COMUNICA Y TRIUNFARAS - CLAUDIA MARIA RAMIREZ LOPEZ - E-Book

COMUNICA Y TRIUNFARAS E-Book

CLAUDIA MARIA RAMIREZ LOPEZ

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Beschreibung

Resaltar en el trabajo, convencer a tu jefe o clientes, o ser el caballo ganador cuando envías tu CV depende de qué escribes y cómo lo escribes. Aprende a escribir sin perder la cabeza ni enredarte con terminajos, y que nunca más te quedes en blanco ante la hoja en blanco. Porque responde de forma directa y con resultados a diversas problemáticas del día a día laboral, como la redacción de correos electrónicos corporativos, cómo hacer una presentación ganadora o cómo personalizar una CV a la hora de aplicar a ofertas. Dirigido a todo profesional que quiera convencer y persuadir, y que quiera que le hagan caso.

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Seitenzahl: 288

Veröffentlichungsjahr: 2025

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en la oficina y los negocios

en la oficina y los negocios

El método para escribircon claridad, precisióny sin blablablá

Claudia María Ramírez

Comunica, y triunfarás

© 2025, Claudia María Ramírez

© 2025, Círculo de Lectores

© 2025, Intermedio Editores S.A.S.

Primera edición, abril de 2025.

Edición

Cindy Lorena Roa Devia

Equipo editorial Intermedio Editores

Concepto gráfico

Claudia María Ramírez

Diseño y diagramación

Equipo editorial Intermedio Editores

Corrección de estilo

Lina Anzola Bedoya

Ilustraciones y recursos gráficos internos

Zdenek Sasek vía Canva Pro, con montaje y textos de la autora Archivo particular de la autora

Intermedio Editores S.A.S.

Avenida Calle 26 No. 68B - 70

www.eltiempo.com/intermedio

Bogotá, Colombia

ISBN978-958-08-0651-6

Impresión y encuadernación

XXXXXXXXXXX

Impreso en Colombia - Printed in Colombia

Este libro no puede reproducirse, ni total ni parcialmente, sin el permiso previo del editor.

Contenido

Inicia aquí

Prólogo

1.En el principio era la palabra…

2.La desventaja que no lo es

3.Vives entre la realidad y la fantasía

4.Sé como la luna llena en la noche

5.La persuasión: no eres un psicópata ni un manipulador

6.Métete en la cabeza de tu lector

7.El cerebro nos engaña (a tu lector, a ti y a mí)

8.Una pausa necesaria

9.Cómo convencer y lograr que te hagan caso

10.Divagar y enredar no es una opción

11.Cómo escribir un correo electrónico efectivo

12.7 errores típicos en la escritura de los correos electrónicos: evítalos como si fueran las espinas del cactus o el veneno de la serpiente

13.Consejos para escribir un correo electrónico: desde reglas ortográficas hasta sesgos cognitivos

14.Soy una pesada

15.Aclaración

16.Cómo alejarse de las presentaciones somníferas

17.Truquitos varios de las palabras orales y escritas

18.Cómo escribir el CV ganador de la contienda

19.No solo es la forma, es el fondo

20.Decálogo del buen profesional que sabe comunicarse, convencer y escribir

21.Epílogo

¿Más?

Papá, eres lo máximo.Gracias.

A Dani y Dru, por estar,y ser mi ejemplo y apoyo.

Inicia aquí

Haz este libro tuyo: léelo, subráyalo, márcalo con pósits, haz anotaciones y llévalo a la práctica. A escribir solo se aprende escribiendo, repetía mi abuelito, y tenía razón: si aprendí a escribir, fue porque escribí.

Sé más que un lector de sofá: el conocimiento no es para almacenar ni los libros son tan sagrados como para no tocarlos, no usarlos y no dejar huella. No eres una biblioteca. Eres una persona. El conocimiento es para poner en práctica y los libros son una herramienta manual, para agarrar, tocar y ganar ideas, y, si lo necesitas, para escribir, subrayar o marcar.

Ahí radica la diferencia entre los profesionales sobresalientes y quienes no lo son. Los segundos depositan el conocimiento para resolver crucigramas o descrestar calentanos en un coctel1, como diría mi abuelito. Los primeros mueven al mundo, lo desarrollan y hacen que nos entendamos.

Sé del grupo de los primeros. Siempre en los primeros. 🙌

Y recomienda el libro para que seamos más en el club de quienes no se conforman con escribir, sino que dan un paso adicional: se comunican y convencen.

