Cuentos populares y folclóricos chilenos - Ramón Arminio Laval Alvear - E-Book

Cuentos populares y folclóricos chilenos E-Book

Ramón Arminio Laval Alvear

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Beschreibung

Presentamos una selección de los cuentos de la tradición oral chilena, obtenidos y escritos con prodigiosa perseverancia y admirable fidelidad por el gran estudioso del género, Ramón Arminio Laval, quien los publicara en el primer cuarto del siglo xx, diferenciando las narraciones de contenido maravilloso de las concernientes a las picardías de Pedro Urdemales, de las de fórmula y de las de nunca acabar. El lector encontrará aquí un poderoso testimonio de la cultura chilena, y será testigo de una interacción entre la ficción de los cuentos y la realidad de la vida cotidiana de los narradores y sus auditores, trayendo a la actualidad urbana formas y temas de una costumbre narrativa.

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C965p Cuentos populares y folclóricos chilenos /

Ramón Arminio Laval Alvear; estudio preliminar,

selección y acepciones de Manuel Dannemann.

1ª reimp., 1ª ed. – Santiago, Chile: Universitaria, 2017.

141 p.; 13 x 18,5 cm. – (El mundo de las letras)

Incluye notas a pie de página. Bibliografía: p.15.

ISBN Impreso: 978-956-11-2500-1

ISBN Digital: 978-956-11-2739-5

1. Cuentos populares - Chile.

I. Laval Alvear, Ramón Arminio, 1862-1929, comp. II. Dannemann, Manuel, ed.

© 2016, manuel dannemann.

Inscripción Nº 262.011, Santiago de Chile.

Derechos de edición reservados para todos los países por

© Editorial Universitaria, S.A.

Avda. Bernardo O’Higgins 1050. Santiago de Chile.

Ninguna parte de este libro, incluido el diseño de la portada,

puede ser reproducida, transmitida o almacenada, sea por

procedimientos mecánicos, ópticos, químicos o

electrónicos, incluidas las fotocopias,

sin permiso escrito del editor.

Texto compuesto en tipografía Adobe Garamond Pro 11/13

diagramación

Yenny Isla Rodríguez

diseño de portada

Norma Díaz San Martín

www.universitaria.cl

Diagramación digital: ebooks [email protected]

Índice

Estudio Preliminar

Capítulo I

Cuentos Maravillosos

El Tahúr o la Hija del Diablo

El Castillo de la Flor de Lis

Los Niños abandonados

La Mata de Cóguiles

Los Palitos de Virtud

El Culebrón mal Pagador

La Historia que se volvió Sueño

El Padre que Hablaba por Señas

La Adivinanza del Tonto

El Liviano y el Pesado

Mal Padre

La Carta para la Virgen

El Príncipe Loro

Las tres Toronjas del Mundo

El Medio-Osito

La Muñequita de Loza

Los Tres Lirios

El Pájaro Malverde

El Soldadillo

El Pescadito Encantado

Delgadina y el Culebrón

La Tortilla o el Canarito Encantado

La Huachita Cordera

Los tres Consejos

El Loro Adivino

El Medio-Pollo

El Barco de los tres Hachazos

Hermosura del Mundo o el Castillo de los tres Azuelazos

El Árbol de las tres Manzanas de Oro

Los Hijos del Pescador, o el Castillo de las Torderas, irás y no volverás

Capítulo II

Cuentos de Pedro Urdemales

La Piedra del Fin del Mundo

El Cura Coñete

Las Tres Palas

La Ollita de Virtud

El Huevo de Yegua

Los Chanchos Empantanados

La Perdiz de Oro

El Cartero del Otro Mundo

Las Apuestas con el Gigante

La Gallina

Capítulo III

Cuentos de Fórmula y de Nunca Acabar

Cuentos de Fórmula

La Tenquita

El Gallito

Cuentos de Nunca Acabar

Cuento del Gatito Montés

El Gato con los Pies de Trapo

El rey que tenía dos Hijos

El Humito

La Hormiguita

El Cuento del Pato

El Real y Medio

La Mula Baya de don Pedro Arcaya

Estudio Preliminar*

Manuel Dannemann

He aquí que el infatigable y muy extenso y prolijo trabajo de don Ramón Arminio Laval Alvear, dedicado a la búsqueda, a diferentes comentarios, a referencias bibliográficas y a significados de voces y expresiones, de “cuentos populares”, como él los denominara, reaparece ahora a través de una reedición selectiva que decidiera hacer la Editorial Universitaria. Al respecto, de lo manifestado en estas líneas iniciales, se infiere la necesidad de especificar y precisar la dicotomía de cuentos populares y folclóricos**, en relación con el objetivo central de este libro que ahora se publica.

En cuanto al cuento popular o, mejor dicho, popularizado, él es el que alcanza una potente y amplia difusión, por lo común transmitida mediante una autolectura o una destinada no solo a su lector, sino que, en voz alta, a otro u otros receptores; manteniéndose, por consiguiente, en forma escrita, con una monotextualidad que debe respetarse, proveniente de un autor de nombre conocido, el cual le ha impuesto su sello personal.

Por su parte, el cuento folclórico, en algunos casos con una dispersión que abarca una mucho mayor cantidad de distintos grupos humanos, de diversas etnias, de múltiples niveles etarios y de educación formal, que el cuento popular, vive en la narración de multiversiones, esto es, en una práctica de oralidad, en eventos cuyos integrantes, en virtud de la pertenencia comunitaria que han logrado los cuentos folclóricos, se constituyen en comunidades folclóricas, en microsistemas de tradicional carácter local. Acertadamente, el gran estudioso norteamericano Stith Thompson, en su libro The Folktale (Thompson, 1946: vii-viii, 3-10), al describir este género, en especial la especie de maravilloso, conocida universalmente con el nombre alemán de Märchen, destaca la riqueza de sus contenidos, la fuerza de la estructura de su desarrollo episódico y su enorme propagación, que aún se pueden comprobar también en Chile en una incentivadora medida.

Si se pretende acotar estos planteamientos a la materia del libro en referencia, y proporcionar ejemplificaciones de las instancias de lo popular y de lo folclórico en lo concerniente a la narrativa, el cuento popular o, mejor dicho, “popularizado”, como ya se dijera, es el que adquiere una amplia difusión en un sistema social, con ostensible predominio de una uniformidad cultural, y principalmente a causa de su autolectura o de la lectura que hace un lector para sí y otros receptores, que ya fueron señaladas, casi exclusivamente en un ámbito de educación formal, conservándose de manera manuscrita o impresa, en una monotextualidad que se respeta.

Entre los incontables ejemplos que se podrían dar de cuentos populares están los latinoamericanos El vaso de leche, del chileno Manuel Rojas, y la Guerra de los yacarés, del uruguayo Horacio Quiroga, cuyos admiradores siguen siendo numerosísimos, en varios lugares del mundo y en diferentes lenguas, de estos cuentos que nacieron como de arte literario para pervivir popularizados, y algunos otros hasta para “folclorizarse” mediante una re-creación.

