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En los ojos de aquel hombre se podía ver la puesta del sol... El sexy Ethan Stormwalker había jurado no volver a dirigirle la palabra a su ex novia, Cindy Wagner, pero cuando esta apareció en su rancho ataviada con un vestido de novia... y sin novio a la vista, todas las promesas quedaron olvidadas. Como también parecía olvidada la muchacha que le había roto el corazón: la que ahora tenía enfrente era una mujer irresistible. Cindy Wagner no había conseguido olvidar a Ethan y, con solo mirarlo a los ojos, desaparecieron todos aquellos años de doloroso silencio. Pero el amor de Ethan tenía un precio: tendría que abandonar la vida que su familia deseaba para ella...
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Seitenzahl: 142
Veröffentlichungsjahr: 2014
Editado por Harlequin Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Madeline Baker
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
Siempre fuiste tú, n.º 1793 - septiembre 2014
Título original: Dude Ranch Bride
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español en 2003
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-4709-5
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Portadilla
Créditos
Sumário
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Epílogo
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Cindy Wagner apretó el brazo de su padre mientras avanzaban hacia el altar. No podía hacerlo. ¿Cómo había llegado hasta allí?
—Tranquila —susurró su padre acariciándole la mano.
¿Cómo iba a estar tranquila? Miró lo que había ante ella, los lazos de raso blancos, las flores, las damas de honor... que parecían mucho más felices que ella. También estaban sus dos hermanos, Lance y Joe. Estaban junto a Paul, que iba acompañado de sus dos hermanos y de su primo.
¿Por qué había dejado que su padre la convenciera para casarse?
Con el rabillo del ojo vio a su madre, sentada en primera fila. Parecía orgullosa y triste a la vez.
Su padre hizo una mueca de dolor al sentir sus uñas en la carne.
Unos cuantos pasos más y estarían en el altar. Olía a rosas.
Su padre se inclinó y le dio un beso en la mejilla. Acto seguido, dio la mano de su hija a Paul. Una mano fría y temblorosa.
Cindy lo miró sintiéndose abandonada, pero su padre se limitó a sonreír y a dar un paso atrás. Cindy suspiró y se resignó.
—El matrimonio es un lazo sagrado... —comenzó el sacerdote.
Miró a Paul de reojo. Era alto, rubio y guapo, de ojos marrones y nariz recta, pero, ¿quería pasar el resto de su vida con él? Intentó convencerse de que eran los nervios normales en una novia, pero sabía que había algo mucho más profundo. Paul quería dedicarse a la política y estar siempre en el ojo del huracán. Cindy no quería aquella vida. Ella quería casarse y tener tres o cuatro hijos con un hombre para el que su familia fuera lo primero.
Paul la había hecho olvidar aquello durante un tiempo. La había cortejado a la antigua usanza, la había sacado a cenar a los mejores restaurantes y le había hecho multitud de regalos. Paul VanDerHyde la había convencido de que estaba enamorada de él.
¿Por qué no había escuchado a su madre?
—No te hará feliz jamás, cariño —le había dicho Claire hacía veinte minutos—. Todavía estás a tiempo.
—¿Estás loca? —le había contestado ella poniéndose el velo.
¿A tiempo? Pero si había montones de regalo en ambas casas, una limusina esperándolos para llevarlos al aeropuerto, una suite reservada en el Plaza de Nueva York...
Ella no había querido pasar su luna de miel en Nueva York, pero Paul la había convencido de que iba a ser fantástico y de que sus negocios en la ciudad solo le llevarían un par de días. A Hawai podrían ir en otra ocasión.
La voz del sacerdote la sacó de sus pensamientos.
—Cynthia Elizabeth Wagner, ¿quieres a Paul Raymond VanDerHyde...
Cindy sintió la boca seca y las manos sudorosas y recordó las palabras de su madre. «¿Lo quieres tanto que no podrías vivir sin él?»
Sabía que la respuesta era no.
Miró a Paul y durante un segundo vio otra cara. Un rostro fuerte y masculino, de cabello negro y largo. Por eso no podía casarse con Paul. Ni en aquellos momentos ni nunca. Solo había un hombre en el mundo sin el que no podía vivir y no era Paul VanDerHyde.
