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Una anciana llamada Amelia Barrowby envía a Poirot una extraña carta explicando que necesita sus servicios. En su mensaje, insiste en que la discreción es fundamental porque su familia podría estar involucrada en el asunto. El detective acepta y propone un encuentro, pero no vuelve a tener noticias de su cliente. Cinco días más tarde, el periódico anuncia la muerte de la señora Barrowby. Hércules Poirot visitará su casa e investigará a la familia hasta descubrir toda la verdad.
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Seitenzahl: 29
Veröffentlichungsjahr: 2023
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Hércules Poirot dispuso su correspondencia en una pila ordenada frente a él. Recogió el sobre que estaba en la primera posición, estudió la dirección por un momento, luego cortó con cuidado el dorso del sobre usando un cortapapeles que tenía en la mesa del desayuno, expresamente para ese propósito, y extrajo el contenido. Dentro, había otro sobre, cuidadosamente sellado y lacrado, marcado como: “Privado y confidencial”.
Las cejas de Hércules Poirot se alzaron un poco sobre su cabeza ovalada y murmuró:
—¡Paciencia! Nous allons arrive! —y una vez más puso en juego el cortapapeles.
Esta vez, el sobre contenía una carta, escrita con una letra bastante temblorosa y puntiaguda. Había varias palabras muy subrayadas.
Hércules Poirot desdobló el papel y lo leyó. En la parte superior aparecía nuevamente la leyenda: “Privado y confidencial”. En el margen derecho estaba la dirección: Rosebank, Charman’s Green, Bucks, y la fecha, veintiuno de marzo.
“Señor Poirot: Me lo ha recomendado un antiguo y querido amigo, que sabe lo preocupada y disgustada que estoy en estos últimos tiempos. Claro que mi amigo no conoce los hechos; por tratarse de un asunto estrictamente confidencial no se los he confiado a nadie. Él me ha dicho que usted es la discreción personificada, y que no tema verme envuelta con la policía, cosa que, si mis sospechas resultan fundadas, me desagradaría muchísimo. Pero por supuesto, es posible que esté completamente equivocada. No me siento lo suficientemente lúcida —sufriendo como sufro de insomnio y habiendo padecido el pasado invierno una grave enfermedad— para investigar las cosas por mí misma. No tengo ni los medios ni la capacidad para hacerlo. Por otra parte, debo insistir una vez más en que se trata de un asunto de familia extremadamente delicado y que por muchas razones puede que desee silenciarlo todo. Teniendo seguridad de los hechos, podré ocuparme yo misma del asunto, así lo prefiero. Espero que este punto haya quedado bien claro. Si usted acepta esta investigación, le agradecería que me lo comunicara a la dirección que figura al principio de la carta”.
Atentamente, Amelia Barrowby
Poirot leyó la carta dos veces. Otra vez sus cejas se elevaron levemente. Luego la dejó a un lado y continuó con el siguiente sobre de la pila. A las diez en punto entró en la habitación donde la señorita Lemon, su secretaria privada, esperaba las instrucciones del día.
La señorita Lemon tenía cuarenta y ocho años y un aspecto poco atractivo. La impresión general que provocaba era la de un montón de huesos colocados azarosamente. Tenía una pasión por el orden casi igual a la del propio Poirot; y aunque era capaz de pensar, nunca lo hacía a menos que se lo ordenaran.
Poirot le entregó la correspondencia.
—Tenga la bondad, mademoiselle, de contestar todas estas cartas, diciendo que no amablemente.