Para entender el sentido y el funcionamiento del cuento folclórico es imprescindible comprobar severamente su narración y su recepción en la especificidad local de una comunidad, a cuyos miembros esta tradición cultural, la de contar cuentos, les pertenezca de una manera recíproca, así como también un corpus probatorio de relatos que, en permanente re-elaboración, ponga en evidencia la práctica de dicha tradición; porque el cuento folclórico, por mucho rigor con que se caractericen su forma, su contenido, su función, su estructura y sus factores contextuales y extratextuales, si no se lo “pone”, cada cuento y cada vez que se lo narre, en su propia comunidad, en la que lo ha hecho auténticamente suyo, queda como un exponente genérico de la narrativa, sin que se lo descubra como un comportamiento folclórico en particular, comportamiento que solo –valga la reiteración– se demuestra en la eventualidad de este cuento, vale decir, en el transcurso de su uso narrativo, al que se llega a través de etapas selectivas, en un sistema social cuyos integrantes, narradores y auditores habituales se interpenetran anímicamente, a causa de la mutua pertenencia de tener un repertorio de cuentos, adquiriendo, de esta manera, un estado comunitario de homogeneidad, por heterogéneos que sean los atributos de esos integrantes en su diario vivir, antes y después de incorporarse a la comunidad descrita, la folclórica por excelencia (Dannemann y Quevedo, 1998: 312).

En síntesis, reafirmando lo ya expresado, lo válido es que un cuento folclórico, dicho orgánicamente, “contar cuentos folclóricos”, lo sea para sus cultores habituales, permanentes.

Certeros ejemplos de la narración de esta clase de cuentos, vale recalcarlo, de existencia “eventualista”, no textualista o de textos “inmóviles”, son los del pícaro Pedro Urdemales, o los “maravillosos”, unos y otros comunes y persistentes en Chile, a los cuales nos acercaremos con la ayuda de Laval.

¿Qué funciones preeminentes cumplen los cuentos “literarios”, los “popularizados” y los “folclorizados” en los grupos que los cultivan?

Los primeros, satisfacer una aspiración de crear textos monoautorales para entregárselos a la sensibilidad y a la capacidad de comprensión de sus lectores y auditores; los segundos, conseguir una expansiva penetración de sus textos, también monoautorales, para esparcimiento de sus destinatarios; y los terceros, con textos poliautorales, vale decir, que cada narrador presenta en su propia versión, amenizar –amoenus– esto es, levantar el espíritu y dar un mensaje didáctico a sus narradores y auditores, lo que no puede generalizarse rotundamente para todas las clases de cuentos folclóricos, que más adelante serán diferenciadas entre sí, sino que, fundamentalmente, aplicarse a la de los llamados Märchen, vocablo alemán que acentúa lo mágico y que ha llegado a ser un tecnicismo internacional en los estudios de la narrativa (Brednich, 1982-2014).

Es oportuno en este Estudio Preliminar, después de la pregunta y de las respuestas sobre la funcionalidad de las tres clases de cuento, indagar acerca de la fundamentación y de los objetivos de este libro, que incumben aquí, sobresalientemente, a las narraciones folclorizadas, las de mayor presencia y sentido en esta reedición, en particular la especie de los cuentos maravillosos, por lo que sería válido decir que la principal fundamentación para ser estudiada en esta oportunidad –su por qué– viene de la importancia de reiterar el uso universal e inmemorial de una crecida cantidad de contenidos de estos cuentos, muy notoriamente de los que poseen la ya indicada denominación de Märchen. A su vez, el objetivo central –el para qué– busca entender cómo en este tiempo de la Humanidad, en el sistema étnico-social de Chile, están vigentes los cuentos folclorizados tanto en localidades de cultura aborigen como mestiza.

Pero, en cuanto a la dualidad de los popularizados y de los folclorizados, vale enfatizar que un cuento de los primeros puede “pasar”, en ciertas condiciones de funcionalidad y de “situacionalidad”, de lo popular a lo folclórico; así como un cuento de los segundos puede pasar de lo folclórico a lo popular, según el uso que se le dé, en ambos casos a un mismo texto, con las imprescindibles modificaciones y complementaciones propias de la re-creación de lo popular al transformarse funcionalmente en folclórico.

La narración de un cuento popular, leída o repetida de memoria, podría considerarse que sigue una línea horizontal de comunicación, transmisión y difusión, sin alterar ni la forma ni el contenido del respectivo cuento, desde su narrador hasta su receptor único o hasta sus receptores; a su vez, el relato de un cuento folclórico, que requiere siempre de la oralidad, dadas la espontaneidad y las diversas y constantes transformaciones que le introduce su narrador, sigue una línea circular, que envuelve al narrador y sus receptores, muy excepcionalmente solo uno, y varios de los cuales de una misma localidad, suelen conocer y narrar en sus oportunidades otras versiones del mismo cuento, o que en uno u otro caso al menos se hallan inmersos en la atmósfera anímica de una comunidad folclórica, cuyos miembros comparten, cual más cual menos, un evento de narrar, por el cual sus bienes culturales de narración llegan a ser propiamente folclóricos.

Tras estas reflexiones generales sobre el género del cuento será de justicia hacer algunos alcances a la persona y a la obra de Ramón Arminio Laval, en lo que implica a dicho género, quien se entregara con ahínco a reunir y estudiar cuentos folclóricos y populares de Chile, en circunstancias de que nadie habría pronosticado que este severo y eficientísimo funcionario público llegase a tener una inclinación tan apasionada y tesonera, como la que demostró respecto de estas clases de narrativa, más aún durante el primer cuarto del siglo xx, cuando una tarea como esta no se evaluaba como importante, y cuyas respectivas publicaciones aparecieron en el periodo que va desde 1909 hasta 1925.

Hoy, a los 86 años de su muerte, después de haberse podido acrecentar las pruebas filológicas de la magnitud y penetración de su trabajo en esa área, es factible atribuir su obsesión por descubrir el mundo de los cuentos y adentrarse en él, a dos causas prevalecientes: a la de hallar y apreciar un admirable e insospechado panorama de sus componentes en distintos lugares de múltiples países, en especial de los llamados Märchen, de contenido irreal, en gran medida mágico para la racionalidad, y por eso seductores, y, en segundo término, a la del poder, expreso o tácito, de estos cuentos fabulosos, los más próximos a la personalidad y al temperamento de Laval, de afinar e intensificar la sensibilidad de narradores y receptores mediante la emocionalidad que irradian los seres humanos y los no humanos, de estas pequeñas historias, así como sus objetos mágicos, la fuerza de la naturaleza en prodigioso movimiento, las situaciones y los medios ambiente, todos ellos inmersos en los contenidos de esta narrativa fascinante, cuyas otras especies obtenidas por Laval también se ejemplifican en este libro.

Ramón Laval nació en la ciudad de San Fernando, de la Región actualmente denominada del Libertador General Bernardo O’Higgins, el año 1862. Fue Oficial de Número en la Administración Principal de Correos de Santiago, de 1883 a 1891. Luego, en los últimos meses, ingresó a la Biblioteca Nacional, siendo nombrado Secretario de ella en 1905, y Subdirector en 1913, desempeñándose también como Director Interino.

Se incorporó a la Sociedad Chilena de Historia y Geografía en 1911, probablemente a sugerencia de Enrique Matta Vial, quien la había fundado el mismo año, y de la cual Laval fuera Secretario por más de catorce, y Director de la Revista Chilena de Historia y Geografía de la misma institución, también nacida por iniciativa de Enrique Matta.

