Dafy y Dédalo - Juan Francisco Santana Dominguez - E-Book

Dafy y Dédalo E-Book

Juan Francisco Santana Domínguez

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Beschreibung

Una novela de gran intensidad amorosa entre los dos chicos protagonistas, aderezado con la vertiginosa intriga que supone la entrada en escena de un asesino en serie y los extraños métodos que utiliza con sus víctimas. Todo ello enmarcado en el paralelismo entre la ciudad de Torrelada, brillante y espaciosa, y el barrio de Oseras, peligroso y empobrecido. La intriga se mezcla con la emotividad, la humanidad y el erotismo en esta novela que aborda temas como la resiliencia, la adicción a determinadas sustancias, el compromiso con los necesitados, la transexualidad, la violencia callejera, la explotación laboral, los sueños rotos, la pobreza, el poder de la formación o la prostitución.

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Cubierta y diseño editorial: Éride, Diseño Gráfico

Dirección editorial: Ángel Jiménez

Imagen de la cubierta: Augusto Vives

Primera edición: octubre, 2022

Edición eBook: febrero, 2024

DAFY y DÉDALO. Amar INFINITO

© Juan Francisco Santana Domínguez

© Éride ediciones, 2022

Éride ediciones Espronceda, 5 28003 Madrid

ISBN: 978-84-10051-26-3

Diseño y preimpresión: Éride, Diseño Gráfico

eBook producido por Vintalis

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Juan Francisco Santana Domínguez

Nace en Gran Canaria. Entre otros, es Doctor en Historia, Licenciado en Geografía e Historia, Licenciado en Antropología, Licenciado en Educación Física, Diplomado en Educación. Escritor, poeta, investigador, biógrafo, ensayista, articulista, prologuista a nivel insular, nacional e internacional. Ha publicado ocho poemarios, nueve ensayos históricos y biográficos, una novela, un libro cuaderno didáctico. Invitado, como poeta, al 500 aniversario de la fundación de Veracruz (México), representando a España. Miembro de la Asociación Mundial de Escritores Latinoamericanos (A.M.D.E.L.). Delegado en Canarias, desde 2017, y Director en España, desde octubre de 2020, de la Academia Norteamericana de Literatura Moderna Internacional, sede en New Jersey, Estados Unidos. Embajador de la Paz, Círculo Universal de Embajadores de la Paz, con nombramiento en Francia y Suiza. Académico de las Artes y Letras de Guinea-Bissau. Primer Premio TASATE 2021 a la Investigación Histórica. Académico de Honor de la Academia Internacional de Ciencias, Tecnología, Educación y Humanidades (A.I.C.T.E.H.). Conferenciante en el III Ciclo Internacional de Conferencias virtuales: Pensar la Literatura y la Lecto-Escritura desde el siglo XXI.

Análisis y Experiencias. Parlamento Mundial de Escritores. Perú, México y Estados Unidos. Año 2021. Premio Estrella de la Cultura 2022 en la isla de Gran Canaria.

Decir lo que sentimos. Sentir lo que decimos.

Concordar las palabras con la vida.

(Séneca)

1

Sentí el deseo, no la necesidad, de sumergirme en aquel enmohecido fangal, tan lleno de mensajes incoherentes, en aquella mierda que todo lo pringaba, buscando, entre los desperdicios, lo que en mi mente se repetía, constantemente, como martillo que golpeara un cicatrizado yunque.

—Pruébala, pruébala —escuchaba de unos húmedos labios, babeantes, surgidos de mis adentros más oscuros, a los que nunca antes me había asomado.

—Hoy quiero probarla. —Me repetí, una y otra vez, para no volver, de nuevo, sobre mis dubitativos pasos, los mismos que me dicen que no baje a los infiernos a pesar de que la incertidumbre me atraiga, costándome mucho decirle, en este momento, que espere.

—Pruébala, pruébala —seguía escuchando en bocas dibujadas en las sucias paredes de aquel maloliente lugar, tan lleno de humedad y cubierto de rotos carteles de cine; rodeado de desperdicios que olían a podredumbre y a vómitos de sombras que habían celebrado un reciente cumpleaños, sin tarta que cortar y sin velas que apagar, solo con el desconcierto que produce la incertidumbre.

—¿La saco o no la saco de mi bolsillo? —Me dije, inmerso en la duda que a mi pecho oprimía, que me asfixiaba cual ansiedad que se aferraba a mis temores.

—¡Sácala y decídete! —creí escuchar en mis confiados oídos, acostumbrados a escuchar mi convencida voz y no mensajes venidos de un tímido capricho. No creo que fuera deseo, como pensaba en aquel preciso instante. Me traicionaba.

