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¿Cuál es el verdadero impacto de las redes sociales en el quehacer cultural y político de un país? ¿Es la comunicación un arma en la trinchera del poder? ¿Cómo han cambiado los medios? ¿Qué nuevas formas de comunicación y poder se comienzan a alzar en una época donde el mundo digital ha eclipsado las realidades, el quehacer de los ciudadanos y las informaciones? Con el objetivo de reflexionar sobre los procesos político-sociales, el impacto de las redes sociales, el rol de los medios en un mundo digital, los nuevos perfiles del periodismo y la educación en un nuevo entorno, el libro entrega una serie de ensayos dispuestos a resolver y plantear los ejes de discusión de estos temas desde la mirada de 28 expertos a escala nacional e internacional, de diferentes áreas ligadas a la comunicación. El lector podrá conocer estas ideas que se proyectan con el anhelo de contribuir a encarar la profundidad de la crisis general de las instituciones forjadas bajo la lógica del tercer milenio y abrir las mentes a las nuevas formas sociales que están dando estructura a la emergente sociedad global.
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Seitenzahl: 653
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Portada
Portadilla
Créditos
Presentación
Estado-Nación y medios masivos
Primera Parte
Introducción
Capítulo I Perspectivas sobre el futuro del periodismo
Capítulo II El papel de los medios de comunicación en un mundo digital
Capítulo III El impacto de la comunicación moderna y digital en la familia
Capítulo IV Matriarcas de la comunicación
Capítulo V Aceleradores tecno-sociales para hackear la educación
Capítulo VI Nuevos fundamentos y nuevo equilibrio para una nueva era
Capítulo VII Educación en un nuevo entorno
Capítulo VIII Los medios sociales y los desafíos de la comunicación digital en red
Capítulo IX La comunicación en las organizaciones como parte del derecho a la información y sus presupuestos éticos
Capítulo X Poder y comunicación
Capítulo XI Liderazgo en la era digital
Segunda Parte
Introducción
Capítulo XII Comunicación, redes y poder
Capítulo XIII Innovación tecnológica, concentración de la propiedad y pluralismo de la información en la era digital
Capítulo XIV Defendernos de nosotros mismos
Capítulo XV Los cibermovimientos sociales
Capítulo XVI Desde la plaza pública a internet
Capítulo XVII La comunicación transmedia y su rol en la personalización del discurso político en Chile
Capítulo XVIII Crisis de los partidos, tecnologías de la comunicación y subjetividad social
Capítulo XIX Las libertades informativas en internet como pulso al poder político en la Unión Europea
Sobre los autores
Lucía Castellón Aguayo
Alejandro Guillier Álvarez
(Coords.)
María José Labrador(Editora)
Comunicación,
redes y poder
Comunicación, redes y poder
Primera edición: junio de 2015
© Lucía Castellón Aguayo y Alejandro Guillier Álvarez, 2015
Registro de Propiedad Intelectual
Nº 253.020
© RIL® editores, 2015
Los Leones 2258
cp 7511055 Providencia
Santiago de Chile
(56) 22 22 38 100
[email protected] • www.rileditores.com
Composición e impresión: RIL® editores
Diseño de portada: Marcelo Uribe Lamour
Epub hecho en Chile • Epub made in Chile
ISBN 978-956-01-0190-7
Derechos reservados.
Presentación
Hace algún tiempo invitamos a distinguidos académicos e investigadores del ámbito nacional e internacional a reflexionar sobre los procesos político-sociales, el impacto de las redes sociales, el rol de los medios en un mundo digital, los nuevos perfiles en el periodismo y la educación en un nuevo entorno.
Fruto de un arduo esfuerzo interdisciplinario, que se ha concretado en el enriquecimiento de la visión o idea original, nace Comunicación, redes y poder, una obra colectiva que reúne el trabajo de 28 investigadores, que con sus resultados convocan a los diferentes ámbitos y agentes de la comunicación; académicos, políticos y sociales. Estas ideas tienen el anhelo de contribuir a encarar la profundidad de la crisis general de las instituciones forjadas bajo la lógica del tercer milenio y abrir las mentes a las nuevas formas sociales que están dando estructura a la emergente sociedad global.
Estado-Nación y medios masivos
Se ha instalado en las sociedades occidentales una sensación de crisis o tensión no resuelta entre los anhelos de participación de la ciudadanía y los mecanismos formales diseñados para atender esas demandas. La crisis parece afectar al conjunto de las instituciones que conforman el Estado-nación. La escuela, los partidos políticos, los sindicatos, los gremios profesionales y hasta los gobiernos y las empresas parecen enfrentar similares cuestionamientos de sus afiliados, adherentes, clientes o accionistas. Hay quienes ven una compleja trama de ausencias: falta de representación, transparencia, participación, identidad. Pero el malestar parece más profundo. Es efectivo que falta un mejor ajuste o sintonía entre la agenda de los ciudadanos y la de los actores institucionales; por cierto, ayudaría una mayor aproximación, sensibilidad o empatía con los gobernados. Pero es solo parte del problema.
Es en el campo de la política donde este sentimiento de crisis o insatisfacción parece más profundo o, al menos, es más visible. El dato más fuerte es la caída casi generalizada del interés de los electores por concurrir a las urnas. Como toda una novedad se recibió entre los estrategas electorales la primera campaña presidencial de Barak Obama que buscó entusiasmar y acercarse a los electores a través de un uso inusualmente sofisticado de las plataformas digitales de la información. Pero la innovación y cercanía en la campaña no se expresó, necesariamente, en una nueva forma de gobernar.
La sensación de crisis está instalada y, como suele suceder, es multidimensional. Este libro aborda varias de estas dimensiones: la comunicación política, la educación, el rol de los medios, las audiencias, los desafíos éticos y el ejercicio del poder. Desde todas estas dimensiones se aborda el impacto de las nuevas tecnologías de la información.
Sabemos que los medios de comunicación ayudan a modelar las formas de actuar, pensar y sentir aprendidas y compartidas. En suma, contribuyen a modelar la cultura. Así, la letra impresa, a través de los periódicos, universalizó ciertas dosis de información y conocimiento, lo que permitió la formación de la opinión pública. El conocimiento se almacenó en libros y documentos, los que se organizaron en bibliotecas y contribuyeron poderosamente a estructurar la enseñanza moderna. En efecto, el libro y la escuela se asociaron en un diseño sistemático de enseñanza. El texto impreso, el libro, se transformó en uno de los pilares de la educación moderna y de los métodos de enseñanza. También influyó en la organización racional de los procesos productivos —la industria— y, en general, en la constitución del Derecho y la organización racional del poder: el Estado-nación ya en el siglo XIX. Hacia 1920 debutó otro medio de comunicación que revolucionaría la sociedad y la comunicación política: la radio. La palabra hablada permitió masificar los mensajes e introdujo un componente emocional al flujo informativo. De paso, fue una plataforma clave en el nacimiento de la sociedad de consumo de masas. Esta comunicación hablada, instantánea, masiva y emocional produjo un embrujo cautivador y sugestivo en las masas urbanas. Décadas después la radio a transistores llegó a todos los rincones de cada país. La política se hizo masiva y manipulable. Siempre lo había sido, pero no a esta escala e intensidad. La televisión coronó este diseño socio-cultural de masas, pero redujo la política a una dimensión más cercana al espectáculo mediático, con lo cual le restó sustancia y sentido. Pero alimentó la ficción de la democracia representativa.
