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"Cartas a Theo" es una colección de correspondencia entre Vincent van Gogh y su hermano Theo, que abarca un período crucial en la vida del famoso pintor holandés. Estas cartas ofrecen una visión íntima de la mente y el corazón del artista, revelando sus luchas personales, su pasión por el arte y su relación con su hermano. A través de estas cartas, se exploran temas como la creatividad, la depresión y la búsqueda de reconocimiento artístico. Esta correspondencia es tanto un testimonio del genio de Van Gogh como un retrato conmovedor de la relación fraternal entre los dos hermanos.
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Seitenzahl: 173
Veröffentlichungsjahr: 2025
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La correspondencia que Vincent Van Gogh mantuvo con su hermano Theo desde 1872 en adelante, constituyen una fuente biográfica única e invalorable para conocer los objetivos, pasiones, esperanzas y desilusiones del pintor. Son un testimonio vívido, casi al modo de un diario, en el que el gran artista da cuenta de su cotidianeidad así como de su inestable salud física y mental.
Cartas desde la locura abarca desde finales de 1888 hasta el 29 de julio de 1890, el mismo día de su muerte. Leyendo las cartas, podemos descubrir la furiosa y desesperada situación de su actividad artística y el deseo de querer sobrevivir a esas constantes crisis que le atormentaban.
Las cartas salieron a luz en 1913, a través de la viuda de su hermano Theo, Johanna van Gogh-Bonger, quien explicó la «inquietud» que sentía al mostrar el drama de la vida del pintor y su preocupación para que no fuera motivo de eclipsar su obra artística.
Vincent van Gogh
El caso Van Gogh, que en vida sólo logró vender una única pieza, y que se transformó después en uno de los artistas de más alta cotización en el mercado de arte internacional, es uno de los más trágicos de la historia de la pintura. Por eso, cuando Antonin Artaud lo ilumina en su texto Van Gogh el suicidado por la sociedad, hace algo más que identificarse con él. Lo está reconociendo, porque si Artaud es el poeta de la profundidad, Van Gogh, que trabaja las superficies, es el pintor de lo invisible.
Van Gogh es un artista amenazado, la singularidad de su expresión lo vuelve inadmisible para la época. Está obstinado en que su violencia se vuelva luz, materia pictórica. Absolutamente frágil, cercado por la pobreza, el aislamiento y la locura, trata de rescatar su ser profundo, constituido “por pequeñas emociones y por el instinto del pobre, tratando de probar la existencia verdadera del recuerdo, aún cuando todos los días olvidemos”.
Viniendo de las oscuras tonalidades de su patria, Holanda, cuando finalmente llega al sur de Francia, a Arlés, pinta los verdaderos colores del Mediodía bajo ese sol que quema incluso la razón. Porque allí están “todos un poco tocados”, sobre todo los que firman un petitorio para que se le impida salir del hospicio para pintar. Recorriendo las calles con su caballete y sus pinturas a cuestas, Van Gogh pone en cuestión a la sociedad. En sus pinturas plantea el problema de la verosimilitud.
En esos días de crisis y encierro, su único bálsamo es mantenerse ocupado. Tener qué leer y material para pintar. Pinta todo lo que ve, produce incansablemente. En las largas y profusas cartas a Theo, confiesa su pasión por la literatura. Escindido, Vincent se completa en Theo, el hermano marchand que lo sostiene económicamente desde París y que se encarga de los negocios con el mundo tratando de permanecer lo más leal posible a las directivas del mayor.
Pintor, Vincent se transfigura cuando expresa la necesidad de una ética del artista, a quien sueña abandonando la mundanidad estéril del París para entregarse místicamente a la búsqueda del color, la verdadera luz, lo que el ojo no puede ver. Quiere crear un atelier comunitario en Arlés y con bastante sensatez sueña utopías como transformar las desoladas salas del hospicio en un taller con comida barata para pintores.
Excepto la pintura, ningún gesto lógico hacia el mundo. Y cuando el crítico Issacson publica un comentario alabando su trabajo, hay en él un movimiento de rechazo y abstención. Pretende eludir el presente, se proyecta al futuro y para ello se escuda tras Theo. Pretende que éste no venda su obra, que la guarde “para más adelante”. Y en el abismo entre la certeza de su tarea y la duda que le genera no ser reconocido, se suceden las crisis de la enfermedad, cada vez más frecuentes y demoledoras. Su obra le consume todas las fuerzas: en las cartas describe cuadro por cuadro, los hallazgos de color, sugiere tipos de marcos y ordena los trabajos por complementarios, pensando en el momento en que serán expuestos. Nada escapa a su vigilancia, desde Arlés.
