Cuidar las infancias en la era digital - Lucía Fainboim - E-Book

Cuidar las infancias en la era digital E-Book

Lucía Fainboim

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Este libro no solo expone un diagnóstico actual, sino que acerca la posibilidad de actuar frente a la parálisis provocada por el temor o el desconocimiento de las nuevas patologías digitales (sociales e individuales), o ante consumos problemáticos con tecnologías, pues está pensado para quienes día a día trabajan en el cuidado digital, ya sea en casa, en la escuela o en la comunidad. Reúne experiencias y reflexiones prácticas nacidas del trabajo y del compromiso con un Internet más seguro y humano. A la vez, proporciona herramientas para transformar el cuidado en algo más que una tarea: en un proyecto de vida construido con paciencia, amor y mucha conversación, casi a contramarcha de los contenidos que se vuelven virales en redes sociales. La idea es que, al final del día, la tecnología no se perciba como una amenaza, sino como una gran oportunidad para conectar, aprender y crecer en sociedad (...). No solo se trata de proteger de peligros, sino también de fomentar un ambiente en el que cada interacción sume y cada experiencia sea una oportunidad para mejorar los vínculos presenciales y reales.

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Seitenzahl: 216

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Lucía Fainboim

Cuidar las infancias en la era digital

Uso de pantallas. Pornografía. Apuestas. Acosos. Prevención desde la familia y la escuela

Fainboim, Lucía

Cuidar las infancias en la era digital : uso de pantallas : pornografía : apuestas : acosos : prevención desde la familia y la escuela / Lucía Fainboim. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Centro de Publicaciones Educativas y Material Didáctico, 2025.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-631-6603-60-9

1. Cultura Digital. 2. Inclusión Digital. 3. Abuso Sexual Infantil. I. Título.

CDD 371.78

Corrección de estilo: Liliana Szwarcer

Diagramación: Patricia Leguizamón

Diseño de cubierta: Sabrina Ricci

Imagen de cubierta: es.123rf.com

Los editores adhieren al enfoque que sostiene la necesidad de revisar y ajustar el lenguaje para evitar un uso sexista que invisibiliza tanto a las mujeres como a otros géneros. No obstante, a los fines de hacer más amable la lectura, dejan constancia de que, hasta encontrar una forma más satisfactoria, utilizarán el masculino para los plurales y para generalizar profesiones y ocupaciones, así como en todo otro caso que el texto lo requiera.

Las referencias digitales de las citas bibliográficas se encuentran vigentes al momento de la publicación del libro. La editorial no se responsabiliza por los eventuales cambios producidos con posterioridad por quienes manejan los respectivos sitios y plataformas.

1º edición, marzo de 2025

Edición en formato digital: marzo de 2025

Noveduc libros

© Centro de Publicaciones Educativas y Material Didáctico S.R.L.

Av. Corrientes 4345 (C1195AAC) Buenos Aires - Argentina Tel.: (54 11) 5278-2200

E-mail: [email protected]

ISBN 978-631-6603-60-9

Conversión a formato digital: Numerikes

No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446.

LUCÍAFAINBOIM. Licenciada en Ciencias de la Comunicación (UBA). Diplomada en Educación, Imágenes y Medios en la Cultura Popular (Flacso). Maestranda en Educación (UNQ). Directora de la consultora Bienestar Digital. Coordina el área de convivencia y ciudadanía digital en la Red La Salle Argentina-Paraguay. Dirige la diplomatura “Tecnología y salud: desafíos y emergentes” junto a Federico Pavlovsky (UCA). Hace más de quince años que estudia, investiga y lidera proyectos vinculados a la ciudadanía y crianza digital. Es autora de numerosas guías, publicaciones y documentos didácticos acerca del cuidado de niños, niñas y adolescentes en Internet. Es autora del capítulo “Crianza digital y apuestas online” en el libro Apuestas online. La tormenta perfecta, coordinado por Federico Pavlovsky (Noveduc, 2024). Colabora con Unicef y OEA.

