Coartada perfecta - Agatha Christie - E-Book

Coartada perfecta E-Book

Agatha Christie

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Beschreibung

Dos muertes narradas al inicio de la obra acaban con la tranquilidad de King's Abbot, una pequeña y sosegada ciudad británica. Mrs. Ferrars asesina a su brutal marido y es víctima de extorsión hasta que ella, sin poder aguantar más, se suicida. El hombre a quien amaba, Roger Ackroyd, recibe una carta que da pistas sobre nombre del extorsionador, quien le llevó a tal fatídico desenlace. Pero antes incluso de conocer la identidad del personaje, algo terrible sucede a Roger Ackroyd. El detective Hercules Poirot, recién retirado a King's Abbott, es llamado para tratar de resolver el complejo caso, cuyo fin será de lo más sorprendente e inesperado. Se trata, según la crítica, de una de las mejores obras de Agatha Christie. En 2013, El asesinato de Roger Ackroyd fue elegida como la mejor novela de crimen de todos los tiempos por 600 miembros de la Asociación de Escritores de Crimen.

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Coartada perfecta
Agatha Christie
Century Carroggio
Derechos de autor © 2023 Century Carroggio
Todos los derechos reservados
Contenido
Página del título
Derechos de autor
Introducción a la autora y su obra
ACTO PRIMERO
CUADRO PRIMERO
CUADRO SEGUNDO
ACTO SEGUNDO
ACTO TERCERO
CUADRO PRIMERO
CUADRO SEGUNDO
Introducción a la autora y su obra
Por Juan Leita
La fama de Agatha Christie es tan considerable en el campo de la novela policíaca que la inmensa mayoría de la gente identifica el género con una obra de la famosísima autora inglesa. Sus novelas, continuamente reeditadas, aparecen en todas las librerías de los aeropuertos y de las estaciones de ferrocarril como una poderosa tentación para los viajeros. Su nombre va ligado de una forma sinónima con la agradable distracción y el ingenioso pasatiempo. Por esto su obra ha constituido también el más importante best-seller en el ámbito concreto de la novela policíaca y quizá igualmente o de manera parecida en el terreno general de la novela. No sin razón afirmaba Bernard Shaw que Agatha Christie era la mujer a la que más ganancias había producido el crimen después de Lucrecia Borgia.
La constante adaptación de sus novelas a la pantalla constituye también una muestra inequívoca de su enorme popularidad. Diez negritos ha visto cómo plasmar varias veces en el celuloide su trama extraordinariamente única y fuertemente original. Posteriormente, Asesinato en el Orient Express ha sido vertida felizmente a la pantalla con un brillante reparto y una excelente interpretación. Basta recordar que la actriz Ingrid Bergman consiguió un nuevo Oscar por su participación enormemente precisa y ajustada en este film.
Sería largo y prolijo intentar una reseña de todos los datos y valores que distinguen a Agatha Christie como uno de los nombres más relevantes de nuestra época. Por otra parte, si ello se hiciera con el mero fin de presentar la personalidad y la obra de la celebérrima autora, sería también algo totalmente superfluo. ¿Qué cabe decir de alguien que ha conseguido mantener en cartel durante treinta años una pieza teatral en el Ambassadors de Londres, como es el caso de La ratonera? Después de dar la vuelta al mundo, la ingeniosa trama sigue representándose, se trata de un hecho realmente único.
Agatha Christie inició su brillantísima carrera con la publicación en 1920 de lanovela titulada El misterioso caso de Styles. Desde entonces realizó una enorme carrera literaria. La crítica ha mostrado diversas tendencias en el momento de enjuiciar su inmensa y variada producción. Por una parte, se admiraba y se alababa su poderoso poder de creación en el campo del enigma y de la situación ingeniosa. Por otra, se criticaba su falta de juego limpio en el planteamiento y su pretendida intención de engañar al lector. Por una parte, se elogiaba su aguda percepción psicológica y, por otra, se apuntaba la excesiva retórica y el carácter un tanto trasnochado de sus más famosos personajes.
