Vidas distintas - Madeline Baker - E-Book

Vidas distintas E-Book

Madeline Baker

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Beschreibung

¿Podría una sofisticada chica de ciudad convertirse en una novia de Texas? Carly Kirkwood había acudido a Texas en busca de tranquilidad, pero en cuanto conoció a su profesor de equitación, empezó a no poder dormir por las noches. Zane Roan Eagle no se parecía a ningún hombre que ella hubiera conocido, y provocaba en ella sensaciones que tampoco conocía. No tardaron mucho en pasarse los días lanzándose miradas de pasión, y las noches dando rienda suelta a esa pasión. Y, aunque Carly siempre estuvo convencida de que Los Ángeles era su ciudad, el mero hecho de pensar en separarse de Zane hacía que se le desgarrara el corazón.

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Seitenzahl: 139

Veröffentlichungsjahr: 2016

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Madeline Baker.

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Vidas distintas, n.º 1844 - mayo 2016

Título original: West Texas Bride

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2004

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8222-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

En qué diablos me he metido?

Carly Kirkwood no podía dejar de preguntárselo mientras salía corriendo de los hediondos cuartos de baño del Twisted River Fairgrounds y se dirigía hacia las gradas. Olía a polvo, a perritos calientes, a algodón de azúcar, a palomitas, a cerveza y a sudor, vacas y caballos.

Allí donde miraba veía hombres, mujeres, niños e incluso bebés vestidos con vaqueros, camisas de cuadros y botas. ¿Y qué esperaba? ¿Trajes de Armani y zapatos de Gucci? Estaba en mitad de Texas.

«Vente a pasar las vacaciones a nuestro rancho», le había dicho Brenda Clark, su mejor amiga. «Te va a encantar Texas».

Carly llevaba mucho tiempo trabajando sin parar y necesitaba descansar. Su trabajo como diseñadora de páginas web era agotador y tenía derecho a tomarse unas vacaciones.

Al principio, había pensado en ir a Yosemite o a Sequoia, pero había cambiado de opinión porque le apetecía mucho ver a Brenda. Tres semanas al aire libre le habían sonado a gloria comparado con tanto código html.

El Circle C Ranch estaba bien, era cierto. La parte principal de la casa era de principios del siglo XIX. Había sufrido modificaciones con el paso del tiempo, pero los Clark habían conseguido que siguiera teniendo aquel aire del lejano Oeste. La familia de Brenda tenía caballos y unos cuantos miles de cabezas de ganado.

Sin embargo, a Carly no le gustaba la vida en el rancho. Su idea de vacaciones eran un hotel de cuatro estrellas con servicio de habitaciones, piscina climatizada y un centro comercial al que se pudiera ir andando.

Aunque la casa era cómoda y el entorno precioso, hacía mucho calor húmedo y había caballos, vacas y gallinas por todas partes. Los animales no eran lo peor sino los excrementos que iban dejando a su paso.

Un gallo que parecía tener bronquitis crónica la despertaba todas las mañanas demasiado temprano. Para colmo, Brenda y su marido Jerry se regían por las horas del sol y Carly no estaba acostumbrada a irse a la cama tan pronto.

Había intentado seguir su ritmo los dos primeros días, pero lo único que había conseguido había sido quedarse mirando al techo oyendo el tic tac del reloj.

El fin de semana anterior habían ido a Twisted River a comer y al cine. Era una población pequeña que a Carly le recordó a los decorados de una película del Oeste. Había visto a un par de chicas indias paseando e incluso a un caballo atado a la puerta de un tienda.

Después del cine, la llevaron a tomar un helado y estuvieron una hora charlando para que su amiga se pusiera al día de todo lo que había pasado en la ciudad desde que se fue hacía tres años.

Brenda era entonces tan urbanita como Carly y no se habría ido de Los Ángeles por nada del mundo, pero su suegro se murió de repente y Jerry insistió en que tenía que volver a ayudar a su madre con el rancho.

Cuando Brenda se fue, Carly lo pasó muy mal ya que habían estado juntas desde el jardín de infancia. La gente solía creer que eran hermanas porque estaban todo el día juntas.

Se habían comprado el primer sujetador juntas, habían descubierto a los chicos juntas y se habían consolado cuando habían tenido algún disgusto amoroso.

