Muerte en el Jardín de las Delicias - Daiana Machado - E-Book

Muerte en el Jardín de las Delicias E-Book

Daiana Machado

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Beschreibung

En el jardín del infierno, el arte crece junto con asesinatos y gente que desaparece. Una historia llena de misterios, en donde el amor será, tan culpable, como inocente. El lector se verá sumergido en un mundo completamente desconcertante pero lleno de magia y poesía. Los personajes estarán atrapados en una gran residencia en algún lugar de Francia donde no pueden volver hacia atrás, sin perder la vida, por lo que intentarán escapar y encontrar su libertad. Este libro fue escrito en plena pandemia por Covid, por lo que el mundo interno prevalece al externo mediante el arte. Es en este mundo que podemos sentir lo insensible y entender lo inexplicable. Como músico y artista plástica, escribo bajo estos aspectos y visiones, siendo el factor determinante, todo aquello que nos vuelve humanos. En tiempos donde existen sensibles contrastes anímicos —incluso en la naturaleza—, la única libertad completa es la interna. Tomando este sitio anímico, podemos sentir en libertad sensaciones que sólo siendo niños o estando locos, nos permitimos. El amor, la expresión, son lo que buscará, aquel que quiera sobrevivir. Por un lado el hombre ha perdido no solo libertad, sino también voluntad, por lo que mediante el mundo de las imágenes, tendrá su impronta de vida como manifestación artística y de valor eterno. "La vida yace dormida esperando ser devuelta al pulso de la tierra".

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Daiana Machado

Muerte en el Jardín de las Delicias

Machado, Daiana Muerte en el Jardín de las Delicias / Daiana Machado. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-2610-6

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. I. Título. CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Índice

MOMENTO UNO

MOMENTO DOS

MOMENTO TRES

MOMENTO CUATRO

MOMENTO ÚLTIMO

SINOPSIS

MOMENTO UNO

Esto no es lo que parece, ¿debería escribir como un rayo partido? No lo creo. Estoy un tanto involucrada en esta historia, eso es cierto. Luego de contarles la historia, entenderán mi situación, pero no es como creen. Me declaro inocente, y llena de buenas intenciones. El alba comienza, les contare. Mencionare la casa. La casa era vieja, pero adentro vivían personas nuevas. Sí personas nuevas. De esas que no están ajadas por el sol o el dolor. Rostros frescos que venían de un lugar casi irreal para los demás. Había dos mujeres. La esposa del fallecido y la joven hija. La antigua casa era una mansión venida abajo. Contaba con un jardín extenso, en donde monótonas y grises estatuas de gárgolas daban una vista poco clásica. Más bien, era un jardín como de la edad media, donde figuras extrañas monopolizaban los durazneros. Estas estatuas, eran regalo del artista que practicaba además de la pintura, también la escultura. A veces uno podía sentir estar frente al jardín de las delicias, con su paraíso y su infierno. La casa era como un punto excéntrico, succionador de frecuencias sentimentales. Allí vivían ellas dos. Esto era suficiente para dar que hablar. A la gente convencional, le gusta hablar sobre los demás y preguntarse cosas sobre otros. Sobre esta casa había rumores, y rondaban misterios. ¿Qué habría pasado con esta mujer quien enviudo tan pronto y sin embargo se la veía brillante? Sí, como un óleo fresco.

Bautista, había sido testigo silencioso del cambio de Jorge. Del capricho insensato, arrojado sobre este hombre hecho pedazos, arrastrado y consumido por el mundo de un cruel ángel. Ella. Todos creían que debían consolar a la pobre viuda, pero su rostro decía otra cosa. Hablaba de libertad y pasión. Su rostro era descontracturado y sutil, sus ojos dos botones negros, aterciopelados, con seda en sus parpados de piel. Su figura era como una hoja de crochet. La amistad de ella con el artista era fuerte, pero a él lo convertían en un sospechoso. Había declarado en la justicia, ante el extraño caso del fallecido, que quizá Jorge, al modelar para él, no pudo soportar la misma postura y fue afectado, pero dejo en claro la estima que le tenía a este buen hombre. El aspecto del pintor era tan estético como raro... como un vaso duro sin uso. Bautista pintaba desde niño, y no sabía hacer otra cosa, pero si no había encargos, no comía. Y así no podía sostener los gustos de la viuda, ni sus aspiraciones. Quizá la ausencia de Jorge, le daría alguna conveniencia económica a Bautista. Además del placer de acompañar a esta hermosa mujer.

Jorge con sus cincuenta años era un político encantador, pero sus ideas no estaban a la altura de una política sino a la de un soñador. Necesitaba ver el mundo nuevo que vendría, con un pensamiento fresco, abierto al diálogo, de personas que piensan sobre la vida, y de cómo poder ir hacia el progreso, sin perder los valores de antaño. El respeto por lo antiguo era un tema predominante al igual que las etnias y sus costumbres. El veía donde estaba parado, veía la fragilidad de su hijita y la vanidad de su amada, y el mundo se movía mareándose junto con su corazón, pues también sabía de Bautista. Quizá sabía muchas cosas. Pero jamás creyó que su muerte quedaría petrificada en un cuadro. Jamás pensó que su mujer podría hacerle algún tipo de daño. Más allá de su presencia áspera en su trato, no la creía capas de frialdades correspondientes a un asesinato. Pero realmente ¿Ella tuvo que ver con su desaparición? Su cuerpo jamás apareció.

