Código 222: El Despertar - Sebastian Pelegrinelli - E-Book

Código 222: El Despertar E-Book

Sebastian Pelegrinelli

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Beschreibung

Tu concepto de "vida" cambiará de un momento a otro con esta obra inspirada en hechos reales. ¿Quiénes son realmente los dueños del planeta? Elek, un muchacho aparentemente apagado y con extraños sueños, emprende un viaje a Buenos Aires para ser reclutado por la OIAE. Pero deberá enfrentarse a una serie de inesperadas eventualidades en las que debe luchar en pos de lograr el equilibrio universal. En medio de una disputa que cruza la línea existencial, es guiado por Remelio hacia el camino de la verdad y la liberación, para culminar su recorrido en la devastada ciudad de Miramar. Desde el Gran Edificio, el régimen apaga cualquier atisbo de rebelión, mostrando toda su tiranía a la hora de decretar la batalla entre las diferentes razas. No será fácil para los sublevados seres de luz, que intentarán dar el golpe con la ayuda de un llamativo mapa, tres amuletos y un grupo previamente formado junto a Melina, Macarena y el resto del equipo. Esta intrigante y turbulenta historia nos llevará a conocer diversos conceptos secretos, que quedan revelados con el fin de acceder a un nuevo paradigma.

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Pelegrinelli Abudi, Sebastián

Código 222 : el despertar / Sebastián Pelegrinelli Abudi. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2021.

398 p. ; 21 x 14 cm.

ISBN 978-987-708-841-0

1. Narrativa Argentina. 2. Espiritualidad. 3. Novelas de Misterio. I. Título.

CDD A863

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidadde/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2021. Pelegrinelli Abudi, Sebastián

© 2021. Tinta Libre Ediciones

CÓDIGO 222El Despertar

La vida ya no será igual

Sebastián Pelegrinelli Abudi

La hora del gran eclipse se aproxima.

Cuentacuentos brillaránpues muchos falsos profetascaos y miedo infundirán.No será innovación;más bien, repetición.

Juicio propio, sanación.

Para algunos, salvación.

En memoria de Greta Gonzalez Pelegrinelli (28/09/08 - 16/04/21).

AGRADECIMIENTOS

Comienzo agradeciendo con alma, espíritu, mente y corazón la oportunidad de estar aquí y compartir este momento contigo, que estás leyendo con atención. Es mi última estancia en este lugar y me alegra ser parte de tu vida.

Agradezco el poder que poseen mis convicciones a la hora de comprender la realidad como cuestionable, lo que me ha permitido tener el privilegio de ser contactado continuamente por la Fuente, desde hace ya varios años, a través del número 222, que se convirtió en un pilar fundamental de mi existencia. Este libro me permite expandir y comunicar las enseñanzas y bondades que he almacenado a raíz de esta conexión; deseo que tú también puedas encontrar tu esencia, así evitaré albergar un sentimiento egoísta en mi ser.

No quiero dejar de agradecer a todos aquellos con quienes me he cruzado a lo largo de mi vida —escribo estas líneas teniendo trescientos cuarenta y siete meses de edad—, porque cada ser ayudó a que la obra se hiciera realidad. También siento total gratitud por quienes ya no están físicamente pero sí reposan en mi memoria y corazón. En el transcurso de este proceso, de unos seis años aproximadamente, en el que aprendí de la vida muchas cuestiones importantes, se sumaron seres que me dieron un empujón más para terminar el libro. Debido a la urgencia de los tiempos, y motivado por cumplir la meta de hacerlo realidad, tuve que esforzarme al máximo y apartar diariamente períodos poco ortodoxos para concentrarme y dar rienda suelta a la escritura, sin importar la hora en que resultara posible llevarla a cabo.

Gracias a mi familia por ofrecerme argumentos para finalizar este hermoso proyecto. Gracias, Ulises, por darme la inspiración necesaria para que, cuando crezcas, puedas leer este manuscrito y tengas la oportunidad de sentirte identificado o cuestionarlo; la herramienta para hacerlo la tendrás aquí a tu alcance. Me alegro de que nos cruzáramos en este sitio, y te protegeré siempre. Gracias, Greta, mi hermosa hija caniche micro toy de ojos aperlados, por acompañarme con tu amor y dulzura.

Quiero hacer una mención especial de eterno agradecimiento a todo el equipo de Tinta Libre, quienes hicieron posible que esta obra haya superado con creces mis expectativas. No solo por el resultado final, sino también por el fiel acompañamiento al brindarme todas las herramientas necesarias para participar en la edición general y diseño, garantizándome siempre la libertad de acción.

Han sido alrededor de cinco meses de trabajo intenso. No imaginaba que fuera tan ardua la transformación de escritor a autor, pero ustedes me hicieron recorrer este camino con absoluto placer.

Aún tengo algunas dudas por despejar, no sé si todo es real o si me lo invento. Tal vez tenga el poder espacio-temporal absoluto y sea el creador de todo lo que se halla a mi alrededor.

¿Será este plano un universo elemental, propiamente creado para nuestro desarrollo? Te encargo esta incógnita para que la resuelvas. Si tienes la respuesta, por favor envíamela en un mensaje a través del medio de comunicación que te sea más cómodo o vía mail: [email protected]

Amo la magia universal del 222 y la vasta fuente de energía. Amo a mi familia y amigos. Amo a quienes se me han cruzado en la vida. Me amo yo y te amo a ti.

Quiero agradecer por el gran día de ayer y el gran día de mañana, pero por sobre todas las cosas, por el gran, enorme, brillante, espectacular, genial y magnífico día de hoy. Gracias, gracias, gracias. Muchísimas, muchísimas gracias, en serio. Muchas, muchas gracias.

Sebastián Pelegrinelli Abudi

Introducción

Querido amigo:

Leyendas habrás escuchado muchas y muy variadas, lo sé. Pero solo aquellas que se conectan con la verdadera esencia espiritual quedan guardadas en la mente y en el corazón, y se pasan de generación en generación.

Quiero compartir contigo una leyenda de la cual puedes formar parte. Estás a tiempo de reestructurar la historia.

Vivimos en una gran jaula mental, atrapados por varios factores que, hasta el día de hoy, seguimos combatiendo interna y externamente. No importa el plano en el que nos encontremos: el mensaje ya fue descifrado, compartido y llevado a la acción por varios seres que cooperan con lealtad, combatiendo contra ellos.

Si en algún momento te sientes solo, cualquiera sea el motivo, ten por seguro que mirando hacia arriba o hacia abajo habrá quienes te acompañen, sin descuidar tus costados.

Quizás no lo estés percibiendo con claridad, lo comprendo. ¿Cómo no voy a entenderte, si ya me ha pasado antes? Eso fue cuando mi glándula pineal estaba bloqueada.

Te imaginarás que han realizado un gran daño, irreparable para muchos.

¿Acaso piensas que tú eres un ser tan limitado?

¿Te has tragado todas esas mentiras sobre que no tienes poderes?

Lo que han hecho ha sido catastrófico. Cuando abras los ojos, contáctame. ¡Te necesitamos!

He aquí mis registros, para que entiendas lo que ha pasado en todo este tiempo y, de una vez por todas, puedas soltarte de todas esas ataduras.

Hay un mundo que desconoces, la otra mitad de la realidad. No pretendo convencerte, solamente no quiero que vivas en un mundo de mentiras y esclavitud.

Deseo que despiertes y que podamos contar contigo.

Elek

Capítulo I

“No lo harás, estoy seguro”, dije, mientras me arrojaba al lago con una roca sujetada al cuello. A lo lejos, pude oír el canto de un zorzal recreado por el eco proveniente de las montañas que rodeaban el paisaje. Un último destello de burbujas en la superficie del agua, que en su recorrido rozaban a algunos puyenes y truchas que habitaban en la zona. Jamás imaginé que fuera eso lo último por escuchar.