Sin reivindicar las añejas tesis del determinismo tecnológico, es obvio que nuestra sociedad está viviendo una nueva revolución en la forma de comunicarse. La globalización de las estrategias de dominio militar de las grandes potencias, la extensión de los sistemas financieros y de los circuitos de consumo necesitaron de plataformas tecnológicas que los hicieran posibles. Las TIC y la web no solo son fruto de un sueño militar de dominio a escala global, sino que de uno expansionista sin precedente de la sociedad de consumo y de la mundialización de sus hábitos de vida. Pero, al mismo tiempo, las TIC están abriendo oportunidades inéditas a sus usuarios para cambiar las formas de relacionarse.
TIC y poder ciudadano
El primer impacto de las TIC fue el quiebre del monopolio de la información de la que gozaron los medios tradicionales. El diario, la radio y la TV monopolizaron la agenda e impusieron sus términos. En esta comunicación vertical y unidireccional lo que no estaba en los medios, especialmente en la TV, no existía para afectos de la formación de la opinión pública. Estas terminaron con la exclusividad del gatekeeper para fijar la agenda de los medios. El portero ha sido desbordado por los navegantes de la web.
Esta revolución es visible en muchas otras dimensiones. Los «nativos digitales» nacieron, estudian, se entretienen, trabajan, se relacionan y forjan su identidad en la web. Estos nativos digitales están influyendo en los medios de información tradicionales, en la educación, la sociedad cotidiana y la política. En las TIC tejen relaciones sociales participativas, horizontales y colaborativas. En la web ponen temas, bajan información, la suben, debaten, crean opinión y forman redes sociales, hacen demandas, generan sentidos, sensibilidades e identidades nuevas. Crean sus propios liderazgos y participan en una infinita diversidad de redes y movimientos sociales.
No es fácil para los migrantes digitales seguir el ritmo. Estos nativos de nuevo cuño devoran información de fuentes múltiples, crean lenguajes basados en imágenes, símbolos, resúmenes. Usan lógicas no lineales para producir contenidos y son constructores de relatos participativos. En este diseño comunicacional han puesto en crisis a la escuela y la universidad. Los métodos tradicionales de enseñanza no se encuentran con esta generación de cibernautas. Tampoco las teorías científicas logran trascender más allá de una generación. Estos jóvenes están enfrentando un mundo donde pocas cosas parecen previsibles o estables. Incluso el conocimiento. Las doctrinas profesionales permiten, a lo más, formar ciertos criterios orientadores. Pero cada cual debe crearse su propio campo laboral, tendrá que enfrentar problemas múltiples e inéditos, integrar equipos de trabajo que se arman y desarman según los problemas a enfrentar, deberá cumplir roles diversos y las jerarquías y formatos institucionales le quedarán demasiado rígidos y conservadores para el ritmo de los desafíos. Cambio y ritmo. Las estructuras formales y rígidas de la industria tradicional; los medios de comunicación, las organizaciones intermedias y los partidos no alcanzan a ajustarse al ritmo ni a la dirección de los cambios.
Poder y comunicación
Hace ya muchas décadas que la teoría política asumió que la política y el poder se deciden en el proceso de construcción de la mente humana. Esa construcción social contemporánea se hace en la comunicación, fuente de poder y espacio de construcción de la opinión pública. Sabemos que la comunicación condiciona la mente, modela la opinión y el comportamiento cotidiano. Lo nuevo es que la «massmediatización» de la política está contribuyendo a generar la actual crisis de credibilidad y legitimación política. La «auto-comunicación» des-intermedia a la política, deja espacio a las redes y a los movimientos sociales, a la participación sustantiva y a la formación de opciones políticas alternativas. La sociedad digital, con la omnipresencia de las TIC, es esencialmente constructora de nuevas y contradictorias subjetividades que se abren espacio fuera de los ámbitos e instituciones formales del poder y del Estado-nación.
La revolución no es internet, sino la comunicación. El poder se debate en las redes sociales, pero no está en esas redes. La web posibilitó la auto-comunicación de masas como un contrapoder. No hay un poder controlador de la red. La comunicación es el poder; los ciudadanos determinan el contenido de ese poder.
Corolario de este nuevo entorno comunicacional es el surgimiento de nuevas oportunidades para los Estados nacionales de desarrollo intermedio. Ahora podemos debatir sobre una posible transición de las economías rentistas —explotan recursos naturales— a las economías de conocimiento. Manuel Castells ha escrito sobre la migración al modelo «informacional» de desarrollo. Este se apoya en la capacidad política de generar consensos sociales y promover modelos sustentables de desarrollo. Se debate ahora sobre respeto al medioambiente, innovación científica aplicada y uso generalizado de las tecnologías de la información. El desafío es transformar la creatividad en fuerza productiva. Hablamos de un nuevo diseño cultural, del dominio de las nuevas tecnologías de la información. Y de nuevas formas de liderazgo. Hay lenguajes motivadores, estilos de trabajo participativos, estructuras organizacionales horizontales, desempeño de roles múltiples. Los líderes de la era global pertenecen a la web, son creadores de opinión, tienen seguidores y trabajan en equipos. No surgen necesariamente de las estructuras institucionales. Promueven el desarrollo de una inteligencia colectiva y de formas colaborativas de conocimiento. Este es el fundamento de los movimientos sociales. No se originan por las tecnologías, sino que utilizan las tecnologías digitales para un proceso de construcción social. En la auto-comunicación de masas los movimientos sociales y los rebeldes indignados construyen su autonomía y encaran a las viejas instituciones. Estos cambios están encontrando una muy limitada acogida en las instituciones del Estado-nación decimonónico. Los remozamientos de la sociedad de consumo no empatizan con estos cambios. Hay un diferencial de sentidos y significados.
Lucía Castellón
Alejandro Guillier
Primera Parte
De forma introductoria: La metamorfosis del periodismoCarlos Soria
¿Qué ha hecho evolucionar históricamente la información? ¿Han sido las ideas y los cambios en la organización política y social? ¿El desarrollo de la vida económica? ¿El progreso tecnológico?
Todo ha tenido, sin duda, su importancia. Pero han sido especialmente decisivas las revoluciones de las ideas y la tecnología porque han hecho aparecer nuevos actores de la información, han repartido de otro modo el poder y la responsabilidad de informar y han contestado de una forma diferente a esta pregunta clave: ¿a quién pertenece la información?
La información fue primero parte de la monarquía absolutista, una marca más de la soberanía regia, y llevó en el siglo XVII —cuando aparecen los primeros periódicos— a la integración de esos nacientes medios informativos en el Poder Real.
Las Revoluciones Atlánticas del siglo XVIII eclipsaron —de momento— ese antiguo régimen de la prensa e hicieron de la información una libertad: la libertad de prensa, la libertad de empresa, la libertad de profesión y la libertad de comercio.
Y «cuando la búsqueda de capital se convirtió en un fin —ha escrito Gálvez— el liberalismo económico se encontró en su seno con el capitalismo». La empresa informativa se apropió entonces de la información.
Hasta los albores del siglo XX era periodista quien escribía en los periódicos. Resulta verdaderamente sintomático que en la primera edición del diccionario francés de profesiones, de 1851, no se describa la actividad periodística; y que en su segunda edición, de 1880, el periodismo únicamente aparezca como una actividad confundida conceptualmente con la de escritor.
Todavía en 1920, el humorista francés De la Fourchadière podía decir irónicamente que había en el mundo dos actividades que no requerían preparación alguna: la actividad de los banqueros que juegan con el dinero de los demás; y la actividad de los periodistas que juegan… con el honor de sus conciudadanos.