El año 1923 pasó a ser miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua, con un trabajo de incorporación sobre paremiología de Chile, por medio del cual puso de relieve su calidad de versado en la práctica de refranes como procedimientos de interpretación cultural.

Un autorretrato suyo, breve y modesto, es el que hizo presente a esta Academia, recordado por el Padre Alfonso Escudero en sus palabras de homenaje a él, en la Sociedad Chilena de Historia y Geografía, el año 1963: “Solo cuento en mi abono con la devoción que siempre he sentido por las letras y con el ansia de servirlas con la sinceridad y eficacia que mis cortos medios me proporcionen. He trabajado sin alarde, silenciosamente, en las horas que mis cotidianos quehaceres me dejaban libre, horas mezquinas para quien, como yo, he vivido esclavo de obligaciones que me veía en la precisión de cumplir hoy para asegurar la tranquilidad de mañana” (Escudero, 1963: 19).

En 1925 se acogió a jubilación, pero hasta el final de su existencia terrena, en 1929, continuó sin desmayo con sus afanes, indagaciones y escritos sobre las materias que lo atraían, en su mayor parte las de cultura folclórica y popular, en todas las épocas de su productividad.

Dejándose llevar por los pensamientos nostálgicos de su infancia, como a menudo les sucede a otros investigadores, Laval hizo una evocación de la cariñosa mujer que lo cuidaba a él y a sus hermanos en el hogar de sus padres, su “mama”, como se llamaba en ese entonces, habitualmente, a quien tenía ese oficio y como preguntándose: “¿Y como olvidar a aquella excelente viejecita, la mama Antuca, quien nos cuidaba a todos los chicos de la casa como si fuéramos sus hijos? ¡Cuántos años han pasado desde entonces! Y sin embargo todavía me parece verla, con su carita arrugada, sentada al lado del enorme brasero, y nosotros, mis hermanos y yo, rodeándola, escuchando atentos sus cuentos maravillosos en que figuraban como principales personajes, cuando menos, un príncipe encantado, un culebrón con siete cabezas y los leones que dormían con los ojos abiertos; o las aventuras siempre interesantes del Soldadillo, de Pedro Urdemales o de Puntetito, aquel Puntetito que se tragó el buey al comerse una mata de lechuga, entre cuyas hojas se había ocultado el simpático chiquitín” (Escudero, 1963: 17).

Más tarde, en su edad madura y con las vivencias incentivadoras de sus trabajos de campo y de gabinete, llegó a tanto su constancia de pesquisas, que hasta en no pocos días durante los cuales pudiese haberse entregado al descanso, optó por seguir esa suerte de tentación, para ponerse directamente ante conductas y bienes de la cultura popular y de la folclórica, en su propio ámbito. Obsérvese una prueba de ello, según sus propias palabras: “En 1911 me propuse pasar las vacaciones en Carahue***, y, en efecto, un buen día, el 1º de febrero, tomé el tren nocturno del Sur, que parte de Santiago a las 6 P.M., y “…” después de un viaje interrumpido solo por hora y media de estada en Temuco, me encontré en aquel hermoso y pintoresco pueblo, asiento de lo que fue próspera ciudad de Imperial…” (Laval, 1916: 7).

Respecto de su objetivo de conseguir materiales, él recuerda: “Aunque Carahue es nuevo, como pueblo, no lo es como lugar habitado, y en él viven todavía personas ancianas, que allí aprendieron de sus padres cuanto saben, y allí también enseñaron a sus hijos lo que de sus mayores aprendieron. Esto quise recoger yo de sus labios, y aunque no tuve ocasión de hablar sino con dos buenos viejos, pues los más residen en el campo, en sitios apartados, me cupo la suerte de dar con un niño de unos doce años de edad, excelente narrador, de muy buena memoria, y de inteligencia viva y despejada. Su nombre es Juan de la Cruz Pérez, y su padre, José Nicanor Pérez, honrado obrero de Carahue, que le enseñó casi todo lo que sabe, falleció a la edad de 41 años en 1908, en Nueva Imperial, ciudad cercana, cabecera del departamento. A este niño debo la mayor parte de los cuentos y versos a que daré lectura (sic), los cuales con ser bastantes, son nada en comparación de lo que él me decía y demostraba saber. Yo creo que el niño Pérez habría podido estar un año refiriéndome cuentos; esta era su especialidad, y los decía con facilidad suma, sin equivocarse ni titubear” (Laval, 1916: 8-9).

Los resultados de la sostenida actividad de Laval en esta localidad sureña fueron publicados en Madrid, el año 1916, con el título de Folklore-Hispano Americano. Contribución al folklore de Carahue (Chile), con un sumario ordenado por el autor de la siguiente manera: I Supersticiones y creencias populares, II Poesía popular, y III Fraseología, dichos y refranes; las dos primeras áreas con diferentes divisiones temáticas, mucho más numerosas en la segunda que en la primera, once y dos, respectivamente (p. 10). Sin embargo no se halla en este libro la materia de la narrativa, porque Laval resolvió concentrarla en una segunda parte de esta obra, la cual, que “debía contener las narraciones (tradiciones, leyendas y cuentos) ha permanecido inédita, y solo ahora nos es dado entregarla a la publicidad” (Laval, 1920: 389-390). Al respecto, es pertinente recordar que en esta segunda parte, según las nociones de este estudioso, se encuentra una tradición: “La laguna del espejo”, llamada así porque junto a sus aguas cristalinas se peinaban antaño las mujeres de la vieja ciudad de Imperial; dos leyendas, en cierta medida hagiográficas: “La virgen y el labrador”, y “La golondrina y el murciélago”; que contrastan en cantidad con los veintiséis cuentos aparecidos también en dicha segunda parte, publicada en los números 38, 39, 40, 41 y 42, del bienio 1920-1921, de la Revista de la Sociedad Chilena de Historia y Geografía, con un valioso manejo de fuentes comparativas y de referencias bibliográficas, y cuyo título completo, después del vocablo “Cuentos”, agrega “recogidos en Carahue”.

Pero once años antes de su aporte a la narrativa folclórica y popular que se indicara, con la alusión a los cuentos que recogiera en Carahue, y que se diese a conocer en esta revista, ya había realizado publicaciones breves, que anunciaban un proceso creciente, como la de “El cuento del Medio-Pollo” (1909: 526-538), o muy poco después, una más extensa, la de Cuentos chilenos de nunca acabar (1910), un año más tarde, la llamada “Sobre el cuento chileno: el pájaro azul” (1911); a las que se sumara su participación en Cuentos de adivinanzas, junto con la de Jorge O. Atria, Eliodoro Flores, Roberto Rengifo y Rodolfo Lenz (1912).

La laboriosidad de Laval y los frutos de sus estudios sobre la narrativa a la cual concierne este Estudio Preliminar, se continuaron apreciando en el primer cuarto del siglo xx, mediante sus Cuentos populares en Chile recogidos de la tradición oral (1923) y sus Cuentos de Pedro Urdemales (1925), que fueron precedidos, meritoriamente, por la colección de Cuentos populares chilenos y araucanos recogidos de la tradición oral, obtenida y publicada por Sperata Revillo de Saunière (Nos 21, 22, 23, 24, 1916; Nos 25, 26, 27, 28, 1917; Nos 29, 30, 31, 32, 1918), compañera de Laval en la Sección Folclore de la Sociedad Chilena de Historia y Geografía. Al respecto, puede aceptarse como más que probable el influjo que, de una u otra manera, hayan podido tener los trabajos sobre la señalada narrativa, de Laval y Revillo, en la obra principal, en tres tomos, sobre esta materia, de Yolando Pino Saavedra, Cuentos folklóricos de Chile (1960-1963), cuyos contenidos fueron acrecentados a través de la etnografía del Atlas del Folclore de Chile, proyecto iniciado y dirigido por el autor de este Estudio Preliminar (Dannemann y Quevedo, 1985).