Para Cata y Camilo, por ser guardianes de la curiosidad.

A Facu, por ser empuje y red.

PrólogoPor Melina Masnatta

En el mundo de hoy, cuidar en (y para) Internet se ha vuelto casi una aventura diaria, llena de sorpresas, retos y momentos que, a veces, ni logramos imaginar y para los que, seguramente, nadie ha preparado. Aprendemos casi en tiempo real que lo digital no es solo cuestión de gadgets y aplicaciones, sino que tiene que ver más con edificar un espacio de (tecno)convivencia –en donde agentes de inteligencia artificial también dicen “presente”–, que impacta en la construcción de una nueva identidad, personal, humana, colectiva y tecnológica a la vez. Este desafío, al que además se suma incluso un nuevo vocabulario que nos atraviesa –por momentos, espanglish–, da cuenta de la urgencia y la necesidad de un libro –en pantalla o en papel– como el que está en tus manos ahora.

Te propongo que recorras sus páginas como si estuviéramos conversando en el living de tu casa, en ese tipo de charla en la que se comparten anécdotas, se ríe, se reflexiona y, sobre todo, se aprende a enfrentar lo que Internet nos lanza a cada instante. Porque, seamos sinceros: el mundo digital a veces parece un torbellino en el que todo va demasiado rápido, pero que también nos acerca instantes condensados, cargados de significado, en los que un simple mensaje o una imagen pueden cambiar nuestra forma de ver las cosas. Son momentos breves, casi destellos, pero que, cuando nos detenemos a analizarlos, nos revelan una gran cantidad de detalles acerca de cómo nos relacionamos, cómo crecemos y cómo podemos proteger a quienes amamos.

Con una mirada crítica, Lucía Fainboim propone abordar con nuevos filtros (o lentes) muchos temas que a lo largo de los años se han convertido en parte de la vida de quienes se dedican a cuidar en (y para) Internet. Hablamos, por ejemplo, del famoso mito del “nativo digital”. ¿Quién no ha escuchado esa idea de que niñeces y juventudes, por haber crecido rodeadas de teléfonos, tabletas y redes sociales, son expertas en el mundo virtual? Quienes trabajamos en el ámbito de la tecnología educativa sabemos que este asunto es mucho más complejo. La experiencia enseña que, aunque niños, niñas y adolescentes puedan navegar con soltura, no necesariamente sabrán cómo evitar peligros o cómo interpretar de forma segura la gran avalancha de información que reciben. Por eso, el acompañamiento en la red demanda tareas que requieren tiempo, dedicación y, sobre todo, diálogo, como algunas de las estrategias prácticas que se proponen para dar respuesta.

Pero, ¿realmente entendemos la nueva dimensión que habitamos? Imaginemos por un momento que Internet es como una gran fiesta a la que todos estamos invitados, sin importar la edad. Hay música, luces, charlas y un montón de actividades, pero también hay riesgos: alguien podría perderse o encontrar algo inesperado. En esta fiesta, quienes nos dedicamos a cuidar en (y para) Internet somos como los anfitriones, los que estamos ahí para orientar, para poner señales, para asegurarnos de que nadie se quede afuera y todos puedan disfrutar sin peligro (porque la experiencia no es igual para alguien de ocho años que para alguien de cincuenta y ocho). Y eso no es algo fácil de conseguir, en especial cuando cada día se suman nuevas tecnologías que nos llevan a pensar cómo hacer para que esto tenga sentido para todas las personas.

Aquí es donde entra en juego la idea de derribar la Torre de Babel que es Internet. La Torre de Babel, en su origen, simbolizó la confusión que surge cuando muchos hablan distintos idiomas y nadie se entiende. Hoy, en el mundo digital, ocurre algo parecido: quienes diseñan las tecnologías –docentes, familias, estudiantes y todos los que participan en este ecosistema– a veces parecen expresarse en lenguas diferentes. Cada uno posee su forma de ver los procesos, su vocabulario personal y, a veces, sus propios miedos y esperanzas. El desafío que tenemos es el de unir esa multiplicidad de voces en un idioma común, que nos permita comunicarnos de manera clara. Una especie de puente que nos conecte a todos, donde la diversidad no sea un obstáculo, sino la base para construir un espacio seguro y enriquecedor.

