie lo puede; cierto, ni aun ellas mismas, por quien pasa, lo pueden; porque ésta es la causa por que con figuras, comparaciones y semejanzas, antes rebosan algo de lo que sienten, y de la abundancia del espíritu vierten secretos y misterios que con razones lo declaran. Las cuales semejanzas, no leídas con la sencillez del espíritu de amor e inteligencia que ellas llevan, antes parecen dislates que dichos puestos en razón, según es de ver en los divinos Cantares de Salomón y en otros libros de la Divina Escritura, donde, no pudiéndose dar a entender la abundancia de su sentido por términos vulgares y usados, habla el Espíritu Santo misterios en extrañas figuras y semejanzas; de donde se sigue que los santos doctores, aunque mucho dicen y más digan, nunca pueden acabar de declararlo por palabras, así como tampoco por palabras se pudo ello decir; y así lo que de ello se declara, ordinariamente es lo menos que contiene en sí. Por haberse, pues, estas canciones compuesto en amor de abundante inteligencia mística, no se podrán declarar al justo, ni mi intento será tal, sino solo dar alguna luz en general; y esto tengo por mejor, porque los dichos de amor es mejor dejarlos en su anchura, para que cada uno de ellos se aproveche según su modo y caudal de espíritu, que abreviarlos a un sentido a que no se acomode todo paladar; y así, aunque en alguna manera se declaran, no hay para qué atarse a la declaración; porque la sabiduría mística, la cual es por amor, de que las presentes canciones tratan, no ha menester distintamente entenderse para hacer efecto de amor y afición en el alma, porque es a modo de la fe, en la cual amamos a Dios sin entenderle claramente. Por tanto seré bien breve, aunque no podrá ser menos de alargarme en algunas partes donde lo pidiere la materia y se ofreciere la ocasión de tratar y declarar algunos puntos y efectos de oración, que por tocarse en las canciones muchos, no podrá ser menos de tratar algunos; pero, dejando los más comunes, trataré brevemente los más extraordinarios que pasan por los que con el favor de Dios han pasado de principiantes, y esto por dos cosas: la una, porque para los principiantes hay muchas cosas escritas; la otra, porque en ello hablo con personas a las cuales nuestro Señor ha hecho merced de haberlas sacado de esos principios y llevádolas más adentro al seno de su amor divino; así, espero que aunque se escriban aquí algunos puntos de teología escolástica acerca del trato interior del alma con su Dios, no será en vano haber hablado algo a lo puro del espíritu en tal manera; pues, aunque a algunas las falte el ejercicio de teología escolástica con que se entienden las verdades divinas, no les falta el de la mística, que se sabe por amor, en que, no solamente se saben, mas juntamente se gustan.

Y porque lo que dijere (lo cual quiero sujetar a mejor juicio, y totalmente al de la santa madre Iglesia) haga más fe, no pienso afirmar cosa fiándome de experiencia que por mí haya pasado, ni de lo que en otras personas espirituales haya conocido o de ellas haya oído, aunque de lo uno y de lo otro me pienso aprovechar, sino que con autoridades de la Escritura divina vaya confirmando, declarando a lo menos lo que fuere más dificultoso de entender; en las cuales llevaré este estilo, que primero pondré las sentencias de su latín, y luego las declararé al propósito de lo que se trajeren. Y pondré primero juntas todas las canciones, y luego por su orden iré poniendo cada una de por sí para haberlas de declarar; de las cuales declararé cada verso, poniéndole al principio de su declaración.

Canciones entre el Alma y el Esposo

Esposa I. ¿Adónde te escondiste,

Amado, y me dejaste con gemido?

Como el ciervo huiste,

Habiéndome herido;

Salí tras ti clamando, y ya eras ido.

II. Pastores, los que fuerdes

Allá por las majadas al otero,

Si por ventura vierdes

Aquel que yo más quiero,

Decidle que adolezco, peno y muero.

III. Buscando mis amores,

Iré por esos montes y riberas,

Ni cogeré las flores,

Ni temeré las fieras,

Y pasaré los fuertes y fronteras.

IV. ¡Oh bosques y espesuras!

Plantadas por mano del Amado,

¡Oh prado de verduras,

De flores esmaltado!

Decid si por vosotros ha pasado.

Respuesta de

las criaturas V. Mil gracias derramando,

Pasó por estos sotos con presura,

Y yéndolos mirando,

Con sola su figura

Vestidos los dejó de su hermosura.

Esposa VI. ¡Ay, quién podrá sanarme!

Acaba de entregarte ya de vero;

No quieras enviarme

De hoy más ya mensajero,

Que no saben decirme lo que quiero.

VII. Y todos cuantos vagan,

De ti me van mil gracias refiriendo,

Y todos más me llagan,

Y déjame muriendo

Un no sé qué que quedan balbuciendo.

VIII. Mas ¿cómo perseveras,

¡Oh vida!, no viviendo donde vives,

Y haciendo porque mueras,

Las flechas que recibes,

De lo que del Amado en ti concibes?

IX. ¿Por qué, pues has llagado

Aqueste corazón, no le sanaste?

