Casada con un príncipe - Flores de pasión - Pasado secreto - Maisey Yates - E-Book

Casada con un príncipe - Flores de pasión - Pasado secreto E-Book

Maisey Yates

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Beschreibung

Casada con un príncipeAlison iba a tener un hijo del príncipe… un error en la clínica de inseminación artificial hizo que Alison Whitman llevara dentro de su ser al hijo… no, al heredero de Maximo Rossi, príncipe de Turan. Y ahora, él quería casarse con ella.Maximo había perdido la esperanza de ser padre mucho tiempo atrás, pero el implacable gobernante de Turan estaba dispuesto a aprovechar aquella inesperada segunda oportunidad. Sin embargo, la tradición era importante para el príncipe, que nunca aceptaría un heredero ilegítimo…Flores de pasiónFloreció bajo sus expertas caricias…Kira Banks prefería las plantas a las personas. Tras sufrir una dolorosa relación sentimental, vivía sola en el precioso valle de Bella Terra. Pero cuando el atractivo multimillonario Stefano Albani apareció en la finca con su helicóptero, su tranquila vida se vio alterada para siempre…A Stefano le fascinó la reservada Kira. ¡Seducirla sería algo inolvidable! Pero sus planes se estropearon… ¿sería porque el magnate que podía tener lo que quisiera tal vez necesitara a alguien por primera vez en su vida?Pasado secretoNada lo detendrá para saldar viejas cuentas del pasado...Cuando Angelos Petrakos vio a la supermodelo Thea Dauntry en un lujoso restaurante de Londres, supo que ella no era en realidad la mujer de innata elegancia que aparentaba ser...Para Thea, la reaparición de Angelos era desastrosa. Lo último que deseaba cuando un vizconde con el que estaba cenando estaba a punto de pedirle que se casara con él era que alguien le recordara su pasado. Un encuentro afortunado con el guapo magnate griego hacía unos años le había permitido forjarse su futuro.Pero Angelos nunca pudo olvidar cómo ella lo utilizó. 

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 472 - abril 2024

© 2010 Maisey Yates

Casada con un príncipe

Título original: A Mistake, A Prince and A Pregnancy

© 2010 Christina Hollis

Flores de pasión

Título original: The Italian’s Blushing Gardener

© 2011 Julia James

Pasado secreto

Título original: From Dirt to Diamonds

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-1062-799-4

Índice

 

Créditos

Casada con un príncipe

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

 

Flores de pasión

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

 

Pasado secreto

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

 

Promoción

Capítulo 1

AY, POR favor, no te rebeles ahora

–Alison Ritman se llevó una mano al estómago, intentando contener las náuseas que amenazaban con hacerla vomitar si no comía una galleta salada rápidamente. Las náuseas matinales eran un asco y aún peor cuando duraban todo el día. Y peor todavía cuando una estaba a punto de decirle a un hombre que iba a convertirse en padre.

Alison pisó el freno y respiró profundamente, casi aliviada al descubrir que algo interrumpía su camino. La verja de hierro que separaba la mansión del resto del mundo tenía un aspecto impenetrable. Ella no sabía mucho sobre aquel hombre, el padre de su hijo. En realidad sólo sabía su nombre, pero era evidente que, al menos económicamente, no estaba a su altura.

Contuvo el aliento al ver a un sujeto con gafas de sol y aspecto de guardia de seguridad frente a la verja. ¿Max Rossi era de la mafia o algo así? ¿Quién tenía guardias de seguridad en medio de ninguna parte, en el estado de Washington?

El guardia, porque tenía que serlo, salió por una puertecita lateral y se acercó al coche con expresión seria.

–¿Se ha perdido, señorita? –le preguntó. Se mostraba amable, pero Alison notó que tenía una mano bajo la chaqueta.

–No, vengo a ver al señor Rossi y ésta es la dirección que me han dando.

–Lo siento, el señor Rossi no recibe visitas.

–Pero... yo soy Alison Whitman y me está esperando. Al menos, creo que me está esperando.

El guardia sacó un móvil del bolsillo y habló con alguien en un idioma extranjero... italiano, le pareció, antes de volverse hacia ella de nuevo.

–Entre, por favor. Y aparque frente a la casa.

Las puertas de hierro forjado se abrieron y Alison volvió a arrancar, su estómago protestando seriamente.

Ella no conocía a Max Rossi y no sabía si podría hacerle daño. Tal vez no lo había pensado bien al ir allí.

No, eso no era verdad. Lo había pensado muy bien, desde todos los ángulos, hasta estar segura de que debía ir a ver al padre de su hijo. Aunque le gustaría enterrar la cabeza en la arena y fingir que todo aquello no estaba pasando, esta vez no podía jugar al avestruz por mucho que quisiera hacerlo.

Aunque estaba parcialmente escondida entre los árboles, la casa era enorme y la intensidad del verde que la rodeaba era casi irreal gracias a las lluvias de ese año. Nada nuevo para una persona nacida en el noroeste, pero ver una mansión tan impresionante en medio de la naturaleza era una experiencia extraña para ella.

Por supuesto, todo en las últimas dos semanas había sido una experiencia extraña. Primero, el positivo de la prueba de embarazo y luego las revelaciones que siguieron a eso...

Alison aparcó su anciano coche frente a la casa y se dirigió al porche, esperando no vomitar. No sería precisamente la mejor manera de dar una buena impresión.

El guardia de seguridad apareció como de la nada, sujetándola firmemente del brazo mientras la llevaba a la puerta.

–Agradezco su ayuda, pero puedo ir sola.

Sonriendo, su escolta le soltó el brazo, aunque parecía dispuesto a agarrarla de nuevo al menor mo vimiento extraño.

–¿Señorita Whitman?

La voz, ronca y varonil con cierto acento extranjero, hizo que su estómago diese un vuelco, pero esta vez no por culpa de las náuseas. Aquélla era una sensación que no reconocía y no era del todo desagradable.

Pero ver al hombre que había hablado incrementó la extraña sensación. Alison lo observó mientras bajaba por la escalera, sus movimientos rápidos y masculinos.

Era el hombre más guapo que había visto nun ca... aunque tampoco tenía mucho tiempo para admirar a los hombres. Aquél, sin embargo, exigía admiración. Era tan masculino, tan apuesto que seguramente hombres y mujeres volverían la cabeza a su paso. Y no sólo por sus atractivas facciones y físico perfecto, sino por cierto aire de autoridad. El poder que emanaba de él resultaba cautivador.

Alison lo observó, mientras intentaba recordar qué tenía que decirle: muy alto, moreno, de mandíbula cuadrada y ojos oscuros, impenetrables, rodeados por largas pestañas.

Le resultaba familiar, aunque no podía imaginar por qué. Por su bufete no solían pasar hombres tan apuestos.

–Sí, soy yo.

–¿Es usted de la clínica?

–Sí... no. No exactamente. No sé qué le habrá contado Melissa...

Melissa era una de sus mejores amigas y cuando se enteró del error que habían cometido en el laboratorio se puso en contacto con ella de inmediato.

–No mucho, sólo que era una cuestión urgente. Y espero que lo sea.

No por primera vez, Alison estuvo a punto de darse la vuelta. Pero ésa era la salida de los cobardes y ella no creía en dejar cables sueltos. Y, al contrario que otras personas, siempre cumplía con su deber.

–¿Podemos hablar de esto en privado? –le preguntó, mirando alrededor. Claro que la idea de estar a solas con un hombre al que no conocía de nada tampoco era demasiado apetecible. Había tomado clases de autodefensa y llevaba un espray de pimienta en el bolso, pero no le apetecía mucho tener que usarlo. Especialmente, sabiendo que nada de eso sería efectivo contra Max Rossi.