Sólo los libros lo distraen de su obsesión. Y las cartas. Por lo demás todo es soledad y aprender a aceptar su enfermedad. La locura lo desgasta, lo fatiga. Sus momentos de lucidez son de extrema cautela, necesita alimentarse, pintar, materiales con qué hacerlo. El dramático contraste con Theo se acentúa desde la miseria del hospicio, que él describe con patético realismo.
En todas sus pinturas, ya sean los retratos o los paisajes, un jarrón con flores o el ciprés nocturno, aparece siempre el doble carácter de Vincent: materialidad y metafísica, una singularidad signada por el desarraigo.
E incluso sus naturalezas muertas son apasionadas y coléricas, llenas de compasión. Simultáneamente violencia y ternura, en un tejido que excede la norma de cualquier escuela, cualquier encasillamiento.
Vincent acepta lentamente su enfermedad. Las crisis se suceden, agotándolo, desde aquella Nochebuena del 88, cuando ataca a Gauguin, que había fijado residencia en Arlés desde hacía un tiempo. Ambos pintores compartían la casa y el atelier, poniendo en marcha el proyecto de Vincent de una comunidad pictórica en el sur de Francia. Desde hacía ya un tiempo, Vincent se había vuelto brusco y ruidoso, acercándose en mitad de la noche a la cama de Gauguin, volviéndose a dormir profundamente cuando éste lo interrogaba. Esa Nochebuena, habían estado juntos en un bar, bebiendo ajenjo. Bruscamente Vincent arrojó el vaso contra su amigo. Después cayó en un estado de sopor y durmió profundamente hasta la mañana siguiente. Entonces recordó vagamente haberlo ofendido. Gauguin ya había decidido ponerse en contacto con Theo para advertirle de lo ocurrido y pensaba poner fin a su estadía en Arlés. Le comunicó su decisión a su compañero y el día pasó tormentosamente.
Después de la cena, Gauguin fue a caminar por un campo de laureles florecidos y, alertado por un sonido de pasos, descubrió a Van Gogh apunto de lanzarse Sobre él con una navaja abierta en la mano. Sorprendido, Van Gogh deshace el camino, corriendo.
Gauguin no volvió a la casa esa noche sino que se hospedó en el hotel del pueblo. Al despertarse a la mañana, vio reunida a una gran multitud. Allí pudo enterarse de que, inmediatamente de llegar a la casa, Van Gogh se había cortado la oreja al ras de la cabeza. Con mucho esfuerzo había logrado detener la hemorragia. La sangre manchaba los dos pequeños cuartos y el dormitorio en el piso superior.
Una vez detenida la hemorragia, cubierta la cabeza con una gorra vasca, se dirigió directamente al prostíbulo donde entregó, para una de las mujeres, un sobre que contenía la oreja bien lavada. Hecho esto, volvió a su casa y se encerró a dormir.
Es Theo quien acude, soluciona, provee. Vincent reclama dinero y puntualiza cada gasto. Pasa largos ayunos, intoxicado de tabaco y alcohol, produciendo incansablemente. Lleva años ser un verdadero pintor, dice. Poseído por una fiebre productora sale a pintar durante la noche, con el sombrero empenachado de velas encendidas, produciendo espanto en la comunidad.
Mientras, en París, Theo va consolidando su vida, se casa, tiene un hijo, cuida de la familia y de su hermano.
Lo visita raramente. Es su puente con el mundo.
A través de las cartas, Vincent parece hacerlo objeto de su desconsuelo, su ternura, su ironía. Vincent es inseparable de Theo, figuras contrapuestas de un mismo drama. En una visita a un museo, descubre un cuadro de Delacroix donde una figura parece condensar a ambos en uno, misteriosa figuración de la alteridad.
En 1890 Vincent decide mudarse a Auvers-sur-Oise, donde el doctor Gachet le propone una cura homeopática. Pinta entonces desenfrenadamente. Vergeles florecidos, hombres inclinados sobre la tierra, campos de trigo, retratos casi japoneses, su cuarto quieto, autorretratos que le depara el espejo. Pinta la noche, un ciprés con luna, los negros pájaros del final…
Pinta para salvarse de un enloquecedor rumor que no lo abandona nunca. Y pinta, también, para ser. Las visiones que plasma son irrepetibles.
