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La organizadora de eventos Josie Fowler ha conseguido el encargo más importante de su vida: la boda más buscada del año en un hotel de lujo en Botswana. Está rodeada de leopardos y ríos plagados de cocodrilos, pero lo más peligroso para ella es el propietario del hotel, el enigmático empresario Gideon McGrath.Mientras Josie intenta organizar una complicada boda, la actitud –y la presencia– de Gideon en el hotel resulta una molestia… pero esa sonrisa tan sexy empieza a meterse en su corazón.
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Seitenzahl: 185
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos 8B
Planta 18
28036 Madrid
© 2010 Liz Fielding
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Corazones rotos , Jazmín 2344 - noviembre 2024
Título original: A Wedding at Leopard Tree Lodge
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total oparcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788410747135
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Si te ha gustado este libro…
Bodas con destino ofrece un sinfín de oportunidades para celebrar una ceremonia diferente…
La boda perfecta, de Serafina March
–¿DÓNDE has dicho?
Josie Fowler no sabía qué la asombraba más, el lugar donde tendría lugar la boda, que a pesar de las interminables especulaciones de la prensa había sido el secreto mejor guardado del año, o el hecho de que Marji Hayes, editora de la revista Celebrity, lo compartiese con ella.
–En Botswana –repitió Marji en voz baja, como temiendo que le hubieran pinchado el teléfono. Aunque si estuviera pinchado, susurrar no serviría de nada–. He llamado a Sylvie. Yo esperaba…
–¿Qué esperabas? –la animó Josie, mientras escribía Botswana en el buscador de Google.
Una pregunta tonta porque sabía perfectamente lo que esperaba Marji: que la aristocrática Sylvie Duchamps Smith corriese a organizar la boda del año. Pero Sylvie estaba demasiado ocupada cuidando de su hija recién nacida como para sacarle las castañas del fuego a nadie.
–Sé que sigue de baja por maternidad, pero pensé que para algo tan importante…
Josie esperó que terminara la frase, sabiendo que ni siquiera una boda real sería lo bastante tentadora como para que Sylvie se alejase de su marido y su hija. E intentando contener la emoción al darse cuenta de lo que aquella llamada significaba.
–Cuando la llamé me dijo que tú eras su socia ahora y que las bodas son tu responsabilidad –dijo Marji, sin poder disimular su sorpresa.
Ella no era la única, claro. Había habido un bosque de cejas levantadas en el negocio cuando Sylvie contrató a una chica a la que encontró fregando platos en un hotel.
Pero pronto se les había pasado. Después de todo, la creían sólo una ayudante, alguien que hacía los recados y el trabajo sucio. Pero poco a poco había demostrado que valía para aquello y había sido aceptada como una coordinadora de bodas capaz y decisiva, alguien en quien se podía confiar y que no se asustaba en una crisis. Un par de empresas habían intentando tentarla ofreciéndole más dinero, pero convencerlos de que ella podría organizar una boda importante de principio a fin iba a ser un poco más difícil.
–Eres demasiado joven para una responsabilidad así, Josie –le dijo Marji–. Y tienes un aspecto tan… excéntrico.
Josie no lo negó. Tenía veinticinco años y era joven para ser socia de una empresa importante, pero tan anciana como las montañas en otros aspectos. Y en cuanto a su ropa… los mechones de color rosa, aunque poco convencionales, eran parte de su personalidad como los trajes clásicos y los collares de perlas de Sylvie.
–Sylvie tenía diecinueve años cuando abrió la empresa –le recordó a Marji. Sola, sin dinero, sin sitio en el que vivir. Lo único que sabía hacer entonces era organizar fiestas estupendas.
A pesar de las diferencias entre ellas, Sylvie le había dado una oportunidad cuando la mayoría de la gente hubiese dado un paso atrás. O dos, de haber sabido lo que Sylvie sabía sobre ella.
Pero la cosa había salido bien. Sylvie atraía a los clientes con su apellido, su aspecto aristocrático y su elegancia mientras ella era una chica de clase trabajadora que sabía cómo contratar los servicios más difíciles, controlar a los invitados borrachos… y al servicio de camareros si lo estaban también. Ella era capaz de parar una pelea con una sola mirada y, en el proceso, había aprendido mucho de Sylvie.
Por fuera podía parecer la chica a la que Sylvie, contra todo pronóstico, había dado una oportunidad, pero se había agarrado a esa oportunidad con las dos manos, estudiando diseño, dirección de empresas y marketing. Y por dentro era una mujer diferente.
