Intensa - Julieta Baraldini - E-Book

Intensa E-Book

Julieta Baraldini

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Beschreibung

Julieta Baraldini nos invita a conocer y a conocernos en Intensa, un relato audaz, provocativo y profundo, que desenmascara los prejuicios en torno a la sexualidad femenina, los vínculos de amor actuales y los roles que hemos perpetuado por lealtad a nuestro sistema familiar y a nuestra comunidad. Este libro es una invitación a pensar y reflexionar sobre el amor, la sexualidad y el erotismo. Con una narrativa contundente y efectiva, imágenes fuertes y un excelente ritmo, Intensa no pide permiso para interperlarnos como sujetos amantes y deseantes.

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Intensa

Crónicas eróticas de una terapeuta

Julieta Baraldini

Julieta Baraldino es Escritora, Docente, Licenciada en Trabajo Social y Terapeuta en Constelaciones Familiares.

Diplomada en Salud Mental Comunitaria, Especialista en Perinatología, Investigadora. También es columnista y conductora en Radio y Televisión.

Nació el 4 de mayo de 1978 en Mendoza.

Este es su segundo libro. Siendo joven se dedicó a la danza y a la pintura. A viajar por el País.

Hoy sus días pasan entre la sierra y el mar, sus hijos, y su profesión.

Baraldini, Julieta

Intensa / Julieta Baraldini. - 1a ed. - Villa Sáenz Peña : Imaginante, 2023

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-631-6578-08-2

1. Relatos Personales. 2. Literatura Erótica. 3. Narrativa Argentina. I. Título

CDD A863

Edición: Oscar Fortuna.

Diseño de tapa: Julieta Baraldini.

Foto de cubierta: Jorge Raivan.

Conversión a formato digital: Estudio eBook

© 2023, Julieta Baraldini

© De esta edición:

2023 - Editorial Imaginante.

www.editorialimaginante.com.ar

https://www.instagram.com/imaginanteditorial/

www.facebook.com/editorialimaginante

Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra bajo cualquier método, incluidos reprografía, la fotocopia y el tratamiento digital, sin la previa y expresa autorización por escrito del titular del copyright.

Esa banda inconsolable de perros sin folleto,

brujas de alma sencilla, patéticos viajantes.

Pobres tontos, pobres diablos, lunáticos diamantes

prometidos de carne, lánguidos, impalpables

son mis amantes…

 

Patricio Rey

Agradecimientos:

 

A mi gran amiga Pauli, testigo de todo.

A mis amantes esenciales, Javier Alejandro, Juan Gabriel y Agustín Guillermo.

A mis padres siempre, por las mesas llenas de sobrevivientes, cultura, política, arte y pasión. Hasta la victoria siempre, mis queridos padres.

A mis hijos. Luz de mis ojos, energía vital de mi existencia, por salvarme de la oscuridad, por invitarme todos los días a vivir.

A mi terapeuta Claudia, por la risa y su necesario maternaje.

A mis alumnas de San Luis, un hasta siempre.

“…Solo las ollas conocen los hervores de sus caldos…”

Refrán mexicano

 

Es viernes y hace mucho frío. El mes de julio me trajo sorpresas intensas. ¿Qué otra sorpresa más grata que el amor, el sexo desenfrenado y un volantazo profesional? Hace solo quince días estaba sentaba en la barra del bar de siempre con mis amigos de siempre tomando alcohol. En general, me traen ellos de vuelta a mi casa. Mareada y con los ojos en la espalda, me acuesto vestida y con dolor de cabeza. Al otro día recuerdo algo de lo que pasó, pero no todo. Y eso es lo que más me gusta de… tomar.

Durante la semana escucho historias insólitas, experiencias traumáticas y quejas de todo tipo. No, no trabajo en un comercio y tampoco soy peluquera. Pero comparto con estos oficios el arte más hermoso de todos, el de escuchar. Me formé como Terapeuta en Constelaciones Familiares. Seguí estudiando mucho, devorando conocimiento, datos random y esotéricos por igual, filosóficos y positivistas. Soy licenciada, profesora y especialista en varias cosas. Hace veinte años también soy madre. Pero, ante todo, y desde mucho antes, soy amante.

