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¿Qué opciones tienes cuando tus padres se convierten en SUPERVILLANOS? Me eché una SIESTECITA de nada en una clase SUPERABURRIDA y mis padres se han puesto como locos: ¡incluso me han prohibido aparecer en el programa que me estaba lanzando al ESTRELLATO! Lo he intentado TODO para que cambien de opinión, hasta hacer los DEBERES, pero no hay manera. Hasta que Maddy, mi mejor amiga, me ha revelado cómo CAMELARME A MIS PADRES para SALIRME CON LA MÍA.
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Seitenzahl: 177
Veröffentlichungsjahr: 2021
Capítulo 1. Una siesta reparadora
Capítulo 2. Que las risas no paren
Capítulo 3. Salvado por un diente
Capítulo 4. El hijo perfecto
Capítulo 5. Edgar el Terrible
Capítulo 6. Dos sorpresones
Capítulo 7. Un peligro atroz
Capítulo 8. Cómo camelarte a tus padres
Capítulo 9. Un ruido espantoso
Capítulo 10. Mis padres se convierten en supervillanos
Capítulo 11. La protesta
Capítulo 12. Mi nuevo uniforme del colegio
Capítulo 13. La gran huida
Capítulo 14. Gus el Gracioso
Capítulo 15. Una audición secreta
Capítulo 16. La casa de la felicidad
Capítulo 17. Optimizando la vida social de mis padres
Capítulo 18. Educación en positivo
Capítulo 19. El bombazo de Poppy
Capítulo 20. El superempollón del siglo
Capítulo 21. El visitante misterioso
Capítulo 22. Se rompe el hechizo
Capítulo 23. Una mentirijilla
Capítulo 24. Ha nacido una estrella
Capítulo 25. Maddy regresa
Capítulo 26. Me hago viral
Capítulo 27. La mejor noticia de todas
Créditos
Martes, 25 de febrero
4.30 p. m.
Me gustaría hacer una confesión.
Yo, Louis —nombre completo: Louis el Risas—, en torno a las 3.45 p. m. del día de hoy, he dicho: «Señor, estoy increíblemente arrepentido y me gustaría ofrecerme para recibir un doble castigo, aquí y ahora».
¿Me avergüenzo de mí mismo? Completamente. Pero no me quedaba otra opción. Verás, estoy en una situación superdesesperada. Bueno, en realidad… Mejor te lo cuento con más detalle.
Era la última clase del día, Física. ¡Rollo! Con Duncan (el profe más conocido como Dunky). ¡Megarrollo!
Y a mí, bueno, a cada minuto que pasaba me entraba un poquito más de sueño. Con lo que yo pretendí descansar los ojos un par de segundos… Pero, por desgracia, se me cayó la cabeza al pecho y…
«Siesta reparadora» sería el nombre técnico para lo que pasó después. Porque si Dunky me hubiese dejado en paz, me habría despertado lleno de energía y dispuestísimo a aprender un montón de cosas. Pero no, lo que hizo fue sisearme al oído:
—En mi clase no se puede dormir.
«Si no hablara usted tan alto, sí que se podría, sí», quise responder, aunque sabía muy bien que un momento como ese requería cierto tacto. Así que traté de explicarle que solamente había echado un sueñecito reparador. Una práctica, además, que está muy de moda últimamente.
Sin embargo, no se molestó en escucharme. En vez de eso, gruñó, destilando sarcasmo por los cuatro costados:
—Me alegro de que se haya usted reincorporado, dado que sus contribuciones a mis lecciones son tan esenciales. —Mis compañeros se troncharon de risa, por cierto (porque nunca digo ni una sola palabra)—. Cuando acabe mi clase ya discutiremos usted y yo sus hábitos de sueño.
Después, mientras todo el mundo salía escopetado, yo me acerqué a Dunky con una sonrisa valiente. Él se levantó de su silla. Es altísimo y muy delgado, con la cara larga y arrugada, una barba gris asquerosa y los ojos más pequeños que te puedas imaginar: como dos pasas que te miraran fijamente.
Vamos al grano. Tenía que conseguir que Dunky se pusiera de mi lado, porque necesitaba un superfavor. O sea, ahora estarás pensando que estaba condenado al fracaso, y no te faltaría razón, la verdad. Pero mi misión era conseguir lo imposible.
Por eso, cuando anunció que al día siguiente me tocaba castigo doble, dije, fingiendo entusiasmo:
—Muchísimas gracias, señor Duncan, está claro que me lo merezco.
Y después musité las palabras que te he confesado antes y que no puedo soportar repetir.
