Corazón tatuado - Pasión sin freno - Confía en mí - Andrea Laurence - E-Book

Corazón tatuado - Pasión sin freno - Confía en mí E-Book

Andrea Laurence

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Beschreibung

Ómnibus Deseo 517 Corazón tatuado Andrea Laurence Tras una noche loca con uno de los invitados a una fiesta de carnaval donde todos llevaban máscaras, Emma Dempsey no esperaba volver a ver a su misterioso amante. Solo le quedaba como recuerdo un tatuaje... y un embarazo. Jonah Flynn sentía una extraña atracción hacia la bella auditora. Su tatuaje lo explicaba. Con todos los secretos sobre la mesa, ¿iba a tener que elegir entre su empresa, su amante y su bebé? Pasión sin freno Dani WadePresley siempre había sido poco atractiva, algo que su madrastra le recordaba constantemente. Sentía pasión por los caballos y, cuando un negocio fallido la dejó a merced de Kane Harrington, el rico propietario de una nueva e importante cuadra, ella se vio sometida a una transformación sensual que nunca hubiera imaginado. Confía en mí Cat Schield Sienna Burns llegó a Charleston para apoyar a su hermana adoptada en un encuentro con su familia biológica, no para ayudarla a hacerse con su empresa de transportes. Y, por si eso fuera poco, después descubrió que Ethan Watts, el futuro director ejecutivo de la compañía, era el hombre más irresistible que había conocido en su vida. Pegarse a él para sacarle información debería ser fácil, pero a medida que iba enamorándose de Ethan, Sienna debía decidir a quién entregar su lealtad.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 517 - junio 2023

 

© 2017 Andrea Laurence

Corazón tatuado

Título original: Little Secrets: Secretly Pregnant

 

© 2017 Katherine Worsham

Pasión sin freno

Título original: Unbridled Billionaire

 

© 2021 Catherine Schield

Confía en mí

Título original: Seduction, Southern Style

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2018, 2021 y 2021

 

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-750-1

Índice

 

Créditos

Corazón tatuado

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Pasión sin freno

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Epílogo

Confía en mí

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Todo el mundo estaba bailando y pasándolo bien. Todos, menos Emma. Aunque eso era lo habitual. Emma Dempsey había olvidado hacía mucho tiempo lo que era la diversión.

Después de su reciente ruptura, estaba empezando a pensar que la culpa era suya. Su ex, David, le había dicho que era aburrida dentro y fuera de la cama. Ella había cometido el error de contárselo a su amiga Harper Drake y, de la noche a la mañana, se había visto arrastrada a una fiesta de carnaval en un ático.

Había intentado mentalizarse para pasarlo bien. Se había puesto una bonita máscara de mariposa y una falda apretada, pero se sentía como pez fuera del agua en ese tipo de reuniones. Quizá, debería llamar a un taxi e irse para no echarle a perder la noche a Harper. Con aire ausente, posó la vista en la mesa de las bebidas. Sumergirse en el tequila para no pensar era su segunda opción, se dijo.

Emma sabía que tenía que tomar una decisión. Podía irse a casa y unirse a un club de solteronas a la tierna edad de veintisiete años o podía agarrar el toro por los cuernos y divertirse, por una vez en su vida.

En un arranque de valor, dejó su plato y se dirigió a la mesa de las bebidas. Se preparó un trago sabiendo que una vez que diera el salto, no habría vuelta atrás.

«Estar contigo es como salir con mi abuela». El doloroso recuerdo de las palabras de David le dio el empujón que necesitaba. Sin titubear, lamió la sal, se bebió el chupito y succionó la rodaja de limón para quitarse el sabor del licor. Le quemó la garganta y el estómago, inundando su cuerpo al instante de una deliciosa calidez. Sintió que se le relajaba. Una sonrisa de satisfacción le asomó a los labios. Se sirvió un segundo chupito, cuando oyó que alguien se acercaba. Al levantar la mirada, confirmó sus peores temores.

–Hola, guapa –le susurró un hombre con máscara de Batman.

El cumplido le sonó vacío a Emma, teniendo en cuenta que llevaba el setenta y cinco por ciento del rostro cubierto con una máscara. Con un suspiro, se tragó el segundo chupito, prescindiendo del limón y la sal. Ignorando al recién llegado, comenzó a servirse otro.

–¿Te gustaría bailar? Conozco unos pasos muy calientes.

Emma lo dudaba.

–No bailo, lo siento.

Batman frunció el ceño.

–Bueno, entonces, ¿quieres que vayamos a algún sitio tranquilo y oscuro donde podamos… hablar?

A Emma le recorrió un escalofrío. Ya era bastante desagradable estar cerca de ese hombre en medio de una fiesta. Imaginarse con él a solas en la oscuridad le resultaba repugnante.

–No, he venido acompañada, lo siento.

Batman se enderezó, emanando rabia con su lenguaje corporal.

–¿Con quién?

Justo cuando ella abrió la boca para responder, alguien se acercó por detrás y posó en sus hombros unas manos sólidas y cálidas. Se inclinó hacia delante y la besó en la mejilla.

Batman, al fin, reculó.

–Hola, tesoro, siento llegar tarde –le susurró una voz masculina al oído.

Emma se contuvo para no apartarse de aquel segundo espontáneo no deseado. Por la forma en que él le apretaba los hombros, parecía estar rogándole que cooperara. Al parecer, estaba intentándola salvar de Batman. Aliviada, se volvió hacia él para saludarlo.

Vaya. Era más alto de lo que había esperado, casi un metro noventa. Emma le siguió el juego. Se puso de puntillas y lo besó en la boca, que era la única parte del rostro visible tras una máscara veneciana oro y verde.

En cuanto sus labios se tocaron, la electricidad del beso hizo que le temblaran las rodillas. Al instante, sus sentidos se vieron invadidos por un masculino aroma a jabón y a colonia especiada. Sus labios la incendiaron como el fuego.

Emma no estaba segura si era culpa del tequila o del beso, pero de pronto se sintió demasiado consciente de su cuerpo. El pulso se le aceleró, junto con la respiración. Sin proponérselo, se pegó a él. Tenía que ser culpa del tequila, pensó. No era de extrañar que la gente se metiera en tantos líos a causa de la bebida.

Recuperando el sentido común, ella se apartó al fin, separando sus bocas. Sin embargo, el extraño no la soltó aún. Batman debía de estar observándolos.

–Te he echado de menos –dijo ella, apretándose contra él.

El hombre la abrazó contra su fuerte pecho. Acercó la cara para inhalar el aroma de su pelo.

–Ya se ha ido –le susurró él al oído–. Pero nos está mirando desde el otro lado del salón. Tendrás que ser convincente, si no quieres que vuelva.

Emma asintió y se apartó un poco, lo suficiente como para alargar la mano y limpiarle un poco del carmín con que había manchado los labios de su defensor. Fue un gesto íntimo y bastante convincente, estaba segura. Además, así pudo mirarlo mejor. La máscara le tapaba casi todo el rostro, por lo que solo podía comprobar que era alto, fuerte y tenía una radiante sonrisa.

–¿Estamos tomando los chupitos de tequila?

–Yo, sí, pero creo que ya he terminado –repuso ella, pensando que si seguía representando su papel en esa improvisación iba a meterse en problemas.

–No te rindas tan pronto –dijo él y se sirvió un chupito. Con una pícara sonrisa, le lamió un pedazo de piel encima del escote.

