Constelaciones Familiares: historias de amor y dolor - Julieta Baraldini - E-Book

Constelaciones Familiares: historias de amor y dolor E-Book

Julieta Baraldini

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En este libro profundo y atrapante, Julieta Baraldini nos invita a realizar un viaje sobre el Alma Familiar, desde el conocimiento y lo práctica de las Constelaciones Familiares. Nos permite ampliar la mirada sobre las historias más bellas y misteriosas de cada familia. Nos invita a soltar los prejuicios y estereotipos para comprender el laberinto complejo de la trama familiar.  Cada historia es un regalo para quien se sienta correspondido y se proponga salir del espacio común de sufrimiento e ingresar a un espacio de revelación, de autoconocimiento y crecimiento.  Así mismo, es un libro dirigido a Terapeutas que quieran ampliar su conocimiento y mirada, dada las espesas comprensiones en relación a la metodología y su praxis.

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Constelaciones familiares

Historias de amor y dolor

Julieta Baraldini

En este libro profundo y atrapante, Julieta Baraldini nos invita a realizar un viaje sobre el Alma Familiar, desde el conocimiento y la práctica de las Constelaciones Familiares. Nos permite ampliar la mirada sobre las historias más bellas y misteriosas de cada familia. Nos invita a soltar los prejuicios y estereotipos para comprender el laberinto complejo de la trama familiar

Cada historia es un regalo para quien se sienta correspondido y se proponga salir del espacio común de sufrimiento e ingresar a un espacio de revelación, de autoconocimiento y crecimiento.

Así mismo, es un libro dirigido a Terapeutas que quieran ampliar su conocimiento y mirada, dada las espesas comprensiones en relación a la metodología y su praxis

Baraldini, Julieta

Constelaciones familiares : historias de amor y dolor / Julieta Baraldini. 1a ed. - Villa Sáenz Peña : Imaginante, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-987-8999-07-4

1. Psicoterapia de Grupo. 2. Psicoterapia Individual. I. Título.

CDD 158.24

Edición: Oscar Fortuna.

© 2022, Julieta Baraldini

© De esta edición:

2022 - Editorial Imaginante.

www.editorialimaginante.com.ar

www.facebook.com/editorialimaginante

Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra bajo cualquier método, incluidos reprografía, la fotocopia y el tratamiento digital, sin la previa y expresa autorización por escrito del titular del copyright.

ISBN 978-987-8999-07-4

Conversión a formato digital: Libresque

Agradecimientos A mi provincia, San Luis. A mis hijos, luz eterna de mis ojos.

Lo suficiente

Rosa llegó porque tenía una gran preocupación por su hija. Su hija era grande, tenía cuarenta años. Me contó que a ella nada le salía bien, ni la pareja, ni el trabajo, ni la vida. Que siempre estaba deprimida y al borde, que le costaba vivir.

Me pregunto qué es lo que carga una persona cuando la vida le cuesta. Porque a la mayoría nos cuesta algo en particular, pero vivir… vivir es mucho. A esa persona, aparentemente, todo le costaba, desde el mismo momento en que nació. Esta pregunta inicial me llevó a la siguiente: ¿qué pasó antes de la vida de esta mujer, de esta hija?

Entonces, le pedí a Rosa que me contase su historia. Y su historia resultó previsible, tan común como tantas otras: se casó joven, tuvo dos hijos, enviudó de su marido cuando ya era grande, tuvo nietos, algunas amigas, alguna vez trabajó…

Cuando un paciente se presenta así, ya sé que me espera algo mayor, algo grande. Porque el dolor pequeño es obvio y forma parte del discurso inmediato, pero el gran dolor… ese no aflora así nomás. Ese gran dolor se cuela de alguna manera en la mirada, en la posición del cuerpo, en la necesidad de descansar. Rosa hablaba pausadamente, no estaba ansiosa por contar ni por solucionar. Y eso siempre es un gran dato para mí, porque lo profundo no tiene prisa.