Bueno, pues adivina lo que me contestó Dunky tras una oferta de tales características… Nada. Se limitó a señalar la mesa que estaba delante de él con su mano rugosa.
Y aquí estoy, sentado desde entonces, rellenando línea tras línea, página tras página. Sin parar ni un segundo. Bueno, solo he parado cuando ese hombre ha salido de clase un momento.
CUIDADO. Que ya vuelve.
Pronto volveré con más info.
4.50 p. m.
Le llevé mi castigo a Dunky muy orgulloso.
—Cinco páginas y media —le dije—, y sin rencor. Aquí estamos los dos, de buen rollo.
Ni siquiera miró todo lo que había escrito. Muy grosero por su parte, sí, pero la razón estaba clara. Seguía enfadado porque me había dormido en su clase. Y de una persona que vive de su público a otra, tengo que decir que lo entiendo; no es plato de buen gusto que tu audiencia desconecte de tal manera.
Total, que le dije:
—Le aseguro, señor Duncan, que su clase de hoy no ha sido más aburrida de lo normal. Quiero decir que no ha sido nada aburrida —añadí rápidamente—. Ha sido una clase fascinante, de hecho. Especialmente… —Intenté recordar alguna cosa que hubiese dicho, pero imposible, así que farfullé—: Ha tenido tantos momentos estelares que soy incapaz de elegir uno… —Y sonreí, en plan encantador.
El tipo ni se inmutó. La mejor manera de describir su reacción sería decir que puso cara de póker. Y yo tenía que conseguir, como fuera, que ese profesor de traje gris que merodeaba por el colegio cual fantasma siniestro se compadeciera de mí.
Pero ¿cómo?
Claramente, no me quedaba otra opción que ganarme su confianza, así que le pregunté:
—Señor, ¿quiere saber la verdadera razón por la que me he dormido en su clase?
¿Puede ser que percibiera un mínimo destello de interés en sus ojos diminutos? El caso es que asintió, aunque tan despacio como un juguete que necesita que le den cuerda.
—Puede que se haya enterado, señor, de que mi gran sueño es ser humorista. Y que hace muy poco tiempo salí en la televisión durante tres minutos enteros, contando chistes en el programa de mi amiga Poppy. Quizá incluso me viese —añadí esperanzado.
—No —gruñó.
—Da igual. El caso es que después de eso me invitaron a un vlog. ¿Sabe lo que es?
—No —volvió a gruñir.
—No se preocupe, seguro que mucha gente de su madura edad tampoco tiene ni idea. Los vlogs son vídeos grabados por adolescentes que luego se cuelgan en internet.
Dudaba incluso de que Dunky supiera lo que era internet, pero bueno…
—Y resulta que el vlog más popular del momento es el de Noah y Lily. Tienen casi diez millones de seguidores. ¡Imagínese! —Forcé una pequeña pausa para que Dunky se lo pudiera imaginar—. O sea, que se hace a la idea de cuánto me emocionó que me invitaran a su programa, ¿verdad?
Me dio la sensación de que Dunky perdía el hilo, de manera que tomé carrerilla.
—Me invitaron para ayudar a un par de chavales con sus problemas y para ser gracioso en general, que es lo mío. Y no se lo va a creer: resulta que tuve tanto éxito que me han vuelto a invitar para ir este domingo. Como no quepo en mí de gozo, anoche casi no pude dormir, y ese es el motivo por el que tuve que echarme la siesta en su clase.
Mentira, porque aunque estoy superemocionado por lo del domingo, anoche dormí del tirón. Pero así soy yo: siempre intentando esparcir alegría a mi alrededor para levantar el ánimo de la gente.
—Mi pequeña siesta no tuvo nada que ver con usted, señor —le aclaré—. Y esto seguro que le alegra, ¿verdad? Así que le estaría muy agradecido si usted, a cambio, me hiciera un favor.
A Dunky casi se le salieron las cejas de la cabeza.
—Como sabe, esta tarde hay reunión de padres, y los míos vendrán encantados para escuchar sus siempre sabias palabras. Por supuesto, le animo a hablar de lo que quiera, faltaría más. Pero deseo compartir con usted el hecho de que me haría muy feliz que no mencionara mi siesta reparadora. Noticias así suelen provocar ideas terribles en las mentes de algunos padres, sobre todo si son impresionables, como es el caso de los míos. Puede que incluso se les ocurra hacer algo drástico, como prohibirme aparecer en el vlog de Noah y Lily el domingo.