Emma contuvo el aliento, con la respiración acelerada. Su mente le decía que debía detenerlo, pero su cuerpo estaba paralizado.

El hombre titubeó con el salero en la mano. Entrelazó su mirada azul con la de ella, como si estuviera esperando su permiso. Eso era justo lo que Emma había deseado hacer esa noche, aunque no lo hubiera sabido ni ella misma. Las abuelas no tomaban chupitos de tequila con extraños en las fiestas. Pero se había quedado sin palabras. Solo pudo echar la cabeza hacia atrás para dejar que él le pusiera un poco de sal sobre la curva de los pechos y le colocara una rodaja de limón delicadamente entre los labios.

El desconocido se acercó con el vaso en la mano. Al sentir su aliento cálido, el cuerpo de ella se estremeció de anticipación. La lamió despacio, llevándose cada grano de sal con la lengua. A continuación, se bebió el tequila de un trago. Y dejó el vaso.

Emma se puso tensa, sin saber qué hacer, aparte de quedarse quieta cuando él la sujetó de la nuca y acercó sus labios. La rozó con suavidad, antes de morder y succionar la rodaja de limón. Su jugo se deslizó en la boca de ella antes de que él le quitara la cáscara con los dientes.

Los dos dieron un paso atrás al mismo tiempo. Emma había tenido que hacer un gran esfuerzo para no gemir ante su contacto. Su mejor opción era zafarse de la situación antes de que perdiera por completo el control, se dijo. Sin duda, su rostro debía de estar sonrojado por la vergüenza y la excitación.

Entonces, se llevó la mano a la cara y recordó que llevaba puesta la máscara de carnaval. Así, no había manera de que el desconocido supiera que estaba colorada. Aunque fuera solo por esa noche, era una persona anónima.

Sin pronunciar palabra, él levantó el vaso de ella de la mesa y se lo tendió en una silenciosa oferta. Era su turno.

Una rápida mirada le confirmó a Emma que Batman había desaparecido. No había razón para seguir con el espectáculo. Aunque no quería parar.

–Ya se ha ido –dijo ella, dándole la oportunidad de dejar de fingir.

–Lo sé –repuso él, mientras le tendía el salero.

Teniendo en cuenta que llevaba una camisa negra de manga larga, la única parte de piel con la que podía jugar era su cuello. Se puso de puntillas, se inclinó y le trazó un camino con la lengua desde la nuez hasta el borde de la mandíbula. Notó cómo el pulso de él se aceleraba y percibió el aroma varonil de su piel. Poseída por el deseo, más tiempo del necesario para inspirar su aroma y poder recordarlo siempre.

–Toma –dijo él, agachándose de rodillas para que le colocara la sal, mientras la sujetaba de las caderas y la miraba a los ojos.

Emma no podía discernir su expresión a través del antifaz, pero sí su intensa mirada. Allí, de rodillas a sus pies, se sentía como si la estuviera idolatrando. Y le gustaba.

Trató de concentrarse en hacer lo que tenía que hacer, sin delatar su inexperiencia. Nunca había soñado con hacer algo tan sensual como tomarse un chupito de esa manera.

Espolvoreó la sal en el cuello de su acompañante y le colocó una rodaja de limón entre los labios. Nerviosa, tomó el vaso en una mano y se inclinó para lamerle la sal. Al deslizar la lengua por su piel, notó cómo él reprimía un gemido en la garganta. Acto seguido, apuró el chupito y le sujetó la cara con ambas manos. Justo antes de que pudiera morder el limón, él escupió la fruta. Sus labios se encontraron con una fuerza inesperada.

Ella no se apartó. Con la protección de su máscara, se sentía una mujer nueva, más atrevida y sensual.

El segundo beso la dejó clavada al sitio. Lo deseaba más que nada en el mundo.

Cuando, tras un instante interminable, sus labios se separaron, sus cuerpos siguieron todavía pegados. Ella sentía la respiración caliente y acelerada de él en el cuello. Con los brazos entrelazados, se quedaron en silencio. Había una intensidad en la mirada de él que la excitaba y la asustaba al mismo tiempo.

–Ven conmigo –musitó él, se puso en pie y le tendió la mano.

Emma no era una tonta. Sabía lo que el desconocido la ofrecía y su cuerpo le gritaba que lo aceptara. Nunca había hecho nada parecido. Jamás. Algo en su héroe misterioso le urgía a irse con él.

Y eso hizo.

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Tres meses después

 

–¿Dónde diablos está Noah? –rugió Jonah Flynn al teléfono, sujetando con fuerza una taza de café en la otra mano.

–Él… no… no está, señor.

Al darse cuenta de que la secretaria de su hermano, Melody, estaba notablemente conmocionada por su tono, Jonah decidió corregirlo. Él nunca levantaba la voz a sus empleados. En realidad, la única persona a la que gritaba era a Noah. Y eso haría en cuanto lo encontrara.

–Siento haber gritado, Melody. Ya sé que mi hermano no está ahí. Nunca está en la oficina. Lo que quería decir es si sabes dónde ha ido. No responde al teléfono fijo de su casa y tiene el móvil apagado.

Melody titubeó un momento. Jonah oyó cómo tecleaba al otro lado de la línea, como si estuviera comprobando la agenda de su jefe.

–No tiene ninguna cita para hoy. Pero mencionó la última vez que lo vi que se iba a Bangkok.

Jonah casi se atragantó con el café. Tragó y dejó la taza en la mesa.

–¿Te refieres a Tailandia?

–Sí, señor.

Él respiró hondo para calmar su furia.

–¿Tienes idea de cuándo volverá?

–No, pero tengo el número de su hotel. Igual puede encontrarlo allí.

–Genial, Melody, gracias.

La secretaria le dio el número, que él garabateó en un papel antes de colgar. Lo marcó y le comunicaron con la habitación de su hermano sin problema. Por supuesto, Noah no respondió. Estaría dando una vuelta con alguna exótica belleza. Le dejó un mensaje en el contestador, aunque sin delatar la verdadera razón de su llamada, y colgó disgustado.

Tailandia.

Si había tenido alguna duda sobre la implicación de Noah en aquel lío, acababa de disiparse. Si los libros contables estaban correctos, su hermano pequeño acababa de irse al sudeste asiático con tres millones de dólares que no le pertenecían.

Jonah se recostó en el asiento de cuero y se frotó las sienes con suavidad. Eso no era bueno.

Nunca era buen momento para esas cosas, pero su hermano acababa de meter la pata en más sentidos de los que se imaginaba. Noah no pasaba mucho tiempo en la oficina, su papel en la compañía era complacer a su madre y poco más. Aun así, su hermano sabía que estaban a punto de cerrar un trato con Game Town. El auditor al que habían contratado iba a presentarse allí esa mañana. ¡Esa misma mañana!

Lo que Noah había hecho podía echarlo todo a perder. No era una cantidad grande en términos del dinero que manejaba la compañía, pero Noah había sido tan idiota como para llevárselo de una vez, transfiriéndolo a una cuenta que tenía en el Caribe. Cualquiera que se lo propusiera lo descubriría enseguida. Game Town iba a contratar a FlynnSoft para gestionar su servicio de suscripción mensual de videojuegos. ¿Pero quién iba a confiarle su dinero a una compañía donde ocurrían esos desfalcos? Sin duda, Jonah no lo haría, si estuviera en la posición de Game Town.