Rosa nació en un pueblo pequeño, en el campo. Su mamá era “muy mala”, la golpeaba mucho. El padre también. Una vez, ella se asomó por la puerta a mirar a un grupo de varones y la madre le pegó con un rebenque en la cabeza, por lo que le tuvieron que dar puntos. El padre se dedicaba a la política, era gremialista, y su vecino, un hombre de la misma edad, participaba de las reuniones en la casa de Rosa. Este vecino, llamado Pedro, tuvo un romance con Rosa cuando ella tenía solo dieciséis años. Se encontraban a la hora de la siesta cuando sus padres trabajaban en el campo, y muchas veces Rosa iba a la casa de él con alguna excusa. Dado que era amigo íntimo del padre, nunca desconfiaron de él. Pedro era un señor grande, de cuarenta y cuatro años, pero así y todo Rosa se enamoró de él.

El embarazo lo descubrió cuando ya tenía algo de panza, y tuvo que empezar a fajarse para ir a la escuela. Los padres nunca “notaron” el embarazo de Rosa. En este punto, ya sabemos que no hace falta decir para mirar y que todo secreto tiene, por lo menos, dos ojos testigos.

Rosa me contó que, cierta noche, ya con un embarazo avanzado, iniciaron las contracciones. Salió por la ventana de su habitación, se fue corriendo al río y parió a su hijo allí mismo. Confusa y apurada, tiró el bebé al río y vio de lejos cómo la corriente se lo llevaba, por siempre, para siempre.

Volvió a su casa y al otro día, temprano, fue a la escuela.

Los padres nunca se enteraron. El vecino, tampoco. Su actual marido nunca lo supo. Rosa lo contó por primera vez —intuyo que por única vez— en medio de la entrevista para ser constelada.

Los órdenes de la ayuda son los más difíciles de aplicar y nos presionan un poco con las preguntas internas del tipo: “¿Qué hago? ¿Qué constelo? ¿Qué represento?”. Algo en mi corazón me decía que no había que hacer ningún movimiento, porque el movimiento ya estaba dado.

Esa confesión movía sesenta y cuatro años de secreto, amor y dolor. Era suficiente.

Rosa solo dijo: “Mi querido hijo…”.

Amores intensos

Martín vino a constelar por primera vez. Ante la pregunta: “¿Qué pasa?”, me respondió que tenía mal de amores. Su expareja lo había dejado de un momento al otro, según él, una pareja tóxica.

Le pregunté: “¿Qué significa ‘tóxica’?”. Me contó que ella era súper celosa y que lo maltrataba mucho. Recuerdo el tema de los celos, esa forma de fidelidad que el otro no puede ver, no puede tomar. Le pregunté también por sus antiguas parejas, pero no vi algo que me diera un panorama mayor. Vivía con su madre a pesar de que tenía trabajo, de que era grande (tenía cuarenta años) y de que tenía un hijo adolescente con una pareja anterior. La percepción sistémica era que me faltaba algo, que faltaba contar algo, así que le pregunté por su padre. Me dijo que el padre se fue de la casa cuando él era niño, y se llevó a su hermano mayor. Él se quedó en la casa con su madre, que nunca volvió a formar pareja.

Luego me contó que su primera novia era de otra provincia. Ella quedó embarazada cuando él tenía veinte años y ambos decidieron tener al niño, un varón: su primer hijo. Ante esta historia, le dije: “Entonces tenés dos hijos varones, ¡no uno!”. Y me respondió: “En realidad sí, pero al primero no lo veo”. Cuando el niño tenía dos años, tuvieron discusiones de pareja y la madre se fue con el niño a su ciudad natal, por lo que perdió contacto. Él no buscó al niño en ese momento, y tampoco lo buscaba ahora. Por lo menos, no lo buscaba en el sentido obvio de buscar.

Le pregunté: “¿Qué fecha de nacimiento tiene el niño?”. Me dijo: “¿El primer hijo? 3 de octubre”. Le pregunté también la fecha de nacimiento de su expareja, por la cual venía a constelar. Me respondió que el 4 de octubre. Estábamos ante una fecha melliza. Y sabemos lo que esto significa: memorizamos y recordamos todo, solo que algunas memorias quedan relegadas a otro tiempo, cumpliendo otra función. Me dije a mí misma: “Ya sabemos a quién busca, entonces”. Y también entendemos los celos desmedidos de esta expareja.

Entonces, abrí una constelación y ubiqué tres personas: Martín, su exmujer y su primer hijo.

La exmujer lo miró, y él la miró a ella. El hijo estaba ubicado detrás de la mujer. A los segundos, Martín miró hacia atrás buscando a su hijo. La frase sanadora fue: “Mi querido hijo, siempre te recuerdo. Me hacés falta”.