Suele aceptarse —de acuerdo con Hohenberg— que la profesionalización del periodismo comienza hacia 1920 en Estados Unidos y más tarde en Europa.
A partir de la profesionalización del periodismo hay una progresiva toma de conciencia de la función social del periodismo y de su incidencia en la esfera pública. Empieza a entenderse que el informador no trabaja para la empresa, sino para la información, comienza a afirmarse que el periodista trabaja para el público, aunque lo haga en la empresa, con la empresa y desde la empresa.
Es la etapa profesionalista de la información donde se considera que la información pertenece a los periodistas.
Todas las profundas innovaciones de esta etapa preparan la etapa universalista de la información. El máximo catalizador de esa nueva etapa será la formulación, en el artículo 19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, en París, del derecho humano a la información.
La etapa universalista clausura así el entendimiento de la información como el objeto de una potestad del Estado; o como una libertad, objeto de apropiación de las empresas informativas o de los periodistas. Y lleva a esta conclusión revolucionaria: la información pertenece al público.
En síntesis: la información fue primero parte de la soberanía regia; luego, de las empresas informativas; después, de los periodistas; y ahora mismo, del público, de todas y cada una de las personas que integran las audiencias y comunidades sociales.
Estas cuatro etapas —como todos los procesos históricos— no tienen bordes nítidos, ni suponen un avance lineal, progresivo y sin retrocesos. Hay progreso pero también hay involución. Son etapas, más bien, que conviven, se agostan, reverdecen o, incluso, surgen de nuevo por una causa imprevista pero explicable. Como las amapolas… los campos de los Países Bajos, recuerda Chinery, se tapizaron de rojo —de amapolas— en la Primera Guerra Mundial cuando aquellos laberintos de trincheras y las profundas heridas de las explosiones dejaron al descubierto el suelo y las semillas que llevaban decenios enterradas.
La espiral del periodismo
Apenas se había consolidado en el siglo XX el inicial concepto de periodista profesional cuando ese concepto ya parecía inservible.
La aparición de la radio, la televisión, el cine, la publicidad, las relaciones públicas, la documentación…, hicieron envejecer, al menos aparentemente, la noción clásica de periodismo. Una profesión nueva y poco definida se fraccionaba en múltiples actividades, en multitud de periodismos.
Un fraccionamiento y una disolución conceptual que se ha prolongado hasta nuestros días.
El periodismo se ha hecho así poliédrico, sustentado sobre una médula siempre en movimiento, sometido a una espiral de multiplicación —las profesiones informativas— que busca tomar distancia del periodismo clásico
¿Dónde estamos hoy? ¿Quo vadis el periodismo contemporáneo?
¿Es una profesión, como algunos afirman, en peligro de extinción?
¿Está naciendo un nuevo periodismo, que solo en el nombre se parece al que hemos conocido hasta este momento?
Cambios en el paisaje social
Presionan sobre el periodismo de nuestros días múltiples factores que vale la pena considerar:
La revolución digital
Las nuevas tecnologías de la comunicación
La crisis económica mundial
Los desgarros de la autonomía redaccional
El progresismo tecnológico que tiende a minusvalorar la importancia de los contenidos
La ubicuidad y movilidad de la información
La incertidumbre de la reestructuración de las empresas periodísticas
La quiebra del modelo de negocio clásico de la prensa
La pérdida de credibilidad y prestigio de la profesión periodística
Los profundos cambios sociales de las sociedades contemporáneas
La industria y el negocio de los medios vive en nuestros días en un permanente tsunami —de tanta o de mayor importancia que el vendaval que desencadenó la invención de la imprenta—, que hace más difícil pensar con claridad y actuar con sentido. Han cambiado los hábitos de consumo informativo de las generaciones que han sido alfabetizadas digitalmente.
Han quebrado los conceptos clásicos del espacio y del tiempo informativos.
Se han vuelto borrosas las fronteras entre los medios y todos se encuentran en el trance de reinventarse.
El número de jugadores en el terreno informativo se ha multiplicado exponencialmente.
La sociedad interpela a la profesión periodística y pregunta con escepticismo: ¿qué es ser hoy periodista?
El periodismo ciudadano o periodismo cívico compite o aspira a reemplazar al periodismo profesional.
Se fractura el pilar básico del periodismo al hablar de una verdad de los periodistas y una verdad de las audiencias y comunidades. ¿Por qué dar preferencia a la verdad del periodista? ¿Millones de personas presentes en el terreno de la noticia y transmitiéndola a través de la red no encarnan acaso la verdad que aporta internet?
Internet y sobre todo las redes sociales —ha escrito Bassets— se han convertido en «centrifugadoras de poder e influencia». Está surgiendo en el campo de la comunicación —mantiene Flichy— un nuevo tipo de individuo: el proam (profesional-amateur), que desarrolla sus actividades de aficionado de acuerdo con estándares profesionales. Por esta vía no es extraño que se esté produciendo un descrédito de la función del periodista.
Se incrementa constantemente la densidad comunicativa de la sociedad. Empresas, partidos políticos, fundaciones, instituciones públicas y privadas, universidades, sindicatos, artistas, comerciantes, bancos, deportistas y un larguísimo etcétera utilizan la comunicación pública y su presencia en los medios para alcanzar sus fines.
Se produce así una fuerte simbiosis y hasta una creciente contaminación entre información y comunicación; entre fuentes profesionales y fuentes interesadas.
Con demasiada frecuencia, las redacciones llegan a aceptar que vale cualquier fuente. Y eso, afirma con razón Harold Evans, «implica un grave peligro para la credibilidad del periodismo».
Cambios en las relaciones intraempresariales
La crisis económica mundial ha llevado a las empresas de comunicación a hacer lo mismo de siempre, sin demasiada imaginación:
Reducir drásticamente sus costos
Adelgazar hasta la extenuación sus redacciones
Cancelar los planes ambiciosos
Bajar a cero los riesgos
Instaurar una economía de guerra
Esta política —sobre todo cuando se prolonga en el tiempo— suele aparejar consecuencias muy graves: baja la calidad, los medios se acostumbran a navegar de cualquier manera, los criterios comerciales y los intereses políticos entran abiertamente en la redacción y se alimenta la falsa esperanza, la ensoñación, de que se puede hacer información sin demasiados periodistas, con periodistas baratos, o incluso sin periodistas.
En estas condiciones las redacciones se infectan —dirá de modo gráfico Villapadierna— y se desequilibran las relaciones armónicas que deben existir entre la propiedad y las redacciones. Muchas empresas, medios y marcas han perdido así lo que tenían de más valioso; su credibilidad, infectados por los sapos que chapotean en los aledaños de la política, del poder o de los poderes, o en el muladar del beneficio a cualquier precio.
El periodismo necesita un clima adecuado de libertad pública pero también un clima de libertad dentro de la empresa, una armonía sostenible entre la información de calidad y la obtención de beneficios.
La civilización del espectáculo
La crisis del periodismo contemporáneo tiene como telón de fondo, en términos culturales, la civilización del espectáculo, un mundo —según Vargas Llosa— «donde el primer lugar en la tabla de valores vigentes lo ocupa el entretenimiento, y donde divertirse, escapar del aburrimiento, es la pasión universal». Al compás de este ritmo, la política se ha vaciado de ideas, ideales, programas consistentes y debate intelectual, para travestirse en apariencia, publicidad y gobierno de las encuestas.
Y el periodismo que vive en el mismo hábitat de la política se ha travestido de igual modo.