Necesitaba arreglar las cosas con rapidez. Podía hacer unos cuantos movimientos y reponer el dinero de su propio bolsillo. Sacaría a su hermano de su escondrijo después. Quizá, le obligaría a vender su preciado deportivo. O, tal vez, incluso, le haría trabajar de verdad en FlynnSoft, pero gratis, hasta que hubiera pagado su deuda.

Porque eso estaba claro, Noah saldaría su deuda. Cuando terminara con él, su hermanito desearía haber ido a la cárcel, en vez de eso.

Pero él no podía llamar a la policía. No podía hacerle eso a su madre. Angelica Flynn tenía una enfermedad degenerativa de corazón y no podía soportar demasiado estrés. Si Noah, quien era su hijo favorito, terminaba en la cárcel, le daría un infarto. Y, si encima descubría que lo había denunciado su propio hermano, se caería muerta de todas formas de la vergüenza y el dolor. Al final, sería todo culpa de Jonah. Y él se negaba a representar el papel de malo de la película.

Podía ocuparse de su hermano sin que su madre se enterara de nada.

Por suerte, FlynnSoft era una compañía de videojuegos privada y él era su único jefe. No tenía que responder ante accionistas, ni podían despedirlo. No tenía que darle explicaciones a nadie. Nadie sabía mejor que él cómo dirigir su compañía. Taparía el agujero que había dejado su hermano de una forma u otra. Sus empleados se lo merecían. Y se habían ganado el dinero que el nuevo contrato les supondría. Si Noah no lo hubiera estropeado todo, claro.

Qué desastre.

Jonah posó la vista en la foto enmarcada que tenía sobre la mesa. En ella, una mariposa azul estaba bronceándose al sol sobre una mata de flores amarillas.

A la gente le había extrañado mucho ver esa imagen en su despacho. Jonah no era un amante de la naturaleza exactamente. Se había pasado toda la adolescencia concentrado en los videojuegos y en las chicas, de los cuales había disfrutado en el cómodo escenario de su dormitorio.

No podía contarle a nadie por qué tenía allí esa foto. ¿Cómo explicar una noche así? No le creerían. Si no fuera por la prueba que tenía en su propia piel, incluso él habría pensado que se había tratado de una alucinación fruto del tequila. Bajó la mirada a su mano derecha, al tatuaje que llevaba impreso entre el dedo índice y el pulgar. Acarició el dibujo como había hecho esa noche con la sedosa piel de aquella mujer. Era la mitad de su corazón. La otra mitad había desaparecido con la mujer de la máscara de mariposa. No había imaginado que una fiesta de carnaval de la empresa acabaría en la noche más sensual y maravillosa que había vivido jamás.

Lo que no podía comprender era cómo había decidido que dejarla marchar había sido buena idea.

Había sido un idiota, se dijo Jonah. Había salido con toda clase de mujeres y nunca había sentido nada parecido por ninguna. Por primera vez, conocía a alguien que realmente le interesaba y la dejaba escapar.

Con un suspiro de frustración, trató de concentrarse. Hasta que Noah regresara, necesitaba reponer el dinero de alguna forma. Buscó el número de su contable, Paul. Le pediría que vendiera algunas acciones y activos para conseguir liquidez. Aunque igual harían falta unos cuantos días para eso. Mientras, tenía que encontrar la manera de entretener al auditor que Game Town iba a enviar. Si era un hombre, Jonah sacaría sus oxidados palos de golf del armario y lo llevaría al campo. Le invitaría a una copa, a cenar. Quizá, incluso, conseguiría distraerlo lo suficiente como para que no encontrara la discrepancia en los libros.

Si se trataba de una auditora, usaría una táctica diferente. Echaría mano de todo su encanto. Desde los quince años, siempre se había salido con la suya con las mujeres. La invitaría a cenar y a tomar algo. Unas cuantas sonrisas, contacto ocular y un puñado de cumplidos. Si lo hacía bien, conseguiría que ella se derritiera y apenas pudiera recordar su propio nombre. Y menos aún fijarse en si faltaba dinero en las cuentas.

De una forma u otra, lograría salvar el obstáculo y cerrar el trato con Game Town, pensó, y tomó el teléfono para llamar a Paul.

 

 

Su jefe era un sádico. No había otra explicación para que la enviara a FlynnSoft durante dos o tres semanas. Podía haber mandado a cualquier otro, pero no. Le había dicho que ella era la única capaz de manejarse en ese ambiente.

Encendió la luz del vestidor, tratando de elegir qué ponerse. Tim solo quería verla sufrir. Ella quería pensar que había sido contratada por sus notas sobresalientes en la Universidad de Yale y por las cartas de recomendación de sus profesores. Pero tenía la incómoda sospecha de que su padre había tenido mucho que ver.

Era obvio que a Tim le molestaba que le hubieran metido con calzador a una niña rica en su departamento contra su voluntad. Y disfrutaba haciéndola pagar por ello. Pero Emma estaba decidida a no darle esa satisfacción. Iba a hacer un buen trabajo. No se dejaría arrastrar por la actitud hippie de FlynnSoft. No se convertiría en una marioneta de Jonah Flynn ni de su seductora sonrisa.

Aunque tampoco esperaba que el atractivo director de FlynnSoft perdiera tiempo en mirarla. Emma no era fea, pero había visto en la prensa del corazón una foto de Jonah saliendo de un restaurante del brazo de un bella modelo de lencería. Ella no podía competir con abdominales de acero y pechos de silicona. Un tipo como Jonah Flynn no tenía interés para ella, de ninguna manera. Era todo lo que su madre, Pauline, le había dicho que debía evitar en un hombre. Decenas de veces le había recordado que no debía cometer los mismos errores que Cynthia. Su hermana mayor no había muerto a causa de sus malas decisiones, un accidente de avión había tenido la culpa de eso. Pero cuando, después de su muerte, su familia se había enterado de las cosas que Cynthia habían hecho en vida, se habían escandalizado. Como resultado de eso, Emma había sido educada como el opuesto de su hermana.

Si Tim era sincero, esa era la razón por la que le habían dado ese empleo. Dee, aunque competente, era una mujer atractiva, alta y delgada, que se dejaba distraer con facilidad por los hombres. Si Flynn la miraba, sin duda, se convertía en gelatina. Pero los auditores financieros no podían convertirse en gelatina.

Emma miró dentro de su armario. Aunque FlynnSoft era pionero en crear un ambiente de trabajo informal, ella no pensaba presentarse con vaqueros y chanclas. Aunque resultara un bicho raro en medio de tantos diseñadores de software con aspecto hippie, iba a ponerse uno de sus trajes de chaqueta con zapatos de tacón. Eligió un conjunto gris oscuro y una blusa azul claro y sonrió. Había algo en el olor de una blusa limpia y bien planchada y un traje a medida que le llenaban de seguridad en sí misma.

Era justo la armadura que necesitaba para entrar en batalla con Jonah Flynn.

En realidad, batalla no era una palabra adecuada, se dijo. Él no era el enemigo. Era un potencial aliado de Game Town. FlynnSoft había conseguido diseñar un sistema sólido y eficiente para gestionar las suscripciones y otras compras relacionadas con su adictivo juego online, Infinity Warriors. Recientemente, habían ofrecido sus servicios de gestión de suscripciones a otras empresas que necesitaban ayuda para manejar su creciente número de usuarios. Eso permitía a pequeñas empresas de software centrarse en el desarrollo de juegos y dejar que FlynnSoft se ocupara de la parte administrativa.