Esta invitación surge de la síntesis de la experiencia de la autora, que ha dedicado los últimos años a problematizar, investigar, abordar, formar y, en particular, a vivir el cuidado digital. Se trata de una mirada que ha crecido en el corazón de nuestra región, en un contexto en el que la tecnología, en su mayor parte, no se diseña o fabrica, sino que se consume en el día a día. En los capítulos de este libro, Lucía plasma el sentir y el saber de familias, escuelas y organizaciones que han tenido que adaptarse y buscar el lado humano de la tecnología. Y, en ese recorrido, queda claro que no se trata de llenar la vida de normas o de prohibiciones, sino de encontrar maneras de acompañar a quienes están creciendo para que puedan disfrutar de las ventajas de Internet sin perder la noción –o el GPS– de lo que realmente importa y que es algo que, como adultos, muchas veces nos aporta dilemas y ansiedades.

El libro aborda desafíos concretos acerca de cómo las infancias y adolescencias se relacionan con las pantallas. Esta es aún una conversación abierta, que acompaña el proceso de aprendizaje de ayudar a ganar autonomía poco a poco y de hallar el equilibrio entre el uso de la tecnología y el tiempo para jugar, para conversar y para soñar. Y reconoce que, si bien las pantallas pueden ofrecer información y diversión, también es fundamental cuidar los momentos que pasamos lejos de ellas, para que no se pierda el valor de la vida real.

En ese recorrido, es vital explorar cómo es la (tecno)convivencia en el mundo digital, esas interacciones que pueden ser tan positivas como desafiantes. ¿Cuántas veces hemos visto que un comentario malinterpretado en Internet se convierte en un conflicto que se extiende más allá de lo virtual? Este tipo de convivencia requiere el ejercicio continuo de saber escuchar y de establecer normas de respeto que nos permitan vivir en un entorno donde todos se sientan con seguridad. Es un llamado a desarrollar el ejercicio de estar atentas y atentos, para identificar cuándo alguien necesita apoyo y para actuar en conjunto, de modo tal que la red sea un espacio de encuentro y de aprendizaje, y no de exclusión o de violencia.

En otras palabras: este libro no solo expone un diagnóstico actual, sino que acerca la posibilidad de actuar frente a la parálisis provocada por el temor o el desconocimiento de las nuevas patologías digitales (sociales e individuales), o ante consumos problemáticos con tecnologías, pues está pensado para quienes día a día trabajan en el cuidado digital, ya sea en casa, en la escuela o en la comunidad. Reúne experiencias y reflexiones prácticas nacidas del trabajo y del compromiso con un Internet más seguro y humano. A la vez, proporciona herramientas para transformar el cuidado en algo más que una tarea: en un proyecto de vida construido con paciencia, amor y mucha conversación, casi a contramarcha de los contenidos que se vuelven virales en redes sociales. La idea es que, al final del día, la tecnología no se perciba como una amenaza, sino como una gran oportunidad para conectar, aprender y crecer en sociedad.

En cada página de esta obra, la autora plasma una mezcla de cercanía y compromiso que nos impulsa a seguir adelante, a pesar de los desafíos. Cada tema que se aborda constituye una invitación a reflexionar sobre cómo, a través de lo digital, podemos generar oportunidades y relaciones más significativas. Porque, una vez más: cuidar en (y para) Internet no solo se trata de proteger de peligros, sino también de fomentar un ambiente en el que cada interacción sume y cada experiencia sea una oportunidad para mejorar los vínculos presenciales y reales.