O sea: hasta Dunky tenía que ser consciente de la increíble y extraordinaria oportunidad que es reaparecer en el programa.
—A cambio, estoy dispuesto a cumplir todos los castigos que tenga a bien imponerme. E incluso a vaciar las papeleras después de clase.
A los profes les encanta que se muestre disposición total, ¿no?
—Para lo que necesite, cuente conmigo, en serio. Y permaneceré siempre en deuda con usted.
Esto último se lo escuché decir a alguien en una película, y me gustó tanto cómo sonó que lo volví a repetir, muy despacio:
—Permaneceré… siempre… en deuda…
Dunky se levantó de sopetón (ese hombre se mueve como una marioneta gigante) y yo añadí:
—Y si quiere que le lleve el maletín al coche…
Eso lo solté en plan desesperado porque de repente me dio la sensación de que no conseguía llevar a Dunky a mi terreno. Sin embargo, me sonrió ligeramente mientras susurraba (él nunca levanta la voz):
—Estoy deseando conocer a tus padres.
—Ellos también.
—Tengo tantas cosas que contarles… —continuó él, muy serio, y se marchó sin más.
No estoy muy seguro de lo que quería decir, pero la intuición me dice que tiene mala pinta, ¿verdad? Supermalísima pinta.
5.10 p. m.
¿Y ahora qué hago?
a)Contarles a mamá y papá que la reunión de padres se ha aplazado.
Por desgracia, mis padres —y especialmente mi madre— son desconfiados por naturaleza. Y aunque suene alucinante, no creerían en mi palabra. Aparte, querrían saber los motivos del aplazamiento, y no se me ocurre ni uno.
b)Contarles que hoy Dunky ha aparecido en clase vestido de conejo de Pascua.
Y que el colegio está tratando de ocultar que se le ha ido la olla. Es muy posible que diga un montón de disparates en la reunión, y tendría que advertirles a mis padres que le dijeran que sí a todo con tal de evitar otro episodio. Esto a lo mejor cuela, ¿no?
c)Tumbarme temblando en la cama con las cortinas echadas y emitiendo gemidos espeluznantes.
Tengo un talento innato para fingir enfermedades, pero lo he hecho tantas veces que no estoy seguro de que mi increíble interpretación logre convencer a mis padres una vez más. Aparte de que su reacción más lógica es que vayan a la reunión sin mí.
d)Exponer mi versión de los hechos.
Explicarles, como quien no quiere la cosa, que me eché una minisiesta en clase de Dunky. Y luego advertirles de que Dunky se lo va a contar en plan exagerado, como si me hubiese instalado un saco de dormir en el aula.
Esta última opción normalmente jamás la habría considerado, pero mis padres, en los últimos tiempos, han cambiado… a mejor. Todo empezó cuando papá consiguió una entrevista de trabajo (llevaba meses en el paro). Mamá y él la practicaron noche tras noche, y cuando por fin la hizo, consiguió el empleo. Desde entonces, los dos han estado haciendo un montón de preparativos para su primer día, que es hoy. Y también, de paso, han perdido un montón de sus malas costumbres. O sea: no me han preguntado ni una sola vez por los deberes ni por cómo me va en el cole. Ni siquiera han mencionado la reunión de padres de esta tarde. Prácticamente no me dirigen la palabra, con lo que, en realidad, se han convertido en los padres perfectos. Y, además, están de muy buen humor todo el rato.
Entonces… ¿debería arriesgarme a informarles sobre mi siesta reparadora? ¿Estarán tan obnubilados por el primer día de trabajo de papá que igual apenas reaccionan? ¿O quizá desencadenará una recaída?
Solo una persona puede saber cuál es la mejor opción: Maddy.
Maddy es mi novia y agente, aunque llevo tres semanas y tres días sin verla. No, no hemos cortado. Es mucho peor que eso. Bueno, no. Nada podría ser peor que cortar. Pero es bastante horrible igualmente.
Ella y su familia se han mudado a Estados Unidos. A California, para ser exactos. A Burlington, para ser todavía más exactos.
Me comporto como si fuera supermolón tener una novia/agente viviendo cerca de Hollywood. Maddy hasta tiene unas tarjetas de visita chulísimas que yo me dedico a entregar por ahí como quien no quiere la cosa. Sin embargo, lo cierto es que odio que esté tan lejos y que daría cualquier cosa por que volviera a vivir a tres calles de mi casa. Sobre todo porque la diferencia horaria con Maddylandia es de ocho horas menos.
