Cóctel de seducción - Julie Kenner - E-Book

Cóctel de seducción E-Book

Julie Kenner

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Beschreibung

Para el cóctel perfecto, mezcle lo siguiente: -Una mujer decidida a encontrar a la seductora que lleva dentro. -Un playboy famoso e increíblemente sexy. -Una loca fiesta. -Un beso impulsivo que lleve a una noche de pasión explosiva. Claire Daniels busca amor… aunque sea con su ex novio. Pero cuando lo ve en aquella fiesta con otra mujer, besa al hombre que tiene más cerca. Sin embargo, Ty Coleman no quiere poner fin al beso…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 2010 Julie Kenner

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Coctel de seducción, nº 415 - mayo 2024

Título original: Moonstruck

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788410628410

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Claire Daniels miró a su alrededor, en la atestada pista de baile de Decadente, con sus luces de colores vibrantes y su música demasiado alta, y se preguntó qué narices hacía allí.

La culpa, claro, era de Alyssa, su mejor amiga, que la había arrastrado allí en Nochevieja.

—¿Quiere soplar? —un hombre guapísimo, que llevaba una camiseta negra ajustada con la palabra «Decadente» pintada en letras blancas, le tendió algo con una sonrisa seductora.

—¿Cómo dice? —Claire enarcó una ceja con un gesto altivo que había perfeccionado a los ocho años, después de ver muchas horas Star Trek y pasar mucho tiempo en el cuarto de baño hasta que hubo convencido a sus músculos faciales de que se movieran de ese modo.

—Para medianoche —repuso el hombre—. Para hacer ruido.

—Oh. Claro. De acuerdo. Gracias —ella tomó el matasuegras y sonrió al adonis—. Genial. Gracias. Será divertido —hablaba deprisa, con intención de alejarlo y volver a su penosa situación de estar sola en un bar en Nochevieja, la noche por excelencia en la que todo el mundo tenía una cita.

No debería estar allí.

El adonis se perdió en la multitud y Claire buscó a Alyssa con la mirada para decirle que ya estaba harta y que se iba a casa. Al menos allí podría acurrucarse debajo de una manta y ponerse cómoda en chándal. Y en casa no se sentiría como una tonta a medianoche, cuando todos los demás se besaran apasionadamente y ella se quedara mirando.

Pero Alyssa no estaba a la vista. Aunque, francamente, aquello no era mucho problema. Porque la mirada de Claire cayó sobre lo que sólo podía describir como un hombre extraordinario. Alto y delgado, ataviado con el uniforme texano, vaqueros lo bastante ajustados para que una mujer pudiera apreciar su ropa interior y la camisa blanca inmaculada abrochada hasta el cuello a pesar del calor generado por la multitud de cuerpos de la habitación.

Desde donde estaba, veía que tenía unos ojos azules, que en aquel momento observaban la habitación como si fuera su reino. Y, oh, sí, parecía de sangre real. Desde el modo en que miraba hasta la pelusa de barba que adornaba su mandíbula fuerte, resultaba tan perfecto que, si hubiera sido una foto, Claire habría jurado que la habían alterado digitalmente. Aquel hombre era el equivalente visual a una sobredosis de helado de chocolate, rico, maravilloso y muy malo para el cuerpo.

«Tranquila, chica».

Por otra parte… ¿por qué iba a dejar de mirarlo?

El hombre era sexy y la miraba. Y ella estaba sola y, en aquel momento, muy, muy disponible.

Dio un paso en su dirección, pero se detuvo cuando un hombre grueso con una camiseta de Decadente se acercó al señor Texano. Hablaron un momento y después aquella fantasía de hombre siguió al otro en dirección contraria con expresión dura.

Claire asumió que el empleado trabajaba en Seguridad. Lo que implicaba que el texano de la realeza trabajaba también con los de Seguridad o acababan de echarlo del club.

Fuera como fuera, no le servía. Si estaba con los de Seguridad, estaba trabajando. Y si lo habían echado… Bueno, estaba más que preparada para una noche salvaje con un hombre sexy, pero pretendía mantener un asomo de responsabilidad en su loca aventura. Tener aventuras con hombres a los que echaban de discotecas no entraba en su lista de cosas inteligentes que hacer.

Lástima. El señor Realeza era muy apuesto. Y ella quería un hombre, maldición. Quería intimidad. Quería desahogar parte de la frustración sexual que había ido acumulando desde que rompiera con Joe. Hacía meses que no se desnudaba con nadie y empezaba a ansiar el contacto de un hombre.