Detrás de cada análisis, marco, concepto, experiencia y propuesta, aparece una idea que conecta –casi como si fuera un hipervínculo–: se trata de aprender a traducir el mundo digital a nuestro idioma, ese que usamos a diario, en nuestras charlas en la cocina, en las reuniones de familia o en esas tardes de café o mate compartido. Es encontrar el balance entre lo que ofrece la tecnología y lo que nos hace humanos; entre el ruido constante de la red y el silencio necesario para escuchar a quienes nos rodean. Es, en definitiva, un llamado a ser parte activa de esta nueva vida que muchas veces no pedimos integrar. Y es por eso que resulta urgente tomar las riendas y acompañar a nuestros seres queridos, para que no se pierdan en la inmensidad.

En conclusión: Cuidar las infancias en la era digital, un libro escrito desde la entrega y la vivencia de quien ha recorrido este camino durante muchos años, es un testimonio de que, con compromiso, podemos construir un entorno digital diferente del que conocemos. Una nueva Torre de Babel, en la que finalmente cada ladrillo, cada palabra y cada gesto se unan para formar un idioma común de cuidado y de respeto.

Así que, si sos una de las personas que se dedica a cuidar en (y para) Internet –si sos una de las que, con la mirada puesta en el bienestar de infancias, juventudes y familias, busca construir puentes en medio de la tecnología–, te invito a que sigas leyendo. Permitite sumergirte en este recorrido para descubrir prácticas, sugerencias y reflexiones que, de alguna manera, te ayudarán a mirar el mundo digital desde otra perspectiva. Porque, al final, se trata de entender que detrás de cada pantalla hay una historia, detrás de cada mensaje un sentimiento y, sobre todo, detrás de cada conexión existe la oportunidad de hacer de Internet un espacio de encuentro y no de polarización o hate.

En este sentido, nos referimos ni más ni menos que al tejido de nuestras vidas, en donde cuenta cada vínculo y cada relación (incluso la que uno mantiene con uno mismo). Entonces, cuidar en (y para) Internet se presenta como una labor esencial, una tarea que trasciende lo técnico y se adentra en el corazón mismo de lo que significa ser humanos.

Desde la primera hoja, se plantea una conversación valiente y sincera, que propone un compromiso renovado con el cuidado y la transformación en un mundo digital en constante evolución, que necesita que se escuchen muchas más voces, empezando por la tuya. Durante y después de la lectura de este libro, sin duda tu voz se expandirá a lo que implica habitar y vincularse en estos tiempos sintéticos.

Introducción

ARENAS MOVEDIZAS

El mundo, tal como lo conocimos, cambió estructuralmente. Nuestra memoria, el instinto de supervivencia o la melancolía nos llevan a aferrarnos a definiciones, miradas y abordajes que responden a escombros de un pasado que supimos conocer y representan un terreno seguro frente a las arenas movedizas del presente en construcción.

Las actuales personas adultas nacieron y se criaron en un mundo analógico o poseen recuerdos recientes del mismo, y debieron empezar a conocer, entender y transitar territorios digitales que, en muy poco tiempo, comenzaron a cambiarlo todo.

El crecimiento del entorno digital es exponencial, lo que le suma vértigo al desafío: nos cuesta asimilar determinados cambios y, aun sin llegar a comprenderlos, es necesario pasar al siguiente casillero. A menudo avanzamos sin haber entendido cabalmente el paso anterior y acumulamos temores, dudas, desconocimientos y prejuicios.

En este contexto criamos, educamos y acompañamos a niños, niñas y adolescentes que, a diferencia de lo que nos sucede a nosotros, nacieron en un medio que naturaliza las prácticas digitales. No tuvieron que comprender las nuevas reglas del juego y eso nos hace dudar de nuestra función como cuidadores.

“¿Qué debería enseñarles acerca de un entorno que apenas comprendo? ¿Para qué voy a exponerme al ridículo si ellos se mueven como peces en el agua?”. Estas preguntas surgen con frecuencia en los pensamientos de padres, madres, docentes y cuidadores en general que, por miedo, inseguridad, comodidad o desconocimiento, huyen para no ejercer su rol en Internet.

