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Nunca se había alegrado tanto de perderse... Cuando se perdió con el coche en una oscura carretera, Callie Walker creyó estar alucinando: un sexy cowboy con una pícara sonrisa en los labios apareció dispuesto a ayudarla. Cade Kills Thunder no tenía la menor idea de qué estaba haciendo una chica de ciudad como aquélla en mitad de Montana. Una cosa sí estaba clara: no podía dejarla allí sola. Pero llevarla a su rancho era demasiado peligroso... era obvio que la irresistible pelirroja podría hacerle cambiar de opinión respecto a los compromisos.
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Seitenzahl: 172
Veröffentlichungsjahr: 2012
Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2004 Madeline Baker. Todos los derechos reservados.
CRUCE DE CAMINOS, Nº 1932 - octubre 2012
Título original: Callie’s Cowboy
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español en 2005
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-1123-2
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Callie Walker sabía que lo miraba fijamente, pero no podía evitarlo. Sin lugar a dudas, el hombre era la criatura más fabulosa que había visto en su vida. Era apuesto hasta lo indecible. Como escritora de novelas románticas, Callie había visto muchos tipos bien parecidos. Altos, rubios y bronceados o altos, morenos y misteriosos, ellos aparecían en la portada de sus libros rodeados de mujeres igualmente fabulosas. Esos apetecibles modelos masculinos y chicas deseosas de llegar a serlo, solían asistir a las conferencias y congresos de escritores en que los lectores de novelas, jóvenes y mayores, se los comían con los ojos. En los congresos también había concursos donde los modelos y futuros modelos se pavoneaban ante legiones de admiradoras llenas de adoración.
Pero ese tipo... ¡oh, Señor!, era un delicioso pedazo de hombre, dueño de un atractivo varonil que ella nunca había visto antes. Tenía una tez cobriza y pómulos acentuados que sugerían que por sus venas corría sangre india. Una larga melena negra le llegaba a la espalda. La camiseta y los tejanos ajustados realzaban sus anchos hombros, brazos musculosos y largas piernas que hacían desmayarse a las mujeres.
En resumen, era un magnífico material de portada desde la cabeza hasta las negras botas de vaquero.
Tras pagar y alejarse de la caja, la mirada del hombre se clavó en la de ella. Sus ojos eran de un tono marrón, enmarcados por tupidas pestañas negras.
Al verse sorprendida en falta, Callie sintió que sus mejillas se sonrojaban. Aunque, al parecer, él estaba acostumbrado a esas reacciones femeninas. El hombre se llevó un dedo al ala del sombrero tejano echado hacia atrás, le guiñó un ojo, esbozó una sonrisa traviesa y salió de la cafetería.
Con un suspiro, Callie miró lo que quedaba de su cena, ya fría. Apartó el plato y fue a pagar a la caja.
Si se daba prisa, podría hacer unos buenos kilómetros antes de que cayera la noche.
Cade Kills Thunder no podía dejar de sonreír tras marcharse de la cafetería y cruzar la calle en dirección al camión. Estaba habituado a que las mujeres se quedaran arrobadas al verlo. Normalmente las ignoraba, pero esa chica tenía un «no sé qué». Era pelirroja, los largos cabellos recogidos en una coleta, la nariz y las mejillas sembradas de pecas. Era más bien baja y un poco gruesa. No, definitivamente no era su tipo. A él le gustaban las mujeres altas, esbeltas, rubias y de ojos azules. Mujeres deseosas de pasar en su compañía un día o una noche; mujeres para amar y dejar sin más. Desde luego que no podría jurarlo, pero casi apostaría a que Coleta Roja era del tipo «hasta que la muerte nos separe».
No, definitivamente no era para él. Él era del tipo «ámalas y déjalas». De haber sido marino, habría tenido una o tres mujeres en cada puerto. Sin embargo, el hecho de conducir un camión a través del país le proporcionaba las mismas oportunidades que el mar, aunque mucho mejores.
Con la sonrisa todavía en los labios subió a la parte trasera del vehículo para echar un sueñecito.
Callie abrió los ojos de par en par y movió los hombros esforzándose por mantenerse despierta. Necesitaba salir pronto de la carretera antes de quedarse dormida sobre el volante. Había planeado detenerse en el primer motel que encontrara en el camino, sólo que no había visto ni uno.
