Cicatrices del alma - Carole Mortimer - E-Book

Cicatrices del alma E-Book

Carole Mortimer

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Beschreibung

Bianca 1982 Una noche, un bebé, un matrimonio. El millonario italiano Gabriel Danti era famoso por sus proezas en el dormitorio... y Bella Scott fue incapaz de resistirse a la tentación de la noche que le ofrecía... Cinco años después, Bella vivía sola, labrándose una vida para su pequeño y para ella. ¡Jamás pensó que volvería a ver a Gabriel! Él había cambiado. Su cuerpo estaba lleno de cicatrices. Pero el deseo que sentía por Bella no había menguado. Y sabiendo que tenía un hijo, la deseaba más que nunca...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2009 Carole Mortimer

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Cicatrices del alma, n.º 1982 - octubre 2022

Título original: The Infamous Italian’s Secret Baby

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-247-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

LA fiesta es fuera, junto a la piscina.

Bella se quedó paralizada en el umbral, escrutando las sombras de la habitación no iluminada a la que había entrado por error… un estudio o una sala, a juzgar por las librerías y el escritorio. Apretó la mano sobre el picaporte cuando al fin vio la silueta de la figura grande e imponente sentada detrás del escritorio.

El hombre se hallaba completamente inmóvil, y esa misma quietud representaba un eco del desafío y el peligro en el tono de su voz. Por la luz que entraba desde el pasillo a su espalda, pudo vislumbrar el pelo negro sobre unos hombros anchos y el pecho poderoso cubiertos por una especie de polo oscuro.

Tragó saliva antes de hablar.

–Buscaba el cuarto de baño…

–Como puedes ver, no es éste –respondió él con voz divertida y algo de acento. Al hablar, la tensión desapareció y se reclinó en el sillón, con la cabeza ladeada mientras estudiaba la silueta del umbral–. O quizá no puedes ver…

Bella apenas dispuso de tiempo de darse cuenta de que la voz ronca le sonaba vagamente familiar cuando oyó el clic de un interruptor y una luz iluminó el escritorio con un resplandor suave y cálido. Y de inmediato reconoció al hombre sentado detrás.

¡Gabriel Danti!

Sintió que el corazón le daba un vuelco al mirar al hombre tan atractivo que tenía ante ella. El tupido pelo oscuro y los ojos de color chocolate eran casi negros por su intensidad. La piel cetrina exhibía una nariz recta y aristocrática, pómulos altos, una boca carnosa y sensual y un mentón cuadrado y arrogante, suavizado únicamente por el leve hoyuelo que lucía en el centro.

Era la cara por la que miles, no, millones de mujeres del mundo suspiraban. Soñaban. ¡Babeaban!

Italiano de nacimiento, Gabriel Danti era, con veintiocho años, el campeón actual de una Fórmula Uno que ya iba por el quinto mes de la nueva temporada. Aparte de ser favorito de ricos y famosos a ambos lados del Atlántico, era hijo único y heredero de Cristo Danti, presidente de los negocios y del imperio vinícola de los Danti, con viñedos en Italia y los Estados Unidos.

Mientras por su cabeza pasaban todas esas cosas, también fue consciente de que esa casa en la campiña de Surrey era el hogar inglés de Gabriel y que en realidad él era el anfitrión de la ruidosa fiesta que tenía lugar junto a la piscina. Entonces, ¿qué hacía ahí sentado en la oscuridad?

Se humedeció los labios.

–Lamento muchísimo haberte molestado. De verdad andaba buscando el cuarto de baño –sonrió con timidez. Qué terrible que la primera y probablemente única vez que pudiera hablar con Gabriel Danti, ¡fuera porque necesitaba encontrar el cuarto de baño!

Gabriel realizó un estudio minucioso de la mujer pequeña y de cabello oscuro de pie en el umbral de su estudio. Una mujer joven, en absoluto parecida a las rubias altas de piernas kilométricas con las que solía salir… «ni a la traicionera Janine», dijo lúgubremente para sus adentros.

Tenía el cabello largo y lacio, negro como el ébano y le caía suavemente sobre los hombros. La frente se la cubría un flequillo que resaltaba el rostro con forma de corazón, pálido y suave como el alabastro… dominado por un par de ojos de un inusual tono violeta como jamás había visto. Los labios carnosos resultaban sensuales e invitadores.