¿Quién cuida a los chicos y las chicas en estos entornos? ¿De quién aprenden? ¿Quién observa sus necesidades?

En este libro proponemos revalorizar el rol adulto en tanto figura de cuidado también en los territorios digitales. Para cumplir ese objetivo, brindamos información acerca de algunos de los principales dilemas, tensiones, conflictos y oportunidades que pueden aparecer en el entorno digital, para que familias, docentes, profesionales y cuidadores puedan conocerlos, profundizar en ellos y tomar nota.

Por otro lado, nos proponemos compartir hallazgos que surgen en el territorio en los diversos proyectos y espacios de trabajo que llevamos adelante desde la consultora Bienestar Digital, en escuelas, organizaciones, organismos y empresas. Estas observaciones, hallazgos y emergentes que observamos día a día en espacios compartidos con niños, niñas, adolescentes, familias y docentes, estarán volcados a lo largo del libro en destacados que llamamos “En territorio”.

El territorio es un termómetro muy útil para dar materialidad a las definiciones abstractas; además, estimula a pensar en contexto algunos emergentes.

La invitación está hecha. Internet expresa un clima de época y tenemos la oportunidad de que la soledad de los chicos y las chicas no sea una marca distintiva.

PARTE IVINCULACIÓN CON PANTALLAS Y PLATAFORMAS

Capítulo 1EL MITO DEL NATIVO DIGITAL Y LA DESPROTECCIÓN EN INTERNET

Para pensar el vínculo actual de niños, niñas y adolescentes con las pantallas, es indispensable empezar por dar cuenta del estado de situación: los chicos y las chicas suelen recorrer los territorios digitales de manera prematura y solitaria desde la primera infancia.

Al hablar de conexión prematura, nos referimos a infancias que, desde su primer o segundo año de vida, ya tienen a disposición dispositivos individuales (como tablets o celulares) para ver contenido a medida que lo demandan o por necesidad de la persona adulta cuidadora.

Chicos y chicas que, como regla, consumen material fragmentado e hiperestimulante durante un viaje en auto. Niños entretenidos con una tablet en un restaurante. Bebés que miran un celular como anestesia maquínica para que eviten llorar en la visita al pediatra. Pequeños y adolescentes que en una sala de espera acceden a contenido estereotipado en redes sociales.

Uno de los objetivos de este libro es evitar señalar o culpar a las familias y a los docentes. El fenómeno de la hiperconexión infantil y adolescente es social y excede en muchos casos las disposiciones familiares. Sin embargo, es importante incorporar información para adoptar decisiones de crianza y educativas en pos del bienestar de niños, niñas y jóvenes.

Lo cierto es que lo que sucede con el uso prematuro y naturalizado de dispositivos individuales, redes sociales y plataformas de contenido fragmentado durante la infancia se configura como un experimento social en vivo, tal como señala Federico Pavlovsky, psiquiatra especializado en adicciones conductuales. Las consecuencias a nivel emocional, cognitivo y físico podrán apreciarse a ciencia cierta dentro de algunos años o décadas.

En los próximos capítulos abordaremos los efectos de la hiperconexión. En este apartado señalamos el uso solitario de dispositivos para visibilizar que las tareas de cuidado no se están trasladando a Internet. Los adultos responsables de criar, acompañar y educar a los niños no están logrando trasponer sus criterios de cuidado, educación y crianza a los entornos digitales. Esto se refleja no solo en el hecho de que los niños utilizan dispositivos y plataformas sin la supervisión física de un adulto, sino también en la ausencia de una presencia simbólica que debería manifestarse a través de consejos, límites, guía y ejemplo.

¿De quién y de qué modo están aprendiendo chicos y chicas a vincularse con los dispositivos y plataformas digitales?

La evidencia del territorio confirma lo que sospechamos: las personas adultas de su alrededor dan a niños y jóvenes un ejemplo de uso poco saludable, excesivo y dependiente de dispositivos y plataformas.