Con el ceño fruncido, echó un vistazo al arrugado mapa de carreteras de Montana abierto en el asiento del acompañante. Estaba claro que en algún momento se había desviado del camino; desgraciadamente la lectura de mapas nunca había sido su fuerte.
¡Maldición! No se encontraría en esa situación si no tuviese tanto miedo a volar. Su mejor amiga no dejaba de repetirle que cuando le llegara la hora de partir, partiría sin más; pero estaba decidida a no encontrarse dentro de un avión cuando llegara su hora final.
Se pasó la mano por la cara. Estaba tan cansada. Si sólo pudiera cerrar los ojos un momento. Echó una mirada a través de la ventanilla. Todo era soledad a su alrededor. No había farolas, ni moteles con letreros luminosos, sólo kilómetros de campos iluminados por la luna y una interminable carretera como una cinta negra ante sus ojos.
Tal vez podría detenerse unos minutos y dormir un poco. Pero de inmediato rechazó el pensamiento. Como escritora, su imaginación tan vívida era una ventaja, pero en ese momento se convertía en un estorbo. Con demasiada facilidad podía imaginar que un maniático la atacaba mientras dormía, que podía ser abducida por alienígenas de una nave espacial o secuestrada por un fanático admirador, a lo Stephen King.
Con un bostezo, volvió a encender la radio y el aire acondicionado con la esperanza de que el ruido y el aire fresco la mantuvieran despierta hasta encontrar un motel acogedor.
Mientras conducía, Cade pensaba que en una hora o dos estaría en casa. No le gustaba admitirlo, pero necesitaba esas vacaciones. Había recorrido muchos kilómetros y muchas carreteras. Deseaba charlar con sus amigos Norton, Housley y Dockstader; también beber y bailar un poco. Y si tenía suerte, tontear otro poco con esa camarera nueva, Molly «no sé qué» en el Broken Spur Saloon.
No podía olvidar que el rancho necesitaba algunos cuidados también. Tendría que reparar el agujero del techo de la cuadra antes del invierno. La casa necesitaba una mano de pintura. El portón del corral necesitaba goznes nuevos. Y ya había pasado mucho tiempo desde la última vez que había revisado los abrevaderos.
Apesadumbrado, movió la cabeza de un lado a otro. Al llegar a casa, su bisabuelo lo regañaría por haber estado fuera tanto tiempo.
Cade recordó al anciano con una sonrisa. Jacob Red Crow era un indio de ochenta y dos años que todavía creía en las Antiguas Tradiciones. Durante el verano dormía en su antigua tienda que levantaba en el patio de la casa. También lo habría hecho en invierno si él no hubiera insistido en que durmiera dentro de la casa. A veces Cade se preguntaba por qué se preocupaba tanto por el anciano. Jacob era más saludable que mucho hombres diez años más jóvenes, aunque tenía la vista más cansada y el oído no le funcionaba como antes. Pero su mente y su lengua todavía eran muy agudas. Aunque Jacob Red Crow fuera muy mandón y tan testarudo como una mula, era una de las pocas personas que Cade admiraba y respetaba sinceramente.
De pronto, parpadeó, se frotó los ojos y volvió a parpadear, ¿Eran imaginaciones suyas? No, sin lugar a dudas lo que había ante sus ojos era un coche con la parte delantera metida en una zanja. Era un Thunderbird de 1955 azul turquesa con techo blanco. «Un conductor muy afortunado. Unos pocos metros más y se habría estrellado contra un árbol», pensó Cade al tiempo que dejaba escapar un suave silbido.
Luego estacionó su vehículo delante del Thunderbird.
Tras buscar una linterna, se acercó al coche. El haz de luz iluminó a una mujer desplomada sobre el volante. Intentó abrir la puerta, pero el seguro estaba puesto. Con la linterna golpeó varias veces en el cristal de la ventanilla. De pronto, la mujer se movió y él volvió a llamar.
Sobresaltada, ella alzó la cabeza y lo miró con los ojos agrandados de miedo.
–¿Te encuentras bien? –preguntó. Ella lo miró parpadeando–. Oye, Pelirroja, ¿estás bien? Abre la puerta –pidió. No se necesitaba ser un genio para saber lo que pensaba. Él era un extraño y a esas horas de la noche ella estaba en una carretera desierta, sola en un coche–. Necesitas ayuda. Estás sangrando –dijo al tiempo que se tocaba la frente. Ella imitó el gesto y frunció el ceño al ver sus dedos manchados de sangre–. Abre, Pelirroja –insistió mientras volvía a golpear la ventanilla con la linterna –. Si quisiera hacerte daño, no me costaría nada romper este cristal.