Carly suspiró exasperada al estar a punto de pisar unos excrementos de caballo todavía humeantes. ¿Por qué aquella gente no recogía el excremento de su animal como hacía la gente en Los Ángeles con sus perros?

Estaba llegando a las gradas cuando se dio contra lo que parecía una pared de cemento armado. Miró hacia arriba y se encontró con unos grandes ojos negros que la miraban con el ceño fruncido.

–Eh, a ver si mira por dónde vas –le dijo una voz igual de oscura que le hizo sentir un escalofrío por la espalda.

–Iba mirando –murmuró.

«Si no hubiera ido mirando para no pisar lo que no tengo que pisar, no me habría chocado», pensó.

Carly dio un paso atrás intimidada por su altura. Aquel hombre tenía la piel del color del cobre viejo y tenía una pequeña cicatriz blanca sobre la ceja izquierda. Llevaba unos vaqueros negros desgastados, una camisa azul y un sombrero de vaquero con un pañuelo de piel de serpiente.

–¿Ah, sí? –se burló–. ¿Qué iba mirando?

–El suelo –contestó Carly.

Se sonrojó cuando sus ojos se encontraron. Desde luego, si hubiera estado buscando un hombre, aquel habría estado el primero en la lista. ¡No! Después de Richard, lo último que necesitaba era otro hombre en su vida.

–¿Se le ha perdido algo?

–No, era porque no quería pisar otro… excremento de caballo.

–Buena suerte –sonrió alejándose.

Carly lo miró marcharse. Llevaba los pantalones apretados como una segunda piel. No era su intención quedarse mirándolo fijamente, pero la vista no estaba nada mal. Cuando lo perdió de vista, fue a reunirse con Brenda.

–¿Por qué has tardado tanto? –le preguntó su amiga limpiándose la mostaza de la boca–. ¿Te has perdido?

–No, me he chocado con una pared.

–¿Cómo?

–No, nada.

–Toma, te he pedido un perrito caliente y una Coca-Cola –dijo su amiga sin comprender.

–Gracias.

–Llegas justo a tiempo. Ahora toca el rodeo de potros salvajes. Van a competir varios de nuestros empleados.

Carly asintió y probó el perrito caliente. Aquella mañana habían visto dos pruebas. En la primera, la carrera de barriles, ganaba el concursante que rodeaba los barriles dispuestos en triángulo en el menor tiempo y sin tirar ninguno.

En la segunda, que consistía en tirar de una cuerda por equipos, ganaba el equipo que conseguía hacer que el contrario sobrepasara una línea marcada en el suelo.

A primera hora de la tarde, habían visto otras dos. En la primera, un jinete debía conseguir lanzarse sobre un novillo y reducirlo. En la otra prueba, un jinete lanzaba el lazo desde el caballo, atrapaba a un ternero, se bajaba de su montura y le ataba tres patas en un abrir y cerrar de ojos.

Carly miró a su alrededor mientras se comía el perrito caliente. Sólo había personas en vaqueros, faldas vaqueras y camisas vaqueras. Por supuesto, todo el mundo llevaba sombrero de vaquero. ¡Nunca había visto tantas formas, colores y tamaños!

Los vaqueros también eran de diferentes tamaños y estaban por todas partes. En grupos, en solitario, en pareja…

Mientras esperaban a que comenzara la siguiente prueba, Carly se rió con los payasos y Brenda le explicó que eran muy importantes en el rodeo pues debían distraer a los toros cuando un participante estaba en el suelo y corría peligro.

Tras ver la prueba en la que los vaqueros se subían a un toro, Carly decidió que aquellos hombres estaban locos.

Comparados con los toros, los caballos no le parecieron tan peligrosos, pero aun así ella jamás lo habría hecho. ¿De verdad compensaban unos cientos de dólares y un trofeo por sentarse ocho segundos en el lomo de un caballo salvaje?

–Ahora viene Windy –anunció Brenda–. Espero que no les haya tocado a ninguno de mis hombres. Es un horror.

Anunciaron por megafonía el nombre del primer concursante y la gente se puso en pie y aplaudió. El hombre no lo hizo mal, pero el caballo pronto se deshizo de él y lo tiró por los aires.

El segundo quedó descalificado por agarrarse a la silla.

–Está prohibido –le explicó Brenda.