Y pues me le has robado,

¿Por qué así le dejaste,

Y no tomas el robo que robaste?

X. Apaga mis enojos,

Pues que ninguno basta a deshacellos,

Y véante mis ojos,

Pues eres lumbre de ellos,

Y solo para ti quiero tenellos,

XI. Descubre tu presencia,

Y máteme tu vista y hermosura;

Mira que la dolencia

De amor, que no se cura

Sino con la presencia y la figura.

XII. ¡Oh cristalina fuente,

Si en esos tus semblantes plateados,

Formases de repente

Los ojos deseados,

Que tengo en mis entrañas dibujados!

XIII. Apártalos, Amado,

Que voy de vuelo.

Esposo Vuélvete, paloma,

Que el ciervo vulnerado

Por el otero asoma,

Al aire de tu vuelo, y fresco toma.

Esposa XIV. Mi Amado, las montañas,

Los valles solitarios nemorosos,

Las ínsulas extrañas,

Los ríos sonorosos,

El silbo de los aires amorosos.

XV. La noche sosegada

En par de los levantes de la aurora,

La música callada,

La soledad sonora,

La cena, que recrea y enamora.

XVI. Cazadnos las raposas,

Que está ya florecida nuestra viña,

En tanto que de rosas

Hacemos una piña,

Y no parezca nadie en la montiña.

XVII. Detente, cierzo muerto,

Ven, austro, que recuerdas los amores,

Aspira por mi huerto,

Y corran sus olores,

Y pacerá el Amado entre las flores.

XVIII. ¡Oh, ninfas de Judea!

En tanto que en las flores y rosales

El ámbar perfumea,

Morá en los arrabales,

Y no queráis tocar nuestros umbrales.

XIX. Escóndete, Carillo,

Y mira con tu haz a las montañas,

Y no quieras decillo;

Mas mira las campañas

De la que va por ínsulas extrañas.

Esposo XX. A las aves ligeras,

Leones, ciervos, gamos saltadores,

Montes, valles, riberas,

Aguas, aires, ardores,

Y miedos de las noches veladores.

XXI. Por las amenas liras

Y cantos de sirenas os conjuro

Que cesen vuestras iras,

Y no toquéis al muro,

Porque la Esposa duerma más seguro.

XXII. Entrádose ha la Esposa

En el ameno huerto deseado,

Y a su sabor reposa,

El cuello reclinado

Sobre los dulces brazos del Amado.

XXIII. Debajo del manzano

Allí conmigo fuiste desposada,

Allí te di la mano,

Y fuiste reparada

Donde tu madre fuera violada.

Esposa XXIV. Nuestro lecho florido,

De cuevas de leones enlazado,

En púrpura tendido,

De paz edificado,

De mil escudos de oro coronado.

XXV. A zaga de tu huella

Los jóvenes discurren al camino,

Al toque de centella,

Al adobado vino,

Emisiones de bálsamo divino.

XXVI. En la interior bodega

De mi Amado bebí, y cuando salía,

Por toda aquesta vega,

Ya cosa no sabía,

Y el ganado perdí que antes seguía.

XXVII. Allí me dio su pecho,

Allí me enseñó ciencia muy sabrosa,

Y yo le di de hecho

A mí, sin dejar cosa;

Allí le prometí de ser su esposa.

XXVIII. Mi alma se ha empleado,

Y todo mi caudal, en su servicio,

Ya no guardo ganado

Ni ya tengo otro oficio;

Que ya solo en amar es mi ejercicio.

XXIX. Pues ya si en el ejido

De hoy más no fuere vista ni hallada,

Diréis que me he perdido,

Que, andando enamorada,

Me hice perdidiza y fui ganada.

XXX. De flores y esmeraldas

En las frescas mañanas escogidas,

Haremos las guirnaldas,

En tu amor florecidas,

Y en un cabello mío entretejidas.

XXXI. En solo aquel cabello

Que en mi cuello volar consideraste,

Mirástele en mi cuello,

Y en él preso quedaste,

Y en uno de mis ojos te llagaste.

XXXII. Cuando tú me mirabas,

Su gracia en mí tus ojos imprimían;

Por eso me adamabas,

Y en eso merecían

Los míos adorar lo que en ti vían.

XXXIII. No quieras despreciarme,

Que si color moreno en mí hallaste,

Ya bien puedes mirarme,

Después que me miraste;

Que gracia y hermosura en mí dejaste.

Esposo XXXIV. La blanca palomica

Al arca con el ramo se ha tornado,

Y ya la tortolica

Al socio deseado

En las riberas verdes ha hallado.

XXXV. En soledad vivía,

Y en soledad ha puesto ya su nido,

Y en soledad la guía

A solas su querido,

También en soledad de amor herido.

Esposa XXXVI. Gocémonos, Amado,

Y vámonos a ver en tu hermosura

Al monte y al collado,

Do mana el agua pura;

Entremos más adentro en la espesura.

XXXVII. Y luego a las subidas

Cavernas de las piedras nos iremos,

Que están bien escondidas,

Y allí nos entraremos,

Y el mosto de granadas gustaremos.

