De espaldas al amor - Carol Marinelli - E-Book

De espaldas al amor E-Book

Carol Marinelli

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Beschreibung

Bianca 2975 Ella tendría que dar el primer paso. El secreto del éxito de Gallen Pallas era su increíble capacidad de concentración, pero la joven y viuda Roula Drakos era el caos personificado. Y lo más perturbador de todo era la atracción que sentían, una atracción que tuvo que reprimir cuando la contrató como secretaria temporal. Roula se había esforzado mucho por superar su matrimonio, y no quería volver a tener intimidad con nadie; pero, cuando entró en el glamuroso mundo de su jefe, se sintió más segura y deseada que nunca. ¿Encontraría la tímida Cenicienta el valor necesario para tentar a Galen y arrastrarlo al amor?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Carol Marinelli

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

De espaldas al amor, n.º 2975 - diciembre 2022

Título original: Forbidden to the Powerful Greek

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-214-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

HABÍAN PASADO casi tres décadas, pero Galen Pallas aún recordaba el día en que volvió a casa y su yaya le preguntó, con tono de preocupación:

–¿Qué te han hecho ahora?

Galen, que solo tenía seis años por entonces, no pudo negar que se había vuelto a meter en un lío. Su corto pelo negro estaba lleno de barro, y tenía arañazos por toda la cara. Era obvio que sus compañeros le habían vuelto a pegar.

Cuando su yaya supo lo que había pasado, hizo lo que siempre hacía: echarle la culpa a él.

–¡Galen! ¡No puedes decirle a tu profesora que está más gorda que antes del verano!

–Pues ella me lo ha dicho a mí –replicó, frunciendo el ceño.

–Esas cosas no se pueden decir –insistió ella, alzando la vista al cielo–. Oh, estoy demasiado mayor para esto.

–Solo se lo he dicho a ella. No he dicho nada a mis compañeros.

–Ya, pero los chicos son chicos, y tú les provocas. Hazme caso, Galen… A veces, conviene callarse, o incluso mentir. Tu primera reacción no suele ser la más apropiada. Ofendes a la gente.

La yaya ya había puesto la cena en la mesa, así que cerró los ojos y pronunció sus oraciones. Pero su mente estaba en otra cosa y, cuando ella empezó a servir, le dijo:

–Yo no pegaría patadas a nadie por mucho que me ofendieran. Ni les insultaría. Ni les escupiría tampoco.

Galen dijo la verdad. Pero sus compañeros le ofendían diariamente, insultándolo y llamándolo robot por la simple razón de que se mostraba impasible. Incluso se reían de él porque vivía en las colinas con su excéntrica yaya, una mujer que lloraba en la iglesia y, a veces, hasta por la calle.

¿Cómo no iba a llorar? Galen sabía que había estado a punto de volverse loca cuando perdió a su esposo. Y, por si no hubiera sufrido bastante, se vio obligada a cuidar de él tras la muerte de sus padres, que fallecieron en un accidente de tráfico.

–Galen, tú eres diferente –dijo ella, llevándose un vaso de agua a la boca–. Tienes que pensar antes de hablar, y tienes que pensarlo todas las veces. Porque quieres encajar, ¿no?

Galen no llegó a encajar nunca, ni como niño ni como adolescente.

Pero todo cambió cuando se hizo adulto.

Su brillante cerebro estaba tan demandado que las tornas se volvieron. Ahora era el mundo quien intentaba encajar con él. Era lo más inteligente. Y extremadamente rentable.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

SIENTO INTERRUMPIR, pero Costa no deja de llamar –dijo la secretaria de Galen, dejando un café sobre su mesa–. Afirma que habías quedado en cenar con Leo y con él en el restaurante de costumbre.

El restaurante estaba enfrente del edificio de su empresa, en la plaza de Kolonaki, en uno de los mejores barrios de Atenas; pero también estaba enfrente de la empresa de Costa, porque el edificio pertenecía a los dos. Costa trabajaba en el sector inmobiliario y él, en el tecnológico. Y ahora estaba excepcionalmente ocupado.

–No, le dije que no podía ir.

–Ya –replicó Kristina.

–Por cierto, ¿han llamado de la residencia de ancianos? ¿Se sabe algo del tratamiento de mi abuela?

–Sí, claro –respondió–. Está en el informe que te dejé.