El 27 de julio de 1890, Vincent se pega un tiro en el pecho, en pleno campo. Dos días más tarde muere.
Para completar aún más la misteriosa relación que los une, su hermano Theo muere seis meses más tarde, el 21 de enero de 1891.
Claudia Schvartz
Mi querido Theo:
Gracias por tu carta; pero mira que esta vez he languidecido; mi dinero se había terminado el jueves, así que hasta el mediodía del lunes, resultó terriblemente largo.
Durante esos cuatro días he vivido principalmente de 23 cafés y del pan que todavía tengo que pagar. No es culpa tuya; si la hay es mía. Porque he estado desesperado por ver mis cuadros enmarcados y he pedido demasiado para mi presupuesto, ya que el mes de alquiler y la criada también había que pagarlos. También aun hoy, volveré a arruinarme, porque debo comprar la tela y prepararla yo mismo, ya que la de Tasset no ha venido todavía. ¿Quisieras preguntarle lo más pronto posible si la ha enviado?; 10 metros o por lo menos 5 de tela común a 2 fr 50.
Pero esto me sería igual, mi querido hermano, si yo no sintiera que tú mismo debes sufrir esta presión que actualmente ejerce sobre nosotros el trabajo. Pero me atrevo a creer que si vieras los estudios me darías la razón por trabajar ardientemente mientras hace buen tiempo. Cosa que no ocurre en estos últimos días; el mistral despiadado barre con furia las hojas muertas. Pero entre eso y el invierno habrá todavía un período de tiempo y efectos magníficos; y entonces se tratará de nuevo de hacer un esfuerzo sin miramientos. Ando tan metido en el trabajo, que no puedo detenerme de golpe. Queda tranquilo; el mal tiempo me detendrá aún demasiado pronto. Como ya lo hizo hoy, ayer y antes de ayer. Trata por tu parte de persuadir a Thomas. Él hará algo siempre.
¿Sabes cuánto me queda para la semana y aún después de 4 días de rígido ayuno? Justo 6 francos. Hoy es lunes, el día mismo que recibo tu carta.
He comido a mediodía, pero esta tarde será preciso que coma un pedazo de pan.
Y todo continúa sin ninguna novedad, sea en la casa o en los cuadros. Porque no tengo desde hace por lo menos 3 semanas de dónde sacar tres francos…
No tardes, si esto no te molesta mucho; no tardes en enviarme el luis y la tela.
He estado ocupado de tal modo desde el jueves, que de jueves a lunes no he hecho más que dos comidas, por lo demás no tenía más que pan y café, que todavía estaba obligado a beber a crédito y que debo pagar hoy. Así que si puedes, no te demores.
Quisiera llegar a hacerte sentir profundamente bien esta verdad: dando dinero a los artistas, tú mismo haces obra de artista y yo desearía solamente para que mis telas lleguen a ser tales, que no estés demasiado descontento de tu trabajo.
Tengo además una tela de 30; jardín de otoño; dos cipreses verde botella y en forma de botella también; tres pequeños castaños de follaje tabaco y anaranjado.
Un pequeño tejo, de follaje limón pálido y tronco violeta; dos pequeños macizos, de follaje rojo sangre y púrpura escarlata.
Un poco de arena, un poco de césped, un poco de cielo azul.
Sin embargo resulta que me había jurado no trabajar. Pero todos los días sucede lo mismo; al pasar encuentro a veces cosas tan bellas que, en fin a pesar de todo hay que tratar de hacerlas…
A propósito: ¿No has leído nunca Los hermanos Zemgamno de los Goncourt? Si yo no hubiera leído esto, tal vez me atrevería a más: y aun después de haberlo leído, el único temor que tengo es el de pedirte demasiado dinero. Si yo mismo me quebrara en un esfuerzo, no me importaría absolutamente nada. Para ese caso tengo recursos todavía, porque me dedicaría, o bien al comercio o bien a escribir. Pero mientras esté en la pintura, no veo más que la asociación de varios y la vida en común.
Comienza la caída de las hojas; se ve cómo amarillean los árboles, el amarillo aumenta todos los días.