Con cariño y ojeras de trabajo,

Clau

Prólogo

Mi querida Clau:

Me pidió Cindy, tu editora, que hiciera el prólogo de tu libro. Al principio me resistí, como mula. Después opté por decir que sí, con la idea de pasar por tus páginas como saltimbanqui, sin detenerme en tus ideas, sino solo en títulos y recuadros. De mula y saltimbanqui pasé a escáner, porque encontraba frases que me llamaban la atención, “Sé como la luna llena. Escribe con claridad”, y me di cuenta de que eres poeta. Lentifiqué mi escaneo, y encontré inspiradoras estrategias de comunicación, “Cuenta una historia”. Me pellizqué como monja a ver si me estaba leyendo a mí mismo o te estaba leyendo a ti, Clau, y encontrando coincidencias como quien descubre en Tinder su alma gemela.

Después de esa conexión emocional, perdón, intelectual, pasé a leer como búho atento y parsimonioso.

Y con esa parsimonia voy a detenerme en algunas de las ideas, intentando no usar expresiones comadreja, pero sí algún gerundio, algún adverbio y alguna locución expletiva, sin convertirme por ello en loro mojado, en fray Gerundio de Campazas ni en don Luis de Góngora, que en paz descanse.

Lo de “ideas” lo aprendí de ti, en este libro. Dices, y lo creo a pie juntillas, que al escribir no hay que plantear temas, que son problemas, sino ideas, que son soluciones. Créeme que al leerlo me puse a repasar toda mi obra, claro, a vuelo de pájaro, pero rascándome la cabeza cual chimpancé viejo, a ver si en tantas páginas escritas había más temas que ideas. ¿Habré perdido el tiempo, en mi caso, la vida entera, escribiendo problemas y no soluciones? Al final de mi examen de conciencia, vi que la balanza se inclinaba ligeramente hacia las ideas. Me acuso de que he planteado muchos problemas, pero para mi absolución y perdón, declaro también que he buscado en cada caso la solución o, con el método mayéutico que me enseñó Sócrates, he llevado a mis lectores y oyentes a descubrir por ellos mismos la respuesta correcta. Es lo que aprendí de Confucio: enseñar a pescar, mejor que dar el pescado.

Te cuento que antes era de mejor recibo la mayéutica, que es educar, y educar es educir, o sea, sacar, hacer que la idea salga de la mente del alumno, más que meter en sus sesos datos, cifras y conclusiones ya hechas. Es la reflexión, el pensamiento, la cavilación, y eso requiere tiempo, paciencia, tranquilidad. Y hoy no hay ni tiempo, ni paciencia, ni tranquilidad. Y lo peor, no hay que pensar, porque para ello ya existe la Inteligencia Artificial. Pero no te desanimes. Ayer mi hijo Santi me mostró la cantidad de planes que hay en el mercado para hacer retiros de tres días o de una semana, y sentarse a hacer yoga y a meditar. Es un lujo que aún algunos quieren darse. Viven corriendo como liebres, pero buscan el descanso para vivir unos días como osos perezosos.

En cuanto a lo del gerundio, me gusta que no lo condenes del todo, sino que aconsejes usarlo con mesura, como adverbio de modo. Como lo usa Sarita Montiel, “Fumando espero al hombre que yo quiero”, que responde a cómo espero (adverbio de modo), o Julio Jaramillo, “Cantando quiero decirte lo que me gusta de ti”, que responde a cómo quiero decirlo (adverbio de modo). O te lo muestro en ritmo de salsa, con Rubén Blades, “Caminando se aprende en la vida / Caminando se sabe lo que es / Caminando se cura la herida…”. Excúsame, Clau, si lo tuyo es el reguetón.

“Si escribes un verbo expresivo, no necesitas un adverbio”. Me encanta esta frase tuya, referida a los insufribles modificadores terminados en -mente. García Márquez me dijo que nunca usó en su obra literaria adverbios terminados en -mente, porque son fáciles y feos. En mi libro Cómo se escribe, recomiendo el uso de palabras cortas y me refiero en concreto a estos adverbios kilométricos, que dificultan la lectura, por lo que conviene no usarlos, salvo que no haya más remedio. Démonos la mano los tres.