La abundancia de aparente información, el sedentarismo y la comodidad de algunas redacciones, la simbiosis entre información y opinión, entre información y comunicación o entre información y publicidad están siendo el humus donde germina un periodismo light, manso, insulso, sin valor añadido.
Un periodismo alimentado de ruedas de prensa surrealistas o sin sentido, o de press releases de gabinetes de imagen y oficinas de relaciones públicas. Un periodismo de rebaño, basado en pseudo acontecimientos, versiones oficiales, exclusivas amañadas, docudramas, o en el tráfico de intimidades a la medida de la tibieza de las redacciones.
La profesión periodística está así afectada, en opinión de Martínez, por «una peste de narcisismo […]. Una inmensa parte de las noticias que se exhiben por televisión está concebida solo como entretenimiento o, en el mejor de los casos, como diálogo donde las preguntas no están sustentadas por información».
En la crisis del periodismo no ha faltado tampoco el concurso de los propios periodistas. Por su falta de comprensión de lo que está ocurriendo. Por su resistencia a los cambios tecnológicos. Por su oposición a perder el poco o el mucho poder interno que tenían en la organización. Por no aceptar la reestructuración sobre el modo de trabajar, gobernar y ser gobernados en la redacción. Por encerrarse, como talibanes del papel o talibanes digitales, en una visión pequeña del periodismo, como si hubiera un periodismo de papel o un periodismo digital y no un único periodismo.
El peligro de extinción del periodismo
¿Puede el periodismo en estas condiciones seguir cumpliendo la función social que hasta ahora tenía encomendada, su función de control independiente del Poder y de los poderes?
Esa función social siempre se debilita en las situaciones monopolísticas o de baja competitividad. Pero sobre todo se difumina y hasta desaparece cuando el periodismo se hace cómplice de la clase política. O se hace periodismo basura, infoentretenimiento, agitación propagandística, o periodismo de especulación.
«¿Cuál es el futuro del periodismo —se pregunta Harold Evans— como vigilante, como examinador, como constructor de campañas a favor de causas, como guardián de valores culturales…?».
Hay, pues, más de un motivo para sospechar que el periodismo es una profesión en peligro de extinción, como el oso panda, el lince o el gorila; o al menos, para pensar que el periodismo sufre una verdadera crisis de identidad.
A fuerza de retocar su perfil, ¿no se habrá desconfigurado la profesión periodística y esté en trance de desaparecer a manos de los mercaderes de noticias, o de las fuentes interesadas, parasitado el periodismo por agregadores y buscadores de la red, o acosado por el periodismo ciudadano?
Mi respuesta es un no rotundo. La aparición de nuevas plataformas técnicas para el acceso a la información, o los nuevos hábitos de consumo informativo, o el reblandecimiento del propio periodismo no significan ni anuncian su desaparición
Ver en la tecnología digital el cuchillo asesino del periodismo es un tremendo error, aunque la tesis la mantengan periodistas tan eminentes como Alma Guillermo Prieto para quien si no hay una reacción en contra de lo que supone internet, «y eso no se va a dar, la tecnología va a superar lo que era hasta el momento el oficio».
En realidad, nunca ha sido así. Las tecnologías de la información han sido siempre tecnologías de libertad.
La etapa universalista de la información y el periodismo ciudadano no son la muerte de la profesión periodística. Con palabras de Requena, que se hace eco de otras de Calaf, se podría decir que así como para que nos curen pedimos un médico y no un ciudadano-médico, para el periodismo es necesario un periodista y no un ciudadano-periodista.
El periodismo no tiene ligada su suerte a un soporte determinado, al soporte papel, por ejemplo. Ni tiene sentido afirmar tampoco que los nuevos soportes no tienen relación alguna con el periodismo. No hay un periodismo de prensa y otro diferente de radio, televisión, internet, tabletas, móviles o redes sociales.
Es cierto que el periodismo, como ha escrito con ironía un periodista de raza, Leguineche, «ya no es lo que era. ¡Ahora los periodistas solo toman agua!». Pero ser abstemio no equivale al certificado de defunción del periodismo…
Puede ser cierto también, como sostiene Bassets, que el periodismo como institución esté en crisis y que ya no tenga la misma fuerza del pasado para «influir en el poder e incluso guiar o liderar una sociedad». Pero esto solo quiere decir que la sociedad se ha hecho menos permeable a los medios.
Quizás lo que puede decirse con seguridad es que el periodismo se encuentra, de momento, —con palabras de Ramonet— «en la misma situación que Gulliver a su llegada a la isla de los liliputienses, amarrado por miles de minúsculos cordeles».
El periodismo puro y duro seguirá viviendo
Hay que reconocer en primer lugar —como ha puesto de manifiesto Cecilia Ballesteros— que en «Asia, en América Latina, en los países emergentes donde existe una auténtica avidez por la información, el periodismo está más vivo que nunca».
El periodismo puro y duro puede —y tal vez debe— pervivir manteniendo intacta su alma, con independencia de la plataforma tecnológica sobre la que se desarrolle. Si el periodismo no existiera habría que inventarlo.
Cuanto más florece la tecnología y la comunicación se hace glocal (global y local al mismo tiempo), más, mucho más, se necesita incrementar la creatividad y la calidad del periodismo. El buen periodismo del futuro, mantiene Bassets, nacerá «del mix generacional y del mestizaje entre la cultura analógica y la digital».
Habrá siempre periodistas —hace observar Tomás Eloy Martínez— como siempre ha habido y habrá narradores. El hombre «siempre tuvo vocación de narrar sus hechos».
No se extinguirá el contar historias de lo que pasa, con criterios de jerarquización, verdad, interpretación, sentido ético y atención al derecho a la información del ciudadano y al deber profesional de informar.
Pueden cambiar las plataformas, las herramientas, los lenguajes pero no pueden cambiar «las células madres del periodismo», en expresión de Díaz Nosti, ni sus «valores y secretos intactos», como dice Gonzalo Peltzer.
El periodismo, subraya Sancho, siempre ha sido uno solo. «Es el arte y la ciencia de comunicar con sentido, de profundizar los hechos, de averiguar los antecedentes y prever los consecuentes, de descubrir protagonistas, de contar historias que el público necesita saber».
En última instancia, hay una razón incontestable para la subsistencia del periodismo. El periodismo siempre existirá mientras haya periodistas de corazón, como ha escrito Prieto, «habrá periodismo mientras haya vocación».
El desafío del futuro es, por tanto, anclar la comunicación de nuevo en el buen periodismo, volver a lo básico, elevar exponencialmente la calidad de las redacciones, optar decididamente, en fin, por el renacimiento del buen periodismo de todos los tiempos.
En mitad de la revolución digital, volver a lo básico es volver a lo que Espinosa llama «el periodismo artesanal», hecho pieza a pieza, cosido a mano, lejos, muy lejos, del periodismo de «cortar y pegar», ese tipo de «periodismo bulímico», en acertada expresión de Javier Martín, «puramente declarativo, endogámico, y más vinculado al contacto telefónico, a la mera reproducción de declaraciones, a la cita de medios locales y al refrito de informaciones que a la investigación, el incordio y el trabajo sobre el terreno».
Ya defendió Kapuscinski y ha recordado recientemente Thaïs de Mendonça Jorge que «o jornalista é um caçador furtivo em todos os ramos das ciências humanas».
Volver a lo básico es vivir el periodismo ético. En esto consiste precisamente el periodismo de calidad. De acuerdo con García Márquez, «la ética ha de acompañar siempre al periodismo, como el zumbido al moscardón».