–Si cambiase mi aspecto nadie me reconocería.
–Sí, claro –suspiró Marji–. En fin, esta boda ya está medio organizada. Todo ha sido preparado hace semanas y en este punto…
En otras palabras, era un proyecto difícil y ninguna empresa con nombre estaba dispuesta a hacerlo. Aquella mujer no sabía cómo insultarla y Josie tuvo que hacer un esfuerzo para no decirle dónde podía meterse su boda.
Pero no lo hizo. Aún le faltaba mucho para tener el estilo de Sylvie, pero aquello era demasiado importante como para meter la pata.
Con aquella boda en su currículo podría teñirse todo el pelo de verde y los clientes seguirían llamando a su puerta.
No como ayudante de Sylvie, sino por sí misma.
–Entonces dime qué quieres, Marji –la presionó–. Tengo una cita con un cliente en diez minutos.
Emma, su recién contratada ayudante, que estaba frente al ordenador, levantó la mirada, sorprendida, porque sabía que no era cierto.
–Bueno, imagino que no tengo que recordarte que esto requiere total confidencialidad –empezó a decir Marji, dejando bien claro que, en su opinión, sí tenía que recordárselo.
Josie había visto las noticias sobre la boda de Tal Newman, uno de los futbolistas mejor pagados del mundo, con la modelo Crystal Blaize. La exclusiva de la boda le había costado a Celebrity una fortuna, dinero que la pareja usaría para obras benéficas, y la revista pensaba ordeñar la noticia hasta la última gota. Y debían mantener en secreto el sitio donde iban a casarse para que las publicaciones rivales no enviasen a alguien a robarles la exclusiva, claro.
–Mis labios están sellados. Ni siquiera estoy segura de dónde está Botswana –mintió Josie. Según la pantalla de su ordenador, era un país tranquilo y pacífico en el sur de África.
–Es un destino muy conocido –replicó Marji, con un tonito superior que no le gustó en absoluto.
–¿Ah, sí? Pues nadie me había dicho nada.
Claro que ella no se pasaba la vida obsesionada por las últimas modas de los famosos.
–Y a Crystal le encantan los animales.
–¿Qué clase de animales… elefantes, leones? ¿Monos?
–Todo eso, por supuesto. Pero las estrellas en Botswana son los leopardos.
Incluso con el poco desarrollado sentido del olfato de los humanos, Gideon McGrath sabía que estaba llegando al hotel Leopard Tree antes de que el jeep se detuviese. Había un aroma dulce a hierba fresca que atraía a los animales del Kalahari, especialmente ahora que terminaba la estación seca…
Una vez también su paso se había acelerado, su corazón latiendo a mil por hora cuando llegaba a la orilla del río que ahora era de su propiedad.
El conductor que había ido a buscarlo detuvo el jeep a la sombra de un árbol y un hombre salió del hotel para saludarlo:
–Dumela, Rra! ¡Me alegro de verlo! –exclamó, con una sonrisa en los labios.
–¡Francis!
–Ha pasado mucho tiempo, Rra, pero siempre esperamos que vuelva… –la sonrisa del hombre desapareció–. ¿Qué le pasa? ¿Está enfermo?
–No, no es nada –Gideon contuvo el aliento mientras intentaba bajar del jeep–. Me duele un poco la espalda… demasiados días viajando. ¿Cómo está la familia? –le preguntó, para no pensar en el terrible dolor que sentía en la parte baja de la espalda. O en la causa de ese dolor.
–Están bien. Si tiene tiempo, les gustaría verlo.
–He traído libros para los niños –dijo Gideon, volviéndose para tomar su bolsa de viaje. Pero cuando intentó levantarla le pareció que pesaba como un plomo.
–¿Leopardos? –repitió Josie–. ¿Y son peligrosos?
–Bueno, éstos son sólo cachorros. Un hombre de allí ha criado a un par de huérfanos y va a llevarlos el día de la boda. Lo único que tienes que hacer es ponerle unas cintas al cuello.
–Ya, claro.
Estaba segura de que no iba a ser tan fácil. Ella tenía una gata e incluso cuando Cleo era cachorra sus uñas eran afiladas como agujas…
–La boda tendrá lugar en el hotel Leopard Tree –dijo Marji–. Es un hotel fabuloso, lujo total en medio de la selva. Si quieres que sea sincera, te envidio por la oportunidad de pasar unos días allí. Ni siquiera tienes que salir de tu habitación para ver a los animales. Nada de viajar en un jeep y acabar cubierta de polvo. Sencillamente te sientas en tu piscina privada para mirar a los elefantes paseando debajo de ti mientras tomas una copa de champán.