XXXVIII. Allí me mostrarías

Aquello que mi alma pretendía,

Y luego me darías

Allí tú, vida mía,

Aquello que me diste el otro día.

XXXIX. El aspirar del aire,

El canto de la dulce Filomena,

El soto y su donaire,

En la noche serena

Con llama que consume y no da pena.

XL. Que nadie lo miraba,

Aminadab tampoco parecía,

Y el cerco sosegaba,

Y la caballería

A vista de las aguas descendía.

Argumento

El orden que llevan estas canciones es desde que un alma comienza a servir a Dios hasta que llega al último estado de perfección, que es matrimonio espiritual; y así, en ellas se tocan los tres estados o vías del ejercicio espiritual por las cuales pasa el alma hasta llegar al dicho estado, que son, purgativa, iluminativa y unitiva, y se declaran acerca de cada una algunas propiedades y efectos de ellas.

El principio de ellas trata de los principiantes, que es la vía purgativa. Las de más adelante tratan de los aprovechados, donde se hace el desposorio espiritual, y ésta es la vía iluminativa. Después de éstas, las que se siguen tratan de la vía unitiva, que es la de los perfectos, donde se hace el matrimonio espiritual. La cual vía unitiva y de perfectos se sigue a la iluminativa, que es de los aprovechados; y las últimas canciones tratan del estado beatífico, que solo ya el alma en aquel estado perfecto pretende.

Anotación a la canción siguiente, que es la primera

Cayendo el alma en la cuenta de lo que está obligada a hacer; viendo que la vida es breve, la senda de la vida eterna estrecha; que el justo apenas se salva, que las cosas del mundo son vanas y engañosas, que todo se acaba y falta, como el agua que corre; el tiempo incierto, la cuenta estrecha, la perdición muy fácil, la salvación muy dificultosa. Conociendo, por otra parte, la gran deuda que a Dios debe en haberla criado solamente para sí, por lo cual le debe el servicio de toda su vida; y en haberla redimido solamente por sí mismo, por lo cual le debe todo el resto y correspondencia del amor de su voluntad, y otros mil beneficios en que se conoce obligada a Dios desde antes que naciese; y que gran parte de su vida se ha ido en el aire, y que de todo esto ha de haber cuenta y razón, así de lo primero como de lo postrero, hasta el último cuadrante, cuando escudriñará Dios a Jerusalén con candelas encendidas, y que ya es tarde y por ventura lo postrero del día: para remediar tanto mal y daño, mayormente sintiendo a Dios muy enojado y escondido por haberse ella querido olvidar tanto de él entre las criaturas, tocada ella de dolor y pavor interior de corazón sobre tanta perdición y peligro, renunciando todas las cosas, dando de mano a todo negocio, sin dilatar un día ni una hora, con ansia y gemido salido del corazón, herida ya del amor de Dios, comienza a invocar a su Amado, y dice:

Canción I

¿Adónde te escondiste,

Amado, y me dejaste con gemido?

Como el ciervo huiste,

habiéndome herido;

salí tras ti clamando, y ya eras ido.

Declaración

En esta primera canción, el alma, enamorada del Verbo, Hijo de Dios, su esposo, deseando unirse con él por clara y esencial visión, propone sus ansias de amor, querellándose a él de la ausencia, mayormente que, habiéndola él herido y llagado de su amor (por el cual ha salido de todas las cosas criadas y de sí misma), todavía haya de padecer la ausencia de su Amado, no desatándola ya de la carne mortal para poder gozarle en gloria de eternidad; y así, dice:

¿Adónde te escondiste?