–No tengo mucho tiempo, señorita Whitman.

¿No tenía mucho tiempo? Como si ella tuviera todo el día, pensó Alison, enfadada. Tenía muchísimo trabajo y todos los casos que llevaba eran de vital importancia para sus representados, que no tenían a nadie que los ayudase.

–Le aseguro que mi tiempo también es valioso, señor Rossi, pero tengo que hablar con usted.

–Entonces, hable.

–Muy bien. Estoy embarazada.

Nada más decir la frase, Alison deseó poder retirarla.

–¿Y yo debo felicitarla? –le preguntó él.

–Es usted el padre.

Los ojos de Max Rossi se oscurecieron.

–Eso es totalmente imposible. Puede que usted no lleve la lista de sus amantes, señorita Whitman, pero yo no soy promiscuo y nunca olvido a las mías.

Alison notó que le ardían las mejillas.

–Hay otras maneras de concebir un hijo, como usted sabe muy bien. También yo soy cliente de la clínica en la que trabaja Melissa.

La expresión del hombre cambió por completo.

–Vamos a mi despacho.

Alison lo siguió por un pasillo que terminaba en una pesada puerta de roble. El despacho era un sitio enorme, con techos muy altos y vigas vistas. Desde una de las paredes, enteramente de cristal, podía ver el jardín y el valle más abajo. Era precioso, pero la vista no resultaba demasiado consoladora en aquel momento.

–Hubo un error en la clínica –empezó a decir, mirando las montañas a lo lejos–. No pensaban contármelo, pero una de mis amigas trabaja en el laboratorio y pensó que tenía derecho a saberlo. Me inseminaron con su muestra por error.

–¿Cómo es posible? –preguntó él.

–No me dieron una explicación. Sólo que su muestra se mezcló con la del donante que yo había elegido porque sus apellidos son similares. El que yo buscaba era un tal señor Ross.

–¿Un tal señor Ross? ¿No es su marido o su novio?

–No tengo ni marido ni novio. Y todo debería haber sido anónimo, pero...

–Alison respiró profundamente– no fue así.

–Y ahora que ha descubierto que el «donante» es un hombre rico ha venido a pedirme dinero.

Alison lo miró, perpleja.

–No, no es eso. Siento mucho haberlo molestado, de verdad. Imagino que no esperaría que la receptora de su muestra apareciera en su casa, pero tenía que saber si se había hecho pruebas genéticas antes de ir a la clínica.

–Yo no soy donante de esperma, señorita.

–Pero tiene que serlo. Melissa me dio su nombre... dijo que era su muestra la que me habían dado a mí por error.

Él se apoyó en el escritorio, como para controlar su impaciencia.

–Había una muestra de mi esperma en la clínica, pero no era para una donación anónima, sino para mi esposa. Teníamos problemas para concebir hijos.

–Ah, ya...

–Alison no sabía qué hacer. Bueno, sí, en realidad querría salir corriendo. Había leído historias terribles en los periódicos sobre ese tipo de errores, pero aunque aquel hombre fuese el padre biológico, el niño seguía siendo suyo. Ella seguía siendo la madre y ningún juez le quitaría su hijo a una madre competente. Y la mujer de Max Rossi no querría un hijo que no fuera suyo.

–Yo soy portadora de fibrosis quística y los donantes son siempre testados para detectar desórdenes genéticos antes de ser aceptados. Pero sus resultados no estaban en el archivo –intentó explicar Alison–. Melissa sabía que yo estaba preocupada e intentó conseguir información sobre usted, pero no estaba en los archivos de la clínica ni en el laboratorio.

–Porque yo no soy donante de esperma.

–Pero el laboratorio tenía una muestra suya –insistió ella, angustiada.

Ver a su hermana sucumbir a la enfermedad cuando eran pequeñas había sido lo más terrible de su vida, el final de todo, de la familia, de la felicidad. Tenía que saber para poder prepararse para lo peor. No abortaría, pasara lo que pasara no haría eso. El recuerdo de su hermana, de su maravillosa y corta vida, era demasiado querido como para hacer eso. Pero necesitaba saber.

–No soy donante y, por lo tanto, no me han hecho ninguna prueba –insistió él.

Alison se dejó caer sobre una silla porque sus piernas no podían soportarla.

–Pues tiene que hacérsela. Por favor, necesito que se la haga.

Maximo examinó a la mujer que tenía delante, con el corazón acelerado. No había vuelto a pensar en la clínica de fertilidad en los últimos dos años, desde la muerte de Selena. Poco después del accidente recibió un mensaje de una empleada de Zoi-Labs para preguntar si podían descartar sus muestras de esperma, pero no había contestado porque en ese momento sencillamente no era capaz de lidiar con ello. No había imaginado que habría consecuencias...

Y ahora iba a ser padre. Era el momento más asombroso y más aterrador de su vida.

Entonces miró el estómago plano de Alison Whitman. Era imposible adivinar que estaba embarazada. De su hijo.

Resultaba tan fácil imaginar a un niño o una niña de pelo oscuro en sus brazos... y esa imagen hizo que sintiera una punzada en el pecho. Creía haber olvidado el deseo de ser padre, creía haber enterrado ese deseo junto con su mujer.

Pero en un momento todos esos sueños se habían vuelto posibles y en ese mismo instante había descubierto que su hijo podría tener serias complicaciones de salud. En un segundo había perdido el control de su vida. Todo lo que le había parecido esencial cinco minutos antes era insignificante ahora y lo que más le importaba estaba en el útero de aquella extraña.

Pero se haría la prueba, pensó, para descubrir lo antes posible si había alguna posibilidad de que el niño tuviese la enfermedad. Pensar en eso, tener algo a lo que agarrarse, hizo que la situación le pareciese más real, permitiéndole recuperar el control. Aunque también hacía más fácil creer que había un niño de verdad.

–Me haré la prueba de inmediato.

–Muy bien.

Aunque no había pensado volver a Turan de inmediato, aquello era muy importante. Pero tendría que ver a su médico personal en palacio, no se arriesgaría a que la prensa supiera nada del asunto. No, ya habían causado suficiente daño.

–¿Y qué piensa hacer si la prueba diera positivo?

Ella se miró las manos. Eran unas manos delicadas, femeninas, sin joyas ni laca de uñas. Resultaba muy fácil imaginar esas suaves manos sobre su cuerpo, lo pálidas que serían en contraste con su piel morena...

Max carraspeó, intentando ordenar sus pensamientos. Alison Whitman era una mujer muy guapa, eso no podía negarlo. Pero también mucho menos sofisticada que las mujeres a las que él estaba acostumbrado.

Apenas llevaba maquillaje y tenía una piel delicada, como de porcelana. Sus ojos eran casi del color del cobre y en sus carnosos labios no había una gota de carmín. Su pelo liso, de un tono rubio claro, caía por debajo de sus hombros y parecía suave al tacto, sin laca. Un hombre podría meter los dedos entre los suaves mechones para extenderlo sobre la almohada...

De nuevo, tuvo que contenerse. Llevaba demasiado tiempo sin una mujer si una completa extraña lo excitaba de ese modo. ¿Y cuándo una mujer lo había atraído de manera tan inmediata? Nunca, que él recordase. El sentimiento de culpa, normalmente ignorado después de vivir con él durante tanto tiempo, lo golpeó entonces con más fuerza y más insistencia de lo normal.

–Voy a tener a mi hijo pase lo que pase –dijo ella–. Pero necesito estar preparada.

