Decisión imposible - Catherine George - E-Book
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Decisión imposible E-Book

CATHERINE GEORGE

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Beschreibung

Había empezado trabajando para él… pero estaba a punto de convertirse en su esposa Connah Carey Jones necesitaba alguien que cuidara a su hija, y Hester Ward era la candidata perfecta. Era práctica, eficiente y muy hermosa… algo en lo que Connah no podía evitar fijarse. Durante un viaje a la Toscana, al que el guapísimo millonario se llevó a Hester, estalló la pasión entre ambos, y Connah le propuso que añadieran algo a su contrato de trabajo… el matrimonio. Hester debía tomar una imposible decisión: dejar al hombre y a la pequeña a los que tanto había llegado a querer o aceptar ser la esposa de conveniencia de Connah…

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Inhalt

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Promoción

Capítulo 1

EL ENTUSIASMO de Hester creció al acercarse a su destino. Volvió a comprobar la dirección, luego subió los escalones de una impresionante casa de Albany Square. Llamó al timbre, dio su nombre por el telefonillo y, después de una pausa, la puerta la abrió un empleado en absoluto parecido a la idea que ella tenía de un mayordomo. Él le sonrió con expresión agradable. –Buenos días, señorita Ward. Por aquí.

Lo siguió por un vestíbulo de techo alto y unas escaleras de piedra hacia un estudio grande y con las paredes cubiertas de librerías llenas de libros. Le apartó el sillón delante del escritorio, le informó de que su jefe estaría con ella en breve y la dejó a solas. Hester se sentó algo tensa. Su entrevista preliminar había sido tomando un café en el salón de un hotel con John Austin, ayudante personal del propietario de esa casa, pero ya estaba a punto de conocer a éste en persona.

En la mesa, una solitaria fotografía enmarcada miraba hacia la ventana. Vaciló un momento, luego la giró para verla y sintió un nudo en el estómago. ¡Su corazonada había sido correcta! El hombre al que había ido a conocer era en realidad el misterioso señor Jones. Y un vistazo a esa cara atractiva, con sus pómulos afilados y ojos oscuros e intensos, la devolvió al primer encuentro con el hombre que le sonreía a la niña en la fotografía.

Aquella fría noche de enero estaba haciendo las maletas cuando su madre había entrado en la habitación.

–Échame una mano, cariño. Tenemos huéspedes. Hester la miró incrédula. –¿Qué? ¿A estas horas de la noche? –No pude decir que no. Está nevando y parecían

extenuados. –¡Mamá! Se supone que estamos cerrados todo el

mes. Deberías haber puesto el cartel de «cerrado». Moira Ward le lanzó una mirada severa. –Quiero ayuda, por favor, no un sermón. –Ahora mismo –siguió a su madre por las escaleras

de atrás en dirección a la cocina–. ¿Dónde están? Moira comenzó a sacar comida de la nevera. –Instalándose en sus habitaciones mientras les pre

paro un refrigerio. El señor Jones aceptó mi ofrecimiento de unos sándwiches con tal entusiasmo que creo que hace tiempo que ninguno ha comido nada.

Hester movió la cabeza con desaprobación mientras

untaba mantequilla. –Eres demasiado blanda. –Pero no tonta –replicó Moira–. No echo a huéspe

des que pagan en efectivo –suspiró–. Además, la pobre niña parecía a punto de caer agotada. No podía echarlos.

–Claro que no –le lanzó un beso–. ¿Qué pongo en esto?

–Corta unas lonchas del jamón asado de la cena y yo calentaré el resto de la sopa de verduras. La niña parecía helada.

–¿Quieres que les suba la bandeja?

–Sí, cariño, por favor. Preferiría que supieran que no estoy sola en la casa.

Hester rió.

–Dudo de que mi presencia marque mucha diferencia si el señor Jones alberga algo siniestro –entrecerró los ojos–. Un momento. ¿Has dicho habitaciones, en plural?

Moira asintió.

–Las habitaciones comunicadas entre sí de la parte delantera.

–O sea que no sólo les damos cena y desayuno, ¡sino que vamos a tener que limpiar las dos habitaciones más grandes cuando se hayan ido!