El periodismo-pasión en el posperiodismo
El periodismo es utopía, en el sentido que daba a este término, Desantes. Utopía, no como algo inalcanzable y de escasa consistencia operativa, sino como una meta alta que arguye siempre de lo que hay que hacer y no se hace.
El periodismo utopía es el periodismo-pasión, hecho de trabajo constante y honrado, movido por la pasión de la verdad, la bondad y la belleza, libre, solidario, comprometido con la justicia y la prudencia.
El periodismo es la pasión de saber qué pasa en la esfera pública, por qué pasa lo que pasa y qué viene después.
El periodismo es la inteligencia práctica que contribuye a iluminar las sombras maliciosas de la vida pública.
Es el intento de mejorar el mundo y no solo de describirlo.
Es la pasión de forjar convicciones y de defenderlas con libertad, fortaleza y elegancia.
Es tener ojos para ver crecer la hierba o descubrir lo que se oculta debajo de la punta de un iceberg.
El periodismo es el milagro de transformar en oro —como el rey Midas— todas las palabras, sonidos e imágenes de la comunicación.
El periodismo es un viaje esforzado y difícil, en tiempo real, al mundo entero.
Un calidoscopio que filtra mil historias de héroes anónimos que nos ayudan a estar de pie o a sobrevivir en la jungla de la vida cotidiana.
Es prestar voz y ojos a los que no tienen voz ni brillo en la mirada.
Es sembrar a voleo el sentido solidario de la vida.
El periodismo es acompañar soledades, entrar en los cuartos con vistas al dolor, al sufrimiento y a la carne humana quemada, y también hacer reír y sonreír y mantener encendidas las pasiones humanas nobles.
El periodista no es un simple mercader de noticias, ni un reciclador de basura, ni un bufón de los poderosos, ni un puro y duro deshumanizador.
El periodismo es mirada e inteligencia; compromiso con una pasión profesional; rigor y precisión para encararse con la realidad, y belleza y claridad para comunicarla al corazón y a la cabeza de todos los hombres.
El buen periodismo será siempre el antídoto número uno de la corrupción pública, la tibieza, el conformismo o el aburrimiento social.
Pero el periodismo contemporáneo es ya posperiodismo, valga la paradoja. Se ha clausurado toda una época cultural, la tecnología ha revolucionado la comunicación social y han muerto muchos modos formales, clásicos, de hacer y manifestarse el periodismo.
Solo un periodismo esencial, afirma Requena, devolverá la salud —a través de la credibilidad— a los periodistas y empresas de comunicación. Recuperar la credibilidad obligará a atarse, como Ulises, al palo mayor del barco y sellar con cera los oídos de toda la tripulación, para huir de las sirenas del sectarismo, las correas de transmisión y la politización patológica que solo deja muertos y heridos a las espaldas.
El desafío del buen periodismo, en la cultura digital multimedia y en el horizonte del posperiodismo, es contar historias originales, investigar toda la información, potenciar el periodismo de denuncia, buscar lo relevante, hacer interesante lo importante, difundir comentarios bien informados, mantener opiniones analíticas, disponer de información exclusiva, practicar un periodismo de recomendaciones prácticas, articular un excelente periodismo local, intentar desde el periodismo la cohesión de la sociedad, ayudar a las sociedades a madurar…
Las soluciones urgidas por la revolución digital llevan a pasar de una estructura paper centric a una digital centric, es decir, a dotar —tanto a los periodistas como a las empresas— de un corazón digital y a multiplicar el número de pulmones y plataformas de la comunicación.
Los profundos cambios del periodismo
El buen periodismo no va a desaparecer. Pero las diferentes tormentas que azotan el periodismo lo están configurando con unas nuevas características. Con palabras de Álvarez Gundín, hay que admitir que «el periodismo se encuentra sometido a cambios que afectan a todas sus facetas: soportes, tecnologías, lenguajes, negocios».
El periodismo está sometido en nuestros días a una intensa metamorfosis. No en el sentido de una mutación que lleve al periodismo a transformarse en otra cosa cuyo nombre aún no conocemos.
La metamorfosis del periodismo es, como ya se ha indicado, volver a lo básico, pero al mismo tiempo integrar en el modo de pensar y hacer el periodismo los conceptos de multimedialidad, hipertextualidad e interactividad. Esta se mueve, pues, en la línea que ha seguido Ainara Larrondo al estudiar los cambios que el hipertexto ha introducido en el reportaje y en los géneros y formatos periodísticos clásicos.
Señalo a continuación —sin ánimo exhaustivo— alguno de los cambios que la revolución digital ha inducido en el periodismo clásico:
El periodismo tiene que entender que la información pertenece al público —no al poder, ni a las empresas ni a los periodistas— y que la revolución digital ha dado consistencia y realidad a esta idea.
La conclusión es, como señala Cabrales, que la organización periodística ha de integrar a aquellos por los que todos los días dice trabajar: sus usuarios.
Internet ha deshecho la cama a los periodistas, ha escrito Alonso. Nos ha arrancado la manta y nos ha mostrado, a cincuenta centímetros de nuestros ojos, que nuestros lectores están vivos. Las barreras mentales y hasta las físicas, entre las redacciones y los usuarios, tienden a rebajarse.
Ya no es suficiente buscar y contar buenas historias. «Se precisan —dice con razón— Yuste nuevas destrezas como la de tejer una red amplia de distribución que funcione como su “altavoz”».
La mediación social que el periodismo tenía prácticamente en exclusiva ha empezado a cambiar:«Éramos, dice con humor Tascón, una especie de rey que firma y dice: “Esto es verdad o esto no lo es o esto acontece”». Pero la posición y los contenidos generados por los usuarios están modificando el papel y el alcance del periodismo en la mediación social. El periodismo pierde espacio de mediación o pierde el monopolio de la mediación.
La revolución digital y la praxis de las redes sociales han modificado el paradigma de la acción comunicativa convencional o clásica. La comunicación social ha pasado a ser, en buena medida, una comunicación ciudadana, inmediata, sin controles ni mediaciones profesionales. Se democratiza la información aunque aparezcan a su vez nuevas disfunciones.
Todo el periodismo se está haciendo continuo, un periodismo 24 horas, siete días a la semana: los periódicos, por ejemplo, se llamaban así debido a su periodicidad, impuesta por razones técnicas y de producción industrial. Hoy, los periódicos, comenta Enrique Dans, «ya no son periódicos, son continuos. Y si no lo son, malo: es que no han entendido nada».
La velocidad de la información y de sus procesos de elaboración se ha acelerado exponencialmente:la información en tiempo real exige nuevas capacidades para la elaboración de la información. La fugacidad de las noticias —observa Perotti— nos ha colocado «en una espiral que gira cada vez más rápido».
La participación de las audiencias y comunidades, recuerda Arriagada, ya es parte del periodismo.
Las redes sociales se han convertido, en la perspectiva que describe Pilar Diezhandino, en plataformas virales y de distribución de contenidos, «son fuentes, no medios». En este sentido, la revolución digital ha revolucionado también, para el periodismo, la teoría y la praxis de las fuentes.
Los lenguajes y géneros periodísticos se mezclan e hibridan: el periodismo se mueve en un entorno multimedia, al que —como dice Orihuela— «la digitalización aporta la dimensión hipertextual y la red el potencial de la interactividad».
Multimedialidad, hipertextualidad e interactividad son la estructura básica de los actuales modos y lenguajes periodísticos y de las narrativas del periodismo contemporáneo.
