Dar Kitaab. Cuentos para despertar - P.S. Kzam - E-Book

Dar Kitaab. Cuentos para despertar E-Book

P.S. Kzam

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Beschreibung

La vida es mágica y tiene cientos de versiones distintas, todo depende del lugar desde donde la observamos. Los protagonistas de los diecisiete cuentos de Dar Kitaab (el libro del miedo) los guiarán al lector a través de situaciones imaginarias y subjetivas que le entregarán una mirada diferente del mundo. Desde el efecto de una taza de café o de la vida rutinaria de los treinta años, hasta la voz de un cuervo o la maldición de un diamante, P. S. Kzam lo invita a recorrer los lugares más recónditos de la mente humana.

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Dar kitaab. Cuentos para despertarAutor: P. S. Kzam Editorial Forja General Bari N° 234, Providencia, Santiago, Chile. Fonos: 56-224153230, [email protected] Diseño y diagramación: Sergio Cruz Edicion electrónica: Sergio Cruz Primera edición: julio, 2022. Prohibida su reproducción total o parcial. Derechos reservados.

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor. Registro de Propiedad Intelectual: N° 2022-A-5572 Registro de Propiedad Intelectual Seudónimo: N°2021-S-196 ISBN: Nº 9789563385892 eISBN: Nº 9789563385908

Para quienes no saben si ya pasó su momento:

Tengo treinta y un años, estudié algo diferente a esto, me aventuro hoy en esta odisea, sin más que mi propio sustento.

No se rindan. No se dejen detener. Siempre queda tiempo para ustedes.

Agradezco, de todo corazón, el apoyo que me ha brindado Natalia Jara.

Sin ti no habría llegado tan rápido. Me habría tomado un par de años más de malas decisiones y errores.

Gracias por ser la guardiana y la luz del faro.

Agradezco también a Editorial Forja por brindarme esta oportunidad. Por su trabajo y dedicación.

BIENVENIDO A LOS TREINTA

Disfruta la rutina

Despertar por la mañana con la música que te gusta. Directo a la ducha, es obligatorio. Preparar el desayuno: huevos con palta y jugo de naranja acompañado por un café mientras tienes una toalla en los hombros para que el pelo no te moje la ropa que te pusiste a contratiempo y desgana. Tal vez, fumar un cigarrillo.

Al bus, y si tienes suerte al auto. De camino al trabajo pones la radio. Ya no te importa lo que suene y tampoco quieres elegir.

Frente a la puerta de la oficina usas tu maquillaje de sonrisas falsas para que las personas no pregunten cómo estás y los clientes sean agradables contigo. Eso te hará conseguir más dinero, el cual dilapidarás en sobrevivir. Ya sabes, comida, luz, agua, gas, ropa, alcohol, cigarros, vicios varios, entre otras cosas.

Comes frente a otros y no te interesa lo que suceda. Lo haces porque si te niegas, te excluyen y, quien no tiene lazos es un prospecto de despido. A nadie le es difícil “dejar ir” a quien no tiene apegos. Hay que enterarse de los rumores, eso es importante.

Terminas de trabajar. Vuelves a tu casa. No es un hogar, pero es tu cueva esporádica. Pagas ese arriendo para no dormir en la calle. No te alcanza para comprar una casa, solo para rentarla. No tienes la fortuna de otros.

Probablemente no tengas mascotas porque no te sientes listo para comprometerte con alguien que vivirá menos que tú y, si las tienes, serán un par de gatos o un perro mediano. Algo que absorba la cola de tus ingresos.

Te cubres con mantas regaladas o compradas, da igual. Si vives en el norte, solo usas las sábanas; si vives en el sur, usas hasta polerones viejos.

Pones la alarma para el día siguiente. Preparas esa canción que te gusta, la que dentro de dos semanas odiarás, porque no solo no quieres despertarte, sino que olvidarás apagarla los fines de semanas.