No era de mi agrado el ruido de la naturaleza; sin embargo, ese día me pareció una delicia para mis oídos. Cada vez que meiba me encontraba en paz, y ese “cada vez”, últimamente, significaba “siempre”.

¿El silencio sería acaso la respuesta que buscaba? Era una sensación inquietante, y me estremecía aún más por cada segundo que transcurría.

¿No sería el fin de todo el sufrimiento? Sentía que quedaba algo pendiente, algo por resolver… ¡Estaba más que claro! ¿Por qué no seguía intentando?

Resultaba tan fácil analizarlo cuando ya era demasiado tarde…

¿A cuánta gente ahogaría conmigo? Hubiese dado todo lo que tenía por nada de lo que tuve. Y aún así… Sí, lo sabía, salía ganando.

«Aguarda un momento, ¡sigo vivo, puedo respirar!»; aquello comprobaba que el señor tenía razón. «Soy… entonces realmente soy un… Vale, estoy seguro. No quiero ni necesito más pruebas», me aseguré, mientras pensaba en ese escrito que me había enseñado varias veces:

Este mundo fue, es y será nuestro.

Jamás podrán encontrar el poder que hay en ellos. Siempre estarán en modo autómata, sin ver lo que pasa a su alrededor. Los engañaremos. Haremos que la música los entretenga y con mensajes subliminales entraremos en sus mentes. Cuando quieran revelarse, haremos que se dividan. Sentirán las causas sociales como competencias entre ellos mismos y se pondrán violentos. Nunca serán conscientes de lo que pasa en el fondo, estarán ocupados enfrentándose con los de su misma especie.

Los humanos no podrán darse cuenta de nuestra existencia aunque estemos siempre cerca, incluso compartiendo los días con ellos. Nuestros esclavos serán, y nosotros debilitaremos sus mentes atrofiándoles la glándula pineal. Les ofreceremos todo lo que los envenenará progresivamente, y ellos lo aceptarán complacidos. El ser de luz no podrá prevalecer, pues atentaría contra nuestra especie y eso sería imperdonable.

Tendremos que estar en alerta. Solo ellos pueden ayudar a los humanos a distinguirnos, encontrarnos y exterminarnos.

Quizás el verdadero punto de partida fue un 17 de abril del 2016, el mismo día en el que tuve aquella pesadilla. Nos encontrábamos de vuelta en Argentina, más precisamente en San Carlos de Bariloche. Era el lugar predilecto de mi familia por la paz que encontraban allí, aunque por mi parte no le hallaba disfrute ya que siempre añoraba regresar a Londres para admirar el puente que cruza al río Támesis, como así también el palacio de Westminster con su estilo neogótico que siento que tanto me gusta. Habíamos residido un largo tiempo en Inglaterra, hasta que mis padres decidieron volver a nuestro país de origen. La economía continuaba siendo igual de inestable que cuando nos habíamos marchado; sin embargo, ellos extrañaban a sus allegados, y fue razón suficiente para emprender el retorno.

En esa jornada cumplía años Melina, mi hermana menor. Una muchachita que estrenaba sus veinte años sin mucho entusiasmo; le resultaba un día común y corriente, como cualquier otro. Su ondulado cabello de tono berenjena cubría por completo sus orejas y combinaba con los pequeños pero penetrantes ojos color azabache, permitiendo que se pasara por alto la cicatriz del mentón al desviar la atención. Si bien ese estilo no era de su total agrado, le brindaba iluminación a su rostro, resaltando sus rasgos europeos. Junto a mis padres, Daiana y Marcus, le habíamos organizado una reunión sorpresa en la cual estaría presente el círculo familiar. Habían confirmado asistencia Rissue, la abuela por parte paterna, quien se había criado en Francia y vivía en Buenos Aires; el tío Cleraid y la tía Mery —ellos se habían conocido en una residencia de Medicina en Nueva York y trabajaban juntos desde hacía muchos años en Ushuaia—; además del abuelo Baltazar y la abuela Estela, por parte materna: ambos vivían en Coronel Pringles y tenían pasado en España, ya que se criaron en Toledo hasta la edad en que fueron adolescentes.

Nos dirigíamos en una camioneta negra a la cabaña que habían comprado hacía poco tiempo mis padres, cerca del lago Espejo. No se registraban complicaciones en la carretera debido a que la estación otoñal mantenía su clima templado: ni siquiera asomaba un principio de llovizna y el día presentaba al sol como su mayor protagonista. En un momento, dirigí mi mirada hacia el lateral, bajé el vidrio de la parte trasera derecha del coche y visualicé a un ciervo colorado que descendía por la montaña que teníamos más próxima. Si mi abuelo Baltazar hubiera observado aquel magnífico ejemplar, de seguro hubiese hecho comentarios sobre las maneras de cazarlo, su experiencia como cazador y lo delicioso que era el ciervo en su versión ahumada. El solo hecho de pensar en eso me revolvió el estómago.

Mi padre mencionó en el transcurso del viaje que deberíamos rogar para que no lloviese, e instantáneamente mi madre hizo un gesto con la mano, como acto de complicidad. Melina y yo nos miramos incrédulos, pensando que no estaba cuerdo. Muy pronto reafirmamos nuestro parecer al presenciar cómo nuestro progenitor saludaba a un lugareño apuntándolo con la mano extendida en un gesto que representaba un par de cuernos. Lo más cómico fue que del otro lado le retribuyeron la misma seña.

Tan solo unos segundos después, y sin conexión aparente, reparé en la molestia diaria que significaba tener una trenza francesa que formaba un rodete en mi cabeza, y me puse rabioso internamente por no animarme a cortarla de una vez por todas. Aquel bucle representaba mucho más de lo que yo podía imaginar, era una maraña entrelazada de síes y noes, de quiero pero no puedo. Lo único que me animaba a rasurar era mi barba. Desconocía su plenitud dado que no dejaba que creciera más de dos días, lo que me hacía aparentar menos edad que mi hermana a pesar de que había nacido unos dos años antes que ella.

Estábamos arribando a la cabaña cuando de repente se dio vuelta el viento y empezó a nublarse. Fue tan dinámico el cambio que nos quedamos atónitos viendo cómo corrían las oscuras nubes para juntarse y formar, en cuestión de segundos, un manto negro en el cielo. Miré el reloj del tablero y eran exactamente las 2.22 p.m. Descendimos de la camioneta y mi hermana sacó las llaves rápidamente. Al abrir la puerta e ingresar en la cabaña… ¡Sorpresa! Estaban todos adentro, esperándonos para empezar la fiesta. La cara que puso mi hermana al verlos fue de película. Se abalanzó a abrazar a cada uno como si nunca más los volviese a ver. Estaba tan emocionada que no prestó atención a los truenos que retumbaban violentamente a consecuencia de la tormenta que se aproximaba, y eso que ella les tenía pánico.

Nos ordenamos para servir la mesa. Había ñoquis caseros hechos por la abuela Estela, cuatro pizzas y una docena de empanadas que habían llevado mis tíos, y la abuela Rissue aportó lo suyo con una torta helada. Nosotros nos habíamos encargado de las bebidas; por lo tanto, había cervezas para algunos, vino para otros y bebidas light o agua para los que preferían cuidarse. Mientras tanto, mi tío detallaba cómo le había realizado una cirugía a un paciente de alta complejidad, al tiempo que mi tía agregaba comentarios sobre la poca seriedad con que se manejaba el sindicato de la obra social de aquel paciente. Mis abuelos escuchaban fascinados aquella anécdota, pero me hacía gracia ver que tanto Marcus como Daiana intercambiaban miradas entre ellos; sabía que pensaban lo mismo que yo, “siempre historias del trabajo, fanáticos sin remedio de la medicina”. Agarré dos rodajas del pan de molde integral que estaba apoyado sobre la mesa y me armé un sándwich con queso, el cual me dispuse a comer para matar el aburrimiento que me generaba aquella charla que estaba presenciando.