–Por lo que me han pagado una generosa suma de dinero por adelantado –le recordó su madre, y con sonrisa triunfal, jugó su comodín–. Puedes quedarte con la mitad para llevarte a la universidad.

Hester rió mientras abrazaba a su madre.

–¡Brillante! Gracias, mamá. ¿Por qué crees que no duermen juntos?

–No es asunto nuestro –Moira añadió sopa caliente a la bandeja y mandó a su hija a entregarla.

El hombre que abrió la puerta de la primera habitación con vistas al jardín sonrió mientras le quitaba la bandeja de las manos. Una mirada a ese rostro atractivo y ojeroso la dejó sin aliento.

–Gracias. ¿Querrá decirle a la señora Ward que le estamos muy agradecidos?

Su voz era profunda, con un tono que le provocó escalofríos por la espalda.

–Lo haré –repuso con esfuerzo, tratando de recobrarse–. ¿Puedo traerles algo más?

Él movió la cabeza e inspeccionó el contenido de la bandeja.

–Esto será suficiente... y de nuevo, muchas gracias.

–No ha sido nada –le aseguró–. ¿A qué hora les gustaría tomar el desayuno?

Él miró hacia la puerta cerrada que unía las habitaciones.

–Hemos de ponernos en marcha a primera hora. ¿Sería posible disponer de café y tostadas a las siete y media?

–Por supuesto. Yo se los subiré –y lo haría gustosa si eso significaba otro encuentro con el señor Jones. Además, de esa manera luego no tendrían que limpiar el comedor.

Bajó como en una bruma rosada. Ese hombre alto, moreno e imponente podía fundir los pensamientos. Suspiró con envidia. La mujer que lo acompañaba era muy afortunada. Su hombre irradiaba carisma por todos los poros.

Moira bebía té sentada a la mesa cuando Hester entró en la cocina.

–¿Todo bien?

–Con el magnífico señor Jones, sí. La puerta que conecta ambas habitaciones se hallaba entrecerrada, de modo que no vi a la mujer que lo acompaña.

–Si la hubieras visto, habrías entendido por qué no pude echarlos. La pobrecilla parecía un fantasma.

Hester se sirvió leche en una taza, echó unas cucharadas de chocolate y lo metió en el microondas.

–Quiere el desayuno a las siete y media, así que le dije que se lo subiría. Pero, ¿qué diablos hacían por aquí en enero, en una noche como ésta?

Casi todos sus clientes llegaban de agencias y por Internet.

–El señor Jones dijo que su intención había sido conducir por la noche –explicó su madre–, pero que su acompañante empezó a sentirse mal en cuanto comenzó a nevar. En ese momento vio nuestro letrero en el camino principal y subió hasta aquí con la esperanza de que tuviéramos una habitación.

Su entusiasmo se desbocó al oír pisadas en la escalera. El reloj dio la hora en una iglesia cercana para marcar la ocasión mientras ella se ponía de pie para ver al hombre que diez años atrás le había dejado semejante impresión como para no haberlo olvidado nunca.

Alto e impresionante, vestido con traje. El espeso y negro pelo y los ojos oscuros como la noche eran inconfundibles... y le provocaron el mismo efecto que la primera vez que se vieron. Avanzó hacia ella con la mano extendida y una leve sonrisa que suavizaba los rasgos duros e imperiosos.

–Connah Carey Jones. Me disculpo por haberla hecho esperar.

Hester aceptó la mano y sintió algo parecido a una descarga eléctrica. Con el corazón desbocado ante esa reacción, le devolvió la sonrisa con compostura decidida.

–Olvídelo. Yo llegué temprano.

Él le indicó que volviera a sentarse y luego hizo lo mismo del otro lado del escritorio, estudiándola unos momentos en silencio y con los ojos entrecerrados antes de mirar su solicitud.

Se puso tensa. ¿La habría reconocido? Pero si fue así, no lo mencionó mientras leía su currículo.

–Parece joven para tener experiencia en el cuidado de niños –comentó él al final.