Algo me decía que estaba muy equivocado, pero me podían más las ganas de ponerme a prueba, ¡qué incongruencia! Intenté evitar acercarla a mi boca, pero algo, no sé qué, me empujaba a tomarla, a probarla por vez primera. Quería demostrarme que nada ni nadie iba a poder cambiar lo que al respecto opinaba.

Sabía que no me hundiría en lodazales, ni en pantanos, ni en pozos negros, ni tan siquiera en barrizales, aquellos, de color de caramelo de nata, que de pequeño me advertían me alejara, en los que los sapos me hablaban de viajes al país de las maravillas, y en donde encontraría los juguetes que me imaginaba. ¡Así de soñador era ya desde entonces! Hoy aquellos sueños parece que se conviertan en pesadillas.

Mis ropas, hasta aquella tardecita inmaculadas, olían, por vez primera, a reproche, a una culpabilidad que corría despavorida por mis venas y por pasadizos que solía transitar desde que, hace unos doce años, solo, por primera vez, los atravesara. ¡Cuánto tiempo ha transcurrido desde entonces! Antes de aquellos momentos mamá siempre me acompañaba y a su vera miré, cientos de veces, en derredor, encontrando solo vacío y frío en invierno y también en verano. Vi ojos que en mamá se fijaban, a nuestro paso, pero ella aceleraba, tirando de mí, como si presintiera que en mí también se fijaban.

Cumplí años y en más de una ocasión hui, con el gélido temor pegado a mi cuello, de viciosas voces que me llamaban para indagar bajo mis calzoncillos, ocultas en las sombras que semejaban fieras, despavoridas, salidas en estampida, de lupanares en llamas. Temblaba, tiritaba solo de pensar que mi piel fuera tocada por sucias manos indecentes, por sombras de seres que parecían haber salido de las herrumbrosas cloacas con olor a putrefactos detritus. Nunca he permitido que nadie que yo no deseara me tocara pues me sentiría sucio y me ocasionaría una herida que sería, a mi entender, muy difícil de cicatrizar.

Quería sacar a colación, desde un primer momento, el compromiso de unión perpetua, o al menos eso es lo que, desde aquella juvenil e inolvidable tarde de invierno, sellamos en un curioso rito que sigue vivo, hoy más que ayer y espero que menos que mañana, con Dédalo, con mi amigo de siempre. Aunque he de decirles que en verdad es algo farotón pero exhala, por todos sus poros, una inmensa dulzura, una ternura que enamora y me enamora y que hace que a él me adhiera como imán que quiere lanzar a los cuatro vientos, para que el resto de imanes queden enterados, que desea unirse, por siempre, al metal que más le llama.

Realmente se llamaba Cisco, pero su osadía, su valentía, su manera de resolver los problemas que se nos presentaban a diario en pasadizos y solares, hizo que, en una ocasión, después de haber leído Dédalo eÍcaro, escrito por Geraldine McCaughrean, recomendado por mi profesora de literatura, me decidiera a asignarle el sobrenombre por el que todos hoy en día le conocen.

Vivir a su lado es como ser el protagonista del sueño que siempre he querido hacer realidad. Es curioso como Cisco, su nombre de pila, fue desapareciendo, como por arte de magia, para dar paso a Dédalo, un sobrenombre que se impuso por mor de la repetición y por su aceptación gustosa. Debido a ello desde un principio quiso saber más sobre ese personaje mitológico, entrando a formar parte de nuestras conversaciones.

—Dafy, ¡cuéntame algo de Dédalo!

—Bueno, tengo que decirte que Dédalo no se parece a ti en nada, yo diría que es la antítesis de tu personalidad, pero me pareció un nombre muy bonito y por eso, sin pensar que así serías conocido por todos, te seguí llamando Dédalo y así sigues y me supongo que seguirás.

—¡Antítesis, dices!

—Sí, lo contrario.

—¡Ah! pues cuéntame algo más de Dédalo.

—En realidad, se trataba de un artesano y arquitecto griego que destacaba por ser muy hábil, en eso sí que te pareces; conocido, sobre todo, por haber sido el constructor del laberinto de Creta, pero muy orgulloso y capaz de hacer cualquier cosa para que nadie le pudiera hacer sombra.

—¡Joder! Pues no creas que me hace mucha gracia ese Dédalo.

—Solo se trata de optar por un nombre menos oído, solo eso, aunque Cisco, en realidad, no es nada común pero me gusta muchísimo más Dédalo, sin ningún tipo de duda.

—Tendré que leer más sobre ese celoso personaje.

—Eso sí que está muy bien.