Me marché mentalmente y reparé en la decoración de la cabaña. Habíamos hecho algunos cambios el día anterior y no me había fijado hasta ese entonces en el resultado. De por sí era una cabaña de madera con estilo rústico, lo que le daba un aspecto cálido y acogedor. Los muebles de madera tenían monturas, y el aspecto antiguo aparentaba ser genuino. Había jarrones con plantas y flores, que evocaban un ambiente natural y relajado. Marcus había puesto unos cuernos justo sobre el hogar y Daiana, en la cocina, había colgado un cuadro al óleo de un zorro que se comía la cola formando un círculo. Dentro se visualizaba el número 777. Me generaban un cierto rechazo estas dos últimas incorporaciones a nuestro hogar.

En cuanto quise acordarme, me di cuenta de que se había diluido la conversación familiar. Mi hermana subió el volumen de la televisión para escuchar una noticia en particular. Ella, como amante de las constelaciones galácticas, tenía que hacernos notar el acontecimiento.

“La Organización Internacional de la Aeronáutica y el Espacio (OIAE) está buscando específicamente a un grupo de personas con el fin de recrear la tripulación RCM, cuyos miembros realizarán un viaje exploratorio hacia el nuevo planeta descubierto. Su nombre científico es Anbasties y se encuentra a trece millones de kilómetros de la Tierra. Sobre la base de diversos estudios científicos, sostienen que hay una alta probabilidad de registrar vida extraterrestre allí mismo”.

¡Resultaba novedoso e impactante! Sin más, todos nos concentramos en el noticiero, pues no siempre se sabía de una noticia de esa magnitud. Pero algo aún más importante iba a despertar la intriga de todos nosotros.

“Los individuos que se encuentran en esta lista deben presentarse a la brevedad en la embajada de los Estados Unidos que se encuentre en sus respectivos países de residencia. Solicitamos que todos los medios de transmisión repitan este mensaje en cada sector del mundo en que sea posible. El Nuevo Orden Mundial se aproxima y es sumamente importante dar con el paradero de estas personas. Muchas gracias”.

Arnold Stepanekin

Milton Hourvier

Marty Sunclais Foxwarrier

Elek Blackbass

Lowan Lincontoc

Orlando Girelle Pinel

Jane Northlake

Kate Miderstud

Posteriormente la programación se interrumpió por las condiciones climáticas de la zona, debido a que la lluvia era torrencial y empezaba a formar grandes charcos fuera de la cabaña. Igualmente, nadie le prestó atención a la posible inundación, todos se quedaron mirándome extrañados y yo me quedé paralizado, sin saber qué decir.

—¡Qué casualidad, alguien se llama igual que tú! —destacó Daiana, con una sonrisa nerviosa.

—Sin dudas es una estafa. Ilusionan a la gente diciéndoles que ganaron viajes, autos nuevos o viviendas, y solo quieren robarles su dinero —aseguró Marcus.

Mi tío, que estaba negando cada comentario con la cabeza, tomó por el hombro a mi progenitor para que se tranquilizara.

—Junto a Mery hemos conocido en Los Ángeles a una pareja que fue contactada por la OIAE a través de un telegrama. Primero dudaron, pero al final decidieron averiguar si era real o no —reveló Cleraid, realizando pausas que fomentaban el suspenso.

—Logramos una gran amistad con ellos, al punto de compartir un viaje a Sídney. Luego de ese viaje, fallecieron es un accidente automovilístico. Fue un momento muy trágico para nosotros —añadió Mery, dejando entrever una profunda tristeza.

—Lo siento —susurré, con la voz ronca por la tristeza que me había generado el relato.

—No te preocupes, ya lo hemos superado —aseguró Cleraid mientras abrazaba a su esposa.

—Aunque siempre los recordamos —remarcó ella.

—En fin, a lo que quiero referirme es a que deberías averiguar en Buenos Aires. A lo sumo, en la embajada te dirán si es una estafa o no —desarrolló Cleraid, mientras ladeaba su cabeza.

—Es que… —intenté interrumpir.

—Incluso podría llevarte mañana a la mañana, que es cuando salimos con tu abuela —continuó, y miró a Rissue con una sonrisa.

—¡Ay, hijito de mi corazón! Entonces, prepararé unas deliciosas galletas para el viaje —festejó mi abuela agradecida, mientras se ponía de pie para dirigirse hacia la cocina.

—Te agradezco, tío, pero necesito pensarlo. Al menos te pido unas horas para darte una respuesta —me sinceré, y me levanté dispuesto a encerrarme en mi habitación.

El resto de la familia no esbozó palabra alguna, ni siquiera quisieron detenerme al momento de retirarme. Fue inesperada su reacción, pero a los pocos minutos comprendí que otra cosa no podrían haber hecho. Se había visto interrumpida la fiesta organizada con esmero y dedicación. No parecía un cumpleaños, sino que se asemejaba a un velorio por el silencio.

Con esta compleja situación en la mente y con la confusión del episodio del almuerzo, me quedé dormido al apoyar la cabeza en la almohada.

Al despertarme, caí en la cuenta de que habían pasado casi dos horas, el reloj marcaba las 4.52 p.m. Oí nuevamente risas y estruendo de platos que se chocaban y descifré que todo había vuelto a la normalidad. Salí de la pieza y vi a Estela llevando una pava con agua caliente hacia la mesa; Baltazar, mientras tanto, jugaba con las cartas españolas junto a Marcus. Mi otra abuela, Rissue, había alcanzado una tanda de sus deliciosas galletas para acompañar la merienda. Daiana y Mery intercambian opiniones sobre las fotos que veían en un álbum antiguo.

El único que no se hallaba allí era mi tío. Mientras mantenía la mirada en la ventana para divisar si él estaba afuera, me vibró el móvil que llevaba en el bolsillo del pantalón y me notificó que tenía un mensaje de texto.

Te espero en el sótano, quiero hablar contigo.

Guardé el teléfono y con intriga bajé las escaleras hasta el subsuelo de la cabaña. Era un lugar tranquilo, un poco oscuro, aunque mi madre lo había acondicionado lo suficiente como para que funcionase como una sala de juegos. En el medio del salón había una mesa de billar, y al fondo un televisor de cuarenta y dos pulgadas junto a unos parlantes de pie que tenían una considerable altura, los cuales, además, se conectaban a la consola de juegos. Pegados al set audiovisual se distinguían un par de cómodos sillones blancos de cuero. Oportunamente, Cleraid reposaba sentado en uno de ellos, mientras estudiaba en un libro la teoría sobre una nueva vacuna para eliminar completamente la gripe.

—¡Qué bueno que recibiste mi mensaje a tiempo! —expresó de espaldas a mí, dando por hecho que era yo el que arribaba.

—Tío, ¿de qué quieres hablar? Aún no he pensado en eso… —avisé, adelantándome a los hechos.

—Relájate. Ven, siéntate, que quiero contarte algo —invitó, y dio unas palmaditas al cuerpo del sillón.

—De acuerdo —asentí, mientras me sentaba donde él me había indicado.

—Allí arriba Mary relató que nuestra pareja de amigos había fallecido. Pues me alegra confesarte que no fue tan así —comenzó diciendo, mientras cerraba los ojos y movía la cabeza hacia adelante al notar que yo había realizado un gesto de reprobación con la boca—. Después de aquel viaje a Sídney ellos iban a irse a la Estación Espacial Internacional, lo cual significaba que nunca más los veríamos. Créeme que si hubiese declarado esto mismo en frente de la familia, de ninguna manera te dejarían averiguar sobre lo que vimos en el noticiero, por temor a no verte más —detalló, al tiempo que se llevaba las manos a la zona de su corazón.

—Comprendo. ¿Pero cuál es el punto de todo esto? —pregunté totalmente confundido.