Y es como si dijera: «Verbo, esposo mío, muéstrame el lugar donde estás escondido». En lo cual le pide la manifestación de su divina esencia; porque el lugar adonde está escondido el Hijo de Dios es, como dice san Juan, en el seno del Padre, que es la esencia divina, la cual es ajena de todo ojo mortal y escondida de todo humano entendimiento; que por eso Isaías, hablando con Dios, dijo: Vere tu es Deus absconditus; «Verdaderamente tú eres Dios escondido». De donde es de notar que por grandes comunicaciones y presencias, y altas y subidas noticias de Dios que un alma en esta vida tenga, no es aquello esencialmente Dios ni tiene que ver con él; porque todavía a la verdad le está al alma escondido, y por eso siempre le conviene al alma, sobre todas esas grandezas, tenerle por escondido y buscarle escondido, diciendo: «¿Adónde te escondiste?» porque ni la alta comunicación ni presencia sensible es cierto testimonio de su graciosa presencia, ni la sequedad y carencia de todo eso en el alma lo es de su ausencia en ella; lo cual el profeta Job dice: Si venerit ad me, non videbo eum: si abierit, non intelligam; «Si viniere a mí no le veré, y si se fuere no lo entenderé». En lo cual se da a entender, que si el alma sintiere gran comunicación o sentimiento o noticia espiritual, no por eso se ha de persuadir a que aquello que siente es poseer o ver clara y esencialmente a Dios, o que aquello sea tener más a Dios o estar más en Dios, aunque más ello sea; y que si todas esas comunicaciones sensibles y espirituales le faltaren, quedando ella en sequedad, tiniebla y desamparo, no por eso ha de pensar que le falta Dios más así que así, pues que realmente, ni por lo uno puede saber de cierto estar en su gracia, ni por lo otro estar fuera de ella, diciendo el Sabio: Nescit homo, utrum amore, an odio dignus sit; «Ninguno sabe si es digno de amor o aborrecimiento delante de Dios». «De manera que el intento principal del alma en este verso no es solo pedir la devoción afectiva y sensible, en que no hay certeza ni claridad de la posesión del Esposo en esta vida, sino principalmente la clara presencia y visión de su esencia, en que desea estar certificada y satisfecha en la otra. Esto mismo quiso decir la Esposa en los Cantares divinos cuando, deseando unirse con la divinidad del Verbo, esposo suyo, la pidió al Padre, diciéndole: Indica mihi... ubi pascas, ubi cubes in meridie; «Muéstrame dónde te apacientas y dónde te recuestas al medio día». «Porque pedir le mostrase adónde se apacentaba era pedir la esencia del Verbo divino, su Hijo, porque el padre no se apacienta en otra cosa que en su Unigénito Hijo, pues es la gloria del Padre; y en pedir le mostrase el lugar donde se recostaba era pedirle lo mismo, porque el Hijo solo es el deleite del Padre, el cual no se recuesta en otro lugar ni cabe en otra cosa que en su amado Hijo, en el cual todo él se recuesta, comunicándole toda su esencia, al mediodía, que es la eternidad, donde siempre le engendra y le tiene engendrado. Este pasto, pues, es el Verbo Esposo, donde el Padre se apacienta en infinita gloria, y es el lecho florido donde con infinito deleite de amor se recuesta escondido profundamente de todo ojo mortal y de toda criatura; y esto pide aquí el alma esposa cuando dice:

¿Adónde te escondiste?

Y para que esta sedienta alma venga a hallar a su Esposo y unirse con él por unión de amor en esta vida (según se puede), y entretenga su sed con esta gota que de él se puede gustar en esta vida, bueno será, pues lo pide a su Esposo, tomando la mano por él, le respondamos, mostrándole el lugar más cierto donde está escondido, para que allí lo halle a lo cierto con la perfección y sabor que se puede en esta vida, y así no comience a vaguear en vano tras las pisadas de las compañías. Para lo cual es de notar que el Verbo, Hijo de Dios, juntamente con el Padre y con el Espíritu Santo, esencial y presencialmente está escondido en el íntimo ser del alma. Por tanto al alma que lo ha de hallar conviénele salir de todas las cosas, según la afición y voluntad, y entrarse en sumo recogimiento dentro de sí misma, siéndole todas las cosas como si no fuesen. Que por eso san Agustín, hablando en los Soliloquios con Dios, decía: «No te hallaba, Señor, defuera, porque mal te buscaba fuera; que estabas dentro». Está, pues, Dios en el alma escondido, y ahí le ha de buscar con amor el buen contemplativo, diciendo:

¿Adónde te escondiste?

Oh, pues, alma hermosísima entre todas las criaturas, que tanto deseas saber el lugar donde está tu Amado, para buscarle y unirte con él, ya se te dice que tú misma eres el aposento donde él mora, y el retrete y escondrijo donde está escondido, que es cosa de grande contentamiento y alegría para ti ver que todo tu bien y esperanza esté tan cerca de ti, que esté en ti, o por mejor decir, tú no puedas estar sin él: Ecce enim regnum Dei intra vos est (dice el Esposo); «Cata que el reino de Dios está dentro de vosotros». Y su siervo san Pablo dice: Vos enim estis templum Dei; «Vosotros sois templo de Dios». Grande contento es para el alma entender que nunca Dios falta del alma, aunque esté en pecado mortal, cuanto menos de la que está en gracia. ¿Qué más quieres, oh alma, y qué más buscas fuera de ti, pues dentro de ti tienes tus riquezas, tus deleites, tu satisfacción, tu hartura y tu reino, que es tu Amado, a quien desea y busca tu alma? Gózate y alégrate en tu interior recogimiento con él, pues le tienes tan cerca. Ahí le ama, ahí le desea, ahí le adora, y no le vayas a buscar fuera de ti, porque te distraerás y cansarás, y no le hallarás ni gozarás más cierto ni más presto ni más cerca que dentro de ti. Solo hay una cosa, que aunque está dentro de ti, está escondido; pero gran cosa es saber el lugar donde está escondido, para buscarle allí a lo cierto, y esto es lo que tú también aquí, alma, pides cuando con afecto de amor dices:

¿Adónde te escondiste?