—No me vengas con segundas, colega.

—Ja, ja, ja…

Se fue olvidando de que el Dédalo de la antigüedad no le gustaba mucho y, poco a poco, fue respondiendo, como si desde siempre ese hubiera sido su nombre. Tendríamos entonces, cuando comenzamos nuestra relación, ambos, unos quince años pues nos pasamos apenas nada; él nació un quince de mayo y yo un veinte de abril. Parece que nuestras madres se pusieron de acuerdo, aunque amistad, lo que se dice amistad, no fuera un sentimiento que hubiera entre ellas pues solo se conocían de verse en el mercado, sito a tan solo cuatro calles de casa y a unas tres más de la de Dédalo. Ambas iban muy temprano a comprar el pan y la fruta fresca; también se cruzaban, solo muy de vez en cuando, por tener diferentes jornadas de trabajo, en las destartaladas aceras de nuestro barrio.

¿Cómo comenzó todo? Sin pensarlo, todo surgió de la manera más natural, pero les he de contar lo que recuerdo. Han pasado casi diez años desde entonces, aunque a mí me parezca que fue ayer cuando nuestros labios se encontraron por primera vez. Nos miramos uno al otro, como si estuviéramos sorprendidos por la reacción de nuestras mentes y mantuvimos la mirada y comenzamos a sonreír y luego a reír a carcajada limpia. Dédalo soltó un «¡no me jodas!» y yo no supe qué decir, solo me quedé mirándole y pasados unos instantes me acerqué a él y le volví a besar, respondiendo él con más besos. Todo sucedió en un solar, en el que solíamos sentarnos varios chicos del barrio, mientras hablábamos no sé qué cosa.

Pensando en él y presentándolo en sociedad, precisamente, aquí llega, tal como es, tan desenfadado, pero tan cariñoso, como podrán comprobar.

—¡Hola Dafy!

—¿Cómo estás Dédalo?

—Jodido tío, me duele todo.

—No será, precisamente, de trabajar.

—No empieces con tus finas críticas.

—¡Vale! Sabes que es broma.

—Ya lo sé. Por cierto, ¿y qué piensas hacer esta tarde?

—Me quedaré en casa a leer un libro que saqué de la biblioteca pues tú, como casi siempre, estarás liado hasta tarde.

—¡Qué rollo! Tú siempre con tus libros.

—¡Qué novedad!

—Yo quedé para follarme a Luiso.

—¡No jodas! No sabía que quedaban. No me habías comentado nada.

—Sí, me paga muy bien y dinero siempre se necesita y, además, como bien sabes, es una gran persona, muy buena gente.

—Yo creía que solo eran amigos, nada más.

—Esto sucedió, por casualidad, ayer tarde y como bien sabes no me acuesto con cualquier tipo que me desee. Soy muy selectivo. Estábamos hablando de temas algo subidos de tono y cayó, proponiéndome lo que te acabo de contar. Me dijo que me pagaría muy bien y ya está.

—¡Qué mariconazo! No me contaste nada anoche cuando me llamaste.

—¡Mira quién habla! Es verdad que no hablamos del tema, pero, de verdad, no sé por qué no salió en la conversación.

—Yo y solo por dinero, solo de vez en cuando lo hago, cuando se me acaba la pasta, y contigo, casi a diario, porque me haces volar, sintiéndome como un Peter Pan enamorado… y tú lo sabes mejor que nadie.

—¡Sí que lo sé!, ¡no lo voy a saber! Sé que vuelas, y muy bien, por cierto, pero no sabía que lo hicieras como un Peter Pan enamorado.

—Ja, ja, ja… o como un pajarillo que busca su nido.

—¡Joder! ¿Recuerdas los fiestones que nos dábamos…? siendo dos calentorros adolescentes, en el sótano de tu casa, cuando tu familia se iba a ver a tu abuela a la casa de campo.

—¿Te acuerdas de aquella primera vez en el solar del viejo Julián?

—Vaya si me acuerdo.

—¡Sabes que yo siempre estoy dispuesto a hacerte gozar!

—Ja, ja, ja… ¡qué cabrón!

—A mandar… y a gozar… Ja, ja, ja.

Así de franco es Dédalo y yo, como ven, no me quedo atrás. Entro en su juego muy fácilmente, además me encanta flirtear pues me lo pone a huevo. Es abierto, afectuoso y gracioso, con una, siempre risueña, cara que atrae y enamora y una forma de ser que atrapa, lo que hace que me sienta, al verle, como cuando un insecto cae en una atractiva telaraña, cambiando la sensación de peligro por un gozo, yo diría, cuasi celestial.