Bajó la vista al suave jersey de lana que llevaba, del mismo tono violeta que sus ojos. Los dos botones superiores estaban abiertos y revelaban el inicio de unos pechos asombrosamente plenos… y, si no se equivocaba, desnudos bajo la fina lana, lo que hacía que su cintura esbelta lo pareciera aún más en comparación. Las caderas estrechas y las piernas quedaban perfectamente definidas por unos vaqueros ceñidos.

Ese prolongado y pausado escrutinio le indicó que no la conocía.

¡Pero deseaba corregir eso!

Bella dio un involuntario paso atrás cuando Gabriel Danti se levantó y reveló que llevaba una camisa de seda negra que caía con fluidez sobre los músculos duros de sus hombros y pecho. Tenía los puños remangados hasta debajo de los codos, mostrando unos antebrazos ligeramente sombreados por un vello negro.

Medía como mínimo treinta centímetros más que su metro cincuenta y cinco y de inmediato dominó el espacio a su alrededor. Con cierta alarma, Bella comprendió que le era imposible moverse mientras ese alto italiano cruzaba la estancia con pasos felinos y se detenía a unos centímetros de ella. De inmediato la algarabía de la fiesta desapareció y sólo pudo oír a Gabriel.

Al descubrir que se hallaba como en una bruma, incapaz de apartar la vista de la oscura belleza de su cara, pensó que se había equivocado. Gabriel Danti no era atractivo; era, sencillamente, hermoso.

Pudo sentir el calor que emanaba del cuerpo de él, oler la loción para después del afeitado, la fragancia masculina que invadió y reclamó sus sentidos, llenándola con un letargo cálido y la necesidad de acercarse a esa embriagadora masculinidad.

En el último instante tuvo que alzar la mano para evitar que su cuerpo se pegara al de Gabriel. Cerró los dedos sobre la seda negra de la camisa de él y sintió el batir regular del corazón contra las yemas de sus dedos.

¿Qué le estaba pasando?

Jamás reaccionaba de esa manera con los hombres. Al menos, nunca antes lo había hecho…

Tenía que…

Se quedó paralizada cuando Gabriel Danti alzó una de esas manos elegantes y tan diestras en el manejo de un volante a velocidades vertiginosas y le tomó el mentón, mientras con el dedo pulgar le acariciaba el labio inferior.

El calor hormigueante que experimentó bajó por su cuerpo y se asentó con ardor entre sus muslos.

–Tienes los ojos más hermosos que he visto en mi vida.

La voz sonó ronca y baja, como si fuera consciente de que cualquier otra cosa rompería el hechizo que los rodeaba.

–Tú también –musitó Bella; tenía el pecho agitado por el esfuerzo que le requería respirar.

Él emitió una risa ronca antes de que su mirada se tornara más intensa e inquisitiva.

–¿Has venido con alguien?

Ella parpadeó, tratando de pensar.

–Yo… estoy con un grupo de amigos –movió la cabeza con timidez mientras los ojos de él la obligaban a responder–. Sean es el sobrino de uno de tus mecánicos.

–¿Es tu novio? –su voz proyectó un leve tono cortante ausente momentos antes.

–¡Cielos, no! –negó con una sonrisa y el cabello le cayó sobre los pechos–. Sólo vamos juntos a la universidad. Espero que no te importe que Sean trajera a algunos de sus amigos –frunció el ceño–. Su tío dijo que…

–No me importa –cortó él para tranquilizarla–. Veo que tienes ventaja, ya que conoces mi nombre… –sonrió, a la espera.

Ella se ruborizó levemente.

–Soy Bella –repuso con voz ronca.

–¿Bella?

–Isabella. Pero todo el mundo me llama Bella.

Gabriel no supo si quería formar parte de «todo el mundo» en lo concerniente a esa mujer tan fascinante. Enarcó una ceja.

–¿Eres italiana?

–No –rió suavemente, mostrando unos dientes pequeños y blancos–. Mi madre le permitió a mi padre, que es médico, elegir los nombres de mi hermana pequeña y el mío, y eligió los nombres de dos de sus modelos y actrices favoritas: Isabella y Claudia. Cuando mi hermano nació hace seis años, le tocó elegir a mi madre. Eligió Liam. Por el actor. Un irlandés alto que mi madre describe como un hombre con unos «ojos azules muy sexys»…

–Lo conozco –reconoció él.

–¿Lo conoces personalmente? –fue consciente de que hablaba demasiado de cosas que no debían tener interés alguno para un hombre como Gabriel Danti. Lo achacó a los nervios. A la incapacidad de pensar con coherencia sintiendo los dedos de él en su barbilla.