Antes de firmar contratos, las compañías acostumbraban a pasar por una revisión contable para asegurar que todo estuviera correcto. Carl Bailey, el hombre que había fundado Town Game hacía veinte años y encabezaba en el presente la junta ejecutiva, odiaba las sorpresas.

Aunque FlynnSoft tenía buena reputación, el viejo desconfiaba por naturaleza de una empresa donde los trabajadores no llevaban traje ni corbata. Emma tenía que revisarlo todo al detalle. Sabía que le darían todo lo que necesitara para hacer su trabajo, pero de todas maneras a nadie le gustaba que auditaran sus cuentas. Era como si llevara un cartel en la frente que dijera: «Puedo arruinarte la vida».

Sin embargo, ella no estaba de acuerdo. Solo podía hacer daño a la gente al sacar a la luz sus propios errores. Si eran buenos chicos, no podía arruinarles la vida. Su madre le había repetido eso muchas veces cuando era adolescente: «Nunca digas o hagas nada que no quieras ver impreso en la portada de un periódico».

Antes de que su hermana Cynthia hubiera muerto en un accidente de avión, había estado prometida con el director del New York Observer, Will Taylor. También era el socio de su padre, George. Durante toda su infancia, los repartidores habían dejado cada mañana ese diario en su puerta y Emma había vivido con miedo de que algo que hubiera hecho saliera publicado. Los escándalos de la única hija que les quedaba a los Dempsey se hubieran ganado una primera página.

Por el momento, no se había metido en ningún lío.

Con una rápida mirada al reloj, Emma cerró el armario y empezó a prepararse.

Tras treinta minutos, Emma se echó un último vistazo ante el espejo. Se había recogido el pelo en un apretado moño. Después de que David se hubiera mudado, se lo había cortado por los hombros, pero todavía lo tenía lo bastante largo como para recogérselo. Su maquillaje estaba impecable, ligero y discreto. Todavía podían verse las pecas de su nariz, las cuales odiaba.

El traje no le quedaba ajustado, debido a su reciente pérdida de peso inducida por el estrés. La blusa que llevaba era de un colorido tono azulado y, lo más importante, el cuello era lo bastante alto como para ocultar su tatuaje. El medio corazón que se había tatuado justo encima de un pecho no era la única evidencia de esa noche en que se había dejado llevar. Pero, por el momento, era la más difícil de esconder. Pronto, sin embargo, eso cambiaría.

Como un pequeño diablillo, Harper le había susurrado al oído que se divirtiera esa noche. Y ella lo había hecho, sin duda. No había pretendido llevar las cosas tan lejos, pero aquel hombre enmascarado tenía algo especial a lo que no había podido resistirse. Había terminado teniendo sexo con él en el cuarto de la lavandería de la fiesta y se habían lanzado juntos a las calles de Nueva York en busca de aventura.

Cada vez que Emma metía la ropa en la lavadora, las mejillas se le sonrojaban. Había hecho todo lo posible para olvidarse de ello y el tequila se había encargado de convertir aquella experiencia en un recuerdo borroso, como un sueño. Pero, aun así, no podía dejar de recordarlo. Si no hubiera sido por la venda en el pecho cuando levantó a la mañana siguiente, se podía haber convencido de que se lo había imaginado todo.

Pero no había sido así. Se había dado permiso para hacer todo lo que había deseado hacer. Había dejado que las palabras de David le calaran demasiado hondo y había puesto toda su vida en duda. Hacía todo lo que se suponía que debía hacer una mujer educada y de buena familia. Era correcta en su forma de hablar, elegante y culta. Hacía bien su trabajo. Emma no necesitaba de una noche de desinhibición para comprender que su vida ordenada y aburrida no tenía nada de malo. No quería ser como su hermana mayor, que se había dejado llevar por sus impulsos pasionales y había dejado a su familia hundida en el escándalo después de su muerte. Aunque ella solo se hubiera soltado la melena una vez, esa noche bastaba para tener repercusiones en toda su vida. Podía mantenerlo en secreto por el momento, pero antes o después todo el mundo lo descubriría.

Y, por supuesto, ahí estaba el tatuaje. Emma había pensado en quitárselo, aunque había decidido mantenerlo como recordatorio de lo peligrosas que podían ser las decisiones equivocadas. Así, si alguna vez en el futuro se le volvía a ocurrir lanzarse a la aventura, con un solo vistazo al tatuaje le recordaría que era una mala idea. No pensaba volver a dejarse arrastrar a terreno resbaladizo. No quería acabar siendo como su hermana y avergonzar a su familia, por mucho que estuviera disfrutando del momento.

Ya que había decidido dejarse el tatuaje, tenía que ser especialmente cuidadosa de que nadie lo viera, sobre todo, en el trabajo. O su madre, que pensaba que los tatuajes eran algo de delincuentes y motoristas. En las últimas semanas, se había comprado un montón de atuendos de cuello alto. Emma se alegraba de haberse tatuado en un sitio que podía ocultarse con facilidad y no en la mano, como había hecho su héroe enmascarado.

Había estado en la fiesta de FlynnSoft, así que podía ser un empleado, igual que Harper. Suponía que, en un ambiente de trabajo relajado e informal como el de su empresa, llevar un tatuaje no sería problema. Igual era lo más habitual.

Esa era otra razón por la que estaba nerviosa.

En cualquier momento, él podía aparecer. Podía ser un ingeniero, un programador, incluso un contable. No sabía nada sobre él y no tenía forma de reconocerlo, aparte del tatuaje. Le había contado algunos detalles de esa noche a Harper y su amiga había estado desde entonces alerta para ver si podía averiguar su identidad. Sobre todo, cuando le había confiado cuáles habían sido las consecuencias de su locura. Pocas semanas después de la fiesta, en una cena familiar, Emma había echado un vistazo al jamón ahumado y había tenido que salir corriendo a vomitar al baño. ¡Estaba embarazada de su héroe anónimo! Y no tenía manera de contactar con él y hacérselo saber.

En los últimos tres meses, Harper no había encontrado a nadie con la mano tatuada en FlynnSoft, al menos, en los departamentos de contabilidad o marketing, donde su amiga pasaba la mayor parte del tiempo. Eso significaba que Emma estaba sola con su bebe, le gustara o no. Pronto, se lo diría a su familia. Cuando ya no pudiera seguir ocultando su vientre hinchado.

Tras otra mirada al reloj, se dijo que no podía seguir retrasando lo inevitable. Se pasó los dedos por el pelo y agarró el bolso. Bajando la vista, decidió abotonarse el último botón de la blusa.

Por si acaso.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

FynnSoft no estaba lejos. Había estado allí unas cuantas veces que había quedado con Harper para comer. Ocupaba los cinco pisos superiores de uno de los rascacielos cercanos a su casa. El vestíbulo era como los de otras muchas empresas similares, con muebles modernos y grandes pantallas de plasma con vídeos sobre la compañía y escenas de varios de los videojuegos que habían creado. La única diferencia, en realidad, era la recepcionista, que iba vestida con pantalones cortos de camuflaje y un top con la barriga descubierta. Llevaba el pelo recogido en una cola de caballo y múltiples pendientes en las orejas.

Así era la primera persona que la recibió al llegar. Después de tomarle los datos a Emma, le dio una acreditación y la acompañó a los ascensores. Le mostró cómo pasar la credencial por el sensor para pulsar el piso veinticinco, adonde iba.