Se cerró la constelación.

La biodecodificación nos permite ampliar la mirada profundamente y recuperar datos importantes a través de fechas, nombres, lugares. Las fechas mellizas son reemplazos de personas importantes en nuestra familia, esenciales, como los hijos y los padres.

Las parejas muchas veces cumplen la función de recordarnos con amor, con pasión o con celos eso que dejamos pendiente. Los celos son las formas primarias de fidelidad ante otro excluido. Por supuesto, el celoso esto no lo sabe. Pero cuando en una pareja se representan celos, el celoso dice: “Yo veo por vos a tu verdadero amor…”.

Martín volvió un tiempo después y pudo terminar la relación con su “novia celosa” y formar nuevamente pareja. Esta nueva pareja le mostrará, sin duda, el paso siguiente en su paternidad.

Te deseo

En nuestra cultura, es difícil hacerse cargo del deseo, dado que ciertos deseos están prohibidos o mal vistos, no aprobados por un orden social y moral. Es difícil trabajar en nuestro ámbito, el ámbito de las constelaciones, frente a este tipo de deseos, que muchas veces tratarán de quedar secretos, impunes, no vistos. Una constelación en acción nos muestra el alma esencial de la persona y también de su sistema; es como una danza del inconsciente familiar que, cuando sale a la luz, podemos rechazar o mirar con aceptación.

Una mujer joven se presentó a constelar por múltiples problemas que decía tener, sobre todo en las áreas de pareja y como hija. Esta paciente aún no era madre, por lo tanto, era hija, muy hija.

Me contó acerca de la relación conflictiva con su madre y su padrastro. Decía que ella era “la mano derecha” de él, mientras la madre estaba en la cama con depresión.

¿Qué dice una hija cuando dice “Fui la mano derecha de papá (o de mi padrastro)”? Lo que dice es que fue su pareja simbólica. Aquí nos vemos frente a los órdenes del amor, y principalmente ese orden tan necesario llamado jerarquía. Intuí algo latente, y eso era el amor oculto entre ella y su padrastro.

Luego, la mujer contó: “Iba a todos lados con él (el padrastro). Entonces, mi mamá un día me dijo: ‘Acordate de que ya tenés tetas’”. Con lo dicho por la madre, la constelación ya estaba terminada antes de iniciar. Solo faltaba ver…

Buscamos representantes para la madre, la hija y el padrastro. Se dispuso un triángulo clásico, donde la madre estaba bastante detrás, excluida, mirando a un ancestro también excluido. La representante de la paciente caminó un paso hacia delante, con fuerza, hacia el padrastro. El padrastro la miró como mujer. Ella lo miró como hombre, se percibió mucha energía en el cuerpo de ella, pura energía sexual. Le dije a la representante que le dijera a su padrastro: “Te deseo, te deseo como hombre”. Allí, la madre giró y miró. La representante dijo: “Mamá, he tomado tu lugar”.

Cerramos la constelación.

Es sabido en el mundo sistémico que uno de los factores que más angustia y desorden trae en las familias es transgredir las jerarquías.

¿Qué pasa cuando una mamá no está disponible como mujer para su pareja? No está disponible para el sexo, y principalmente esa es la disposición en la pareja, todo lo demás es un decorado que hace a la relación.

Si una mujer (madre) no está disponible, ya sea por depresión, enfermedad física o mental, o simplemente porque está disponible para otro hombre, lo común es que la hija mayor (o la más sensible) tome el lugar de mujer. Lugar que muchas veces es simbólico (no por eso menos difícil) y otras veces es literal.

Lo simbólico es cuando esta hija decide y define situaciones a la par del hombre y reemplaza la palabra de la madre.

Una vez, otra paciente me contó que su padre, cuando ella tenía entre quince y dieciocho años, la pasaba a buscar por la escuela y la llevaba a tomar un café al centro. Le pregunté de qué hablaban mientras tomaban café. Lo esperable hubiera sido que me dijera: “Le contaba a papá que me gustaba un chico/a, que me había sacado una mala nota (o buena), que mi proyecto a futuro era estudiar Bellas Artes, etc.”. Pero no. Como buena hija en reemplazo de la madre, con el padre discutían procesos familiares como ir al supermercado, comprar un lavarropas o que el padre le contara todos sus secretos.