Repites este proceso cinco veces a la semana preguntándote si ya fue todo. Si queda algo más o simplemente este es el final del camino. Cuestionas la estupidez de tu yo niño queriendo ser adulto y ni siquiera piensas en envejecer más. Te da igual pensar en lo que viene si por el camino en el que vas nada te enciende.

Despertar - ducharse - comer - viajar - trabajar - comer - trabajar - viajar - ordenar - dormir - despertar

Suprime tus falencias

El mismo baile durante semanas continuas. El viernes por la noche puede ser diferente. El sábado recuperarás energías. El domingo verás a tu familia o simplemente te ocultarás bajo las sábanas mientras ves una serie comiendo frituras.

El domingo es el día de no abrir las cortinas. Veinticuatro horas de sueño te parecen poco, pero el cuerpo te regaña. Te duele la cabeza o las articulaciones. Ya no te recuperas como antes.

El lunes comienza otra vez.

Recuerda sonreír. Recuerda parecer sano. Nadie quiere a los locos y nadie quiere saber sobre tus problemas. Decora los detalles. Alegra los ambientes. Ríe fuerte y sé amigable… no demasiado.

Llegan las mascarillas: ¡qué década para estar vivos!

Ahora debes repetir la rutina, pero con alcohol gel y con mascarilla. Al menos con la mascarilla solo debes sonreír con los ojos.

Sé paciente

Según tus padres el trabajo dignifica y el dinero no trae la felicidad, pero sin dinero no vives y sin trabajo o carrera eres un don nadie. Un vago. Un paria. La paciencia paga. Usa tu dinero con sensatez. No gastes tu tiempo en terapia, eso es para niños mimados. Resiste. Ignora. Aguanta. Ponte los pantalones.

Miércoles por la tarde, te encuentras con un amigo de la infancia. A él le va bien, a ti, no tanto. Te recuerda tus sueños rotos. Tus ambiciones extraviadas. Presume un poco. Te alegras por él. Trae fotos consigo: de sus hijos, su esposa o novia, o polola, o simplemente la madre de sus cachorros. Usaste de nuevo el maquillaje de sonrisas, aunque arda.

Vuelves a la rutina un poco más decepcionado que el día anterior.

Despertar - ducharse - comer - viajar - trabajar - comer - trabajar - viajar - ordenar - dormir - despertar - despertar - ducharse - viajar - trabajar - comer - trabajar - viajar - ordenar - dormir - despertar - duchar - viajar - trabajar - comer - no trabajar tanto - viajar - dormir - despertarse - viajar al trabajo - ignorar el almuerzo - volver a casa - dormir un poco...

La rutina va empeorando. Se te olvidan las cosas. Necesitas vacaciones. El lugar da igual. Precisas dejar de ser por un tiempo el personaje que creaste. Soltar todas las cadenas deducibles y los pesares de la culpa. Ser un poco más tú y menos eso. No puedes dejarlo.

Repites la rutina por varios meses. Optas por citas rápidas que solo empeoran tu autoestima. Ahora usas el maquillaje de sonrisa para adornar tu ciber espacio y hacer de tu avatar algo más atractivo. Lástima que las portadas se empolvan y envejecen. Abandonas ese paso para buscar compañía en mascotas… lástima que no hablan. El vino tampoco, pero acompaña.

Conoce a alguien

Rompe tus esquemas. De repente no estás tan solo. Ríes genuinamente. El avatar se usa como uniforme: solo para el trabajo. Las canciones tienen otro sentido. La música invade tu cuerpo. Las luces se ven más brillantes y la noche, por primera vez, no trae melancolía. Hay cosas que no son tuyas y ese desorden te alegra. Todo te alegra. La vida te alegra. Te aventuras. Te entregas. Te hieren y lo disfrutas con tontas muecas, besos y caricias. El calor de otra piel se siente en la sangre. Te descontrolas. Todo te importa ahora. Comes mucho, quizás demasiado. El resto te juzga, pero a ti te da igual, ya no estás tan solo. Ahora hablas como niño de primaria. También sueñas como tal.

