Compromiso oficial - Tara Pammi - E-Book

Compromiso oficial E-Book

Tara Pammi

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Beschreibung

El anillo era para lucir. El deseo era real…   Cuando la dejaron plantada en el altar, lo último que esperaba Monica D'Souza era que su jefe, Andrea Valentini, acudiera en su ayuda. Cuando la reputación de Andrea se vio en entredicho por un video publicado en redes, Monica se convirtió en la única persona que podía salvar su reputación ¡aceptando un falso compromiso! Andrea había pasado años lidiando en el mundo de los negocios; sin embargo, le parecía arriesgado poner a Monica en el centro de los focos. No obstante, descubrir que ella lo deseaba resultó ser embriagador. Rendirse ante su ardiente pasión no podía hacerles daño, pero solo si él ignoraba el deseo de su corazón…

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Seitenzahl: 191

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Portadilla

Créditos

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

www.harlequiniberica.com

 

 

© 2024 Tara Pammi

© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Compromiso oficial, n.º 3170 - junio 2025

Título original: Fiancée for the Cameras

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

Sin limitar los derechos exclusivos del autor y del editor, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta edición para entrenar a tecnologías de inteligencia artificial (IA) generativa.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9791370005665

 

Conversión y maquetación digital por MT Color & Diseño, S.L.

 

Índice

 

Portadilla

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Su prometido no aparecía.

Monica D’Souza asimilaba la realidad mientras marcaba el número de teléfono de Francesco una vez más. Seguía sonando, tal y como había hecho durante la última hora, y cada vez que no contestaba a su llamada, ella se sentía como un trozo de basura.

O, peor, algo olvidado o abandonado. O ambas cosas. Algo que había experimentado demasiadas veces en su vida.

¿Francesco habría sufrido un accidente? Conducía su motocicleta de forma imprudente y Monica lo imaginaba tirado en el suelo, sangrando a pocas calles de allí. ¿Por qué otro motivo podía llegar tarde y tampoco la llamaba? Debía de encontrarse mal. Sin duda.

Tras haber estado dos horas de pie en el exterior de la maravillosa Sala Degli Speechi del Palazzo Reale, y con aquel vestido blanco acampanado que había comprado online, empezaba a llamar la atención de otras personas.

El vestido no se parecía en nada a lo que anunciaban en la página web. La tela era completamente sintética y desprendía un olor a químico que provocaba que se sintiera mareada.

Saltándose sus propias normas, había robado un ramito de lavanda del baño privado de su jefe y lo había guardado entre los pliegues del vestido. No obstante, el olor del vestido era muy intenso y se había impregnado en su piel.

Por supuesto, no se había gastado mucho dinero en el vestido. Y menos después de invertir lo poco que había ahorrado durante los últimos tres años y medio en el pequeño estudio al que Francesco y ella querían mudarse a finales de esa semana.

Casa nueva, vida nueva, con alguien que quería estar con ella… Era todo lo que siempre había soñado.

Suspirando, Monica se retiró el velo del vestido de los ojos y pestañeó para contener las lágrimas. El sol de junio calentaba con fuerza y, probablemente, le estaba derritiendo el maquillaje. Lo que le faltaba era tener manchas de rímel en sus mejillas para completar la imagen de novia patética.

No. Se negaba a creer que Francesco pudiera hacerle algo así. Lo había visto la noche anterior y, además de haberla besado con desesperación y mostrarse deseoso de hacerle el amor, él le había dicho que no podía esperar a comenzar una vida junto a ella.

Solo se conocían desde hacía dos meses, pero ella había descubierto que tenían muchas cosas en común. Ambos eran huérfanos y se habían criado en casas de acogida. Ella en los Estados Unidos y él en Italia. Ambos deseaban formar una familia, ansiosos por pertenecer. Igual que a ella, a Francesco le encantaban la historia, el arte y los idiomas y, durante su primera cita, hablaron durante horas y ella terminó completamente enamorada. Además, él le había confesado que sentía lo mismo por ella.

Durante las siguientes semanas, se habían visto al menos tres veces por semana, y el único impedimento con el que contaba la relación era el jefe tan exigente que ella tenía y el riguroso horario de trabajo que ella tenía como secretaria.

Monica había pasado el tiempo como en una nube, hasta tal punto que él, un hombre pensativo y de ceño fruncido, adicto al trabajo, se había dado cuenta y le había preguntado.