Bien, la paciente anterior estaba posicionada a tener una relación sexual con su padrastro. En la constelación, se observaba muy bien. La madre frenó el movimiento cuando le dijo “Acordate de que ya tenés tetas”; con esto quiso decirle “Sos mujer y podés acostarte con mi hombre (y quedar enredada en un vínculo)”, y en el campo se alivió el movimiento cuando la paciente dijo “Te deseo”.

Transgredir los órdenes jerárquicos genera una ola de dolores y traumas a futuro. Y, en general, estamos propensos a no ver estos desórdenes como tales. Desear al padrastro genera un nivel de culpa tan grande que amenaza el orden natural de la convivencia (pertenencia). Pero desear forma parte de nuestra naturaleza, entonces ¿qué hacemos?

Poner en palabras el deseo permite darle un lugar (pasado) y seguir hacia la vida. Dentro del campo vibracional de las constelaciones, la escena es atemporal, se diluye el tiempo y viaja. La frase “Te deseo” era una frase ya vieja, de aquella adolescente enamorada de un hombre. Pero el poder decirla nos posibilita ser mujer hoy y vincularnos con un hombre hoy.

Esta joven paciente se abrió al movimiento de la constelación, generó un gran alivio y una gran energía de amor y compasión, reconociendo en su madre que, a pesar de la depresión, la cuidaba y la observaba. En cambio, la paciente que “tomaba café con su padre” nunca pudo observar el incesto simbólico, incluso me dijo: “¿Qué tiene de malo tomar café?”; probablemente, nuevos síntomas la llevarán a otra constelación.

Bailemos

Muchas mujeres —la mayoría que viene a una sesión de constelaciones— dicen tener problemas en la cama, problemas con su sexualidad, la mayoría anorgásmicas o con una falta total de deseo. Me pregunto: ¿dónde habrá quedado el deseo, en qué lugar tan escondido, incluso peligroso, para que no pueda salir?

Roxana tenía cincuenta años y varios hijos de dos parejas anteriores.

—¿Cuál es el tema que querés constelar, Roxana? —le pregunté.

—Mi vida sexual. Es malísima, nunca tengo ganas y el sexo siempre es trabajoso para mí. Durante el día estoy bien, pero a la noche me deprimo porque sé que mi pareja me va a buscar y yo quisiera salir corriendo.

—Hablame de tu mamá y de tu papá, de cuando vos eras chica. ¿Cuál era la energía de la pareja?

—Mi mamá y mi papá siempre se llevaron mal. Incluso dormían en habitaciones separadas. Mi papá era borracho y fumaba mucho, mi mamá se quejaba del olor a cigarrillo. Entonces, dormían separados.

—O sea que no había intimidad entre ellos.

—Exacto.

—¿Y cómo era tu relación con tu papá?

—A mi papá le gustaba mucho bailar, bailaba muy bien. Le pedía bailar a mi mamá y ella le decía que no. Entonces, mi mamá me pedía a mí que yo bailara con él. Bailábamos el vals… A mí me encantaba bailar con mi papá.

Bien. La imagen de fondo era una danza sexual. El baile como acercamiento y contacto físico, el erotismo, la seducción.

Luego, recordé que el hombre alcohólico siempre tiene a su lado a una mujer que lo desprecia, o bien su madre o su mujer, o ambas. La madre de Roxana justificaba su desprecio diciendo que tenía olor a cigarrillo, pero, en verdad, era una perpetradora, algo que luego confirmó la constelación.

A través del sexo, damos disfrute o rechazamos y despreciamos al otro/a. Quien niega la sexualidad y el sexo, siempre está en la energía de un perpetrador. En este caso, disfrazada de víctima: “Tu padre es borracho”. La instancia del incesto era claramente simbólica: “Bailá vos con tu padre (hacelo disfrutar)”.

Cuando abrimos la constelación, la imagen era un triángulo: padre e hija en unión, y la madre al margen, mirando excluida. Cuando la madre niega sexualidad, en general, ofrece a la hija. Esta es la dinámica de todo abuso.

Roxana estaba en su etapa de niña, amando al padre aún. Y el deseo sexual por el padre era tan fuerte que no podía dirigirlo hacia otro hombre.