Mide un metro y setenta y ocho centímetros, todos ellos rebosantes de ternura, fuerte y no excesivamente musculado, de ojos de suave color marrón y una pequeña cicatriz en el lado izquierdo, debajo del ojo, y a la altura de la nariz, separada de esta por dos centímetros; siempre va vestido con unos vaqueros y con camiseta no ceñida al cuerpo, aunque en la mañana, cuando suele ir a caminar y correr por las afueras del barrio, utiliza un chándal, generalmente de colores fríos. El ejercicio físico lo practica a diario, salvo los fines de semana, y suele correr una media de diez kilómetros, lo que hace que se encuentre en plena forma. Yo, en cambio, prefiero la lectura y la escritura, aunque también practico algo de deporte, corriendo, tres veces por semana, dos o tres kilómetros y haciendo algo de pesas en casa. En ocasiones nos ponemos de acuerdo y salimos a correr o a caminar juntos. He de decir que no aguanto su ritmo, pero él, sin decirme nada, afloja para ir a mi lado y así llegar juntos a casa o a su casa. Nos duchamos y desayunamos leche con cacao y un bocadillo, le encantan los bocadillos de mortadela italiana, yo, en cambio, prefiero el jamón cocido con mantequilla; lo acompañamos con alguna pieza de fruta. A Dédalo le encantan las manzanas y los plátanos mientras yo prefiero las peras o las naranjas, aunque a ambos nos vuelvan locos las cerezas y también las moras.

¡Ah! Ni a Dédalo ni a mí se nos nota amaneramiento de ningún tipo, somos dos chicos, aunque parezca feo decirlo, muy resultones, estamos muy buenos, según nos dicen, sobre todo Linda, aunque creo que su cariño influye en tal apreciación, pero a decir verdad, lo suelen decir cuando estamos en el ambiente, sobre todo en Turbulencia, aunque hay otros bares de copas y salas semejantes, como por ejemplo La Caseta o El Quijote, donde se va, sobre todo, a buscar un rollete de una noche, en que también se comenta lo bien que, generalmente, caemos a la gente.

No son pocos los que me hacen insinuaciones para que hagamos algo especial, un trío o un cuarteto, e incluso más, en los que incluyen, como era de esperar, a Dédalo. En otras ocasiones me dicen que si no me molesta que le hagan proposiciones a Dédalo y siempre les contesto que es a él a quien tienen que preguntar. Su encanto no deja indiferente a nadie y es por ello que las miradas se clavan en él y en su paquete según entra en lugares en los que el ligue es lo que prima, aunque he de decirles que a mí me sucede lo mismo, sintiéndome como vigilado por fieras que desean devorarme. Dédalo no le da ningún tipo de importancia y, la mayoría de las veces, ni siquiera se percata. Si le hacen alguna proposición y en lo económico ve que le conviene acepta, sin más. Se podría decir que en ese aspecto es muy profesional, teniendo las cosas muy claras desde hace ya unos años. Lo único que sí que hemos hablado y dejado muy claro es que en cualquier relación con otros chicos debemos tomar todas las precauciones y es por ello que en la cartera siempre tenemos, al menos, un par de preservativos.

Estarán pensando si soy o no celoso o si no me importa que vaya con otros chicos y a fuer de sincero les diré que gustarme no me gusta pero que jamás se lo he impedido y ya lo hemos asumido como algo que puede suceder y que para nada afecta a nuestra relación, casi nunca sacamos este tema a colación, salvo en contadas ocasiones y siempre llegamos a la misma conclusión. Lo mismo piensa él cuando, al faltarme el dinero, hago algún que otro trabajito, evidentemente no tantos como él, mejor decir que comparar lo suyo con lo mío sería ridículo. Él me dice que me ama solo a mí y yo le digo lo mismo, además les puedo asegurar que lo decimos de verdad. No me cabe la menor duda, aunque les resulte extraño. Ya nos hemos acostumbrado a esta manera de ver las cosas, permitiendo que el otro vaya con otros chicos, movidos por la necesidad de tener algo en el bolsillo y no padecer las carencias que otros amigos padecen, bien porque no apetecen a los posibles clientes, por las circunstancias que sean, o porque deciden no caminar por estos, en ocasiones, complejos y también no libres de peligrosos senderos. Mi intención es dejar, desde que pueda, esta forma de hacer algo de dinero, aunque no crean que tengo problemas de tipo psicológico o algún sentimiento de culpa, simplemente lo hago y me olvido de ello desde el momento en que finaliza, eso sí, eligiendo, en todo momento, con quien decido ir y observando y estudiando a la persona que me abona los servicios. Ante cualquier duda rechazo la propuesta aduciendo problemas de tiempo o de cualquier cosa que se me ocurra pues en realidad tengo una gran capacidad para la inventiva. Se puede decir que, en general, jamás se me han presentado problemas y cuando han surgido los he solventado con el diálogo y con las buenas maneras de los posibles clientes, siempre manteniendo la prudente distancia con los drogadictos o con personas, vamos a decir, raras.