Encuéntrate

Vuelve a estar solo. Tienes que olvidar. Volver a la rutina. Tienes que vivir bien y honrar la memoria. Tienes que agradecer lo que se te otorgó y quizás, si tienes fe, ver a un poder mayor. Tienes que buscar la calma que tuviste antes. ¿Tenías calma?

La rutina indigna absorbía tu conciencia… quizás, eso es la calma: no pensar en ti. Guarda las fotos. No contestes el teléfono. Quiérete. Eso dicen todos.

Quererse, al parecer, es ignorarte. Es hacer lo que la sociedad estima como positivo y rechazar lo que la misma estima como negativo. Claro, tú mismo te encargaste de usar excesivamente el maquillaje. Siendo franco, si no lo usas te considerarían un sujeto de lástima y compasión. No hay respeto ahí. No hay dignidad y, según tus padres, la dignidad es primordial. La ambición es primordial. Cumplir las metas es primordial. La rutina y el dinero son primordiales. No lo sientes así, ¿verdad? Seguro son ideas prestadas.

Ten presente tu edad

Las canas van en aumento. El cabello se te decolora, será mejor usar tinturas. Arde, pica y a veces, duele. No lo pintes tanto para no parecer vanidoso. A nadie le gustan los vanidosos. Te piden amor propio, pero no en exceso, solo un poco.

Ya ni siquiera estás contando los años, alguien más lo hace por ti y se burlará con un tono amistoso para quitarle peso a tu dignidad. Ya olvidaste quién estaba a tu lado. Ya no importa o, mejor dicho, ya no duele, y si no duele, no existe.

No uses esa ropa tan juvenil que te hace ver patético, usa esto mejor. Eso es demasiado maquillaje. ¿A quién quieres engañar?

Afronta eventos familiares

Otro lugar en el cual sentirte culpable, comparado, cuestionado y solo. Mira todo lo que hacen tus hermanos o primos menores. Tú eres el mayor, el más cuestionado. Tantos “¿por qué?” en una mesa tan pequeña. No hace bien tener tantos gatos. Los perros no son hijos. Si no te arreglas nunca conocerás a alguien. Estás más gordo o más flaco. Todas esas personas aman lo que esperan de ti.

Debes salir más, pero al mismo tiempo tener cuidado. Las personas están muy malas allá afuera y podría pasarte cualquier cosa. No salgas tanto porque te estás exponiendo. Debes encontrar el punto exacto entre conocer gente nueva y acercarte al ex de una amistad.

Debes cuidar de tu cuerpo, pero no debes exhibirte, eso te hace parecer fácil o engreído. Nadie respeta a las personas fáciles y nadie quiere a los engreídos. Si eres hombre, cabeza de músculo, si eres mujer, hueca. Además, a tu edad, se ve patético. No llames tanto la atención con risas porque la gente pensará que eres infantil y, bueno, nadie te tomará en serio.

Recuerda la receta

No publiques todo, tu jefe podría verlo y, ¿qué imagen dejará de ti? Si muestras mucho entonces no tienes privacidad y te convertirás en una cartola. Tus padres te recuerdan que deberías estar agradecido de tener trabajo ya que ellos se rompieron el lomo por tu educación. ¿Quieres ser artista? Mejor hazlo lejos de tu familia. No muchos tienen la suerte del cariño incondicional. Todos esperan que fracases porque los exitosos son pocos y tú no naciste en cuna de oro.

Al final tener treinta es no ser feliz por ti, pero sí por tu entorno. Suena amargo y, si te identifica esto, es porque sientes ese sabor. No te preocupes tanto y tampoco dejes de preocuparte. Cumple con los roles y las expectativas, pero recuerda, sé tú mismo. Claro, no te arriesgues persiguiendo mariposas. Mejor quédate entre las moscas.