La soledad de las infancias en los entornos digitales da cuenta de una vulneración del derecho a ser cuidadas por personas adultas a cargo. Internet es en la actualidad un territorio como tantos otros, transitado por niños, niñas y adolescentes. Allí, tanto como en los espacios físicos, ellos tienen derecho a ser cuidados por personas adultas que se aboquen a esto.

¿Por qué se encuentra vulnerado este derecho? Existen múltiples aspectos que permiten comprender esta ausencia adulta.

FAMILIAS SIN DISPONIBILIDAD

Como señala Byung-Chul Han (2010), la sociedad actual es una sociedad del rendimiento, en la que el tiempo dedicado a la productividad invade los momentos de ocio. En este contexto, los individuos ya no se perciben como sujetos sometidos a órdenes externas (como sucedía en la era industrial), sino como agentes de su propia productividad. Esto genera una autoexigencia constante que transforma incluso el tiempo de ocio en un espacio subordinado a la lógica del rendimiento.

En lugar de ser un momento de descanso o desconexión, el ocio se redefine como una oportunidad para “invertir” en uno mismo: aprender nuevas habilidades, mejorar la salud física y mental o realizar actividades que puedan ser capitalizadas de modo social o profesional. Esta colonización del tiempo libre provoca una pérdida del verdadero ocio, entendido como un estado de libertad que permite la creatividad, la contemplación y el descanso genuino.

Las familias actuales viven también bajo la exigencia de la productividad y el rendimiento. Si a este mandato le sumamos la actual crisis económica, en las personas que crían aparecen las agendas completas, el pluriempleo y, por ende, la escasez de tiempo dedicado a la crianza, al juego y a la disponibilidad que requieren los niños y niñas.

En este contexto de familias sobreexigidas y obligadas a rendir constantemente, las pantallas surgen como una herramienta económica y fácil para esconder la ausencia.

Sin niñera ni red de contención cercana, durante el tiempo de trabajo, tareas del hogar o estudio, las pantallas se transforman en “cuidadores” virtuales.

En territorio

Durante las diversas formaciones docentes realizadas en los últimos años, observamos un fenómeno repetido. Chicos y chicas que no saben jugar a juegos de mesa clásicos, como el de la oca, el truco, la casita robada, el dominó, etcétera. ¿La razón? No comparten momentos lúdicos con su familia. El tiempo apremia y a los adultos les cuesta dedicar parte de él a jugar con sus hijos e hijas y dejar de lado las obligaciones, asuntos pendientes y tareas.

 

Ejemplo 1: “Mirame con los ojos”.

A este escenario complejo de falta de tiempo es preciso sumarle la hiperconexión propia de las personas adultas que, en sus momentos de ocio, prefieren scrollear en redes o chatear a compartir momentos con los chicos y chicas, en parte por acostumbramiento y en parte debido al gran cansancio acumulado.

“Mirame con los ojos” es una frase que hemos escuchado en boca de niños pequeños, como pedido desesperado de conexión real y contacto visual. La mirada desviada del adulto atrapado en su propia pantalla es hoy por hoy una regla y parte del escenario cotidiano de muchos hogares con niños a cargo. Rostros que sonríen, aunque el chico esté contando algo alarmante o expresiones preocupadas por lo que muestra el celular, pese a que la niña está contando algo alegre o haciendo una cosa divertida.

 

Ejemplo 2: “En la cena, mis papás son los primeros en romper la regla de no usar celulares, siempre con la excusa del trabajo”.

A partir de la pubertad, los chicos y chicas comienzan a problematizar las normas impuestas por su familia y a discutir la justicia con la que estas se implementan. El uso de pantallas no es una excepción; en talleres y encuentros con estudiantes se repite la queja: afirman que las personas adultas rompen una regla familiar y la comida se interrumpe constantemente por el uso que de pantallas ellas hacen.

La soledad de los niños, niñas y adolescentes en Internet no limita únicamente a la falta de consejos sino, en forma primordial, a la referencia adulta en estos territorios. Hay una construcción simbólica de la figura de cuidado que no se configura en Internet en tanto espacio transitado y compartido.