Pero todavía dices: pues está en mí el que ama mi alma, ¿cómo no lo hallo ni le siento? La causa es porque está escondido, y tú no te escondes también para hallarle y sentirle; porque el que ha de hallar una cosa escondida tan a lo escondido, y hasta lo escondido donde ella está ha de entrar, y cuando la halla, él también está escondido como ella. Como quiera, pues, que tu Esposo amado es el tesoro escondido en el campo de tu alma, por el cual el sabio mercader dio todas sus cosas, convendrá que para que tú le halles, olvidadas todas las tuyas y alejándote de todas las criaturas, te escondas en tu retrete interior del espíritu, y cerrando la puerta sobre ti (es a saber, tu voluntad a todas las cosas), ores a tu padre en escondido; y así, quedando escondida con él, entonces le sentirás en escondido, y le amarás y gozarás en escondido, con él, es a saber, sobre todo lo que alcanza lengua y sentido. Ea, pues, alma hermosa, pues ya sabes que tu deseado Amado mora escondido en tu seno, procura estar bien con él escondida, y en tu seno le abrazarás y sentirás con afición de amor; y mira que a ese escondrijo te llama él por Isaías, diciendo: Vade... intra in cubicula tua, claude ostia tua super te, abscondere modicum ad momentum; «Anda, entra en tus retretes, cierra tus puertas sobre ti (esto es, todas tus potencias a todas las criaturas), escóndete un poco hasta un momento»; esto es, por este momento de vida temporal; porque si en esta brevedad de vida guardares, oh alma, con toda guarda tu corazón, como dice el Sabio, sin duda ninguna te dará Dios lo que él adelante dice por el mismo Isaías: Dabo tibi thesauros absconditos, et arcana secretorum; «Darete los tesoros escondidos, y descubrirete la sustancia y misterios de los secretos»; la cual sustancia de los secretos es el mismo Dios, porque Dios es la sustancia de la fe, y el concepto de ella y la fe es el secreto y el misterio; y cuando se revelare y manifestare esto que nos tiene secreto y encubierto la fe, que es lo perfecto de Dios, como dice san Pablo, entonces se descubrirán al alma la sustancia y misterios de los secretos; pero en esta vida mortal, aunque no llegará el alma tan a lo puro de ellos como en la otra, por más que se esconda, todavía si se escondiere como Moisés en la caverna de piedra, que es la verdadera imitación de la perfección de la vida del Hijo de Dios, esposo del alma, amparándola Dios con su diestra, merecerá que le muestren las espaldas de Dios, que es llegar en esta vida a tanta perfección, que se una y transforme por amor en el dicho Hijo de Dios, su esposo; de manera que se sienta tan junta con él, y tan instruida y sabia en sus misterios, que cuanto a lo que toca a conocerle en esta vida no tenga necesidad de decir: «¿Adónde te escondiste?».

Dicho queda, oh alma, el modo que te conviene tener para hallar al Esposo en tu escondrijo; pero si lo quieres volver a oír, oye una palabra llena de sustancia y verdad inaccesible, y es, búscale en fe y en amor sin querer satisfacerte de cosa, ni gustarla ni entenderla más de lo que debes saber, que esos dos son los mozos del ciego, que te guiarán por donde no sabes allá a lo escondido de Dios, porque la fe, que es el secreto que habemos dicho, son los pies con que el alma va a Dios, y el amor es la guía que la encamina, y andando ella tratando y manijando estos misterios y secretos de fe, merecerá que el amor le descubra lo que en sí encierra la fe, que es el Esposo que ella desea en esta vida por gracia espiritual y divina unión con Dios, como habemos dicho, y en la otra por gloria esencial, gozándole cara a cara, ya de ninguna manera escondido; pero entre tanto, aunque el alma llegue a esta dicha unión (que es el más alto estado a que se puede llegar en esta vida), por cuanto al alma todavía le está escondido en el seno del Padre, como habemos dicho, que es como ella le desea gozar en la otra, siempre dice:

¿Adónde te escondiste?

Muy bien haces, oh alma, en buscarle siempre escondido, porque mucho ensalzas a Dios y mucho te llegas a él, teniéndole por más alto y profundo que todo cuanto puedes alcanzar; y por tanto, no repares en parte ni en todo de lo que tus potencias pueden comprehender, quiero decir, que nunca te quieras satisfacer en lo que entiendes de Dios, sino en lo que no entendieres de él; y nunca pares en amar y deleitarte en eso que entendieres o sintieres de Dios, sino ama y deléitate en lo que no puedes entender ni sentir de él; que eso es, como habemos dicho, buscarle en fe; que pues es Dios inaccesible y escondido; como también habemos dicho, aunque más te parezca que le hallas y le sientes y le entiendes, siempre le has de tener por escondido, y le has de servir escondido en escondido. Y no seas como muchos insipientes, que piensan bajamente de Dios, entendiendo que cuando no le entienden o no le gustan o no lo sienten está Dios más lejos y más escondido; siendo más verdad lo contrario, que cuanto menos le entienden más se llegan a él; pues, como dice el profeta David: Posuit tenebras latibulum suum; «Puso por su escondrijo las tinieblas»; y así, llegando cerca de él, por fuerza has de sentir tinieblas en la flaqueza de tus ojos; bien haces, pues, en todo tiempo, a hora de prosperidad o adversidad espiritual o temporal, tener a Dios por escondido; y así, clamar a él, diciendo:

Amado, y me dejaste con gemido.