Es evidente que Christie posee un don que la distingue y determina entre todos los demás autores del género. Este don es el poder mágico de la plasticidad: es decir, la capacidad de corporeizar una idea, de transformar en objeto sensible para los sentidos lo que, en su origen, es intuición abstracta impalpable.
En efecto, aun cuando se haya podido llegar a pensar que las novelas de Agatha Christie empezaban a perder interés por la desintegración de los elementos clásicos que las especifican, lo cierto es que siguen perdurando por el auténtico valor que las determina: la situación original del objetivo, de los actores, de la luz y de la sombra, de la poesía, del sentimiento, en una palabra: la mágica plasticidad de una trama. ¿No es acaso esto y solo esto lo que se admira en Diez negritos? En el fondo, al lector verdadero poco le importa el «juego limpio», el proceso analítico, el encadenamiento lógico de las pistas. Lo que todo el mundo ha de admirar en realidad es el acontecimiento único, la belleza de la situación, la luz y la sombra que nacen del poder estético de la trama. ¿No es acaso esto y solo esto lo que uno goza en Testigo de cargo? No se trata ni de análisis ni de prosecuciones lógicas de la verdad. Lo que todo el mundo disfruta es la originalidad de la peripecia, la poesía y el sentimiento inherentes al suceso, la condición estéticamente perfecta de los actores, tal como se admiraba en la espléndida versión cinematográfica protagonizada por Charles Laughton, Tyrone Power y Marlene Dietrich.
El recalcar esta soberanía de la «plasticidad» en las novelas de Christie resulta de trascendental importancia. Dorothy L. Sayers anunciaba ya a comienzos de los años treinta que, tarde o temprano, la novela-problema desembocaría en un auténtico callejón sin salida, ya que los lectores aprenderían finalmente todos los «trucos» empleados por lo común dentro del género. La novela policíaca clásica se vería condenada a la desintegración, de seguir en el terreno del enigma y en la empeñada tarea de descubrir quién es el criminal. Muchos años más tarde, en 1958, el Sunday Times empezó a publicar los resultados de una encuesta que parecían confirmar por entero aquellas predicciones. La última novela elegida era ya una clara muestra de cómo los gustos se habían desplazado evidentemente del planteamiento clásico, para acoger un nuevo tipo de trama mucho más cercana a la novela psicológica o social. Con esta ocasión, Edmund Wilson publicó un artículo muy representativo titulado ¿A quién le preocupa saber quién mató a Roger Ackroyd? En él se resumía la evolución del género, señalando concretamente que la novela-enigma había perdido ya todo interés. El proceso analítico y la incógnita del criminal ya no representaban ningún aliciente. Habían caído en la cima de la reiteración y del esquematismo superficial. Desde entonces había de prevalecer la novela en la que abundasen cada vez más los elementos sociales y eminentemente psicológicos. Con todo, a pesar de que el punto crucial de la ruptura se determinaba con la alusión directa a la famosa novela de Agatha Christie El asesinato de Roger Ackroyd, es desde luego evidente que se soslayaba por completo el valor auténtico y decisivo de las obras de Christie. Aun cuando los gustos hubieran evolucionado con respecto a los ingredientes reseñados de la novela clásica, todavía no se había dicho nada de aquella cualidad definitiva que acabamos de destacar en la obra de la genial autora inglesa. La verdad de la pregunta de Edmund Wilson se pondría únicamente de manifiesto si tuviera un tono melancólico. Porque, de hecho, lo que hay que poner de relieve con respecto a las obras de Agatha Christie es la independencia esencial que tiene su valor estético atemporal y objetivo frente a la