Cuentos de un grifo - Daiana Machado - E-Book

Cuentos de un grifo E-Book

Daiana Machado

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Beschreibung

Cuentos de un grifo son relatos donde lo fantástico se relaciona con lo cotidiano. Tales cuentos son una forma de observar la existencia humana; un libro en donde no sólo prevalece la experiencia, sino también la expresión artística. Por tanto, una invitación a la intimidad. El lector se verá interpretando un mundo en donde lo objetivo será cuestionado y donde la sorpresa aparecerá en un final a interpretar.

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Daiana Machado

Cuentos de un grifo

Machado, DaianaCuentos de un grifo / Daiana Machado. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-4163-5

1. Cuentos. I. Título.CDD A860

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Índice

RELATO DE UNA MODELO

EL CARRUSEL DE LOS DESEOS

ESTACIÓN LIMA

LA CONCERTINA

CAPÍTULO UNO

CAPÍTULO DOS

CAPÍTULO TRES

CAPÍTULO CUATRO

EL QUE MIRABA HACIA ABAJO

UNA MUJER CASADA

BUENOS AIRES

DESDE QUE ESPERA

MUERTE BUFA

UNA HISTORIA PARTICULAR

HERMINIO Y SU VOCACIÓN

LA MUJER QUE DURMIÓ

NEURÓTICA

EL VIEJO

EL LABERINTO DE LOS DESESPERADOS

PERSONA

DESCONOCIDA

RELATO DE UNA MODELO

Cuando se me ocurrió la idea de que me retratara era porque quería ver con objetividad mi rostro. Necesitaba que la luz me dijera cosas sobre mi que yo aún no sabía y que el espejo escondía. Algunos dirán que estoy loca, pero estoy segura, que nada es mas sensato que un rostro pintado por un buen artista. Esto es lo que pensaba de Mario Funker. Lo consideraba un buen pintor. Sabía de su experiencia para con la vida. Pese a ser mayor se lo veía joven e insolente, no tenía nada de humilde, pero esto no se lo reprochaba, pues él era un hombre avanzado en el tiempo. Su audacia, él decía que se lo debía a su facultad de reconocer los secretos del sol. De hecho amaba la luz. Creía que sin ella la vida sería cuadrada o recta como una tabla. Su efecto es mágico, pensaba. Opinaba que puede horrorizar o maravillar. Pero debía ejercer el gran efecto de ver, hasta el mínimo detalle.

A Mario Funker le gustaba caminar y ver como otros ejercían el oficio de artista. Él era un gran observador, en sus caminatas cotidianas disfrutaba el efecto natural del aire moviéndose entre luces. Yo quería ver, al menos verme a mí. Sabía que el podía ayudarme a mirar.

El día viernes a la mañana fui a su estudio. Saludé a una de sus queriditas que salía con las mejillas rozagantes y luego golpeé la puerta. Pronto me desnudé, y él agarro un bastidor y comenzó a ser manchas, luego pintaría aparte mi rostro en un primer plano. Él hacía grandes movimientos con una respiración rápida, con sudor en su cuerpo, no paraba de marcar en el aire direcciones para luego bocetarlas. Funker no me dejaba ver que es lo que hacía, sus ojos eran un secreto sellado y una violencia insatisfecha, ardía de forma flemática. Observé su pincel. Con uno solo, trazaba líneas incomprensibles, líneas rápidas, y pronto me cansé de verlo y me mareé. Por vez primera me sentí completamente en el presente, pues ya no tenía energía para gastar en un pensamiento. Pronto el sentimiento abrupto de melancolía arrasó mi mente y quedé suspendida presa de mi cuerpo. En un momento me quise acomodar un mechón de pelo que caía sobre mi nariz haciéndome un cosquilleo y me moví. Mario gritó, y dijo que me quedase quieta, que la luz era perfecta y había una sombra que debía pintar. Quizá una sombra negra me recorría alrededor. Cuando terminó el día de trabajo, me dijo bruscamente que me vistiese y me fuera de allí. Que no podía pintar mi rostro. Que pintar el plano de mi cuerpo había sido una prueba hacia mi espíritu y solo había manifestaciones que un artista no soñaría. Es decir yo no era lo ideal, algo había visto él en mí que no quería plasmarlo en la tela. Me dijo que mi rostro era demasiado peligroso para intentarlo. Le hablé de Goya y le dije que no tuviera miedo en enfrentar lo que viniese. Él dijo que tenía miedo de ser ciego. Yo me quede abrumada, no entendía lo que estaba pasando. Volví a insistir el día siguiente y el próximo y el otro, hasta dar con su respuesta afirmativa.