Los libros sobre narraciones de tradición oral, como se las ha llamado en Chile por sus estudiosos, en particular por Laval, movieron a Alfonso Escudero, profesor de literatura de la Pontificia Universidad Católica de este país, y entusiasta admirador de don Ramón Arminio, a publicar, el año 1968, una serie selectiva de relatos recogidos por Laval, la que se realizara por medio de la Editorial Nascimento, que siempre sobresaliera por contribuir a la difusión de la cultura chilena (Escudero, 1968).

Esta acertada reedición incluyó ejemplos procedentes de los ya mencionados Cuentos chilenos de nunca acabar, de Tradiciones, leyendas y cuentos populares recogidos en Carahue, de Cuentos populares en Chile recogidos de la tradición oral, y de Cuentos de Pedro Urdemales, que se complementó con un anexo sobre “Fórmulas iniciales y finales de los cuentos populares en Chile”; que corresponde al anexo II puesto por Laval en su trabajo acerca de las narraciones de Carahue, que deja en evidencia la meticulosidad de la obtención de textos por este estudioso, proporcionando, a la vez, elementos entretenedores y didácticos.

Los proyectos de investigación en sentido estricto sobre la narrativa folclórica y la popular de Chile, con formulaciones teóricas propiamente tales, con objetivos específicos, con métodos rigurosos, y, por lo tanto, con conclusiones bien determinadas, inferidas de las anteriores, han logrado comprobar en este país la vigencia de ocho clases de cuentos, según la comprensión diferenciadora que de ellas tienen sus cultores, los cuales han sabido constituir un ordenamiento empírico, que configura el género que cautivó a Laval.

A continuación se describen muy resumidamente estas ocho clases.

El chascarro

Es de breve extensión y de contenido jocoso, con la finalidad prioritaria de divertir a personas de diferentes edades; en algunos casos con fines de crítica social, acentuando defectos de los seres humanos. Su corta extensión concuerda con la simplicidad de sus temas, los que son, por lo común, de rápido desarrollo, con escasa cantidad de episodios.

El cuento de adivinanza

Posee esta denominación porque a través de su relato se va resolviendo la incógnita propuesta por una adivinanza, cuyo solo enunciado no lo permite conseguir gracias al ingenio y la inteligencia, como ocurre con la adivinanza común; por lo que esta clase de cuento, que al concluir su narración soluciona una proposición enigmática, también sea entendido como una adivinanza-cuento, con predominio de uso entre personas adultas.

El cuento de animales

Sus actores son animales personificados, en los que se muestran virtudes y defectos de las personas. Su moraleja, de tenerla, se encuentra implícita al término de su narración, esto es, sin expresarla, como sucede acostumbradamente en las fábulas. Este procedimiento de la personificación lo hace atractivo, especialmente para niños.

El cuento de consejos

Por su condición y objetivo principal es de índole sentenciosa, con notable función didáctica e influjo en la educación informal de adultos y de personas mayores.

El cuento de fórmula

Por lo general es de temática simple y se distingue por el uso de microepisodios, según sus dos subclases:

La que emplea una aliteración lineal de un hecho, que se prolonga largamente hasta que el narrador decide darle término o el receptor lo hace por aburrimiento; como acontece con el pato que persigue a una pata, y que es reemplazado por una “interminable” secuencia de patos. De ahí que a esta subclase se le denomine de nunca acabar, y que sea poseedora de una básica función lúdica para divertir a niños pequeños, con la insistencia de la repetición de la fórmula respectiva, como se observara en la ejemplificación de esa subclase, proveniente de Ramón Laval.

Una segunda subclase obedece a una disminución o un aumento de una cantidad inicial de personas o animales, como en el relato de los diez perritos, cuyo dueño, en una sucesión descendente, los pierde uno a uno, hasta quedarse sin ninguno, con lo cual concluye forzosamente este cuento, cuya subclase a la cual pertenece también muestra la preeminencia de un propósito de entretención infantil.

El cuento maravilloso

“Hoy ha disminuido su práctica narrativa, principalmente la que corresponde a textos de larga extensión, difíciles de memorizar, reemplazados en algunos sistemas sociales por formas y asuntos que propagan abundantemente el cine, la radio, la televisión, la computación, y otros medios de comunicación social de técnica más avanzada, que, obviamente, bien pueden utilizarse para orientar y estimular significados profundos de la cultura”.

“No obstante, todavía se comprueba la existencia de cuentos maravillosos en ciudades y sectores rurales de Chile, con predominio de asuntos pródigos en aventuras de atractivos personajes y de acontecimientos mágicos…”, la que ya fuera evaluada en este país, la primera vez, por el distinguido estudioso chileno Yolando Pino Saavedra (1964). “También, en cuanto a esta clase de cuentos, conviene tener muy presente sus peculiaridades dialectales, en lo que hace a su léxico, a su sintaxis y a su fonética, las que influyen en su comunicación, difusión y recepción (Dannemann, 2007: 140)”.

“La fuerza comunitaria que tiene esta clase de cuentos, en gran medida proporcionada por los componentes de su temática, que profundizan la sensibilidad y los recursos de transmisión de los buenos narradores, logra resultados sorprendentes de receptividad y de incorporación afectiva de sus auditores. Se crea así un diálogo emocional que estimula el vuelo de la imaginación y el poder de la fantasía, que todos los seres humanos llevamos en nuestro interior, por lo que debemos agradecer a estos cuentos y sus narradores que nos alejen de lo rutinario, de lo mecánico, de lo trivial, trasladándonos a regiones, a tiempos, a circunstancias, a acciones, que producen un especialísimo reencuentro del hombre con la libertad de su naturaleza” (Dannemann, 2007: 140-141).

El cuento picaresco

En esta clase, la burla, con mayor o menor picardía, constituye una característica básica, manifestándose desde una manera inocente hasta la de ofensa y de la cercana a la crueldad, la mayoría de las veces, con una línea satírico-jocosa, demostrándose que la ignorancia y la candidez de las personas burladas son las causas de las condiciones del desenlace del relato, más que la astucia y otros medios de persuasión usados por el burlador, como bien lo reconoce Ramón Laval en el prólogo de sus Cuentos de Pedro Urdemales (Laval, 1996: 15-16).