ALETEO

—Continuamos con las noticias de la tarde —dijo la presentadora, que usaba una chaqueta roja, de tela, con botones dorados y un peinado alto y rimbombante, mientras emparejaba con sus manos unas hojas en blanco ubicadas en su escritorio.

»Un trágico accidente se vivió esta mañana en la obra ubicada en calle Los Santos, cuando el andamio que sostenía a cuatro personas se desplomó sobre otro grupo de trabajadores. Los restos de la estructura metalizada cayeron a lo largo de la calle, producto del viento y golpearon a peatones y vehículos varios. La suma total de heridos alcanza las treinta y cuatro personas y las víctimas fatales de este hecho, actualmente, llega a tres. Sin embargo, doce de los implicados en dicho accidente se encuentran en riesgo vital producto de las lesiones provocadas por los metales caídos del cielo —corrigió su postura y tomó un respiro. Observó sutilmente a un costado y luego devolvió la mirada a la cámara.

»La policía sigue investigando los hechos ocurridos en busca de la causa. No obstante, se presumen errores humanos en esta tragedia. Preste atención al siguiente video.

El video mostraba imágenes de obras similares y de cómo la vida de los trabajadores corría riesgo si no se tomaban las medidas necesarias para resguardarlos. Además, recopilaba testimonios de personas, tanto ajenas como pertenecientes al rubro, para apreciar la percepción social del trabajo en altura.

Más allá de eso, la noticia venía acompañada por avisos varios de implementos de seguridad, seguros de vida y automotrices, y nuevas tecnológicas disponibles al alcance del bolsillo, convirtiendo así una tragedia en un aviso publicitario.

El testimonio de las fuerzas de investigación vino al cierre de la nota, aclarando que no se había podido determinar, aún, la causa de la tragedia.

Esa mañana Jaime, obrero desde hace quince años, olvidó tomar su café matutino. No le alcanzó el tiempo, sin embargo se había dado la molestia de prepararlo. Lo dejó sobre la mesa y salió al notar que el reloj de la sala estaba sin batería. Alcanzó a apagar la radio, la cual anunciaba fuertes vientos para su ciudad, normales para la estación invernal.

Como iba atrasado, decidió tomar la ruta más larga pero menos transitada, lo cual lo llevó a ingresar por el otro lado de la calle que usaba habitualmente y, como no había estacionamiento al interior, decidió aparcar en la calzada del frente.

Al cruzar, un vehículo casi lo golpea. Esto provocó una discusión acalorada que lo retrasó aún más. Definitivamente, no era su día.

Al ingresar al conjunto, su jefe lo llamó. El reproche no se hizo esperar y no fue una sorpresa. Tras ello, y una clara amonestación, se dirigió a los camerinos para equiparse con sus implementos de seguridad, cinturón y herramientas. Se dispuso a subir, pero antes se encontró con un supervisor de casco blanco con quien conversó amenamente unos minutos. Por el rabillo del ojo pudo observar a su jefe, que pasaba por ahí, así que apresuró sus pasos. Se despidió y comenzó a subir algo más animado.

Tenía que llegar hasta el piso trece.

En el doce, su chaleco, a medio abrochar, se enganchó de uno de los seguros del andamio y, por las prisas, simplemente haló de ello, pensando que no iba a pasar nada. Los andamios que usaban, sin embargo, eran de arriendo y estaban avejentados. Nada fuera de lo común. Lo que no sabía es que ya había algunos seguros menos, producto del tiempo y del acarreo.

Al dar el tirón para desatorar su chaqueta, sintió un tambaleo, pero asumió que era producto del sueño y del hecho de que no alcanzó a tomar su café matutino. Decidió ignorarlo y seguir subiendo.