Emma pensó en parar en la planta veinticuatro para ver a Harper, pero no tenía tiempo. Pulsó el número veinticinco y cerró los ojos. Mientras subía el ascensor, sintió que su ansiedad crecía. Sabía muy bien por qué. La razón tenía que ver con algo más que con hacer bien su trabajo. Ella era una excelente auditora y contable. Y Harper no había hecho más que hablarle bien de FlynnSoft y de la gente que trabajaba allí. Todo saldría bien. Cuando se abrieron las puertas del ascensor, Emma se dirigió a la derecha del pasillo, como le habían indicado. Se detuvo ante una de las puertas, que tenía una placa donde se leía «sala de juegos» y había un par de empleados jugando al fútbol. En cualquier otra empresa, aquel amplio espacio se habría convertido en sala de juntas. Pero allí había una mesa de billar, una máquina de Comecocos y varios sillones delante de una gran pantalla.

Los jugadores se quedaron parados al verla, mirándola como si llevara ropa de payaso en vez de un inmaculado traje de chaqueta. Emma siguió su camino por el pasillo con rapidez, para huir de su escrutinio.

Cuando llegó a un amplio mostrador al final del pasillo, se topó una mujer con un vestido primaveral y el pelo rojo. Llevaba auriculares y hablaba por teléfono al mismo tiempo que tecleaba al ordenador. Lanzó una rápida mirada a Emma y terminó la llamada.

–Debe de ser usted la auditora de Game Town –dijo la mujer, se levantó y sonrió, tendiéndole la mano por encima del mostrador.

Emma se la estrechó con una sonrisa forzada.

–Sí, soy Emma Dempsey. ¿Cómo lo has adivinado?

La mujer rio, recorriendo las ropas de Emma con la mirada por segunda vez.

–Yo soy Pam, la secretaria de Jonah. Se acaba de ir, pero seguro que vuelve en cualquier momento. ¿Quiere tomar algo mientras espera? ¿Café? ¿Un refresco?

Emma negó con la cabeza, frunciendo el ceño. Algunas compañías llegaban muy lejos para complacer a los auditores, y ella no quería pasar por alguien a quien se pudiera camelar fácilmente.

–No, gracias.

–De acuerdo, pero si cambia de idea no tiene más que decírmelo. Tenemos una cafetería en el piso veintitrés, además de un Starbucks en la planta baja. Seguro que le harán una visita guiada a la empresa. Mientras está aquí, esperamos que pueda disfrutar de todas nuestras ofertas de ocio. También tenemos un gimnasio, varias salas de juegos y un restaurante con bufé de ensaladas, donde los empleados pueden comer gratis. Todas las máquinas de aperitivos también son gratuitas, para mantener a nuestros programadores despiertos y productivos.

–Vaya –dijo Emma, impresionada. Había leído en las revistas que Jonah Flynn era una especie de emprendedor moderno que estaba cambiando la visión de los negocios en muchos sentidos. Para empezar, se había esforzado en crear un ambiente de trabajo donde los empleados se sintieran más felices y productivos.

–Este es un lugar estupendo para trabajar. Espero que disfrute de su tiempo aquí –dijo Pam, y salió de detrás del mostrador. Estaba descalza y llevaba las uñas de los pies pintadas de rosa fucsia.

Caminando sobre la esponjosa moqueta, escoltó a Emma hasta unas puertas dobles de roble. Empujó una de ellas, dio un paso atrás y le hizo un gesto para que entrara.

–Tome asiento, Johan llegará enseguida.

La puerta se cerró silenciosamente detrás de ella, dejándola sola en el despacho de Jonah.

Como le habían indicado, se sentó en uno de los sillones de cuero negro. Cruzó los tobillos y se colocó el maletín que llevaba sobre el regazo. Miró a su alrededor, nerviosa. El despacho era enorme y su decoración impersonal, parecida a la del vestíbulo. Todo de cristal y cromo, cuero negro, estanterías con premios y libros que, probablemente, él no había leído. Había una gran mesa de reuniones delante de unas ventanas con impresionantes vistas sobre Manhattan.

Emma no estaba segura de qué había esperado encontrar en el despacho del popular CEO. Quizá, una barra como las que usan las bailarinas de estriptis o una máquina de marcianitos. Sin embargo, el espacio y la decoración eran asépticos y formales, a excepción de un gran mural con la imagen de uno de los personajes de los videojuegos creados por la empresa. Parecía un troll azul preparado para la batalla.

Solo había unos cuantos detalles inesperados: una foto de una mariposa en su mesa, un trofeo al mejor jefe del mundo en una de las baldas y un dibujo de un niño dirigido al señor Jonah pinchado en su corcho de notas. Emma estaba bastante segura de que el dueño de FlynnSoft no tenía hijos, pero solo sabía de él lo que contaban las columnas de cotilleos, que podía estar muy alejado de la realidad.

–Señorita Dempsey, siento haberla hecho esperar –dijo una voz de hombre por detrás de ella.

Con una sonrisa nerviosa, Emma se levantó y se volvió para mirarlo. Estaba parado en la puerta, ocupando casi todo el quicio con sus anchos hombros. Llevaba una camiseta marrón con el dibujo de unos personajes que parecían caballeros de dibujos animados, unos vaqueros con una raja en la rodilla y zapatillas de jugar al baloncesto. Y un Rolex con sus diamantes y todo.

Qué contradicción. Software, fútbol, vaqueros, diamantes. No se encontraba una a esa clase de director de empresa todos los días, se dijo.

Mientras él se acercaba, Emma solo tuvo un momento para fijarse en la cara que ya había visto en las fotos de las revistas: el cabello moreno oscuro y mas afeitado a los lados, los ojos azul cielo, la sonrisa seductora y excitante.

Respirando hondo para recordar que aquella era una misión de trabajo, le tendió la mano.

–Un placer conocerlo, señor Flynn.

Jonah le estrechó la mano con un apretón cálido y firme. Sus ojos oscuros parecían mostrar aprecio, mientras una suave sonrisa pintaba sus labios. Daba toda la sensación de estar complacido. ¿Pero por qué?, se preguntó ella.

–Llámame Jonah. Y el placer es todo mío –repuso él con voz profunda y penetrante como el chocolate caliente.

–Emma –respondió ella, aunque apenas podía hablar. De pronto, sintió que la habitación subía de temperatura. Percibió el olor de su colonia, un aroma especiado y varonil que le resultaba extrañamente familiar.

Emma intentó tragar saliva, pero tenía un nudo en la garganta. No podía pronunciar palabra mientras él seguía sujetándole la mano. ¿Le causaba ese efecto a todas las mujeres a las que estrechaba la mano? O, quizá, era ella, que estaba desesperada después de tres meses de celibato y con las hormonas de embarazo haciendo de las suyas.

Jonah Flynn era todo lo que ella había esperado encontrar. Incluso, más. Las revistas no le habían hecho justicia. Era atractivo, con rostro angulado y poderoso. Unos fuertes músculos se adivinaban bajo su camiseta ajustada. Cada uno de sus movimientos era elegante y exudaba poder y confianza, hasta vestido con vaqueros. Era algo que no podía plasmarse en una fotografía.

Emma sabía que debía de haberse sonrojado. Qué vergüenza. Estaba quedando como una tonta. Había salido hacia allí decidida a demostrarle a Tim que podía hacer su trabajo. Sin embargo, se había quedado paralizada, babeando tras solo unos segundos en presencia de Flynn. Se sentía, de pronto, como una adolescente enamoradiza.