La viuda y el pintor se mostraban descreídos de todo misterio, Angélica era como su nombre pareciese indicar, un ángel caído. Uno que fue condenado por pecado a una vida más ínfima, siendo su poder incontaminado. Angélica era poderosa. Ella a sus 39 años dominaba las circunstancias de los que la rodeaban siendo ella la principal en escena. Los hombres amaban a esta mujer contaminada y de experiencia, era la caricia que buscaba del menos al más experto coleccionista. Y quedaban hechizados bajo el aura de esta mujer alicaída. Su cuerpo de formas sutiles y manieristas extasiaba cuando se le antojaba mostrar un hombro o un escote bien dispuesto y a la moda. Su arte, dominaba las cartas. Bautista tenía un carruaje bellísimo en el cual paseaba con la viuda. Mientras la hija de entrados 17 años, se quedaba confinada con su aire de doncella encantada y servil. A ella le gustaba el aire fresco del jardín de la casa. Allí solía pasar horas y dejaba su espíritu suelto. Se poblaba de solitarias hojas, corriendo en el viento y tomaba su te, en una silla color verdinegro. La joven era tan distinta a la fuerza, que suele servir a los inexpertos, a la juventud caprichosa y malograda por vanidades pasajeras. Por el contrario, ella carecía de altivez y era sumisa a sus supuestas debilidades. Desconocía la poderosa forma del saber vulgar y mundano.

Era una mañana fría y dolorosa, pues los huesos riñen cuando la humedad se precipita al cuerpo, así fue todo el día. La joven Elisa estaba sola, pues su madre había salido a dar un paseo. Aquella mañana, ciertos ruidos venían del sótano... ella pudo escuchar un lamento casi como un degrade, o una musicalidad digna de Kandinsky. La joven tomo valor y fue averiguar.

Empezó bajando las escaleras, cuando se calló rodando y se dio la cabeza con unos objetos tapados, al lado un cuadro... la pintura estaba fresca. Ella le echo una mirada. El cuadro era una pose de Jorge, sentado sobre una silla fina, sosteniendo un espejo. El espejo era un tanto antiguo y la silla tenía un fino estilismo que combinaba bien con los colores de fondo. Al mirar el cuadro, un escalofrió le corrió por las venas, gélida como blanca, ahora estaba más nueva que antes.

Aquella muchacha, sintió como si la imagen del cuadro le hablara. En seguida tapo el cuadro y los objetos. Puso en orden aquel lugar, ciertos huéspedes vendrían. La casa estaba ubicada en el bulevar del distrito 17. Bajo sauces llorones, se encontraba este predio palaciego, como un hogar. Francia era el lugar para estar a la moda. El vaho de la casa era constante. Las paredes pintadas de ocre, sudaban por una pequeña veta humedecida que denostaba los restos palaciegos. El jardín, siempre habitado por plantas magnificas soportaban la fuerza de aquel invierno. En el predio, estaba este hombre, cuidando el duraznero. El no necesitaba de grandes y elocuentes abrigos, tenía una pieza en la cual habitaba. El armazón era fuerte y rojizo, su techo tenía lajas rojas que calentaban su cama, mientras el sol aclaraba los aires y conmovían la vista del paisaje. Una luz clara rojiza gobernaba el jardín y sus rayos desparramados, parecían aromatizar visualmente, los durazneros y las manzanas. Si bien, el invierno era frio, el jardinero lo sentía como un aire caluroso, cada vez que miraba o cuidaba del duraznero. Este hombre jamás dudaba de sus acciones, aunque sospecho que el calor que sentían sus pómulos trémulos no eran más que la conciencia agitada, reservada para sus adentros. Él se encargaba de mantener a la gente alejada de aquél sitio, de sonreír y simular que todo andaba bien, que nada extraño sucedía en esa casa vieja que olía a nuevo. Si bien Elisa y el jardinero poco se conocían, mientras ella leía pensando, y a la vez ignorando, El jardinero la observaba y este se daba cuenta de que la joven crecía en silencio y su mente a veces se reflejaba en sus ojos duros, como una moneda de bronce. El jardinero la miraba y prestaba atención, a cada cosa que hacía pues le parecía de otro mundo. Como un ser de otra especie, pues él era áspero, al contrario de ella. Sin embargo, la joven nunca olvidó lo que aquella vez vio. El retrato de Jorge. Y esto aumento sus años vividos, destapaba su ignorancia, el efecto del arte a veces suele ser un poco cruel. El 28 de julio de 1926 sucedió. Malena llegaba, ese día la joven doncella se encontraba alegre.

