Confesiones de Fraile - Percy Alvarado Godoy - E-Book

Confesiones de Fraile E-Book

Percy Alvarado Godoy

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Beschreibung

Uno de los planes más ambiciosos que había concebido la Mafia Cubano-Americana, en los últimos años, ha sido la voladura del famoso cabaret habanero Tropicana. ¿Quién sería elejecutor material? Percy Alvarado, Agente de la Seguridad Cubana que penetró elala terrorista de la Fundación nacional Cubano-Americana, sería elportador de lapotente carga de explosivos entregada a él por Luis Posada Carriles y Gaspar Jiménez Escobedo, paradigmas del terrorismo en nuestro continente -Barbados, Nicaragua, El Salvador, Panamá. "Confesiones de Fraile" es, precisamente, una historia real de terrorismo contra la Isla que pone al descubierto la cara oculta de la FNCA en su intento de socavar la estructura socioeconómica y política de la Revolución Cubana.

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Veröffentlichungsjahr: 2022

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Edición: Ana María Caballero Labaut

Diseño de cubierta: Francisco Masvidal

Diseño interior: JCV

Maquetación digital: JCV

® Percy Francisco Alvarado Godoy, 2020

® Sobre la presente edición: Editorial Capitán San Luis, 2020

ISBN: 9789592115576

Editorial Capitán San Luis.

Calle 38 No. 4717 entre 40 y 47, Reparto Kholy, Playa.

La Habana, Cuba.

[email protected]

www.capitansanluis.cu

https://www.facebook.com/editorialcapitansanluis

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.

Índice

Cuba necesita de ojos y oídos en La Florida / 6

Capítulo 1

Los oscuros presagios del terrorismo / 13

Capítulo 2

Los planes terroristas se esclarecen / 37

Capítulo 3

Hablando de motivos / 58

Capítulo 4

Un diciembre incierto / 76

Capítulo 5

La Isla prepara su respuesta / 99

Capítulo 6

Otros planes comienzan / 114

Capítulo 7

La amenaza se mantiene / 147

Capítulo 8

El enemigo prepara un golpe terrorista / 179

Capítulo 9

Los vínculos con la Fundación desaparecen / 208

Capítulo 10

El epílogo de una labor y el comienzo de una nueva vida / 232

Testimonio Gráfico / 242

Cuba necesita de ojos y oídos en La Florida

General Edward Atkeson, ex vice jefe del Estado Mayor del Ejército para Inteligencia

Cinco patriotas cubanos guardan injusta prisión en cárceles de los Estados Unidos por defender a su pueblo de la muerte. Los cargos esgrimidos contra Antonio Guerrero Rodríguez, Fernando González Llort, René González Sechwerert, Gerardo Hernández Nordelo y Ramón Labañino Salazar fueron más o menos los mismos. Sin que la Fiscalía pudiese probar sus imputaciones, se les condenó por supuestos delitos de espionaje y de conspiración contra la seguridad nacional norteamericana, por uso de documentos falsos y por actuar como agentes extranjeros sin estar debidamente registrados para ello. En el caso de Gerardo Hernández, se le sentenció además por conspiración para asesinar, con lo que se le implicó así en el derribo de las avionetas de la organización contrarrevolucionaria Hermanos al Rescate que el 24 de febrero de 1996 violaron el espacio aéreo de la Isla.

Durante el proceso, donde depusieron testigos que debieron haber sido acusados, luego de deducirse testimonio, como terroristas confesos, se desestimaron declaraciones testificales o periciales. Se desestimó la verdad, como dijo, de manera escueta y brillante, el jurista cubano Julio Fernández Bulté.

Entonces poco importó la intervención de James Clapper, ex director de la DIA, cuando reconoció que el delito de espionaje se tipifica sólo cuando afecta la seguridad nacional y se obtiene información secreta, y dijo explícitamente que ninguno de los mensajes que se interceptaron ordenaban a los cubanos conseguir informaciones de este tipo. Tampoco se tomó en cuenta el testimonio del general (r) Charles Wilhelm que rechazó la posibilidad de que los cubanos hubiesen penetrado en el Comando Sur.

El perito de aviación George Buckner expresó ante el tribunal que las avionetas de Hermanos al Rescate violaron los límites territoriales de la Isla, lo que obligó al Gobierno de Cuba a ejercer el derecho soberano de defender su espacio aéreo y añadió que la decisión de derribarlas estaba en correspondencia con el peligro que dichas avionetas representaban, dada la justificada preocupación de Cuba por las continuas violaciones de su espacio aéreo.