Más que nunca deseaba verme, ver ese espejismo que un vidrio callaba, cada vez que me miraba en él.

Mario Funker era valiente. Y un pintor tan grande que enfrentó lo que yo no sabía. Mi cuerpo ya no se movía, y él trabajaba arduamente. Finalmente terminó el dibujo y algunas manchas de color sobre él. De su ojo izquierdo una lágrima se contenía de salir, y su otro ojo rojo contemplaba su propio nervio. Le dije que quería ver el trabajo que había hecho, pero se quedó serio y me dijo simplemente que no. Me vestí rápido y al día siguiente tuvimos otra sesión. Pasó varias semanas trabajando en un bastidor y dijo que incluiría mi rostro en el, que solo así podía ser que me pintase, que así se concentraría mejor.

El estudio estaba lleno de cuadros empezados y otros terminados. Sus pinturas eran de una crueldad bellísima. Las mujeres retratadas parecían ser vistas con un microscopio, algunas se las veía como personas buenas y otras como demonios enjaulados. Los hombres retratados, eran asombrosos, parecían mirar de frente entregando el aliento de vida.

Mario Funker atrapaba la verdad de una manera que lo volvían héroe y monstruo. Esa mañana Mario pintaba como habitualmente lo hacía en su taller. Mi cabello largo recorría la sombra de mis senos y mis manos refugiaban mi pubis blanco. En un momento me miró y dejo de pintar. Él ardía. No sé si era de deseo por mí, no sé si era algún remordimiento existencial viejo o ajeno, o solo un infierno y una mano completamente agotada. En el momento aquél, recuerdo que se quejó de un dolor de cabeza y la luz de la mañana empezó a disentir del día. El efecto fue una oscuridad completa. Nos quedamos callados. Yo me asusté, él me abrazó, me vestí y salimos a la calle. En la calle vimos a un fotógrafo corriendo, gritando, jadeando, que la luz estaba dañada. Otro gritaba que pudo vernos matar al sol. Yo pregunte ¿quiénes? Luego el fotógrafo dijo que los ojos se movían demasiado, que caminan rápido y las bocas hablaban devotas a la mente. Me sentí perdida, con miedo y muy confundida. De pronto los vecinos ciegos gritaban preguntando cuando podrían ver, cuando habría luz. Algunos lloraban diciendo...

—Nos han sacado lo que necesitamos–

—Esto es culpa de aquellos hombres que apagan a los iluminados, cuanto más debemos pagar con nuestros ojos–

De repente la gente comenzó a gritarme;

—Bruja, bruja, bruja...

La turba venía hacia mí mientras Funker me abrazaba. Los dos llorábamos sin comprender, la gente había agarrado piedras para arrojarnos, estaban enteramente enojados. Cerré los ojos y empezó a llover, de pronto todos quedaron callados y dormidos. No fue un día más. En aquella porción de día, los ojos de muchos murieron, pero Mario Funker pudo seguir pintando como siempre.

EL CARRUSEL DE LOS DESEOS

La plaza estaba un poco descuidada. Los perros llenaban de heces el poco pasto que quedaba y desde lejos se veía la calesita y al hombre que la hacía funcionar. El señor que cuidaba la calesita tenía una camisa color rosa gastada y un sombrero de paja. El rostro era serio y apagado. Era de día, yo vivía al frente de esta plaza y cada tanto bajaba de mi departamento a fumar un cigarrillo. Después de observar como siempre suelo mirar el parque, volví a mi departamento. De madrugada me encontraba dando vueltas y vueltas en mi cama. Decidí bajar a tomar aire fresco. Me levanté, me lavé la cara y me vestí. Antes de bajar miré por mi ventana hacia fuera, todo parecía estar tranquilo, era una noche opaca. Desde mi vista vi a un hombre alto, y muy elegante. Estaba solo paseando a su perro. Bajé y sin dudar me acerqué hacia el y abrí un diálogo cordial. A los pocos minutos la charla se tornó completamente fascinante.

—La plaza de este barrio tiene sus misterios.

—Como cuales…

Los ojos del hombre eran casi negros y su cabello oscuro acentuaba la palidez de su frente. Su voz profunda y ronca comenzó a contar la historia.