La semana anterior, Francesco le había propuesto matrimonio en ese mismo lugar. Le había dedicado una sonrisa tan atractiva que ella había estado a punto de transgredir su norma sobre que solo mantendría relaciones sexuales cuando estuviera plenamente preparada.

Siempre había sido un poco sosa, y no le gustaba el riesgo. Se podía confiar en ella. Y le hubiera gustado pasar toda su vida desapercibida, de no ser porque aquellos que la abandonaron en un orfanato cuando era bebé le habían pasado unos genes que provocaron que fuera bella y muy atractiva.

La simetría de su rostro, su piel dorada y sus ojos color miel siempre habían llamado la atención de los demás. Primero de los chicos de las casas de acogida por las que había pasado, y después de los hombres, incluso de aquellos que se suponía debían proteger a una adolescente sin hogar.

Su rostro había provocado que Francesco se fijara en ella. Francesco, un hombre sexy, divertido y encantador. Ella se tomaba todo muy en serio, pero él era muy relajado y se tomaba la vida con calma. No le extrañaba que llegara tarde. Y no le sorprendería que se hubiera liado preparando una sorpresa divertida para ella o alguna actividad para su luna de miel.

«Solo llega tarde», se repitió una vez más.

No la había dejado tirada. No la había abandonado como todos los demás. No había decidido que había cosas más importantes que ella.

Más de una mujer la había mirado con lástima y más de un hombre le había silbado, riéndose y preguntándole si quería celebrar una noche de bodas sin haberse casado.

Tras haber estudiado italiano durante dos años en la universidad en Nueva York y haber vivido cuatro años en Milán, Monica comprendía muy bien el idioma.

Se secó las gotas de sudor que se acumulaban en su labio superior y sacó la botella de agua justo cuando sonó el teléfono.

–¿Francesco? Te has retrasado –dijo ella con frustración–. Teníamos la cita hace una hora, pero he conseguido arreglarlo con ellos. Si puedes…

–Lo siento, mia cara. He encontrado la oportunidad de oro para mi negocio y ya sabes lo duro que he trabajado para conseguir inversión, ¿sì?

–Lo sé –dijo Monica, pestañeando para contener las lágrimas–. Y te doy todo mi apoyo, pero te estoy esperando en el Palazzo Reale. Para casarnos.

–Ahh… bella. Desafortunadamente, esta oportunidad implica que tenga que retrasar la boda. Al menos un año.

Un intenso sentimiento de dolor se apoderó de Monica, provocando que recordara la época en la que se fue de viaje con el colegio en sexto curso. Durante todo el viaje a Florida, sus compañeros le recordaron que ella había podido ir gracias a que el resto de padres habían pagado un extra para su beca. No le importó, era la primera vez que veía un lugar diferente al orfanato, las casas de acogida y el colegio… Después, Olivia Kent le había sumergido la cabeza en el agua porque Timothy Evans había sonreído a Monica en lugar de a ella.

Ese día se sentía exactamente igual. Como si no pudiera respirar.

–No lo entiendo. ¿Qué tiene que ver tu oportunidad laboral con nuestra boda? Sabes que apoyo todos tus sueños. Si quieres, incluso puedo pedirle a mi jefe un préstamo si necesitas…

–No es necesario. Antes no quisiste pedirlo. Y ahora no necesito la ayuda de Valentini. Todo esto del matrimonio fue idea tuya.

–¿Perdón? No es cierto. Tú me propusiste matrimonio. Quisiste que compráramos ese piso para vivir juntos. Tú hiciste que me gastara…

–¡Basta! Te devolveré el dinero. No soy un hombre que depende de las mujeres. Y menos de una tan dependiente e insegura. Te dedicas a cocinar, a lavarme la ropa y a ofrecerme tus servicios. Los hombres se confunden cuando una mujer se lanza a sus brazos de esa manera. Pensé que eras un buen…

Monica se sintió bloqueada y no era por culpa del vestido. Francesco pensaba que era dependiente e insegura. Que se había lanzado a sus brazos. Que…

Por supuesto, Francesco no la amaba. O, al menos, no tanto como a sí mismo y a su negocio. Y menos cuando amarla implicaba dejar de lado mejores oportunidades. Cuando le suponía un inconveniente. Quizá no era amor lo que sentía por ella.