Dédalo, para mí, lógicamente, es muy guapo, sobre todo me encanta ese don que tiene de ser bondadoso, y también cercano, lo que le hace ser aún más guapo, creo que más que guapo es atractivo y resultón y en cuanto a mí no sé qué decir, lo tendrán que juzgar ustedes, aunque yo, de corazón se lo digo, creo que soy respetuoso con todos y eso es lo que, muy posiblemente, haga que la gente hable bien de mí y desee mi compañía. No busco, ni tampoco Dédalo, jamás problemas y sí pasarlo bien y ver en los otros una sonrisa porque de los amargados Dios me libre, como dice la encantadora Anita, la tía-madre de Dédalo.

Me digo, en cada despertar, sin que falte un solo día, que soy dichoso por haberle conocido y por compartir con él momentos que considero inolvidables. Como diría mi mamá, cuando ve a alguien apuesto y guapo, «¡es una golosina que apetece degustar!». Más de uno, me he dado cuenta, que nos mira con el deseo de ser una de las partes del tándem que formamos, haciendo que con más intensidad nos queramos.

Siempre le he dicho que en mí no caben ambigüedades y que nunca mezclo unas cosas con otras y tanto es así que en mi mente, o en mi corazón, en realidad no sé dónde, existen unos compartimentos diferenciados; en el primero de todos está el que contiene al amor, en el más amplio sentido de la palabra; en el segundo se guarda, celosamente, la amistad; en el tercero se hacen sitio mis sueños y mis actividades, tanto profesionales, aunque a algunos amigos les pueda sonar a guasa, como lúdicas, conviviendo de forma armoniosa; en el cuarto se conservan, aunque mejor sería decir que se miman, los valores que considero fundamentales; y en un último compartimento, al que, amorosamente, llamo el cajón de las vanidades y el de los hechos sin importancia, está lo que deseo olvidar, lo que no quiero tener en cuenta a la hora de abrir los otros compartimentos.

Esta manera de pensar, a la que Dédalo llama ingeniosa, me ha ayudado muchísimo, haciendo que algunas cuestiones no afecten al amor o a la amistad o a mis actividades y sueños que, dicho sea de paso, no siempre son del agrado de los seres que me quieren. Si algún amigo se equivoca intento que esa equivocación, de humana condición, vaya al compartimento en el que deposito el olvido y ello me ha supuesto mucho bien, tanto que no pueden imaginar, y es por ello que recomiendo, aunque no suelo recomendar nunca nada, que utilicen una técnica semejante, entre otras razones, porque aporta mucha tranquilidad y paz.

Se preguntarán cómo aprendí esta técnica y la respuesta podría encontrarse en un cúmulo de lecturas, muchas lecturas, o el observar y escuchar a mi mamá, ejemplo de bondad y de abnegación. Considero que el rencor es algo que destruye al rencoroso, pudiera ser que la respuesta estuviera en haber leído, por poner un solo ejemplo, a Oliver Sacks; o también transformar en amor lo que otros, de manera creo que equivocada, escribieran, viniéndome a la mente algunos autores. Pero prefiero no mencionar a ninguno a tal respecto para que no eviten sus lecturas porque de lo que consideramos negativo también se pueden sacar conclusiones muy positivas, llevándonos a hacer, precisamente, lo contrario; o el rememorar lo que dijo mi admirada Frida Kahlo: «Madurar es aprender a querer bonito, extrañar en silencio, recordar sin rencores y olvidar despacito». Aunque he de decir que yo olvido, lo malo, muy rápidamente, quedándome, por siempre, con lo que me aporta algo bueno a mi vida y es que los valores, como la amistad o el respeto, la tolerancia y la solidaridad o la empatía, son fundamentales para que el que las pone en práctica se sienta inmensamente feliz.

Te diré que vivimos en un barrio superpoblado, por llamarlo de alguna forma, de Torrelada, una ciudad de más de dos millones de habitantes tomada por clanes mafiosos que ejercían, hasta hace unos pocos años, sus dominios a base de una desmedida violencia, aunque eso sí, hoy en día, venida a menos, pero en la que el peligro puede rondar, y ronda, en ocasiones, en cada esquina, como en cualquier ciudad de similares características.