Es notorio que esta clase de cuentos se ha creado con el afán de divertir a chicos y grandes, debiéndose considerar que son sus finales, con frecuencia sorpresivos, los que provocan la mayor hilaridad. Frente a esta aseveración puede aparecer una semejanza funcional entre la ya descrita clase de los chascarros y la de los cuentos picarescos; sin embargo, ambas difieren en que las narraciones de la primera son, por lo común, de menor extensión que las de la segunda, y, además, porque los protagonistas de la primera tienen habitualmente una existencia social genérica, mientras que los de la segunda están individualizados, específicamente determinados, pudiéndose reconocer que en Chile las subclases de más relevancia de cuentos picarescos son las que viven en torno a los siguientes personajes: al aludido Pedro Urdemales, al Soldadillo, a Quevedo y al grupo familiar de Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno (Dannemann, 2011: 178), respecto del cual es oportuno decir, dado su exiguo conocimiento en América Latina, que “Bajo este título se reúnen constantemente tres relatos populares, de los cuales el primero, Bertoldo, y el segundo, Bertoldino, son de Giulio Cesare Croche (1550-1609) y el tercero, Cacaseno, que continúa los otros dos, del monje Adriano Banchieri (1567-1634)”… “la primera edición importante de las tres obras reunidas es de 1620” (Diccionario literario de obras y personajes de todos los tiempos y de todos los países, sin fecha).

Estos cuentos picarescos, por obra y gracia de sus protagonistas, tienen su raíz en relatos españoles, en su mayor parte de tradición oral, que llegaron a ser exponentes del mestizaje cultural hispanoamericano, producido en distintas localidades del Nuevo Mundo y en diversas épocas, como se ha comprobado en investigaciones que, sin menoscabo para ellas, requieren de acrecentar su amplitud e intensidad (Dannemann, 2007: 145-149; 2011: 178), lo que llevaría a descubrir nuevas fuentes esclarecedoras para los estudios comparados, como las que surgen del libro Francisco de Quevedo. Poesías y Chistes. Selección y prólogo de J. Álvarez del Castillo, que entregara dos ejemplos con vigencia en Chile: el del clavo en la herrería y el de ser conocido Quevedo hasta por sus nalgas, libro el cual pude conocer gracias a mi colega, el Dr. Constantino Contreras, de connotado prestigio en los estudios sobre cultura popular y folclórica en Chile (Quevedo, 1962: 34-36, 39-40).

El cuento religioso

Las especies de esta clase se destacan porque sus personajes principales poseen atributos divinos o condiciones de santidad, de la religión católica, decisivos para el desarrollo y el desenlace del relato, sea por su presencia física directa o por su relación anímica con los seres humanos que participan en el respectivo cuento.

Este universo narrativo de ocho clases no responde a una clasificación en rigor, a una sistematización, sino que, reafirmando lo ya expresado al plantear su existencia, constituye un corpus empírico por decisión de sus usuarios, que les permite percibir el conjunto de estas clases como un repertorio global de narraciones y diferenciarlas entre sí, en circunstancias de que Ramón Laval, con su experiencia, su capacidad y su sensibilidad, ha de haberse percatado de estos hechos, a juzgar por las observaciones que efectúa en sus obras acerca de cuentos, algunas desprendidas, directa o indirectamente, de las referencias bibliográficas sobre las cuales se apoyó siempre con honestidad y tesón.

Podría afirmarse que una de estas clases, la de los chascarros, fue de las menos apreciadas por don Ramón Arminio, y, por eso, de las con menor presencia en sus recolecciones y estudios; entre otras razones, sea por encontrarse débilmente en la órbita global de la narrativa a la cual dedicara sus afanes, sea porque los ejemplos que le habrían dado indicios de ella carecieran, en su mayor parte, de la autonomía para verificar su existencia, limitándose a ser simples “chistes”, aunque cabe considerar que algunas de estas ejemplificaciones pertenecerían a dicha clase, como la del cuentecillo que publicara en su artículo “Del latín en el folk-lore chileno”, basándose sobre su familiaridad con esa lengua, como alumno en la Recoleta Dominica; vale decir, que tendría trazas de chascarro el que se reproduce a continuación, si bien la participación en él de un sagaz soldadillo le proporcionaría un matiz picaresco.

“Un fraile en traje de paisano, un estudiante y un soldadillo, todos tres desertores, el primero de su convento; el segundo de la universidad en que estudiaba, y el tercero del cuartel en que servía, se encontraron en un camino, hambrientos, sin dinero y sin vislumbrar otra comida que un miserable huevo que encontraron entre la yerba. Tomándolo el estudiante y dándole vueltas entre sus manos, dijo: ‘Señores, si dividimos esta triste postura de gallina entre los tres, nos vamos a quedar en la misma situación que antes, si no con hambre mayor; el objeto es tan pequeño que no admite división provechosa, y por tanto propongo que se lo coma uno solo; y para saber quién ha de ser este feliz, lo echaremos a la suerte’”.

“Aceptó el soldadillo, pero el fraile que era muy alicurco**** y tenía más agallas que un pescado*****, temiendo no ser favorecido, contestó al estudiante: ‘ya que los tres de la compañía somos personas a todas luces ilustradas, propongo que se adjudique el huevo a aquel que eche un mejor latín’. El estudiante, que por las tapas conocía el Arte de Nebrija, sin sospechar que el de la proposición fuese un ex fraile, aceptó, y el soldadillo, sin inmutarse, se atracó****** al parecer de la mayoría.

Entonces el estudiante, rompiendo una de las extremidades del huevo, que aún estaba en su poder, dijo: ‘Huevis, hueveris’, y muy cocoroco******* se lo pasó al apóstata. Este lo cogió con la mano izquierda, con la uña del índice de la derecha retiró el pedazo de cáscara rota y haciéndose como que espolvoreaba sal sobre la parte que quedó descubierta, exclamó: ‘Accipie sal sapientiae’ y pasó muy satisfecho el huevo al soldadillo. Este, a su vez, lo tomó también con la izquierda le echó la bendición con la derecha, y diciendo al mismo tiempo: ‘consummatum est’ se lo tragó de un sorbo. Con lo cual demostró saber mucho más latín que los otros dos” (Laval, 1910: 23-24).

La búsqueda y la obtención de cuentos realizadas por Laval con una meticulosidad y una paciencia dignas de todo encomio, tuvieron como máximo atractivo el campo de los maravillosos, como él mismo lo recalca en la síntesis introductoria de sus “Tradiciones, leyendas y cuentos populares recogidos en Carahue”, de la cual se transcriben, a continuación, algunos fragmentos muy significativos para adentrarse en la existencia de personajes, hechos y situaciones de esta clase de narrativa (Laval, 1920: 392-397).

“En los cuentos populares en Chile no figuran hadas buenas o malas, ni ogros ni dragones. El papel que en los cuentos europeos desempeñan las hadas buenas corre en Chile a cargo de viejecitas o de animales, que al fin resultan ser la Virgen María, San José, el ángel guardián del héroe o algún otro personaje celeste; el de las hadas malas está reservado a las brujas que siempre son viejas y horribles. Los ogros son reemplazados aquí por gigantes, bandidos y brujas, o por culebrones, o por otra clase de monstruos, y los dragones por serpientes de una o siete cabezas. Los brujos masculinos no toman parte en nuestros cuentos”.

“Los protagonistas se cansan, a veces, de estar en sus casas o en sus pueblos, y muy niños casi siempre, ‘salen a correr o a rodar tierras, por ser hombres y por saber’. Suelen ser tres hermanos que marchan juntos hasta un lugar en que el camino se divide en tres y cada cual toma por el suyo, comprometiéndose a reunirse en el mismo sitio en que se han separado, después de cierto tiempo. Es increíble la facilidad con que los héroes matan gigantes y hacen volar la cabeza a toda suerte de monstruos. Es cierto que raramente se sirven para ello de sus solas fuerzas, ni de armas ordinarias, pues cuentan, por lo general, con el auxilio de una varillita de virtud que han recibido de una viejecita o de algún ser extraordinario, y a la cual vasta con decirle: ‘Varillita de virtud, por la virtud que Dios te ha dado (haz) que suceda tal cosa’, para verse complacidos”.