–Eres una mujer bella y sexy. Siempre sonríes y estás animada. Yo pensé que eras una norteamericana ardiente con buenos contactos en Milán. Era pura conveniencia, Monica, sobre todo puesto que no mantienes relaciones sexuales. Si todavía quieres celebra nuestra noche de bodas sin…

Monica colgó el teléfono con las manos temblorosas. Sentía la necesidad de lanzar el teléfono por la escalera hasta la fuente.

No podía. Era el teléfono del trabajo y no tenía sentido descargar su rabia con el aparato, sobre todo porque tendría que pescarlo en el agua y dar explicaciones al departamento de Tecnología acerca de cómo se le había caído a la fuente. Además, no podía permitirse que el teléfono se estropeara y provocara que ella perdiera una llamada de su exigente jefe.

Y mucho menos ese día, cuando el señor Valentini podía anunciar su compromiso con su ex, la señorita Chiara Rossi. Ella llevaba esperando más de seis semanas, ya que la fusión entre Valentini Luxury Goods y la empresa de Brunetti Leathers, el padre de Chiara, era inminente. Sobre todo, después de que ella se hubiera encontrado con la señorita Rossi en una fiesta y le había advertido que no perdiera de vista a su jefe.

Monica se aseguró de que el volumen del teléfono estuviera al máximo.

«Así soy», pensó mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas. Una mujer que, minutos después de que la dejaran plantada en el juzgado antes de la boda, descartaba la idea de tirar el teléfono al agua para no provocar preguntas innecesarias y para no causar molestias a nadie. Especialmente al hombre al que tanto le debía.

Esa era Monica D’Souza, otra vez sola en el mundo y sin un lugar adonde ir, una vez más, abandonada y no deseada.

 

 

Andrea Valentini, el director ejecutivo de Valentini Luxury Goods, no solía implicarse en la vida personal de sus empleados. Apenas era capaz de recordar sus nombres y las situaciones personales que tenían. Lo único que recordaba eran sus habilidades, y si eran eficientes y fieles a la empresa. No necesitaba saber nada más. Y tampoco tenía la capacidad para saber algo más. Por eso, poco menos de dos años antes, cuando otra secretaria dejó el trabajo, él se apresuró a contratar a Monica D’Souza, la mujer que había salvado a su madre. Él solía alardear de su capacidad de ver a la gente tal y como era de verdad y, una vez más, no se había equivocado. Durante su convalecencia en el hospital, después de que ella salvara a su madre de un peligroso atracador, Andrea había visto la magia que la señorita D’Souza podía hacer con los números y las relaciones interpersonales.

Ofrecerle un trabajo como secretaria para agradecerle que hubiera salvado la vida de su madre no era más que pagar un pequeño precio. Tal y como esperaba, su mente rápida y su talento extraordinario para tratar con las personas que necesitaban algo de él, de forma que él pudiera centrarse en el negocio, había hecho que ella ascendiera superdeprisa. Hasta que a Andrea no le quedó más opción que ponerla a trabajar exclusivamente para él.

Desde entonces, la señorita D’Souza más o menos dirigía su vida profesional y la personal también, aunque no tuviera mucha. Ella conseguía que él estuviera accesible para la prensa, para los accionistas e incluso para su familia.

Andrea nunca había tenido ninguna queja sobre ella, excepto unas semanas atrás cuando ella conoció a Francesco Ricci, un estafador encantador. Andrea lo había calado desde el primer momento y no comprendía cómo la señorita D’Souza no se había percatado de su verdadera personalidad.

A pesar de que le molestaba mucho ver cómo ella le dedicaba sonrisas y cumplidos bonitos a ese sinvergüenza, Andrea trató de no pensar en ello. Era una mujer ingenua y de solo veintitrés años. Merecía pasarlo bien, aunque fuera con un cretino que no merecía besarla.

No obstante, su madre había hecho que reparara en el hecho de que Francesco no solo le había pedido matrimonio a la señorita D’Souza, sino que también la había convencido para que invirtiera todos sus ahorros en la compra de un ridículo cuchitril que él quería alquilar una semana antes.

Dejándose llevar por un impulso, Andrea le pidió a su chófer que lo llevara hasta el cuchitril, solo para darse cuenta de que Francesco había desplumado a la señorita D’Souza. Si fuese solo eso, Andrea podría haber llamado a sus contactos y meter a Francesco en prisión. No obstante, Francesco había encontrado en la señorita D’Souza una gallina de los huevos de oro y tenía intención de desplumarla de por vida. Era algo que Andrea no podía permitir, y menos con la relación tan estrecha que ella mantenía con su familia.