Y llego como tortuga, que casi no, al asunto de las locuciones expletivas, que defiendo con especial ahínco después de oír al profesor Súper O y a la Sevichica diciendo tonterías. A Súper O no le gusta que uno diga “lapso de tiempo” o “medio ambiente”. Dice que se trata de pleonasmos, y al decir la palabra pleonasmo lo hace con gesto de reproche. Hace que pleonasmo suene a delito. Pleonasmo es una figura literaria; es decir, algo muy bueno en el ámbito de la comunicación oral y escrita, que acude a la repetición, para dar más fuerza expresiva a lo que se dice, aunque no agregue significado. Y todavía mejor si agrega significado, como pasa con lapso, que solo significa error, y acompañado de “de tiempo” significa ‘periodo con principio y final’. Y aún mejor si la expresión tiene registro en el Diccionario de la lengua española, como sucede con “lapso de tiempo” y con “medio ambiente”, que, para más señas, la Academia pide ahora escribir en una sola palabra, medioambiente, y no dejarla a medio hacer, como pide la Sevichica.

De resto, Clau, no peleo contigo. Me encanta que digas: “lo primero es la ortografía”, “no escribas en voz pasiva”, “no escribas 500 mil”, “brevedad es precisión y claridad”, “atención a la puntuación” y muchas otras frases que saltan como delfines y me alegran la vida. Me fascina que aterrices las cosas de tal manera que termines hablando como gurú financiero, “un error de ortografía baja las ventas en un cincuenta por ciento”, “cuenta una historia”, y que agregues argumentos de estrategia comercial, mucho más persuasivos que los gramaticales.

Mis queridos lectores:

Lean a Clau, que estudió en Los Andes y en La Sorbona, y combina en este libro sentido científico, sentido práctico y sentido del humor con total maestría.

Fernando Ávila, el profe

Representante colombiano de la

Fundación del Español Urgente, Fundéu BBV

“‘Todos los usos de lapalabra para todos’, meparece un lema bueno ycon agradable sonidodemocrático. No para quetodos sean artistas, sinopara que nadie sea esclavo”.

Gianni RodariGramática de la fantasía

Gianni Rodari (1920-1980): Escritor, pedagogo y periodista italiano.Me lo robé de Rodari porque al igual que él estoy convencida de que mereces serlibre. Con una comunicación clara, precisa y sin blablablá lo logras.

1. En el principio era la palabra…

Te voy a contar algo que nunca he contado en público: tres sucesos marcaron mi vida y mi relación con las palabras.

El primero ocurrió cuando tenía siete años. De regreso a casa en la ruta del colegio, mi hermano mayor no estaba. Siempre lo he visto como un superhéroe: protector, poderoso, invencible. No tener noticias suyas me asustó: no solo porque el ser humano que se las sabía todas había desaparecido, sino también porque en la casa nos enseñaron que lo único que tenemos en la vida es a nosotros, a nosotros como hermanos, los tres. No sabía qué hacer. Pregunté con timidez dónde estaba. La encargada de la ruta me dijo que enfermo, en la casa; mi mamá lo había recogido. Le creí. ¿Por qué no habría de creer en las palabras de otra persona?

En un santiamén y sin saber de dónde, llegaron dos niños. Eran grandes. Calculo que tendrían diez años, y con seriedad me confesaron que la encargada me mentía. Ellos sabían la verdad: mi hermano había tenido un accidente.

Mi angustia fue más grande que el universo mismo. Tenía siete años: dos niños me ataron a sus descripciones producto de una imaginación más vívida que la de los guionistas de Hollywood. De dientes hacia afuera, yo insistía que todo era inventado, que no era posible; pero en mi cabeza ya se había creado el peor escenario y sentía que mi corazón no podía resistir esa pérdida. ¿Él estaría sufriendo? ¿Volvería a estar bien? ¿Montaríamos en bici de nuevo?

Cuando bajé de la ruta, corrí. Nunca he sido veloz y mi tamaño miniatura hace que no me rinda mucho, pero llegué en un parpadeo a casa. Solo preguntaba por mi hermano y no le creí a mi mamá cuando afirmó que estaba bien. Lo busqué, lo abracé y me aseguré de que él estaba vivo, feliz, con la misma sonrisa que ha conquistado a las niñas desde que tengo memoria y que veo como una mueca, señal de que está bien.

Las palabras son eso: una realidad.

El segundo momento llegó en la universidad. Cursaba la carrera de Literatura. Leía El defensor, de Pedro Salinas2. Allí, Salinas explica la grandeza del lenguaje: cuando un niño dice flor, en su cabeza están todas las flores del mundo. Fue una revelación (epifanía, para quienes prefieren términos más elaborados).