En el piso trece, en la esquina contraria de su puesto de trabajo, estaban los implementos de anclaje. Se acercó y cogió un puñado de clavos para comenzar, pero algunos entraron a su bolsillo, otros se resbalaron y dos o tres quedaron colgando hasta que finalmente cayeron con el bamboleo que produjo su apuro. Su compañero Matías estaba esperándolo.

Matías era un muchacho de escasos recursos. Tras meses encerrado por las cuarentenas, había encontrado trabajo como jornal en la obra emblema de la ciudad. Tenía una excelente disposición y era puntual, como nadie, pero su equipo dejaba mucho que desear. Su cinturón estaba deteriorado y sus zapatos de seguridad tenían la suela desgastada y eran de una talla mayor a la suya. No obstante, era su primer mes y no tenía dinero para cambiar las cosas.

Jaime era su jefe de equipo y era un obrero con quince años de experiencia. Se había encariñado con él, ya que venían de situaciones similares, por eso lo tomó bajo su alero y le enseñó todo lo que la escuela nunca pudo. Lo regañaba constantemente por el estado de sus zapatos. Que se iba a hacer daño si no compraba unos nuevos e incluso se ofreció a comprarle un par con la promesa de que el dinero se lo devolviese después, pero Matías, pobre como nómada, era orgulloso, por lo que no aceptó. Le aseguró, eso sí, que esa sería su primera compra tan pronto le depositasen el primer sueldo. Solo faltaban seis días para fin de mes y nueve para la fecha de pago.

El encuentro, como siempre, fue grato. Comenzaron hablando del fin de semana. Del maldito lunes. De los extraños calores que hay ahora a fines del invierno. De cómo la humedad le hace doler la placa metálica del fémur a Jaime. Luego iniciaron el trabajo. Idas y venidas. Trae más clavos. Trae la sierra. Trae aquella plancha. Lo usual.

En uno de esos recorridos fue cuando uno de los clavos caídos del bolsillo de Jaime se volteó y la mala suerte no se hizo esperar. La suela desgastada del zapato izquierdo de Matías fue atravesada, cual papel, por el remache. El joven levantó violentamente el pie y perdió el equilibrio, lo que lo hizo caer abruptamente sobre Jaime, quien estaba mirando hacia el vacío.

Jaime cayó, con peso muerto, sobre la placa del andamio que había perdido, minutos antes, el anclaje.

Matías lo siguió en la caída y Jaime lo cogió del cinturón. Trató de balancearlo hacia adentro de la estructura, pero el cinturón se rompió. El joven cayó y primero se golpeó estrepitosamente dos pisos más abajo, pero luego fue repitiendo el proceso hasta llegar al suelo. Los golpes del cuerpo aflojaron más aún el desgastado andamio provocando que comenzara a tiritar. Hasta que se rompió. Jaime presenció aterrado la caída de su protegido hasta perderlo de vista y abandonó toda esperanza de salvarlo. Todo fue cuestión de segundos. Fueron cayendo una sucesión de piezas que dieron sobre los transeúntes. Primero las herramientas. Luego, por los golpes, el movimiento y el viento, el maldito viento, Jaime quedó colgado un par de minutos y luego se precipitó sobre su vehículo. Varios de sus compañeros que tenían sus cuerdas de vida enganchadas a la estructura de acero corrieron la misma suerte.

Y todo por un reloj sin baterías y una simple taza de café.

AJENO

I: El rehén del miedo

Sin entender nada, en una fracción de segundo, el joven Denzel se ve involucrado en una ardua batalla contra dos grandes bestias. Triplican su tamaño y su fuerza. Tan grandes como alcanza la vista limitada por los confines de la prisión en que reside. Es impotente ante ello.

Bestias tan fuertes como el terror encarnado. Bestias que no dan tregua alguna. Animales que deliberadamente quieren que él sea uno de ellos. Bestias en pugna constante que no dan luz de sentir algo o de dudar siquiera ante los destrozos que causan sus explosivos duelos de ego. Bestias que quieren arrebatar la bondad infantil del débil recipiente que es su ser.