–Ah, qué alivio –bromeó Josie, que acababa de reconocer una frase de folleto turístico. Marji podía creer que estaba ofreciéndole unas vacaciones pagadas, pero ella sabía que una vez allí no tendría un minuto para mirar los elefantes y menos para tomar copas de champán.
Relajarse en un hotel de lujo era privilegio de los novios y sus invitados. Aunque, con una docena de páginas de la revista Celebrity que rellenar, ni siquiera la novia tendría tiempo de echar un sueñecito.
Para la persona encargada de que todo aquello fuese como la seda iban ser unos días muy difíciles.
Como ella sabía por experiencia, hasta para el más experimentado organizador de bodas existía la posibilidad de un desastre de última hora y en la selva de Botswana no habría servicios de urgencia a los que llamar en un momento de apuro.
Y haría falta algo más que una de sus miradas para detener a un leopardo enloquecido en medio de una fiesta. Incluso un cachorro de leopardo.
–No hay nada como estar cubierta de polvo para que se te arruine el día.
Pero había otro problema. A menos que la palabra «salvaje» fuera simplemente una forma de atraer a los turistas, y la referencia a los elefantes paseándose por allí sugería que no era así, no habría un aeropuerto internacional a mano.
–¿Cómo van a llegar allí los invitados?
–Tenemos contratada una compañía de vuelos charter –le aseguró Marji–. No tienes que preocuparte por eso…
–Yo me preocupo por todo, Marji –suspiró Josie. Incluyendo la proximidad de los elefantes y el daño que podrían hacer dos cachorros de leopardo nerviosos–. Es por eso por lo que nuestra empresa funciona tan bien.
–Si la empresa de Sylvie no tuviese tanto prestigio no estaríamos teniendo esta conversación –Marji se quedó callada un momento–. ¿Qué te estaba diciendo?
–Hablábamos del transporte –dijo Josie.
–Ah, sí, Serafina tenía que irse a Botswana mañana a primera hora. ¿Te has enterado de lo que ha pasado?
La versión oficial era que Serafina March, coordinadora oficial de los eventos de la alta sociedad y autoproclamada «reina de las bodas», la persona encargada de organizar la boda de Crystal y Tal, había caído en cama con un extraño virus.
Aunque los rumores decían que Crystal había anunciado que prefería casarse en el Ayuntamiento de su pueblo antes de soportar un segundo más a aquella cursi insufrible mirándola por encima del hombro.
Habiendo sido mirada así más de una vez por Serafina, Josie sabía exactamente lo que sentía la novia.
–¿Cómo está Serafina, por cierto?
–Recuperándose –contestó Marji–. Es una pena que no pueda ir, especialmente después de haber puesto todo su corazón en esta boda.
–Sí, claro.
–Tal tiene obligaciones oficiales en la capital de Botswana, así que Crystal y él no llegarán hasta pasado mañana. Tiempo suficiente para que tú lo controles todo antes de que lleguen.
–Como hay tan poco que hacer, tal vez podría irme con ellos –sugirió Josie.
–No, es mejor no arriesgarse. Me quedaría más tranquila si te fueras mañana mismo.
–Muy bien.
–Va a ser una boda más o menos íntima. El hotel Leopard Tree está situado en un campamento en medio del sendero de los safaris. Es muy lujoso, pero no es muy grande, así que hemos contratado un barco para acomodar a los invitados que no quepan en el hotel.
Selva, agua, animales salvajes… tres cosas que enviaban un escalofrío por la espina dorsal de cualquier organizador de bodas. Y luego estaba la palabra «campamento», que tampoco la animaba nada.
Por muchos lujos de los que hablase el folleto, un campamento era un campamento.
–El trabajo duro ya ha sido hecho, Josie.
El trabajo interesante: planear la boda, elegir la comida, la música, la ropa, las flores. Ir de compras con una novia que tenía una tarjeta de crédito sin límite.
–Sólo tienes que comprobar que todo salga como está previsto.
–¿No me digas?
Emma, su ayudante, levantó una ceja hasta la raíz del pelo al percatarse de ese tonito irónico, pero Josie no había podido evitarlo. Que Marji Hayes fuese condescendiente con ella era más de lo que podía soportar.