Amo escuchar las historias más terroríficas, desopilantes y aberrantes. Tengo un oído nato para lo obscuro. No me espanta. Me estimula a conocer más y más el psiquismo humano, aunque a veces pienso si estos atajos pertenecen al alma o a algún otro espacio que no logro identificar aún. Para contrarrestar tantos laberintos, necesito perderme en los brazos de alguien que se parezca a un Prometeo del amor. He conocido muchos, pero esas llamas, esas llamas… no lograron permanecer.

Le hago honor a mi nombre, que lo eligió mi padre, enamorándome románticamente, alcohólicamente y locamente de un caballero que me muestre su corazón ardido, su sonrisa a flor de piel y su cuerpo siempre caliente.

Como terapeuta, aprendí a identificar que toda herida, locura o diagnóstico es de amor.

Tan solo hace unos minutos vino una mujer a mi casa a comprar mi primer libro. Ese libro primogénito se los dediqué a mis hijos y a mi territorio. Era una escritora virgen y solo quería amar. Hoy, siento que de los dedos brota pasión y empapo el teclado de gemidos, orgasmos y recuerdos de encuentros sexuales que fueron casi goles de mundial.

Esta mujer viene a comprar mi libro y se lo dedico con cariño. Se sienta y me cuenta que aún vive con la madre, aunque tiene novio, que no puede despegarse de ella y que todo es culpa de mamá. También me cuenta que es policía y mi cabeza florecida se pregunta: ¿qué hará con esa pistola? Y así, una tras otra, se cuelan las historias de vida en un mismo paisaje que logro colorear de blanco y negro a rojo bermellón.

Sin duda mi pasión la heredé de mi madre, a quien se la debo, aunque también la he cultivado bastante y, lejos de querer taparla o desenfocarla, siempre le pedí más. Me ha costado muchas lágrimas y decepciones mostrar esta pasión a ciegas. Con los años, fui regulándola hasta parecer normal.

La semana sucede entre mucho trabajo, los tres posgrados que curso en tres universidades diferentes, la casa, los niños, la perra y la gata, las clases de zumba que tomo para recordar que alguna vez fui bailarina, el guion de esa obra teatral que nunca terminamos con mi amiga Clara, las charlas larguísimas por WhatsApp con Fernando y Gustavo, los libros, el libro que escribo, las ventas del primer libro, mi amiga Lali y su angustia, mis pacientes, mis proyectos, la psicóloga, que en cada sesión me pregunta si he logrado corregir el patrón, los mensajes de mis padres que nunca respondo, mi trabajo en la televisión, la columna que escribo en el diario, el reportaje semanal en la radio, mis chequeos médicos y allí, de fondo y por encima de todo, la pasión.

Adolescencia, divino tesoro

Parte de esta pasión la destino a comprender con mi corazón eso que el otro trae como problema, secreto, angustia o dolor. Hace un tiempo recibo a María. Una joven de veinte años con un diagnóstico equivocado de bipolaridad. La conozco hace mucho, desde que tiene dieciséis años; también conozco a su madre, a sus tías. María es bella por fuera y por dentro, y en esa fragilidad que muestra encuentro muchísima furia. Si esa furia pudiera desplazarla a la búsqueda de placer, seguramente no tendría diagnóstico ni angustia.

La adolescente está muy medicada y llora mucho, casi sin parar. Con la tercera sesión ya había cambiado el tono de voz y dejaron de temblar sus manos. Sin duda, ella es la portavoz de un gran secreto que inicia hace muchos años y explota en su lugar de mujer. ¿Por qué lo lleva ella? ¿Por qué le explota a ella? Esas son preguntas que nos hacemos los terapeutas que trabajamos con el transgeneracional. Mi intuición terapéutica me dice que ella es muy apasionada también, y podrá hacer de ese secreto algo muy importante.