Estoy convencido que la policía y la clase política, salvo excepciones, aunque con multitud de dificultades, han hecho verdaderos esfuerzos por hacer disminuir la delincuencia y los resultados, poco a poco, se han ido materializando, aunque los casos de robos y violencia siguen dándose con una altísima frecuencia.

Ver desde lo alto esta megaciudad es como ver un semillero de altísimos rascacielos que parece que compiten para ver el primero que llega a tocar las nubes, sufriendo la población unos niveles de contaminación cuasi insoportables; por sus calles el calor, en verano, es asfixiante, sufriendo, los que por ella se mueven, el mal de carecer de espacios verdes, lo que se denomina trastorno por déficit de naturaleza, una enfermedad que preocupa no solo a la comunidad científica sino que también es tenida muy en cuenta por determinados miembros de la clase política, sobre todo de los socios de gobierno que militan en el partido verde. No se trata de una ciudad invisible, de aquellas que citara Italo Calvino en el título de su libro, sino de una ciudad que llama la atención, que no pasa desapercibida por diferentes motivos, casi ninguno positivo, como se podrá comprobar.

Nuestro barrio está enclavado en la periferia, justo al norte, de Torrelada, encajado entre dos barrancos, siendo uno de los lugares más alejados del centro, lúgubre y peligroso, sobre todo en las horas nocturnas, transitado, a todas horas, por drogatas, traficantes y por una variadísima galería de seres dedicados al mundo de la prostitución, de todas las edades y colores, que invitan a todo el que por aquí pasa a disfrutar de un viaje al paraíso, lugar que todos los que en él pululan buscan, cual buscadores de oro, muy parecidos a los que citara Augusto Monterroso, pero en un mundo que al del autor guatemalteco en nada se parece.

No puedo negar, como habrán podido apreciar, que me encanta leer y creo que seguiré así por siempre, aunque en el barrio me llamen raro, cosa que no me importa, mejor dicho, me fascina, y es que a pesar de los pesares sigo siendo un chico que no olvida aquellas maratonianas jornadas en las que en el instituto se fomentaba la lectura, los recitales poéticos, la música clásica y el buen cine, actividades todas que me siguen entusiasmando a pesar de que por mi aspecto, ¡tamaña ignorancia!, algunos piensen de mí todo lo contrario.

En los pasillos de mi centro educativo, el de secundaria, denominado La Paz, que semejaban a una calle en la que se encontraban multitud de rincones atractivos: el de la paz, el de la solidaridad, el de los espacios verdes, el de conservación de patrimonio, el de los artistas o el de literatura; en los que se llevaba a cabo una labor educativa muy interesante, sobre todo participativa y ligada a los intereses, por lo que el alumnado participaba en el rincón. Así se llamaba la técnica, de los rincones, que más le apeteciera y todos los trabajos tenían en común que eran abiertos y transversales, pudiendo trabajarse en todas y cada una de las asignaturas el mismo tema, abordado con diferentes técnicas y estrategias.

No todos los profesores del centro estaban dispuestos a asumir aquella forma de trabajar pero hubo algunos que, con su esfuerzo e ilusión, fueron capaces de transmitirnos unos valores y unos gustos que han hecho que nuestra visión de la educación cambiara y un ejemplo de ello fue mi profesora de literatura, Adela Torres, pero ya hablaremos de ella, y también el profesor de Historia, Merlando, que hacía que, en primer lugar, conociéramos lo más cercano, la historia de nuestro barrio y la de nuestra ciudad, además hizo que nos interesáramos por el arte: pintura, escultura, arquitectura y fotografía, que era su gran pasión.

¡Era aquel otro tiempo y otras circunstancias! Me acuerdo, perfectamente, de las paredes del centro educativo siempre llenas de carteles, hechos por los alumnos, y en las que destacaban los realizados por mi queridísimo amigo Vicente, un vecino que iba para artista y no precisamente como cartelista, que también, sino que le encantaba la música. Tuvo mucho que ver con sus altas capacidades la profesora Elvira Perlado, poseedora de una gran visión, pues se dedicó a inculcarle, en la asignatura Educación Musical, el entusiasmo por aquello en lo que podía destacar, pues se dio cuenta de las grandes posibilidades que tenía Vicente.

Vicente vivía muy cerquita de casa, casi al lado, en una vivienda muy humilde, encalada de blanco, con un pequeño jardincito en la parte delantera y una valla de madera, de no más de un metro de altura, pintada de verde oscuro. Solo disponían de dos habitaciones, en una de ellas, en literas, dormían los cinco hijos, tres niñas y dos niños; cocina y un baño en la parte derecha de la casa, a diferente altura, de apenas dos metros, como adosado, en el que solo había un retrete y un lavamanos; muchas veces los vi echándose agua por arriba con una palangana, tanto a los niños como a los padres, en el número 67 de la calle de Justo y Pastor.