Las palabras son eso: todo el mundo y todo un mundo (condensado en un encuentro de consonantes y vocales) que vive y se hace realidad en tu cabeza, en ti.

El tercer momento también llegó mientras estudiaba Literatura, cuando aprendía griego clásico. Lo sé, soy una cajita de sorpresas. Escribo con el desparpajo y el vocabulario de una niña, pero como diría mi abuelito, estoy más preparada que un yogur: hasta sé leer latín y griego clásico. Estábamos traduciendo el evangelio de Juan. No haré referencias religiosas ni tampoco entraremos a debatir si el mito de la creación del universo de la tradición judeocristiana es verdadero o no. Mito es mito, y cada uno, con sus creencias.

La primera línea del texto, con la que quedé boquiabierta y maravillada, dice así: “En el principio era la palabra”. Bueno, en realidad, escribió logos (λόγος, ya sabes, griego clásico). El logos es una palabra que se hace acción; es casi como la nariz de Hechizada cuando se mueve: lo que dices pasa a la realidad. Léelo de nuevo: lo que dices o escribes se hace realidad.

Las palabras son eso: creación.

Cómo serán de importantes las palabras que, aunque tengas evidencia de que alguien te quiere, solo tienes paz cuando oyes o lees: Te quiero.

Cuando escribes, “cadapalabra es absolutamenteimprescindible”.

Julio Ramón Ribeyro“Decálogo para cuentistas”

Julio Ramón Ribeyro (1929-1994): Cuentista peruano, considerado uno de los top ten de América Latina. Formó parte del boom latinoamericano: puso la literatura de este lado del charco en el mapa. ¡Bum! A mis ojos, su decálogo para cuentistas es para todo profesional, seas cuentista, ingeniero, médico o matemático. Comunicarse no va de desperdiciar palabras, sino de ir al grano.

2. La desventaja que no lo es

Después de una década como correctora de estilo, editora y redactora, y tres años como copywriter (en el capítulo 5, te explico qué es), sé que las personas tienen tres dolores, de esos que te hacen hueco en la panza y por los que prefieres soltar sentencias como:

“Es que yo no sé escribir”.

“Escribir no se me da bien”.

“Yo no escribo. Quiero evitar esa pesadilla”.

Sus dolores son:

el miedo a la crítica;

la falta de claridad

3

; y

el hecho de que escribir toma tiempo

4

.

En un mundo multitarea y ágil como el de hoy, parece que invertir tiempo es malo. Pero el buen vino toma tiempo, el guiso sabrosón de la abuela se cocina a fuego lento y, si sacas el pastel del horno antes de lo previsto, no comes pastel; queda un mazacote que no es ni chicha ni limoná5.

Pero, y tal vez te sorprenda, la magia de la escritura está en el tiempo. De hecho, debería ocurrir lo mismo cuando hablamos, pero tenemos pánico al silencio. Llenamos el vacío como si fuera peligroso. Pero, en la comunicación y la persuasión, el silencio es tu amigo. Si quieres que la otra persona te dé una respuesta (pistas, indicios o un hilo por dónde tirar), guarda silencio tú. Sudarás frío al principio (por aquello de que vemos el silencio como malo); sin embargo, una vez te acostumbras obtienes una respuesta sincera de tu interlocutor, lo que te permite continuar comunicándote y lograr que te hagan caso, ya que tienes más información, y, con más información, llevas la sartén por el mango e inclinas la balanza a tu favor; o sea, aumentas la probabilidad de salir airoso.

Te decía que el aliado de la escritura es el tiempo: necesitas organizar tus emociones, tus pensamientos y tus ideas. Como la mayoría del tiempo escribimos en soledad (salvo lo que sin educación hacemos con el móvil cuando respondemos chats mientras compartimos el mundo de tres dimensiones con otras personas), la escritura es un momento en el que tú eres tu mejor compañía, tienes un diálogo interno y das vida a una idea para, luego, comunicarla y convencer.

Relación tiempo-resultado de tu comunicación y persuasión

Hablando no tienes tiempo y ocurre este penoso escenario:

El otro día fui a la peluquería. Que me corten el pelo es uno de mis planes favoritos. Siento que me miman. Es mi momento de desconexión. Me tocó una peluquera que hizo que yo sintiera cómo cada pelo se desgarraba y se destrozaba. Esto, sin contar el jalón de cada mechón de pelo que agarraba. Le pedí que no lo hiciera. Ella afirmó que no me estaba jalando el pelo. Si yo estaba sintiendo cada jalón, ¿cómo podía ella asegurar que no lo jalaba?