Ella lo pensó un momento y luego quitó el seguro.
–Está bien.
Tras abrir la puerta, Cade introdujo la mitad del cuerpo dentro del vehículo y le iluminó la cara.
–¿Qué sucedió?
–Supongo que me quedé dormida y desperté justo a tiempo para evitar estrellarme contra ese árbol.
–Y terminaste en una zanja.
El chasis del coche estaba en muy mal estado. Cade le tendió un pañuelo.
–Gracias –dijo ella al tiempo que se enjugaba la frente–. Necesito llamar al Automóvil Club.
–Por aquí no hay teléfono, cariño.
–Tengo un móvil –dijo mientras buscaba el bolso y revolvía en su interior–. ¡Maldición! Me he quedado sin batería.
–No te preocupes. Vamos, te llevaré a mi casa. Puedes llamar desde allí y enviaré a Sam a recoger tu coche.
–¿Tu casa? –preguntó, antes de negar con la cabeza–. No, yo no creo... –lo miró con el ceño fruncido y de pronto los ojos se le agrandaron por la sorpresa–. ¡Eres tú! Estabas en la cafetería.
–Es cierto. Vamos, no puedes quedarte aquí.
–No eres un asesino en serie, ¿verdad?
–¿Te lo diría si lo fuera? –rió él–. Supongo que tendrás un nombre.
–Callie. Callie Walker.
–Yo soy Cade Kills Thunder. Puedo mostrarte mi carné de conducir, tarjetas de crédito, cualquier cosa para que te tranquilices.
–Creo que no tengo más alternativa que confiar en ti.
–De acuerdo. Vamos –dijo mientras la ayudaba a salir del coche–. ¿Necesitas algo?
–Mis cosas están en el maletero.
Cade volvió a introducirse en el coche para retirar la llave de contacto y luego abrió el maletero.
–¿Necesitas todo esto?
–Sí, por favor.
Murmurando por lo bajo, Cade sacó una maleta grande, una más pequeña, un traje cubierto con una bolsa protectora y un ordenador portátil. Llevó todo el equipaje a su vehículo y lo colocó en el compartimiento para dormir.
La encontró frente al coche con una mirada afligida.
–No puedo dejarlo aquí –murmuró cuando Cade se acercó a ella.
–Confía en mí, cariño, no le pasará nada –dijo antes de apagar las luces, subir las ventanillas y cerrar la puerta con llave–. Los únicos que transitan por aquí son vecinos de los alrededores.
Callie dejó escapar un breve chillido cuando él la tomó en brazos y la llevó hasta un gran camión blanco, con un águila blanca, azul y roja pintada en la puerta.
Tras acomodarla, Cade cerró la puerta y luego se instaló tras el volante.
–Ponte el cinturón.
–Nunca he estado en un camión. ¿Es tuyo? –preguntó, ligeramente inquieta.
–En primer lugar, no es un camión cualquiera, es una máquina de transporte pesado. Y sí, es mío, así que acomódate y disfruta el viaje.
–¿A qué distancia queda tu casa?
–A un poco más de sesenta kilómetros.
–¡Sesenta kilómetros! ¿No hay un motel o algo parecido más cerca?
–Me temo que no. ¿Cómo llegaste a este lugar?
–No lo sé. Supongo que me salté un desvío.
–¿Adónde vas?
–A Virginia City.
–Sí, te saltaste dos desvíos. Virginia está a noventa kilómetros, pero en sentido contrario.
Ella se sonrojó.
–Nunca he sabido leer un mapa. ¿Dónde me encuentro ahora?
–El próximo pueblo se llama Dillon. ¿Estás de vacaciones?
–No, exactamente. Estoy buscando material para un libro.
–¿Eres escritora? –preguntó al tiempo que le echaba una mirada.
–Sí.
–¿Y qué escribes?
–Libros.
Él alzó una ceja, divertido.
–¿Cierto? Nunca he conocido a un auténtico escritor. ¿Qué clase de libros escribes?
–Novelas románticas.
Él la miró un instante y luego sonrió.
–¿De ésas muy sensuales?
–No escribo ésa clase de literatura –replicó, indignada.
Cade dejó escapar una risita. Por cierto que nunca había leído una novela romántica, pero su hermana Gail las devoraba. La próxima vez que llamara le preguntaría si había leído alguna novela de la Pelirroja.