—Nuestros amigos están haciendo ahora misiones espaciales, y descubren cosas asombrosas. El punto es que tienes la posibilidad de llegar a conocer algo de gran magnitud, cosa que muy pocos logran. De seguro jamás imaginaste algo igual —adicionó, gesticulando eléctricamente con las manos.

En mi vida lo había visto tan emocionado como en ese momento. Parecía que iba a estallar por dentro, y me contagió. Mi corazón empezó a latir con mayor fuerza. Pero debía ocultar aquel fervor.

—Sabes que no es de mi agrado este lugar y que daría cualquier cosa por irme, pero déjame pensarlo esta noche. Me lo has vendido como una gran aventura y tengo miedo de desilusionarme —solicité, y me levanté sigilosamente del sillón.

—¿Desilusionarte? —preguntó confundido, frunciendo el ceño.

—¿Y si no soy yo el del nombre en la lista? Quizás sea una estafa —mascullé con desánimo.

Cleraid reconoció en mi situación un temor natural, sonrió levemente y dejó pasar algunos segundos antes de decir algo.

—¿Y si todo es real? Creo que esa también es una buena pregunta —destacó, alzando el entrecejo mientras inclinaba la cabeza, queriendo demostrar que no iba a perder nada por averiguar.

—Sí, claro… ese interrogante también es válido —afirmé tras entrar en razón.

—Puedes quedarte con esas preguntas para el resto de tu vida o salir a encontrar respuestas —sugirió, dejando a propósito un final abierto.

—Creo que… —analicé, dedicando un breve lapso a formular la oración de acuerdo con lo que sobrevolaba por mi mente.

De repente un ruido consistente contra el piso, que se abrió paso dentro del sótano, nos interrumpió.

—¡Hey! ¿Qué hacen aquí abajo? ¿No quieren venir a beber un delicioso y aromático café? —propuso Melina a la vez que abría sus brazos.

—¡Por supuesto! Adelante, tío, nunca se sabe cuándo puede ser el último café aquí —dije con tinte socarrón, y él sonrió con espontaneidad.

—¿Así que te marchas mañana? —dijo suspicazmente Melina.

Justo cuando estaba por responder de manera improvisada, Cleraid se levantó del sillón y sentí cómo me tocaba el hombro para que me quedase tranquilo y no me apresurara a dar una respuesta.

—Eso está por verse, tendrá que pensarlo bien. No hay nada decidido. Por lo tanto, queda entre nosotros por ahora —contestó por mí, guiñando un ojo.

—Vale, no he escuchado nada —dijo Melina, mientras Cleraid levantaba el dedo pulgar de cada mano a modo de agradecimiento.

—¡Gracias, Mel! —reconocí, y me reincorporé para abrazarla. Sabía que no le gustaba el exceso de demostraciones afectivas, aunque para mi sorpresa aceptó el abrazo.

Antes de subir, cogí el volumen que había estado leyendo mi tío para dejarlo en un estante flotante encastrado en la pared y, al apoyarlo, sin intención alguna aprecié que en la tapa decía “222 formas para ganarse la vida”. Me ocurría con frecuencia aquello de cruzarme ese número por todas partes. Me perseguía de aquí para allá, presentándose de las maneras menos pensadas.

Salimos del sótano de manera escalonada. Pasamos la tarde y la noche escuchando anécdotas sobre las antiguas cosechas en el campo de mi abuelo Baltazar, los viajes exóticos con guías turísticos que realizaba mi abuela Rissue cada seis meses y los honorarios de cada médico según sus diferentes especialidades, un obvio aporte por parte de Mery. Comimos sin pasarnos del horario estipulado y nos ordenamos con antelación para dormir. En el living reposaban sobre el piso dos colchones prolijamente acomodados, en los que dormirían mis tíos. La cabaña contaba con tres dormitorios, por lo que el resto dormiría dentro de las habitaciones; menos Rissue, que por alguna extraña razón había preferido dormir en el sótano, supuse que para ver un poco de televisión antes de descansar.

Aquella noche el excesivo frío se hizo sentir. La temperatura había bajado lo suficiente como para que las estufas permanecieran prendidas hasta el amanecer. Increíblemente, parecía un día de invierno. Desde adentro se escuchaba el viento que chocaba contra los cimientos. Como mi dormitorio no contaba con calefacción, me tapé con una pesada frazada que estaba guardada en el armario, para luego cerrar los ojos y tratar de no acordarme de nada… ¡Tarde! Debía decidir si realizar o no el viaje. Recordé una por una las palabras de mi tío. Sentí nuevamente algo que salía desde el interior de mi alma y me dije a mí mismo «Hazlo». Entonces, sin esa inmensa presión interna, salí de la cama. Una sola palabra, tan simple y complicada como la vida misma, me había bastado para encarar lo que creía una compleja situación.

Tomé la ancha trenza de mi cabeza con una de mis manos y la estiré lo más que pude, mientras que con la otra cogía una tijera que reposaba desafiante sobre el pequeño modular en frente de la cama. No había vuelta atrás, estaba decidido a modificar radicalmente mis pensamientos de un segundo a otro, convencido por la expectativa del cambio de vida. Deslicé el filo y, con un corte seco, el amplio mechón trenzado fue separado de mi ser. Entusiasmado por el hecho en sí, retorné a mi lecho para cerrar finalmente los ojos.

Al levantarme por la mañana, retiré del armario una mochila e inserté dentro algunas prendas de ropa, objetos de limpieza personal y otros de diversas utilidades. Allí también divisé un gorro de lana negro, el cual me coloqué luego de analizarlo por algunos segundos para así evitar una avalancha de comentarios debidos al corte de cabello.

Una vez finalizada aquella tarea, me desplacé hacia la cocina con el fin de ingerir el desayuno, en solitario preferentemente. Cuando pasé por el living, vi a Cleraid ordenando los colchones y a Rissue armando su bolso. Los saludé y les avisé que finalmente nos iríamos juntos. Mi tío se limitó a asentir moviendo la cabeza hacia adelante. Ese día él llevaba puesto un sweater de lana junto a un jean estilo retro que lo hacía parecer más fornido de lo habitual. Era de apostar diariamente por un look casual y moderno, muy diferente en comparación con como se vestía Marcus, pues él prefería camisa y pantalón de vestir.

Continué con mis pasos para preparar en una bandeja, cuanto antes, una porción de queso, un huevo de gallina, una manzana y té verde con limón, especialmente elegido como infusión. Mientras daba el último bocado irrumpieron en la escena mis padres, a causa de que se habían enterado del viaje, por lo que me preparé para escuchar el gran sermón. Sin embargo, para mi fortuna y sorpresa, no fue así.

—Hijo, queremos decirte que tienes nuestro apoyo —exteriorizó Daiana denotando tristeza en su mirada, y acto seguido me abrazó cariñosamente.

—Lo que tu madre quiere decir es que no tienes por qué quedarte con la duda. Estás en tu derecho de ir a averiguar qué está sucediendo —añadió mi padre al tiempo que me tomaba del hombro.

—Cleraid estuvo hablando con nosotros, y la verdad es que nos hizo entrar en razón. Confieso que al principio no queríamos ni siquiera escucharlo, pero, al fin y al cabo, él está en lo cierto —reconoció Daiana, contemplando la situación con optimismo a la vez que agarraba un par de tazas para preparar café.

—¡Gracias, muchas gracias por entender! Todo saldrá bien, no hay nada de qué preocuparse —aseguré, y les devolví el gesto para completar un abrazo entre los tres.

Concebí que esas eran las palabras necesarias, no tenía que expandirme mucho hablando porque no sabía qué pasaría luego. Los registré conmovidos, como si hubiera algo más en el fondo. Pero no me animé a preguntarles para no sumar otro tema con el cual lidiar, y dejé en suspenso aquel presentimiento.