–Oh, vaya, no lo había visto…

Galen respiró hondo. Si Kristina se lo hubiera dicho antes, habría dejado de trabajar al instante. Pero ¿cómo se lo iba decir? Los de la residencia llamaban tantas veces que había dado orden a su secretaria de que no le molestara con eso.

–Bueno, avísame cuando llamen por algo relacionado con su tratamiento.

–Como quieras.

Kristina lo dijo con cansancio, y él se acordó de que estaba embarazada.

–¿Por qué no te vas a casa? –dijo.

–No necesito favores, Galen.

–No es ningún favor. El fin de semana será complicado, y necesito que estés en plena forma.

Galen era un hombre brillante en todos los sentidos: matemática, tecnológica, financiera y físicamente. De cabello negro e intensos ojos marrones, superaba el cliché de los hombres altos y atractivos. Y, por si eso fuera poco, vestía de forma impecable.

Pero no se podía decir que la moda le importara mucho. Su mente estaba en cosas más importantes.

Los números, la comida, el sexo. O los números, el sexo y la comida.

Aunque los números ocupaban casi todo su tiempo.

Gráficos.

Códigos.

Programas.

De hecho, se concentraba tanto en su trabajo que no se dio cuenta de que se había quedado solo en el edificio hasta que llegó la cuadrilla nocturna que se encargaba de limpiarlo, aunque no dijeron nada: sabían que no debían molestarlo cuando estaba trabajando.

El mundo de Galen tenía muchos satélites: legales, administrativos, mediáticos, etc. Era una lista interminable y, como detestaba las distracciones, hacía lo posible por mantener las distancias. Sin embargo, su pequeño ejército de trabajadores era profundamente leal a su, a veces, arrogante y distante jefe.

Alguien llamó a la puerta en ese instante. Él hizo caso omiso, y siguió trabajando hasta que oyó su nombre.

–¿Galen?

Galen suspiró al ver a Costa.

–¿Qué quieres? –preguntó–. Te dije que no llegaría a tiempo de cenar. Quizá coma algo dentro de un rato.

–Galen, son las doce de la noche.

–Ah –dijo, sorprendido de haber perdido la noción del tiempo.

–Pero eso se puede arreglar –continuó su amigo.

Galen se acercó y le dio un recipiente con comida. Era del restaurante de enfrente, el MV, que no servía comida para llevar. Pero con ellos hacían una excepción.

–Gracias.

–¿Qué tal te va?

Galen miró el cordero con patatas y ensalada que había preparado el cocinero, quien se habría quedado espantado al verle meterlo todo en un pan de pita y convertirlo en un bocadillo.

–¿Quieres la respuesta corta? ¿O la larga? –replicó Galen, pegando un bocado.

–Seguro que no entendería ninguna, así que…

–La revisión fiscal ha ido bien.

–¿Lo ves? No entiendo nada.

–Aún quedan flecos sueltos, pero…

Costa abrió la bolsa que llevaba y sacó una botella de champán y dos copas, para desconcierto de Galen, que frunció el ceño.

–¿Qué es eso? ¿Te me vas a declarar, Costa? Porque, si tienes intención de decirme que me amas, tendrás que esperar un poco. Estoy ocupado.

–Galen, tengo una noticia que darte.

Costa le dio una copa y se sentó.

–¿Buena? ¿O mala?

–Muy buena –respondió su amigo–. Mary y yo nos vamos a casar.

Galen, que casi había perdido la cuenta de las amantes de Costa, volvió a fruncir el ceño.

–¿Mary? ¿Pero no os acabáis de conocer?

El anuncio de Costa le había parecido gracioso. No por lo que pensaba él sobre el amor y el matrimonio, sino porque nunca le había parecido que Costa fuera de los que se casaban. Pero, en cualquier caso, se suponía que era una buena noticia, así que recordó sus modales, alzó la copa y dijo en griego:

–Yamas.

–Yamas –replicó Costa, brindando–. Me gustaría que fueras mi koumbaros.

–¿Yo? –preguntó, incapaz de creer lo que acababa de oír–. Te recuerdo que los padrinos tienen que dar discursos y esas cosas.

Costa asintió.

–Sí, lo sé. Tienen que dar discursos, bailar y ser sociables, es decir, todo lo que a ti te disgusta. Pero nos conocemos desde siempre, Galen. Desde mucho antes de que compráramos esto –dijo, señalando el suntuoso lugar–. Tienes que ser tú.

Galen parpadeó. La petición de Costa le había sorprendido y halagado, pero desconfió de todas formas. ¿No sería una encerrona? Al fin y al cabo, eran típicas de su amigo.