Carly se encontró pronto atrapada en la emoción general, aplaudiendo y gritando como todos los demás.

–A continuación, nuestro Zane Roan Eagle –dijo el presentador con orgullo–. Ha elegido a Blue Dynamite, del Hazard Ranch. Nadie ha conseguido en los últimos tres años aguantar ocho segundos sobre esta mala bestia.

–Zane trabaja para nosotros –dijo Brenda–. Es uno de los mejores domadores de caballos del país. Tenemos mucha suerte de tenerlo en el rancho. Antes, se ganaba la vida así, pero ahora sólo compite de vez en cuando.

Carly asintió y miró al concursante con atención. ¿Era posible? Sí, era él. El guapo con el que se había chocado.

Iba a decírselo a su amiga, pero cambió de opinión. Brenda quería verla con otro hombre y ella no estaba preparada. Claro que eso no quería decir que no supiera apreciar a un hombre guapo cuando lo veía.

Se apresuró a hacerle varias fotografías. El caballo comenzó a dar coces en cuanto se abrió la puerta, pero Zane Roan Eagle aguantó con fuerza sobre la silla.

Aquel hombre se anticipaba a los movimientos del animal que montaba. Carly pensó que parecía un ballet furioso y rápido. Era bello dentro de su brutalidad. El sombrero del jinete salió despedido al suelo dejando al descubierto una recia melena negra.

Carly suspiró aliviada cuando oyó el timbre que anunciaba que la prueba había concluido. Zane Roan Eagle recogió el sombrero y saludó al público, que aplaudía encantado.

Carly también se levantó a aplaudir. Zane se giró en su dirección y la miró. Carly sintió un escalofrío por todo el cuerpo. Era imposible que la viera a aquella distancia, pero le pareció que la estaba mirando directamente a ella.

Le entraron ganas de saludarlo con la mano, pero no lo hizo. Sólo había intercambiado con él un par de palabras, así que era imposible que la estuviera mirando a ella.

Aun así, la idea la mantuvo sonriente el resto del día.

Capítulo 2

 

Para su sorpresa, la imagen de aquel vaquero la acompañó toda la noche en sueños y, para colmo, fue lo primero en lo que pensó cuando se despertó el domingo.

Nunca se había vuelto loca por un hombre guapo, pero Zane Roan Eagle era mucho más que guapo.

–Hola, Bella Durmiente –la saludó Brenda cuando llegó a la cocina–. Llegas justo a tiempo de almorzar.

Carly la miró extrañada.

–Pero si es domingo. Los domingos se descansa, ¿no?

–Aquí, no –contestó su amiga–. Nosotros ya hemos organizado la casa y hemos ido a misa.

–¿A misa?

Hacía años que Carly no iba a la iglesia.

–Sí, la madre de Jerry va todos los domingos y yo me he acostumbrado a acompañarla.

–¿Qué tal viviendo con tu suegra?

–No está mal. Edna es muy fácil de llevar y la casa es grande, así que no nos vemos todo el rato. Además, se va a Boston a ver a su hermana un par de veces al año. Ahora está allí.

Carly asintió y se tomó el café mientras miraba por la ventana. Sin poder evitarlo, se preguntó qué harían los domadores de caballos los domingos.

Sacudió la cabeza para apartarlo de sus pensamientos. Aunque trabajaba para Brenda, no tenía por qué volver a verlo y, además, tal vez fuera mejor así porque no creía que tuvieran nada en común.

–¿Te acuerdas de las clases de equitación que te prometí? –dijo Brenda–. Empiezas mañana por la mañana.

–Bren, ¿no crees que estoy un poco mayor?

–Claro que no. Quiero llevarte a ver el rancho, pero primero tienes que aprender a montar.

–¿Y por qué no vamos en coche?

–Porque a caballo se puede llegar a sitios mucho más bonitos. Podremos hacer comida, meterla en una cesta e ir al lago. Te va a encantar.

–Lo dudo.

Brenda la miró con cara de pocos amigos y Carly levantó las manos.

–Está bien, está bien, pero si me rompo una pierna no te vuelvo a hablar –bromeó.

 

 

Zane suspiró resignado y se levantó de la cama el lunes por la mañana. Le habían comunicado que la invitada de los Clark quería aprender a montar a caballo y le había tocado a él enseñarla.