Llámale amado para más moverle e inclinarle a su ruego, porque cuando Dios es amado, con grande facilidad acude a las peticiones de su amante; y así lo dice él por san Juan, diciendo: Si manseritis in me... Quodcumque volueritis, petetis, et fiet vobis; «Si permaneciéredes en mí; todo lo que quisiéredeis pediréis, y hacerse ha». ¿De dónde entonces le puede el alma de verdad llamar amado, cuando ella está entera con él, no teniendo su corazón asido a alguna cosa fuera de él; y así, de ordinario trae su pensamiento en él? Que por falta de esto dijo Dalila a Sansón: Quomodo dicis quod amas me, cum animus tuus non sit mecum?; «Que ¿cómo podía decir él que la amaba, pues su ánimo no estaba con ella?» En el cual ánimo se incluye el pensamiento y la afición. De donde algunos llaman al Esposo amado. Y no es su amado de veras, porque no tienen entero con él su corazón. Y así, su petición no es en la presencia de Dios de tanto valor; por lo cual no alcanzan luego su petición hasta que, continuando la oración, vengan a tener su ánimo más continuo con Dios y el corazón con él más entero, con afección de amor, porque de Dios no se alcanza nada si no es por amor.

En lo que dice luego: «Y me dejaste con gemido», es de notar que el ausencia del amado causa continuo gemir en el amante; porque, como fuera de él nada ama, en nada descansa ni recibe alivio; de donde, en esto se conocerá el que de veras ama a Dios, si con ninguna cosa menos que él se contenta; mas ¿qué digo, se contenta? Pues aunque todas juntas las posea no estará contento, antes cuantas más tuviere estará menos satisfecho; porque la satisfacción del corazón no se halla en la posesión de las cosas, sino en la desnudez de todas y pobreza de espíritu. Que por consistir en ésta la perfección de amor en que se posee Dios, con muy conjunta y particular gracia vive en el alma en esta vida cuando ha llegado a ella con alguna satisfacción, aunque no con hartura; pues que David, con toda su perfección, la esperaba en el cielo, diciendo: Satiabor, cum apparuerit gloria tua; «Cuando pareciere tu gloria, me hartaré». Y así, no le basta la paz y tranquilidad y satisfacción de corazón a que puede llegar el alma en esta vida, para que deje de tener dentro de sí gemido (aunque pacífico y no penoso) en la esperanza de lo que falta. Porque el gemido es anejo a la esperanza. Como el que decía el Apóstol que tenían él y los demás, aunque perfectos, diciendo: Nos ipsi primitias Spiritus habentes, et ipsi intra nos gemimus, adoptionem filiorum Dei expectantes; «Nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu dentro de nosotros mismos, gemimos, esperando la adopción de hijos de Dios». Este gemido, pues, tiene aquí el alma dentro de sí en el corazón enamorado, porque donde hiere el amor, allí está el gemido de la herida, clamando siempre con el sentimiento de la ausencia; mayormente cuando, habiendo ella gustado alguna dulce y sabrosa comunicación del Esposo, ausentándose, se quedó sola y seca de repente; que por eso dice luego:

Como el ciervo huiste.

Donde es de notar que en los Cantares compara la Esposa al Esposo al ciervo y cabra montañesa, diciendo: Similis est dilectus meus capreae, binnuloque cervorum; «Semejante es mi Amado a la cabra y al hijo de los ciervos». Y esto no es solo por ser extraño y solitario, y huir de las compañías, como el ciervo, sino también por la presteza de esconderse y mostrarse, cual suele hacer en las visitas que hace a las devotas almas para regalarlas y animarlas, y en los desvíos y ausencias que las hace sentir después de las tales visitas, para probarlas y humillarlas y enseñarlas; por lo cual las hace sentir con mayor dolor la ausencia, según ahora da aquí a entender en lo que se sigue, diciendo:

Habiéndome herido.

Que es como si dijera: No solo no me basta la pena y el dolor que ordinariamente padezco en tu ausencia, sino que, hiriéndome más de amor con tu flecha, y aumentando la pasión y apetito de tu vista, huyes con ligereza de ciervo y no te dejas comprehender algún tanto.

Para más declaración de este verso es de saber que, allende de otras muchas diferencias de visitas que Dios hace al alma, con que la llaga de amor, suele hacer unos escondidos toques de amor, que, a manera de saeta de fuego, hieren y traspasan el alma y la dejan toda cauterizada con fuego de amor; y éstas propiamente se llaman heridas de amor, de las cuales habla aquí el alma. Inflaman tanto éstas la voluntad en afición, que se está el alma abrasando en llamas de amor; tanto, que parece consumirse de aquella llama y la hace salir fuera de sí, y renovar toda y pasar a nueva manera de ser, así como el ave fénix, que se quema y renace de nuevo. De lo cual, hablando David, dice: Inflammatum est cor meum, et renes mei commutati sunt: et ego ad nihilum redactus sum, et nescivi; «Fue inflamado mi corazón, y las renes se mudaron, y yo me resolví en nada, y no supe». Los apetitos y afectos (que aquí entiende el Profeta por renes) todos se conmueven y mudan en divinos en aquella inflamación del corazón, y el alma por amor se resuelve en nada, nada sabiendo sino amor. Y a este tiempo es la conmutación de estas renes en grande manera de tormento y ansia por ver a Dios; tanto, que le parece al alma intolerable el rigor de que con ella usa el amor, no porque la hubo herido (porque antes tiene ella las tales heridas por salud suya), sino porque la dejó así penando en amor, y no la hirió más valerosamente, acabándola de matar para unirse y juntarse con él en vida de amor perfecto. Por tanto, encareciendo o declarando ella su dolor, dice:

Habiéndome herido.