Necesitaba mantener la compostura, se dijo a sí misma. Rompió contacto ocultar y respiró hondo. Al bajar la vista, posó los ojos en algo que él tenía en la mano. Entonces, reconoció la otra mitad del tatuaje.

De repente, Emma sintió que se ahogaba.

 

 

Perfecto. No lograría el contrato con Game Town si mataba a la auditora el primer día, se dijo Jonah.

De prisa, la llevó a una silla y llamó a Pam para que trajera una botella de agua. No estaba seguro de qué había pasado. Ella había sonreído y le había estrechado la mano y, al instante siguiente, se había puesto a hiperventilar y roja como un tomate. Quizá fuera una reacción alérgica. Por si acaso, le pediría a Pam que se llevara el arreglo floral que había sobre la mesa de reuniones. A continuación, le ordenaría ir a buscar el botiquín de primeros auxilios.

Una vez sentada, ella pareció recuperar el aliento. Igual solo se había tragado un chicle. No. Llevaba pendientes de perlas y cruzaba los talones mientas se sentaba. No era la clase de chica que mascaba chicle en el trabajo.

Pam apareció enseguida con el agua, que Emma aceptó agradecida. Jonah le hizo una seña a Pam de que se quedara hasta estar seguro de que la recién llegada se encontrara bien.

Emma respiró hondo varias veces, tomó unos tragos de agua y cerró los ojos. Mucho mejor. Él le dijo a Pam que podía irse, aunque sabía que su secretaria estaría alerta y preparada para volver enseguida si hiciera falta.

Luego, se arrodilló delante de ella, mirándola con preocupación. Poco a poco, el rostro recuperó su color normal, o eso esperaba él, porque ya no estaba roja, sino pálida como la leche.

Era guapa, la verdad, pensó. Su pelo sedoso y moreno rogaba estar suelto, pero se lo había recogido en un apretado moño. Tenía el rostro en forma de corazón con labios carnosos y piel cremosa, sin apenas maquillaje. Por lo que podía adivinar de su figura debajo de ese traje demasiado grande, tenía las curvas perfectas en los sitios adecuados. Como a él le gustaba. Para completar su inventario, se fijó en la manicura perfecta de sus manos y en que no llevaba alianza. Le resultaría mucho más fácil ejercer sus encantos con una mujer soltera. Después de todo, la auditoría podía no resultar un mal trago. Mantener la mente de Emma alejada de los libros de cuentas podía convertirse en una experiencia agradable para los dos.

–¿Estás bien? –pregunto él cuando ella se hubo terminado media botella de agua.

Emma tragó saliva y asintió, aunque tenía la vista clavada en la mano que él había apoyado en su rodilla.

–Sí, lo siento.

Siguiendo su mirada, Jonah apartó la mano y se levantó, dándole un poco más de espacio.

–No te disculpes. ¿Hay algo que Pam o yo podamos hacer? ¿Nos llevamos las flores?

–Oh, no –insistió ella–. Estoy bien, de verdad. Por favor, no os preocupéis por mí.

Era la clase de mujer a la que no le gustaba crear molestias, comprendió él.

–De acuerdo. Entonces, vamos al trabajo –dijo Jonah, dio la vuelta a su mesa y se sentó en su silla–. La gente de Game Town dice que tardarás unas semanas en revisarlo todo.

–Sí. Quizá menos, si los apuntes contables están claros y alguien del equipo puede responder a mis preguntas.

–Claro. Pediré a los de finanzas que lo tengan todo listo para mañana. Seguro que estarán encantados de ayudarte. Todo el mundo está emocionado ante la perspectiva del nuevo contrato con Game Town.

–Me alegro. Estoy lista para empezar.

Jonah arqueó una ceja. ¿Por qué tanta prisa? Lo último que quería era que la auditora se pusiera manos a la obra con su trabajo.

–¿Qué tal si te muestro todo primero?

–No es necesario –respondió ella, sin pensarlo–. Seguro que tienes cosas más importantes que hacer. Si Pam puede mostrarme dónde está mi mesa, seguro que puedo empezar.

Daba la impresión de que quería librarse de él, caviló Jonah. Las mujeres nunca querían librarse de él. No iba a dejar que esta fuera distinta.

–Tonterías –insistió él, y se levantó de la silla, dando la discusión por terminada–. Tengo un hueco ahora y me gustaría asegurarme de que te encuentras a gusto.

Emma se puso en pie con cierta reticencia y salió del despacho, delante de él. A pesar de cierta rigidez, se movía con fluidez y gracia femenina. Las curvas de su trasero se mecían tentadoramente de izquierda a derecha, observó él. Ese traje no le sentaba tan mal, después de todo. Se ajustaba a sus caderas de forma perfecta.

Respiró hondo para poner en orden sus pensamientos. En el pasillo, se colocó a su lado.

–Seguro que has visto la sala de juegos cuando venías para acá. En todas las plantas hay una –indicó él, orgulloso, cuando se detuvieron en la puerta. Era una de sus innovaciones favoritas. Se pasaba en esa sala el mismo tiempo que los demás empleados. Era muy útil para tomarse un respiro de vez en cuando. Era refrescante y daba energía para continuar con el trabajo.

–Es muy bonita –dijo Emma con tono educado y frío.

Parecía decididamente desinteresada, pensó él. Y eso le molestaba. Debería estar impresionada, como todo el mundo. La revista Forbes había hecho un artículo sobre sus salas de juegos y sus altos niveles de productividad empresarial. Era algo muy novedoso. Sin duda, debería provocar más interés que esa sonrisa forzada que ella le mostraba. Quizá debiera tratar de llevarlo al terreno personal, se dijo.

–¿Cuál es tu videojuego favorito? Tenemos una colección inmensa.

–Lo siento. No juego a videojuegos.

Jonah intentó no fruncir el ceño. Todo el mundo tenía un juego favorito. Incluso su abuela jugaba al bridge en el ordenador.

–¿Ni siquiera Super Mario Bros? ¿Ni Tetris?

Emma negó con la cabeza. Un mechón de pelo se le escapó del moño hacia la mejilla, dándole un toque más suave y natural. Con el pelo suelto sería mucho más atractiva, pensó él. Verlo extendido en su almohada sería aún mejor. Aunque eso no podía ser parte del plan, cuando el acuerdo con Town Game estaba todavía en el aire, se recordó a sí mismo. Eso no significaba que no intentara salir con ella después.

Emma se colocó el pelo detrás de la oreja.

–Me educaron para no perder el tiempo en cosas innecesarias.

Jonah frunció el ceño. Cosas innecesarias. Su obsesión por los videojuegos desde niño había florecido en un imperio multimillonario. No era algo exactamente innecesario. Se preguntó qué haría ella con su tiempo libre. No creía que se pasara los fines de semana dando de comer a los hambrientos y tejiendo mantas para los sin techo. Con un buen trasero o no, la auditora estaba empezando a sacarle de quicio.

–Mucho trabajar y poco divertirse pueden hacer que una chica sea demasiado aburrida.

Emma se giró hacia él como impulsada por un resorte.

–No es ningún pecado ser aburrida. ¿Acaso es mejor crear escándalo?

–No, pero es más divertido –repuso él con sarcasmo. Sin duda, ella se había referido a él. Pero no se avergonzaba de que el escándalo lo acompañara a todas partes. Era su forma de disfrutar de la vida.

Emma le dio la espalda a la sala de juegos y siguió su camino por el pasillo.