—Un sujeto vestido de negro subió al carrusel. Era de día, pero la calesita estaba completamente vacía. Al girar y girar este hombre comenzó a reírse a carcajadas, su risa no paraba y mientras más reía, más se le agrandaba la boca. El carrusel comenzó a girar con la velocidad de su risa, y así entre giro y giro su carcajada comenzó a llenarse de sangre, sus dientes blancos se rompían y caían en una gran vertiginosa velocidad, salpicando tejidos descompuestos. Finalmente el hombre entre giro y giro cayó muerto.

¿Por qué crees que el cuidador de ahora nunca sonríe?

—No lo sé, quizá buscas asustarme.

Así continuamos hablando y haciendo hipótesis de porque el cuidador de la calesita nunca sonreía. Pasó un tiempo prudencial y me fuí de allí. Subí a mi departamento y me recosté. Toda la noche soñé con la historia y pensé en el cuidador del carrusel. Al día siguiente, esperé la noche con ansias para encontrarme de vuelta con este hombre de historias raras.

Allí estuvo la noche alumbrándonos.

—Hola ¿cómo estás hoy?

—Esperaba verte.

—Y yo escuchar más de tus historias.

El hombre silenció el momento y me miró de forma profunda, ahora su voz levemente comenzaba a salir de sus labios pálidos.

—Aquél ser que murió desgarrado por su risa era el diablo mismo. Dios cada tanto debe cumplir deseos para no permitir que la maldad gane. Pero si un deseo Dios lo considera maldito, la persona muere desgarrada por su risa.

—¿Alguna vez fuiste a intentar cumplir algún deseo?

—No. Tengo miedo que sean malditos.

—De todas formas debe ser encantador morir de risa. Él sonrió. Y dijo;

—Lo único que quiero depende de una mujer.

Mi cuerpo ardió y tuve ganas de entregarme a él. No lo hice, quizá no estaba cumpliendo mi deseo pero si mis precauciones. La noche siguiente no bajé y desde mi ventana lo vi solo con su perrito. Traté de no pensar en él. Tenía una fuerza que a la misma vez que enamoraba aterraba. Pensé que algún día cuando tuviera un deseo bueno subiría al carrusel. Pero por ahora callaría todo deseo que dependiera de mí. Quizá él se reiría y consideraría esta actitud un poco cobarde. No lo sé.

Cierta noche lo vi caminar hacía el carrusel. Estaba cerrado por lo que pude ver como trepó para entrar y luego sentarse en un caballito de madera. ¿Estaría pidiendo un deseo maldito? Me preocupé por lo que bajé inmediatamente hacia la plaza. Aún no lo creía. Comenzó despacio, luego mas fuerte… cerré los ojos y no los abrí hasta que de repente, eran unas manos suaves que tapaban mi mirada. Me quedé fría. Un susurro heló mi tímpano derecho, era su voz, finalmente dije…

—Supongo que fue un deseo bueno.

—¿Y? ¿Qué me decís? ¿Tomamos algo?

Lo único que pude decir en aquél momento fue sí. No sabía si era yo o el carrusel de los deseos, que le cumplían a este hombre oscuro su deseo de vida.

Subí a su apartamento, completamente vulnerable, me senté en un sillón de allí. Él sostuvo mis manos y la noche fue suave y hermosa.

Al día siguiente, en plena luz desperté por la claridad del sol, pero él no estaba. Caminé por la casa y lo busqué, no grité su nombre porque no lo conocía. Éramos dos extraños. Finalmente encontré su cuerpo boca abajo. Lo dí vuelta y él yacía muerto con sangre en su risa pálida.

ESTACIÓN LIMA

Elena cruzaba las piernas mientras con la cabeza asentía a lo que decía Victor. Él la miraba mientras tomaba su café. Ahora el silencio los tragaba. Finalmente le dijo;

—Mirá quién viene para acá, disimula. Hagamos de cuenta que no lo vemos, quizá tenemos suerte y no nos ve.

—¡Victor! ¡Victor!

—Parece que ya nos vio…

Así a los gritos el anunciaba su llegada. Torito miró a Ester y no pudo contenerse, vio su rodilla desnuda y con una voz lívida dijo;

—¡Elena estás hermosa! ¿Cómo están? ¿Qué hacen?

—Lo que todos hacen en un café, estamos bien ¿Vos?

¿Cómo va el entrenamiento? respondió Víctor.

—Bien, recién salgo del gimnasio. ¿Ustedes no me ven más musculoso? Estoy haciendo una dieta especial, además dicen que entrenar aumenta la inteligencia. No solo es por estética.