Al finalizar, nos desplazamos con dirección al garaje, donde Cleraid había aparcado su vehículo. Marcus soltó un silbido de aprobación y felicitó a mi tío por su nueva adquisición. No era para nada alocada la reacción ya que estaba impecable, se notaba que era un poderoso todoterreno. El color rojo demostraba al cien por ciento la personalidad de su dueño, me recordaba ese calor de la sangre en sus venas. Hacía poco había vendido la 4x4 que tenía desde hacía bastantes años, y junto a Mery decidieron comprar una moderna y con mayor espacio. El interior del coche se asemejaba a una nave espacial, con sus vidrios que llegaban más allá del techo e incluso hasta los laterales, con lo cual se obtenía una vista casi panorámica hacia el exterior. Rissue se ubicó en la parte trasera, y acomodó junto a ella las galletas que había cocinado la noche anterior. Cleraid agarró los bolsos de ella y los colocó en el baúl. Por mi parte, preferí dejar la mochila junto al asiento alargado del habitáculo trasero, en el extremo opuesto de donde se encontraba Rissue. Antes de que nos marcháramos, saludé a todos menos a mi hermana, que no se hallaba allí quizás por haberse quedado durmiendo, así que le pedí a mi madre que le avisara para que se acercase a despedirnos. Me senté en el lugar del copiloto para calmar los nervios internos. Cleraid intercambió algunas palabras con Marcus, en una charla de hermanos, y luego saludó al resto. En tanto, Daiana se disponía a comenzar con la apertura de la puerta del garaje. Cuando mi tío se preparaba para poner en marcha la camioneta y calentar el motor, apareció Melina apresuradamente.

—¡Aguarden! —gritó, denotando cierto apuro por llegar.

—¡Mel! Ven a saludar así ya nos podemos ir —indiqué, y me levanté de la butaca.

No obstante, pareció quitarle importancia a mis palabras ya que se dirigió directamente hacia mis padres. Les dijo algo en voz baja y posteriormente empezaron a discutir. Observé a Cleraid, quien movía la cabeza de lado a lado, acompañando el movimiento con una mueca de la boca y dando por sentado que tampoco entendía lo que estaba ocurriendo.

—Ya lo he decidido —aseveró Melina, completamente convencida.

—¡Ni lo pienses! Tú te quedas, no puedes irte así porque sí —reprochó Daiana.

—¿Irte a dónde? —interrumpí, mientras me aproximaba hacia ellos.

—¡Con ustedes a Buenos Aires! ¿Hay lugar para una más? —consultó, esbozando una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Es un chiste? ¡Sería estupendo! —festejé evidenciando alegría en mi rostro, y retorné al habitáculo para informar a Cleraid.

—¡No, claro que no! Ella tiene que estudiar para comenzar de manera óptima las clases —se opuso Marcus, intentando convencerla con una absurda excusa.

—¡Estamos en vacaciones! Cualquier persona normal las disfruta haciendo cosas que le gustan. Ya estoy harta de esto, quiero ver ciudad… gente en las calles —protestó Melina a la vez que enseñaba el paisaje a su alrededor

—Pero… —replicó él, mientras buscaba al menos una mínima causa justa para que ella permaneciera allí.

—No te angusties, voy a estar bien. Ellos me cuidarán —garantizó mi hermana, demostrando tanta ternura en sus palabras que resultaba imposible que le negaran la posibilidad de viajar.

—Sabes que jamás nos hemos separado… Vale, te dejaremos ir. Pero nos mantendremos comunicados, queremos tener noticias suyas —accedió Marcus abatido.

—¡Así será! Los quiero mucho, nos vemos en algunos días —se despidió afectuosamente Melina, para luego ingresar en el vehículo y sentarse al lado de Rissue, quien le regaló una sonrisa cómplice.

Ya con todos acomodados dentro, Cleraid aceleró lentamente y empezaron a rodar las cubiertas. Presionó la bocina tres veces con vivacidad, un simbólico último saludo. Aproveché ese corto lapso para quitarme la gorra y mostrarles a mis padres lo que había hecho en la noche anterior; resultó bastante llamativa su reacción: se quedaron perplejos, como si lo hubieran lamentado profundamente. Antes de recorrer los primeros cien metros, le solicité permiso a mi tío para prender la radio y sintonicé la única que se escuchaba sin interferencias. Pasaron algunos minutos hasta que, de una vez por todas, desembocamos en el inicio de la carretera con destino a Buenos Aires.

Capítulo II

Lo dirán pero no lo harán.

Lo sabrán, pues lo tendrán.

Sin destino cursarán.

En la sombra yacerán.

Nos encontrábamos transitando la ruta 40 y aún no habíamos intercambiado ni una sola palabra dentro del coche. Al parecer, Rissue y Melina preferían recorrer con sus miradas el paisaje montañoso. Por otro lado, Cleraid se mostraba atento al volante, aunque también bastante pensativo. Reparé en el camino que teníamos por delante y me pareció interminable, al punto de que imploré que llegáramos cuanto antes y eso que tan solo habíamos recorrido 130 de los 1400 kilómetros que eran la distancia hasta la capital.

—¿Te estás aburriendo un poco? —rompió el hielo Cleraid, para mi suerte.

—No, tío, es que los viajes largos no son lo mío —le respondí, mientras me acomodaba con vergüenza al registrar que me había quedado dormido por algunos minutos.

—¿Tienes idea de dónde podemos cargar gasolina en esta zona? —consultó Cleraid, a la vez que ojeaba el indicador de combustible en el tablero.

—En el ingreso a la ruta 152 hay una estación de servicio. Podríamos aprovechar y comer allí también —sugerí, mientras señalaba hacia el parabrisas.

—Me parece una magnífica idea. ¿Están de acuerdo? —consultó Cleraid mientras observaba por el espejo retrovisor.

—¡Sí, de acuerdo! —apoyó Melina, quien no despegaba su visión del cristal lateral.

—No me opondré —agregó Rissue, cruzándose de brazos para imitar a un abogado de una película extranjera que solía ver en la televisión.

Cleraid asintió al vislumbrar conformidad ante la idea y se colocó unas gafas negras, porque el sol nos empezaba a dar de frente. Entre tanto, fuimos ocupando el tiempo intercambiando observaciones. Hacía pocos días se había disputado la final de un importante torneo de tenis y formulábamos diferentes opiniones sobre el rendimiento de los dos jugadores. Cuando quisimos acordarnos de nuestra ubicación en la carretera, nos hallábamos girando en una rotonda para continuar el recorrido sobre la ruta 6. Entonces Melina, con cierto enfado, pidió que cambiáramos el tema de conversación. Por lo tanto Rissue, con astucia, hizo un comentario sobre el candidato a presidente de los Estados Unidos, lo que generó un entretenido debate político. Llegado el fin de aquella charla, y cuando íbamos recorriendo ciento cincuenta kilómetros de la ruta 6, mis ojos se cerraron en lo que se asemejó a un parpadeo en cámara lenta…

Abro los ojos. Puedo divisar que me rodean personas, pero se me dificulta descifrar quiénes son. Mi visión es borrosa. ¿Eres tú, Melina? Logro incorporarme sin la ayuda de nadie. De hecho, no hay nadie a mi lado. ¿Dónde están las sombras? ¿Se han ido tan rápido?

Miro a mi alrededor y caigo en la cuenta de que ni siquiera sé en dónde me encuentro. No obstante, distingo que estoy en un sitio desolado. No siento calor ni tampoco frío. Hacia la derecha vislumbro algo increíblemente bello, pues por allí cruza un angosto río dorado, adornado en sus extremos por blancos árboles con grandes copas que se unen para formar un gran techo sobre el resplandor del agua, evitándole el contacto directo con el sol. Me quedo anonadado, admirando una majestuosidad sin igual. Al reparar en cada detalle, advierto que, al lado del árbol más grande y ancestral, hay un sujeto que está haciendo contacto visual conmigo. Y no es solo uno, son cinco… ¡y ahora muchosmás! Alguien toca mi espalda y todo se oscurece…

—¿Tío? —pregunté a Cleraid, que se encontraba a mi lado.