“El campo en que se mueven es un bosque, un palacio, un castillo, una ciudad encantada, una cueva el fondo del mar; rara vez el aire”.

“Los reyes y los príncipes son muy campechanos; hablan con sus súbditos de igual a igual y ejecutan los trabajos que hace cualquier persona ordinaria; se casan con una campesina o cualquiera muchachita pobre, como si eso fuera lo corriente”.

“Los reyes reciben el tratamiento de SuSacarrial Majestad (Su Sacra y Real Majestad) y cuando prometen algo lo cumplen indefectiblemente, porque ‘palabra de rey no puede faltar’. Por lo regular tienen tres hijos, que llevan los nombres más vulgares, y de estos, el menor es siempre el preferido, el más afortunado y el que después de muchas aventuras se casa con una princesa a quien desencanta y libra de la custodia de algún desaforado gigante, o de un culebrón que, como la hidra de Lerna, tiene siete cabezas”.

“En los cuentos que tienen por protagonista a una mujer, suele ser la heroína la menor de tres hermanas, que es la más bella y más virtuosa de las tres, y, por lo tanto, odiada y perseguida por las dos mayores, feas y desgarbadas. Esta hermana menor, o hija de un primer matrimonio, es la que se casa con un príncipe, las más de las veces encantado, y cuyo encanto ha logrado romper después de grandes sacrificios y cuidados”.

Los animales, como en las fábulas, hablan en los cuentos, entre sí y con los hombres, lo cual no llama absolutamente la atención de las personas que los cuentan o los escuchan, como si ello fuese la cosa más natural del mundo. Con excepción de la zorra, la vaca, la yegua, la lora, y la hormiga, y en uno la cordera, los animales que actúan en los cuentos son machos”.

“La mayor parte de los cuentos que siguen pueden calificarse de universales. ¿Cómo vinieron a Chile? ¿Cómo llegaron a radicarse en Carahue? Seguramente no los llevó allí ni un francés ni un italiano ni un alemán. El trabajador de Carahue no cultiva relaciones con los poquísimos extranjeros que residen en el pueblo, que son ricos y miran al roto********, de arriba para abajo********. Muchos de los que me los contaron no saben leer, y sus padres y sus abuelos tampoco conocieron la cartilla. No queda otra cosa, pues, sino aceptar que estos cuentos han llegado a nosotros por la tradición oral, transmitidos de padres a hijos, tal vez desde la conquista española”.

Parece extraño, y hoy es indescifrable, que Laval se haya referido a “muchos” narradores de cuentos que se los pudiesen haber entregado en Carahue (1920: 396), y que antes (1916: 8) expresara que en ese mismo lugar no tuvo “ocasión de hablar sino con dos”… “buenos viejos”, … “si bien le cupo la suerte de dar con un niño de unos doce años de edad, excelente narrador, …Juan de la Cruz Pérez…”; lo segundo ya recordado en la página 17 de este Estudio Preliminar. Sin embargo, añade que le debe gratitud a J. Del R. Elgueta y Francisco Gómez, “quienes hasta ahora han continuado favoreciéndome con el envío de nuevos materiales” (1916: 9).

Quizás algunos de ellos fueron cuentos narrados.

Según lo informado por Laval sobre su tarea de “recoger” cuentos –como él decía– al indicar antecedentes de quienes se los transmitían, especialmente en cuanto a los maravillosos, se comprueba que su procedimiento más usual era el de manuscribir los textos que le dictaban sus colaboradores-narradores, como lo habían hecho en Alemania los hermanos Guillermo y Jacobo Grimm, en el primer cuarto del siglo xix. Así, sin descuidar su buena letra, llenaba páginas y páginas que a veces alcanzaban para un solo cuento, con la cantidad de más de 20 impresas, comprobable, entre otros ejemplos en el cuento “Hermosura del mundo o el castillo de los tres azuelazos********”. “Contado por Tránsito González, maestro carpintero de Choapa y de 57 años de edad. Me lo refirió en Peñaflor en 1922” (véase Revista Chilena de Historia y Geografía Nº 50, 1923: 113-136).

Como en este caso, los nombres de sus “donadores” de relatos, con sus correspondientes localidades de residencia y sus respectivas actividades principales y sus edades, fueron anotados con frecuencia por él, mostrándose la preponderancia cuantitativa de ellos en la aún denominada zona central de Chile, la que abarca, respecto de lo que se indica, la Región Metropolitana de Santiago, la Región del Libertador General Bernardo O’Higgins, la Región del Maule, a las que se suma la localidad de Carahue, en la que hoy es la Región de La Araucanía.

Don Ramón Arminio no utilizaba transcripciones fonéticas, y llego a pensar que si hubiese usado alguna, tratándose de narraciones, como las que él recogía, la habría omitido, absteniéndose de ajustar sus anotaciones a un textualismo purista, que no siempre puede ser exacto, y que, de todos modos, habría requerido de un paralelo con su texto en castellano de escritura común; pero tampoco cayó en la tentación de corregir morfológica y sintácticamente, de modo genérico y estricto normativo, los textos orales que le dictaban sus colaboradores durante larguísimas jornadas.

En él prevaleció el propósito de aportar conocimientos y de entretener a quienes leyesen o narrasen, por completo o parcialmente, los cuentos que él había reunido, por encima de exigencias técnicas lingüísticas, preservando, sí, la comprensión orgánica y simple de narraciones que pudieran contribuir a ensanchar la cultura y a respetar comportamientos sociales de ella. “Con su modestia y prudencia que fueron algunas de sus virtudes, rehuyó hacer proposiciones teóricas y conceptuales, que para él no eran de su dominio y nunca se hallaron entre sus propósitos. Su meta, como culminación de sus objetivos, era la de ‘recoger’ expresiones tradicionales chilenas entregadas por sus propios usuarios, y de divulgarlas para contribuir a tomar conciencia de una identidad nacional, construida sobre múltiples identidades locales” (Dannemann, 2010: 40-41) como las que emanan de las narraciones de los cuentos que lo incentivaban para alcanzar esta meta, con el acicate de las complementaciones de ella, como las indicadas fórmulas de anuncio del inicio y de reconfirmación del término, de estos cuentos, una de las cuales, de las primeras, se ejemplifica a continuación, sobresaliendo la diversidad de las partes de su léxico y su propósito de jocosidad.

“Para saber y contar, y contar para saber; ‘estera y esterita’********, para secar peritas; estera y ‘esterones’, para secar orejones********; no le eche******** tantas chacharachas******** porque la vieja es muy lacha********; ni se las deje de echar, por que de todo ha de llevar; pan y queso, para los tontos lesos; pan y harina, para las monjas capuchinas; pan y pan, para las monjas de San Juan. Fin del principio y principio del fin” (Laval, 1921: 377-382).