Algo en su tono al decir «mi hijo», como si él no tuviera nada que ver, provocó un sentimiento posesivo tan intenso que borró el deseo que había sentido antes.

–El niño no es suyo, es de los dos.

–Pero su mujer y usted...

Max se dio cuenta entonces de que no sabía quién era. No le parecía posible, pero lo miraba como si fuera un extraño, alguien a quien no había visto en su vida.

–Mi mujer murió hace dos años.

Los exóticos ojos de color cobre se abrieron de par en par.

–Lo siento, no lo sabía. Melissa no me lo dijo... no me dijo nada más que su nombre.

–Normalmente, con eso es suficiente.

–Pero... ¿no creerá que voy a darle a mi hijo?

–Nuestro hijo –repitió él–. Es tan mío como suyo. Suponiendo que sea usted la madre y no otra mujer la que donó el material genético.

–Es hijo mío, fui inseminada artificialmente

–Alison suspiró–. Era mi tercer intento, las dos primeras veces no salió bien.

–¿Y está segura de que fue mi esperma el que funcionó?

–Todas las muestras eran suyas. Cometieron el error hace meses, pero sólo se dieron cuenta la última vez.

Maximo sintió que su corazón se aceleraba mientras miraba sus labios. En ese momento, su único pensamiento era que le parecía una pena no haber concebido el niño por el método tradicional. Aquella mujer era increíblemente guapa, con una mezcla de fuerza y vulnerabilidad que lo atraía de una forma desconocida. Y tuvo que hacer un esfuerzo para olvidar esa oleada de deseo que lo desconcentraba.

–Si puede tener hijos de la manera normal, ¿por qué ha decidido tenerlo con una probeta?

Ella hizo una mueca.

–Qué comentario tan desagradable.

Tenía razón, pensó Maximo. Pero, sin saber por qué, se veía empujado a atacar a aquella mujer que, en unos segundos, había puesto su mundo patas arriba. Allí estaba, ofreciéndole algo que él había tenido que descartar mucho tiempo atrás. Pero lo que le ofrecía era una versión retorcida y extraña del sueño que su mujer y él habían compartido.

–¿Es usted lesbiana?

Alison se puso colorada.

–No, no lo soy.

–¿Entonces por qué no ha esperado hasta casarse para tener un hijo?

–Porque no quiero casarme.

Max se fijó por primera vez en su atuendo. La belleza de su rostro había hecho que no se fijara en el traje de chaqueta oscuro. Evidentemente, era una mujer profesional que seguramente tendría una niñera para cuidar de su hijo mientras ella trabajaba. ¿Por qué quería tener un hijo entonces? Como accesorio, sin duda, un símbolo de todo lo que podía conseguir sin la ayuda de un hombre.

–No crea ni por un momento que va a criar al niño sin mí. Haremos una prueba de paternidad y, si es mi hijo, podría encontrarse con un marido, lo quiera o no.

Él no quería volver a casarse. Ni siquiera había sentido la inclinación de mantener relaciones desde que Selena murió, pero eso no alteraba la situación. Si aquel niño era hijo suyo de verdad, viviría en Turan con él, no en Estados Unidos.

No estaba dispuesto a aceptar que mirasen a su hijo como un bastardo, como un hijo ilegítimo incapaz de reclamar su herencia. Y sólo había una forma de remediar eso.

La expresión de total sorpresa en el rostro de Alison Whitman podría haber sido cómica si hubiera algo remotamente divertido en la situación.

–¿Acaba de pedirme en matrimonio?

–No exactamente.

–Pero yo no le conozco y usted no me conoce a mí.

–Vamos a tener un hijo –le recordó él.

–Pero eso no tiene nada que ver con el matrimonio.

–Es de sentido común casarse cuando se va a tener un hijo.

–Yo tengo intención de ser madre soltera. No estaba esperando que un príncipe azul me ofreciese matrimonio. Esto no es un plan B mientras espero al hombre de mi vida, el niño es mi único plan.

–Y estoy seguro de que las asociaciones feministas aplauden su decisión, señorita Whitman, pero ya no es usted la única persona involucrada en este embarazo. Yo también lo estoy. De hecho, usted misma ha decidido involucrarme.

–Sólo porque necesito saber si es usted portador de fibrosis quística.

–¿No podría haberle hecho pruebas al niño?

–Quiero saberlo antes de que nazca –respondió Alison–. Es algo que requiere una gran preparación emocional... se podrían hacer pruebas dentro del útero, pero no suelen hacerse a menos que los dos padres sean portadores de la enfermedad. Además, esas pruebas siempre conllevan un riesgo para el feto y no estaba dispuesta a hacerlo sin hablar con usted.

–O tal vez su postura feminista es simplemente eso, una postura.

Ella lo miró, perpleja por la grosería.

–¿Cómo?

–Dice que tiene una amiga en la clínica y yo soy un hombre muy rico. Tal vez no haya recibido mi esperma por accidente. ¿Cómo es posible que haya estado allí dos años y, de repente, lo hayan confundido con el de un donante?

¿Habría quedado embarazada a propósito para conseguir dinero?, se preguntó. La gente hacía cosas peores por menos de lo que él podía ofrecer.

–No sé cómo ocurrió el error, yo no soy responsable de eso. Sólo sé que ocurrió –replicó ella–. Y no sea tan engreído como para pensar que yo haría algo así por dinero. De hecho, ni siquiera sé quién es usted.

Max soltó una carcajada, divertido por tan sincera réplica.

–Me parece extraño que una mujer educada y bien informada no sepa quién soy. A menos que no sea usted ninguna de esas cosas.

Alison lo fulminó con la mirada.

–¿Ahora mide mi intelecto dependiendo de que sepa quién es usted? Tiene un ego del tamaño de una catedral, señor mío.

–A riesgo de confirmar su opinión sobre mi ego, señorita Whitman, debo decirle que mi título oficial es el de príncipe. Soy Maximo Rossi, el heredero del trono de Turan. Y si el hijo que espera es mío, él o ella será mi heredero, el futuro gobernante de mi país.

Capítulo 2

DE REPENTE, quedó horriblemente claro por qué su rostro le resultaba familiar. Lo había visto antes, en las noticias, en las revistas. Su mujer y él habían sido favoritos de la prensa durante mucho tiempo. Eran una pareja aristocrática, guapísimos los dos y, por lo que decían, muy felices. Pero dos años antes habían salido en las noticias por una tragedia: la muerte de su esposa.

Alison se alegraba de estar sentada o habría caído al suelo.

–¿Se encuentra bien? –le preguntó él, inclinándose para poner una mano en su frente. Su piel era cálida y la hizo sentir una especie de cosquilleo.

–Sí... no, la verdad es que no.

–Baje la cabeza.

Maximo Rossi empujó suavemente su cabeza para colocarla entre sus rodillas. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que un hombre la tocó. Había estrechado la mano de muchos, por supuesto, pero no recordaba la última vez que alguien la había tocado con la intención de consolarla. Y era muy agradable.

Pero el roce estaba provocando otras sensaciones desconocidas para ella. Era asombroso que las manos de un hombre pudieran ser tan suaves y, a la vez, tan firmes y masculinas. Entonces miró la otra mano, sobre su pierna. Era tan distinta a la suya: grande, morena, de dedos largos y uñas cuadradas.

Podía sentir el calor de esa mano atravesando la tela del pantalón y se quedó sorprendida por lo estimulante que le parecía. Y algo más que eso; algo que hacía que sintiera un cosquilleo en el pecho. Siempre había pensado que ella era la clase de persona que no respondía a las caricias, que no era muy sexual, y nunca le había preocupado. De hecho, había sido más bien un alivio. Nunca había querido tener una relación, nunca había querido abrirle su corazón a un hombre porque no quería depender de nadie.