La viuda junto a ella, fueron a buscarla a la estación de tren. La ayudaron con sus maletas y pertenencias. Por supuesto allí estaba el pintor. La estación Saint Lazare estaba cerca del atelier del artista. El paisaje estaba como cuajado, entre el blanco y negro del humo. Bautista, pensó que el rostro de Malena era introspectivo, y vibrante. El pintor observo el paisaje y luego la estudio seriamente. Bautista le propuso pintarla, le dio indicaciones de una pose para practicar a lo cual ella accedió. Aquella misma noche Malena, se preparó para descansar. El sótano era amplio y blanco en perfecto estado, solo había un defecto notorio, la pintura sin colgar. Malena contaba con un cabello oscuro y a pesar de sus cuarenta y cinco años, se veía joven. Su nariz era de forma cubista y su tez era color mate. Una vez allí empezó a acomodarse y destapo una seria de objetos, la fina silla, el espejo, la cajita musical, las muñecas de porcelana empolvadas. Los muebles de aquella habitación, eran una reliquia. Habían pertenecido a la aristocracia, pero siempre estaban guardados en el sótano. Eran del pintor, se los habían dado como pago de un gran encargo. Malena, mientras se desvestía pensó en el aspecto del pintor, este era bello, su cabello retozaba brillante contra el viento y el sol acariciaba su tez blanca. Caminaba erguido con el pecho abierto y orgulloso. Sí, era un lindo espécimen... lo era. Poso frente al espejo. Tomo la silla renacentista y apoyo su reflejo en la pared. Estaba lista. Al amanecer, la joven doncella fue a llevarle el desayuno. Se escucho un estruendo, el desayuno caía al suelo haciendo pamentos de plata y bronce. Malena estaba dura presa de una pose, con su camisón y pies blancos azules, la conmoción fue terrible pero no querían llamar la atención. Al fondo de esta casa el jardinero tomo la iniciativa y comenzó a cavar, la joven Elisa lloraba y recordaba la oscuridad que yacía en aquel cuadro, aquel retrato ¿acaso un fantasma decidió llevársela? ¿Pero porqué en esa pose? Nadie de su barrio natal, se enteró de la muerte de Malena. Solo había algunas sospechas. Nadie sabía realmente nada. Podrían argumentar, que solo la vieron pasar por ahí pero no supieron más.

El pintor se enteró de lo sucedido y una sensación de adrenalina le subió a borbotones. Bajo a buscar el cuadro del marido de la viuda. Muy tranquilo. Sus piernas eran delgadas y largas, y sus pies grandes, caminaban tan despacio que parecía desentenderse de lo ocurrido. Algo extraño pudo ver el pintor, el cuadro de Jorge mirándose en el espejo era ahora Malena en camisón, posando reflejada...

Bautista se quedó atónito con la bilis revuelta como vomitivo, no podía creer que estuviera pasando lo que creía. Su pecho se cerró y el corazón empezó a sonar fuerte dentro de su cuerpo. Se sentía asfixiado. Él sabía el secreto del sótano, quizá era el único que realmente conocía la historia. Pues él era el autor de la primera pintura fresca que nunca seco. La de Jorge posando con un espejo. Él lo había preparado para la escena, ojos negros maquillados, fruta fresca y el espejo renacentista. Perteneciente a familias pasadas. Bautista era un hombre de mediana edad, sus ojos tenían un brillo ámbar, su sonrisa hoyuelos pronunciados y su frente servía de escalinata a sus mechas onduladas. A pesar del misterio que allí residía siempre había huéspedes. Ellos cuchicheaban por detrás de los de la casa, hacían apuestas, a ver quién posaba para bautista en su atelier, pero nadie se animaba a quedarse en el sótano. Los encargos de Bautista, por momentos aumentaron. Pareciera que algunos desafiaban su valentía, frente a otros haciéndose retratar con espejos y frutas. El atelier de Bautista, estaba lleno de pigmentos, aceites, pinceles. Acuarelas, oleos, lápices de color sepia, lápices blancos, un sinfín de frascos. Como si allí diera remedios. Él decía que pintaba el negro o el blanco de un alma.

El tío Tom habitaba la casita de al lado. Él era un ferviente creyente, de joven había sido cura. Pero a los 85 años, decidió dejar el oficio para descansar de las culpas ajenas, y sacrificios de la gente. Que como una vez confesó ante la piedad de Miguel ángel, les causaba rechazo y furia y esto le daba culpa, pues estaba pecando por no tener el suficiente amor, para soportar el pecado. Todo aquel pasado lo debilito, y ahora apenas podía razonar, pero sin tanta lucidez como antes. Los extraños acontecimientos de la casa, perturbaron la mente del religioso tío Tom. Enseguida comenzó a orar noches seguidas y a quemar inciensos. El palo santo fluía, pareciendo salir de una cacerola hirviendo y muchas veces bendecía a los de la casa.