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Alix se enamora de un perfecto extraño: Gerald Martin; y a pesar de la oposición de su amigo Dick Windyford, se casa con él. El matrimonio decide comprar, e ir a vivir, a Casa Philomel; una bonita cabaña perdida en medio del campo. De pronto, por una serie de datos, ella empieza a sospechar que su marido es un asesino que quiere quedarse con su dinero y, desesperadamente, debe encontrar la manera de escapar sin despertar su desconfianza. ¿Lo logrará?
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Seitenzahl: 38
Veröffentlichungsjahr: 2023
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—Adiós, querida.
—Adiós, cariño.
Alix Martin estaba de pie, inclinada sobre la pequeña puerta rústica observando la figura de su marido que se alejaba por el camino hacia el pueblo. Finalmente, giró en una curva y se perdió de vista, pero Alix siguió en la misma posición, jugando distraídamente con una mecha de su precioso cabello castaño que le caía sobre la frente. No era hermosa, ni siquiera bonita estrictamente hablando; pero su rostro era el rostro de una mujer que ya había pasado la primera juventud y tenía una expresión radiante, se había dulcificado a tal punto que sus antiguos compañeros de trabajo apenas la hubieran reconocido.
La señorita Alix King, ese era su apellido de soltera, había sido una joven eficiente de modales algo bruscos, muy capaz y segura de sí... que casi no sacaba partido de su hermoso cabello castaños. Su boca, de bonita línea, siempre estaba contraída en un gesto severo. Su ropa se veía limpia y cómoda, pero sin el menor detalle de coquetería.
Alix se había graduado en una escuela muy rígida, y durante quince años, desde los dieciocho hasta los treinta y tres, se había sustentado (y a su madre inválida durante siete de esos quince años) gracias a su trabajo de taquimecanógrafa. La dura lucha por la vida había logrado endurecer sus rasgos suaves y aniñados.
Había tenido un novio; Dick Windyford, un compañero de oficina. Era una mujer sensata y siempre supo que él la amaba. Exteriormente solo eran amigos. Con su magro sueldo, Dick tenía que costear la educación de su hermano menor, y por el momento no podía pensar en casarse. Sin embargo, cuando Alix imaginaba el futuro tenía la certeza de que algún día sería la esposa de Dick. Se querían, o por lo menos eso hubiera dicho ella, pero ambos eran demasiado sensatos; había mucho tiempo por delante y ninguna necesidad de precipitarse. Y así fueron pasando los años.
Y luego, de pronto, la liberación de aquella sufrida vida cotidiana llegó para Alix de la manera más inesperada. Una prima lejana había muerto dejándole su dinero. Varios miles de libras, las suficientes para generar unos doscientos al año. Para Alix era la libertad, la vida, la independencia. Ahora ella y Dick ya no tendrían que esperar. Pero Dick reaccionó de un modo extraño. Nunca había hablado directamente de su amor con Alix, y ahora parecía menos inclinado aún. La evitaba, se había vuelto reservado y pesimista. Alix había entendido la razón. Ahora era una mujer con recursos, y la delicadeza y el orgullo impedían que el correcto Dick la convirtiera en su esposa. Por eso, Alix lo quiso más que nunca, se preguntaba incluso si no debía ser ella quien diera el primer paso… y nuevamente ocurrió algo inesperado.
Conoció a Gerald Martin en casa de unos amigos. Se enamoraron locamente y a la semana estaban comprometidos; la joven, que nunca había creído en el flechazo, estaba atónita. Sin querer había encontrado la manera de sacudir a su antiguo amor. Dick Windyford se puso furioso cuando se enteró.
—Ese hombre es prácticamente un desconocido. No sabes absolutamente nada de él.
—Sé que lo quiero.
—¿Cómo puedes saberlo en una semana?
—No todo el mundo necesita once años para descubrir que se ha enamorado —replicó Alix furiosa.
Dick se puso lívido.
—Yo te he querido desde que te conocí, y creí que tú también me querías —expuso Alix con sinceridad— pero es porque no sabía lo que era el amor verdadero.
Entonces Dick volvió a enfurecerse. Ruegos, súplicas, incluso amenazas contra el hombre que lo había suplantado.
Alix estaba sorprendida al descubrir aquel volcán oculto bajo el reservado exterior del hombre que creía conocer tan bien. Hasta se asustó un poco. Por supuesto que Dick no podía pensar seriamente lo que estaba diciendo; aquellas amenazas de venganza contra Gerald Martin eran una locura. Estaba despechado, nada más.