La frase en constelación fue: “Te deseé por mi madre, te deseé como mujer. Pero sos mi padre. Querida madre, mirame con amor si yo gozo de mi sexualidad”.

Impotencia

Marisa me preguntó si podía venir con su marido a constelar, ambos, juntos. Mi presencia (interna) me dijo que no. Le expliqué que yo trabajaba con turnos individuales.

Llegó bastante deprimida, se notaba en su aspecto, en su tono de voz, en su piel. Siempre que veo personas deprimidas sé que están en falta con la madre, que el faltante real es la madre.

Le pregunté qué le pasaba.

—Me quiero separar pero no me animo —me contestó.

—¿Cuáles son las cosas que te detienen?

—Mi marido es muy bueno, se lleva muy bien con nuestros hijos, pero tiene impotencia.

—¿Hace cuánto tiempo es impotente?

—Desde que nos conocimos, hace quince años.

La impotencia masculina es una expresión de desprecio y miedo muy grande hacia la madre y las mujeres en general. Es la venganza de la víctima. Se dice impotente, pero, en verdad, no quiere que su mujer disfrute de nada. El hombre está en una dinámica muy grande de amor-odio con la madre y la desplaza hacia la pareja.

Le pregunté cómo hacía con su deseo sexual para permanecer tanto tiempo con su marido impotente. Y, muy conmovida, me confesó:

—A veces tengo un amante.

—¿Acaso no es lo que tu marido quiere? —le pregunté nuevamente.

—No, no creo que quiera —me dijo asombrada.

—Yo creo que sí quiere que tengas un amante. Veámoslo en la constelación.

Se ubicaron la mujer, el hombre y la impotencia. El hombre caminó hacia atrás alejándose bastante de la mujer. Fue hacia la madre. La impotencia mostró su energía asesina contra la madre. La mujer quedó atrás, ni siquiera mirada.

La frase sanadora para la mujer fue: “Ambos no podemos conectar con mamá”.

Le aconsejé que disfrutase de su amante.

El alcance de la palabra

Me escribió un e-mail una mujer que había venido a constelar su problema unos días atrás. Me contó que se quedó enojada y angustiada con aquello que yo le había dicho. Me preguntó si lo que dije había sido centrado, y la verdad es que ni siquiera lo recordaba. El entrenamiento terapéutico incluye un estado de meditación continua; podríamos decir que, a la hora de constelar, uno está “en otro estado”, y el buen ejercicio terapéutico hace del olvido un arte. Esto significa que olvidarse de los pacientes (y de sus problemas) forma parte del trabajo terapéutico en constelaciones familiares. Si algún paciente (y su historia) me tocan de manera especial, sin duda eso tiene resonancia con mi sistema familiar, lo que me obliga a mí a trabajarlo, pero no como terapeuta, sino ya como paciente.

La mujer se extendió bastante contándome por qué se había sentido tan incómoda con mi comentario en relación a su problema.

¿Qué esperamos de un terapeuta? Lo mismo que esperamos de la madre ideal. ¿Qué esperamos de la madre ideal? Que nos complete en todo, casi que nos anule en nuestra existencia. De más es sabido que esas pocas madres que completan en todo a sus hijos/as los arrastran a la psicosis. Más bien, que nos dejen una zona en blanco o vacía nos posibilita la identidad.

En la relación terapéutica, en nuestro trabajo, sabemos que el paciente (en su gran mayoría, al menos) nos ubica como madre ideal. Entonces y por este motivo, no hice ningún esfuerzo en recordar la sesión. El paciente que espera que su terapeuta lo complete, también espera que su madre lo complete. Entonces, mejor así: paciente enojado, vale por dos.

Anorexia

En problemas de salud y enfermedad, y también en relación a las fechas, lugares y nombres que se repiten, hago base en la biodecodificación. En esta constelación, el trabajo inició a partir de un número: “treinta y cinco kilos”. Considero que ambas disciplinas se potencian y la bio, aunque por sí sola no la considero terapéutica, es el inicio de toda información en lo que a enfermedades se refiere.

Mónica tomó una sesión virtual. Tenía sesenta años, estaba en pareja y tenía tres hijas. Su hija mayor, de treinta y ocho años, padecía anorexia desde los once años.

Mónica me explicó: “Hemos probado todo tipo de tratamiento, y lo mejor que se ha logrado es que no se muera. Hace años que vive con treinta y cinco kilos. Incluso cuando estuvo embarazada”.