Retomó su trabajo y fue cuidadosa durante tres tijeretazos. En el cuarto, volvimos al asunto: mi pelo, desgarrado; yo, tironeada. Obvio, volví a mi petición. Sin saber cómo, se convirtió en una discusión en la que ella quería justificar por qué me cortaba así el pelo y yo le pedía que no explicara porque no me importaba la razón, solo quería que no me jalara el pelo: como cualquier mortal en la Tierra, me da mal genio que me jalen el pelo.

Algo pequeño desembocó en una discusión que hubiera podido evitarse. Todo, por el miedo al silencio mientras ordenas tus pensamientos, el impulso que tenemos al “yo tengo la razón y tú no” y la rapidez con que queremos imponernos. En este caso, aunque se me calienta la cabeza con facilidad (lo reconozco), guardé compostura y fue ella quien precipitó todo: con tal de defender su forma de actuar, vulneró mis derechos como cliente y como persona.

Esto no hubiera pasado escribiendo.

No puedes escribir con una emoción exagerada a flor de piel6. En cierta medida, necesitas cabeza fría porque tienes que concentrarte en el movimiento de las manos y transformar tu pensamiento en palabras y las palabras en letras en el teclado o el papel. Necesitas coordinación.

Claro, todos hemos escrito un correo en la oficina del que nos arrepentimos. En el calor del momento, nos pareció buena idea desquitarnos con el teclado, copiar a toda la empresa (desde el gran jefe pluma blanca hasta la señora de los tintos7) y desahogarnos. Pero incluso en ese momento tu emoción había mermado, la habías aterrizado. Si no fuera así, no podrías hacer esa conversión compleja: emoción → lenguaje → palabras → letras en un objeto externo (la computadora o el papel).

Esto ocurre porque la escritura no es natural. Tener un sistema de comunicación, sí. Las abejas, por ejemplo, se comunican con el movimiento de su vientre8. De cuánto vibran su cuerpo o si el círculo es hacia la derecha, hacia la izquierda o en ochos, avisan a las demás abejas dónde está el polen. Las ballenas cantan, los perros baten la cola en diferentes direcciones según su emoción y los pavorreales tienen un baile seductor para hacer saber: “Hey, pavita, me gustas; mira qué guapo soy con mi cola hipnótica. Quiero que hagamos pavitos bebés”.

Sonidos, gestos, movimientos de manos o de cuerpo, la comunicación es natural9.

En nuestro caso específico, necesitábamos avisarle al otro fulano dónde estaba el tigre dientes de sable o hacerle una advertencia para que no saliera a pasear por determinada zona sin compañía porque los mamuts podrían estampillarlo contra el suelo.

La escritura fue un invento (un buen invento, el mejor de los inventos si me lo preguntas). Con nuestro sistema (el del español), representamos cada sonido con un mamarracho en el papel o la pantalla (justo los mamarrachos que estás viendo en este momento –vocales y consonantes–). Es un sistema complejo: es la representación visual de un sonido, y no de cualquier sonido, sino un sonido que representa un objeto, un ser o, incluso, una idea. Además, ese sonido se une a otros y forman unidades de significado (palabra10); esas unidades se unen a otras y forman nuevas unidades de significado (oración, que por sí misma representa una idea); esas unidades a su vez se unen a otras y forman más nuevas unidades de significado (párrafo, que por sí mismo representa una idea). Y esas unidades se unen a otras y forman nuevas unidades de significado (texto, que es una idea).

O sea, un enredo (un genial enredo, el mejor de los enredos si me lo preguntas).

El caso es que la escritura y la lectura (la conversación atemporal y en papel –o pantalla– que estamos teniendo tú y yo) no viene dada por defecto en nuestro software de programación (cerebro y sus funciones). Es una actualización para nuestro desarrollo social y es tan importante que es con la aparición de la escritura que llega la Historia11.

Entonces, al ser un proceso artificial (por darle un nombre) necesitas tiempo y cabeza fría. Concentración. Estás poniendo tu pensamiento en un objeto externo que lo representa visualmente (vocales, consonantes, palabras escritas, oraciones, párrafos, texto).

Pero no desfallezcas ni te eches a la pena. No te han condenado a escribir a paso de tortuga reumática. Cuanto más practiques, comunicarte en este sistema adquirido y artificial se hace más rápido.