–Así es –sonrió–. Por supuesto, no puedo confirmar que sus ojos sean sexys, pero…

–Ahora te estás burlando de mí –le reprochó con timidez.

–Sólo un poco –murmuró–. ¿Has dicho que vas a la universidad?

–Iba –corrigió con pesar–. Acabé el mes pasado.

Eso le reveló que tendría unos veintiuno o veintidós años.

–¿Qué estudiabas.

–Arte e Historia.

–¿Con vistas a enseñar, quizá?

–La verdad es que aún no estoy segura. Espero algo que abarque ambas cosas –se encogió de hombros.

Con su altura superior, el movimiento le brindó a Gabriel un vistazo de la plenitud de esos pechos.

No recordaba haberse sentido tan instantáneamente atraído alguna vez por una mujer. Era consciente de cada músculo y tendón de su propio cuerpo y de los de ella. Potenciaba una necesidad y un apetito interiores que demandaban que esas curvas esbeltas se acoplaran contra los planos duros de su cuerpo. Íntimamente.

Ella emitió una risa nerviosa al ver cómo los ojos de él se habían oscurecido.

–Si me disculpas, creo que iré en busca del cuarto de baño…

–Es el siguiente cuarto a éste, a la derecha –interrumpió él sin soltarle la barbilla–. En tu ausencia, sugiero ir a buscar una botella de champán y unas copas y que luego localicemos un sitio más cómodo donde continuar esta conversación, ¿te parece?

¿Qué conversación? ¡Estaba segura de que Gabriel Danti no quería oír más sobre su licenciatura en Arte e Historia o su familia!

–¿No deberías volver con tus invitados? –frunció el ceño.

Rió con leve perversidad.

–¿Suena como si me echaran de menos?

La fiesta sonaba más ruidosa y más descontrolada que nunca, lo cual costaba creer, pues varios invitados ya se habían desnudado y arrojado a la piscina antes de que ella fuera en busca de un cuarto de baño. La fiesta daba la impresión de estar fuera de control de un modo que la incomodaba.

Le había parecido divertido cuando Sean Davies había invitado a algunos de sus ex compañeros de estudios a la fiesta en Surrey, hogar de Gabriel Danti. Había representado una oportunidad de mezclarse con los ricos y famosos.

El hecho de que la mayoría de esos «ricos y famosos» se estuvieran comportando de un modo que ella jamás habría imaginado le sorprendía. No era que fuera una puritana, pero sí la desconcertaba observar a un hombre al que la última vez que había visto había estado presentando las noticias de la noche, un respetado hombre de mediana edad, saltar desnudo a la piscina de Gabriel Danti.

–Ven, Bella –quitó la mano de su barbilla y la posó en su cintura–. ¿Tienes alguna preferencia de champán?

–¿Preferencia? –repitió. El champán era champán, ¿no?

–¿Blanco o rosado? –explicó él.

–Eh… rosado será perfecto –siendo estudiante lo que había determinado su elección de vinos era que no costaran mucho–. ¿Seguro que no prefieres que nos reunamos con los invitados? –titubeó en el pasillo, desconcertada por que quisiera pasar tiempo con ella…

–Estoy muy seguro, Bella –la hizo girar en la curva de su brazo hasta dejarla de cara a él–. Pero quizá tú prefieras regresar con tus amigos…

Tragó saliva cuando Gabriel no hizo esfuerzo alguno en ocultar la intensa sensualidad que ardía en sus ojos.

–No, yo… –calló al darse cuenta de que su voz sonaba varias octavas más alto que lo normal–. No, creo que me gustaría más beber champán contigo.

Los ojos oscuros de él centellearon con satisfacción al alzar las manos para enmarcarle el rostro antes de bajar despacio la cabeza y tomar posesión de su boca. Emitió un gemido ronco cuando Bella cedió a la tentación, abrió los labios y lo invitó a entrar.

Bella experimentó una sensación leve de mareo debido al torrente ardiente de deseo que la recorrió. Los pechos se le pusieron firmes y le palpitaron, e instintivamente trató de frotarse contra la dureza del torso de Gabriel; la fricción le aportó cierto alivio al tiempo que sentía que el deseo se concentraba entre sus muslos.

Cuánto lo deseaba. Jamás pensó que se pudiera desear tanto a un hombre… y el ardor del beso, la dureza de los muslos de él contra los suyos, le indicó que dicha necesidad era recíproca.