experiencia humana referente a la evolución de la novela policíaca. La belleza de las situaciones ideadas por ella siempre es por sí misma algo más que una experiencia circunstancial de lo bello. Es siempre más que una sensación subjetiva, más que un juicio subjetivo. A esta cualidad y a este valor auténtico de sus obras hay que conservarlos y defenderlos frente a toda subjetivación y psicologización, tanto del concepto de la novela policíaca como de su experiencia concreta. Quizá los gustos se hayan desplazado ya enteramente del planteamiento clásico. Quizá se acoja con mayor aquiescencia un nuevo tipo de estructura narrativa mucho más cercana a la novela psicológica y social. El proceso analítico y la incógnita del criminal pueden haber perdido su antigua atracción inigualable. Es posible incluso que no se acomoden al gusto de la época los ambientes y los personajes creados por Agatha Christie. El plácido reposo de miss Jane Marple, su fisonomía inmóvil y elegante, parecerán antiguos adornos casi ya olvidados. El ambiente descrito tendrá el aire y el espíritu de algo añejo y circunstancialmente fenecido. Hércules Poirot recordará en sí mismo todos los ingredientes de una sociedad pasada. Son posibilidades todas estas, que podrían ser objeto de discusión, ya que no son ni mucho menos evidentes. Pero la originalidad de la trama, la belleza del acontecimiento, la luz y la sombra que nacen del poder estético de la situación hacen exclamar a quienes conservan su sentido abierto para con la esencia de la obra de arte: «¡Qué extraordinario! Todo es maravillosamente perfecto y un suave espíritu de gravedad se derrama inundándolo todo. Verdaderas obras maestras de arte puro». Desde este punto de vista, la melancolía ha de hablar en la pregunta de Wilson acerca de que la obra maestra en el arte policíaco se escape en su esencia a los hombres de una época. El auténtico lector, no obstante, ha de quedar sintonizado por este tono melancólico y triste, porque sigue conservando su abertura para con la esencia real de las obras magistrales de Christie. De ahí que la melancolía no haya de alcanzar a sumirle en la depresión. Debe permanecer firme en ella, porque sabe que el verdadero arte de una de sus novelas va más allá de cualquier gusto de la época. La belleza de la situación y su enorme plasticidad siguen siendo lo que son, prescindiendo de cómo se responda a la pregunta: ¿A quién le preocupa saber quién mató a Roger Ackroyd?
En un sentido estrictamente consecuente, la cualidad decisiva de la estética de la trama lleva consigo un aspecto importante en la cuestión que nos ocupa. El elemento definitivo de la «plasticidad» se relaciona intrínsecamente en el caso de las novelas de Agatha Christie con la teatralidad que poseen en su esencia. El carácter propio de la belleza de la situación apunta no en dirección de un documento escrito, sino más bien en el sentido de representación escénica. Precisamente porque se trata de la situación original, de la luz y de la sombra que nacen del poder estético de la trama, la cualidad verdadera y el auténtico valor de las obras de Christie poseen unas características esencialmente «teatrales». Es en la puesta en escena donde se capta perfectamente la capacidad de la idea para hacerse sensible. El espectador ya no atiende al juego limpio ni al encadenamiento lógico de las pistas. Poco le importa. Lo que admira únicamente es la tangible plasmación en un escenario, por medio de unos actores, de una atrevida trama. Al asistir a una representación, va ya a dejarse subyugar por este elemento definitivo. Por esto no es de extrañar que la producción literaria de Agatha Christie sea prácticamente la única entre todas las obras del género policíaco que haya sido vertida constantemente al teatro.