Entonces, tarea (sí, como si volvieras al colegio): practica. Es la única forma de agilizar este proceso y es la única vía para que dejes de quejarte por el tiempo que te toma.

Y agradece que escribir te toma más tiempo que hablar: es un tiempo en el que piensas.

Dirás: “Yo en el trabajo no tengo ese tiempo. No estamos en la antigua Grecia, donde podíamos sentarnos en el ágora a pensar, hablar, filosofar y vivir con tanta pausa como si solo existiera hoy y nada más”. Bueno, tienes razón [incluye mi sonrisa de aprobación aquí]. Sin embargo, eso no quita que respires, te tomes cinco minutos (cinco pequeños minutos) para organizar las ideas en la cabeza y, luego, te sientes a escribir, ¿verdad?

Invertir tiempo en pensar y encontrar la mejor manera de transmitir tu idea con palabras en un papel o una pantalla es lo que necesitas para comunicar con claridad, ser creíble y convencer.

Escribir es pensar.

Cómo agilizar la escritura

Viniste por una respuesta y te la doy. Solo que no podíamos caer en el “Escribe lo primero que se te ocurra” porque caeríamos en el “Tendrás los mismos conflictos que al hablar: no te comunicarás”. Entonces, habiendo dicho lo anterior, vamos al grano: ¿cómo diantres agilizar este proceso para no sentir que redactar un correo electrónico te toma una hora o que el informe de la empresa te toma 20 días?

La respuesta ya te la adelanté: practica.

Es como caminar o montar en bici. Al principio, es una pesadilla. Por fortuna, nuestra memoria de bebés ha borrado los recuerdos de nuestras caídas de nalgas y nuestra memoria de niños recuerda poco los raspones de las rodillas. Nos caíamos, llorábamos y, vamos a llamarlo por su nombre, éramos torpes al principio. Para mejorar y parecer una persona que ha caminado toda su vida o que monta en bici con más maestría que un campeón olímpico, practicamos. Nos esforzamos y practicamos.

Ocurre igual para la escritura en la oficina y los negocios.

Lo sé. Eres adulto. Tienes 30, 40 o 50 años, y dices: “Es que soy adulto. Yo ya debería dominarlo. Además, como adulto no se me permite fallar”. Crees que adulto es igual a producto terminado. Podría suavizar lo que escribiré, pero no lo haré: esas son tonterías que te metieron (o te metiste) en la cabeza. Como ser humano no estás terminado (ni yo tampoco). Somos imperfectos por definición. Cambiamos, aprendemos, evolucionamos. Lo perfecto es lo terminado, lo acabado. Por algo, el pretérito perfecto se llama “pretérito perfecto”12 y el pretérito imperfecto se llama “pretérito imperfecto”13.

Entonces, deja de creer que te las sabes todas o que tienes que sabértelas todas. La única forma en la que puedes avanzar es reconociendo que no has desarrollado (aún) una habilidad y que con tiempo y esfuerzo (como caminar o la bici) la dominarás14.

También es cierto que tienes una presión grande. Desde que tenías siete años te dijeron en el colegio: “Escribes. Felicitaciones: dejaste de ser analfabeta; ahora tienes el éxito asegurado”. Aunque en su momento fue algo bueno (y lo es), la realidad es que dominar el código alfabético no es igual a ser una persona que escribe y se comunica, así como hablar no te hace un orador ni cocinar unos huevos al desayuno te convierte en chef.

En este caso, el sistema educativo ha sido injusto (con todos, no solo contigo). Nos hicieron creer que escribíamos cuando nos acostumbraron a copiar oraciones, recibir dictados, hacer resúmenes o llenar con párrafos un mínimo de páginas. Esto, en el mejor de los casos. Ya ves que, en los tiempos que corren hoy, hay colegios que han optado por la selección múltiple como el mejor sistema de evaluación; o sea, ellos sufrirán más que tú y yo con la escritura y la comunicación. Pero esa es otra historia con la que no nos meteremos. Solo quería que supieras que somos producto de nuestras circunstancias. Para bien o para mal. Esto no quiere decir que te des palo15 o que te victimices, sino que eres artífice de tu futuro: puedes desarrollar habilidades y cambiar, mejorar.

El segundo punto está en la organización de tus ideas.

Antes de escribir responde estas cinco preguntas:

¿Qué idea quiero transmitir?