Así que allí estaba él, después de haberle pedido a uno de sus socios que sobornara al estafador para que dejara plantada a la señorita D’Souza. Aunque era algo cruel, Andrea confiaba en que aquello hiciera que la señorita D’Souza aprendiera a no confiar en cualquier sinvergüenza. La mujer necesitaba un golpe de realidad acerca de la gente.

Por supuesto, no era suficiente que Andrea se hubiera ocupado del lío en el que ella se había metido. Su madre quería que él se asegurara de que la señorita D’Souza se encontraba bien después de lo sucedido, cuando lo que él menos necesitaba era tener a una mujer desconsolada a su cargo.

Como si no tuviera suficiente con los intentos que había hecho su ex para que él se casara con ella, como si fuera parte del premio asociado a la fusión con la empresa del padre de ella.

En un momento dado, Andrea habría hecho cualquier cosa para conseguir la mano y el corazón de Chiara, pero ella había elegido a otro hombre. Uno con más posibilidades de darle el estilo de vida al que estaba acostumbrada y el tipo de compromiso que deseaba. La jugada no le había salido tan bien como esperaba, ya que su marido fracasó en la gestión de un par de negocios y después falleció en un accidente.

Y después, su madre, el padre de Chiara y la propia Chiara pretendían que él continuara donde lo habían dejado diez años antes y se casara con ella. O la fusión no se llevaría a cabo, había dicho el padre, cuando Andrea reaccionó ante esa condición.

Le hervía la sangre con solo pensar en ello. En el hecho de que Brunetti hubiese puesto la condición de que él tuviera que casarse con Chiara para poder llevar a cabo la fusión, una fusión para la que Andrea se había entregado de lleno.

Y por el momento, Andrea no tenía solución para ese problema que le provocaba un gran dolor de cabeza. Quería decir «no»sin decir «no», sin alterar el delicado equilibrio en el que se encontraban las negociaciones con el padre de Chiara.

Se acomodó en el asiento del coche, apretó los dientes y se descubrió pensando en la señorita D’Souza. De pronto, no le parecía una ardua tarea rescatarla de las garras de aquel granuja. Al menos, Andrea sabía que con ella no existían trampas azucaradas ni empujoncitos hacia el altar. Solo había sinceridad ingenua contenida en un cuerpo de diosa.

 

 

Monica rebuscó entre los pocos contactos que guardaba en su teléfono mientras se sujetaba la cola del vestido para levantarla del suelo.

Después de llamar a Francesco unas cuantas veces más y escuchar el contestador automático, había permanecido allí sintiéndose perdida. Desmoronada. Enfrentándose a la realidad de aquella situación, no tenía adónde ir.

Sacó la botella de agua de su bolso y bebió un sorbo antes de colocársela en la mejilla para sentir el frío del metal. Deseaba arrancarse el vestido y meterse en la fuente para sumergirse en agua fría. Borrar la sensación de aquel día horrible. ¿Alguien la detendría? ¿Quería que lo último que le sucediera ese día es que la arrestaran por escándalo público en Milán?

Dejó caer la cola del vestido y pestañeó. Hacía mucho calor, pero nunca había tenido esa sensación como de mareo y de calor en la piel. Algo no iba bien.

Solo había una persona a quien podía llamar, la única persona que había sido verdaderamente amable con ella durante casi cuatro años. La señora Valentini la recibiría con los brazos abiertos, sin embargo, Monica se sentía un poco reticente a llamarla. El hijo mayor se enteraba de todo lo que Flora sabía. La idea de que Andrea Valentini se enterara del estado patético en el que se encontraba la aterrorizaba.

De pronto, un Bugatti con los cristales tintados, que le resultaba familiar, apareció al final de la calle y Monica se tensó. Todas sus dudas se disiparon cuando el conductor aparcó frente a los escalones del Palazzo Reale, sin importarle si estaba bloqueando el paso.

Como si su jefe perteneciera a ese lugar.

Porque pertenecía.

Y Monica supo que todavía le faltaba sufrir una humillación aquel día. Su pesadilla no había terminado.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Ella debería haber tenido un aspecto patético.