Su reacción era debida a las hormonas del embarazo. Tenía que ser así, no había otra explicación para que una parte de ella que había ignorado durante tanto tiempo de repente despertase a la vida.

–Estoy bien –le dijo, con voz estrangulada. Pero cuando puso una mano sobre la suya para apartarla, sintió un escalofrío que la hizo levantarse de inmediato–. Gracias, pero ya estoy bien.

–¿Seguro que está lo bastante sana como para soportar un embarazo?

–Estoy perfectamente. Pero no todos los días se entera una de que va a tener un hijo con un príncipe.

Maximo pensó que era imposible que hubiera fingido esa palidez, por muy buena actriz que fuera. Después de ver esa expresión de total sorpresa en su rostro no podía creer que hubiese orquestado nada. Parecía un cervatillo acosado.

–Y no todos los días un hombre recibe la noticia de que va a ser padre.

–Entonces, quiere el niño.

–Pues claro que lo quiero. ¿Cómo no iba a querer a mi propio hijo?

–Si lo que quiere es un heredero, ¿no podría encontrar a otra mujer que...?

–¿Eso es lo que cree? –la interrumpió él–. ¿Cree que sería tan sencillo para mí olvidar que he traído un hijo al mundo? ¿Que podría abandonar a mi propia sangre porque haya sido un embarazo no planeado? ¿Usted podría hacerlo?

–No, claro que no.

–¿Entonces por qué espera que lo haga yo? Si es tan sencillo, tenga a ese niño y démelo a mí. Y luego tenga otro hijo con la contribución de otro hombre.

–No tengo la menor intención de hacer eso.

–Entonces no espere que lo haga yo.

–Eso...

–Alison se dejó caer sobre la silla de nuevo, enterrando la cara entre las manos–. Esto es imposible.

–Las cosas cambian, la gente muere. Lo único que se puede hacer es seguir adelante y aprovechar lo que te ofrezca la vida.

Ella lo miró, con lágrimas de frustración en los ojos.

–Yo no quiero compartir a mi hijo con un extraño. No quiero compartir a mi hijo con nadie. Si eso me convierte en una egoísta, lo siento.

–Y yo siento no poder dejarla ir con mi hijo.

–No he dicho que vaya a marcharme –replicó Alison–. Entiendo que esto también es difícil para usted, pero no entraba en sus planes tener un hijo.

–Estuve años planeando tener un hijo, pero no pude tenerlo. Primero debido a un problema de infertilidad y luego... perdí a mi mujer. Y ahora que tengo la oportunidad de ser padre, no permitiré que nada se ponga en mi camino.

No podía perderla de vista, eso estaba claro. Aunque no estaba seguro de lo que haría después. Casarse le parecía la opción más lógica, la única manera de evitar que su hijo o hija sufriera el estigma de la ilegitimidad. Y, sin embargo, la idea del matrimonio lo angustiaba.

–Tengo que volver a Turan para ver a mi médico personal. No pienso hacerme las pruebas en Estados Unidos.

–¿Por qué? –preguntó ella–. Hicieron el tratamiento de fertilidad aquí.

Sí, así había sido. Selena había crecido en la Costa Oeste de Estados Unidos y siempre habían mantenido aquella residencia de vacaciones a las afueras de Seattle. Era el sitio al que iban cuando necesitaban descansar de la estresada vida pública en Turan y por eso habían elegido la clínica allí, para hacer realidad su sueño de formar una familia.

Además, era un sitio muy agradable donde los dos se sentían a gusto y podían relajarse.

–Mi confianza en la competencia del sistema médico norteamericano ha disminuido mucho en los últimos cuarenta minutos... por evidentes razones. Mi médico en Turan será rápido y discreto.

–¿Y cuándo cree que podrán hacerle las pruebas?

–En cuanto llegue a Turan. La salud de mi hijo también es importante para mí.

De repente, ella lo miró con una expresión tan triste que Max sintió el deseo de abrazarla. Y ese repentino y fiero deseo de consolarla lo sorprendió. ¿Era porque estaba embarazada de su hijo? Tenía que ser eso, no había otra explicación. La vida de su hijo lo había atado a ella y eso lo atraía como hombre, como protector, a un nivel primario.

La propia Alison lo atraía a un nivel más básico. ¿Sería el instinto masculino de reclamar lo que parecía ser suyo?, se preguntó. El deseo de apretarla contra su pecho y besarla hasta que sus labios estuvieran hinchados, unir sus cuerpos de la forma más íntima posible, era tan fuerte que amenazaba con hacer que perdiese el control.

–Estoy pensando tomar medidas legales contra la clínica –dijo ella–. Soy abogada y estoy segura de que ganaría el caso.

–Yo también estoy seguro, pero la prensa lo pasaría en grande. El circo mediático sería horrible. Montones de titulares escandalosos para un mundo que adoraba los escándalos... los problemas de fertilidad de su mujer, los problemas en su matrimonio todo bajo los focos de nuevo.

No, eso era lo último que quería, por Selena y por él mismo. Algunas cosas era mejor dejarlas enterradas, los últimos meses de su matrimonio entre ellas.

–La verdad es que no le había reconocido. No suelo leer revistas ni ver la televisión, pero sé que los periodistas lo persiguen...

–¿Y tampoco había reconocido mi nombre?

Alison se encogió de hombros.

–Tengo muy poco espacio en la cabeza para temas triviales. Leo esas cosas y se me olvidan enseguida.

A su pesar, Max tuvo que sonreír. Le gustaba que fuera capaz de hablar con tal sinceridad. Ni siquiera Selena hacía eso. No, Selena sencillamente se apartó de él.

Tal vez si se hubiera mostrado furiosa en lugar de guardárselo todo dentro...

Pero ya era demasiado tarde y Max decidió olvidarse de Selena para concentrarse en el problema que tenía entre manos.

–Me gustaría que fuese a Turan conmigo.

–No puedo, estoy muy ocupada. Mis clientes son muy importantes para mí y no puedo decepcionarlos.

–¿No hay nadie más en el bufete que pueda ocuparse de ellos? Después de todo, está embarazada.

–Mis responsabilidades no van a tomarse unas vacaciones porque me las tome yo.

–¿Tan importante es su carrera que no puede tomarse unos días libres para comprobar el resultado de las pruebas en persona? Yo diría que es algo muy importante para el niño.

Ella irguió los hombros y levantó la barbilla en un gesto orgulloso.

–Eso es un chantaje emocional.

–Y si no funciona, usaré otro tipo de chantaje –replicó Maximo–. No me importa reconocerlo.

Alison frunció los labios, molesta. Pero Max querría verla relajada... de hecho, le gustaría disfrutar de esos labios jugosos y de la tentación que representaban. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que se sintió tentado por una mujer que estaba disfrutando como nunca.

Sin pensar, rozó sus labios con el pulgar y ella los abrió, sorprendida. Aunque no tanto como él al sentir un cosquilleo desde el pulgar a la entrepierna.

Deseaba a aquella mujer con una intensidad que lo sorprendía. Y no estaba seguro de que el embarazo tuviera algo que ver con eso. La deseaba como un hombre deseaba a una mujer, así de sencillo.

De repente, sintió un vacío en el dedo anular, aunque era extraño ser consciente de algo así. Se había quitado la alianza durante el funeral de Selena para no llevar ningún recordatorio de su matrimonio...