Es a saber, dejándome así herida, muriendo con herida de amor de ti, te escondiste con tanta ligereza como ciervo. Este sentimiento acaece así tan grande porque en aquella herida de amor que hace Dios al alma levántase el afecto de la voluntad con súbita presteza a la posesión del Amado, cuyo toque sintió, y con esa misma presteza siente él ausencia y el no poder poseer aquí como desea; y así, luego juntamente siente el gemido de la tal ausencia, porque estas visitas tales no son como otras en que Dios recrea y satisface al alma, porque éstas solo las hace más para herir que para sanar, y más para lastimar que para satisfacer, pues sirven para avivar la noticia y aumentar el apetito, y por consiguiente el dolor y ansia de ver a Dios. Estas se llaman heridas espirituales de amor, las cuales son al alma sabrosísimas y deseables; por lo cual querría ella estar siempre muriendo mil muertes de estas lanzadas, porque la hacen salir de sí y entrar en Dios; lo cual da ella a entender en el verso siguiente, diciendo:

Salí tras ti clamando, y ya eras ido.

En las heridas de amor no puede haber medicina, sino de parte del que hirió. Y por eso esta herida alma salió con la fuerza del fuego que causa la herida tras de su Amado, que la había herido, clamando a él pasa que la sanase; es a saber, que este salir espiritualmente se entiende aquí de dos maneras para ir tras Dios: la una, saliendo de todas las cosas, lo cual se hace por aborrecimiento y desprecio de ellas; la otra, saliendo de sí misma por olvido de sí, lo cual se hace por el amor de Dios; porque, cuando éste toca al alma con las veras que se va diciendo aquí, de tal manera la levanta, que no solo la hace salir de sí misma por el olvido de sí, pero aun de sus quicios y modos e inclinaciones naturales la saca, clamando por Dios; y así, es como si le dijera: Esposo mío, en aquel toque tuyo y herida de amor sacaste mi alma, no solo de todas las cosas, mas también la sacaste e hiciste salir de sí (porque a la verdad, y aun de las carnes parece la saca), y levantástela a ti clamando por ti, ya desasida de todo para asirse a ti.

Y ya eras ido.

Como si dijera: Al tiempo que quise comprehender tu presencia no te hallé, y quedéme desasida de lo uno sin asir lo otro, penando en los aires de amor sin arrimo de ti ni de mí. Esto que aquí llama el alma salir para ir a buscar al Amado, llama la Esposa en los Cantares levantar, diciendo: Surgam, et circuibo Civitatem: per vicos, et plateas quaeram, quem diligit anima mea: quaesivi ilum, et non inveni... vulneraverunt me; «Levantaréme y buscaré al que ama mi alma, rodeando la ciudad por los arrabales y plazas; busquéle, dice, y no le hallé, y llagáronme». Levantarse el alma esposa se entiende allí (hablando espiritualmente) de lo bajo a lo alto, que es lo mismo que aquí dice el alma salir; esto es, de su modo y amor bajo al alto amor de Dios. Pero dice allí la Esposa que quedó llagada porque no le halló. Y aquí el alma también dice que está herida de amor y la dejó así; y esto es porque el enamorado vive siempre penado en la ausencia, porque él está ya entregado al que ama, esperando la paga de la entrega que ha hecho, que es la entrega del Amado a él, y todavía no se le da; y estando ya perdido a todas las cosas, y asimismo por el Amado, no ha hallado la ganancia de su pérdida, pues carece de la posesión del que ama su alma.

Esta pena y sentimiento de la ausencia de Dios suele ser tan grande a los que van llegando al estado de perfección, al tiempo de estas divinas heridas, que si no proveyese el Señor, morirían; porque, como tienen el paladar de la voluntad sano y el espíritu limpio y bien dispuesto para Dios, y en lo que está dicho se les da a gustar algo de la dulzura del amor divino, que ellos sobre todo modo apetecen, padecen sobre todo modo; porque, como por resquicios se les muestra un inmenso bien, y no se les concede, es inefable la pena y el tormento.

Canción II

Pastores, los que fuerdes

Allá por las majadas al otero,

Si por ventura vierdes

A aquel que yo más quiero,

Decidle que adolezco, peno y muero.

Declaración

En esta canción el alma se quiere aprovechar de terceros y medianeros para con su Amado, pidiéndoles le den parte de su dolor y pena; porque propiedad es del amante, ya que por la presencia no puede comunicarse con el Amado, de hacerlo con los mejores medios que puede. Y así, el alma de sus afectos, deseos y gemidos se quiere aquí aprovechar como de mensajeros que tan bien saben manifestar lo secreto del corazón a su Amado; y así, los requiere que vayan diciendo:

Pastores, los que fuerdes.