Así como merecen elogiarse su obtención y publicación de cuentos, muy en particular de los maravillosos, asimismo fueron sobresalientes sus esfuerzos que le permitieron un uso de fuentes de consulta halladas en publicaciones de estudiosos de renombre, en su mayoría europeos, entre muchos otros del alemán Johannes Bolte, del español Francisco Rodríguez Marín, del francés Paul Sébillot, del italiano Giuseppe Pitrè, del portugués Teofilo Braga, del norteamericano Aurelio Macedonio Espinosa, y de latinoamericanos, como el cubano Fernando Ortiz y el puertorriqueño Augusto Malaret, sin omitir al profesor alemán de la Universidad de Chile, el Dr. Rodolfo Lenz, fundador iniciador de la Sociedad de Folklore chileno, el año 1909, de quien Laval era cercano, como uno de los fundadores de esta Institución, que en 1913 pasara a ser la Sección de Folklore de la Sociedad Chilena de Historia y Geografía, calidad que mantiene hasta hoy (Dannemann, 2008: 40).

Con respecto de estas dos áreas, la de su trabajo de campo y de difusión mediante publicaciones de los resultados de él, por una parte y de su esmeradísima y eficaz tarea comparativa de textos de cuentos chilenos con los de distintos tiempos y lugares, por la otra, se abren incógnitas de inhallable solución completa.

¿Cuánta dedicación, qué cantidad de tiempo, entregaría Laval a la recolección de largos cuentos, esto es, de los maravillosos de denso contenido de inverosimilitudes, en circunstancias de que nunca dispuso tampoco de muy prolongados periodos para ello?

Ante la imposibilidad de una respuesta del todo satisfactoria, sería pertinente apelar a su constancia y a su fascinación por esta clase de relatos, sin que se pueda ir mucho mas allá de esta aproximación a este enigma.

¿Y cómo conseguía descubrir las abundantes fuentes extranjeras de consulta sobre la narrativa, y ponerlas en interrelación con los contenidos de los cuentos que él recogía, las más de las veces de los narradores que se los entregaban?

Es probable que su pertenencia a la Biblioteca Nacional le haya procurado vías para llegar a ellas; pero, básicamente, sus indagaciones de notable motivación personal deben haberlo impulsado a encontrarlas de una u otra manera también en otras áreas, tal vez con el apoyo del aludido filólogo Rodolfo Lenz, eximio consultor de una amplia bibliografía internacional sobre cuentos maravillosos.

Por lo tanto, en lo que hace a estas fuentes en cuanto a Laval, ha quedado más constancia de ellas mismas que de los procedimientos para lograrlas.

A través de estas dos actividades complementarias se demuestra su vigoroso autodidactismo, de ostensible productividad, con una invariable raíz intelectual y un profundo espíritu de orden, virtudes que estuvieron siempre unidas a su afectividad, en un equilibrio de saber, querer y hacer, tanto es sus estudios como en los cargos que sirvió como en su vida de familia, con una ejemplar dignidad.

En lo que concierne a la materia que le da nombre a este libro, la de los cuentos populares y de los folclóricos, la cual se ha planteado y examinado con insistencia en este Estudio Preliminar, así como han surgido preguntas directas e indirectas acerca de la obra de Laval sobre la narrativa, ahora sería apropiado, para una mejor comprensión de ella, efectuar otra más, en lo que incumbe a la denominación completa para Laval de dicha materia, que proviene de su trabajo publicado en la Revista Chilena de Historia y Geografía: “Cuentos populares en Chile recogidos de la tradición oral” (Nos 48-52, 1922-1923).

Sería inadmisible no enfatizar, aunque someramente, la presencia de la voz tradición en este título, la cual fuera de gran importancia, casi obligatoria para la noción de folclore en los tiempos de Laval, y aún hoy muy recurrente en proposiciones de estudiosos sobre ella, pero con un sentido circunscrito de la tradición como transmisión, sin aproximarse siquiera de modo estricto al concepto que va mucho más allá de la transmisibilidad de lo tradicional, sugerido por primera vez a cabalidad para la cultura folclórica por el suizo Richard Weiss, del cual traduzco algunos fragmentos que he seleccionado sobre el particular.

“La tradición no se halla en las cosas, sino que en la creencia en la tradición, la cual consiste en una permanente cualidad anímica de las personas” (Weiss, 1946: 15).

“Mediante ella obtienen los bienes culturales el significado de bienes folclóricos tradicionales. Siempre se van a producir nuevos bienes tradicionales, a los que se les dará un nimbus de lo antiguo, de lo valioso, de lo justo, de lo noble, de lo santo” (Weiss, 1946: 15).

Aunque Laval no explicitó el proceso mismo de transmisión y el carácter de valoración, de los cuentos que estudiara, principalmente con el nombre de populares, es incuestionable, según sus anotaciones, comentarios y referencias bibliográficas, que dio a entender la tradición como un traspaso social por herencia, del género de la narrativa, como un legado con sus forzosos cambios, y también como una pertenencia comunitaria funcional para sus usuarios, en la creencia de que este género constituye un patrimonio propio y representativo de ellos.

Valga como prueba de lo expresado lo que el mismo Laval refiere en su síntesis introductoria de “Tradiciones, leyendas y cuentos populares recogidos en Carahue” (Laval, 1920: 392-397) en cuanto a narradores que aceptan y hacen suyas creencias racionalmente inverosímiles en sus cuentos, incorporadas a su tradición, como acontece con el juego de formulaciones contrastantes, que incluyo aquí en una de las versiones obtenidas de mi excelente colaborador Elbardo Ulloa, de la hacienda El Principal, comuna de Pirque, Región Metropolitana, al interpretar esta suerte de contrapunto psíquico, después de finalizado el relato del cuento en el que aparecía el hecho que la causara.

“¿Cómo iba a ser posible que ese joven tuviera un caballo que caminara una legua por cada tranco que daba?” (ver p. 55).

“Yo creo que no podría ser cierto”.

“Pero está tan bien contado, que puede ser verdad”.

Todavía una reflexión más, destinada a recorrer y a observar, con la mayor atención posible, el mundo de los cuentos, anunciado en este Estudio Preliminar, más allá de la dicotomía de su nomenclatura enfatizada en estas páginas.

¿Qué cuentos, los populares o los folclóricos, recogería Laval a través de las narraciones de ellos, en su mayoría provenientes de quienes se los entregaban de un modo directo, con una sola versión de cada cuento, que guardaba como una joya, para luego hacerla llegar a sus lectores, y que él había adaptado idiomáticamente para su fácil comprensión?

¿Eran unos u otros los que llegaban por consiguiente a él, navegando en los vientos huracanados o en las aguas mansas, de la tradición oral de sus narradores, conservados y admirados por quienes los habían hecho suyos?