«Podrías tenerlo, Claire».

Hizo una mueca. Oh, sí. Podía tener un hombre, claro. Joe. Su ex. El hombre que la había dejado después de salir casi un año. Después, cuando ella había cometido la tontería de llamarlo sólo para ver si había alguna posibilidad de volver, él había decidido que el sexo era una buena herramienta de reconciliación.

Y la estúpida de ella había estado a punto de acostarse con él. Pero había ganado su respeto por sí misma y había salido de la estancia sin molestarse ni siquiera en dar un portazo, dejando a Joe con cara de sorpresa y los pantalones a la altura de los tobillos.

«Sí, bueno, chico. La próxima vez piensa en eso antes de dejarme».

En la parte de superioridad moral de la ecuación, se sentía bastante bien consigo misma. En la parte de «excitada sexualmente y luego privada de sexo» estaba tensa como un alambre desde entonces y se preguntaba si no se había castigado a sí misma tanto como a él.

—Hiciste lo correcto —Alyssa se materializó a su lado con una copa de champán en la mano. Se la tendió a Claire, quien la tomó agradecida.

—¿Tan evidente es lo que estoy pensando?

Su amiga sonrió.

—Sólo porque yo te conozco muy bien.

Claire suspiró y tomó un sorbo de champán.

—No es justo, ¿de acuerdo? Hicimos ese pacto de Navidad de ir a por lo que queremos —levantó la copa y la inclinó un poco para señalar a Alyssa— Y las dos sabíamos que lo que queríamos eran hombres. Y tú acabas con el hombre de tus sueños y yo con Joe con los pantalones por los tobillos y yo saliendo por la puerta.

—¿Quién dijo que tuviera que ser un pacto de Navidad? Las fiestas no han acabado. Todavía tienes tiempo —su amiga sonrió con malicia.

—Para ti es fácil decirlo. Ahora estás emparejada.

—¿Eso es lo que tú quieres?

Claire se encogió de hombros.

—Tal vez no esta noche —confesó—. Esta noche me conformaría con darme el lote en el asiento trasero de un coche.

Alyssa se echó a reír.

—Es culpa mía —añadió Claire—. No tenía por qué dejar plantado a Joe.

—Sí tenías.

—Tienes razón —repuso Claire.

La verdad era que no debería haberlo llamado. Cierto que había dicho a todo el mundo que la ruptura la había destrozado, pero en realidad la había destrozado más que hubieran roto sus planes de futuro y de familia, que la marcha de aquel hombre en particular. Porque lo que quería era una familia… raíces. Había comprado una casa, trabajaba como voluntaria en dos organizaciones de caridad en Dallas y su trayectoria profesional iba bien encaminada.

Había pasado los dos últimos años trabajando para la jueza Doris Monroe, del Tribunal de Apelaciones, y había aceptado hacía poco un puesto en la sección de apelaciones del prestigioso bufete Thatcher y Dain. El puesto tenía sus desventajas, pues no podía imaginar una jefa mejor que la jueza Monroe. Aquella mujer no era sólo una abogada brillante, sino también una persona sabia y Claire la respetaba mucho. Le costaba creer que en julio dejaría a la jueza para entrar en el sector privado.

Su padre, un senador por el estado de Texas, quería que ella entrara en el bufete que él había ayudado a fundar antes de dedicarse a la política, pero Claire estaba decidida a dejar su propia marca. Si entraba en un despacho que ya lucía su apellido en la puerta, sería después de haber llevado casos en la Corte Suprema, haber aparecido en el American Bar Journal y en el Dallas Morning News. Así podría entrar por la puerta sabiendo que merecía estar allí por lo que había logrado, no por su padre.

En conjunto, estaba bien instalada en su mundo. Sólo quería alguien con quien compartirlo. Pero Joe no era ese hombre, por mucho que ella hubiera intentado fingir que sí.

Aun así, el hogar y la familia estaban muy bien como meta, pero aquella Nochevieja se conformaría con un baile lento y un beso apasionado. Y si había algo más que eso, sería feliz.

Suspiró y terminó el resto del champán de la copa.

—¿Dónde está Chris? —preguntó a Alyssa, en alusión al «mejor amigo convertido en novio convertido en hombre de sus sueños».

—Se ha encontrado con un amigo. Pero creo que debo ir a buscarlo. Sólo faltan quince minutos para medianoche.

Claire frunció el ceño.

—Creo que me iré.

—Ni se te ocurra. Diviértete. Besa al barman. Baila. Bebe champán.