¿A quién se la quiero transmitir?

¿Para qué se la quiero transmitir?

¿Por qué se la quiero transmitir?

¿Qué necesita la otra persona para entender o adherirse a mi idea?

Parece básico, pero no te imaginas la cantidad de personas que no hacen este proceso. Creen que el teclado traerá las palabras. Eso no sucede. No hay musas, no hay inspiración. El teclado es una herramienta para transmitir lo que tú tienes en la cabeza; por lo tanto, la condición es que ya tengas la idea en la cabeza.

Tabla 1: Imaginación vs. Realidad

El proceso que creemos que ocurre

El proceso que de verdad ocurre

1.

Me siento y veo la hoja en blanco. Ya se me ocurrirá algo.

2.

El teclado me inspirará.

3.

Voy escribiendo palabras.

4.

Me esfuerzo por que haya muchas palabras. Así las personas se darán cuenta de que sé.

5.

Listo. Terminé. Cómo escribo de bien. No fue tan difícil como pensaba.

1.

Pienso la idea que quiero transmitir.

2.

Organizo la idea que quiero transmitir: inicio, desarrollo, final.

3.

Identifico qué necesita mi lector para entender mi idea.

4.

Completo mi esquema.

5.

Escribo en el orden de mi esquema y asegurándome de no poner el foco en mí sino en lo que necesita mi lector.

6.

Termino.

7.

Leo y pulo lo que escribí.

Para agilizar tu escritura necesitas organización.

Quitas la paja que hay alrededor. Así, te enfocas en una sola idea y no te distraes con otros temas.

Sigues un plan de acción, porque es más fácil que improvisar (solo a MacGyver se le daba bien eso de hacer algo con nada).

Sabes por dónde comenzar (que es lo más difícil para la mayoría de las personas).

En otras palabras, para agilizar el proceso de la escritura, necesitas tener clara la idea que quieres transmitir.

Ojito con idea; no me refiero a que descubras algo o inventes algo. Idea es, según la Real Academia Española (RAE), el simple conocimiento de algo (concepto o pensamiento) o la imagen o representación de algo en la mente. Por lo general, en los libros de comunicación, lo llaman mensaje o tema: ten claro el mensaje o el tema que quieres transmitir. Sin embargo, el truco de cambiar tema por idea lo aprendí del director de las charlas TED, Chris Anderson, quien en su libro Charlas TED. La guía oficial de TED para hablar en público explica que las charlas no se basan en temas, sino en ideas. Esto, porque: “El tema plantea un problema. La idea plantea una solución”. Al pensar en el tema, piensas solo el contexto y te enfocas en lo que hay. Al pensar en la idea, te enfocas en lo que sucederá (para qué sirve) y el efecto que tendrá en tu lector.

Imagina que tienes que escribir el reporte del equipo de trabajo: qué han hecho bien, qué han hecho mal, en qué pueden mejorar16 y cómo desarrollar su potencial. Si te enfocas en el tema fulanito, te enfocarás en describir al empleado fulanito. El resultado es un inventario de cualidades y defectos. ¿De qué le sirve a la empresa un inventario de cualidades y defectos? De nada. Se convierte en un documento que nadie lee, y tú pierdes cinco horas de tu tiempo en esa descripción que no sirvió. Si te enfocas en la idea, empezarás a relacionar cualidades y defectos, e identificarás cómo la visión particular de fulanito sobre x materia es útil para y objetivo de la empresa.

Te esfuerzas más con la idea que con el tema, es cierto. Pero tu comunicación es más útil y eficiente. De hecho, enfocarte en la idea es lo que va a hacer que persuadas y convenzas, que te tomen como un profesional capaz.

“Los tímidos tienen miedoantes del peligro; loscobardes, durante el mismo;los valientes, después”.

Jean Paul

Jean Paul (1763-1825): Su nombre completo era Johann Paul Friedrich Richter, y fue escritor alemán. Se dice que fue el precursor del romanticismo alemán. Y ojito, romanticismo en Literatura no es escribir bonito y cosas de enamorados. El romanticismo literario puso los ojos en nuestra contradicción interna: somos una amalgama de pensamientos y emociones, de lógica y sentimientos.

3. Vives entre la realidad y la fantasía

Prefiere la primera, aunque don Quijote vivía en la segunda.