Los periodistas, en opinión de Ramonet, deberán aprender a elaborar la información de otra forma para difundirla en diversos formatos y plataformas: posts, alertas, breves, resúmenes introductorios, textos, fotos, sonido, videos, conversaciones con lectores, blogs, aportaciones de internautas, enlaces a otros artículos sobre el mismo tema…
Las redacciones están al servicio de los usuarios, no de una plataforma o de un formato:
El concepto clave es entonces —con terminología que Innovation Media Consulting había acuñado muchos años atrás— el de turbina informativa. Las empresas de comunicación son turbinas informativas, 24 horas, 7 días a la semana; refinerías de información y entretenimiento que trabajan con octanajes informativos diferentes en función de las necesidades del mercado. Y los periodistas trabajan para el público, en, con y desde esa turbina informativa.
La hora del renacimiento
Nuestro tiempo nos empuja a veces a travestirnos en avestruz, a cerrar los ojos y meter la cabeza debajo del ala para soñar que el desencanto y los problemas no existen.
El camino no es cerrar los ojos. Hay que abrirlos. Abrir los ojos de par en par —abrir esas «dos cicatrices eternas», como les llama Carlos Fuentes— para que nos entre toda la luz y toda la sombra de la vida.
A Bradlee —el mítico director de The Washington Post, siempre con fama de arisco y escasamente sentimental— se le escapa en estos momentos un grito de ánimo para el periodismo del futuro: «Estos son momentos buenísimos para el periodismo. ¡Están ocurriendo tantas cosas…! El acceso a la información es muy amplio. En los días de Roosevelt no teníamos ni idea de lo que estaba ocurriendo en el mundo. Hoy impresiona la cantidad de reporteros de calidad que hay».
Evans, otro periodista mítico, no se queda a la zaga en este optimismo sobre el periodismo del futuro. «Con los motores de búsqueda y los comentarios de la web —mantiene— tenemos la posibilidad de llegar a una edad dorada del periodismo».
Probablemente, dice Ramonet, «nunca ha existido un momento más favorable para ser periodista. El acceso a la información es mayor de lo que nunca ha sido en la historia y gracias a las nuevas herramientas que ofrece internet la audiencia también es enorme, es potencialmente infinita».
Es la hora del renacimiento del periodismo.
Es la hora también de los nuevos empresarios que estén dispuestos —lo diré con palabras de Tomás Eloy Martínez— «a arriesgar la paz de sus bolsillos y la de sus relaciones creando medios donde la calidad de la narración vaya de la mano con la riqueza y la sinceridad de la información».
El sentido del liberalismo capitalista requiere también un perfeccionamiento generoso. En línea con el pensamiento de aquel periodista excepcional que fue Montanelli, podría afirmarse que «el capitalismo ha de tener en las vísceras unos anticuerpos que lo mantengan a salvo de sus siempre posibles degeneraciones». Y hacer todo esto sin prisas desesperadas. Un paso detrás de otro, por aquello que advierte Ospina: «La urgencia siempre es hermana de la crueldad».
Pero siempre con magnanimidad. Habrá que recordar aquella máxima de Spencer: si un hombre intenta apedrear a la Luna, no lo conseguirá, pero llegará a ser un buen hondero.
Capítulo IPerspectivas sobre el futuro del periodismo: tecnología y ejercicio de poderLucía CastellónOscar Jaramillo
¿Es posible aventurar cuál es el futuro del periodismo en los próximos cuarenta años, sin caer en la ciencia ficción? ¿Podemos siquiera aventurar una hipótesis en un ecosistema de medios de comunicación altamente cambiante como el actual?
Cuando recién acabábamos de asimilar el impacto de los blogs y del periodismo ciudadano, irrumpió la web 2.0 y las redes sociales. Antes que alcanzáramos a entender lo que estaba sucediendo vino la revolución móvil. Y cuando recién empezábamos a medir los alcances de esta nueva ola, aparecen en el horizonte el Google Glass con todos los vestibles de la mano, el uso de drones, los bots que escriben noticias de manera autónoma y los sensores que permiten convertir en realidad los escenarios distópicos inspirados por 1984 de Orwell.
Todos estos cambios que están a la vuelta de la esquina nos hacen visualizar como antecedente importante la primera propuesta del prototipo del periodista del futuro que proponía Pavilk ya en el año 2000. Visores de realidad aumentada, teclado en el pecho, antena unidireccional para conectarse a internet y la red GPS, cámara integrada y un computador portátil que colgaba en la espalda. Cinco años después todas las funcionalidades del prototipo pudieron ser reemplazadas por un teléfono inteligente, que cabía en el bolsillo.
Es por eso que hacer futurología en el campo periodístico es casi imposible debido a la velocidad con la que los cambios tecnológicos se han sucedido en las últimas dos décadas. Cualquier apuesta sería aventurada y caería en el ámbito de la especulación, porque no sabemos cuál será el medio de comunicación del mañana, debido a la imposibilidad de anticipar el próximo invento que cambiará el ecosistema de los medios de comunicación.
Hemos llegado al punto en que no podemos prever cuál será la próxima revolución tecnológica. No obstante, lo que podemos analizar es el impacto que dichos cambios han tenido sobre el periodismo y cómo eso ha influido en el ejercicio de poder. Si partimos de la base de que el rol fundamental del periodismo es informar a las audiencias para que tomen decisiones de manera informada, cualquier cambio que afecte a la forma en que el periodismo investiga puede tener consecuencias insospechadas sobre los equilibrios de poder y el ejercicio de la democracia.
Un ejemplo claro en donde la tecnología, el periodismo y la democracia entran en un delicado juego de poder son las revelaciones del ex-analista de seguridad de la CIA y la NSA, Edward Joseph Snowden, a los diarios The Guardian y The Washington Post, de que el gobierno de los Estados Unidos tiene dos programas de espionaje tecnológicos de alcance mundial: PRISM y XKeyscore (Gellman, 2013), con los cuales vigila a gobiernos aliados y a ciudadanos estadounidenses dentro y fuera de su país.
El caso Snowden es significativo no solo por el alcance que tiene, sino porque demuestra que las capacidades para espiar a autoridades y ciudadanos comunes y corrientes las tienen toda la industria tecnológica, las agencias de marketing y, potencialmente, los medios de comunicación.
Tal como lo explican Gellman y Poitras (2013), los avanzados programas de espionaje llevados a cabo por la NSA de los Estados Unidos pudieron ser llevados a cabo gracias a la ayuda y, en algunos casos, al «pinchar» las redes informáticas de gigantes tecnológicos como Google y Apple. En la práctica eso significa que tanto la industria tecnológica, como los medios de comunicación, poseen las mismas capacidades de intrusión que los organismos de seguridad, al punto que estos los espían para vigilar a los ciudadanos.
No podemos asegurar cómo será el periodismo en el 2050, pero sí podemos afirmar que la tecnología le otorga al periodismo nuevas capacidades de investigación que marcan un verdadero cambio de paradigma. Para poder entender estas nuevas capacidades de investigación es necesario que nos hagamos cargo del estado del arte del periodismo. Debemos analizar brevemente el rol que tienen los bots, vestibles, drones, sensores, la minería de datos, la realidad aumentada y el fenómeno conocido como big data en la conformación de un nuevo entorno periodístico inserto dentro de una sociedad transparente, tal como nos explican Craig y Ludloff (2011).
Estado del arte: tendencias actuales
Antes de entrar de lleno en la transparencia de la sociedad actual y el fenómeno del big data, es necesario que expliquemos el alcance y la función que tienen las nuevas herramientas que existen para recopilar, procesar y difundir información. Si entendemos las capacidades de los bots, vestibles, sensores y de los drones, podremos ilustrar de una manera más precisa cómo el periodismo puede lograr capacidades de investigación comparables a las de la NSA y lo denunciado por Snowden.