Eso significa que Maddy, ahora mismo, acaba de llegar al colegio. Y para cuando vuelva a casa, aquí ya será por la noche y yo habré tenido que entregarles el móvil a mis padres antes de acostarme.
¡Un desastre!
Menos mal que los padres de Maddy han firmado un contrato casi legal que asegura que podrá venir de visita siempre que estemos de vacaciones. Y que si le dejo un mensaje para que me llame, lo hace. Y superrápido. Ya verás…
5.40 p. m.
Te lo dije. Maddy me acaba de llamar desde el cuarto de baño con una pregunta:
—¿No es rarísimo, Louis, que tus padres no hayan mencionado en ningún momento la reunión del colegio?
—Raro, raro.
—¿Y no podría ser que se les haya olvidado?
El estómago me dio un vuelco.
—Oye, pues lo mismo…
—Entonces, ¿por qué no sugieres salir a cenar esta noche para celebrar el nuevo trabajo de tu padre?
—Gran idea… Mantenerlos distraídos… Pero ¿y si se acuerdan? Por si acaso, ¿les suelto lo de la siesta antes de que conozcan a Dunky?
—No, porque al fin y al cabo, puede ser que él no lo cuente, no lo sabemos seguro. Es mucho mejor que hagas reír a tus padres. De esa manera, ningún profe, ni siquiera Dunky, podrá deprimirlos. Ahora, que no va a ser fácil.
—Desde luego que no.
Entonces se empezaron a oír voces con acento norteamericano al fondo y, antes de colgar, Maddy añadió:
—Muy pocas personas serían capaces de conseguirlo, Louis. Pero tú eres una de ellas.
6.15 p. m.
Papá acaba de volver y está supercontento porque tiene su propio despacho (aunque solo trabaja a media jornada).
—¡Ey, papá, tú sí que sabes! —le grité, y él de repente levantó la mano para que chocáramos—. ¿Sabes qué? Deberíamos salir a cenar para celebrar tu nuevo curro…
—Pues justo me han hablado de un restaurante estupendo… —empezó mi padre, aunque luego se detuvo—. Ay, pero Elliot está durmiendo en casa de un amigo.
(Elliot es el enano de mi hermano.)
—¡Mucho mejor! —chillé con entusiasmo—. Así no tendremos que verle engullir la comida como un cerdo. ¡Llama ahora mismo para reservar, antes de que se llene!
Mi padre ya estaba marcando el teléfono del restaurante cuando apareció mi madre. Sonrió contento y le dijo:
—He pensado que salgamos a cenar para celebrar lo del trabajo como se merece.
—Fantástico…, aunque ¿no era hoy la reunión de padres del colegio de Louis? —replicó mi madre, mirándome inquisitivamente.
Me encogí de hombros.
—No lo sé… Podría ser… Creo que no…
—Sí, es hoy —afirmó mi madre.
Papá soltó el teléfono y sacudió la cabeza, como si acabara de despertarse.
—Se me había olvidado por completo.
—A mí también, durante un segundo —admitió mamá.
—Bueno, ¡pues que se os siga olvidando! —exclamé—. ¡Es un bajón de plan, y vosotros lo que os merecéis es salir y pasarlo bien!
¿Te puedes creer que mi padre incluso titubeó un momento? Miró a mi madre y probó suerte:
—¿Y si no fuéramos, solo por esta vez?
Ella negó con la cabeza, aunque se la notaba un poco triste.
—Mirad —dije—, os puedo resumir en una frase lo que os van a decir todos mis profesores: «Louis es tonto de remate». Hala, ya está. Venga, papá, llama a reservar, que me está entrando hambre.
Mi madre, entonces, me miró muy fijamente.
—Tú tienes muchas ganas de que no vayamos…
—Pero porque pienso en vosotros —contesté—. No quiero que os paséis la tarde sentados en las sillas más duras conocidas por la humanidad, en aulas miserables y diminutas con olor a repollo rancio…
—Ay, Louis, qué exagerado eres —se rio mamá—. Nunca se sabe, puede que tus profesores nos sorprendan y todo.
—Y saldremos a cenar otra noche sin falta —añadió mi padre.
Mamá y él se fueron a la cocina, todo sonrisas. Los dos, de muy buen humor. Tengo que conseguir que no se les pase.
7.15 p. m.
En el colegio nos encontramos con un montón de padres y sus desgraciados retoños, agolpados en pasillos con peste a abrillantador. La primera profesora de nuestra lista era la señora Hare, mi tutora.
—Solo un consejo —susurré—: no os quedéis mirando el bigotazo de la señora Hare. Es de premio.