Aunque si Andrea era sincero consigo mismo, lo tenía en cierta medida. Allí de pie, con la gente mirándola y riéndose de ella, vestida con aquel vestido abultado y con exceso de encajes, la señorita D’Souza también parecía una mujer valiente. Como si hubiese participado en una batalla y la hubiera perdido. Él recordó que ella tenía un corazón aguerrido y que nunca lo había visto en otra persona.

Andrea debería haber enviado a Pascale, su chófer, para que la recogiera, la subiera sobre su hombro si ofrecía resistencia y la metiera en el coche a la fuerza para llevarla a un lugar seguro.

Sin embargo, Andrea había decidido bajar del coche para recogerla en persona.

Momentos antes, al bajar el cristal tintado, ella lo había mirado con sus ojos color miel. Le temblaban las manos y su aspecto era el de una novia abandonada recién salida de una mansión encantada como las que aparecen en las novelas góticas, y eso fue lo que provocó que se despertara en Andrea un instinto básico que nunca había experimentado.

Andrea levantó la mano para indicarle al chófer que diera la vuelta en el cruce. Estaban llamando la atención y él era un hombre muy conocido en Milán. Era el que había conseguido convertir una pequeña empresa de objetos de piel en una industria de millones de dólares, reflotando así una economía agonizante. Y nunca había sido su estilo demostrar su poder y prestigio de esa manera.

No obstante, algo lo alentaba y ni siquiera calculó el riesgo como solía hacer cuando se enfrentaba a una situación así.

Cuando por fin llegó hasta su secretaria, ella lo miró desde un par de escalones más arriba. Se le había deshecho el peinado y su melena castaña caía como una cascada hasta su cintura. Tenía la piel enrojecida, como si hubiese estado caminando al sol sin beber agua durante mucho tiempo, y no paraba de humedecerse los labios cortados.

A pesar del exceso de encajes, el vestido resaltaba la forma de sus senos y se ajustaba a su cintura. Andrea no sabía cómo había sido capaz de encontrar un vestido tan largo que se arrastraba por el suelo cuando ella era tan alta. Él se fijó en que tenía un descosido en la cintura y otro en el dobladillo, como si hubiese estirado de la tela para intentar separársela del cuerpo.

Pero lo que asustó a Andrea fue percatarse de que no paraba de temblar. Era como si estuviera derrumbándose, como si estuviera dando un espectáculo para los turistas aburridos de Milán.

–Vamos –dijo él, empleando un tono serio.

«Se más cuidadoso, Andrea. Tiene veintitrés años, es mucho más joven que tú, en años y en experiencia, y acaban de dejarla plantada».

Andrea extendió la mano hacia ella y dijo:

–No tiene sentido permanecer aquí más tiempo, señorita D’Souza.

–No puedo, señor Valentini –dijo ella–. Al menos hasta que no me quite esto.

Andrea frunció el ceño e intentó modular el tono, pero empezaba a arrepentirse de haberse bajado del coche. Aquello iba a acabar en desastre, para ella y para él.

–Sabe muy bien lo mucho que odio montar numeritos en público, señorita D’Souza. Ya he tenido bastante con que mi madre no me dejara en paz hasta que acepté venir a buscarla y llevarla a su lado. Y he venido desde la finca del señor Brunetti, a las afueras de la ciudad. También sabe lo ocupado que he estado esta semana en el trabajo y el inconveniente que me ha causado que hoy estuviera ausente. Basta con sus…

–Lo único que necesito es la navaja suiza que siempre lleva con usted –dijo ella, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.

«Cielos», aquella mujer era superatractiva y sensual, incluso cuando estaba destrozada.

–Después, podrá marcharse, olvidar que este numerito ha sucedido y regresar a su suite con aire acondicionado y al contrato del señor Brunetti. Si me hace este favor, incluso trabajaré un par de horas esta noche. Le devolveré la navaja. Sé que es un apreciado regalo de la señorita Rossi.

Andrea se quedó paralizado al oír su petición y al ver cuánto sabía sobre su vida privada. Ni siquiera su madre sabía que siempre llevaba encima la navaja que Chiara le había regalado hacía diez años. En un principio la llevaba por sentimentalismo, pero luego se había acostumbrado a la versatilidad de la navaja.

–No sea ridícula, señorita D’Souza. No soy un monstruo como para hacer que venga a trabajar en un estado lamentable.