Gabriel jamás había probado algo tan dulce como la boca de Bella. Nunca había sentido algo tan exuberante y perfecto mientras le acariciaba las caderas y luego le coronaba el trasero para pegarla a él y acomodar la erección contra su estómago liso.

Quebró el beso para mirarla. Esos hermosos ojos violetas eran casi púrpura y apenas podía distinguir las pupilas. Tenía las mejillas acaloradas y los labios inflamados por el beso… estaba aun más tentadora. Sentía los pechos firmes contra su torso y los pezones duros contra la fina tela de su camisa.

–Ve. ¡Antes de que pierda el poco sentido común que me queda y te haga el amor aquí mismo en el pasillo! –la hizo girar en la dirección del cuarto de baño que había estado buscando–. Regresaré en dos minutos con el champán y las copas.

Bella se sentía completamente aturdida y desorientada al entrar en el cuarto de baño, cerrar la puerta y apoyarse contra ella.

Tenía veintiún años, y en los últimos cinco o seis años había salido con docenas de chicos, ¡pero nunca antes había conocido algo tan letal o potente como los besos de Gabriel!

Se irguió para mirarse en el espejo que había sobre el lavabo. Las mejillas le brillaban por la calidez de la excitación. Tenía la boca inflamada, ¡y entreabierta como en un gesto de invitación! Los ojos tenían un tono violeta intenso y las pupilas estaban inmensas. En cuanto a sus pechos…¡Si tuviera algo de sensatez se marcharía de inmediato! Si tuviera algo de voluntad, se obligaría a irse.

Pero supo que no iría a ninguna parte que no fuera de regreso a los brazos de Gabriel Danti…

 

 

–¿Te gusta?

–Mmm.

–¿Te apetece más?

–Por favor.

–Acércate un poco, entonces. Ahora extiende la mano.

Alzó la mano que sostenía la copa para dejar que Gabriel le sirviera más champán mientras estaba sentada en el sofá a su lado, notando al mismo tiempo que él no había probado el espumoso desde que depositara su copa en la mesita que tenían frente a ellos. Se hallaban en el salón de la parte delantera de la casa en la primera planta, bien alejados de la ruidosa fiesta que continuaba abajo.

–Tú no bebes –señaló en un esfuerzo por ocultar el temblor de su mano al volver a llevarse la copa a los labios y tomar un sorbo del delicioso champán rosado.

Él movió la cabeza, con el brazo en el respaldo del sofá mientras jugaba con los mechones sedosos del cabello de ella.

–Mañana tengo una sesión de pruebas y jamás bebo si voy a conducir al día siguiente.

–No deberías haberte molestado en abrir una botella sólo para mí.

–No es sólo para ti –le aseguró Gabriel, introduciendo el dedo en la copa de ella antes de pasarlo levemente por la oreja y la línea de la mandíbula de Bella–. He dicho que no bebo antes de conducir, no que no pretenda disfrutar de su sabor –musitó sobre el lóbulo de su oreja mientras con los labios seguía el sendero marcado por el champán y la lengua quemaba la piel sensible.

La combinación de Bella y el espumoso le resultó más embriagadora para los sentidos que beberse una botella entera. Su piel era suave al tacto y su sabor dulce le transmitió el calor al cuerpo hasta que todo él palpitó con la necesidad de tocarla más íntimamente.

La miró a los ojos mientras volvía a introducir el dedo en el líquido antes de abrir otro sendero por el mentón, la delicada curva del cuello, el nacimiento expuesto de los pechos, siguiéndolo casi de inmediato con los labios.

Bella se retorció de placer cuando el calor de la boca se demoró en sus pechos.

–Gabriel…

–Déjame, Bella –pidió con voz ronca–. Deja que te bañe en champán para poder beber de tu cuerpo –posó la palma de su mano en la mejilla de ella y movió el dedo pulgar sobre la boca entreabierta–. ¿Me permitirás hacerlo?

Bella supo que había aceptado exactamente el rumbo que seguía la situación en cuanto había acordado acompañar a Gabriel al salón privado adjunto a su dormitorio. Aunque agradecía que la puerta de la habitación hubiera permanecido cerrada, ya que en caso contrario podría haber sentido pánico mucho antes.

Aunque tuvo que reconocer que más que pánico, lo que la embargaba era un delicioso temblor de expectación. La sola idea de Gabriel vertiendo champán sobre su cuerpo totalmente desnudo antes de lamer despacio cada gota bastaba para que cada centímetro de su cuerpo hormigueara con una percepción que de pronto hizo que la poca ropa que llevaba pareciera que le apretara y la limitara.