Papá disimuló una carcajada. Él y mamá se habían pasado todo el camino al cole tronchándose de risa.
La señora Hare, que es pequeña y regordeta, había abierto todas las ventanas del aula, así que entrar allí era como entrar en una nevera. Estaba sentada frente a la pizarra, con el bigote al viento, y llevaba un collar que parecía un abrebotellas. Es la típica señora que siempre intenta mostrarse positiva con todo el mundo, yo incluido, así que empezó a decir:
—Bueno, vamos a ver… Louis… es… es… —Le estaba costando infinito encontrar algo bueno que comentar sobre mí—. Es… —repitió desesperada.
—¿Un genio? —sugerí yo.
La profesora se rio nerviosa.
—Eres todo un personaje, eso está claro —apuntó, y se giró hacia mis padres—. Pero me temo que Louis tiende a charlar en clase…
TRADUCCIÓN: No para de hablar.
—Y hay algunas asignaturas que no acaba de captar…
TRADUCCIÓN: Se le da todo fatal.
—Sus deberes, además, son bastante flojos.
TRADUCCIÓN: Nunca los hace.
—Lo que me gustaría sería que Louis —continuó— desarrollara sus aptitudes emergentes.
—Ah, ¿y cuáles son? —preguntó mi madre en plan optimista, mientras ella y papá se inclinaban hacia delante.
—Son… —Se veía que la señora Hare se estaba devanando los sesos—. Bueno, aún no han aparecido…, pero estoy segura de que se revelarán cuando Louis se responsabilice de su propio aprendizaje.
TRADUCCIÓN: Cuando Louis se moleste en hacer algo.
Luego se puso a recitar no sé qué movida sobre competencias y subcompetencias que creo que no entendió ni mi madre, y poco después nuestro tiempo ya se había terminado.
—Bueno, está muy bien que se hable de mis aptitudes emergentes —comenté cuando salimos—, aunque nadie sepa cuáles son.
A papá se le escapó una risilla.
De momento solo habíamos visto a una profesora, ¡y a la más simpática!, pero mis padres ya empezaban a decaer. No me podía ni imaginar lo que sucedería cuando vieran al siguiente profe de la lista.
Dunky.
—Bueno… —comencé—, pues ahora nuestras opciones son visitar a un hombre con cara de patata podrida que es el tipo menos carismático del planeta, o tomar un café estupendo completamente gratis… Me parece a mí que la decisión es evidente, ¿no?
—Venga, cuanto antes acabemos, mejor —dijo mamá con brío, pero no pudo evitar achantarse cuando nos asomamos a la clase de Dunky, que estaba a oscuras, salvo por una lamparita que emitía una luz tenue.
A él apenas se le distinguía, sentado a su mesa, quieto como una estatua.
—Antes de entrar —susurré—, ¿no creéis que deberíamos cogernos de las manos?
Papá soltó tal carcajada que mamá tuvo que mandarlo callar, aunque le temblaban los hombros de contenerse la risa. Al menos los había hecho felices… durante esos segundos. A continuación, mi madre llamó a la puerta y dijo, muy bajito:
—Venga, por favor, comportémonos.
—Y cuidado con los murciélagos —susurré yo.
Papá volvió a reírse. Porque no había más que ver a Dunky con su traje negro: parecía estar haciendo un casting para ser el próximo Conde Drácula. Saludó a mis padres con modales de vejestorio y a mí me miró con la nariz arrugada, como si yo fuera un olor repugnante que acabara de colarse en el aula.
Y pensar que podíamos estar pasándolo genial en el restaurante en lugar de estar atrapados en la cámara de los horrores de Dunky… Habló un poco sobre el temario y después se relamió los labios y añadió:
—Me veo en la obligación de expresarles mi inquietud en cuanto al progreso de Louis. Sobre todo, después de algo extremadamente preocupante que ha ocurrido esta misma tarde.
«Ya viene —pensé—. El momento en que Dunky reconvierte a mis padres en seres superestresados subidos a mi chepa todo el día. Padres ansiosos y agobiados capaces de atrocidades tales como prohibirme aparecer el domingo en el vlog más molón del momento». Y yo, sin poder hacer nada para evitarlo…
Por segunda vez en el día, cerré los ojos en la clase de Dunky.
Y, de repente, sucedió.
Sucedió totalmente por sorpresa.
Para calmar los nervios, me había metido un tofe en la boca. Pero mientras lo mascaba —anticipando mi horroroso destino inminente—, me lo tragué sin querer y el caramelo desapareció garganta abajo, dejándome un sabor de boca rarísimo… y algo más.