Recuerdo su primera actuación de cara al público, siendo aún un chaval, en la que un centenar de personas del barrio y algunos profesores acudieron a acompañarle y a disfrutar de su personal manera de tocar la guitarra, yo diría que la acariciaba, interpretando sus propios temas, sacados de lo que el entorno le ofrecía, era un músico-poeta que retrataba, a su manera, la sociedad y el entorno en el que se movía. En una de sus canciones, recuerdo algunos pasajes pues se la escuché en dos o tres ocasiones, exponía las injusticias sociales y las miserias que pasaba la clase social a la que pertenecía, al igual que el resto de vecinos de nuestro barrio, y decía algo así:

«Oseras, vivo en Oseras, el barrio que me vio nacer, donde mi madre me tuvo el uno del mes de abril, mi padre con su humildad y su sueldo de miseria… llora mi humilde guitarra las carencias del parado y es por eso que aquí hago la denuncia que avergüenza… espero que tú te sumes a mi grito desgarrado y así mi barrio mejore esa humilde condición…».

Por cierto, se me olvidaba decir que nuestro barrio se llama Oseras y esta canción, precisamente, me lo recordó, aunque era mi intención hacerlo, como no podía ser de otra manera. Muchas veces me pregunté sobre la razón de su nombre pues en nuestro entorno jamás, según dicen, hubo osos, aunque se cuenta, por los más ancianos del lugar, una historia o pudiera ser una vieja leyenda urbana, que hubo un incendio en un circo y las fieras se escaparon, haciendo que un oso ocupara, por un tiempo, una cueva que actualmente está oculta bajo el asfalto que cubre parte de la subida a la montaña de las Bellas Vistas.

Lo cierto es que Oseras se llama el barrio, caótico y algo abandonado por los responsables políticos, por el que nos movemos un día sí y otro también; muy diferente es cuando voy al centro, una ciudad con todas las comodidades, junto a Dédalo, a dar una vuelta y ver alguna película de acción o de terror, que son los temas que más le apasionan. Yo prefiero otro tipo de películas, pero junto a él lo paso divinamente y al verle feliz y contento yo también lo soy, disfrutando de sus preferencias y al ver en su cara reflejada la dicha. Diría que se transparenta esa felicidad que parece ser su fiel compañera, aunque siempre manifiesta que la procesión se lleva por dentro y ríe, como de costumbre, quitando hierro al asunto que pudiera surgir; y es debido a ello que nunca le pregunto, prefiriendo cambiar el tema de la conversación.

Hace ya años, lo recuerdo como si de hoy en día se tratara, cuando éramos casi unos niños, aprovechábamos las sesiones dobles de cine, casi siempre, para meternos manos y más de una vez nos pidieron, de forma acalorada, que nos fuéramos a otro lado a meneárnoslas. ¡Nos tronchábamos de risa!

Aunque hoy considere que aún siendo cosas de niños no estaba bien lo que hacíamos pues podíamos haberlo hecho en otros lugares y momentos, pero es lo que hicimos y así se los cuento.

—Nos vemos tío.

—¿Qué te parece esta noche sobre las nueve?

—¡Vale!

—¿Dónde?

—En la puerta del bar de Toto. Te llamo antes… con tiempo.

—Perfecto.

—¡Lleva pasta! Nos comeremos unas hamburguesas y patatas fritas crujientes y nos tomaremos algo que nos refresque.

—Yo pensaba que ibas a invitarme.

—Estoy apenas sin blanca, pero a ver si esta tarde consigo algo. Luego nos vamos a dar un garbeo por La Ambigua.

—Bueno, pues ya me las arreglo, ¡nos vemos! Y me parece una genial idea el irnos a pasar un buen rato a la sala de fiestas.

—¡Chao, hasta después!

—Olvídate de la pasta. Hago una llamada que tenía pendiente y asunto solucionado.

—Siempre tienes solución para todo.

—Para todo… qué más quisiera yo.

—Ok, ya te llamo antes.

Me fui a casa no sin antes fijarme en como Dédalo se alejaba, con la sensual y suelta camiseta, que tenía grabado a su espalda la palabra Northern, a través de los callejones que iban a dar a la Plaza del Ángel Caído en Desgracia. ¡Qué nombre! ¿A quién coño se le ocurriría ponerle ese nombre a una plaza? —Me he preguntado en más de una ocasión—. Pisaba sobre los viejos adoquines, conservados por ser considerados patrimonio histórico, lo poco que queda de interés, y mis pasos se escuchaban, nítidamente, como si me persiguieran, ávidos de pisar, de nuevo, sobre mis pisadas ya dadas. No miré atrás y aceleré el paso, casi inconscientemente, tratando de evitar un posible mal rato. En nuestras calles y callejuelas todo es posible, lo más inverosímil, lo que menos te puedas imaginar.