Me cuenta que cuando está con su familia ampliada se desconecta de manera fatal. Se imagina una nube donde ella está experimentando cosas de su antigua vida, como salir con sus amigas, ir a la escuela, hacer un picnic. Le pregunto si eso lo considera un problema y me responde que sí, porque esta nube incluye hablar en voz alta y perder contacto con el entorno. Alguien de la familia le pellizca el brazo y la trae de vuelta. Le pregunto, entonces, como está compuesta esa gran mesa familiar, por lo que me cuenta que tiene muchos primos y primas de su misma edad, quizá un poco más chicos, y que todos están enfermos psicológicamente. Un primo es violento y pega patadas y piñas a todos. La otra niña es anoréxica y tiene conductas autistas. La más grave tiene un trastorno severo de la personalidad y anorexia severa, está alimentada por sonda. Ante este escenario que carga por igual esta generación de niños y niñas, me propongo saber en qué parte de esta nube se revela el gran secreto familiar.

María inició con un cuadro de angustia grave hace muchos años, pero la pandemia por covid en 2020 la desató. No ha podido iniciar la facultad, ni salir con sus pares, ni trabajar. No sale de la casa y tiene episodios violentos por los que les pega a su madre y hermanos. El clima de la casa es profundamente alienante y me recuerda a mi oscura adolescencia y mi deseo permanente de escapar o morir. La teoría sistémica propone lo que para mí es clave en la resolución de un paciente enfermo con gran sufrimiento psíquico. Ese componente sufriente, llamado paciente, se tiene que retirar de la casa. Pero María dice no querer. Incluso, no registra el malestar, dice que estar en la casa “le gusta”.

Abrimos la primera constelación y veo una cantidad importante de abortos avanzados de la madre. Fetos grandes asesinados sin piedad. Esta información se reserva. Solo le muestro a María lo peligrosa que es esta mamá. Parece no ser suficiente.

Con esta información María se relaja. Luego me cuenta que sus padres pelean todo el día y el papá tiene el síntoma del linyera. Una acumulación de muertos y excluidos vemos en este síntoma psicótico. Vivir en la mugre y en la acumulación es vivir en el escenario de la psicosis. Pero sabemos que la guardiana del secreto es la madre, y el padre es un excluido más.

La madre pertenece a un linaje de mujeres perpetradoras. Y este linaje inicia en la bisabuela. La madre, las tías y la abuela aún viva son peligrosas para todos los hijos. Para los hombres, aún más.

 

 

 

Luis me escribió por privado varias veces. Enviaba corazones tímidos sobre las fotos encendidas que yo subía a mi Facebook. Mi club de fans tiene una forma muy obvia de mostrar su lealtad y amor. Cuando subo una foto sola, sonriente y erotizada, me llueven corazones y propuestas. Cuando subo fotos con mis hijos, la mitad de este club disminuye y solo quedan las Rositas y Gladys diciendo: ¡qué hermosos que están los bebés! Cuando subo una foto con algún amigo hombre, solo likean mi madre y mi padre.

Este Luis, a quien yo llamé “el morocho”, era tímido. Después del quinto corazón, le respondí “gracias”. De aquí surgió una conversación que terminó en doce meses de discusiones, sexo y pasadas de alcohol de ambos. La primera cita fue la más decadente que alguna vez tuve en mi vida. Ambos incómodos y con cara de traste, apenas hablamos. El ambiente no ayudaba. Los dos trabajamos en la televisión y eso nos hace conocidos para el entorno. Saludar a todo el mundo no está bueno cuando uno quiere seducir. Me acompañó a mi casa luego de media hora de compartir una mesa en un bar y al otro día, temprano, recibí el primer mensaje sugestivo que decía: me encantás, mujer misteriosa.

Resulta que el misterioso era él, por lo menos para mí. Porque, luego del primer mensaje, le siguió el segundo, que decía que le había resultado totalmente antipática y que consideraba que nunca más me iba a escribir… pero, como era bueno, me dio una segunda oportunidad. A la semana ya estábamos en su casa discutiendo y haciendo el amor calientemente. Yo entraba al baño a llorar para recordar a mi amor anterior, algo que siempre hago cuando estoy por tener sexo con el partenaire nuevo, una suerte de fidelidad estúpida y repentino duelo. Luis no entendía nada y me preguntaba qué me pasaba, y yo, buena actriz, le decía que me estaba por venir el período. Este chantaje hormonal lo comparto con otras mujeres que utilizan la menstruación para zafar de muchas cosas.

Así pasaban las noches con este morocho que también estaba solitario, triste y final, abandonado por su ex, que lo engañó con un amante perpetuo, envuelto en un trabajo que lo consumía y le exigía cada vez más. Y allí yo, como sirena demandante, esperando siempre su mirada, su caricia y su palabra. Justo tres cosas que a él le costaba dar.

Era intenso y apasionado con todo, incluso cuando desaparecía, lo hacía con dramatismo para que no queden dudas de su agresión. También era perceptivo y, cuando yo terminaba en los brazos de Agustín, llorando y dándonos besos, resulta que aparecía triunfante. Mis patrones infantiles de niña sumisa y abandonada parecían lechones a punto caramelo. Mi psicóloga me explicaba que ese goce era masoquista, pero yo… yo solo sabía desearlo. Cuando lo extrañaba, prendía la tele y lo veía conduciendo el programa con su sonrisa particular, su voz contenida y la camisa que deseaba arrancarle de un tirón. Era una escena histérica que unos meses después, con la llegada del amor, terminó en severo desencanto.

La última noche la recuerdo como la primera. En la cama, ambos desnudos, me rechazó diciendo que yo lo dejaba marcado. Esos chupones parecían ser más importantes de la cuenta para él. Y discutimos mucho. Quizá intuyendo ambos que ese sería nuestro último encuentro, me preguntó: ¿cómo querés que te coja? Le respondí: como la primera vez.

Me arrancó los pelos y de espalda terminó. Nos dormimos abrazados y aún recuerdo la pregunta que le hice: ¿tenés novia? A lo que respondió: si tuviese, lo tendrías que superar, Julieta.

Y así nos despedimos de las discusiones, la piel y los chupones indeseados.

 

 

Mi psicóloga Carmen me conoce hace mucho tiempo. Siento que, cuando se abre el Zoom, ella espera ansiosa que le cuente mi última proeza amatoria. La terapia la utilizo exclusivamente para hablar de sexo, amantes y amor. Intuyo que a Carmen esto le encanta y una vez, a modo de chiste pero no tanto, me dijo que se iba a comprar una pizarra para anotar los nombres de mis amantes. Es que, en poco tiempo, he amado mucho. Seguro ustedes pensarán que tener sexo no es amar. Pero yo, que tengo en cada célula de mi piel un pequeño corazón, amo a cuerpo completo.

Estos corazones se encienden de manera especial cuando escucho la voz de Agustín en el WhatsApp preguntándome cuándo nos vemos. El abanico sexoafectivo me permite ver con ojos gloriosos las mil caras del amor y reconocerme finalmente como una mujer a la que sencillamente le gusta amar.

Maira es una paciente de hace unos años que tiene una historia particular digna de llevar al cine, pero para hacer una película de terror. Su padre mató a su madre en medio de una escena de celos, sexo y locura. Maira era adolescente y, claramente, este desenlace la marcó. Está casada hace muchos años con su novio de la adolescencia, algo que yo, por ejemplo, no podría haber hecho jamás. Pero sí entiendo esa necesidad de protección y de calma que necesitamos muchos después de cierto nivel de estrés. Lo maravilloso de la naturaleza biológica es que el estrés disminuye con el tiempo y luego necesitamos recordar que estamos vivos a través de ciertas dosis de adrenalina sana, y una buena medida de esto es el enamoramiento y la pasión. Algo que para Maira deben ser lujos prohibidos de nuestra especie.

Hace un año que Maira dice no interesarle el sexo. Como mujer, sé que este desinterés se traduce de esta manera: el hombre con quien duermo ya no me excita. Por nuestra cultura patriarcal, estamos acostumbradas a cargar con la culpa de todo y de todos, incluso con la falta de deseo. Le explico a Maira que ese desinterés no es por el sexo en sí, sino que quien ya no le interesa es su pareja. Este hombre, desesperado por la intimidad, buscó una amante, pero, lamentablemente para Maira, esto no significó una separación, como tampoco el condimento para triangular y que los tres sientan ganas y deseo. Maira se sigue bancando al marido y el marido, a su amante.

Cuando vemos estas escenas de celos y triangulaciones, en general, vemos los mismos actores con el mismo guion. Una mujer que ya no desea a su marido se retira sexualmente argumentando que “está deprimida”. Un hombre busca una amante para “salvar” la relación de pareja y una mujer acepta ser amante, pero nunca podrá ser mujer, dados los problemas existenciales que tiene con su propia madre. En verdad, todo gira en torno al deseo, la falta de deseo y no saber dónde poner este deseo. Maira se fue aliviada porque, aunque no puso fecha, ya sabe que su próximo destino es una separación.

Poliamorosa

Como vivimos en la cultura del deseo, aprendí muchas cosas de las generaciones jóvenes.

Agustín es mi amigo practicante del poliamor. Con su discurso ambivalente, inconsistente y adolescente, me enamoró completa. Le llevo diez años. Nos conocimos la noche de un lunes de verano que casi no recuerdo. Estaba borracha desde el miércoles anterior y ese día, ya colapsada, iba a escuchar tocar a la banda de mi otro amigo, su hermana que es mi amiga y una familia al estilo clan que nunca tuve. Era una mesa larga donde todos hablaban mucho y yo, feliz y con cara de payasa al lado de Lali. Por supuesto hablábamos de todo y de todos mis amantes, aunque en ese momento el morocho era el protagonista de mis desgracias amatorias. Como Lali estudia psicoanálisis, ya le habíamos tirado, por lo menos, treinta diagnósticos para terminar en el más cruel: sigue enamorado de la ex, Julieta.

En eso, siempre fui una amante lúcida. Tal es así que me permití pasar el resto de la noche flotando en la silla, sensual, con jazz de fondo y el aire cálido del verano. Era diciembre, faltaba poco para terminar el año. Un poeta abrió la escena y lo poco que me quedaba de atención se lo regalé. Era imponente. Era raro. La poesía describía una forma actual y mediocre del amor. No sé cómo ni cuándo, pero aquel poeta terminó sentado al lado mío. La familia se retiraba de a poco. Eran las cuatro de la mañana y su rostro blanco y brillante, la voz melódica y su manera de ver el mundo me despertaron. Terminamos solos en el bar hasta que nos echaron. Allí iniciaba un vínculo que me cambiaría por completo en esto de entender que se puede amar a muchos y muchas, sin control ni celos ni maldad; que la amistad, en algunas versiones, incluye el sexo, el erotismo y el afecto verdadero. Pero, claro, todo esto por escrito es una cosa. Vivirlo, Dios… vivirlo es diferente.

 

 

La noche que conocí a mi bombón estaba confundida. Además de borracha, claro, la confusión se debía a que el morocho seguía vigente. Sumado a eso, el poeta maldito. Recuerdo al otro día, con dolor de cabeza, decirle a mi amiga Clara que estar con tres al mismo tiempo era un desborde y que temía ser castigada por alguna entidad bíblica.

Con el poeta teníamos una inusual manera de ser felices y sensuales. Yo solo apoyaba mis larguísimas piernas sobre las suyas y él me hacía masajes en los pies. Mientras fumábamos y charlábamos de miles de cosas. Para rematar, me leía poesía mientras me daba besos. Nuestros encuentros eran un elixir de palabras, manos y cigarrillos. Según su versión del amor, estar acostado con tres mujeres alrededor es casi una misa. Como mis planteos siempre incluían celos y un rechazo importante a sus ideas postmodernas, no compartimos la cama con nadie más, aunque propuestas siempre hubo. En nuestra fantasía, ingresaban equipos completos de conejas pornográficas, jugadores de fútbol, músicos ardientes, el morocho traumado, su exnovia y hasta una fantasía siniestra de que yo era “su hermana mayor”, algo que a Agustín le daba náuseas y a mí me descomponía de la risa.

Agustín fue, durante muchos meses, mi muso inspirador. Verlo me hacía titilar las pupilas y los pezones, y, cuando se subía al escenario a recitar, me lo imaginaba de mil maneras, menos vestido. Me desesperaba por verlo y, al mismo tiempo, ingresaba a un espacio de ternura infinita junto a él, donde los cómo y los porqués no aparecían nunca. Nos contábamos nuestras más íntimas cosas, incluido el sexo con otros y otras. Pero, cuando conocí la sonrisa de mi bombón, no pude contar nada. Me reservé este capítulo como el más intenso de mi vida hasta ahora, porque nunca había guardado un secreto tan fogoso en mi corazón.