Sintió pánico y le agarró la mano.
—No puedo —musitó—. Lo siento.
Estuvo a punto de tropezarse con la cola del vestido al girarse para correr por el pasillo todo lo rápido que le permitieron los zapatos de tacón.
¿Cómo había permitido que el dinero de Paul la confundiera? ¿Cómo había accedido a una boda que hacía más feliz a su padre que a ella?
Corrió y corrió con lágrimas en los ojos y no paró hasta llegar a la limusina. Allí, el conductor le abrió la puerta.
—¡Vámonos! —gritó Cindy—. Rápido.
El conductor asintió como si estuviera muy acostumbrado a episodios similares.
—¿Dónde la llevo?
—No lo sé —contestó Cindy arrellanándose en el asiento—. Vámonos.
—Sí, señora —dijo el hombre poniendo el coche en marcha.
Cindy se puso a mirar por la ventanilla. No sabía qué hacer. ¿Dónde se suponía que iba una tras haber huido de su boda? ¿Dónde podía esconderse y que nadie la localizara? Tenía que encontrar un lugar donde nadie la conociera, donde no tuviera que dar explicaciones.
Llevaban varias horas en la limusina cuando lo vio.
Rancho para turistas Elk Valley a 20 kilómetros.
Caza, pesca, paseos a caballo.
Se alquilan cabañas con y sin cocina.
Buenos precios.
Sintió que el corazón le daba un vuelco. Cerró los ojos y se preguntó si era una buena idea. Nadie la buscaría allí, pero corría el riesgo de que él estuviera allí. Llevaba cinco años sin verlo. Lo cierto es que quería que estuviera. Tal vez, verlo le fuera bien. Quizás, viéndolo de nuevo, lograría quitárselo para siempre de la cabeza.
Ethan Stormwalker maldijo al ver pararse una limusina delante de la oficina de admisiones del rancho. Debía de ser que Dorothea estaba esperando a unos tipos verdaderamente ricos aquella vez.
El conductor se bajó, se estiró la chaqueta y abrió la puerta trasera. Ethan estuvo a punto de caerse de espadas al ver que se bajaba una novia. Se quedó mirándola fijamente. Tenía el pelo tan negro como el suyo y lo llevaba recogido en un gran moño. Era de tez clara y cintura de avispa, pero tenía unas curvas maravillosas. Desde donde estaba, no le veía los ojos, pero sabía que eran del mismo azul que el cielo de Montana que tenía encima.
Silbó. Llevaba cinco años sin verla, pero no la había olvidado ni un solo día. Siempre había sido toda una belleza. Sintió envidia del afortunado que se había casado con ella.
Miró con curiosidad, esperando a verlo salir del coche.
Cindy le dijo algo al conductor y se agarró la falda del vestido para no mancharlo. Iba hacia la recepción junto a la que él se encontraba.
Ethan se apresuró a girarse para fingir que estaba leyendo los anuncios que colgaban del corcho. ¿Qué demonios estaba haciendo allí? ¿Qué podía hacer para evitarla? Volvió a mirar en dirección a la limusina. ¿Dónde estaba el novio? No lo veía porque el vehículo llevaba las ventanas ahumadas.
La campanilla situada sobre la puerta sonó levemente cuando Cindy la abrió con cautela. Ethan se dijo que debería salir corriendo de allí, pero no se podía mover.
La vio salir de la oficina, ir hacia la limusina y hablar con el conductor. El hombre sacó una pequeña bolsa de viaje del maletero y se la entregó, se subió en el vehículo y desapareció.
Cindy se quedó mirando cómo se alejaba la limusina, volvió a cruzar el jardín y entró de nuevo en la recepción.
¿Y el novio? Ethan, presa de la curiosidad, sintió deseos de ir tras ella, pero acababa de llegar de llevar a once niños a montar a caballo y quería una ducha caliente y una cerveza fría. Por ese orden.
Además, se había jurado no volver a hablar con Cindy Wagner jamás. Sacudió la cabeza y se dirigió al redil.
Cindy dejó la bolsa de viaje y el bolso sobre la cama de la cabaña, junto a la bolsa de ropa nueva que se acababa de comprar en la tienda de regalos del rancho.