—Oh, créeme —repuso Claire—. Estoy de acuerdo con el plan del champán.

Normalmente no bebía mucho, pero entre el aburrimiento y los nervios, había bebido al menos cuatro copas y empezaba a notarlo.

—No debería estar aquí —prosiguió—. Mi madre me suplicó que fuera a Austin a la fiesta en la mansión del gobernador. Podría estar relacionándome con los jueces y haciendo contactos —suspiró—. En serio. Me gustaría irme.

—¿Y nuestro pacto? Tienes que actuar, chica. Ir a por lo que quieres.

—Quizá lo que quiero es estar en la cama con un vaso de vino y ver Cuando Harry encontró a Sally.

Alyssa adoptó una expresión grave.

—Para empezar, ahora no puedes conducir —señaló la copa de champán—. Y además, es Nochevieja.

—Pero Nochevieja sin un acompañante no es divertida. Y Navidad tampoco lo fue —añadió, aunque no sentía amargura. De verdad que no. Estaba encantada con que Chris y Alyssa se hubieran liado por fin. Simplemente, le habría gustado que su pacto prenavideño de «asumir el control de sus vidas» le hubiera funcionado igual de bien a ella.

—Te dejaría besar a Chris, pero me pondría celosa —Alyssa le guiñó el ojo.

Claire dio un empujón a su amiga en dirección a la barra.

—Vete a buscarlo, yo estoy bien. Quizá me hable algún pobre hombre y me convierta en su esclava sexual por esta noche —añadió, pensando en el texano de la realeza, alias «el hombre que se largó».

—Eso es. Así me gusta —Alyssa le dio un abrazo rápido y desapareció entre la multitud, dejando a Claire sintiéndose como una tonta allí sola con el reloj a punto de iniciar la cuenta atrás.

—¡Maldita sea!

Se preguntó si Alyssa se daría cuenta si salía y se sentaba en su coche. Podía fingir que necesitaba algo, esperar en el coche a que el reloj diera la medianoche y volver cuando terminaran los besos. Eso al menos la salvaría de la depresión intensa asociada con la soledad crónica.

Armada con ese plan, salió por una puerta cercana y se encontró, no delante de la discoteca sino en un patio de suelo de piedra. La música de dentro no se oía allí y en su lugar había una clásica que daba a aquel oasis una sensación de relajación que Claire apreció mucho.

Pero, por lo que parecía, no había modo de pasar del patio al aparcamiento, y estaba a punto de volver atrás cuando volvió a ver al señor Pecado-y-Sexo. Esa vez, sin embargo, charlaba con un grupo de mujeres esplendorosas. Claire suspiró y estaba debatiendo si debía acercarse e incluirse entre las fans cuando el grupo se apartó y empezó a alejarse en distintas direcciones, con lo que quedaron el texano y ella, y él la miraba con un fuego en los ojos que resultaba inconfundible.

Claire respiró hondo y tomó otra copa de champán de la bandeja de un camarero que pasaba por allí. Se volvió, pues no quería que el texano viera que bebía un trago grande para darse valor, y al hacerlo se dio cuenta de que carecía de práctica en el terreno del coqueteo. Había salido con Joe, sí, pero lo había conocido a través del amigo de un amigo, no se lo había encontrado en un bar atestado. Y antes de eso… bueno, siempre había sido la chica que estudiaba, no la chica que iba de fiesta.

Ahora lamentaba aquel déficit en su educación porque iba a tener que encontrar el modo de acercarse a hablar con aquel hombre. Tenía que ir a por lo que quería, ¿no? ¿No era eso lo que habían pactado Alyssa y ella?

Y en aquel momento, no había ninguna duda de que, si quería a alguien a su lado a medianoche, ése era el señor Decadente.

Cuando se giró de nuevo, estaba llena de fuerza, segura de sí misma… y completamente sola.

O no completamente sola, pues había varias docenas de personas en el patio, pero el hombre al que buscaba ya no estaba.

¡Maldición!

—No es un buen momento para perder a su acompañante.

Claire se giró, cosa que hizo que la cabeza le diera vueltas debido al champán, y se encontró delante de una rubia esplendorosa que llevaba otra bandeja con champán.

—¿Perdón? ¿Mi acompañante?

—Tiene usted una expresión de «¿dónde narices se ha metido ahora?»

—¡Oh! —Claire miró a su alrededor, mortificada por lucir una expresión anhelante respecto a un desconocido—. No, mire, yo sólo…

—La cuenta atrás empezará pronto —dijo la camarera—. Encuéntrelo rápido.