En esa ocasión, observarla caminar no le pareció a Jonah tan excitante, después del corte que acababa de darle. Conteniendo su resentimiento, aceleró el paso para caminar a su lado. Respiró hondo y decidió empezar de nuevo. Tenía que camelarse a Emma en las próximas semanas, le gustara o no.

–Ocuparás una mesa en el departamento de finanzas, en la planta veinticuatro. Antes de ir allí, haremos una parada en la planta veintitrés. Te quiero enseñar la cafetería. Yo siempre necesito un tentempié a media mañana.

–Señor Flynn…

–Jonah –le recordó él con la típica sonrisa que le habría todas las puertas en lo relativo a las mujeres.

–Jonah, esto no es necesario, de verdad. Estoy segura de que otra persona que no sea el director puede enseñarme dónde están la cafetería y el gimnasio. Ahora mismo, solo quiero empezar a trabajar.

Jonah suspiró con resignación y señaló hacia los ascensores. ¿Cómo iba a encandilar a una mujer tan reacia? Era realmente frustrante.

–Te enseñaré tu puesto de trabajo, entonces.

Esperaron en silencio al ascensor. Jonah tenía que admitir que le gustaba verla en silencio. Cuando tenía la boca cerrada, era atractiva y misteriosa. Cuando hablaba, era obvio que su forma de pensar era por completo diferente, en lo que tenía que ver con el trabajo y el placer.

Para mal o para bien, encima, su perfume le resultaba muy sensual. Era una mezcla limpia y fresca de champú y crema de manos. Le sentaba mejor que los densos perfumes que le saturaban la nariz. Era mucho más delicado. Como el escote de su blusa, que apenas le dejaba ver las clavículas.

Por un instante, tuvo la tentación de asomarse para ver si había un tatuaje allí debajo, pero la blusa abotonada hasta arriba impedía ver más allá. Además, esa mujer tan severa y controlada no podía ser su preciosa y misteriosa dama mariposa.

Al fin, se abrieron las puertas del ascensor y se dirigieron al departamento de finanzas. Mientras caminaban, Jonah se dio cuenta de que ella no mostraba ningún interés por observar a su alrededor, como solían hacer todos los visitantes. Andaba con vista fija delante de ella con una intensidad intrigante y, al mismo tiempo, desconcertante. ¿Se concentraría con la misma intensidad en la revisión de los libros de cuentas?

Se detuvieron delante de un despacho para visitas y él abrió la puerta. El pequeño escritorio llenaba casi todo el espacio. Un ordenador y un teléfono ocupaban media mesa. Había un cuadro con el logo de la empresa y un ficus en una esquina. Era perfectamente adecuado para trabajar durante un puñado de días.

–Esta será tu casa durante las próximas semanas. La mesa tiene material, el teléfono está activo y tienes enchufes para conectar tu portátil. Si necesitas algo, la asistente de contabilidad, Angela, puede ayudarte. Está al final del pasillo, a la izquierda.

Emma asintió con un seco gesto. Parecía estar deseando que se fuera, adivinó Jonah. ¿Cuál era su problema? Estaba rígida y tensa, como si ansiara cerrarle la puerta en las narices. ¿Por qué una mujer tan atractiva tenía que ser tan antipática? Necesitaba un trago. O un buen revolcón, caviló. A él le gustaría ayudarla, si le diera la oportunidad.

–¿Estás bien, Emma?

Ella le lanzó una fría mirada, frunciendo el ceño. Lo miró con intensidad con sus ojos verdes antes de responder.

–Estoy bien.

Nada de eso, se dijo él. Pero presionarla no era buena táctica, así que lo dejó pasar. No tenía por qué vencer el primer día. Tenía tiempo.

–Parece que te sientes un poco incómoda. Te aseguro que ninguno de nosotros muerde –dijo él, apoyó la mano en el quicio de la puerta y se inclinó hacia ella mientras hablaba, para dar énfasis a sus palabras–. Incluso puede que disfrutes de tu tiempo aquí.

Emma se puso pálida, con la mirada fija en la mano de él. Tras unos instantes, levantó los ojos hacia él con una sonrisa forzada.

–Claro. Es que tengo ganas de empezar a trabajar ya.

Jonah dejó caer el brazo. Las cosas no iban como había planeado. No estaba seguro de si ella se hacía la difícil a propósito o si era su forma natural del ser. Más valía que Paul hiciera cuanto antes esa transacción, porque su plan de salir a cenar y tomar algo con ella podía no salir como esperaba. Le habían enviado a la única mujer en Manhattan que era inmune a sus encantos. Incluso, parecía que la molestaban.

Tal vez, era culpa del ambiente de oficina. Era posible que estuviera acostumbrada a centrarse en el trabajo y evitar conversaciones personales en su horario laboral. Una razón más para sacarla de la oficina, entonces. Así, le daría la oportunidad de soltarse el pelo y relajarse. Le dejaría caer la invitación a cenar y, después, le daría toda la tarde para pensarlo a solas.

Se miró el reloj.

–Me encantaría mostrarte los libros de cuentas yo mismo, pero tengo una reunión dentro de unos minutos. ¿Quieres cenar conmigo mañana por la noche?

–No.

Jonah, que había abierto la boca para sugerir un restaurante, se quedó paralizado. ¿Acababa ella de responder que no? No era posible.

–¿Qué?

La pálida piel de Emma se puso colorada y los ojos se le abrieron como platos, como si acabara de darse cuenta de su error.

–Quiero decir, no, gracias –se corrigió ella.

Entonces, se dio media vuelta y se metió en su nuevo despacho, cerrando la puerta tras ella.

Capítulo Tres

 

 

 

 

 

A la mañana siguiente, Emma quedó con Harper antes de trabajar en la cafetería de la planta veintitrés. Casi no había dormido la noche anterior y necesitaba un buen chute de cafeína.

–Tienes un aspecto horrible –dijo Harper, como siempre, tan honesta.

–Gracias. Buenos días para ti también.

Se pusieron en la cola para pedir sus desayunos.

–¿Qué te ha pasado? –preguntó Harper.

–No he dormido bien.

Harper asintió y pidió café al joven del mostrador.

Emma la observó, intentando decidir qué quería beber. Pero no podía pensar con claridad. No había dormido. Y Harper no sabía por qué.

Había estado demasiado nerviosa. Jonah Flynn, el playboy millonario, tenía la mitad de su tatuaje. El destino le había jugado una mala pasada. No había peor pareja para ella en el mundo, ni peor padre para su hijo. Menos mal que había mantenido su identidad en secreto, pensó. Lo más probable era que él se hubiera sentido decepcionado al ver quién había habido detrás de la máscara. ¿Y qué pensaría de la paternidad el soltero más recalcitrante de la ciudad?

Aun así, se había pasado toda la noche pensando en él. En lo mucho que le había excitado cuando la había besado por primera vez. Recordaba cómo le había recorrido el cuerpo con las manos como si no hubiera podido saciarse de ella. Después de todo lo que le había pasado con David, le había resultado increíble sentirse tan deseada. Era una sensación que, fácilmente, podía ser adictiva. Y eso significaba peligro.

Había intentado olvidarse de esa noche y casi lo había conseguido, pero su cuerpo se negaba. Haber estado en la misa habitación que él, haber inspirado su aroma habían traído de golpe los recuerdos de esa noche. En los dos años que había pasado con David, nunca había experimentado unas sensaciones como las que había disfrutado con Jonah.

–¿Qué va a tomar, señorita?

Emma se giró hacia el camarero, que esperaba su pedido con paciencia.

–Té caliente –dijo ella, pues aunque necesitaba cafeína, sabía que no debía tomarla en su estado.

La cafetería estaba llena, así que tomaron sus bebidas y la bollería que habían pedido y se dirigieron con ellas a sus despachos.

Harper estaba bastante contenta de tenerla como compañera.

–Me encantaría que trabajaras aquí. Así, tendría alguien con quien hablar. Aquí la gente es muy amable, pero casi todos tienen la cabeza en las nubes y las narices en el ordenador.

Emma se había dado cuenta de eso. Los diseñadores de software eran diferentes de la mayoría de la gente con la que había trabajado. Estaban muy concentrados, ni siquiera solían saludar en el pasillo. Todos parecían absortos en su misión, ya fuera crear un nuevo personaje de videojuego o arreglar algún programa defectuoso. O, tal vez, lo que pasaba era, nada más, que no sabían hablar con una mujer.

–Entonces, ¿por qué trabajas aquí? –preguntó Emma–. Las dos sabemos que no necesitas el dinero.

Harper se encogió de hombros.

–Me aburro si no hago nada.

–Podrías ayudar a Oliver. Igual le gusta tener a su hermana en el negocio familiar.

–Oliver no necesita mi ayuda con nada. Además, este sitio es divertido. Te acostumbras enseguida. Ahorro mucho dinero con la comida gratis. También, uso el gimnasio de aquí. Y lo que usaba para pagar el de mi barrio, ahora lo empleo para comprarme bolsos de Louis Vuitton y viajes a París. Además, me gusta tener ingresos que yo misma me he ganado, y no a causa de mi apellido. A ti también te gustaría trabajar aquí, seguro. Aunque tendrías que hacer algunos cambios en tu guardarropa.

Emma miró los pantalones de pinzas color verde de Emma y su blusa de seda sin mangas. Y los comparó con el traje de chaqueta que ella se había puesto. Frunció el ceño.

–No es culpa mía si todos se visten como estudiantes universitarios. Me niego a hacer lo mismo. Y no empieces a hacerte ilusiones con que me quede más de unas semanas. Me iré de aquí en cuanto pueda.

Se pararon delante de los ascensores y Harper pulsó el botón.

–¿Por qué tienes tanta prisa en irte? ¿Tan mal te parece este sitio?

No le parecía mal, aunque no tenía ninguna intención de pasar allí ni un segundo más de lo necesario. Emma no estaba segura de cuánto podía contarle a Harper de lo que había descubierto. Era una de sus mejores amigas, pero no tenía ninguna prudencia. Cualquier cosa que le contara, de inmediato, la sabrían también sus amigas Lucy y Violet. A partir de ahí, la noticia se extendería como la pólvora. Si quería que Jonah no supiera nada de su verdadera identidad, era mejor que no hablara de ello con nadie.

–No estoy cómoda aquí, eso es todo.

–Tienes miedo de encontrarte con él –adivinó Harper.

No tenía sentido negarlo.

–Sí, lo admito. Sería un poco raro toparme con él. Además, podría suponer un conflicto de intereses si lo averiguara alguien de Game Town. Mi informe se vería comprometido si se supiera que he tenido una relación íntima con alguno de los empleados de FlynnSoft.

–O podría ser algo maravilloso. Pensé que querías encontrarlo. Ya sabes, por el bebé –repuso su amiga en un susurro.

Emma no respondió. Harper era demasiado romántica como para ver su situación con objetividad y no tenía sentido darle más explicaciones. Así que se metió en silencio en el ascensor y le dio un trago a su taza de café.

–¡Ya lo has visto!

Emma miró a los lados para asegurarse de que estaban solas en el ascensor.

–¿Qué? ¡Claro que no!

A Harper no le convenció su respuesta.

–¿Quién es? ¿Es guapo? ¿En qué departamento trabaja?

Las puertas se abrieron en la planta veinticuatro. Emma hizo una seña a su amiga para que bajara la voz.

–¿Puedes guardarme el secreto? No quiero que lo sepa todo el mundo.

–Está bien. Pero tienes que contármelo. No se lo diré a nadie.

Emma la miró con desconfianza. Adoraba a su amiga, pero…

–No sabes guardar un secreto, Harper.

Harper frunció el ceño, poniéndose en jarras.

–Vamos, ¿por qué no? ¿Qué pasa? ¿No será el director o algo así? Si fuera Jonah, daría mucho que hablar, pero cualquier otro de la empresa no dará pie a ningún cotilleo. No sé qué problema hay…

Emma notó que se quedaba blanca. Harper se detuvo en seco y miró a su amiga. Se quedó con la boca abierta.

–Oh, cielo santo.

–¡Shh! Harper, por favor. No importa.

–¡Claro que importa! –repuso Harper, bajando el tono de voz–. ¿Es Jonah Flynn? ¿En serio?

Emma asintió.

–Pero él no sabe quién soy, ni nada del bebé. Y pretendo que siga siendo así. ¿Lo entiendes?

Harper asintió, visiblemente conmocionada por las noticias de su amiga.

–Jonah Flynn es el hombre más sexy que he visto en mi vida. Es amigo de mi hermano. Cada vez que venía a mi casa, tenía ganas de lanzarme a sus pies. No puedo creer que vosotros… ¿Cómo no saltaste a sus brazos cuando descubriste quién era?

–No nos conocemos formalmente, ¿recuerdas?

Harper frunció el ceño.

–Tienes razón. Es una pena. Es un hombre increíble. Y fue muy amable contigo.

–Es un mujeriego. Será así con todas.

–Si crees lo que dice la prensa del corazón, sí. Pero Jonah Flynn no es así, te lo digo porque hace muchos años que lo conozco. Y un hombre dispuesto a hacerse un tatuaje después de una noche juntos con la esperanza de volver a encontrarte es algo que no se puede despreciar. Si fuera un mujeriego, no le quedaría un fragmento de piel sin tatuar. Fuiste algo especial para él.

Eso era verdad. Emma no había visto que él tuviera ningún otro tatuaje. Pero se negaba a creer que pudiera tener algún futuro con Jonah Flynn. Incluso, si él tenía interés en empezar una relación, sería buscando a la mujer que ella había sido esa noche. No a la verdadera Emma. Y se había jurado a sí misma no volver a comportarse jamás de esa manera. Así que no tenía sentido intentar nada. Si le decía quién era, solo serviría para que los dos se torturaran y para estropear sus recuerdos de esa noche.

Aun así, debía hacerlo. ¿O no? Se llevó la mano al vientre con gesto protector. Si Jonah los rechazaba a ella y al bebé, sería un drama para su hijo siempre el saber que su padre no lo había querido. ¿Sería mejor mantenerlo en secreto? Era una idea que la incomodaba pero, hasta que estuviera segura de su decisión, no diría una palabra.

–Tienes que guardarme el secreto, Harper. No puede saberlo nadie. Ni Violet, ni Lucy, ni tu hermano ni, sobre todo, Jonah.

–Te lo juro –contestó Harper con un suspiro–. Es mejor que ocultes bien tu tatuaje.

Emma se colocó el cuello de la blusa, nerviosa, y comenzó a caminar por el pasillo.

–No suelo exhibir el escote y tengo la intención de seguir llevándolo tapado. Estoy aquí para hacer mi trabajo e irme.

–¿Y qué pasa con el bebé?