Suspiró y se sentó en la cama.
Miró a su alrededor. La cabaña era de madera por fuera, pero moderna por dentro. Miró la bolsa de viaje y recordó las dos maletas con todas sus cosas que ya estaban en Nueva York. No debía preocuparse, seguro que su madre se encargaría de recuperarlas.
¿Qué le iba a decir a sus padres? ¿Y a Paul? ¿Tendría algún día el valor de enfrentarse a sus familiares y amigos? Sus hermanos iban a acordarse de aquello toda la vida, sobre todo, Lance.
¿Cómo se había metido en aquel lío?
Sacudió la cabeza y se quitó los zapatos de raso blanco. A juzgar por la cara de sorpresa de la mujer de recepción que le había dicho que había tenido suerte porque se había producido una cancelación de última hora, era la primera vez que llegaba una novia sola.
Se quitó el vestido y lo dejó en el respaldo de una silla. No fue tarea fácil ya que llevaba una hilera por toda la espalda de diminutos botones de seda. Era un vestido bonito, la verdad, el vestido con el que a toda novia le gustaría casarse.
Se quitó el anillo de compromiso con lágrimas en los ojos y lo guardó en la bolsa de viaje. ¿Cómo había permitido que la situación se le fuera de las manos? ¿Cómo había permitido que Paul tomara todas las decisiones? Había decidido la fecha de la boda, la iglesia, el lugar del banquete, el destino de la luna de miel. Lo peor era que la había convencido de que quería una boda por todo lo alto y una luna de miel en Nueva York cuando ella, en realidad, quería una boda sencilla y una luna de miel en Hawai.
Se quitó las medias y las horquillas del pelo. Sacudió la cabeza y la melena le cayó sobre los hombros. Aquello también había sido idea de Paul. Ella había querido llevarlo suelto, pero él había insistido en que se lo recogiera.
¡Qué enfado le producía que la hubiera manipulado así! ¿Cómo se lo había permitido? No era una mujer tonta. De hecho, era licenciada en Historia Estadounidense del siglo y tenía carácter. Entonces, ¿cómo había dejado que Paul VanDerHyde se saliera con la suya en todo? Se prometió que jamás le sucedería algo parecido. ¡Jamás!
¡Estaba harta de hombres machistas! ¡Tal vez, estuviera harta de los hombres en general! Pensó en su tía Stell, que era soltera y vivía muy feliz con sus ocho gatos, tres perros y un loro que recitaba de memoria las películas de Sylvester Stallone...
Cindy se rio y se puso los vaqueros que se acababa de comprar. Estaba decidida a no volver a mirar a un hombre a menos que tuviera la sensual voz de Russell Crowe, los ojos de Antonio Banderas, la sonrisa de Mel Gibson, el cuerpo de un dios griego y el pelo negro y largo de...
Sacudió la cabeza e intentó olvidarse de él. ¡Pero si incluso el hombre que había visto fuera al bajarse de la limusina se lo había recordado! Tampoco era tan raro ya que el rancho era de un familiar suyo. Tal vez, no tendría que haber ido.
—¡Supéralo! —se dijo en voz alta—. Seguro que él ya lo ha hecho.
Se puso una camiseta azul con el emblema del rancho. La mujer de la recepción le había dicho que su sobrino iba todos los lunes a la ciudad y que podría acompañarlo si quería comprarse algo que no fueran vaqueros y camisetas de recuerdo del rancho.
El único calzado que había en la tienda eran unas sandalias de plástico con unas enormes rosas rojas encima. Se las puso y salió de la cabaña para dar una vuelta y ver los alrededores.
Tarde o temprano, iba a tener que llamar a casa para decirles a sus padres que estaba bien, pero todavía no. De momento, solo quería estar a solas con su miseria.
Había gente por todas partes y Cindy no se sentía con ganas de hablar con nadie, así que decidió seguir un pequeño sendero que vio detrás de la cabaña y que se alejaba del rancho.
El paisaje era maravilloso y pronto se encontró paseando entre olmos cuyas hojas plateadas se movían por la brisa veraniega.
Al girar en una curva, vio otra cabaña. En el porche había un perro tumbado. Más bien, parecía un lobo. El animal levantó la cabeza al oírla y se la quedó mirando con sus grandes ojos y sus todavía mayores colmillos.