–Pero, como puede ver, tengo veintisiete años –titubeó–. Señor Carey Jones, para evitar cualquier posible pérdida de su tiempo, ¿podría confirmar que el puesto es realmente temporal?

–Desde luego. Sólo es para las vacaciones de verano –los ojos oscuros se alzaron y conectaron con los suyos–. Sin embargo, hay una complicación. Lowri se marchó a la escuela cuando tenía ocho años, y le disgustará mucho la idea de tener otra niñera. Para evitar esto, le he dicho que iba a contratar a un ama de llaves temporal. De hecho, es Sam Cooper, el hombre que le abrió la puerta, quien dirige nuestra casa completamente masculina, pero durante las vacaciones escolares, necesito a una mujer a mano que se ocupe de darle de comer a Lowri, supervise la limpieza de su ropa y la lleve a dar paseos por el día. Las noches las pasará conmigo.

–Comprendo –aunque en realidad no lo hacía.

En cuanto había descubierto el nombre de su posible jefe, había recurrido a un amigo periodista que trabajaba en el Financial Times para que averiguara si su corazonada era cierta. Pero Angus no había podido obtener ningún dato personal. Conocido como el Mago Galés debido a su extraordinario éxito en el mundo de las finanzas, Connah Corey Jones mantenía su vida personal tan estrictamente privada que no había habido mención alguna de una esposa y una hija.

Él volvió a centrarse en la solicitud.

–¿Le importará a una niñera universitaria con tan extraordinarias referencias actuar como ama de llaves, señorita Ward?

–En lo más mínimo –le aseguró–. También tengo experiencia en ese campo, señor Carey Jones. A la muerte de mi padre, mi madre convirtió el hogar familiar en una próspera posada. Yo me involucré desde el principio en su dirección. Me gusta cocinar y lo hice hasta cierto punto en mi anterior trabajo, como le expliqué al señor Austin.

–Desde luego, ayudará en este caso –corroboró él–, pero mi prioridad radica en encontrar a alguien de confianza y competente, que asimismo sea lo bastante joven como para acompañar a mi hija. Durante el tiempo que dure el trabajo, será necesario vivir aquí, también aportar las obligatorias referencias y autorizar una comprobación de seguridad.

–Por supuesto.

Él mencionó la muy generosa oferta de salario y la miró curioso.

–Ahora que tiene claros cuáles son mis requisitos, señorita Ward, ¿aceptaría el puesto si le fuera ofrecido?

Sin rodeos.

–Sí, señor Carey Jones, lo haría –respondió con firmeza.

–Gracias por ser tan directa. Me pondré en contacto con usted tan pronto como sea posible.

Y en vez de llamar al mayordomo, la sorprendió acompañándola en persona a la puerta.

Aturdida por su encuentro con el señor Jones, Hester, con paso rápido, regresó a la casa situada a las afueras montañosas de la ciudad. Saludó con una sonrisa cuando su padrastro abrió la puerta de entrada antes de llegar al final del camino que conducía hasta la casa.

–Hola, Robert.

La hizo pasar con el rostro amable expectante.

–¿Cómo ha ido?

–Creo que bastante bien, pero debo esperar para ver si me concede el puesto a mí.

–¡Claro que lo hará! Moira ha salido a buscar algo que faltaba en el menú del mediodía, pero comeremos en el jardín en cuanto regrese.

Hester le dio un beso afectuoso en la mejilla, luego subió por las escaleras de incendio al apartamento que había encima del garaje y que Robert Marshall le había decorado a su gusto. La carrera que había elegido requería que viviera con la familia para la que trabajara, y una vez vendido el hogar familiar, se sentía profundamente agradecida hacia Robert por proporcionarle la seguridad de un apartamento independiente como base. Mientras observaba el hermoso y bien cuidado jardín, se puso unos pantalones cortos y un top, preguntándose si sería factible una segunda entrevista. Después de haber vuelto a ver a Connah Carey Jones, lo anhelaba.

Al regresar Moira con la compra, se quedó boquiabierta cuando Hester le anunció que la entrevista había sido con el hombre que tan buena impresión les había causado a ambas años atrás.

–Tuve el presentimiento de que podía ser él, mamá –dijo con una sonrisa triunfal–, aunque no dije nada porque parecía una tontería. Pero tenía razón.