El experto Buckner insistió sobre las características paramilitares de las avionetas de Hermanos al Rescate y aclaró que los lineamientos de la Organización Internacional de la Aeronáutica Civil (OACI) no se aplican a ese tipo de vuelos militares. Aseveró asimismo que, desde el punto de vista del Derecho Internacional, para interceptar un avión paramilitar no hace falta que llegue a afectar la soberanía de un país, y expuso ejemplos de aviones que, en otras partes del mundo, fueron derribados en circunstancias similares en virtud del concepto de “posible confrontación”.

George Buckner expuso ante el tribunal que, según sus cálculos, las avionetas de Hermanos al Rescate fueron derribadas, aquel 24 de febrero de 1996, a cinco o seis millas de las costas cubanas. El Gobierno norteamericano puede terminar las controversias sobre el lugar del derribo si divulga la información del satélite que ese día cubría el área. Pero, recalcó Buckner, si no lo ha hecho, es porque no le conviene o no le interesa.

Otro general retirado, Edward Atkeson, compareció también ante el tribunal que juzgó a los cubanos. Expresó ese testigo que Cuba no representa un peligro para la seguridad de los Estados Unidos; arguyó, sin embargo, que Cuba necesita de ojos y oídos en La Florida que la alerten ante una posible invasión.

Ojos y oídos de Cuba en La Florida fue Percy Francisco Alvarado Godoy, el autor de este libro. Ojos y oídos de Cuba en La Florida fueron Antonio, Fernando, René, Gerardo y Ramón. La ineludible necesidad de Cuba de mantenerse vigilante frente a la creciente hostilidad y beligerancia de los grupos anticubanos asentados en los Estados Unidos, se evidencia en estas confesiones de Fraile sobre su labor dentro del ala terrorista de la Fundación Nacional-Cubano Americana. Para defender a Cuba y a su pueblo de la virulencia de esos grupos trabajaron también, en silencio y heroicamente, en los Estados Unidos, Antonio, Fernando, René, Gerardo y Ramón. Así lo reconocieron, con valentía, ante el tribunal que los sentenció. No actuaron por dinero ni por rencor, ni en el ánimo de ninguno de ellos cobró vida la idea de dañar al pueblo norteamericano. Jamás, con su actuación, pusieron en peligro la seguridad nacional de los Estados Unidos.

“No es Cuba la que ha venido aquí a los Estados Unidos a invadir, agredir o cometer actos terroristas de todo tipo; es todo lo contrario, y Cuba tiene simplemente el elemental derecho de defenderse, y es eso todo lo que hemos hecho, sin dañar a nadie ni a nada”, dijo Ramón Labañino en la Corte.

Y Gerardo Hernández precisó:

“Los principales responsables de lo ocurrido el 24 de febrero de 1996 son los mismos que no cesan en su empeño de provocar un conflicto bélico entre los Estados Unidos y Cuba para que el ejército de este país les haga lo que no han podido hacer ellos en cuarenta años. Ya sean flotillas, violaciones del espacio aéreo, falsas acusaciones o cualquier otro engendro, el objetivo es el mismo: que los Estados Unidos borren de la faz de la Tierra al Gobierno de Cuba y a quienes lo apoyan, sin importar cuál sea el costo en vidas humanas de uno y otro bando.”

Son muchas las agresiones terroristas que Cuba se ha visto obligada a encarar desde 1959 a esta parte. Quizás ningún otro país en el mundo haya sufrido tanto en ese sentido. Percy Alvarado pone en claro algunas de esas acciones y señala a los culpables. También lo hicieron los cinco patriotas cubanos en la audiencia.

Dijo Labañino: “Los fiscales, a quien han representado y muy bien, es al pequeño sector extremista de derecha cubano, a terroristas como José Basulto y a organizaciones como Alfa 66, Fundación Nacional Cubano-Americana, Comandos F-4, con quienes incluso se abrazaban y besaban aquí mismo, en esta propia sala, y ante los ojos de todos. Si algo me ha asombrado de este juicio es el afán enorme, el esfuerzo sin límites que los fiscales y sus asesores llevaron a cabo para representar fielmente y a toda costa a este criminal sector.”

René González, en tanto, apuntaba en su diario que el juicio se convirtió en un proceso contra el terrorismo, en el que quedó probada la responsabilidad de Washington en las agresiones contra La Habana y el empeño de los representantes de la Administración norteamericana de proteger a los grupos terroristas anticubanos que viven y operan en La Florida, y cuyos miembros –así se pone de manifiesto una y otra vez— son tratados siempre con benevolencia absoluta.

No fue ésa la suerte de los cinco patriotas a los que Cuba confirió el título honorífico de Héroes de la República.