–Siempre y cuando yo pueda hacer lo mismo –hundió el dedo en el champán antes de pasarlo con gesto sensual por los labios levemente separados de él–. ¿Puedo? –se detuvo con la boca a unos centímetros de la de Gabriel, escudriñando los ojos castaños.

–Por favor, hazlo –la animó,

Lo que le faltaba en experiencia esperaba compensarlo con el gozo de que le proporcionaran la libertad para explorar la esculpida perfección de la boca de Gabriel del mismo modo que lo había hecho él. Notó que contenía el aliento cuando le mordisqueaba el labio y con la lengua lamía lentamente el champán embriagador. Él enterró los dedos en su cabello y, cuando los cerró, supo que la caricia que le estaba dando a su labio lo excitaba tan profundamente como a ella.

Con cada lametón el cuerpo de Gabriel se endureció más y el palpitar que dominaba sus muslos se transformó en una exigencia urgente. ¡De hecho, no estuvo seguro de poder llegar al dormitorio antes de quitarle la ropa al cuerpo deliciosamente receptivo de Bella y penetrarla!

Se retiró con brusquedad y se levantó con una mano extendida.

–Ven conmigo, Bella –invitó al recibir una expresión insegura.

Siguió mirándola mientras ella posaba la mano en la suya y se incorporaba con fluidez; los pechos agitados bajo el jersey.

Era diminuta. Delicada. Absolutamente deseable.

Sintió que los músculos abdominales se le contraían con la potencia de ese deseo. Sin soltarle los dedos, recogió la botella de champán con la otra mano y en silencio marcharon hacia el dormitorio.

–Por favor, no… –protestó ella con timidez cuando Gabriel hizo el ademán de encender la luz de la mesilla.

Tenía una cama con dosel, una verdadera antigüedad, con cortinas de brocado dorado.

Se dijo que sin importar lo antiguas que fueran, seguía siendo una cama… que no le cabía duda de que en breve tiempo estaría compartiendo con Gabriel Danti.

Era una locura. ¡Una absoluta y deliciosa locura!

–Quiero poder mirarte mientras te hago el amor, Bella –le explicó de pie muy cerca de ella pero sin tocarla–. ¿Me lo permitirás? –la animó con voz ronca–. Me desvestiré primero si así te sientes más cómoda…

¡Dios sabía que ella quería mirarlo en toda su desnuda gloria!

–Por favor, hazlo –suplicó sin aliento.

Gabriel encendió la lámpara de la mesilla y la habitación quedó bañada con un resplandor dorado; luego comenzó a desabotonarse la camisa negra.

Ella tenía la vista clavada en los movimientos de las manos largas y elegantes mientras soltaban los botones y la seda se abría y revelaba la dureza del pecho de Gabriel, cubierto con vello negro que iba espesándose al llegar al ombligo y desaparecer bajo de la cintura de los pantalones a medida.

Fue el instinto, la compulsión, lo que hizo que alargara la mano y le tocara el torso, que sintiera la tensión de su piel bajo las yemas de los dedos. Esa piel estaba encendida, casi febril, y los músculos se contrajeron cuando subió las manos para quitarle la camisa por los hombros antes de dejarla caer al suelo alfombrado.

Gabriel era tan hermoso como el ángel por el que había sido bautizado. Y sus ojos lo observaron con un fuego codicioso.

Quería ver más. ¡Quería verlo todo!

Las manos le temblaron levemente al bajarle despacio la cremallera de los pantalones. Los dedos rozaron su erección por encima de los calzoncillos negros y le oyó contener el aliento.

La mano de él apretó la suya contra esa masculinidad.

–Siente cuánto te deseo, Bella –soltó con intensidad–. ¡Siéntelo!

Nunca se sintió más segura de algo en la vida mientras con movimiento lento y deliberado bajaba la última prenda y liberaba la erección palpitante.

Cuando lo tocó, notó que estaba increíblemente duro.

Gabriel sintió que el control se le escapaba y gimió con suavidad. Cerró los ojos y apretó la mandíbula a medida que su placer se centraba por completo en la caricia de los dedos de Bella. El egoísmo lo impulsó a desear que las caricias prosiguieran hasta la placentera conclusión. Pero por encima de eso, anhelaba verla, tocarla con la misma intimidad.