En Oseras han desaparecido algunos jóvenes, el último fue un chico de veintidós años, aunque es en Torrelada y sus alrededores en donde desaparecen en mayor número tanto chicos como chicas, ¡ya se ha perdido la cuenta!, unos sin dejar rastro y otros con señales de una violencia fuera de lo común, lo digo por su originalidad. Hace muchos años que se repiten, dos o tres veces anualmente, unos crímenes espantosos; las víctimas siempre son menores de treinta años, con las mismas señales, lo que ha hecho que la policía y la prensa califiquen a su autor como un peligrosísimo asesino en serie.

Los cuerpos aparecen desnudos, cubiertos de cera, y sin ninguna señal de violencia, al menos aparente, pues ya bastante han tenido que sufrir esas víctimas al verse en manos de ese maniaco; también es curioso que aparezcan en el torso, si son chicos, o en la espalda, si las víctimas son chicas, unos dibujos, en tinta negra, en los que predominan cruces griegas, como si se tratara de un tatuador, y unas toscas formas antropomorfas sin atributos sexuales.

A los chicos asesinados el pene se les esconde, después de atarlo, tirando hacia atrás y al verle por la parte delantera parece que estuviera castrado, aunque se dice que lo que el asesino trata de mostrar es un cuerpo asexuado, mientras que a las chicas el sexo se les cubre de cera, pareciendo que no tuvieran ni labios ni vagina, haciendo un minucioso trabajo que llevará, al asesino, bastante tiempo. Siempre me he preguntado cómo es capaz de tener tanta sangra fría y también me he querido imaginar el lugar en el que lleva a cabo sus atrocidades. ¡Se me pone la piel de gallina!

Evidentemente el asesino hace su trabajo en un lugar en el que se siente seguro, haciéndolo de forma minuciosa, con lo que se explica que nadie haya visto al asesino llevar a cabo su macabro trabajo, un ritual que parece sacado de la mente de un ser totalmente atormentado, un psicópata con el que no me gustaría toparme, aunque muchas veces he pensado que hemos tenido que cruzarnos en alguna que otra ocasión.

Si la víctima puede ver lo que le está haciendo debe ser horroroso, un sufrimiento con el que, muy posiblemente, se excite el monstruo, el conocido como El Desaparecedor.

No termina ahí la cosa, sino que a sus víctimas les afeita, con sumo cuidado pues nunca presentan corte alguno, en su totalidad, las zonas que pudieran presentar algo de vello. Me recordó la costumbre de los sacerdotes egipcios que se rapaban todo, antes de entrar en el templo, en señal de pureza. De ahí deduzco que el asesino tiene un alto nivel de formación académica, no se trata de ningún don nadie; debe ser un hombre, o una mujer, que, de momento, no despierta sospechas y que su enfermedad, pues no dudo que sea un enfermo, le haya cegado, de tal manera, que arriesgue su reputación por satisfacer sus necesidades psicológicas y, posiblemente, sexuales.

Hace una semana que no sabemos nada de Linda, una transexual amiga desde la infancia, pero no nos preocupa en demasía pues suele ausentarse, de vez en cuando, cuando le surge algún cliente adinerado que se encapricha con ella y paga por su compañía durante un tiempo, como hiciera cuando se enamoró de ella un joven árabe, Ahmed, familia de un jeque, según me contó, con el que dio, en un crucero a todo lujo, la vuelta al mundo.

En aquella ocasión llegó fascinada, comentando los lugares por donde había pasado y la calidad de las comidas y regalos que recibió, entre otros muchos una pulsera de oro y brillantes que suele lucir en sus salidas diurnas. Conozco a Linda desde que éramos unos niños y a él, hoy ella, le encantaba estar conmigo pues se sentía más seguro; le enloquecía chupármela en los baños del instituto. ¡Era un artista! ¡Sus mamadas no las podré olvidar nunca! Hoy en día todo es diferente pues solo de vez en cuando puedo hablar con ella, aunque no pasan dos semanas sin que hablemos y nos tomemos algo, siempre sin alcohol; por cierto, nunca me deja pagar. Le encantan las mezclas de zumos de frutas, sobre todo de plátano y fresa con un toque de lima y hielo picado a mano.