—¡Oh, diablos! ¿Te encuentras bien? Falta poco para llegar a la estación de servicio. Una ambulancia nos espera en el lugar —pronunció él con la voz tensa y preocupada, aunque en su rostro mantenía un temple sereno para manejar correctamente la situación.

—¿Cómo te sientes? ¿Fue lo mismo de la otra vez? —averiguó Melina, a la vez que me hacía masajes en la espalda.

—Bien, estoy bien, gracias. Debo confesar que ha sido intenso —respondí, masajeándome la cabeza con las dos manos.

—¡Ay, hijito! Seguro ha sido por las galletas que cociné. Me siento muy mal, pero te compensaré —se inculpó Rissue con una fatal expresión en su cara.

—No, abuela, no fueron las galletas. Me ha sucedido antes también —le comenté con una sincera sonrisa, para que no se sintiera culpable.

—¿Cómo? ¿Te viene ocurriendo seguido esto? —preguntó mí tío, perplejo por la preocupación.

Se generó un incómodo silencio por unos instantes.

—La primera vez que me ocurrió fue durante un paseo por un sendero junto al Nahuel Huapi, a pocos días de nuestro arribo a la cabaña. Desde entonces cada cierto período me desmayo por unos minutos, aunque últimamente me viene pasando bastante más seguido —contesté tímidamente a consecuencia de que no comprendía el porqué de su exagerada preocupación.

—¿No has ido al médico? Nunca me has dicho nada, yo hubiera arreglado una revisión general en una clínica de confianza —recriminó Cleraid con una repentina palidez en su enfurecido rostro.

—Ya he ido al médico y no han podido diagnosticar un motivo verídico para mis desmayos. No era mi intención preocuparte y por eso no te había dicho nada —me justifiqué, aunque comprendí que él, siendo profesional de la salud y familiar, se podría sentir desilusionado por mi proceder.

—Sí, tío, ya ha consultado innumerables veces a distintos profesionales. Jamás le hallan algo fuera de lo normal —adicionó Melina, asomándose por entremedio de las butacas delanteras.

—Cuando lleguemos a la estación de servicio te analizará un especialista —avisó Cleraid con una actitud más calma, aunque por la ligera marcha que llevaba con el vehículo pude notar que aún estaba alterado.

—No comprendo, tío —dije, mientras me servía agua en un vaso de plástico.

—Durante tu lapso de inconsciencia me he comunicado con un viejo conocido para que pueda ayudarte —aclaró.

El tramo que nos faltaba para arribar a la estación de servicio se nos hizo interminable a pesar de que había transcurrido apenas poco más de un cuarto de hora, pues se sentía la incomodidad causada por la creciente tensión proveniente de Cleraid. Rissue siguió lamentándose, acompañando sus quejidos con gestos dirigidos a Melina, porque sostenía que las galletas habían sido las culpables de mi desmayo. Justo cuando mi hermana estaba por consultar cuánto restaba de trayecto, distinguimos que la gasolinera se localizaba a pocos metros de distancia. Cleraid aparcó el vehículo en el primer lugar que encontró en el estacionamiento al aire libre, aunque curiosamente tenía todo el playón para elegir dónde hacerlo puesto que no había ni un solo coche más. Nos bajamos con el objetivo de estirar las piernas y cambiar el cuerpo de posición. Hice un paneo visual y me dio la sensación de que nadie había pasado por aquel lugar en siglos. Era un desierto y, para colmo, el único negocio que se ubicaba allí estaba cerrado, en sintonía con los baños fuera de servicio que se hallaban clausurados con barrotes. Los surtidores de gasolina se encontraban absolutamente bloqueados.

Al clima de ese momento no sabría definirlo, incluso creí que ni siquiera calificaba como templado. De todas maneras, lo que sí pude entrever fue que nos esperaba una persona de la tercera edad en la zona lindera con los baños, bajo un árbol que oportunamente le brindaba sombra. Cleraid requirió que nos quedáramos cerca de la camioneta para que él pudiera encontrarse a solas con el sujeto.

—¿Ves al especialista en alguna parte? —inquirí, mientras me colocaba en puntas de pie como si hubiese querido ojear sobre la nada, ya que no había ni un solo obstáculo visual.

—Creo que no es el especialista que tú y yo imaginábamos —aseveró mi hermana.

No fue clarividencia, sino que mencionó aquello justo cuando Cleraid se abrazaba a la enigmática persona luego de intercambiar con ella algunas palabras, con un cierto misterio que se percibía a la legua. Pasaron al menos cinco minutos hasta que mi tío decidió regresar para exponer lo que estaba sucediendo y, si nos guiábamos por la enérgica mirada en su rostro, seguramente se trataba de algo importante.

—Bueno, creo que les debo una explicación —expresó, y realizó un claro gesto de resignación con una mueca en la boca.

—Te escuchamos —lo invitó Melina a que desembuchase.

—En el momento del desmayo creí que necesitaba llamar a un viejo amigo, porque... —Cleraid no pudo continuar, se había quedado mudo. No le salían las palabras y su mirada se desviaba constantemente.

—Tío, ¿qué nos ocultas? —indagó Melina, dándole una vez más el pie para hablar.

—¡Remelio, por Dios, Remelio! —gritó Rissue con lágrimas de emoción en sus ojos.

A pesar de su frágil y defectuosa visión, ella había identificado a la persona. No dudó ni por un instante que realmente lo conocía. Salió corriendo como pudo, y se dejó caer en sus brazos tal como si fuera una escena de película romántica.

—Oigan, quiten la comida del baúl. Comeremos todos juntos y, mientras lo hacemos, les contaré todo detalladamente —propuso Cleraid mientras señalaba la parte trasera de la camioneta.

—De acuerdo, todo este asunto me ha dado mucha hambre —asintió Melina. Sabía que todos necesitábamos relajarnos.

Yo no expresé ni una palabra, más bien me limité a asentir cuando mi tío me pidió que le guardara el abrigo dentro del vehículo.

—Tengo un lío en la cabeza —le confesé a Melina, mientras cerraba los ojos con fuerza porque sentía mareos debido a la ansiedad causada por la intriga.

—Respira tranquilo, que está todo bien, confía en mí —sostuvo ella mientras me daba un golpecito en el brazo, haciéndome creer en sus dichos.

De pronto lo entendí. Pude comprender que ella lo sabía todo. En mi mente vi proyectados los sucesos preliminares que formaban la antesala de ese momento. Melina ya se había reunido con Cleraid antes de que él se dispusiera a dialogar conmigo en el sótano de la cabaña. Ella sabía todo desde un principio y por eso se encontraba con nosotros en el viaje. Estaba claro que incluso contaba con el dato de que habría alguien esperándonos en la estación de servicio, pero... ¿Por qué no me lo había dicho antes? ¿Acaso no estaba preparado para recibir aquella información?

Montamos una mesa improvisada en uno de los bancos que se ubicaba allí. Colocamos dos mantas en el suelo, una de cada lado, para poder sentarnos ordenadamente. Nos situábamos en un pequeño pueblo llamado Picún Leufú, que aproximadamente se ubica a trescientos kilómetros de San Carlos de Bariloche. Melina había procedido a sentarse después de entregarle a Cleraid un vaso con agua. Por primera vez desde que nos habíamos aventurado a salir de viaje, a mi tío lo noté calmado y conmovido. Introduje mi mano en el bolsillo para fijarme la hora en el pequeño aparato móvil que portaba, y marcaba las 4.07 p.m. Rissue aún conversaba amorosamente con el individuo que no se dejaba ver por completo. Entre tanto, yo los aguardaba no solo para comer sino también para que pudieran aclararme el asunto. Igualmente, el hambre sacudía mi interior y la impaciencia me jugaba una mala pasada.