Tras desayunar, fue a los establos y eligió a Sam. Lo sacó y se puso a cepillarlo. Estaba terminando cuando oyó una voz femenina a sus espaldas que le sonaba vagamente familiar.

–Hola.

Zane miró por encima del hombro y vio de quién se trataba.

–Hola –contestó sonriente.

Carly sintió que el corazón le daba un vuelco al ver que era el hombre con el que se había chocado en el rodeo. ¡Y pensar que había estado a punto de negarse a dar clases de equitación!

–¿Es usted la señorita Kirkwood?

–Sí, pero llámeme Carly, por favor.

–Zane Roan Eagle –contestó él tendiéndole la mano.

–Zane –dijo Carly–. No es un nombre muy común.

–A mi padre le gustaba mucho Zane Grey.

–¿Quién?

–Zane Grey, un escritor de principios del siglo XX. Escribió muchas novelas del Oeste.

–Ah, de indios y vaqueros.

–La señora Clark me ha dicho que querías aprender a montar –dijo Zane mirándola–. ¿Estás preparada?

–No, pero le prometí a Brenda que lo intentaría.

–Ten cuidado cuando andes por aquí –le aconsejó Zane–. Nunca sabe uno lo que va a pisar.

Carly se sonrojó al recordar su encuentro del día anterior.

–¿Te gustó el rodeo?

–Sí, mucho. Estuviste estupen… quiero decir, enhorabuena.

–Gracias.

Sus miradas se encontraron un momento y, aunque no se dijeron nada, Carly sintió que había habido una conexión especial entre ellos.

–¿Has montado antes alguna vez? –le preguntó Zane por fin.

Carly negó con la cabeza.

–Bien, entonces, vamos a empezar por el principio. Esto es un caballo.

–Muy gracioso.

Zane sonrió.

–Es un caballo castrado, la verdad. Se llama Sam y tiene trece años.

–Es muy grande, ¿no? –dijo Carly mirando al animal un poco asustada.

–Desde abajo parece más. Ven a conocerlo.

Carly se acercó a la cabeza de Sam y lo miró. Sam también la miró.

–Muy bien –dijo Zane–. Agárrate a la silla, pon el pie izquierdo en el estribo, toma impulso con el pie derecho y pasa la pierna derecha por encima de la silla.

Carly miró el estribo y se preguntó si llegaría con el pie hasta aquella altura. No era muy deportista, la verdad, así que no estaba en forma.

Tomó aire, se agarró a la silla y consiguió meter el pie en el estribo, pero no tenía fuerzas para tomar impulso.

Zane Roan Eagle le puso las manos en la cintura y la subió.

Cuando estuvo sentada en la silla, le ajustó los estribos y le pasó las riendas, que no eran dobles como siempre había visto ella en las películas.

–Creía que las riendas eran dobles –dijo en voz alta.

–Sí, algunas sí, pero yo prefiero estas para empezar porque, si se te caen, es fácil que las recuperes.

–Ah.

–Sam es el caballo más dócil del rancho. Lo suelen montar los sobrinos de la señora Clark, así que no deberías tener ningún problema con él. Tú sólo relájate y déjale a él hacer el trabajo. ¿Lista?

Carly asintió asustada.

–Muy bien, vamos allá.

Zane chasqueó la lengua y comenzó a andar en círculos. Sam lo siguió de cerca como un cachorro. Carly se agarró a la silla con una mano.

–Tranquila. Intenta relajarte. La espalda siempre recta y los codos pegados. Muy bien. los talones para abajo y agarra las riendas con las dos manos –le aconsejó llevando al caballo a un redil más grande.

Carly soltó la silla a regañadientes.

Zane Roan Eagle guió al caballo alrededor del redil. Dieron tres vueltas y cambiaron de dirección.

Carly intentó relajarse, pero el suelo estaba muy lejos y no se encontraba cómoda sobre la silla.

–Muy bien, ahora tú sola –dijo Zane al cabo de un rato–. Sam no lleva freno en la boca, pero no te preocupes porque está acostumbrado a los novatos, es muy bueno. Si quieres torcer a la izquierda, tiras de la rienda izquierda o le pegas la derecha al cuello y para torcer a la derecha, al revés. Para parar, tiras de las dos hacia atrás. ¿Entendido?

Carly tragó saliva y asintió.