–Tenemos que encontrar una solución, por el niño. Y eso significa un compromiso, no un chantaje.

–Ya, pero tengo la impresión de que es el plebeyo quien tendrá que ceder.

Max sonrió.

–No me juzgue mal, cara. Soy un hombre muy razonable.

–Tendré que entrevistar a los confinados en las mazmorras del castillo de Turan para saber si eso es verdad –replicó Alison, irónica.

–No pueden hablar, así que las entrevistas serían muy cortas.

Cuando la vio sonreír, Max se sintió absurdamente orgulloso.

–Muy bien, de acuerdo. Llamaré a la oficina para ver si puedo tomarme unos días libres –cedió ella por fin, apartándose el pelo de los hombros.

–Estupendo, Alison –dijo él, tuteándola por primera vez.

–¿Cuándo nos vamos... Maximo?

Alison lamentó su decisión casi inmediatamente, pero por muchas vueltas que le diera, por muchas salidas que buscase, no encontraba ninguna.

En el aeropuerto, mientras esperaba que llegase el príncipe de Turan, intentó calmar sus nervios y sus náuseas comiendo una galletita salada y paseando de un lado a otro por la sala de primera clase. Había varios sofás, pero estaba demasiado nerviosa como para sentarse.

¿Por qué se había complicado todo de esa manera? Durante los últimos tres años no había hecho más que planear su embarazo, ahorrando de manera compulsiva... ni siquiera había cambiado de coche aunque debería haberlo hecho y vivía en un apartamento modesto con la esperanza de poder comprar algún día una casa para su hijo. Había dejado su estresante trabajo en un prestigioso bufete con objeto de estar descansada para el embarazo e incluso tenía una cuenta corriente aparte para la universidad del niño.

Y una sola llamada de teléfono había aniquilado todo eso.

Cuando Melissa lanzó la bomba sobre el error en la muestra de esperma, todo se había roto en mil pedazos.

No había querido saber nada del padre más que estaba sano y, sobre todo, no había querido involucrarlo en absoluto. De modo que aquello era lo peor que podría haber pasado.

Maximo no se había portado mal el día anterior, pero Alison intuía en él a un hombre implacable. Incluso cuando estaba siendo amable, cada vez que hablaba daba una orden. Era alguien que no pedía permiso para nada.

Se mostraba agradable por el momento, tal vez porque creía tener más cartas en la mano debido a su posición y su dinero. Pero ella no era tonta.

Por el momento, estaba dispuesta a llegar a un acuerdo. Al fin y al cabo, Maximo tenía derechos, le gustase o no la idea de una custodia compartida. Él era tan víctima de las circunstancias como lo era ella. Y en cualquier caso, por mucho que ella quisiera que desapareciese de su vida o no haberle contado que estaba embarazada, ya no podía echarse atrás.

Alison miró por el ventanal, desde el que se veía la entrada de la terminal, y a continuación apareció Maximo seguido de su personal de seguridad y de varios fotógrafos. A pesar del séquito que llevaba, todos los ojos estaban clavados en él. Era tan alto y tan fuerte como sus guardias de seguridad, su torso ancho y musculoso, los pectorales marcados bajo la inmaculada camisa blanca.

Desapareció de su vista durante unos segundos para reaparecer después en la sala VIP, sin los fotógrafos y sin los guardias de seguridad.

Y Alison no pudo evitar mirarlo de arriba abajo. El elegante pantalón destacaba unas piernas como columnas y, sin darse cuenta, se fijó en el bulto bajo la cremallera...

Pero enseguida apartó la mirada, avergonzada. No recordaba haber mirado así a un hombre en toda su vida. Intentaba decirse a sí misma que eran los nervios, pero no podía convencerse del todo.

Maximo se quitó las gafas de sol y las guardó en el bolsillo de la chaqueta. Y, de nuevo, los ojos de Alison siguieron el movimiento, como transfigurada por el suave vello oscuro que asomaba por el cuello de la camisa.

–Me alegro de que hayas venido –dijo él, a modo de saludo.

No parecía afectado en absoluto por los fotógrafos que lo perseguían. Era un hombre increíblemente seguro de sí mismo, pensó Alison.

–Dije que estaría aquí y yo siempre cumplo mi palabra.

–Me alegra saber eso. ¿Te encuentras bien?

–Maximo tomó su brazo, el gesto totalmente amistoso... o tal vez posesivo pero no sensual. Era mucho más alto que ella, mucho más fuerte, y había algo en su fuerza que le resultaba muy atractivo. Sería tan fácil apoyarse en él y dejar que le quitase aquel peso de los hombros...

Pero en el momento que hiciera eso estaba segura de que la abandonaría.

Alison intentó ignorar el cosquilleo que sentía en el estómago y que no tenía nada que ver con las náuseas matinales.

–En realidad, me siento fatal, pero gracias por preguntar.

–No tenemos que pasar por los trámites habituales, mi avión está esperándonos en la pista.

–Muy bien.

–Uno de mis agentes de seguridad te escoltará, pero me reuniré contigo en un momento. Es mejor que no nos hagan fotos juntos.

Ella asintió con la cabeza. Imaginar una fotografía suya, pálida y asustada, en todas las revistas le daba pánico.

Uno de sus guardaespaldas se acercó entonces y Maximo le hizo un gesto para que lo siguiera. Alison, con la cabeza inclinada, salió a la pista y se dirigió al avión privado, cuyo interior parecía más un lujoso apartamento que un modo de transporte. Pero había estado en la casa de Maximo y había visto el estilo de vida al que estaba acostumbrado. Al fin y al cabo, era el príncipe de un país que se había convertido en un destino de vacaciones que rivalizaba con Mónaco.

El guardaespaldas salió sin decir nada y, diez minutos después, Maximo se reunió con ella.

–Había un fotógrafo en la pista, pero como no hemos subido juntos espero que te haya tomado por un miembro de mi equipo.

–Eso espero yo también. ¿Vamos a viajar solos?

–Con el piloto y la tripulación.

–Pero es un avión muy grande para dos personas solas. Me parece una exageración.

–Scusi?

–Podríamos haber ido en un avión comercial, esto es malgastar combustible.

Maximo sonrió, mostrando unos dientes perfectos. La sonrisa transformaba su rostro, suavizando los ángulos y haciendo que pareciese más cercano.

–Cuando el presidente de Estados Unidos deje de volar en el Air Force 1, tal vez también yo utilice otro medio de transporte. Hasta entonces, creo que es aceptable que el líder de un país viaje en avión privado.

–Bueno, imagino que será difícil pasar por la aduana con esos lingotes de oro en el bolsillo –bromeó Alison.

–No me digas que eres una esnob –dijo él, burlón.

–¿Por qué soy una esnob?

–Una esnob a la inversa.

–No, en absoluto –dijo ella, apartándose.

Había algo en Maximo que le encogía el estómago y la ponía nerviosa. No era miedo, pero resultaba aterrador.

Ella nunca había querido tener una relación sentimental. Nunca había querido depender de nadie, abrirle su corazón a una persona que pudiese abandonarla. Había pasado por eso demasiadas veces en su vida... primero, al perder a su hermana. Sabía que no podía culpar a Kimberly por haber muerto, pero el dolor había sido tan profundo, tan abrumador, que su pérdida fue como una traición para ella. Y luego su padre, que las había abandonado...

En cuanto a su madre, no la había dejado físicamente, pero la persona que era antes de la muerte de Kimberly y del abandono de su marido había desaparecido por completo.

De modo que había aprendido a ser autosuficiente. Y nunca había querido depender de otra persona ni necesitarla.