Es por lo menos tan bello como los vergeles en flor; y por el trabajo que haremos me atrevería a decir que muy lejos de perder podremos ganar.
¿Has releído ya el Tartarín? ¡Ah!…
¡No lo olvides! ¿Te acuerdas en Tartarín la queja de la vieja diligencia de Tarascón, esa página admirable? Y bien, termino de pintar esta carroza roja y verde en el patio de la posada. Ya verás. Este croquis apresurado te da la composición; un primer plano simple de arena gris, el fondo también muy simple, paredes rosas y amarillas con ventanas de persianas verdes y un rincón de cielo azul. Los dos coches muy coloreados, verde, rojo, las ruedas —amarillo, negro, azul, anaranjado—. Siempre tela de 30. Los coches están pintados a lo Monticelli, con empastamientos. Tú tenías hace tiempo un Claude Monet muy bello que representaba 4 barcas coloreadas sobre una playa. Y bien; aquí se trata de coches; pero la composición es del mismo tipo.
Supón ahora un abeto azul verde inmenso, extendiendo sus ramas horizontales sobre un prado muy verde y la arena manchada de luz y de sombra. El rincón del jardín, muy simple, está alegrado por canteros de geranios anaranjados en los fondos, bajo las ramas negras.
Dos figuras de enamorados se encuentran a la sombra del gran árbol: tela de 30.
Después otras dos telas de 30, el Puente de Trinquetaille y otro puente; el ferrocarril pasa sobre la calle.
Esta tela se asemeja un poco, como colorido, a un Bosboom. En fin, el Puente de Trinquetaille con todos esos escalones es una tela hecha en una mañana gris; las piedras, el asfalto, el empedrado, son grises; el cielo, de un azul pálido; figuras menudas y coloreadas; un árbol enclenque de follaje amarillo. Así pues, dos telas en tonos grises y quebrados y dos telas muy descoloridas.
Perdona estos croquis tan malos; estoy obsesionado con la pintura de esta diligencia de Tarascón y veo que no tengo la cabeza para dibujar…
¡Cuántas cosas deberían cambiar todavía!… ¿No es cierto que los pintores debían vivir todos como obreros? Un carpintero, un herrero, produce por lo general infinitamente más que ellos. En la pintura también habría que tener grandes talleres donde cada uno trabajara más regularmente.
Esas 5 telas que tengo en preparación esta semana llevan a 15 según creo el número de las telas de 30 para la decoración.
2 telas de Girasoles.
3 telas del Jardín del Poeta.
2 telas Otro jardín.
1 tela Café nocturno.
1 tela Puente de Trinquetaille.
1 tela Puente del Ferrocarril.
1 tela La casa.
1 tela la diligencia de Tarascón.
1 tela la Noche estrellada.
1 tela Los surcos.
1 tela la Viña.
Dime, pues, ¿qué hace Seurat?[1] Si lo ves, dile entonces de mi parte que estoy preparando una decoración que actualmente alcanza la suma de 15 telas de 30, cuadradas que para formar un conjunto incluirá al menos otras 15, y que en este trabajo más amplio suele ser el recuerdo de su personalidad y de la visita que hicimos a su taller para ver sus grandes y hermosas telas, lo que me alienta en esta tarea.
Mi querido Theo:
En fin, te envío un pequeño croquis para darte una idea aproximada del giro que toma el trabajo. Porque hoy me he vuelto a poner a la tarea. Tengo los ojos fatigados todavía; pero en fin, tenía una idea en la cabeza y éste es el croquis. Siempre tela de 30. Esta vez es simplemente mi dormitorio; sólo que el color debe predominar aquí, dando con su simplificación un estilo más grande a las cosas para llegar a sugerir el reposo o el sueño en general. En fin, con la vista del cuadro debe descansar la cabeza o más bien la imaginación.
Las paredes son de un violeta pálido. El suelo es a cuadros rojos.
La madera del lecho y las sillas son de un amarillo de mantequilla fresca; la sábana y las almohadas, limón verde muy claro.
La colcha, rojo escarlata. La ventana, verde.
El lavabo, anaranjado; la cubeta, azul.
Las puertas, lilas.
Y eso es todo —nada más en ese cuarto con los postigos cerrados.
Lo cuadrado de los muebles debe insistir en la expresión del reposo inquebrantable.
Los retratos en la pared, un espejo, una botella y algunos vestidos.