–¿Cuántos libros has escrito?
–Nueve.
–¿Bromeas? ¿Y ganas un buen dinero?
–No está mal. ¿Desde cuándo conduces camiones, bueno... camiones de transporte pesado?
–Desde hace unos doce años.
–¿Y ganas un buen dinero?
«Muy lista», pensó, con una sonrisa.
–No está mal. Depende de lo que transporte. A veces es ganado, otras veces productos agrícolas, repuestos de vehículos, en fin.
–Doce años. Supongo que te gusta conducir. Lo digo por la libertad que proporciona la carretera y todo eso.
Él no lo negó. Le gustaba su máquina, el zumbido del motor, y más que nada, su independencia. Era su propio jefe. Callie miró el interior. La cabina se parecía mucho a la de un coche aunque el salpicadero y los asientos de piel eran más grandes. Tenía radio y lector de discos compactos. En ese momento, se oía una flauta que interpretaba una suave música nativa americana.
Callie frunció el ceño al notar una pesada cortina gris detrás de los asientos.
–¿Qué hay allí?
–Un compartimiento para dormir, con televisor y un pequeño refrigerador.
–¿Duermes aquí muy a menudo?
–Sí.
–Me parece una vida bastante solitaria.
–Eso es lo que me gusta. ¿Cómo va tu cabeza?
–Como si estuviera hinchada.
–Deberías ver a un médico.
–No me gustan los médicos.
–Allá tú.
Ella guardó silencio y Cade volvió su atención al volante porque el vehículo se internaba por un camino estrecho, sinuoso, flanqueado de altos árboles por donde solían transitar los ciervos.
Cuando llegó a un tramo recto se permitió echar un vistazo a su acompañante. No le sorprendió descubrir que se había quedado dormida con la cabeza apoyada en un brazo.
Cade movió la cabeza de un lado a otro con preocupación. Esa chica iba a ser un problema. Un gran problema.
Cade estacionó junto a la cuadra y luego dedicó un minuto a estudiar a la durmiente. Tenía una magulladura en la sien izquierda y un poco de sangre seca en el pelo. Con repentina urgencia deseó tocarle la mejilla para comprobar si era tan suave como parecía, y luego pasar la mano por sus cabellos para ver si le quemaban los dedos.
Una escritora de novelas románticas. Cade movió la cabeza de un lado a otro. Había conocido mujeres de todo tipo y condiciones, pero nunca una escritora. Supuso que todo el mundo le preguntaría cómo se documentaba para describir las escenas de amor de sus obras. Mientras la contemplaba, no pudo evitar hacerse la misma pregunta.
Murmurando un juramento, bajó del vehículo y abrió la puerta del acompañante.
–Oye, hemos llegado –dijo mientras le tocaba el hombro con suavidad.
Ella abrió los ojos y le dirigió una mirada ausente.
–¿Llegado?
–Sí, a mi casa. Vamos –dijo al tiempo que le rodeaba la cintura y la bajaba de la cabina.
Iba a dejarla de pie en el suelo cuando descubrió que prefería continuar con ella en brazos.
–Puedo caminar –murmuró Callie, aunque parecía muy a gusto.
La puerta delantera estaba sin llave. Cade subió la escalera hasta la habitación que había sido de su hermana.
–Creo que aquí estarás cómoda –dijo mientras la sentaba en la cama y luego encendía la luz–. El cuarto de baño está al final del corredor. Quiero que te sientas como en tu casa. Voy a buscar tu equipaje.
–Gracias.
Cuando se encontró sola, Callie miró a su alrededor. Las paredes estaban empapeladas con franjas de suaves colores verde y rosa. Blancas cortinas cubrían dos grandes ventanas. Había varias fotografías enmarcadas sobre el tocador. Reconoció a Cade en una de ellas. Estaba de pie junto a una atractiva joven con trenzas negras y sonrisa radiante.
–Aquí están tus cosas –dijo Cade cuando volvió.
–Gracias.
–¿Quieres algo?
–¿Tienes aspirinas?
Él asintió y al cabo de unos instantes llegó con un tubo de aspirinas y un vaso de agua.
–¿Algo más?
–¿Te importaría si utilizo el teléfono para llamar al Automóvil Club?
–No hace falta. Lo primero que haré por la mañana es enviar a Sam a buscarlo.
–¿Quién es Sam?