–Bueno… Gracias –acertó a decir–. ¿Mary es inglesa?

–Sí.

–¿Y os vais a casar aquí?

–Aún no lo hemos decidido –respondió Costa, jugueteando con el corcho de la botella de champán–. Me gustaría que lo celebráramos en mi hotel de Londres. El padre de Mary está en una de las cárceles de la capital, y estoy intentando que le dejen salir ese día, para darle una sorpresa.

–Tengo buenos abogados en Gran Bretaña –dijo Galen.

–No te preocupes, creo que no habrá problema –replicó Costa–. En todo caso, el plan consiste en casarse allí, pasar todo el tiempo que podamos con su padre y, a continuación, volar a Anapliró para recibir la bendición de la iglesia y celebrarlo.

Galen se estremeció al oír el nombre de la isla, de donde se había marchado cuando solo era un adolescente. Por supuesto, había vuelto muchas veces, pero las cosas no eran lo mismo desde que la yaya estaba en la residencia de ancianos. Y no sentía ningún deseo de volver. De hecho, odiaba aquel sitio.

Sin embargo, tenía que enfrentarse a su familia en algún momento y, como siempre había sido un hombre práctico, pensó que la boda de su amigo era la ocasión perfecta para poner en marcha lo que había planeado.

–Pues celebrémoslo por todo lo alto –dijo Galen, haciendo un esfuerzo por compartir el entusiasmo de su amigo.

–No, no podemos hacer una fiesta demasiado grande. Sería injusto, porque el padre de Mary no podría asistir. Solo invitaremos a diez o doce personas, incluidos nosotros.

–Nosotros, y la novia –puntualizó Galen.

–Sí, claro. Estarán Leo, Deacon y, por supuesto, Yolanda, mi madre. Pero puedes llevar un invitado.

–Dudo que lleve a nadie.

Galen no podía creer que estuvieran hablando de su boda. Siempre habían sido solteros empedernidos, aunque no se parecían nada. Cuando Costa se separaba de alguna de sus amantes, hablaba con Kristina y le pedía que le enviara un ramo de flores; en cambio, él no enviaba flores a nadie. Quizá fuera poco romántico, pero no se lo parecía ni a él ni a ellas. Solo era sexo, y nunca se acostaba con nadie que no opinara lo mismo.

Justo entonces, sonó el teléfono.

–Pensaba que Kristina se encargaba de tus llamadas –dijo Galen, entrecerrando los ojos–. Te he estado llamando toda la noche, y no me has contestado.

Galen no le dio ninguna explicación. Simplemente, encendió el teléfono y miró el mensaje que acababa de recibir. Era de una de sus amantes, quien quería saber si podían quedar. Galen escribió que no podía y añadió un emoticón de tristeza, recibiendo uno idéntico al cabo de unos segundos. Su vida sexual era tan maravillosamente poco complicada como aquel intercambio de mensajes.

–Sé que voy a ofender a mucha gente por dar una fiesta pequeña –continuó Costa–, pero daremos una grande en la playa, para la gente de la isla.

–Bueno, no estás obligado a satisfacer a todo el mundo –dijo él–. Y, aunque quisieras, no podrías. Es Anapliró.

–Ya, pero debo intentar que los lugareños estén contentos. A fin de cuentas, yo no corté los lazos como tú. Por cierto, eso me recuerda que aún no has visto el hotel que construí en la isla.

Galen asintió. El complejo de Costa había sacado la isla de la pobreza, y se había convertido en un destino habitual de multimillonarios.

–Lo sé –dijo Galen–. Pero ¿cuándo os vais a casar? Tendré que despejar mi agenda para poder asistir.

Costa jugueteó un poco más con el corcho y dijo:

–El sábado.

Galen lo miró con asombro.

–¿Cómo?

–Mañana volamos a Londres. Nos casaremos pasado y tomaremos un vuelo a Anapliró por la tarde –le explicó Costa–. Sé que no te lo he dicho con mucha antelación, pero…

Galen se maldijo para sus adentros. No podía ir. Era completamente imposible. Tenía que hacer un anuncio importante ese mismo sábado, relativo a una nueva asociación empresarial. Y, por si eso fuera poco, estaría tan ocupado hasta entonces que ni siquiera tendría tiempo para hacer el amor.