–Serafina lo organizó todo hasta el último detalle. Sólo necesitamos una persona que se encargue de poner en práctica lo que ella ha diseñado. Tienes que comprobar que todo esté a punto para que nuestro fotógrafo pueda hacer unas fotos preciosas… en fin, exactamente lo que haces para Sylvie.
–Y asegurarme de que el novio y la novia viven el día más feliz de su vida –sugirió Josie.
–¿Qué? Ah, sí, claro. Mira Josie, no tenemos mucho tiempo. Te enviaré los detalles por e-mail y las carpetas con todos los informes por mensajero. Puedes leerlos en el avión.
Era la oportunidad de su vida, pero Josie se había sentido insultada sutil y no tan sutilmente tantas veces en los últimos diez minutos que se negaba a hacer lo que Marji le pedía.
–La verdad, con tan poco que hacer no entiendo por qué me necesitas a mí. Imagino que alguien de tu revista podría encargarse… o mejor, ¿por qué no lo haces tú misma? Una vez que te hayas encargado de todos los detalles, podrás tomarte una copa de champán mientras miras a los elefantes.
Y, con un poco de suerte, algún leopardo la confundiría con su almuerzo.
–Oh, no me tientes –rió Marji–. Daría cualquier cosa por poder ir, pero tengo que llevar una revista. Además, creo que es mejor dejarles estas cosas a los profesionales.
Profesionales que no sacaban de quicio a las novias…
–Le he prometido a Crystal la boda de sus sueños…
¿Sus sueños? Tal vez.
Sin duda habría empezado así, pero Josie se preguntaba qué pensaría Crystal ahora. ¿Emocionada, feliz de casarse con el hombre del que estaba enamorada en la ceremonia más esperada del año, organizada por Serafina March? ¿O estaría nerviosa y deseando que Tal y ella se hubieran ido a Las Vegas para casarse en privado?
La mayoría de las novias pasaban por eso; normalmente cuando sus familias las volvían locas opinando sobre la organización del evento. Pero pocas de ellas tenían que soportar, además, un circo mediático.
–No podemos defraudarla –siguió Marji, nerviosa al notar su falta de entusiasmo–. Mira, la verdad es que Crystal está un poquito nerviosa… no tengo que decirte lo importante que es este evento y creo que ella se sentirá cómoda contigo.
Ah, ya. Ahora estaba siendo condescendiente con las dos, dejando bien claro que ni Crystal ni ella eran «de los suyos». Por un momento, Josie sintió la tentación de decirle lo que podía hacer con la boda y a la porra las consecuencias.
–¿En la revista vais a mencionar que yo me he hecho cargo del proyecto a última hora?
–Pero si lo ha organizado Serafina –protestó Marji.
–Sí, claro. Entonces, esperemos que se encuentre lo bastante bien como para viajar mañana…
–Pero nos encantará darte las gracias por hacerte cargo en el último minuto, Josie –dio Marji a toda prisa.
Era una promesa hecha a regañadientes, pero todo el mundo sabría que ella había estado allí y eso era lo único que importaba. Y, al final, ella no era la importante, ni Marji, ni siquiera la reina de las bodas.
Si Sylvie le había enseñado algo era que ninguna novia, especialmente una cuya boda iba a salir fotografiada en color en una revista para que la viese todo el mundo, podía soportar ese día sin una persona que estuviera a su lado cien por cien.
Josie dejó escapar un largo suspiro.
–Envíame los informes a la oficina, Marji. Yo te enviaré un contrato por e-mail.
Le temblaba la mano mientras colgaba el teléfono.
–Envíale un contrato a Marji Hayes, de la revista Celebrity, Emma.
–¡Celebrity!
–Un contrato tipo, con el presupuesto normal por un mínimo de sesenta horas, más gastos de viaje –siguió Josie, con aparente calma–. Dietas y todo lo demás. Vamos a organizar la boda de Tal Newman y Crystal Blaize.
Cuando Emma lanzó cuaderno y bolígrafo al aire, gritando de alegría, el enfado de Josie por la actitud de Marji desapareció de repente.
–¿Dónde? –le preguntó su ayudante–. ¿Dónde será la boda?
–Podría decírtelo –sonrió Josie–. Pero entonces tendría que matarte.
–Dumela, Rra. O tsogile?
–Dumela, Francis. Ke tsogile.
Gideon McGrath replicó al saludo automáticamente, levantándose. Que se hubiera levantado sin dolor era otra cuestión.
Aquella visita al hotel Leopard Tree lo había apartado de su camino, un día y una noche robados a un horario apretadísimo que lo había llevado a su hotel del Mar Rojo y luego al Golfo Pérsico para comprobar los progresos del nuevo hotel que estaba construyendo a medias con el jeque Zahir.