Antonio Guerrero (nació en Miami, en 1958), Ingeniero en construcción de aeropuertos y poeta (Desde mi altura es el título de su poemario publicado) fue condenado a cadena perpetua, más 10 años. Fernando González (La Habana, 1963), licenciado en Relaciones Políticas Internacionales, a 19 años de privación de libertad. René González (Chicago, 1956), piloto e instructor de vuelo, a 15 años. Ramón Labañino (La Habana, 1963), licenciado en Economía, a cadena perpetua, más 18 años, y Gerardo Hernández (La Habana, 1965), licenciado en Relaciones Políticas Internacionales, a dos cadenas perpetuas, más 15 años.

La experiencia de Percy Alvarado, el agente Fraile, narrada en este libro, demuestra el derecho de Cuba, nación permanentemente agredida, a defenderse de sabotajes, incursiones armadas, ametrallamiento de instalaciones turísticas, cargas explosivas colocadas además en dichos centros... y de incesantes planes de atentados contra sus dirigentes; elaboradas y financiadas, todas esas acciones, por organizaciones anticubanas radicadas en Miami.

El mismo derecho legitimiza el quehacer de Antonio, Fernando, René, Gerardo y Ramón en los Estados Unidos. Su tarea ahorró dolor y sangre al pueblo cubano. Los que honestamente dicen oponerse hoy al terrorismo verán con simpatía este testimonio de Percy Alvarado, y, rendirán homenaje a los cinco héroes cubanos presos en los Estados Unidos y se sumarán a la cruzada mundial por su liberación.

Ciro Bianchi Ross

Dedicatoria

A los Órganos de la Seguridad

del Estado de Cuba.

A mis oficiales y compañeros.

A mi padre y a mi madre, dos

incansables luchadores.

A los héroes anónimos de la

Patria.

A mi esposa e hijos; a toda mi familia.

Capítulo 1

Los oscuros presagios del terrorismo

Desde que se asentaron en este territorio los primeros colonos, allá por la séptima década del siglo xix, la ciudad se nutrió de inmigrantes de diversas regiones del mundo. Algunos opinan que esta urbe floreciente —cuyo centenario se celebró en 1996— apenas ha logrado construir una historia colec-tiva. Acaso su historia no sea más que la suma de todas las historias individuales de miles y miles de personas que han procurado, no siempre con felicidad, el hallazgo de un paraíso vencido por la desesperación.

Más de una vez hallé en las calles de esa urbe, cualquiera que fuera —Flagler Street, Le Jeune Road, la calle 8, Coral Way o la Collins Avenue—, evidencias de frustraciones y anhelos insatisfechos. No importa cuál calle sea, siempre en esas rutas la desesperanza anda entre las gentes sin procurarse un rostro específico, como si se contentara con usar las facciones de todos.

En cierta ocasión alguien me dijo que Miami no siempre fue lo que es hoy. Antes de 1959, la ciudad prometía llegar a ser una urbe sui géneris, un sitio tranquilo al que la gente viajaba para escapar del frío invierno del norte. Pero esta villa floridana, entonces serena y acogedora, renunció poco a poco a su destino natural, se latinizó aceleradamente y la población creció como resultado de la emigración de América del Sur y América Central, que trajeron no sólo lo mejor de su cultura, sino también muchos males de sus naciones.

Lo peor en Miami es que la identidad no ha logrado florecer con el esplendor que soñaron sus fundadores. La incidencia de la multinacionalidad concentrada en su seno, le impidió llegar a alcanzar un sello legítimo, porque Miami siempre será una ciudad de disparidades; edificada sobre diferencias; sostenida por disimilitudes. Lo sabe muy bien quien allí vive. Y lo sabe porque lo vive, lo palpa y lo sufre a diario.

Sin embargo, he conocido muchas cosas positivas en Miami; traté allí con gente afable que llegó buscando cómo sobrevivir a la miseria que los acosaba en sus países y encontró allí un relativo espacio de bonanza que les permitió ayudar a los suyos desde lejos. Esa gente trabaja sin descanso por labrarse un porvenir en medio de un contexto adverso y discriminatorio. También conocí en esta ciudad al que salió de Cuba, no porque se sintiera perseguido, sino pensando acaso sólo en el estrecho universo de lo material, o porque no alcanzó a resistir tiempos difíciles de definiciones y necesidades, tránsitos complicados y enormes sacrificios, el digno precio que pagó el pueblo de la Isla por alcanzar un mundo pleno. A pesar de todo, esos emigrantes se fueron, es cierto, pero no olvidan a Cuba ni albergan odios hacia sus compatriotas. Con ellos compartí más de una vez, y en sus ojos vi cómo les aflora la tristeza. A más de uno le escuché confesar que se equivocó al partir para siempre de su tierra natal, lamentándose con no poco dolor por el paso que dio al alejarse de los suyos. Ahora sufren, dicen, por no volver a recorrer las calles de su barrio y suelen lamentar la asfixia de las cuentas y los impuestos, cuando en Cuba hasta la enseñanza es gratuita. Esos cubanos beben Bacardí y cerveza de allá, pero no cesan de hundirse en su lacerante soledad, nostálgicos del sabor entrañable del ron peleón y la cerveza sata. Son muchos los que escuchan a Silvio y a Pablo cuando llega la noche, y en el centro del pecho conservan a Martí lo más intacto posible.