Impulsados por este motivo básico, en esta serie sobre Agatha Christie ofrecemos algo que constituye una verdadera primicia en un doble sentido. En primer lugar, hay que destacar el hecho de que por primera vez se presenta al público de habla española un selecto compendio de la obra teatral de Christie. Mientras las novelas han sido reeditadas numerosísimas veces, las obras dramáticas apenas habían visto la luz -sólo algunas de ellas- en pequeñas ediciones para el teatro. La gran mayoría era prácticamente inédita, incluso en su idioma original, y así se mantenía debido sobre todo a la retención de derechos por parte de las compañías. Con orgullo, pues, presentamos las piezas más significativas de la producción dramática de Agatha Christie, conscientes de que semejante selección y publicación es una auténtica novedad editorial. Añadamos que dicha selección se ha realizado con un criterio muy riguroso en cuanto a la calidad dramática de las obras. Testigo de cargo posee una tremenda fuerza y una notable agilidad, de rotundo impacto, que contrasta precisamente por su mayor categoría con respecto al relato original de donde procede: una de las narraciones breves de la autora. Diez negritos sigue atrayendo mágicamente por su extraña e inimitable originalidad. La telaraña fue, en su día, y lo ha seguido siendo en todas sus reposiciones, uno de los mayores éxitos conseguidos por Agatha Christie en el teatro; perfectamente estructurada y con una espléndida creación de personajes, en muchos aspectos quizás es superior a la que se ha mantenido tanto tiempo en cartel como estreno perenne y riguroso. La visita inesperada -escrita directamente para el teatro- es igualmente espléndida. En ella se ponen en juego los recursos escénicos con una maestría sin igual, de forma que Christie se consagra en ella como autora dramática de gran categoría. Coartada perfecta es obra primeriza; corresponde a la famosa novela El asesinato de Roger Ackroyd, celebérrima tanto por su planteamiento como por su solución. En ella hubo un error fundamental, cual fue el intento imposible de llevar a la escena a Hércules Poirot, un Hércules Poirot, no hay que olvidarlo, que en el momento en que se escribió esta obra, 1928, estaba aún algo desdibujado. Digamos, como anécdota, que fue encarnado en el estreno por el genial actor Charles Laughton, a quien difícilmente logramos imaginar en ese papel de Poirot, prueba de la indefinición del tipo en aquel entonces. Protagonista de novelas, el detective belga se diluye como personaje dramático, poniendo así una vez más en evidencia que lo auténticamente teatral de las obras de Christie no es lo accesorio, sino lo más profundo de la trama. Finalmente, Asesinato en la vicaría corresponde a la novela del mismo título, publicada en 1930, en la que aparecía por primera vez miss Jane Marple. Aquí sí que el encanto de la ingeniosa y amable viejecita cobra en la escena una particular relevancia, aun a costa de transformarse sutilmente.
En segundo lugar, la presente selección posee el mérito indeclinable de insistir y poner de relieve esa cualidad decisiva de la obra literaria de Agatha Christie a que venimos haciendo referencia. La ya citada «plasticidad» de las situaciones creadas por la autora se ve sobre todo en el momento en que se escenifican y se estructuran en el atractivo marco teatral. La belleza de la trama aparece principalmente cuando se trata de manifestarla en un sentido muy preciso y concreto. Por esto hay que aludir aquí a un error común que suele cometerse aún hoy en día con respecto a la apreciación de la obra de arte. Son muchos todavía los que se empeñan en abrirse a la belleza por la significación ideológica que se encierra en la esfera de la sensibilidad. Así, la constatación «no quiere decir nada» parece bastar la mayoría de las veces para desacreditar una obra teatral o cinematográfica. ¿Qué quiere decir Samuel Beckett con Esperando a Godot? ¿Qué quiere decir Alfred Hitchcock con Frenesí? No obstante, en la época moderna esta contraposición platónica entre idea y materia es algo ya imposible. En sentido estricto, aquello que después del fin del platonismo, sigue experimentándose como el manifestarse de lo bello, como lo bello mismo, no se identifica en modo alguno con lo que antes se denominaba formalidad o inteligibilidad. La idea, sea cual sea, no es la esencia de la belleza. Lo que ahora se experimenta como bello, como lo que