«Para comerte mejor», pensó Cindy.
También había un caballo. Era precioso y se acercó a él. El animal levantó las orejas al verla.
—¡Eh, no te acerques ahí! —gritó una voz a sus espaldas.
Cindy se giró y se quedó lívida al ver a un hombre que avanzaba hacia ella vestido solo con unos vaqueros. Era alto, delgado, de espalda ancha, pelo negro y largo, pómulos marcados, mandíbula cuadrada, nariz aguileña y piel bronceada, tal y como lo recordaba.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó sorprendida.
En realidad, no tendría que haberse sorprendido tanto. Sabía que el rancho era de un familiar y, ¿acaso no había ido con la secreta esperanza de verlo?
Se quedó mirándola con aquellos ojos grises.
—¿Qué demonios haces tú aquí? —le contestó secamente.
—Yo he preguntado primero.
—Trabajo aquí.
—No lo sabía.
Ethan gruñó. Debía de ser cierto. Si lo hubiera sabido, seguro que jamás habría ido.
Cindy no podía dejar de mirarlo. Con diecinueve años había sido un chico que prometía, pero se había convertido en un hombre más guapo de lo que ella se había imaginado.
¡Y qué cuerpo! Sintió un inmenso deseo de acariciar aquel torso y comprobar si seguía tan fuerte y duro como lo recordaba.
—¿Me desnudo? —sonrió él viéndola enrojecer.
Ethan ya debería estar acostumbrado a aquellas alturas a ese tipo de miradas porque, en los dos últimos años, le habían hecho más proposiciones que en toda su vida. Mujeres solas, mujeres que no eran felices en sus matrimonios, adolescentes, ricas y mimadas como Cindy Wagner. Parecía que les gustaba a todas, pero solo una, Cindy, había conseguido llegarle al corazón. Y él se lo había entregado, incluso cuando ella decidió que ya no lo quería.
—Eh... bueno... me alegro mucho de verte, Ethan —tartamudeó—. Hasta luego —añadió pasando junto a él con la cabeza gacha.
Se giró para verla alejarse. Recordó los días y las noches que habían pasado juntos, las horas que habían paseado viendo las estrellas, agarrados de la mano, los momentos en los que había bailado para ella. Siempre había vuelto a casa excitado y dolorido porque Cindy era una chica respetable...
—Eh.
Cindy se paró, pero no se giró.
—No quería ser tan grosero.
Cindy se giró lentamente, pero no lo miró a los ojos.
—Está sin domar, ¿sabes? No quería que te mordiera.
Cindy asintió y se alejó.
Ethan se quedó mirándola y sacudió la cabeza. Se había jurado que nada de mujeres blancas, pero no podía dejar de admirar su elegancia al andar.
Cindy caminó rápidamente hacia la recepción con las mejillas sonrojadas de vergüenza. De todos los hombres del mundo, Ethan Stormwalker era el último al que le convenía ver. Aunque, irónicamente, era al que más deseaba ver.
Ethan. Seguía siendo el ser más guapo sobre la faz de la Tierra. ¡Y ella que creía que, si algún día lo volvía a ver, no iba a sentir nada!
Los primeros días después de romper su relación, había dormido con una camiseta suya porque olía a él. Tras meses de no saber nada de él, había quemado todas las cartas y los regalos excepto uno. Aun así, el dolor no había desaparecido y, ahora, después de volverlo a ver, supo con certeza que jamás iba a hacerlo.
Lo más inteligente sería irse en aquel preciso instante. Se tenía por una mujer inteligente, pero...
Tenía hambre.
Sí, su estómago emitió un tremendo ruido recordándole que no había comido nada desde muy temprano aquella mañana. Consultó el horario que había fuera de la oficina y vio que la cena se servía de 5.30 a 7.00. Si se daba un poco de prisa, llegaría a tiempo.
«¿Y por qué tendría que irse?», pensó mientras andaba hacia el comedor. No quería que Ethan creyera que la había asustado. Siempre había querido visitar un rancho y aquella era una buena oportunidad. Ya estaba allí y no pensaba irse. ¡Al diablo con Ethan Stormwalker!