–Galen, sé que es muy precipitado, y que te viene verdaderamente mal –se excusó Costa–. Pero hay una buena razón para que nos casemos tan pronto… Y no, no es lo que estás pensando. Mary no está embarazada.

–¿Por qué iba a pensar eso?

Costa soltó una carcajada y, tras alcanzar su copa, echó un trago y suspiró.

–Verás, hay un problema que…

Al oír el súbito tono grave de su amigo, Galen frunció el ceño.

–Es algo importante –continuó Costa–. Pero no puedo hablar de ello.

–No te preocupes –dijo él, que siempre había detestado las habladurías y los cotilleos.

–Necesito que estés allí, Galen.

Galen tenía motivos de sobra para no ir.

Pero tenían una larga historia en común.

Al igual que Leo Arati.

Ahora, eran hombres de éxito, que habían triunfado por sus propios medios. Pero no habían empezado así. Tenían un pasado conjunto que solo podían entender los que lograban salir de Anapliró.

«Confórmate o sufre». Ese era el lema de la isla.

Los tres se habían negado a conformarse y habían sufrido lo suyo. Si eras diferente, te hacían la vida imposible. Salvo que fueras popular o un vulgar matón.

El padre de Costa se fue cuando Yolanda enfermó y los de Leo, cometieron el pecado de ser la primera pareja que se divorciaba en la isla. Leo lo había pasado verdaderamente mal. En primer lugar, por ser más bajo que el resto y, en segundo, por tener modales afeminados.

En cuanto a él, ni siquiera quería recordarlo.

Pero, en cualquier caso, los tres se hicieron amigos. Y, por muy extraña que fuera su amistad, eso era lo único que importaba.

–Sabes que iré –dijo Galen, alzando nuevamente su copa–. Enviaré un mensaje a Kristina, le pediré que arregle las cosas y…

Galen dejó la frase sin terminar. Estaba acostumbrado a enviarle mensajes a cualquier hora, pero estaba a punto de dar a luz, y no era totalmente insensible a su situación.

–Ya está arreglado. Los vuelos, todo –dijo Costa–. He reservado tu habitación en Londres, y te he conseguido la suite Temple en Anapliró… Te va a encantar. Es la mejor del complejo.

–¿No debería ser para vosotros?

–No, mi mansión es mucho mejor –contestó Costa, sonriendo.

–No lo dudo.

–He puesto a Leo y a Deacon en la suite nupcial.

–Estoy seguro de que te lo agradecerán.

–Ahora que lo pienso, ¿por qué no te quedas unos cuantos días?

–No voy a compartir contigo tu luna de miel, Costa.

–Ni yo te estaba invitando a que nos acompañaras. Pero sé que han pasado varios años desde que estuviste allí por última vez, y…

–Allí no hay nada para mí. No tengo motivos para volver. Lo de tu boda es una excepción –replicó, pensando que era una excepción de lo más inconveniente.

Cuando Costa se marchó, Galen envió mensajes urgentes a Joe y al equipo de desarrollo, ordenándoles que se presentaran en su despacho de inmediato. Y, a pesar de ser muy tarde, se puso en contacto con Kristina y le pidió que hiciera el equipaje y que enviara su habitual informe al hotel de Londres y a la isla, para estar preparados.

–Ah, y asegúrate de que Anapliró…

–¿Tenga una buena conexión a Internet? –dijo ella, interrumpiéndolo.

Costa le había asegurado que el complejo de la isla era maravilloso y que tenía todos los lujos que se pudieran imaginar, pero Galen había crecido allí, y no olvidaba lo pobre que había sido aquel lugar.

–Maldita sea –se dijo en voz alta.

Su anuncio del sábado no era solo importante. Además, había calculado el día para que tuviera el máximo impacto.

Y había previsto todos los problemas posibles.

Todos, menos la boda de Costa.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

ROULA DRAKOS, subdirectora de servicios al cliente, estaba segura de haber tenido el mejor despacho del mundo. De haberlo tenido, porque ahora tenía otro. Pero, a veces, mientras estaba trabajando, se detenía a admirar el interminable paisaje del cielo fundiéndose con el mar Egeo. Llevaba cinco años allí, y aún le maravillaba la belleza del complejo hotelero.

Pero ahora no tenía tiempo para admirar nada.

Se dirigió a recepción a toda prisa, entró en su nuevo despacho y se sentó detrás de su mesa, bastante desordenada. Luego, localizó la lista de las cosas que tenía que hacer, se apartó un rojo mechón de la cara y, tras pegar un mordisco a una tableta de chocolate negro, repasó la lista de invitados para asegurarse de que todo estaba bien. Y de repente, vio el nombre de un viejo amigo.