Y antes de que Claire pudiera explicarle a aquella mujer, a la que indudablemente no le importaba nada, que el apuesto decadente no era su acompañante, la camarera le puso una copa en la mano y se largó a entregar copas a otras personas.

Claire suspiró. Y, puesto que la tenía en la mano, bebió de la copa y volvió a mirar a su alrededor en el patio, pero sin suerte.

Por supuesto, aquello no significaba nada. El patio empezaba a llenarse de gente y, cuando Claire echó atrás la cabeza como hacían otras personas, comprendió por qué: la luna llena colgaba en el cielo bañándolos a todos con su luz.

Y entonces se dio cuenta de que la música del interior del club se había parado y la música del patio también, sustituidas ambas por la voz cálida de Fred, quien se presentó como el director de Decadente.

—De parte de todo el personal de Decadente y de la mía, queremos desearles a todos un feliz Año Nuevo. Agarren a su acompañante y prepárense a brindar porque sólo faltan treinta segundos para la medianoche.

Hubo algunos movimientos apresurados de personas que buscaban una copa de última hora y después la multitud empezó a contar hacia atrás desde quince, guiados por la voz de Fred en el micrófono. Claire unió su voz a las otras porque pensó que quizá eso le haría entrar en el espíritu de la fiesta, y tomó un pequeño sorbo de champán en cada segundo hasta que llegaron a…

—Cuatro —tomó un sorbo.

—Tres —alzó la vista porque se apartó la multitud.

—Dos —vio a Joe. Joe. ¡Y estaba con una mujer! ¡Una mujer! Aunque no le importaba nada con quién saliera, y quizá fuera una chiquillada por su parte, no quería que la viera allí sola cuando él tenía a una mujer del brazo.

—Uno —y Joe también la vio a ella.

Claire se volvió… con un poco de suerte, él no la habría visto… y chocó con el señor Texano de la Realeza.

Tal vez fue el champán. O quizá fue su espíritu aventurero o las ganas de darle en las narices a Joe. O quizá todo fue obra de un diablillo tentador. Claire no lo sabía. Pero lo cierto fue que ella miró sus ojos azul claro, le colocó las manos en los hombros, se puso de puntillas y lo besó.

 

 

«Lo he besado», pensó un momento después, aunque Claire no sabía cómo le funcionaba el cerebro. Había besado a un desconocido.

Y no a un desconocido cualquiera, sino a su apuesto texano.

Y no sólo lo había besado ella, sino que él le había devuelto el beso.

Mejor dicho, se lo seguía devolviendo, porque, aunque a ella le daba vueltas la cabeza, el beso se prolongaba y se prolongaba y era delicioso. Era increíble. Era fantástico y mucho más.

Y si Joe los miraba, pues mejor, porque Claire sabía que Joe nunca la había besado así. Con firmeza, pero también con suavidad en los lugares indicados. Con sólo un toque de lengua que sabía a champán, a chocolate y a fresas.

Abrió la boca con un suspiro para recibirlo mejor y él aprovechó inmediatamente la oportunidad y deslizó la lengua en la boca de ella como si no deseara nada más que saborearla; y el cuerpo de ella pareció disolverse en un suspiro, dejándola como sin huesos y completamente a merced de él.

Lo cual no era ningún problema, pues él la sostenía con firmeza. Con una mano en la nuca de ella y los dedos entre los rizos salvajes del pelo que ella había dejado suelto y la otra mano en la parte baja de la espalda, donde las puntas de los dedos rozaban la curva de su trasero causando una sensación muy erótica.

Él aumentó la presión de la mano y la acercó hacia sí hasta que estuvieron cadera con cadera y ella pudo sentir el efecto que tenía en él. Un efecto muy duro, y aunque sabía que debía sentirse avergonzada, o al menos retroceder para que los dos pudieran respirar un poco, hizo exactamente lo contrario y se apretó contra él, que bajó la mano para colocarla con firmeza en su trasero y apretarla más todavía contra sí.

¡Sí, sí, oh, por el amor de todo lo sagrado, sí!

Ella se movió, imaginando que la mano de él bajaba todavía más. Imaginando que aquellos dedos recorrían la curva de su trasero para deslizarse después entre sus piernas y acariciarla hasta llegar al orgasmo.

Y sintió que se humedecía sólo de pensar en aquella caricia. ¿Cómo sería si las manos de él llegaban a tocarla así de verdad? ¿Si de verdad acababa aquel hombre en su cama?

«Oh, santo cielo, sí».