–Es un hombre que suele ayudar en el rancho. Él va a remolcar el coche hasta el pueblo. Por si me necesitas, mi habitación es la última de la derecha, al final del pasillo.
Ella asintió con la cabeza antes de volver a darle las gracias.
Era un hombre grande, ancho de hombros y estrecho de caderas que se comportaba con una desalentadora seguridad en sí mismo. No estaba acostumbrada a los hombres grandes. Realmente no estaba acostumbrada a ningún hombre. Escribir era una profesión solitaria. Las pocas amistades que tenía eran escritoras como ella.
–Buenas noches, Pelirroja.
–Buenas noches.
Cade cerró la puerta silbando suavemente. Luego bajó a la cocina en busca de algo para comer. Tras una revisión, pensó que le sorprendía que el viejo no se muriera de hambre. Se preparó un bocadillo de mantequilla de cacahuetes, bebió una gaseosa y salió al porche.
Allí se dejó caer en la mecedora, puso los pies en la baranda y espiró profundamente. Era bueno estar en casa.
–Kola, ¿qué haces, amigo? –saludó a un viejo podenco mientras le rascaba detrás de las orejas–. ¿Cazando conejos?
Con un suave gemido, el animal se echó a los pies de Cade.
El joven dejó escapar un suspiro. De alguna manera, el hecho de saber que había una mujer en casa le hacía sentirse diferente. Nunca antes había llevado a una mujer a su hogar.
Una escritora de novelas románticas. Siempre las había imaginado como mujeres de mediana edad que escribían historias de amor porque no lo tenían en casa. Aunque esa mujer... No era hermosa y no era su tipo, pero tenía un «no sé qué».
«No sigamos por ahí», pensó. Podía estar casada y tener un par de niños. De inmediato rechazó la ocurrencia. Si lo estuviera habría llamado a su casa.
Bueno, casada o no, no era su problema. Le pediría a Sam que remolcara el coche hasta Dillon. Más tarde llevaría a la mujer al pueblo y se despediría de ella. Y ése sería el fin de la historia.
Callie despertó lentamente. Mientras se desperezaba miró a su alrededor. ¿Dónde estaba? Al retirar un mechón de la cara, los dedos tocaron un chichón en la sien.
Con una mueca de dolor, recordó lo sucedido. Se había quedado dormida al volante y cuando despertó había un hombre. ¡Oh, sí, él! El mismo con el que había estado fantaseando antes de quedarse dormida.
Y ésa era su casa.
De puntillas, Callie se encaminó a la puerta y aplicó el oído. ¿Cade se habría levantado? ¿Se atrevería a darse una ducha?
Al no oír ruido alguno, se puso una bata, sacó ropa limpia de la maleta y salió al corredor. La puerta del baño estaba medio abierta y se introdujo rápidamente.
Cade alzó la vista del fogón al ver entrar a su bisabuelo por la puerta trasera.
–Buenos días, Tunkashila.
–Hau. ¿Eso que huelo es tocino?
–Sí. Fui a la tienda muy temprano. O iba o nos moríamos de hambre.
Jacob Red Crow se encogió de hombros y al oír el ruido de la ducha miró al techo. Con el ceño fruncido, lanzó a su bisnieto una mirada interrogativa.
–Tenemos compañía. Una mujer –explicó Cade mientras freía unas lonchas de tocino.
–Una mujer –sonrió el anciano–. Ya era hora.
–No es eso, Tunkashila. Tuvo un accidente. Anoche la encontré en una zanja a un lado del camino. Sam llevó su coche al pueblo esta mañana –explicó al tiempo que revolvía unos huevos y luego los volcaba en la sartén.
–¿Entonces es ella la elegida?
Un escalofrío recorrió la espalda de Cade.
–¿De qué estás hablando?
–¿Es pelirroja y tiene ojos grises?
–¿La has visto?
El anciano asintió con la cabeza.
–Anoche, en mis sueños. Necesitas una esposa. No es bueno que un guerrero viva en soledad.
Cade no tenía intenciones de formar una familia en un futuro cercano, y cuando lo hiciera sería con una rubia alta de ojos azules y no con una pelirroja bajita con pecas en la nariz.
–Pensé que no aprobabas que nuestra gente se casara con forasteros.
Jacob se encogió de hombros.
–Esta wasicun winyan es diferente.
–¿Cierto?
–Han –respondió el hombre mientras abría un bote de comida para perros y salía a llamar a Kola.