Los treinta y cinco kilos me dieron el máximo de información. “Hace años vive con treinta y cinco kilos”. Como si el tiempo y el peso se hubieran detenido; no así la vida, dado que no se moría.

Me pregunté: ¿quién pesa treinta y cinco kilos? Y pensé en mi hijo, hoy de nueve años. Entonces, detuve el relato y le propuse que me hablara de ella y de su niñez, que nos olvidáramos un rato de su hija.

Me contó que era hija única (ya sabemos que esto no existe en nuestra mirada sistémica, todo hijo único tiene un hermano muerto o abortado, pero aquí tampoco me voy a detener). Su padre murió cuando ella tenía nueve años (seguro pesaba treinta y cinco kilos). Además, me contó que ella “usaba” la muerte de su padre para rebelarse contra su mamá. Cuando la madre la retaba, ella le decía que no lo hiciera porque no tenía padre, y que si la retaba igual, se moriría como el padre. La madre se ponía a llorar y ella asumía el control. En la anorexia, el control es todo.

A la edad de nueve años, no es posible gestionar un duelo, salvo que el niño/a esté acompañado por un terapeuta/madre/entorno que lo habilite. La mayoría de los niños se quedan en la etapa del enojo, de la furia, una energía que les permite seguir viviendo. Pero, entonces, ¿quién hará, más adelante, la terminación de ese duelo en su tristeza, melancolía y falta? Por regla general, lo hacen los hijos.

Aquí vemos que la anorexia era el duelo postergado de la madre. Pero no de la madre adulta, sino de la madre niña.

Abrimos la constelación y vimos a Mónica cuando tenía nueve años, a su padre y a la hija, de adulta.

En los campos vibratorios de las nuevas constelaciones familiares, la unidad del tiempo se pierde, el tiempo pasa a ser una unidad cuántica. Observamos a la vez a la línea temporal del presente en su relación con un plano dimensional correspondiente a la emoción (la dimensión emocional) y a la palabra (la dimensión mental); así, podemos observar diferentes dimensiones temporales y cómo todas, de alguna manera, aún siguen presentes.

En la constelación, la hija tomó el lugar de la madre, ubicándose primero y mirando a los ojos al abuelo (al padre muerto de la consultante). La frase fue: “Yo te miro por mamá”. La consultante se giró y perdió la mirada hacia abajo. El duelo quedó trunco. Entonces, la hija dijo: “Yo hago el duelo por mamá. Con el peso que eso significa para mí”.

A los dos meses de la constelación, Mónica me escribió que no sabía cómo, pero su hija había llegado a los cincuenta kilos. El duelo había terminado.

Invisible

En el grupo de desarrollo personal que coordino, que se llama Mujeres, y al que lógicamente asisten mujeres, trabajamos cosas muy específicas de nuestro género. ¿Por qué? Porque decididamente hombres y mujeres pensamos y sentimos diferente, tenemos roles diferentes, y el contexto social es distinto para unos y otras.

En este grupo se trabajan la profesión, los vínculos y la sexualidad. Todas las mujeres participan, y sus edades rondan desde los veintiuno hasta los setenta años.

En el primer encuentro del grupo, propuse presentarnos así como nos presentaban nuestros padres cuando éramos niñas. ¿De qué manera nos definieron? Esa forma de definirnos, ¿nos sirve ahora como mujeres? ¿Seguimos sosteniendo, en lo más íntimo de nuestro corazón, esa huella que nos propone como personas?

Entonces decidí también participar de esa presentación, ya no como coordinadora, sino como mujer, y ver qué decía esa presentación de mí.

Recordé que varias veces, muchas, ambos padres me definían como “invisible”. Incluso, mi padre decía, a modo de elogio, que de tan buena que era (de chica), era invisible, que sin duda era la que menos problemas causaba. Mi madre también lo ha dicho, quizá con otras palabras menos directas y con más eufemismos (bien de mujer), pero al fin y al cabo, ambos coincidían en eso.