Mientras estaba allí se había unido a una de las excursiones al desierto, pasando la noche con viajeros que querían vivir una auténtica experiencia.
Normalmente se sentía renovado después de una excursión, pero cuando despertó una fría mañana teniendo que enfrentarse con otro aeropuerto, con los interminables controles de seguridad y las largas esperas, se preguntó por qué alguien haría algo así por placer.
Para un hombre que había invertido su vida en el negocio de los viajes, que había hecho una fortuna vendiendo emoción y aventura, era una sensación rara.
Una sensación rara que parecía alojarse en la parte baja de su espalda, provocando un dolor insoportable. Uno que había aparecido un año antes y del que no era capaz de librarse.
Desde que decidió vender el hotel Leopard Tree.
Connie, su doctora en Londres, después de hacerle una radiografía le había dicho que no había ninguna causa física para ese dolor.
–¿Qué te pasa, Gideon? –le había preguntado.
–Nada –contestó él–. Todo va bien.
Era cierto. Acababa de cerrar un trato con un rancho en la Patagonia que iba a ser su próxima aventura.
–Necesitas unas vacaciones, Gideon. Tienes que parar un poco, sentar la cabeza.
–Me gusta mi vida tal como es –dijo él–. Dame otro de esos relajantes musculares, tengo que tomar un avión.
Connie suspiró.
–Un relajante muscular sólo es una medida temporal. Tarde o temprano tendrás que dejar de huir o tu espalda tomará la decisión por ti. Por lo menos tómate un descanso…
–No te preocupes, ya lo tengo pensado.
Tal vez pasar una noche en el desierto envuelto en una manta no había sido la mejor idea, decidió mientras iba al aeropuerto, porque el dolor había vuelto y peor que nunca. Ahora, después de una docena de reuniones y cuatro vuelos más, la avioneta había aterrizado en una pista de tierra que él mismo había arrancado a la selva diez años antes.
Había sido una tortura bajar de la avioneta, casi como si su cuerpo se negara a hacer lo que su cerebro le pedía.
El error había sido intentarlo.
En cuanto se dio cuenta de que tenía un problema debería haberle dicho al piloto que lo llevase a Gabarone, donde algún médico podría ponerle una inyección antes de tomar un vuelo a Sudamérica.
Tontamente, había creído que con unos analgésicos, una ducha caliente y una noche de sueño se pondría bien. Pero ahora estaba a merced del médico que atendía a sus clientes y empleados y quien, después de hablar con su doctora en Londres, había decidido no ponerle inyección alguna.
Lo único que había conseguido era un absurdo sermón sobre la importancia de escuchar al propio cuerpo. Según el médico, su espalda le haría saber cuándo era el momento de seguir adelante.
Sin decirle cuándo sería eso.
Connie lo había dicho con más claridad: «tarde o temprano tendrás que dejar de huir».
Bueno, por eso estaba allí: para dejar de huir.
Le habían hecho ofertas por el hotel en el pasado… ofertas que su consejo de administración le había animado a aceptar para invertir en otros mercados, pero él había resistido las presiones. El Leopard Tree había sido su primera inversión, un símbolo, una pena interminable…
–¿Hay algún mensaje, Francis?
–Sólo uno, Rra –dejando la bandeja del desayuno sobre la mesa, Francis sacó un papel del bolsillo y, sujetando con la izquierda su muñeca derecha, se lo ofreció a la manera tradicional… pero no le dio tiempo para leerlo–. Es una respuesta de su oficina. Dicen que el señor Matt Benson ha ido a Argentina en su lugar para que no tuviera que preocuparse, que haga lo que le diga el médico y descanse –el hombre sonrió, contento–. Y también dicen que se tome el tiempo que necesite.
Gideon tuvo que apretar los labios para no soltar una palabrota. Francis no lo entendía. Nadie lo entendía.
Matt era un buen hombre, pero no había pasado cada minuto de los últimos quince años construyendo un imperio en el mercado de las vacaciones de aventura.
Crear hoteles pequeños y exclusivos en el desierto o en la jungla; hoteles que ofrecían privacidad, lujo, lo más inusual para aquéllos que podían pagarlo.
Matt, como el resto de sus empleados, era una persona capaz y trabajadora, pero al final del día volvía a su casa, a la vida real. A su mujer, sus hijos, su perro.
En su casa no había nadie esperándolo.