Confieso que nunca odié a Miami. Esta gente me la hizo querida y respetada. Muchas veces, cuando viajaba a esta ciudad, llevaba en el alma la grata expectativa de poder reencontrarme con ellos, sólo para contarles cómo estaban las cosas en Cuba. Miami se me ha hecho dolorosa luego de haber viajado tantas veces a ella. Hoy extraño a todos esos amigos a través de los cuales logré confirmar cómo el cubano se apega a sus costumbres con una fidelidad admirable.

Por eso es triste que una insignificante minoría, integrada al reaccionario e intolerante grupo que controla la Fundación Nacional Cubano-Americana (FNCA), haya convertido a Miami en su guarida. No en vano esa ciudad respira agresividad: desde ella se han tramado actos violentos contra la Isla y contra los cubanos honestos de allá; ellos también pagan un precio inmerecido por querer acercarse a su Patria. Desde los límites citadinos de la pujante urbe de La Florida se gesta el más cruel y salvaje terrorismo, siempre bajo la tutela y la tolerancia del gobierno norteamericano. Eso nadie lo puede negar.

La Fundación fue creada por el decreto presidencial 501-C-3 del presidente Ronald Reagan, siendo concebida inicialmente como una organización de corte humanitario y educativo. Desde el principio contó con soportes económicos y políticos propios, aunque recibió grandes sumas de dinero por parte del gobierno de Washington. Hacia ella se canalizaron amplios recursos, malsanas intenciones y una enorme caterva de criminales que encontrarían en su seno un favorable caldo de cultivo para sus insaciables ambiciones de dinero y poder.

A la Fundación le cabe el triste mérito de haber organizado en su interior a los millonarios cubano-americanos, haber pactado con terroristas y aportar al Partido Republicano una amplia base de apoyo y financiamiento en el importante estado de La Florida. Para ello se arrogó una falsa representatividad y ejecutó una permanente labor de proselitismo entre la comunidad cubana asentada en los Estados Unidos y otros países.

Nutrida fundamentalmente con los personajes más recalcitrantes de la ultraderecha, casi todos alguna vez vinculados a la CIA, sorteó su destino político mediante componendas, presiones y amenazas. La intolerancia y la mentira fueron sus herramientas para construirse un espacio dentro de la política interna de los Estados Unidos. Quien no pensara como ellos, pagaría las consecuencias de su atrevimiento. Ésa fue su ley.

De hecho, la Fundación asumió dos caras: una pública y otra oculta. La cara pública no titubeó en aparecer ante el mundo desde 1981 y se puso de manifiesto en los siguientes aspectos:

Su permanente labor de cabildeo dentro del Senado y el Congreso norteamericanos, con vistas a influir sobre la política yanqui hacia Cuba. Todo esto lo hizo sobre la base de comprar la voluntad de numerosos políticos; entre otros: Torricelli, Helms, Connie Mack y Burton.

La arbitraria presunción de erigirse en representante de la voluntad política de la comunidad cubana en el exterior, y arrogarse el derecho de gobernar en Cuba si ocurriera un cambio político en la Isla.

Su agresiva política propagandista sobre supuestas violaciones de los derechos humanos en Cuba, amplificando las campañas oficiales norteamericanas en ese sentido.

Las alianzas ejecutadas con partidos políticos y figuras de la política latinoamericana, que hallaron su expresión en las personas de Arnoldo Alemán, presidente de Nicaragua, y de Carlos Menem, ex presidente argentino, a quienes financió, entre otras figuras, costosas y controvertidas campañas electorales.

La cara oculta se gestó solapadamente desde sus primeros años de existencia, comprometida con la presencia de terroristas formados por la CIA y otras agencias norteamericanas, como los casos de Jorge Mas Canosa, Roberto Martín Pérez, Alberto Hernández, Feliciano Foyo, Francisco José Hernández Calvo, Arnaldo Monzón y otros.

Esta cara secreta de la Fundación, su brazo armado, que un día me tocaría penetrar y descubrir, fue conocida como Comisión Militar, Frente Nacional Cubano y otros apelativos. A través de ella se gestaron múltiples planes terroristas en la década de los 80 y los 90 del siglo xx. Estos planes hallaron su máxima expresión en los atentados terroristas contra hoteles cubanos entre 1996 y 1997. Más de una vez, también quedo demostrada su participación en diversos intentos encaminados a realizar un verdadero magnicidio asesinando a Fidel Castro. De ello daba fe su alianza con terroristas de la calaña de Orlando Bosch, Luis Posada Carriles y otros de similar clase.

Junto a la Fundación surgieron otras organizaciones que complementaron el contexto político de derecha predominante a partir de 1980, entre las que se destacaron Cuba Independiente y Democrática (CID) y el Partido Unidad Nacional Democrática (PUND), así como el grupo de “Hermanos al Rescate”, creado en 1991 con la aparente misión de rescatar balseros, y directamente vinculado a las labores de propaganda y terrorismo de la ultraderecha de Miami.

Al derrumbarse el campo socialista europeo y desintegrarse la Unión Soviética, en el interior de la comunidad cubana radicada en el exterior surgió un grupo de organizaciones empleadas como alternativas a las posiciones ultraderechistas sostenidas por la Fundación. Estas nuevas entidades, bajo la influencia de cambios ocurridos en el marco internacional— y siguiendo la tendencia socialdemócrata, liberar y socialcristiana—, surgieron auspiciadas por diferentes partidos europeos y el propio Partido Demócrata estadounidense. Para ellos había llegado el momento de presionar a Cuba en los foros internacionales, de organizar la oposición desde adentro mediante la disidencia y abrir las puertas al diálogo para impulsar un tránsito pacífico hacia una supuesta democracia. Estas nuevas organizaciones fueron: Comité Cubano por la Democracia, Plataforma Democrática Cubana y Cambio Cubano.

En todas ellas ha estado presente la pretensión de ubicarse en posiciones moderadas, laborando en un marco de acción caracterizado por un centrismo tímido, un pálido reformismo y búsqueda de protagonismo político. Con independencia del apoyo recibido por países y organizaciones, y haber aglutinado en su seno a algunos sectores a favor del diálogo y el tránsito pacífico, estas organizaciones con franca tendencia socialdemócrata no han conseguido desplazar a la Fundación, al menos hasta este momento, dentro del contexto político que protagoniza la comunidad cubana en el exterior.

Durante el período en que predominó la propaganda y la guerra biológica contra Cuba, simultáneamente con la caída del campo socialista y la fatídica desintegración de la Unión Soviética, reactivaron sus actividades terroristas los grupos de extrema derecha de Miami. Sin duda, entre fines de los 80 e inicios de los 90 se incrementaron estas acciones empleando el canal ilegal marítimo. Tales hechos, entre otros, fueron los dos siguientes:

14/10/90. Santa Cruz del Norte. Infiltración de los terroristas Gustavo Rodríguez Sosa y Tomás Ramos Rodríguez, pertenecientes al PUND, con el propósito de sabotear las torres de interferencia a la TV“Martí”.

29/12/91. La Sierrita, Cárdenas. Infiltración de los terroristas Eduardo Díaz Betancourt, Daniel Candelario Santovenia Fernández y Pedro de la Caridad Álvarez Padrón, con el propósito de sabotear la papelera de Matanzas.

Mi objetivo, desde el primer momento, fue penetrar y desenmascarar al terrorista, acercarme al brazo armado de la Fundación, conocer sus planes y tratar de neutralizarlos con la ayuda y orientación de mis superiores.

La noche del 5 de noviembre de 1993 transcurría aparentemente tranquila en Miami. La esquina de la calle 8 y la avenida 27, ubicada en el South West, se encontraba llena de luces, como presagiando la todavía no muy cercana llegada de las Pascuas.

Para esta fecha la ciudad comienza a experimentar sus inquietudes. Se tensa ante la expectativa de un año venidero. La gente deambula, fascinada, ante las vidrieras llenas de productos que se pueden adquirir a costa de estrecharse la vida después durante muchos meses. Es el momento en que muchos hurgan tímidamente en sus bolsillos, y el tratar de evitar el desencanto ante lo que no se puede alcanzar se convierte en supremo desafío.

Por esos meses las luces brillan más en los ojos de las gentes, asumiendo una forma singular, casi dolorosa. Son jornadas nostálgicas en que la añoranza invade a los que la padecen casi como un castigo. Días de rescatar de la distancia mucho rostro lejano y querido, dejado atrás en esa marcha que algunos asumen por la vida y que nunca se sabe dónde terminará.

La enorme gasolinera, situada en la esquina de 8 y 27, cubanizando definitivamente la calle 8, ignoraba en aquellos momentos que en uno de sus parqueos se iniciaría otra de las batallas de la Seguridad del Estado de Cuba contra la más poderosa y recalcitrante organización contrarrevolucionaria radicada en el exterior, la Fundación Nacional Cubano-Americana.

Cuando el sol se encontraba en el cenit, yo había recibido una llamada telefónica de Abel Viera Leyva, un viejo conocido con el que había comenzado a relacionarme nuevamente desde unos pocos meses atrás.

—Hoy por la noche te encontrarás con la gente —me dijo Viera muy entusiasmado. Su voz sonó entonces como un augurio de importantes cambios para mi existencia.

Aquel antiguo vecino mío se había marchado de Cuba y vinculado a los sectores de ultraderecha radicados en Miami. Durante su estancia en la ciudad había accedido frecuentemente a las oficinas de la Fundación, hasta convertirse en uno de los diversos buscavidas que allí acuden en demanda de dinero, ansiosos de sumarse a una lucha obcecada por destruir a la Revolución Cubana que, según sus cálculos, habría de beneficiarlos materialmente.

Había logrado encontrarme con Abel, después de varios años de separación, y en principio conseguí transformarme en un puente entre él y su familia en Cuba. Siempre que llegaba a Miami lo contactaba. Solíamos sentarnos a conversar sobre la Isla en el pequeño dúplex en el que yo vivía, ubicado en la esquina de la calle 7 y la avenida 25. Con inusitada paciencia escuchaba entonces sus relatos sobre las supuestas hazañas que había protagonizado en su lucha contra Castro y su fe ciega en que algún día aquello se derrumbaría. Mientras Viera me hablaba su rostro se transformaba. Había dejado de ser el muchacho delgado y nervudo, con una incipiente calvicie y ojos soñadores que conocí en La Habana, para convertirse en un ser minado por el odio. Ya sus ojos no miraban hacia delante, como cuando soñábamos en las madrugadas y pensábamos en un mundo más promisorio para todos. La sonrisa había desaparecido de sus labios. Ahora había arrugas en su rostro que lo endurecían y le afloraban como amargas muecas de resentimiento. Ya no era mi camarada de combates; dejó de serlo porque la vida nos colocó en trincheras diferentes. Abel trataba vanamente de destruir lo que yo amaba y, costara lo que costara, me disponía a evitar ese crimen.

Tal como lo prometió, Viera me recogió cerca de las once de la noche. En el breve recorrido hasta la gasolinera, habló de un importante miembro de la Fundación que quería entrevistarse conmigo. Cuando apenas había logrado interiorizar sus palabras, nos detuvimos en un parqueo situado al fondo de nuestro destino donde vimos un Toyota plateado parqueado en la oscuridad. Apenas nuestro auto se detuvo, nos encaminamos hacia donde aguardaba el todavía desconocido dirigente de la Fundación con el que habría de entrevistarme de inmediato.

Cuando me acomodé en el asiento delantero del auto pude observar aquel rostro que más de una vez había visto en la televisión hispana de Miami. Era el mismísimo Luis Zúñiga Rey, vocero de la Fundación y participante permanente en los actos que esta organización realizaba contra Cuba. Desde el primer instante calculé que trataba de escrutar en un punto más allá de mi fisonomía; se esforzaba por descubrir algo bien oculto dentro de mí a pesar de la penumbra.

—Mucho gusto de conocerlo —dijo simplemente, sin dejar de observar cada reacción mía.

—El gusto es mío —le respondí con respeto, devolviéndole el mismo cuidadoso examen indagatorio.

—Me ha dicho Abel que te conoce desde hace mucho tiempo. Dice que eres muy capaz y estás dispuesto a sumarte a nosotros. ¿Es cierto?

—Bueno, Luis, eso está en dependencia de lo que ustedes quieran de mí —respondí, cauteloso.

—¿Has escuchado hablar de nosotros, de la Fundación? —inquirió asumiendo un inequívoco aire doctoral.

—En muchas oportunidades. Casi todo en Miami tiene sabor a Fundación —respondí en tono de broma.

—Eso es cierto. Y nos ha costado conseguirlo. Hoy somos una organización respetada porque canalizamos los mayores esfuerzos por derribar a Castro. Como tú debes conocer, soy uno de sus líderes más conocidos. He llegado incluso a entrevistarme con presidentes y personas importantes. ¿Te das cuenta del espacio político que hemos alcanzado?