Esta pregunta, tal vez no planteada hasta hoy de manera tan perentoria, y que ratifica la bivalencia de la popularización y de la folclorización de textos reunidos por Laval y por otros investigadores, muy en especial con respecto de los cuentos maravillosos, mueve a pensar, rigurosamente, en que don Ramón Arminio no pudo, por las condiciones precarias de su tarea etnográfica, sino que recoger, en su inmensa mayoría, cuentos que, por la ocasional función de entrega a él y por la forma de esta entrega, tenían, en el correspondiente evento, una transitoria calidad de populares, pero que eran, textualmente, los mismos que por su uso cultural, social y anímico adquirían una función folclórica cuando se narraban en sus sistemas comunitarios, a los que Laval no habría tenido acceso, porque se lo impedía su involuntaria carencia de recursos técnicos de recolección audiovisual, el poder reproducirlos como procesos y no tener que limitarlos a unidades textuales; pero, no por eso, dejándolos de dar a conocer en su integridad y en su legitimidad, como aportes de un patrimonio representativo de quienes los compartían y los sentían genuinamente propios, narrados con las finalidades de amenizar y de enseñar, de un modo reiterativo, con un contenido central desarrollado en episodios, y, asimismo, con cambios en consonancia con cada una de sus versiones, entre otros, en sus fragmentos temáticos secundarios, en sus elementos léxicos y en la expresividad emocional de su relato; de esta manera, podría decirse que cada cuento folclórico tiene durante su práctica un “subautor narrador”.

Los cuentos que escuchaba y anotaba Laval, de momentánea existencia popularizada, también tenían un “subautor narrador” en mayor o menor medida, pero él no podría haber efectuado un examen comparativo de sus distintas versiones, porque estas no se encontraban a su alcance, en circunstancias de que ello no era uno de sus objetivos.

Con respecto de los contenidos de estas versiones de cuentos, los cuales, según su funcionalidad de cultura, pueden entenderse como populares o folclóricos, de acuerdo con lo planteado en el Estudio Preliminar de esta edición, se decidió efectuar una selección de narraciones con preponderancia de las peculiaridades de las distintas especies del género, de las presuntamente atractivas para una amplia gama de lectores, y, ojalá, también para numerosos narradores con sus respectivos receptores, unos y otros con percepciones espóntaneas o hábilmente guiadas de modos de ser de la chilenidad, manifestadas en un arte de narrar ameno y didáctico, con asombrosas construcciones sintácticas y grandes repertorios léxicos, sin que se pueda prescindir de la pregunta de cómo serían los elementos fonéticos característicos de los narradores de los cuentos recogidos por Laval, o de cuáles serían las manifestaciones corporales de ellos, tal vez no pocas de propósitos histriónicos.

Así surgió una “reselección” de relatos, con la presencia espiritual de don Ramón Arminio, con dieciocho de Tradiciones, leyendas y cuentos populares recogidos en Carahue (1920); con doce de Cuentos populares en Chile recogidos de la tradición oral (1923); con diez del libro Cuentos de Pedro Urdemales (1996), con dos de “fórmula” y con siete de “nunca acabar”, estos dos últimos pertenecientes a Cuentos chilenos de nunca acabar (1910), no obstante poseer los que llevan la palabra “nunca” una expresa conclusión.

En ese mismo orden se hallan en el corpus narrativo de este libro los de estructura y contenidos más densos y pródigos en simbolismos, hasta los de estructura y contenidos más simples; vale decir, una curva descendente, cuyo inicio se comprueba en los maravillosos, se reduce a muy pocos otros sin el carácter mágico de los antes nombrados, disminuye en los de Pedro Urdemales, hasta alcanzar su menor intensidad en los “de nunca acabar” y en los “de fórmula”.

Los méritos de Laval respecto de la narrativa popular y folclórica de Chile han llevado a la Editorial Universitaria a publicar una nueva selección de distintas clases de cuentos concernientes a su trabajo de estudio e investigación, en circunstancias de que la inmediata selección anterior fue la de Gastón Soublette, Marisol Robles y Verónica Veloz, en el libro Sabiduría chilena de Tradición Oral (Cuentos), que comprende cinco relatos “escogidos, tomados de la Antología” –se omite su nombre particular– “realizada por don Ramón Laval a comienzos del siglo pasado”, que incluye sendas interpretaciones de los autores (2013).

La más reciente edición, hasta hoy, la de Editorial Universitaria ya mencionada, es un nuevo logro de proporcionar determinados bienes culturales chilenos a quienes se interesen por ellos desde muy distintas perspectivas, desde la enseñanza escolar hasta las humanidades y las ciencias sociales, que deben agradecer a la capacidad, a la constancia, al talento, de don Ramón Arminio Laval Alvear, muy principalmente a su apasionado afecto por la chilenidad y por su empuje en difundirla.

Como a este libro se decidiese darle una difusión generalizada, esto es, para cualquier interesado en su materia, se redujo a una medida razonable su aparato crítico en lo que concierne a comentarios, a propuestas lexicográficas y a referencias bibliográficas, que permitiese una apropiada lectura comprensiva de él.

Las narraciones que siguen, en el Capítulo I del curpus narrativo, componen un conjunto orgánico de función predominantemente ejemplarizadora, en distintos planos y modos de plantearla, que Laval presenta libre y simplemente, con su sencillez acostumbrada, pareciera que a través de una amplia secuencia de etapas de recolección, sin un orden preestablecido para agrupar sus ejemplos en clases temáticas, obviamente con su mayoritaria predilección por los textos de desarrollo y desenlace maravillosos, de mágicas sublimaciones, con el enfrentamiento de símbolos del bien con el mal, en el que se impone la victoria del primero con su durísimo e implacable aleccionamiento.

El autor de este Estudio Preliminar expresa el reconocimiento que le atañe a Eduardo Castro Le-Fort, por su iniciativa de publicar esta obra y por darle el apoyo requerido para ese fin.

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*Las acepciones propuestas después de los asteriscos en este Estudio Preliminar han sido proporcionadas por el autor de este Estudio.

**La doble grafía –folclore y folklore– que se halla en este Estudio Preliminar se debe a que en el año 1984 la Real Academia Española cambió la k por c en esta palabra (Diccionario de la Lengua Española, XX Edición); no obstante, hay quienes continúan escribiendo folklore.

***Según Laval, de cara: ciudad, y hue: lugar, que es como decir ‘lugar en el que hubo una ciudad’ lo que concuerda con la etimología propuesta por Ernesto W. De Moesbach (Moesbach, 1991: 46).

A las voces y expresiones que se hallan en los cuentos de esta selección, pero no en el Diccionario de la Lengua Española, de la Real Academia Española, o que estando en él poseen significados poco comunes o de manifiesta carencia de explicitud, que pudiesen dañar la comprensión de los contenidos de estos cuentos, se les ha anotado las acepciones que en rigor les pertenecen, a pie de página con una llamada de asterisco, en la que se indica si la procedencia de cada una de ellas es de un trabajo de Ramón Laval (RL) o de Manuel Dannemann (MD) sin necesidad de citarlo para este caso. Para más facilidad en la lectura de los textos narrativos, se han corregido las formas verbales que Laval transcribiera de los cuentos que recogía y publicó tal como los oyese, para contribuir a conservar un sello de autenticidad aparte de la gramática normativa, de lo que se exceptúan algunos ejemplos muy representativamente idiomáticos (véase pp. 83-92).

****Sagaz.

*****Envalentonado.

******Se sumó.

*******Vanidoso.

******** De mala apariencia y de muy escasos recursos materiales.

******** Despectivamente.

********De azuela, herramienta para desbastar, compuesta por una plancha de fierro y un mango de madera.

********Estera y sus derivados, tela gruesa de diferentes materiales.

********Torrejas de durazno (melocotón) secadas al sol.

********Diga.

********Seguidilla de palabras con escasa o ninguna coherencia entre ellas.

********Con inclinación de conquista sexual.

********La primera edición importante de estas tres obras reunidas es de 1620.