Sharenting

Cuando pensamos el lugar de la referencia adulta, vale la pena detenernos a considerar el sharenting. Esta práctica –que tiene nombre en inglés– alude a la conjunción de dos aspectos: compartir (share) y crianza (parenting). Indica la publicación repetida de información o imágenes de hijos, sobrinos, nietos o niños cercanos en redes sociales o plataformas digitales.

Es claro que, en la inmensa mayoría de los casos, esta práctica se vincula con el amor y el orgullo. Así como antes mostrábamos la foto carnet que guardábamos en nuestra billetera, hoy publicamos en redes.

Pero hay algunos puntos en torno a esta práctica en los que vale la pena detenernos.

En territorio

Estudiante, mujer, de once años: “Mi mamá vive subiendo fotos mías, aunque yo le digo que no quiero”.

Estudiante, varón, de trece años: “En mi casa me retan si publico muchas fotos, pero ellos siempre subieron un montón de cosas mías”.

Desde el inicio de la pubertad, observamos que se repite muy a menudo la reflexión –y, en muchos casos, la recriminación– respecto de esta práctica y la coherencia –o incoherencia– de los adultos respecto a los cuidados que chicos y chicas les piden que tengan, y a los que ellos mismos implementan.

Por un lado, podemos pensar el shareting desde el cuestionamiento a la actitud modélica. Este punto aparece mucho en talleres y espacios de trabajo con niños, niñas y adolescentes. Ellos observan cómo las personas adultas suben información, fotos o videos de ellos sin haberles pedido consentimiento y sin detenerse a pensar en la perdurabilidad de los mismos.

“¿Qué va a pasar con esas imágenes cuando crezca? ¿Y con esa información?”.

Muchas veces, los ejemplos analógicos sirven para orientar las prácticas digitales de crianza. Pensemos, entonces, en cómo aprende un niño que debe cruzar la calle por la senda peatonal. Por supuesto, le explicaremos y le enseñaremos cómo hacerlo, pero lo cierto es que, desde que tiene uso de razón, nos ha visto cruzar por allí y esa es una referencia mucho más fuerte que todo lo que podamos indicarle. El chico aprende mucho más de lo que hacemos que de lo que decimos.

¿Qué modelo de cuidado y respeto de la privacidad tendrá cuando maneje sus primeras redes sociales? Nos ve usarlas y esta observación puede ser una hermosa excusa para configurarnos como adultos de referencia. Explicarle cómo las empleamos, qué medidas de cuidado adoptamos y qué elegimos. Es mejor si esto sucede antes de que chicos y chicas abran sus primeras cuentas.

Por otro lado, resulta indispensable reflexionar acerca de la noción de consentimiento y sobre el respeto por el cuerpo y la privacidad de las otras personas. Publicar imágenes o información de niños y niñas –entendiendo esto no solo como fotos o videos, sino también sus experiencias, opiniones o expresiones– sin su consentimiento, o en etapas de su desarrollo en las que aún carecen de las herramientas y el conocimiento necesarios para decidir, establece un precedente importante.

Si nosotros no lo hicimos, ¿cómo podrán notar luego que es incorrecto compartir fotos de sus amigos o conocidos sin permiso? ¿Cómo sabrán que tienen derecho a que su novio o novia no publique fotos de ellas o ellos sin consentimiento? Volvemos a las prácticas modélicas que se observan y son referencia.

Existen otras razones aún más preocupantes para discutir la práctica del sharenting: el empleo de la información para delitos como explotación sexual infantil, grooming o venta de datos. No profundizaremos en aspectos legales, pero es fundamental comprender que una foto, un video o cualquier tipo de información que ingrese a Internet deja de ser completamente nuestra. Una vez publicado, todo puede difundirse a múltiples lugares y quedar fuera de nuestro control.

Seguramente, muchas personas quieren compartir imágenes de momentos especiales con sus hijos, nietos o sobrinos. Proponemos pensar algunos puntos clave: