Construyendo un futuro - Caroline Anderson - E-Book
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Construyendo un futuro E-Book

Caroline Anderson

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Beschreibung

Aquel hombre y sus niños tenían algo a lo que ella no podía resistirse… Cuando el guapísimo magnate Nick Barron contrató a Georgie Cauldwell para que trabajara con él, no sabía que también estaba salvando el maltrecho corazón de su nueva empleada. Pasaron unas maravillosas semanas juntos, pero justo cuando Georgie empezaba a pensar que por fin había encontrado la felicidad… Nick desapareció. Volvió tan repentinamente como había desaparecido… y acompañado por dos niños y un bebé en brazos. La experiencia le decía a Georgie que no se enamorara de un hombre con familia, pero parecía que ya era demasiado tarde para evitarlo.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2006 Caroline Anderson

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Construyendo un futuro, n.º 2095 - diciembre 2017

Título original: The Tycoon’s Instant Family

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-486-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

DEME UNA buena razón por la que debería ayudarlo.

El hombre sentado frente a él se encogió levemente de hombros. Parecía ser una persona orgullosa y a Nick no le hizo ninguna gracia tener que presionarlo, pero necesitaba saber cuál era el fondo del asunto y dar vueltas sobre el tema no haría que él estuviera a la altura de las circunstancias.

–¿Señor Broomfield?

–No puedo… no puedo darle una razón. Ni siquiera sé por qué estoy aquí… –volvió a encogerse de hombros.

–¿Entonces por qué vino a verme?

–Gerry me dijo que así lo hiciera. Gerry Burrows… el año pasado usted lo ayudó.

–Lo recuerdo. Compramos su compañía.

–Oh, hizo más que eso. Le salvó la vida. Él estaba destruido y su mujer a punto de abandonarlo. Usted le dio un giro a su vida.

Aquel hombre también parecía estar necesitado de ayuda. Nick se preguntó cuántos amigos más tendría Gerry Burrows que estuviesen desesperados.

–Gerry Burrows tenía un negocio que merecía la pena comprar. Todavía no conozco nada sobre usted o su negocio. Ni siquiera sé lo que quiere de mí, así que por qué no me empieza a contar lo que tiene en mente.

La carcajada que emitió Andrew Broomfield fue amarga y llena de desprecio hacia sí mismo.

–Ni siquiera me he parado a pensar tanto…

–Entonces tal vez debería hacerlo. Si le voy a ayudar, señor Broomfield, necesito una razón para hacerlo.

–No hay ninguna buena razón. Sólo un loco lo haría. Nosotros nos dedicamos a comprar y vender empresas en quiebra, de todas las clases. Estaba marchando bastante bien, pero compramos varias tiendas para ver si podíamos vender al por menor y todo empezó a marchar muy mal. Ahora todas están hipotecadas. Yo debería haber salvado la situación, pero me ha sido imposible. Si no encuentro a alguien que intervenga nos declararán en suspensión de pagos. Sólo nos queda un activo, que no es suficiente para solventar todo esto.

–Quizá sea lo mejor.

–No –dijo el señor Broomfield, cerrando los ojos–. Para mí sí sería lo mejor; es lo que me merezco. Pero mi mujer está embarazada y nos acaban de decir que algo raro le pasa al bebé y que va a necesitar ser operado varias veces, empezando desde el mismo momento en que nazca. Mi mujer no sabe nada de que el negocio está en crisis. No le puedo hacer eso… hacerle que se quede sin casa justo antes de que nazca el bebé. Pero no veo ninguna manera de salir del embrollo…

Aquel hombre había tocado el tema que más le afectaba a Nick. No parecía que todo aquello hubiese sido calculado, parecía como si le hubiese salido del corazón.

–¿Quedarse sin casa? –quiso saber Nick.

–Fui un idiota y puse la casa como garantía. No es gran cosa… es sólo una pequeña casa adosada de tres dormitorios. Pero es nuestro hogar y no se lo puedo arrebatar…

Nick se quedó mirando a aquel hombre. Sabía que las emociones se estaban apoderando de él.

–Cuénteme sobre el activo que le queda.

–Es sólo un antiguo colegio casi en ruinas, con una capilla abandonada. Lo compré hace un par de años. El año pasado obtuvimos el permiso para reformarlo; deberíamos haberlo vendido entonces, pero pensé que le sacaríamos más partido si lo reformábamos nosotros, pero no tuve en cuenta el coste que implicaba la reforma.

–Así que ya ha comenzado a reformarlo.

–Sí, pero nos hemos quedado sin dinero. No podemos ni siquiera pagar al constructor.

–¿De cuánto dinero estamos hablando? –preguntó Nick.

–No estoy seguro… millones. Probablemente cientos de millones.

Nick asintió con la cabeza, preguntándose cómo aquel hombre se habría endeudado tanto sin saber siquiera la cifra exacta. Imaginaba que ésa sería la razón.

–Y los demás endeudamientos que tiene su negocio, ¿a cuánto ascienden?

–Más o menos la misma cantidad… o quizá más. El negocio tiene muchos problemas, pero tal vez usted pueda arreglar algo. Si pudiera vender las tiendas, con lo que le dieran casi podría pagar la hipoteca. Pero llevaría tiempo y eso es lo que precisamente no tenemos. El solar es en realidad lo que tiene valor. Pero para serle sincero, ahora vale menos que cuando lo compramos.

A Nick le gustaba la sinceridad y nadie podía acusar al señor Broomfield de intentar esconder algo. Estaba siendo enormemente sincero, aunque ello suponía ir contra sus propios intereses. Pero para Nick aquello funcionaba. Hasta cierto punto.

–Está bien. Dentro de un par de días, cuando vuelva de Nueva York, intentaré encontrar un hueco para ir a ver el solar… mientras tanto quiero que me documente las cantidades exactas del endeudamiento y la cartera de clientes de su negocio.

–Si sólo pudiera quedarme con la casa…

–No estoy prometiendo nada. Yo voy a hacer esto por caridad, señor Broomfield… haré lo que pueda.

 

 

–¿Tienes idea de lo que vas a comprar?

Nick se quitó la chaqueta y la dejó caer sobre la silla de su escritorio mientras observaba la cara de incredulidad de su asistente personal.

–¿Me quieres explicar de qué estás hablando?

Tory suspiró y se sentó en una silla.

–El acuerdo con Broomfield… el solar para construir.

–¿Qué pasa con eso? –dijo Nick–. Según ha dicho él, se trata de un destartalado colegio antiguo. Nada especial, pero tiene potencial.

–¿Nada especial? –Tory resopló–. Supongo que no les has echado un vistazo a los planos que te mandé por fax, ¿no es así?

–Soy culpable –confesó Nick, sonriendo.

–Lo suponía. Los destartalados edificios que componen el colegio son de estilo victoriano y se construyeron simulando una villa italiana. Es cierto que hay algunas partes que necesitan ser derribadas, pero nada más. Incluso ya se han caído ellas solas. El resto es una joya. ¡Por el amor de Dios! Está frente al mar, en una excelente zona residencial, en Yoxburgh, Suffolk. Por lo menos podrías mostrar un poquito más de interés.

Nick conocía Yoxburgh… cuando era niño solía ir allí y su madre, en aquel momento, vivía muy cerca.

–Has dicho algo de los planos –le recordó a Tory, mirando la carpeta, pensativo.

–Oh, sí. Planos detallados y permisos para remodelarlo y convertirlo en apartamentos y viviendas familiares. Aquello es una mina de oro y está a punto de ser tuyo… si tienes un poco de sentido común.

–¿Sabemos algo sobre el constructor?

–Sí… tiene una empresa de construcciones por la zona. Se llama George Cauldwell. Aparentemente tiene una reputación excelente. Ha estado en el negocio de la construcción durante años y no he podido encontrar ningún cliente insatisfecho. Si tuviera tanto éxito como con sus otros proyectos, sería muy interesante y merecería la pena pagar una fortuna por él. Alguien está siendo muy descuidado… o no tienen ni idea de lo que vale aquel terreno.

–Yo diría que alguien está muy desesperado –Nick pensó en Andrew Broomfield, en su esposa y en el bebé de ambos y sintió un poco de alivio al pensar que quizá, sólo quizá, pudiesen salir de la situación en la que se encontraban. No merecía la pena comprar el negocio de Broomfield, así que el solar tendría que ser realmente maravilloso para justificar hacer un gesto tan altruista.

–¿Por casualidad son ésos los planos? –preguntó Nick, señalando la carpeta.

Tory se la acercó y él sacó los planos y los puso sobre su escritorio; entonces se dio cuenta de la trascendencia del acuerdo.

–Les voy a echar un vistazo –dijo, volviendo a poner los planos en la cartera–. … a ver si puedo entusiasmarme con ello.

–Bien. Programaré una reunión…

–No. Ahora me marcho.

–Pero habías quedado para comer con Simon Darcy…

–Tú te puedes ocupar de eso. Simon te adora… simplemente no le dejes que te convenza de que vayas a trabajar con él, eso es todo lo que pido. No necesitas que yo esté allí. Necesito que me dé el aire. Volveré más tarde…

–Entonces los voy a llamar por teléfono… para decirle al contratista que vas a venir. Han estado acosando a Andrew Broomfield para que pague durante todo el tiempo que tú has estado en Nueva York; está desesperado por saber tu respuesta. Creo que ya no sabe qué mentiras inventarse y ellos estarán encantados de verte.

–No. No les adviertas. Quiero ver cómo es este George Cauldwell antes de comprometerme. Odiaría que chafaras mi sorpresa.

–Está bien. Pero deja tu teléfono encendido –pidió Tory.

Pero él no lo iba a hacer. De repente se había dado cuenta de lo aburrido que estaba y de que el trabajo estaba ocupando gran parte de su vida. Había estado en Nueva York cerrando otro acuerdo y sólo había dormido seis horas en tres días. Estaba cansado y sofocado. Necesitaba un poco de tiempo libre.

Y por esa razón, aquel día, Nick Barron se tomó un respiro.

Capítulo 1

 

HABÍA UN silencio sepulcral en el complejo.

Georgie pensó filosóficamente que no podía ser de otra manera. Hacía varios días que les había dicho a los obreros que se marcharan y si no fuera por el hecho de que no podía dormir por las noches debido a la preocupación que tenía, tampoco hubiese ido allí. Pero no tenía nada más que hacer. Desde que su padre había ingresado en el hospital, había vuelto a analizar los datos y las cifras para ver si encontraba alguna trampa o engaño que se le hubiese pasado por alto.

Pero no había nada de eso.

Apoyó la cabeza entre sus manos y suspiró. Se quedó mirando el mar. No había ninguna trampa mágica, no había manera de escapar a aquello. El banco estaba a punto de ejecutar la hipoteca y la salud de su padre estaba deteriorada.

Se levantó y se puso el abrigo. No conseguiría nada quedándose allí sentada. Podía ir a comprobar cómo estaban las instalaciones, para asegurarse de que no habían sufrido ningún acto de vandalismo. Se acercó para tomar el casco que había que llevar obligatoriamente e hizo una mueca de disgusto con la nariz. Odiaba aquel casco. Pero las reglas eran las reglas.

Archie estaba detrás de ella, moviendo la cola con entusiasmo y con la alegría reflejada en la cara, lo que hizo que Georgie sonriera.

–Vamos, pequeñín. Vamos a comprobar cómo está todo.

Cerró la puerta de la oficina tras ella y anduvo por el solar hasta que llegó a la vivienda principal y abrió la puerta… una puerta que, sin un golpe de suerte sin precedentes, ya no sería su puerta.

Subieron juntos las escaleras y llegaron a la habitación que había en lo alto de aquella torre cuadrada. No era muy grande, pero era la habitación que ella había deseado que hubiese sido su dormitorio. Tenía unas enormes ventanas con preciosas vistas a la bahía y al mar.

También era el mejor sitio desde el que ver el complejo. Observó las casas a medio terminar, el sanatorio, la capilla…

Había tanto que hacer allí, tanto potencial… había sido un desperdicio. Incluso si Broomfield llegaba con el dinero, el diseño estaba lleno de imperfecciones y sobre procesado.

–Ésa es tu opinión –se recordó a sí misma, severamente–. No eres la única persona sobre la faz de la tierra. Hay otra gente que tiene su propia opinión.

Incluso si no tenían ninguna visión, ni imaginación, ni… ni alma. Se dio la vuelta disgustada y vio una figura de pie en el césped de debajo de la casa, mirando hacia el mar.

–¿Quién es ése, Arch? –murmuró. El perro bajó las escaleras corriendo, como un loco.

¡Caray! La última cosa… realmente la última cosa que Georgie necesitaba aquella mañana era un visitante. Todavía tenía que realizar algunas llamadas telefónicas, porque a no ser que pudiese ver alguna otra solución que no fuese la que le daba Andrew Broomfield antes de finalizar el día, el banco les iba a dejar sin dinero.

Salió corriendo tras el perro, pensando en quién sería el extraño que allí había.

–¡Archie! ¡Ven aquí! –gritó. Pero el pequeño terrier tenía mejores cosas que hacer que obedecer a su ama; estaba tumbado patas arriba y aquel extraño le estaba acariciando la barriga.

–¡Perdone!

El hombre se puso de pie, para decepción de Archie, y se dio la vuelta para mirar a Georgie. No podía verle la expresión ya que llevaba gafas de sol. Pero lo que éstas no podían ocultar era su sonrisa. A Georgie se le aceleró el corazón.

–Buenos días.

¡Oh, Dios! La voz de aquel hombre era tremendamente masculina.

–Buenas.

Aquello fue todo lo que pudo decir Georgie. Él era más alto que ella y cuando se quitó las gafas de sol, ella se quedó mirando sus ojos, de un precioso color azul, embelesada. Había algo en aquel hombre que hacía que a ella se le secara la boca con sólo mirarlo.

Si era un representante del banco estaba perdida. Al último hombre que habían mandado se lo había quitado de encima fácilmente, pero aquél… estaba segura de que sería de armas tomar.

Pero no podía ser tan malo ya que Archie estaba muy contento jugueteando con él.

Desde luego que también cabía la posibilidad de que fuese un curioso.

–¿Puedo ayudarlo? ¡Archie, ven aquí!

–No lo sé. Sólo estaba mirando… viendo si el sitio me dice algo.

La tensión que había en el ambiente disminuyó y fue reemplazada por irritación. Los curiosos eran su pesadilla y aquél no iba a ser una excepción. ¡Incluso teniendo esos preciosos ojos!

–Lo siento. No puede entrar y dar una vuelta sin haber antes informado de ello a la oficina central –le dijo Georgie, firmemente–. ¡Archie, ven aquí! ¡Ahora mismo! Hay una señal ahí fuera que prohíbe que la gente entre y se dé una vuelta por el complejo sin autorización. No puede entrar y pasearse como si nada; es peligroso.

–No me lo diga… es la encargada de la seguridad del complejo –dijo el hombre, con aquella preciosa boca conteniendo la risa, ante lo que Georgie se enfureció.

–¡No… yo soy la agente del complejo y estoy realmente harta de la gente que se pasea por mi solar como si fuese suyo! ¿Por qué se cree la gente que los solares con edificios son públicos? Esto es una propiedad privada y si se niega a seguir los trámites establecidos, no me va a quedar más remedio que pedirle que se marche…

–Eso quizá sería un poco precipitado –dijo el hombre, suavemente.

–¿De verdad lo cree? –Georgie lo miró de arriba abajo para luego detenerse en sus azules ojos, que tenían una mirada fría–. Bueno, lo siento, pero no necesitamos que nos demande por daños y perjuicios, así que si no acata las normas del complejo no me va a dejar otra opción que pedirle que se marche antes de que se haga daño.

–¿Su solar? –se intuía un tono de burla en la voz del hombre.

–Así es –contestó ella, tratando con dificultad de mantener bajo control su enfado–. Es mío. ¿Va a hacer esto fácil o voy a tener que llamar a la policía?

El hombre agitó la cabeza despacio y la sonrisa que tenía se borró, para ser sustituida por enfado.

–Oh, yo no me voy a ningún sitio. Pero tal vez usted sí que lo tenga que hacer y con suerte se lleve a su perro consigo antes de que me arranque la piel a lametazos. Ahora voy a echar un vistazo y mientras yo lo hago quizá pueda ser usted tan amable de decirle a George Cauldwell que lo estoy buscando. Aunque estoy empezando a pensar que quizá no tenga mucho que decirle. Soy Barron, Nick Barron.

Aquel nombre no le decía nada a Georgie, pero obviamente se suponía que debería decírselo. Empezó a tener un mal presentimiento de aquel hombre. Si estaba buscando a su padre, podría ser alguien del banco, aunque iba en pantalones vaqueros y con una cazadora de cuero, lo que lo hacía un poco improbable. Pero si no venía del banco, ¿de dónde…?

–Él no está aquí –dijo ella–. ¿Viene de parte del banco?

–No precisamente. ¿Volverá hoy?

¿No precisamente? ¿Qué querría decir?

–No. Yo soy su hija, Georgia –contestó ella con recelo–. Yo soy la encargada de todo mientras que él está… fuera.

–En tal caso, si está encargada de todo, quizá sea de ayuda y me pueda enseñar todo el complejo. Si voy a ser tan tonto como para comprar esto, quiero ver cada milímetro, por triplicado.

Aquel proyecto había sido el más grande que su padre había realizado y frente a ella tenía al hombre que poseía el poder de hacer que siguiera adelante o que se destruyera por completo. ¡Y acababa de amenazarlo con llamar a la policía!

Durante los últimos dos meses habían estado arrojando dinero en el proyecto, empezando a construir nuevas casas, todo el tiempo habían estado esperando instrucciones y… lo más importante… fondos. Aunque la compañía de Broomfield parecía tener muy buenas ideas, no daban muchos detalles. Y en aquel caso, los detalles eran primordiales.

En aquel momento, el hombre que podía ser la respuesta a sus oraciones estaba frente a ella. Pero lo primero que tenía que hacer era disculparse… de una buena manera. Se obligó a mirarlo a los ojos y se le aceleró el corazón. Estaba claro que a Nick se le estaba acabando la paciencia. Su mirada reflejaba las dudas que le invadían… dudas con las que ella tenía que acabar a toda costa.

–Lo siento. No me habían informado sobre que la compañía iba a ser comprada –confesó Georgie–. Mi padre ha estado en el hospital durante dos semanas y yo he estado tratando con Andrew Broomfield… al menos intentándolo. Él me ha estado evitando.

–Me pregunto por qué –murmuró él.

Georgie se tuvo que tragar su orgullo. Estaba claro que aquella disculpa no había funcionado. Tendría que intentarlo con más ganas. Se obligó a mantener la mirada de él.

–Mire, de verdad lo siento. Me he portado de una forma muy grosera. Me disculpo por ello. Normalmente no soy así, pero pensé que simplemente estaba cotilleando. Hemos sufrido actos de vandalismo y robos en el complejo, así que cuando me quedo aquí sola estoy un poco nerviosa…

–¿Tengo yo aspecto de ser un vándalo?

Georgie pensó que no, que de lo que tenía aspecto era de un ángel vengador. Aquello iba de mal en peor.

–No, claro que no. Pero he tenido un día duro y no estaba pensando con claridad. ¿Podemos empezar de nuevo?

Durante unos segundos Nick se quedó observándola y la expresión de su cara se dulcificó.

–Parece que haya tenido un mes duro.

–Podíamos decir eso. Mire, de verdad que lo siento mucho. No sabía que usted iba a comprar el complejo. Andrew ha estado muy reservado últimamente. Desde luego que puede ver el complejo. Estaré encantada de enseñárselo, pero necesito que se ponga un casco y tiene que firmar. Mientras hacemos eso puedo contestar a sus preguntas.

–Parece que usted tiene más preguntas que hacer que yo.

–Sólo una que importe y supongo que tendré que esperar para hacerla. Nos deben dinero y el banco se está empezando a poner tenso con nosotros. Andrew no nos dice nada.

–Quizá eso sea culpa mía. He estado en el extranjero y todavía no le he dado una respuesta.

–Y encima yo he hecho todo lo posible para que usted no quiera comprarlo –dijo Georgie, jadeando–. ¡Dios, vaya lío! Les dije a los obreros que se marcharan a sus casas porque no había nada que hacer e iba a tener que despedirlos al final de la semana…

–Lo siento.

–¿Perdón? –preguntó ella, impresionada.

–He dicho que lo siento… siento que todo esto esté siendo tan difícil para usted. Hubiera venido antes, pero he estado en Nueva York. No sabía que el solar era tan grande, hasta esta mañana no había visto los planos. Si tiene tiempo, quizá ahora le pueda dar algunas respuestas.

–Desde luego –Georgie se quedó mirando a Nick, preguntándose cómo éste estaba siendo tan amable cuando ella había sido tan grosera. En realidad no tenía tiempo ya que tenía muchas cosas que hacer–. Dispongo de media hora libre, pero después tengo que realizar una serie de llamadas telefónicas y regularizar algunas cuentas.

–No haga ninguna regularización… y si quiere este contrato, me va a tener que dar todo el tiempo que necesito. Puede telefonear, pero eso es todo. Necesito pasar el resto del día con usted para que me enseñe todo… y si me gusta lo que veo y oigo, se queda con el contrato. Si no, el contrato no será para usted. Sea cual sea el caso, van a haber cambios.

Georgie fue a decir algo, pero lo pensó mejor y se calló. ¡Aquello estaba yendo de mal en peor!

–Me encargaré de que esté contento, pero debo decir que tenemos una cláusula que establece una multa si no se cumplen los plazos…

–Pero si soy yo el que hago que deje de trabajar no se aplica la cláusula. Eso sería injusto. De todas maneras, no creo en establecer ese tipo de cláusulas, no si confías en tu personal. No deberían ser necesarias.

–¿Puede poner todo eso por escrito?

Para sorpresa de Georgie, Nick se rió. Al hacerlo, le cambió la cara por completo, le dulcificó la expresión.

–Claro que sí. ¿Tal vez deberíamos comenzar de nuevo? –Nick le ofreció su mano–. Nick Barron. Encantado de conocerla, señorita Cauldwell.

–Por favor, llámame Georgie –dijo ella, tomándole la mano y sintiendo la calidez que ésta desprendía.

–Bien. Supongo que quieres que me ponga uno de esos estúpidos cascos y me coloque una insignia que indique que soy un visitante o algo parecido.