El marco —como no hay blanco en el cuadro— será blanco.
Esto, para tomarme el desquite del reposo forzado[2] a que me he visto obligado.
Trabajaré aún todo el día de mañana; pero ya ves qué simple es la concepción. Las sombras y las sombras proyectadas están suprimidas; ha sido coloreado con tintes planos y francos como los crespones. Esto va a contrastar con, por ejemplo, La diligencia de Tarascón y el Café nocturno.
No te escribo más porque voy a comenzar mañana muy temprano, con la fresca luz del amanecer, para acabar mi tela.
No te olvides de darme noticias de cómo van los colores.
Espero que me escribirás uno de estos días.
La próxima vez te haré un croquis de otras piezas.
Un apretón de manos.
Yo creo que una nueva escuela colorista ha de arraigar en el Mediodía; porque veo cada vez más que los del norte se fundan sobre todo en la habilidad del pincel y el llamado afecto pintoresco que en el deseo de expresar algo por el color mismo.
Aquí, bajo el sol más fuerte, he encontrado que es cierto lo que decía Pissarro y lo que me escribía, además, Gauguin sobre lo mismo; la simplicidad, lo descolorido, lo grave de los grandes efectos del sol.
En el norte jamás se hubiera sospechado.
En cuanto a la venta, te doy razón en verdad por no buscarla expresamente; en realidad yo preferiría, si pudiera, no vender jamás…
Este dormitorio es algo así como esa naturaleza muerta de las novelas parisienses de colchas amarillas, rosas, verdes, ¿te acuerdas? Pero creo que la factura es más viril y más simple.
Nada de punteado, nada de vetas, nada, tintes planos pero que armonizan.
No sé lo que emprenderé después, porque tengo la vista fatigada todavía.
Y en estos momentos, precisamente después del trabajo duro y más que duro, siento también la cabeza vacía.
Y si quisiera dejarme llevar por esto, nada me sería más fácil que detestar lo que termino de hacer y darle de puntapiés como el padre Cézanne. En fin, ¿por qué darle de puntapiés? Dejemos los estudios tranquilos a menos que no les encontremos nada bueno o que les encontremos lo que se llama bueno de verdad, entonces ¡a fe mía!… tanto mejor.
Es justamente el defecto de los holandeses, tildar una cosa de absolutamente buena y otra de absolutamente mala. No existe de ningún modo nada tan rígido como esto.
He leído también Césarine de Richepin; tiene cosas muy buenas; la marcha de los soldados en desbandada, cómo se siente su fatiga; ¿no marcharemos así también sin ser soldados algunas veces en la vida? La querella del hijo y del padre es muy desgarradora; pero es como La liga del mismo Richepin; creo que esto no deja ninguna esperanza, mientras que Guy de Maupassant, que ha escrito cosas de verdad tan tristes, al final hace acabar las cosas más humanamente. Monsieur Parent, incluso Pedro y Juan, que aunque no terminan con la felicidad, la gente se resigna y continúa igual. En una palabra, no termina con sangre ni con tantas atrocidades como esto, ¡vaya! Prefiero mucho más a Guy de Maupassant que a Richepin, porque es más consolador. Actualmente acabo de leer Eugenia Grandet de Balzac, la historia de un aldeano avaro.
He hecho instalar el gas en el taller y en la cocina, lo que me cuesta 25 francos de instalaciones. Si Gauguin y yo trabajamos una quincena todas las tardes, ¿no los recuperaremos? Solamente que como por otra parte Gauguin puede dejarse caer uno de estos días, aún necesitaré absolutamente unos 50 francos por lo menos.
No estoy enfermo, pero sin la menor duda, llegaré a estarlo, si no tomo una fuerte alimentación y no dejo de pintar durante algunos días. En fin, vuelvo a verme reducido al caso de la locura de Hugue van der Goes en el cuadro de Emile Wauters. Y si no fuera porque tengo una naturaleza un poco dual, como la que resultaría de la unión de un monje y un pintor, viviría y eso desde hace ya tiempo, reducido enteramente al caso mencionado más arriba.
En fin, aun entonces no creo que mi locura sea la de persecución, ya que mis sentimientos en estado de exaltación desembocan más bien en las preocupaciones de la eternidad y de la vida eterna.
Pero asimismo, es preciso que desconfíe de mis nervios, etcétera.