—Bestias, ¡oh lúgubres bestias! —clama Denzel—. ¿Por qué no me dejáis en paz?, apartaos de mi conciencia y de mi mortalidad. Dejad ya esta pugna inútil y rendiros. Buscad en otro lugar lo que aquí no hallaréis con destrucción.

Se oye un fuerte rugido que en un parpadeo inutiliza el escaso valor con el que cuenta el pequeño Denzel. Tras ello, un sonido espectral queda susurrando en sus oídos. Tambores y trompetas no se le comparan a ese terrorífico rugido que es tan palpable como la arena en el desierto que viaja con el viento e impregna toda superficie.

A donde él va, ellos lo persiguen. En soledad, aún oye esos rugidos retumbantes en sus pequeños y frágiles oídos. Nada es impenetrable para ellos y la distancia no es nada ante sus raudos pasos.

—¿Dónde está la paz? —se pregunta Denzel con desesperación—. ¡Ya no puedo seguir! ¡Donde voy, ellos van! ¡Donde estoy, ellos están! No me dejan respirar. Solo he aprendido a llorar. Siempre están sobre mi hombro. Sus rugidos destrozan cada poro de mi piel entumecida por su poder. Esto no puede ser verdad. ¿Será que estas bestias me seguirán hasta el fin de mi existencia? Quisiera abandonar el llanto… Solo quiero un poco de paz.

»Temo a sus ojos rojos, cual demonios. Uno posee una fuerza imparable; el otro, por impotente que parezca, es una muralla impenetrable para mí. Ambos son violentos, salvajes. Representan el pináculo del miedo y la soberbia. Son un par de altivos desgraciados.

Nada puede hacer Denzel ante el rugido ensordecedor que, a pesar de oír constantemente, es distinto cada vez. Inigualable y repetitivo. Potente como huracán, destructivo como el fuego, pero a la vez frío como tundra en obscuridad. Es indescriptible. Solo se puede sentir lo que él siente estando en su pequeño lugar, cual peón en guerra de reyes. Solo le queda aguantar.

—Siento que esas bestias quieren acabar conmigo y sé que soy la razón de sus constantes disputas. ¿Querrán llevarse mi alma, mi corazón y mi cuerpo? Quién sabe. Tal vez solo disfrutan el marinarme con odio y debilitar mi carme con terror.

Su lamento es el tedio de sus captores. Y el día transcurre como el otoño: visible y paulatino hasta la hora de dormir, donde la tensión se hace mayor y el movimiento invisible. Su corazón agitado espera el silencio que nunca llega.

—Siento que escucho su dolor y decepción. Esas bestias no se calman ni duermen. Me desesperan. ¿Dónde estás corazón? Ya no te oigo, tal vez solo soy una máquina sin alma ni pensamiento propio; así me hacen sentir esas bestias. Supongo que esas son las consecuencias de la guerra: arrasar con los inocentes —se dice temblando.

La maldición de su vida es la falta de silencio. Debe permanecer entre rugidos; está obligado; no puede huir.

—Maldición, estoy llorando de nuevo y a nadie le importa. Siento que no existo. ¿Qué sentido tiene existir sin voz ni voto, con temor a abrir la boca, con temor a ver el sol, con temor a reír, con temor a ser feliz? No tiene ningún sentido, o al menos no lo veo.

No recuerda a sus amigos, porque no los ve desde hace ya más de lo que puede recordar. Desde la llegada de las bestias su vida de niño ha cambiado: es triste, aunque no lo debería ser. Es un canario enjaulado que mira tras la ventana esperando un mañana que no llegará jamás. A veces piensa que está soñando, pero el dolor lo ancla a la realidad.

—¿Qué será lo que vendrá? —clama en medio del agobio—. No lo puedo imaginar. Esto es imparable. Implacable.