Llamando pastores a sus deseos, afectos y gemidos, por cuanto ellos apacientan al alma de bienes espirituales, porque pastor quiere decir apacentador; y mediante ellos se comunica Dios a ella y le da divino pasto, porque sin ellos poco se le comunica; y dice:

Los que fuerdes.

Que es como decir: Los que de puro amor saliéredes. Porque no todos los afectos y deseos van hasta él, sino los que salen de verdadero amor.

Allá por majadas al otero.

Llama majadas a las jerarquías y coros de los ángeles, por los cuales de coro en coro van nuestro gemidos y oraciones a Dios. Al cual aquí llama otero, por ser él la suma alteza, y porque en él, como el otero, se otean y ven todas las cosas y las majadas superiores e inferiores. Al cual van nuestras oraciones, ofreciéndoselas los ángeles, como habemos dicho, según lo dijo el ángel a Tobías, diciendo: Quando orabas cum lacrymis, et sepeliebas mortus... ego obtuli orationem tuam Domino; «Cuando orabas con lágrimas y enterrabas los muertos, yo ofrecía tus oraciones a Dios». También se pueden entender estos pastores del alma por los mismos ángeles; porque, no solo llevan a Dios nuestros recaudos, sino también traen los de Dios a nuestras almas, apacentándolas, como buenos pastores, de dulces comunicaciones e inspiraciones de Dios, por cuyo medio Dios también las hace, y ellos nos amparan y defienden de los lobos, que son los demonios. Ahora, pues, entienda estos pastores por los afectos, ahora por los ángeles, todos desea el alma que le sean parte y medios para con su Amado; y así, a todos les dice:

Si por ventura vierdes.

Y es tanto como decir: Si por mi buena dicha y ventura llegáredes a su presencia, de manera que él os vea y oiga donde es de notar que (aunque es verdad que Dios todo lo sabe y entiende, y hasta los mismos pensamientos del alma ve y nota, como dice Moisés) entonces se dice ver nuestras necesidades y oraciones, u oírlas, cuando las remedia o las cumple; porque, no cualesquier necesidades y peticiones llegan al colmo que las oiga Dios para cumplirlas, hasta que en sus ojos lleguen a bastante sazón y tiempo y número, y entonces se dice verlo y oírlo, según es de ver en el Éxodo, que, después de cuatrocientos años que los hijos de Israel habían estado afligidos en la servidumbre de Egipto, dice Dios a Moisés: Vidi aflictionem Populi mei... et descendi, ut liberem eum; Vi la aflicción de mi pueblo, y he bajado para librarlos. Como quiera que siempre la hubiese visto; y también dijo san Gabriel a Zacarías que no temiese, porque ya Dios había oído su oración, de darle el hijo que muchos años le había andado pidiendo, como quiera que siempre le hubiese oído; y así, ha de entender cualquier alma que, aunque Dios no acuda luego a su necesidad y ruego, que no por eso dejará de acudir en el tiempo oportuno; porque él es ayudador, como dice David, en las oportunidades y en la tribulación, si ella no desmayare y cesare. Esto, pues, quiere decir aquí el alma cuando dice:

Si por ventura vierdes.

Es a saber: Si por ventura es llegado el tiempo en que tenga por bien de otorgar mis peticiones.

Aquel que yo más quiero.

Es a saber, más que a todas las cosas. Lo cual es verdad cuando al alma no se le pone nada delante que la acobarde hacer y padecer por él cualquiera cosa de su servicio; y cuando el alma también puede con verdad decir lo que en el verso siguiente se dice, es señal que le ama sobre todas las cosas.

Decidle que adolezco, peno y muero.

En el cual representa el alma tres necesidades, conviene a saber, dolencia, pena y muerte; porque el alma que de veras ama a Dios con amor de alguna perfección, en la ausencia padece ordinariamente de tres maneras, según las tres potencias del alma, que son entendimiento, voluntad y memoria. Acerca del entendimiento, dice que adolece, porque no ve a Dios, que es la salud del entendimiento, según él lo dice por David diciendo: Salus tua ego sum; «Yo soy tu salud». Acerca de la voluntad, dice que pena, porque no posee a Dios, que es el refrigerio y deleite de la voluntad, según también lo dice David, diciendo: Torrente voluptatis tuae potabis eos; «Con el torrente de tu deleite nos hartarás». Acerca de la memoria, dice que muere, porque, acordándose que carece de todos los bienes del entendimiento, que es ver a Dios, y de los deleites de la voluntad, que es poseerle, y que también es muy posible carecer de él para siempre entre los peligros y ocasiones de esta vida, padece en esta memoria sentimiento a manera de muerte, porque echa de ver que carece de la cierta y perfecta posesión de Dios, el cual es vida del alma, según lo dice Moisés, diciendo: Ipse est enim vita tua; «Él ciertamente es tu vida».