Tal vez fuera la química, o el champán, o el destino jugando con el corazón de los mortales, pero en ese momento no podía pensar en nada que no fuera llevárselo a la cama y ser penetrada por él. La habitación daba vueltas y él era lo único que se mantenía firme. Lo único que ella quería.

Y entonces, maldito fuera el mundo entero, él empezó a apartarse, con gentileza, suavemente, sólo lo suficiente para interrumpir el beso, y el fuego que ella vio en sus ojos casi hizo que se derritiera.

—Feliz Año Nuevo a ti también —sonrió él.

—Está empezando muy bien.

—Te he visto —dijo él, con una voz que sólo tienen los hombres soñados, suave como la de una estrella de la radio, pero con un toque de buen vendedor. Una voz que podía susurrarle toda la noche a una mujer en la cama. Una voz que podía llevarla al orgasmo sin necesidad de tocarla.

—¿Ah, sí? —ella se derretía. De eso no había ninguna duda. Se derretía.

—Dentro. Te he visto. Tú también me has visto.

—Sí —ella se acercó un paso más y cerró la distancia que se había abierto entre ellos cuando él interrumpió el beso. «Bésame». «Bésame otra vez».

—¿En qué pensabas cuando me mirabas? —él la tomó por la cintura y la acercó más a sí.

Claire tragó saliva con los ojos fijos en aquellos labios, recordando el beso. Sabía muy bien lo que pensaba en ese momento, pero el pasado… el pasado resultaba confuso.

—Me cuesta mucho esfuerzo conseguir que mi cerebro funcione.

—¿De verdad? Porque yo sí sé lo que pensaba yo.

—¿Sí? —la pregunta brotó como un aliento suave, y llena de anhelo.

—Esto —repuso él. Y con la luz plateada de la luna cayendo sobre ellos, acercó los labios y le dio el beso que ella esperaba.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Exquisita.

A Ty le costaba trabajo pensar debido al conjuro que le había echado la mujer que tenía en los brazos, y Ty Coleman no era hombre que se dejara atrapar fácilmente en conjuros. No, el hombre al que Entertainment Weekly había descrito como «el príncipe de las discotecas», el hombre que había dejado su casa de Dallas a los diecinueve años para buscar fortuna en Los Ángeles, el hombre responsable de las cinco discotecas más populares de la zona de Los Ángeles, que había acogido dos fiestas de después de los Óscars con actrices hermosas colgadas de su brazo, ese hombre no se veía a menudo sorprendido por una mujer.

Aquella mujer, sin embargo…

Algo en ella le había llamado la atención.

Y no era su belleza, aunque con sus rizos castaños claros y sus ojos de color chocolate, que parecían a la vez suaves e inquisitivos, resultaba muy atractiva. Pero no era eso. Era más bien como una chispa, como un arco de electricidad que se creaba entre ellos siempre que miraba en su dirección.

Estaba seguro de que ella también lo había sentido, y por eso él se había abierto paso entre la multitud a medianoche para situarse cerca de ella.

La había visto por primera vez hablando con su amiga y le había llamado la atención su modo de moverse, su postura recta y segura de sí a pesar de sentirse obviamente fuera de lugar. Lo más normal habría sido que se fijara en ella y al momento siguiente la olvidara. Dios sabía que conocía y veía a cientos de mujeres todas las noches. Pero ella le había interesado lo suficiente para que no sólo se fijara, sino que además diera las gracias en silencio a las circunstancias que lo habían arrastrado de vuelta a aquel agujero infernal de Texas.

Él no quería volver. ¿Por qué lo había hecho? Ya resultaba bastante difícil soportar a distancia las críticas constantes de sus padres de que nunca llegaría a nada. Allí, con ellos a pocos kilómetros, el ruido de sus palabras desalentadoras era casi ensordecedor. Era como si sólo pudieran ver al chico disléxico que había sido, el rebelde que se empeñaba en hacer amigos a toda costa ya que no podía sacar buenas notas. El que se metía en peleas con los chicos y en situaciones comprometedoras con las chicas. Los profesores lo habían descrito como un chico problemático que no quería aplicarse y sus padres se habían mostrado de acuerdo. Y aunque Ty se había mudado a California y conseguido triunfar en su mundo, ellos seguían viendo sólo un fracasado.

¡Que se fueran todos al infierno! Ty no entendía por qué le seguía importando lo que pensaban.

Porque le importaba. No quería que fuera así, pero le importaba, y por eso había creído siempre que no había nada en el mundo que pudiera hacerle regresar a Dallas.