Los bots (Verkamp, Gupta, 2013) son programas computacionales que imitan el comportamiento humano a través de la inteligencia artificial, lo que les permite realizar de manera automática varias tareas que normalmente realizan los periodistas. Una de las aplicaciones más llamativas es Narrative Science, que es capaz de entrar a una base de datos, analizarla, ver cuáles son las tendencias, interpretar los hallazgos y redactar las noticias. En la actualidad, las agencias informativas Reuter y Forbes utilizan este bot para crear noticias económicas y deportivas.
Otro ejemplo es Quakebot, desarrollado por el periodista y programador del diario estadounidense Los Angeles Times, Ken Schwencke, que a partir de las alertas emitidas por el USGS (Servicio Geológico de los Estados Unidos, por sus siglas en inglés) redacta noticias sobre terremotos y movimientos telúricos.
El True Teller, un bot creado por The Washington Post que chequea de manera automática las declaraciones de los políticos, al buscar información en distintas bases de datos públicas y privadas, para comprobar la veracidad de los dichos.
Otro de los campos en los que se utilizan bastante los bots es Twitter. De hecho, el proyecto Botornotbot, desarrollado por estudiantes de Eugene Lang The New Schoolfor Liberal Arts (Foyt, 2011), descubrió que solo 33% de las interacciones en Twitter son realizadas por humanos. En Twitter los bots son utilizados para retuitear mensajes, publicar de manera automática noticias subidas a blogs y sitios web, publicar mensajes a través del uso de la inteligencia artificial y generar trending topics.
Cabe destacar que la publicación de mensajes de manera automática en Twitter va desde la generación de spam, la mantención de perfiles de artistas famosos que tienen una gran cantidad de seguidores, para generar tuits y responder mensajes o crear trending topics de manera artificial.
Uno de los casos más documentados es el uso de un bot por parte del gobierno de Enrique Peña Nieto, actual Presidente de México, para generar un trending topic que tapara o disminuyera la importancia de los hashtag #MarchaYoSoy132, #EPNVeracruzNoTeQuiere y #MarchaAntiPeña (Robles, 2013).
Otro de los ejemplos importantes es la cuenta de Twitter @TreasuryIO que es mantenida por un bot. Lo que hace es ingresar a la base de datos de la Secretaría del Tesoro de los Estados Unidos, sacar información, analizarla, buscar anomalías e informarlas a través de un tuit.
Como podemos observar, los bots se utilizan principalmente para investigar, redactar y publicar una noticia de manera autónoma, a través del uso de la inteligencia artificial. Están diseñados no solo para hacer minería de datos y sacar conclusiones a través del estudio de grandes volúmenes de información, sino que además reemplazan al periodista al redactar la noticia.
La idea implícita del bot es reemplazar al periodista, a través del uso de la inteligencia artificial. Es crear la apariencia de que hay una persona que investiga y redacta los artículos. Es por eso que también se utilizan para tomar decisiones editoriales en los portales informativos. Un ejemplo de ello es Visual Revenue, un bot que tiene la capacidad para predecir cuál será la historia más vista durante el día y de esa manera decidir de forma automática los titulares y las noticias recomendadas en el sidebar (la caja que está al costado derecho o izquierdo de la noticia principal).
Cabe señalar que el elemento central del bot es la inteligencia artificial, la cual puede ser usada para recopilar información, realizar minería de datos y redactar noticias. La recopilación de información es realizada de manera similar a la forma en que funcionan las arañas (web spider) de los buscadores.
La araña (spider) de un buscador es un bot que viaja (crawl, en los términos utilizados por los buscadores) por la red utilizando los enlaces (links) que hay en las páginas web. Lo que hace es entrar a un sitio web, lo lee, decide cuál es el tema que tiene, lo cataloga y envía una copia a su servidor.
A comienzos de la década pasada, las arañas decidían el tema de una página a través de la repetición de palabras y del estudio de las meta tags. Es decir, contaban cuál era la palabra que más se repetía y a partir de ello tomaban la decisión. La idea detrás de dicho razonamiento es que si la página es sobre fútbol, la palabra que más se repetirá es fútbol. Junto a ello se tomaban en cuenta las meta tags, que son etiquetas que están dentro del código HTML, en las cuales el web master señala cuál es el tema central del sitio.
No obstante, en la actualidad los bots tienen capacidad semántica, tal como lo señalan Lui y Birnbaum (2007). Eso significa que son capaces de entender el sentido de una oración a través de distintos algoritmos que se basan en la construcción de tesauros. Incluso, algunos bots desarrollados para estudiar las redes sociales, tal como es el caso de Infochimps, tienen la capacidad para analizar el tono de un comentario, para señalar si es positivo o negativo frente a una marca.
La ventaja es que al poder entender el sentido de una oración el bot puede catalogar de manera más precisa un contenido y procesarlo de manera efectiva. En el caso de Tell me more, un bot desarrollado por el investigador chileno Francisco Iacobelli (2010), permite evitar las repeticiones para buscar fuentes alternativas.
Eso significa que un bot puede ser programado para que viaje por la web, redes sociales y bases de datos, para que busque de manera autónoma información que salga de los cánones comunes sobre un tema específico. Desde el punto de vista periodístico eso tiene grandes implicancias, porque un bot puede programarse para encontrar información sobre un tema o persona específica, en la web, redes sociales y bases de datos. Al pedirle que obvie la información repetida y seleccione solo la información nueva, nos ahorra una gran cantidad de tiempo al momento de analizar los datos. De esa manera podemos asegurarnos de no perdernos en un mar de información.
Desde el punto de vista político, esto tiene grandes implicaciones porque convierte la transparencia en algo real, ya que hace casi imposible que un hecho del pasado sea escondido del escrutinio de un bot, debido a su capacidad para «gatear» por la web y bases de datos. Es necesario aclarar que las arañas (bots programados para recopilar información) tienen la capacidad para burlar medidas de seguridad que restringen el ingreso de usuarios comunes y corrientes, por lo que la protección con clave y nombre de usuario para ingresar a una base de datos son insuficientes para frenar el ingreso de estos verdaderos entes autónomos que viajan por la red.
El cambio de paradigma es que la recopilación de información es realizada de manera autónoma por el bot, sin que el periodista necesite reportear nada. Asimismo, debemos señalar que la calidad y cantidad de información que pueden recopilar estos bots es comparable a lo que pueda realizar cualquier herramienta por la CIA o la NSA, debido a la capacidad que tienen para husmear en bases de datos públicas y privadas.
Asimismo, el bot tiene la capacidad no solo para recopilar la información y hacernos un reporte de manera automática, también puede procesar los datos, analizarlos, sacar una tendencia e interpretar los hallazgos.
Aquí es donde surgen dos conceptos que es necesario aclarar, antes de seguir avanzando: nos referimos a la minería de datos (data mining) y big data. Tal como afirman Payton y Claypoole (2014, 289 Kindle position), la minería de datos recoge información de manera sistemática, mientras que el big data implica la predicción de las tendencias sobre la base de los datos recolectados.