Pero sí quería ser madre y, por esas cosas de la vida, ahora tenía que contar con Maximo. Había estado segura de que nada podría ir mal, pero su idílica visión del futuro con su hijo empezaba a escapársele de las manos.

Su hijo tenía un padre, no un donante anónimo de material genético. Y el padre de su hijo era un príncipe cuya arrogancia no tenía rival y cuyo atractivo la afectaba de una forma que no quería analizar.

–Pareces tener una opinión sobre todo –dijo él, indicándole que se sentara en uno de los sofás.

–Soy abogada, necesito tener una opinión y un punto de vista para defender a mis representados. Es parte de mi trabajo.

Max sonrió. No era como las mujeres a las que él estaba acostumbrado. Algunos hombres podrían verse amenazados por una mujer tan inteligente como Alison, pero él disfrutaba del reto. Y ayudaba mucho saber que tenía ventaja sobre ella. Ahora que estaban en el avión con destino a Turan, el balance de poder estaba completamente a su favor.

No era su plan obligar a Alison a hacer nada, al contrario, pensaba hacerle una oferta que no pudiese rechazar. Estaba seguro de que defendería a su hijo con su vida si tenía que hacerlo, pero él haría lo mismo. Y no iba a dejar que desapareciera del mapa.

Era algo extraño para Maximo que una mujer se resistiera a la idea de casarse con él... no porque fuese engreído, sino pragmático. Para empezar, algún día sería el rey de su país y, además de la corona, recibiría una herencia de cientos de millones que se unirían a su fortuna personal. Su cadena de hoteles de lujo y casinos era muy popular entre los ricos y famosos, de modo que para muchas mujeres casarse con él sería como encontrar el Santo Grial, la puerta de entrada a un mundo de riquezas con las que la mayoría de la gente sólo podía soñar. Y, sin embargo, la señorita Whitman actuaba como si estar embarazada de su hijo fuera el equivalente a una sentencia a cadena perpetua.

–¿Y tu trabajo es muy importante para ti? –le preguntó.

–Sí, claro. Soy abogado y me dedico a llevar casos de interés público, trabajo con niños. Mi bufete hace trabajo pro bono con fondos del gobierno. El sueldo no es demasiado bueno, pero trabajé durante un tiempo en un bufete importante y descubrí que llevar los divorcios de los ricos no era lo que quería hacer. Por supuesto, había otros casos, pero yo era una de las más jóvenes del bufete.

Eso no pegaba nada con la imagen que Maximo se había hecho de ella. La veía como una abogada agresiva, dispuesta a llegar a lo más alto. Su rápido intelecto combinado con su belleza podían ser un arma letal en los Juzgados.

–Es lo que he estado haciendo durante el último año. Quería hacer algo por la sociedad y sabía que, si iba a tener un hijo, no podría trabajar catorce horas diarias.

–¿Entonces por qué estudiaste Derecho?

Alison se encogió de hombros.

–Era una carrera que me gustaba y se me da bien. Además, lo que hago ahora me gusta muchísimo. Yo hablo por los niños, para que no tengan que sentarse frente a un juez. No voy a dejar que los que han abusado de ellos vuelvan a convertirlos en víctimas obligándolos a repetir lo que sufrieron. Soy abogado, pero a veces no hay nadie a quien odie más que a otros abogados.

La pasión que sentía por su trabajo, su vocación, era evidente. La mujer que esperaba un hijo suyo había hecho de defender a los niños su carrera. ¿Podría haber elegido a alguien mejor? En lugar de una persona fría, ahora veía a una mujer dispuesta a defender a los más débiles y eso cimentó lo que había estado pensando.

El matrimonio no estaba en su agenda. Ya había estado casado y había amado a su mujer, pero ni siquiera el amor y el respeto los habían hecho felices al final. Él no había sabido resolver los problemas de Selena y su mujer había pasado los últimos meses de su vida sola. Y eso era algo que tendría que llevar sobre su conciencia toda la vida.

Pero Alison estaba esperando un hijo suyo y su sentido del deber exigía que hiciera lo que debía hacer. El niño no había sido concebido de la forma habitual, pero se sentía tan responsable como si así hubiera sido.

Y la atracción que sentía por ella era un extra. No había pensado portarse como un monje durante el resto de su vida, pero tampoco le había apetecido buscar otras relaciones. Había estado casado durante siete años y habían pasado más de nueve desde que estuvo con una mujer que no fuera su esposa. No tenía amigas y, a los treinta y seis años, se sentía demasiado viejo como para volver al mundo de las citas.

En ese sentido, casarse con Alison sería beneficioso para todos. La atracción que sentía por ella lo sorprendía, pero podía atribuirla al tiempo que llevaba solo. Los hombres sólo podían negar sus necesidades sexuales durante cierto tiempo y no le sorprendía demasiado que su libido hubiera despertado del letargo con tal ansia.

La hermosa seductora que tenía delante, con su piel de porcelana y su esbelta figura, era totalmente diferente a su mujer. Selena había sido muy alta y delgada, de curvas suaves. Sin embargo, podría apoyar la barbilla sobre la cabeza de Alison y sus curvas... sus curvas serían excitantes para cualquier hombre. El deseo era tan fuerte que tuvo que cruzar las piernas para disimular su reacción. No quería que lo pillara como un adolescente incapaz de controlarse.

–¿Entonces te gustan los niños?

–Sí, mucho –respondió ella–. Siempre he querido ser madre.

–¿Pero no esposa?

Alison se encogió de hombros.

–Las relaciones son complicadas.

–También lo es la paternidad.

–Sí, pero es diferente. Un niño viene al mundo queriéndote y depende de ti que lo siga haciendo el resto de su vida. Con las relaciones sentimentales, con el matrimonio, uno depende de otra persona.

–¿Y eso te parece mal?

–No, sencillamente no me interesa. Requiere una confianza en el ser humano que yo no tengo.

Maximo no podía negar la verdad de sus palabras. Selena había dependido de él y él le había fallado.

–¿Entonces has decidido ser madre soltera en lugar de tener una relación?

Alison arrugó el ceño, frunciendo los labios en un gesto muy seductor.

–Mi objetivo no era ser madre soltera, sino ser madre. Sencillamente, estaba intentando conseguir lo que quería.

–Y esto complica las cosas para ti.

–Desde luego.

–¿Tan malo es que el niño tenga un padre y una madre?

Alison giró la cabeza para mirar por la ventanilla.

–No lo sé, Maximo. No creo que pueda lidiar con tantas cosas a la vez. ¿Podemos esperar el resultado de la prueba y hablar de ello más tarde?

Él asintió con la cabeza.

–Si eso es lo que quieres... pero tenemos que discutir el asunto.

–Lo sé.

–No es lo que tú habías planeado, lo entiendo. Tampoco yo había planeado nada de esto.

Alison sabía que no se refería al embarazo, sino a la muerte de su esposa. Y podía imaginar el vacío que había dejado en su vida.

Pero no quería sentir compasión por él. Aquella atracción la asustaba y añadir cualquier otra emoción era buscarse problemas.

El amor romántico nunca le había atraído y tampoco las relaciones íntimas. Ella había visto los resultados del final de ese amor romántico en su casa, había visto cómo sus padres se destruían el uno al otro. Su padre se había marchado para no volver más y su madre sencillamente se había apartado de todo, dejando que Alison se defendiera por sí misma.

Cuando su padre las abandonó perdieron su casa y personas a las que su madre consideraba amigas les habían dado la espalda. Alison no quería encontrarse nunca en esa posición, no quería poner su vida en manos de otra persona. Esa experiencia le había enseñado que debía cuidar de sí misma, buscar su propia seguridad, su propia felicidad.