Galen Pallas.

Roula sonrió. Las caras familiares no eran frecuentes en el complejo. Anapliró había sido un sitio muy pobre y, aunque algunos de sus antiguos habitantes volvían de vez en cuando a la isla, no se podían permitir los precios del hotel.

Leo Arati era una excepción. Era un diseñador famoso, y cliente habitual.

Sin embargo, Galen no iba nunca.

Roula sabía que era íntimo amigo de Costa, el dueño de la empresa, pero llevaba tanto tiempo sin verlo que tardó en recordar la cifra exacta: diecinueve años.

Bueno, no se podía decir que hubieran sido exactamente amigos. Galen le sacaba unos cuantos años. Pero siempre había sido amable con ella, con la jovencita que entonces respondía al nombre de Roula Kyrios.

Sí, había pasado mucho tiempo.

–¿Roula?

Roula alzó la cabeza al oír a la recepcionista, Stephanie.

–¿Sí?

–Acaban de salir de Thira.

–Gracias por avisarme. ¿Qué tal va todo?

–Bien, aunque Mia está un poco…

Stephanie sacudió una mano para hacerle saber que la cocinera jefe estaba pasando su crisis de pánico habitual en ese tipo de casos.

–Menuda noticia –se burló Roula, encogiéndose de hombros.

Habían pasado treinta y seis horas desde que la identidad de los novios se hizo de dominio público, y Roula había hecho todo lo posible por tranquilizar a la plantilla. Sí, el novio era su jefe; pero, en última instancia, solo se trataba de otra boda. Anapliró se había convertido en un lugar famoso, y el complejo había albergado bodas de famosos de todo tipo, desde miembros de la aristocracia a multimillonarios.

–Bajaré a la cocina en cuanto termine con esto.

–Gracias.

Normalmente, Roula no habría estado sola en semejante situación. Pero la gerente del hotel era Yolanda, es decir, la madre del novio y Beatrice, la coordinadora de bodas, estaban supervisando la celebración de Londres.

Por suerte, Roula era capaz de afrontar cualquier cosa.

Siempre había sido una profesional imperturbable, eficaz y briosa, completamente comprometida con el bienestar de la clientela.

Esa era la razón de que solo hubiera necesitado cinco años para ascender al cargo de subdirectora de servicios al cliente, los cinco años transcurridos desde la muerte de su esposo. Y ahora, el cargo de directora estaba en su punto de mira. Pero había un problema, como había comentado Yolanda en cierta ocasión: que no existía.

En cualquier caso, era tan consciente de su posición que controlaba hasta el último detalle, empezando por su propio aspecto, donde cumplía las normas a rajatabla: maquillaje sutil, colores neutros en las uñas, pelo recogido y un uniforme que consistía en un traje de lino gris y un top pálido que combinaba con zapatos bajos o de tacón, según las circunstancias.

Roula era la quintaesencia de la contención y la elegancia, desde las exquisitas perlas que llevaba en las orejas hasta la placa con su nombre.

Sin embargo, toda su seguridad desaparecía cuando estaba a solas. A pesar de ser esbelta y de piernas largas, se sentía tan incómoda con su propio cuerpo que no soportaba verse desnuda ni cuando se estaba duchando. Su timidez llegaba a tal extremo que nunca salía del cuarto de baño sin haberse puesto dos sostenes deportivos para aplastar sus generosos senos.

Nadie conocía a la verdadera Roula.

Tras comprobar que todas las suites estaban preparadas, bajó la vista y la clavó en su anillo de casada. Ya no tenía motivos para llevarlo, pero Anapliró era un lugar tan conservador que algunos la habían mirado con recriminación cuando dejó de llevar luto por su esposo, aunque ya había pasado un año desde la muerte de Dimitrios.

Mientras lo miraba, se dio cuenta de que la uña de su pulgar estaba mellada, y lo disimuló rápidamente con un poco de pasta correctora. Durante mucho tiempo, creyó haber superado su manía de comerse las uñas, pero recayó tras la celebración de su vigésimo noveno cumpleaños. Aunque ahora solo se mordía la uña del pulgar.

–¡Roula!

Roula se sobresaltó al oír a Mia, que acababa de entrar en el despacho.

–¿Qué ocurre?

–¡Es un desastre!