Un ejemplo de minería de datos que explican Payton y Claypoole (2014) es el que realizó la tienda por departamentos Target en 2011, en los Estados Unidos, para incrementar sus ventas. Los ejecutivos de la tienda habrían descubierto que uno los pocos momentos en la vida de una persona en que está dispuesta a modificar sus hábitos de compras es después del nacimiento de un hijo. Por lo tanto, los ejecutivos de Target pensaron que como el nacimiento de un bebé es un hecho público, muchas compañías podrían tratar de influenciar a los padres para que cambiaran sus hábitos de consumo. A raíz de ello, se enfocaron en detectar a las mujeres embarazadas para enviarles información para que compraran productos en Target. Contrataron expertos en estadística que identificaron ciertos hechos, como la compra específica de algunas vitaminas y de pañales que delataban a una mujer cuando estaba embarazada. Al cruzar las variables (compra de vitaminas y pañales) pudieron detectar las mujeres que estaban esperando un hijo para enviarles cupones de descuento para productos de recién nacidos.
Como podemos observar, la minería de datos lo que hace es detectar hechos a partir del cruce de variables que ponen de manifiesto ciertos hábitos y comportamientos por parte de las personas.
Craig y Luloff (2011, 190 Kindle position) afirman que la minería de datos puede ser utilizada para predecir comportamientos de todo tipo, incluyendo hábitos de compra, políticos y delictivos. Desde el punto de vista político y policial, el data mining ha sido utilizado para detectar comportamientos que se salen de los cánones comunes. Es decir, ubicar células terroristas, lavado de dinero o castigar a los disidentes dentro de un régimen totalitario.
Desde el punto de vista informativo, el data mining ha dado origen a lo que en la actualidad se conoce como periodismo de datos. Gray, Chambers y Bounegru (2012, 123 Kindle position) definen el periodismo de datos como el uso de la programación para automatizar la recolección y cruce de información desde fuentes de gobierno, policía o del mundo civil. Según estos autores el periodismo de datos permite realizar y encontrar conexiones entre cientos de miles de documentos para realizar reportajes de investigación.
Un ejemplo del posible uso de la minería de datos sería utilizar un bot para que entrara a la base de datos de las resoluciones judiciales, leyera todos los documentos y nos entregara la información de todos los casos en los que personeros de gobierno aparecen nombrados en su rol de autores o cómplices.
Esto es algo que se podría estar realizando de manera constante sin que el periodista tenga que estar leyendo cada una de las resoluciones judiciales que aparecen cada día dentro de la base de datos.
Asimismo, la minería de datos permite encontrar incompatibilidades y anomalías en autoridades públicas al cruzar información entre bases de datos que provengan de fuentes distintas. Esta es la forma en que se han descubierto casos de corrupción en diversos países de América Latina al comparar información proveniente de bases de datos comerciales, del mercado de valores, inscripción de bienes raíces y declaraciones juradas de los bienes de un político.
El periodismo de datos es una herramienta efectiva que tienen los profesionales de la información para convertir su profesión en un verdadero cuarto poder, con capacidades casi ilimitadas para fiscalizar a las autoridades.
Tal como lo señalan Gray, Chambers y Bournegru (2012), el análisis de los datos puede revelar la figura de una historia o proveernos una nueva cámara, que nos permita visualizar los hechos que conformen un reportaje de investigación.
Un ejemplo de ello es el Murder Mysteries Project1 desarrollado por Tom Hargrove. Este investigador construyó una base de datos demográfica de más de 185 mil asesinatos sin resolver dentro de los Estados Unidos y les aplicó un bot para detectar la posible presencia de asesinos seriales. De esa manera permitió la detección de numerosos asesinos seriales, lo que finalmente se tradujo en captura de estos criminales que habían pasado inadvertidos debido a que las policías en los Estados Unidos trabajan los casos de manera aislada dentro de cada condado. El bot que utilizó Tom Hargrove permitió revelar la presencia de historias que de otra forma hubieran sido pasadas por alto.
El uso de los bots, la minería y el periodismo de datos constituyen un verdadero cambio de paradigma dentro del periodismo, porque marcan una tendencia que debiera ir creciendo con el paso de los años, a pesar de que no podamos anticipar los cambios tecnológicos que ocurrirán a futuro. Eso se debe a que este es un cambio que está directamente relacionado con la lógica propia de la sociedad de la información, sociedad digital, posdigital o como queramos llamarla.
Si en 1997 Castells afirmaba que toda la experiencia humana era posible de ser digitalizada y, por lo tanto, de ser codificada en el lenguaje binario, en la actualidad esa es una realidad, aunque la mayor parte de la población no lo sepa.
La omnipresencia de los dispositivos digitales, como teléfonos inteligentes y tabletas, sumado al uso cada vez más extendido de las tarjetas de crédito y débito para realizar todo tipo de transacciones comerciales, junto con la digitalización de trámites burocráticos, hacen que cada una de las acciones que realizamos en nuestra vida cotidiana quede almacenada en una base de datos.
Acciones tan comunes como dar el RUT2 (DNI) cada vez que se realiza una compra en una farmacia para acceder a un supuesto descuento, permite que los medicamentos comprados, la dosis, el lugar y la fecha en que fueron comprados queden almacenados en una base de datos. Gracias a la minería de datos, cualquier persona que pudiera acceder a esa información y que dispusiera de los conocimientos técnicos para programar un bot podría visualizar las enfermedades de todos los clientes de esa farmacia al confrontar las compras con una base de datos que nos indique para qué sirve cada medicamento.
Tal como lo señalan Craig y Ludloff (2011, 154 Kindle Position), vivimos en un mundo digital. Trabajamos, socializamos y pagamos los impuestos, entre otras cosas, de manera online. Todo lo que realizamos deja una huella digital, eso es lo que se conoce como big data.
Periodismo y big data
Hablar del big data implica un cambio de paradigma, debido a que nos sitúa en un nuevo escenario en donde la recolección y procesamiento de información son herramientas comunes que están disponibles para las empresas tecnológicas, de marketing y los medios de comunicación.
Si hace veinte o treinta años la recolección de información sobre las personas comunes y corrientes era algo privativo de los organismos de seguridad de los estados, hoy en día es algo que puede ser llevado a cabo por el web máster de cualquier sitio web o fan page de Facebook.
La norma es que toda la industria tecnológica, medios de comunicación y el comercio en general recopilen información sobre las personas con fines comerciales, políticos o informativos. Al referirnos al big data como un fenómeno, lo que estamos haciendo es señalar que el uso de bots para recopilar información y realizar minería de datos se convierte en una realidad de alcances planetarios, que abarca cada aspecto de la vida cotidiana de las personas, con la posibilidad de identificar a una persona en específico para ofrecerle productos de acuerdo a sus costumbres, gustos y cultura; castigarla por la crítica que realiza a una autoridad política en las redes sociales; detectar comportamientos anómalos que puedan dar origen a un reportaje de investigación o fidelizar a un lector para entregarle solo aquellos contenidos que le interesan.
Payton y Claypooole (2014, 23 Kindle postion) explican que el big data le entrega a las empresas y los gobiernos de todo el mundo la capacidad para encontrar la aguja en el pajar, al analizar y clasificar cantidades masivas de datos para encontrar patrones y correlaciones ocultas que investigadores humanos pasarían por alto.
Craig y Ludloff (2011, 183 Kindle Position) señalan que nunca antes se había conocido tanto sobre nosotros como hoy en día y que toda esa información puede ser utilizada para predecir comportamientos de todo tipo y, en especial, los de compra, políticos o criminales.
La razón por la cual podemos afirmar que nunca antes se había sabido tanto sobre nosotros se la debemos a la existencia de los sensores, programas de reconocimiento facial y la capacidad para almacenar y procesar el rastro digital que deja cada aparato que utilizamos, que van desde el teléfono inteligente, pasando por el auto, hasta terminar con la tarjeta de crédito.