Y por eso había intentado controlar su vida con mano de hierro; desde sus estudios a su carrera o al momento en el que quedaría embarazada.

Pero todo eso parecía risible cuando se dirigía a un país extraño con un príncipe guapísimo que, además, era el padre de su hijo.

Capítulo 3

CUANDO vio Turan desde el cielo, Alison se quedó sin aliento. La isla, con sus playas de arena blanca, era una joya en medio del Mediterráneo. Y, situado sobre un acantilado, había un enorme edificio de piedra que parecía dorado a la luz de la tarde.

–Es precioso.

Precioso y salvaje, pensó. Como su dueño. A pesar de la sofisticación de Maximo, en él había algo crudo y casi primitivo que la atraía a un nivel primario. Algo que no había sentido nunca hasta que lo vio bajando la escalera de su casa.

El vuelo había sido tenso, al menos para ella. No porque no le gustasen los hombres o no hubiera sentido deseo sexual alguna vez, claro que sí. Sencillamente, no lo había llevado a la práctica. La idea la hacía sentir como si estuviera al borde de un ataque de ansiedad. La intimidad sexual, abrirse a alguien de esa manera, exponerse y posiblemente perder el control, la aterraba. Y, sin embargo, algo en Maximo despertaba una curiosidad que le hacía olvidar el sentido común.

–Gracias –dijo él–. Yo creo que Turan es uno de los sitios más bonitos de la Tierra. El avión empezó a descender, sobrevolando un valle donde pastaba libremente el ganado.

–¿Hay industria ganadera en Turan?

–No es la más importante del país, pero el ganado es muy apreciado en los mercados europeos porque se alimenta de manera natural... ganadería orgánica lo llaman ahora. Por supuesto, siendo una isla, el pescado es la industria primordial para la mayoría de la población.

Ella asintió con la cabeza.

–¿Cuáles son tus obligaciones como príncipe?

–Soy algo así como un ministro de exteriores. En los últimos cinco años, he conseguido aumentar el turismo casi un cincuenta por ciento. Con los nuevos casinos de lujo y las reformas de algunos de los pueblecitos históricos, Turan se ha convertido en un destino de vacaciones muy popular para los ricos.

Alison arqueó una ceja.

–De modo que eres más un hombre de negocios que un príncipe.

–Se pueden ser las dos cosas. Tal vez en otra vida hubiera sido empresario, pero en ésta me limito a cumplir con mis obligaciones. Tengo negocios privados, pero el deber hacia mi país es lo que más me importa. Me educaron para pensar que el deber era lo primero, antes que yo mismo.

El deber era lo primero. ¿Significaba eso que ella tenía el deber de darle un padre a su hijo? Alison habría dado cualquier cosa por haber tenido un padre que la quisiera, que la protegiese. ¿Tenía derecho a robarle eso a su hijo? Especialmente, un padre que podría darle todo lo que ella hubiese querido.

El avión aterrizó y, mientras bajaron por la escalerilla, Maximo la tomó del brazo pero manteniéndose a cierta distancia y a Alison le pareció bien. Seguía turbada por el extraño efecto que ejercía en su equilibrio. Era como si su autocontrol se hubiera ido de vacaciones y su cuerpo estuviera buscando cosas que nunca antes le habían parecido importantes.

Sí, mejor eso que tocarla como lo había hecho en su casa. Aún recordaba el escalofrío que sintió cuando pasó el pulgar por sus labios y no quería volver a sentir algo así.

En la pista los esperaban cinco personas dispuestas a ocuparse del equipaje. Alison había llevado sólo una maleta porque pensaba volver a Seattle en un par de días pero, al lado del lujoso equipaje de Maximo, las diferencias entre ellos quedaban bien claras.

Una limusina negra los esperaba a pie de pista y, de repente, Alison se sintió un poco abrumada por tanto lujo.

Aunque, en realidad, ella estaba acostumbrada al dinero. Durante su infancia, antes de las tragedias que destrozaron a su familia, habían vivido lujosamente en una casa rodeada de un precioso jardín. Incluso ahora, su sueldo era más alto que el de la mayoría de la gente, aunque ella era ahorrativa y prefería no hacer gastos superfluos.

Pero aquello... aquello no se parecía a nada que ella hubiera visto.

Poco después, la limusina atravesaba la verja de hierro forjado que separaba a los habitantes del palacio del resto de la población. Enormes estatuas de soldados blandiendo espadas parecían vigilar las puertas, como reforzando la exclusividad del sitio.

–¿No hay foso? –bromeó Alison.

–No, los cocodrilos nunca podían distinguir a los intrusos de los residentes, de modo que eran muy mal sistema de seguridad. Ahora sólo tenemos una alarma, como todo el mundo.

Su inesperada broma la hizo sonreír.

–Entonces, tampoco quemáis a los invasores con aceite hirviendo.

–El aceite sólo se utiliza en la cocina y siempre de oliva –siguió bromeando Maximo. Y cuando sonrió, Alison vio un hoyito en su mejilla.

¿Por qué no seguía siendo serio y distante? Era más fácil verlo como la oposición cuando se mostraba antipático.

Unos segundos después, se detenían frente a una puerta claveteada guardada por dos soldados de uniforme que se parecían mucho a las estatuas.

–Después de hacerme la prueba cenaremos con mis padres, así podré presentártelos.

–¿Tienes que presentármelos?

–Aparte de ser una invitada, también eres la madre de mi hijo. Y mis padres serán los abuelos de ese niño.

Abuelos. Incluso podía darle al niño un abuelo y una abuela mientras que ella no sabía dónde estaba su padre. Y su madre era una mujer amargada que bebía para olvidar mientras lanzaba diatribas contra la vida y los hombres en general. Alison nunca obligaría a su hijo a soportar eso. De hecho, ella lo soportaba sólo cuando no le quedaba más remedio.

–Esto es demasiado complicado –murmuró, enterrando la cara entre las manos. Saber que iba a tener un hijo había sido un cambio tremendo en su vida, pero añadir todo aquello le parecía imposible.

–Mis padres tienen derecho a disfrutar de su nieto, como yo tengo derecho a disfrutar de mi hijo. Igual que tú, Alison. Y no pienso dejar que le niegues esa posibilidad a mi familia.

Ella levantó la mirada y la rabia le dio fuerzas para contestar:

–Por real decreto, ¿no? ¿Es ahora cuando sale a relucir la mazmorra?

–¿Se puede saber qué te pasa con las mazmorras? ¿Es un fetiche o algo parecido? En Turan nunca ha habido mazmorras.

–Me preocupa acabar en las noticias: Joven norteamericana cautiva de príncipe medieval.

Alison no apartó las manos de su cara para disimular que se había puesto colorada. Como si ella fuera a dejar que un hombre la atase para hacerle lo que quisiera...

Curiosamente, imaginar a Maximo como ese hombre la hizo sentir un cosquilleo extraño en el estómago. Totalmente sorprendida por la dirección de sus pensamientos, abrió la puerta del coche sin esperar a que lo hiciera alguno de los guardias.

Maximo llegó a su lado en dos zancadas.

–¿Qué te pasa?

Alison siguió adelante, intentando no dejarse afectar por su presencia y sus comentarios.

Pero cuando tiró de su mano, su corazón empezó a latir con tal fuerza que estaba segura de que podría oírlo. Estando tan cerca podía notar el calor de su cuerpo, respirar el aroma de su colonia masculina que era cien por cien hombre. Cien por cien Maximo.