—No me cabe duda. El problema es que los cubanos de allá recelan bastante sobre lo que sucederá el día que Castro caiga. Muchos han recibido propiedades de manos de la Revolución. ¿Ustedes se las quitarán? Ellos se lo preguntarían. Por otra parte, usted sabe que los cubanos han sido obligados a colaborar con el régimen. ¿Qué va a pasar con esta gente? ¿Habrá, acaso, una venganza masiva?

—No, Percy, la Fundación ha elaborado un programa de transición que establece que no habrá venganza. A nadie se le quitará la propiedad adquirida. En esos casos buscaremos fórmulas para solucionar el problema. Quienes sí deben temer son los que han apoyado a Castro. Con esos seremos duros e inflexibles.

—Mire, Luis, no sé cuándo salió usted de Cuba. A Castro lo apoya mucha gente. Se lo aseguro. Ésa es una verdad que, en mi opinión, no puede ser negada.

—Nosotros lo sabemos muy bien. Lo que sucede es que, hasta ahora, no se le ha dado al pueblo la suficiente seguridad de que se quiere luchar de verdad. Fíjese en usted mismo, ¿es totalmente feliz en Cuba?

—Mi caso es distinto. Soy extranjero. Es cierto que los cubanos no pueden viajar a donde ellos quieran y es difícil encontrar cómo sobrevivir; pero yo puedo hacerlo. La gente de Cuba está llena de necesidades y quiere encontrar una solución. Lo que pasa es que los de aquí, se aprovechan de su desgracia. Salvo Playa Girón y la lucha en las montañas, ya hace mucho tiempo, no se ha hecho otra cosa más de importancia. Creo que el día que ustedes luchen hombro con hombro con el pueblo cambiarán las cosas.

—Sí hemos luchado, Percy, y mucho. Yo mismo estuve allá preso y no fue fácil para mí. Sin embargo, no me amilané. La experiencia nos ha demostrado que la guerra debe hacerse desde adentro. Por eso he querido hablar con usted, para que se incorpore a nuestra lucha y conozca de cerca cómo lo hacemos los hombres honestos.

—¿Entonces quiere decir que usted irá allá, a pelear directamente contra Castro?

—Por el momento no será así, desgraciadamente. A nosotros nos toca organizarle la guerra desde aquí. ¿Quién financiaría lo que se haga si no estamos aquí? ¿Quién buscará apoyo internacional para nuestra causa? Primero hay que empezar por los de allá. ¿Entiende?

—Claro, a los de allá nos tocará asumir los mayores riesgos por el momento. ¿No es así? Lo más triste es que corremos el riesgo de que, cuando triunfemos, la gente de aquí pretenda ir a gobernar y a echarnos a un lado —dije asumiendo un evidente tono dubitativo.

—Eso no debe preocuparlo. Todavía hay mucho que andar para lograrlo. Si usted nos ayuda, siempre tendrá el apoyo de la Fundación. En pocas palabras, puede estar seguro que contará con dinero y poder. ¿No le gusta esa idea?

—No desprecio esas cosas, Luis. ¿Qué más puede desear alguien en la vida? Nada hay más atractivo. Dinero y mucho poder son estímulos muy convincentes.

—Entonces nos estamos poniendo de acuerdo —dijo—. ¿Qué le parece si le informo lo que queremos hacer con usted en Cuba?

De inmediato este hombre cincuentón abrió sus labios en una sonrisa a través de la cual mostró una hilera de dientes pequeños y gastados en la parte superior delantera de su dentadura. Traté de escrutar entre las sombras para llevarme una descripción lo más detallada posible de mi interlocutor. Vestía una camisa blanca y dejaba ver una cadena de oro sobre su pecho. La frente amplia le brillaba, consecuencia de una calvicie incipiente, mostrando sobre las orejas la presencia de algunas canas. Sus ojos pequeños no podían evitar que el recelo y la duda habitaran en ellos con el desparpajo evidente de las personas que siempre andan en las sombras, sumergidas en confabulaciones y tramas macabras. Sus finos labios mostraban a una persona astuta, capaz de vender su alma al diablo, si eso le permitía ascender de alguna forma en la vida. El reloj plateado en su muñeca mostraba una singular esfera color rojo vino. Eran las doce de la noche.

—Como ya le dije —empezó a hablar interrumpiendo mi rápido estudio de su persona—, pertenecemos a la Fundación Nacional Cubano-Americana. Nuestro propósito es derribar a Castro lo antes posible. Para ello no sólo recurrimos al combate político y a la denuncia, sino también a formas violentas de lucha. Por eso hemos creado el Frente Nacional Cubano, un rostro secreto de nosotros mismos. En él participamos varios directivos de la Fundación, lo que significa que no todos están involucrados en esto. ¿Entiende bien lo que le digo?