En el capítulo XX de la primera parte, don Quijote y Sancho escucharon ruidos espantosos en la noche, y, como es don Quijote, ya te imaginarás qué sucedió: creyó que eran gigantes, gigantes poderosos con los que tendría que luchar para probar su valor como caballero andante y demostrar a Dulcinea cuán valiente y fuerte era. Mientras don Quijote se preparaba para la batalla con lo desconocido, a Sancho le dio miedo y le entraron ganas de…

Temiendo que algo le sucediera, no se alejó de don Quijote. Se hizo a su lado, se bajó los pantalones y “sin más ruido ni alboroto que el pasado se halló libre de la carga que tanta pesadumbre le había dado”. Don Quijote pronto notó el hedor, se apretó la nariz con los dedos y, con voz gangosa, siguió uno de los mejores diálogos que puedes encontrar en la Literatura:

—Paréceme, Sancho, que tienes mucho miedo.

—Sí tengo —respondió Sancho—, mas ¿en qué lo echa de ver vuestra merced ahora más que nunca?

—En que ahora más que nunca hueles, y no a ámbar —respondió don Quijote.

Eres como Sancho y don Quijote, pero no por lo pestilente, que no te conozco ni tenemos tanta confianza, sino por los miedos inventados y cómo afectan tu realidad.

Los miedos que aparecen al escribir en la oficina (o cualquier texto)

Todos tenemos miedo a escribir: tememos que nos juzguen. En parte, porque en el colegio y en la universidad solo escribíamos para que nos evaluaran. Teníamos un dedo inquisidor que nos señalaba y nos sentenciaba con una nota que determinaría si éramos dignos de la sociedad o nos condenaríamos en la paila de los fracasados que reciben malas calificaciones y que la sociedad desprecia. Por otra parte, se debe al síndrome del impostor: creemos que no somos lo suficientemente valiosos y que somos más fraudulentos que Anna Sorokin y el estafador de Tinder juntos.

Todos lidiamos con fantasmas en nuestra cabeza. Somos del equipo de don Quijote: vemos gigantes donde no los hay. Luego, pasamos al equipo de Sancho: hacemos popis sobre lo que hay.

Temes que no te vean profesional. Entonces:

Decides escribir con palabras rebuscadísimas, porque los tecnicismos, las palabras raras y ese vocabulario que nadie usa serían (según tú) una muestra de tu gran intelecto y conocimiento.

Decides escribir con oraciones larguísimas, porque tras leer fragmentos de

El Quijote

, tratados de filosofía que nadie entiende y las descripciones hiperdetalladas de las novelas del siglo XIX, dedujiste que, como ellos escribían con oraciones kilométricas, tú harías lo mismo para mostrar tu intelecto, tu conocimiento y tu maestría de la lengua.

Decides escribir con expresiones comadreja

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para mostrar que has reflexionado sobre el asunto, que tu pensamiento tiene profundidad y que eres un profesional invaluable por sus deducciones geniales.

Estas decisiones huelen, y no a ámbar: le complicas la vida a tu lector y juegan en tu contra. Tenemos una capacidad maravillosa: identificamos quién intenta engañarnos, quién se infla para lucir más de lo que es y quién escribe una palabra que no usa. Como es natural, lo rechazamos.

Según el estudio de Daniel Oppenheimer, “Consequences of Erudite Vernacular Utilized Irrespective of Necessity: Problems with Using Long Words Needlessly”18 (2015), tendemos a juzgar de poco inteligente a quien usa palabras largas y complejas sin necesidad. Esto, porque las palabras largas y complejas (sin necesidad) le restan fluidez al texto. Como escritor de un correo electrónico, el informe empresarial o la presentación comercial o de resultados del semestre, tu objetivo no es que te alaben con un “Fulanito qué sabio es” o “Cuánto sabe fulanito”, sino que comuniques y que lo que comuniques sea fluido: que quien lee lo entienda a la primera. Por eso, los resultados del estudio de Oppenheimer obtuvieron el resultado que tuvieron: si no hay fluidez, quien escribió no se preocupó por el lector; ergo, es una persona poco inteligente: no se comunicó cuando su objetivo era comunicarse.

Esos miedos nos llevan a escribir:

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cita previa

totalmente gratis

planes futuros

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O a enredar el texto al preferir determinadas palabras o expresiones:

Ferrocarril

en lugar de

tren

Can

en lugar de

perro

“El líquido perlático de la consorte del toro” en lugar de

leche

Todo, sin contar que, por el miedo a que te juzguen como insuficiente, no eres capaz o no quieres escribir sobre una sola idea.