¿Desde cuándo notaba ella cómo olía un hombre? A menos que fuera en el gimnasio, y con connotaciones negativas, nunca le había pasado. Entonces, ¿por qué el olor de Maximo hacía que su pulso se acelerase?

–No sabía que una mujer de mundo como tú pudiera avergonzarse por algo tan simple, pero te has ruborizado, cara.

–Deja de usar esos términos cariñosos. No me gustan.

–¿Ah, no?

–Maximo inclinó la cabeza y a ella se le encogió el estómago. Por un momento casi le había parecido que iba a besarla–. La mayoría de las mujeres los encuentran sexys.

–Yo no soy como la mayoría de las mujeres.

–No, ya lo sé.

Alison no sabía si lo había dicho como un cumplido o no, pero ella decidió tomárselo así. Aunque sus palabras no deberían tener el poder de halagarla o hacerle daño. No deberían afectarla en absoluto. Lo único que había entre ellos era el niño y de no ser por el error de la clínica nunca se hubieran conocido. Se movían en esferas completamente diferentes y Maximo no la habría mirado siquiera de no ser por el embarazo.

Y era importante recordar eso.

–¿Cuándo verás al médico? –le preguntó, esperando distraerlo.

–Vendrá en cuanto la llame. Es una mujer, por cierto.

–¿Y cuándo la llamarás?

–Ahora mismo, si te parece.

Alison asintió con la cabeza, intentando disimular su nerviosismo.

–Sí, por favor.

Media hora después, Alison seguía a Maximo y a la guapísima doctora a su despacho. Cuando le dijo que tenía un médico personal había pensado que sería un hombre, no una mujer rubia de treinta años, alta y esbelta como una modelo.

No debería sorprenderle, claro. Maximo era un hombre muy atractivo, rico y poderoso. Probablemente tenía que quitárselas de encima a escobazos.

Pero eso no era cosa suya. Maximo podía salir con quien quisiera, incluyendo a la guapa doctora, porque ella no tenía intención de mantener una relación íntima. No iba a sacrificar su independencia por un par de horas de placer con un hombre.

Para otras mujeres estaba bien tener romances o aventuras, pero su aversión a las relaciones había impedido que descubriera el placer sexual de manera práctica. Claro que tenía veintiocho años y no era una ingenua. Sabía lo que era el sexo y no podía imaginar que tal actividad la interesase.

Entonces, ¿por qué se le encogió el estómago mientras la guapa doctora tocaba el brazo de Maximo? La rubia levantó la manga de la camisa para pasar un algodón por su piel y los movimientos le parecieron más lentos, más sensuales de lo que debería.

–Sólo necesitamos un poco de sangre –murmuró.

Alison tuvo que apartar la mirada. Le daba cierta angustia ver sangre y, estando embarazada, aún más. Se sentía frágil y lo último que quería era hacer algo tan ridículo como desmayarse.

–Bueno, ya está –anunció la doctora, volviendo a bajar la manga de la camisa–. En cinco días tendremos el resultado de la prueba. Si necesita algo antes de eso, llámeme. Ya sabe que siempre estoy disponible –añadió, apretando el brazo de Maximo.

Y Alison no pudo dejar de preguntarse para qué estaría disponible la buena doctora.

Cinco días. En cinco días sabrían si había alguna posibilidad de que su hijo pudiera estar afectado de esa terrible enfermedad.

Su hijo, de los dos. Le parecía tan irreal que aquel extraño fuera el padre de su hijo. Al menos, si el niño hubiera sido producto de un revolcón se conocerían de algo, pero no sabían nada el uno del otro. Ni siquiera compartían la atracción física que compartían la mayoría de las personas que esperaban un hijo.

«Mentirosa».

Muy bien, sí, se sentía atraída por él. Se había sentido atraída por otros hombres pero no así; aquello era diferente y debía reconocerlo.

Además, era un alivio saber que el niño le importaba lo suficiente como para hacerse la prueba de inmediato. Y que, si algo le ocurriese a ella, Maximo cuidaría de su hijo. Por el momento, al menos, no le parecía un adversario.

–¿Hay algún hotel que puedas recomendarme?

–¿Por qué necesitas un hotel? –le preguntó él.

–No me apetece dormir en la calle. Nunca me ha gustado ir de acampada.

–Siempre tienes una réplica

–Maximo miró su boca con un brillo de interés en los ojos oscuros y, sin darse cuenta, Alison se pasó la punta de la lengua por los labios. Se sentía atraído por ella, estaba segura. Y pensar eso hizo que se sintiera mareada...

Pero, tan repentinamente como había aparecido, el brillo de interés desapareció. Tal vez lo había imaginado, pensó. No había otra explicación. Ella no era fea en absoluto y lo sabía, aunque tampoco era una mujer despampanante. La esposa de Maximo, en cambio, habría hecho que una supermodelo pareciese una chica normal; sus facciones eran exquisitas, su pelo largo y liso siempre estiloso y elegante, su esbelta figura perfecta para los vestidos de diseño.

Recordaba perfectamente el rostro de su esposa porque era una celebridad antes de casarse con Maximo. Una soprano que había cantado en los mejores teatros del mundo, era una mujer llena de talento, preciosa y culta.

Y ella podía ser guapa, pero no tenía el atractivo universal que poseía Selena Rossi, de modo que sería absurdo pensar que Maximo pudiera estar interesado en ella. Ella era una chica normal y él un ejemplo de perfección masculina...

Y ahora estaba dramatizando.

Nerviosa, volvió a pasarse la lengua por los labios.

–Te alojarás en palacio –dijo él.

–No hace falta, puedo alojarme en un hotel.

–No lo dudo, pero estás embarazada de mi hijo y no quiero que estés sola en un hotel.

–¿No hay buenos hoteles en Turan?

–Hay muy buenos hoteles en mi país, pero eso no significa que vaya a permitir...

–¿Que vayas a permitir? –lo interrumpió ella–. Tú no tienes autoridad para obligarme a hacer nada.

–Estás embarazada de mi hijo, yo diría que eso me da cierta autoridad...

–¿Qué autoridad?

Maximo dejó escapar un suspiro.

–Alison, vas a tener un hijo mío y creo que eso me da derecho a saber dónde estás...

Ella se quedó boquiabierta.

–No tienes ninguna autoridad sobre mí. Eso es lo más primitivo que he escuchado en toda mi vida.

–Sólo quiero saber que estás bien... el niño y tú. ¿Qué hay de primitivo en eso?

–¿Aparte de que tú no tienes derecho a controlar absolutamente nada de lo que yo haga?

–No quiero controlarte, quiero protegerte. Estás embarazada de mi hijo, de modo que eres... mi mujer –replicó, exasperado.

–¿Tu mujer? –repitió Alison, ignorando el escalofrío de sensualidad que esa palabra la hacía sentir. Ridículo–. Yo no soy la mujer de nadie. Y aunque lo fuera... aunque hubiéramos concebido a este niño de la manera tradicional, no sería tu mujer. Soy más que capaz de controlar mi vida por mí misma, llevo muchos años haciéndolo.

–Sí, ya lo sé. ¿Cómo te va, por cierto?

–Imagino que igual que a ti.

Maximo suspiró.

–¿Por qué quieres pelearte conmigo, Alison? Si la prensa descubre quién eres, no te dejarán en paz. ¿Y qué pasaría si te persiguieran los paparazzi? No tienes idea de lo insoportables que pueden ser –en sus ojos podía ver un brillo de emoción que la sorprendió. Pero, así de repente, el brillo desapareció de nuevo.