—¡Sí! Lo estoy entendiendo —le respondí sin aparentar demasiado interés.

—El propósito del Frente es realizar acciones violentas en Cuba; hablo de sabotajes y atentados contra objetivos del gobierno en la Isla. Estos hechos deben servir para destruir la base económica del régimen. No nos importa realmente el costo en sangre que esto represente en todos los órdenes. Lo importante es acabar de una vez con Castro.

—¿Eso quiere decir que ustedes mandarán a gente de aquí a ejecutar esos atentados? Le pregunto porque conozco que esto ya ha fallado muchas veces.

—Esos sabotajes contra hoteles y otros objetivos debemos realizarlos nosotros; gente nuestra. Sin embargo, fíjese bien en esto: debemos transmitir la impresión que es gente de allá la ejecutora de estas acciones. El Frente Nacional Cubano debe mostrarse ante la opinión internacional como un grupo integrado por personal de las FAR y del MININT, descontentos con el gobierno.

—Eso es simple, Percy —lo interrumpió Abel, quien hasta ese momento había permanecido en silencio—. Si empiezan a explotar las bombas por todos lados, el mundo pensará que la gente quiere botar a Castro y que hay una oposición fuerte adentro. Después todo será fácil para nosotros. El pueblo comprenderá que hay que apoyar a esta gente y se irá apartando del régimen.

—Es así, como dice Abel —prosiguió Luis con su hablar lento y pausado, como si declamara un discurso ensayado muchas veces—. En estos planes usted puede colaborar con nosotros. Nuestra idea inicial es que usted organice en Cuba una célula que realice estas acciones y, en la medida en que se vayan realizando, nosotros nos encargaremos de darle cobertura de acuerdo con nuestros propósitos. ¿Está de acuerdo en hacerlo de esta manera? Antes de continuar es importante conocer su disposición.

La pregunta no me tomó por sorpresa. La esperaba. De hecho, nuestra conversación iba dirigida a ese objetivo; no tenía la menor duda al respecto. Aparentando calma, analicé detenidamente la propuesta y respondí sin apresuramiento, como si midiera cada palabra. Sabía que caminaba en un terreno incierto en el que podía hundirme sin remedio. Una sensación de alerta afloró en lo más íntimo de mí. Traté a toda costa de conservar la calma; pero siempre sería una calma aparente. La oscuridad impidió que mis acompañantes pudieran observar el leve sobresalto que experimentaba. En esos momentos pensaba que era mejor responder de la manera más vaga posible; sin comprometerme directamente todavía. Y le dije a Zúñiga:

—Mire, Luis, como Viera le ha explicado, yo he crecido en Cuba y me sumé al proceso revolucionario absolutamente embargado de gran romanticismo. Hice lo que hicieron casi todos los jóvenes: alfabeticé; fui al campo; incluso, fui dirigente sindical y de los CDR. Todo era muy bello al principio. Después, poco a poco, me fui desencantando. Me di cuenta que Fidel traicionó a los cubanos y allá la gente apenas tiene libertad para pensar y comer. Yo mismo, si no hubiese aprovechado mi condición de extranjero, habría continuado siendo un maestro que gana apenas unos pocos dólares al mes. Por eso, amigo Zúñiga, usted ha de suponer que estoy dispuesto a correr cualquier riesgo, aunque en ello me vaya la vida, siempre contando con la comprensión de la Fundación. Pero no correré esos riesgos por gusto. Combinaré el amor a la lucha con el dinero. ¿Usted comprende? Quiero vivir con holgura y comodidad. Para mí eso es lo más importante en la actualidad. Los cubanos deben resolver sus problemas entre ellos. Si me toca ayudarlos, quiero ser bien recompensado. Ésa es la única forma de lograr mi cooperación. Lo demás no me interesa.

Luis me observó entonces brevemente y una sonrisa afloró a sus labios. Adiviné que esperaba esa respuesta de mi parte. Abel me había “vendido” a ellos como un individuo capaz y decidido, pero también amante de la buena vida y de los lujos. Para él acababa de quedar claro que podía contar conmigo. Posiblemente, en esos brevísimos instantes, haya tratado de compararme con los hombres del G-2 que había conocido en Cuba, cuando fue sorpresivamente detenido luego de una frustrada infiltración. Sin dudas, este locuaz y pequeño centroamericano que era yo, no le recordaba en nada a un agente de la Seguridad. Y eso lo hizo sentirse más tranquilo en apariencia; en el acto se relajó. Luego de un breve silencio que le sirvió para aspirar una larga bocanada de aire proveniente del exterior del vehículo, tomó nuevamente la palabra.