Mientras contaba e iba cerrando la identidad que me habían otorgado mis padres (por supuesto, sin mala intención y de manera inconsciente), la pantalla del Zoom se cerró, quedó en negro y solo se escuchaba mi voz a lo lejos, casi como la de un espíritu. Todo el grupo se rio y todas dijimos: “¡Las cosas hablan!”. El campo de resonancia que incluye las cosas es enorme, extenso e inteligente. Así, me pregunté en dónde y para quién aún sigo siendo invisible. Me he respondido varias cosas que hacen a mi realidad actual, y sin duda sigo siendo invisible para ese resto.

¿Por qué un padre o una madre necesitan que alguno de sus hijos no se vea, o sea, que sea invisible? ¿Quién o qué ocupa el lugar del invisible?, ¿un secreto familiar?, ¿un amante?, ¿un excluido?, ¿un aborto?, ¿un muerto?, ¿o todos esos espacios juntos?

A partir de aquí y entonces, vamos a hablar de las cosas. Nosotros y las cosas.

Claudia y su casa con agua

Claudiavino a constelar. Comentó que su casa, de manera habitual, se llenaba de agua, y que aunque había hecho muchos arreglos, no había forma de contener el agua. Su presentación fue clara, segura, así que no necesité preguntar más.

Pasamos directo a la constelación, y agradecí a Claudia y su campo por presentar un tema con tanta claridad. De esta manera, la información para ella y para mí era extensa.

Ubiqué en la constelación a un representante para Claudia, otro para su casa y un último para el agua. Claudia miró a lo lejos, abstraída. La casa miró a un muerto en el piso, el agua también. Le pregunté al agua qué emoción transportaba y me dijo que estaba triste, que tenía una gran tristeza.

Luego de la pregunta, Claudia también miró al piso, hacia el mismo lugar que miraban la casa y el agua. Entonces, a través de esa mirada, reconocí la tristeza de la paciente. Le pedí a la representante de Claudia que dijera: “Esa tristeza es mía, aún es mía”. Y le pregunté a Claudia si había perdido hijos.

Ella me contó que su tercer embarazo, que era un varón, falleció en la panza a los seis meses de gestación. Los embarazos avanzados que no llegan a término (así los considero a partir del tercer mes en adelante) tienen características de “hijo muerto”, y son muy diferentes a un “embarazo perdido”.

Le pregunté si sabía el motivo por el cual había fallecido el bebé. Me explicó: “Nunca lo supimos, rompí bolsa y cuando llegué a la clínica el bebé había muerto”. Le respondí a Claudia que el agua de la casa, que emergía espiritualmente, era el agua de su fuente, el líquido amniótico. Y a la representante de Claudia le pedí que expresara la frase: “Al agua y a la casa, gracias por mostrarme el duelo por mi hijo muerto”.

La casa era el útero y el agua su líquido. Luego, le pregunté a Claudia si pudo conocer a su bebé, si le puso nombre, si hubo ritual de entierro. Me dijo que no, que no pudo ver a su hijo y que tampoco tenía nombre. Le pedí que le pusiera nombre allí mismo, a modo de bautismo.

Todos nos sentimos aliviados cuando su bebé fue llamado por su nombre.

Al tiempo, volví a ver a Claudia, quien me contó que en otra oportunidad le tocó oficiar de nodriza, es decir, tuvo la tarea de amamantar a un niño que no era propio. Le pregunté si aquel bebé era un varón y me respondió que sí. Le expliqué que esas experiencias nunca son casuales, y que de ese modo ella pudo amamantar simbólicamente a su hijo fallecido. Luego, también me contó que la casa ya no perdía agua.

Un dolor muy grande

Trabajamos con mucho cuidado aquellas situaciones y personas que se presentan como casos graves. Me refiero a esos casos que tienen un compromiso serio con la vida aquí y ahora, y con el rumbo de la vida. Como terapeuta, observo estos obstáculos en dos ámbitos: la enfermedad grave y los juicios penales; en ambos casos, hay circunstancias que hacen que algo pueda cambiar para siempre el destino de una familia.

Teresa tenía sesenta y cinco años cuando vino a constelar “un dolor muy grande”. Se puso a llorar suave, amargadamente. Luego, tomó fuerza y me contó que toda su familia estaba destruida. Le pregunté qué había pasado...

Me contó que su hijo de cuarenta años se había casado hacía veinte años con una mujer mayor, con la que tuvo cuatro hijos, y que él se encontraba preso. Se habían separado tres años antes, y la exmujer había presentado una denuncia por abuso sexual hacia ella y hacia su hija de catorce años.