aparece bello -con toda la ambivalencia que encierra la palabra «aparecer»-, no es ya ni el existente desdoblado en materia e idea, ni su residuo material, sino el existente mismo y quizás incluso el ser en su coherente unidad y fugaz existencia. La experiencia de Albert Camús, por ejemplo, lo pone claramente de manifiesto. En su Diario de a bordo relata la percepción interior de una noche. No emplea la palabra belleza, pero describe una belleza casi indescriptible a la que denomina «dulce temblor del ser»: «Medianoche. Solo, a la orilla. Esperaré aún un poco y luego me iré. El cielo mismo guarda silencio con todas sus estrellas, como paquebotes de fuego que en el mundo entero alumbran a estas horas las oscuras aguas de los puertos. La lejanía y el silencio pesan sobre el corazón. Un amor turbulento, una gran obra, una acción decisiva, una idea feliz causan a veces la misma angustia insoportable, acompañada de una irresistible seducción. Dulce temblor del ser. Dulce, excitante cercanía del peligro, cuyo nombre nos es desconocido». Esta experiencia de la belleza que se encuentra no detrás sino dentro mismo de las cosas y de los fenómenos mundanos (bien sean los de la naturaleza, los de la técnica o los de las relaciones humanas) es lo que ha de presidir y determinar la aproximación a las obras teatrales de Agatha Christie. No se trata de querer abrirse a la belleza por la «significación ideológica» que se encierra en la esfera de la situación criminal descrita. Desacreditarlas en este sentido significaría poseer aún acceso al platonismo. Por el contrario, quien tenga una experiencia no anacrónica o atemporal tendrá que aceptar la belleza intrínseca al fenómeno de una situación original y de una peripecia extrañamente única. De lo que se trata precisamente es de experimentar la estética de la trama. Lo que aparece bello -con toda la ambivalencia real y teatral que encierra la palabra «aparecer»- no es ya ni la situación desdoblada en materia e idea, ni su residuo formal, sino la misma situación y quizás incluso la trama en su coherente unidad y fugaz existencia. En el marco criminal de la medianoche, en lasoledad de quien se encuentra a la otra orilla de la benignidad humana, se trata de esperar un poco y luego marcharse para sentir la lejanía y el silencio que pesan sobre el corazón después de un fenómeno tan inquietante. Como un amor turbulento, como una gran obra, como una acción decisiva, también las situaciones creadas por Agatha Christie causan la misma angustia insoportable, acompañada de una irresistible seducción. Testigo de cargo, Diez negritos. La telaraña... todas las obras de Christie provocan un dulce temblor del ser, una dulce y excitante cercanía del peligro, cuya traducción ideológica nos es desconocida. Por esto la falsedad de la pregunta de Edmund Wilson se revela igualmente en el hecho de que apunta solo a la superficialidad del conocimiento. «Saber» quién mató a Roger Ackroyd no se agota en el caso de la obra de Agatha Christie en un mecanismo de intelección y de captación ideológica. Quien siga conservando su sentido abierto para con la esencia de la obra de arte, quien sepa percibir el dulce temblor del ser y sentir la angustia insoportable y la irresistible seducción que provoca la estética de la trama, disfrutará y se preocupará también de «saber» quién mató a Roger Ackroyd simplemente por la belleza de su coherente unidad y de su fugaz existencia.
Al presentar, pues, la obra policíaca de Agatha Christie, hemos creído que sería un fiel experimento aducir precisamente sus obras escritas exprofeso para el teatro y las adaptaciones escénicas -realizadas por ella misma- de sus novelas más relevantes. La gran cualidad y el inmenso valor de sus creaciones literarias se ponen patentemente de manifiesto en su «teatralidad», ya que se trata sobre todo de la belleza plástica de la situación. Si en sus novelas, tantas veces reeditadas, cabía pensar que los elementos clásicos de la novela-enigma y el carácter victoriano de sus personajes tendían a postergar de un modo u otro a la famosísima autora inglesa, en su teatro se ve claramente que la verdadera originalidad de su producción sigue per­durando por encima del tiempo. Inmóvil todavía, elegante, continúa adornando uno de los más bellos lugares del género policíaco. Por esto, no sin razón, sigue atrayendo las grandes masas de las artes plásticas más expresivas y populares: el cine y el teatro.