—No estés impaciente, porque la espera valdrá la pena —irrumpió Melina sonriendo, justo cuando se daba cuenta de que yo iba a pronunciar algunas palabras con fastidio.

—Vale —mascullé con un poco de enojo, aunque una vez más entendí que ella sabía mucho más de lo que yo pensaba.

—¿Sabes? Hiciste bien, ahora tus ojos se ven más dorados que antes —destacó, a la vez que se tocaba su cabello como si fuera un espejo del mío.

Melina parecía relajada y feliz. Hacía mucho tiempo que no la veía así porque, por lo general, se la pasaba estudiando. Eso sin mencionar que en el último tiempo nos habíamos emplazado en un lugar rodeado de montañas, lagos y abundancia de naturaleza. Por un lado era magnífico en cuanto a lo sano del espacio, pero, por otro lado, nos aislaba de un gran número de personas que no elegían ese estilo de vida por el que habían optado mis padres.

—Se están acercando, ¿está todo preparado? —preguntó Cleraid al visualizar que Rissue y el misterioso compañero se dirigían hacia nuestra posición.

—Sí, tío, ya está listo todo desde hace un buen rato —afirmé moviendo los hombros, y acompañando el gesto con un fugaz suspiro.

Llegaron como si quisieran obtener dos papeles protagónicos de jóvenes novios que se hubieran reencontrado tras algunos meses separados. Transmitían frescura y vitalidad. Mi abuela llevaba una sonrisa de oreja a oreja.

El señor portaba un traje gris de los que se usaban en los años setenta o incluso antes, el pelo gris con gomina hacia atrás y el rosto afeitado; me resultaba familiar. Tenía una estatura que podría describir como media, no era alto pero tampoco bajo, y una armónica contextura corporal para su edad.

—Buenas tardes, mi nombre es Remelio. A decir verdad, imaginé muchas veces este momento pero jamás pensé que pudiera ser tan perfecto como lo es ahora —expresó mientras se limpiaba con una de sus manos algunas lágrimas que caían de sus ojos.

—Disculpe, ¿qué tiene que ver en todo esto? ¿De dónde conoce a mi abuela y a mi tío? —interrogué con indiferencia, embrollado por toda la situación.

—Es tu abuelo —reveló Cleraid antes que nadie, dado que sentía la responsabilidad de comunicarlo.

—Entonces es tu... —dije pausadamente, sabiendo que sería una obviedad.

—Sí, es mi padre —aseveró él sin titubear. Ni siquiera parecía conmovido, como sí lo había estado antes.

Fue entonces cuando caí en la cuenta de que yo era el único que no sabía que mi otro abuelo aún estaba vivo. Melina se limitó a observarlo y le guiñó un ojo. Remelio le devolvió el gesto.

—Quien debe aclarar todo este asunto soy yo. Sin embargo, hablaré mientras almorzamos, porque veo que han organizado todo y sería una falta de respeto hacerlos esperar —asumió Remelio tomando el mando de la conversación.

Él se acomodó sobre la manta estirada en el piso, la cual oficiaba como banco. Era llamativo que el sitio para una importante reunión generara tanto contraste con la seriedad que conllevaría la plática. Intempestivamente comenzó a elevarse la intensidad del viento y el cielo se llenó de nubes negras, por lo que no dispondríamos de mucho tiempo antes de que se originara una probable e intensa lluvia.

—Se ven deliciosas las galletas —opinó Remelio mientras sostenía el tenedor para comer lo que había en su plato, arroz con huevos y rodajas de tomate.

—Las hice con todo mi amor, pero a mi nietito le cayeron mal y se desmayó. Perdón, tesoro —se disculpó Rissue, apenada, una vez más.

—No te preocupes, cielo, que no ha sido tu culpa. Explicaré el motivo, no sin antes hacer una introducción si me lo permiten —anunció Remelio, con un tono dulce y despreocupado.

Todos asentimos con la cabeza, pese a que Rissue no comprendió y siguió lamentándose mientras comía. Remelio se cruzó de piernas para estar más cómodo, terminó de tomar agua y se preparó para empezar.

—Hace muchos años ya, decidí ir a la ciudad de Miramar a buscar refugio. Desde entonces solo he mantenido contacto con mi hijo Cleraid. No obstante, siempre he tenido noticias de ustedes. Tú eres el único que no sabía de mi existencia —admitió Remelio, viendo una expresión de desagrado en mi cara.

—No… —intenté interrumpir, ya que no podía comprender por qué me habían ocultado un asunto tan relevante.

—Sé que puede sonar feo todo esto, pero fue por tu propio bien, te estamos protegiendo —prosiguió Remelio. Agachó la cabeza y cerró sus ojos por unos instantes, a la vez que inspiraba profundamente.

—¿De qué asunto tan importante me protegen como para ocultarme a un integrante de mi propia familia? ¿Qué generó el hecho de que nunca pudiera conocer a mi abuelo hasta el día de hoy? —alterqué irritado.

—Sé que estás enojado y desilusionado. Pero debo confesarte, además, que el destino de este viaje no será el área metropolitana de Buenos Aires. No quedó más alternativa que sacarte de Bariloche —expuso, acentuando su última frase.

—¿Qué hubiese sucedido si me quedaba allí? —inquirí.

—Te irían a buscar. Quieren engañarte para que, por tus propios medios, te entregues en la embajada estadounidense y puedan reclutarte “voluntariamente”. ¡No íbamos a permitirlo! —exclamó Remelio, mientras meneaba el dedo de la mano derecha de un lado a otro.

—Si en un principio te hubiésemos puesto al tanto de la situación no lo hubieses comprendido. Al contrario, hubieras dudado de nuestra cordura. Todo esto tiene un fundamento que debes estar dispuesto a escuchar, y especialmente, a entender —señaló Cleraid, intercalando miradas con su progenitor.

—Estoy dispuesto —confirmé con más intriga, mientras desaparecía por completo el enojo que sentía. No perdí de vista la forma en que a mi tío le transpiraban las manos.

—¿Alguna vez te preguntaste cómo es la vida? O pongámoslo de esta manera, ¿en verdad crees que este mundo está habitado y gobernado solo por seres humanos, y que tu alma no ha de ser importante? —encuestó Remelio con pasión.

—Sinceramente no sé a qué quieres llegar. Somos gente, y siempre vi personas normales; claro que he visto también animales y plantas —contesté, mientras lanzaba manotazos al aire para quitarme una mosca del brazo.

—Hay muchos seres que buscan la destrucción y el caos. Seres que están organizados de forma tal que buscan unificar vilmente al mundo. Y estas criaturas pueden infiltrarse en todos los ámbitos que te imagines, ya que pueden transformarse en humanos… pero no lo son —declaró Remelio ante la atenta mirada del resto.

Agudicé el oído ante su relato. ¡Qué difícil resultaba el hecho de poder concentrarme cuando un “nuevo abuelo” aparecía de repente en mi vida e intentaba justificar su desaparición!

—Entiendo, ahora viene la historia de los platillos voladores y la vez en que te llevaron a otro planeta... —insinué con una entonación sarcástica que jamás había empleado en mi vida.

—Esto es serio, presta atención, que es muy importante —reprendió un molesto Cleraid.

Todo aquello sobre lo que se estaba hablando allí, tanto para Rissue como para Melina, eran temas y conceptos nuevos a los que no habían aplicado aún, por lo que se encontraban en una situación similar a la mía.

—¿Nunca has visto absurdos triángulos en tu vida? ¿Números como 777, 666 o 13? ¿Quizás algunos cuernos como saludo? ¿Algún que otro ojo encima de una pirámide? —continuó Remelio, exaltándose cada vez más con cada interrogante.

Se lo notaba inspirado. Movía las manos para dibujar en el aire diferentes formas geométricas como círculos, rombos y triángulos. Aquello despertó imágenes en mi cerebro y, en consecuencia, las respuestas para sus preguntas surgieron sin un mínimo esfuerzo. Los triángulos en el anillo de Marcus, el 777 junto al zorro de fuego que se mordía la cola en el cuadro que habían colgado en la cocina, el saludo entre mis padres y sus conocidos, que se apuntaban realizando cuernos con las manos. También recordé por primera vez la pirámide que habían construido en el jardín mis padres, cuando mi hermana y yo éramos niños, y que funcionaba como casita de juegos; sobre ella se posaba un aro que jamás supimos para qué servía. El 666 lo asocié con el mal, ya que es el número que popularmente se vinculaba con el diablo; sin embargo, yo lo veía como un número mágico, sin percibirlo como maligno.

—Puede ser —dije, mientras mi mente se inundaba de recuerdos.

Súbitamente se descolgó una feroz lluvia, por lo que tuvimos que regresar a la camioneta y así resguardarnos de la tormenta. Mi tío subió último a causa de que tuvo que retornar por las llaves que se había dejado olvidadas en el sitio donde comimos. Posteriormente puso en marcha el motor.

—Hijo, dirígete a Mar del Sur, será allí donde encontraremos una zona segura —indicó Remelio, a la vez que balanceaba la cabeza verticalmente para afirmar sus propias palabras.

—Entonces seguimos en esta dirección hasta llegar a Buenos Aires y luego rotamos hacia abajo —suscribió Cleraid mientras marcaba el recorrido en el mapa que había sacado de la guantera del coche.

—No conozco Mar del Sur, espero sea bonito —deseó Melina. Luego, en voz baja, se lamentó con Rissue por el fallido viaje a la metrópoli.

—Es hermoso, te lo aseguro —aseveré sin vacilar.

—¿Y tú cómo lo sabes? ¿Has visitado antes la región? —averiguó Cleraid, exaltado.

—No lo sé, tío, solo dije lo que sentía —respondí, en cierta forma mintiendo, debido a que en uno de mis desmayos sí había estado en un lugar llamado Mar del Sur y me sentí en paz. Pero claro, nunca había estado físicamente allí... ¿O sí?

Me recosté como pude en la parte trasera del coche. Estiré mi brazo por encima de la cabeza de mi abuela, que estaba sentada en el medio, y me apoyé contra el vidrio lateral. Del otro lado de Rissue, Melina iba mirando el recorrido. Los que se entretenían a todo trapo eran Cleraid y Remelio, quienes hablaban con fascinación entre ellos, como si no se hubieran visto en mucho tiempo y desearan ponerse al día.

Atravesamos la provincia de La Pampa antes de llegar a Buenos Aires. Hicimos tres paradas en las cuales pudimos cargar combustible y caminar varios metros para eliminar la rigidez en las piernas, como así también comprar alimentos y hacer una parada en el baño. Finalmente tuvimos que ingresar en la capital porque mi tío tenía que juntarse con un amigo antes de continuar con el viaje; le había avisado a través de su móvil en la última estación de servicio que lo esperase. Cleraid no quería olvidarse de llevar su laptop al encuentro, por lo que nos imploró que se lo recordáramos al momento de llegar.

Tan solo restaban quinientos kilómetros, aproximadamente, para llegar a destino.

Cleraid condujo por la autopista 25 de Mayo y nos situó así sobre la avenida San Juan. Teníamos que hacer un trayecto de quince manzanas hasta la zona de San Telmo. En efecto, cruzamos la afamada avenida 9 de Julio y percibimos cómo llamaba la atención de mi tío, que miraba para su lado izquierdo, donde se visualizaba una porción del Obelisco. Jamás me había parecido interesante ese monumento que destacaba en el país, ni siquiera me parecía vistoso o agradable a la vista. Sin embargo, para Cleraid era como una reliquia. En el instante en que Remelio lo notó observando apasionadamente aquella emblemática obra, empezó a tensionar el rostro.

—El Obelisco, así como lo ven, no supone nada en lo absoluto, pero es el símbolo más comúnmente utilizado en todo el mundo. Ahí mismo se emplazaba la iglesia dedicada a San Nicolás de Bari, la cual se decidió demoler para darle paso a este monumento. No es para sorprenderse, ya que la historia argentina está inmersa en la masonería, empezando por José de San Martín —deslizó, a la vez que formaba con sus manos una punta para luego transformarla en un triángulo.

Me quedé naturalmente encantado con su pequeña narración, y Melina también parecía atrapada con la historia. Una posición opuesta a la de Rissue, quien seguía leyendo una revista sin haber escuchado nada.

—¿Qué significa el Obelisco en sí? —consultó Cleraid, antes de llegar a destino.

—En la punta del Obelisco podemos observar cómo se forma un triángulo que mira hacia el cielo, lo cual resulta ser una pista o código entre ellos. Básicamente es un símbolo de jerarquía espiritual asociado a la nueva era. Con su creación se ha perturbado de forma intencional la realidad institucional de la Argentina. Desde su llegada, trajo caos y odio entre los habitantes. El Obelisco impide el equilibrio y la armonía social, y esto se debe a que está geográficamente ubicado entre el otro gran triángulo que conforman los tres poderes del Estado —reveló Remelio, mientras repetía una vez más las figuras geométricas en el aire.

—Si desapareciera el Obelisco, sería favorable para las futuras generaciones —supuse, compartiendo en voz alta mi pensar.

—No solo para las futuras generaciones sino también para la del presente. Repercutiría de lleno en la sociedad. El problema es que no están dispuestos a derribarlo —concluyó Remelio, para luego marcarle a Cleraid que había un lugar desocupado donde podría aparcar el carro.

Nos quedamos todos mudos. Mi tío realizaba gestos que avalaban lo que Remelio decía, lo que me llevó a pensar que ambos eran entendidos en el tema, aunque sospechaba que se estaban poniendo a prueba mutuamente. Gracias a ese diálogo obtuve la mejor explicación posible sobre la antigua casa de juegos triangular que mis padres habían montado en el patio. Otra cuestión respecto de la cual tuve una fuerte certeza fue un pensamiento que rondaba en mi mente, que no podía acallar y que estaba seguro de que compartía con mi abuelo: «¡Maldito Obelisco!».

Luego de concluir con la maniobra de estacionamiento, Cleraid pidió que esperáramos dentro del vehículo. A unos treinta metros, en la esquina, había un muchacho de unos aparentes treinta años que no dejaba de ojear el reloj que llevaba en una de sus muñecas. Llevaba el pelo corto, no tenía vello facial y vestía saco negro junto a un jean marrón claro, ajustándose a un perfil elegante sport. Justo cuando aquel se decidía por marcharse —daba la sensación de que llevaba mucho tiempo aguardando—, mi tío salió apurado del habitáculo con el fin de frenarlo.

—¡Oye, César, espera, que aquí estoy! —gritó Cleraid al cerrar la puerta.

Sin hacer caso a la sugerencia de nuestro conductor, Rissue y Melina fueron a comprar comida y refrescos, volverían luego de encontrar un local o mercado cercano. En cuanto a mi tío y su amigo César, se fundieron en un fuerte abrazo al encontrarse y posteriormente se adentraron en un edificio antiguo sobre la calle Defensa. Una vez que volteé, pude registrar que Cleraid se había olvidado de cargar con él la mochila donde guardaba su laptop.

—En breve vuelvo, le alcanzaré el computador porque odia volver por las cosas cuando las olvida. Le haré el favor —expliqué a Remelio, quien disimuladamente bostezó.

—Espero aquí mientras me relajo un poco —avisó, mientras cerraba los ojos e inclinaba el asiento para recostarse y ponerse en una cómoda posición.