–¡Asombroso! ¿Cómo reaccionaste al verlo?

–Por suerte, en su escritorio había una foto de él con la niña que me permitió prepararme antes de verlo.

Moira movió la cabeza.

–¿Te reconoció?

–Claro que no. He cambiado mucho desde entonces. Además, tú lo viste más que yo. No se fueron temprano al día siguiente como habían planeado y yo tuve que regresar a la universidad antes de que se fueran... así que nunca conocí a la «dama» que lo acompañaba.

–Le preocupaba que ella tuviera algo contagioso. No fue así, pero estaba demasiado enferma para viajar, por lo que dejé que se quedaran unos días más hasta que ella mejoró –Moira sonrió recordando–. El señor Jones se mostró muy agradecido. Luego me envió unas flores maravillosas.

–Ahora que sabes de quién se trata, ¿aceptarás?, ¿querrás el trabajo, Hester? –preguntó Robert.

Ella asintió con énfasis.

–Desde luego. Pero al parecer la hija no quiere volver a tener una niñera, de manera que si lo consigo, tendré que hacerme pasar por el ama de llaves temporal.

–Eso no es problema para ti, cariño –afirmó su madre–. Has tenido mucha más experiencia con llevar una casa que la mayoría de chicas de tu edad.

–Creo que la edad podría ser el problema. Me dio la impresión de que buscaba a alguien un poco mayor.

Lo averiguó antes de lo que creía. Por la noche llamó John Austin para preguntar si le iba bien presentarse otra vez en la casa de Albany Square para reunirse con su jefe al mediodía del siguiente día.

Se sentía nerviosa al subir los escalones de la elegante casa. Lo cual era una tontería. No sería el fin del mundo si no conseguía el trabajo. Pero, habiendo encontrado otra vez al señor Jones, tenía ganas de trabajar para el hombre del que se había enamorado de adolescente. Y la bonificación de seis semanas de un sueldo generoso tampoco le iría mal.

El mayordomo le dedicó una sonrisa amigable al abrirle la puerta.

–Buenos días, señorita Ward. La llevaré directamente arriba.

En esa ocasión, Connah Corey Jones la aguardaba a la entrada del estudio para saludarla.

–Gracias por venir otra vez con tan poca antelación –la condujo al sillón delante del escritorio–. Para ir al grano, sus credenciales encajan perfectamente en el trabajo que solicito, señorita Ward. He visto que incluso vive aquí en la ciudad.

–Sí, aunque se trata de la casa de mi padrastro.

–¿No se siente cómoda viviendo allí? –inquirió súbitamente.

–Todo lo contrario –movió la cabeza–, Robert no podría ser más amable.

–John ha verificado sus referencias, señorita Ward, y también ha realizado una comprobación de seguridad de su vida...

–Antes de que continúe –intervino ella–, he de confesarle que usted y yo ya nos hemos conocido.

Él se reclinó en su sillón y asintió despacio, sin dejar de mirarla.

–Pensé que me resultaba familiar, pero no logré precisar por qué.

–Hasta que lo vi ayer –explicó–, yo no sabía que nos conocíamos. Había leído sobre usted en la prensa, pero nunca había visto una fotografía...

–Porque me aseguro de quedar fuera de la atención pública –le aseguró–. No soy un personaje social, por lo tanto, ¿dónde nos conocimos exactamente, señorita Ward?

–Una noche llamó a la puerta de nuestra posada en busca de alojamiento.

La observó fijamente.

–¿Ése era su hogar?

–Sí. Se suponía que estábamos cerrados, pero nevaba, por lo que mi madre no tuvo corazón para echarlos.

–Y yo le di las gracias a Dios por ello. Jamás olvidé su amabilidad –frunció el ceño–. Pero me temo que no la recuerdo.

–Yo fui quien les subió la bandeja.

–¿La adolescente de pelo largo? –sonrió sorprendido–. Se la ve muy diferente ahora.

–Diez años es mucho tiempo –comentó ella con ironía.

–Lo es –la miró en silencio un momento–. Cierto. Usted y su madre fueron tan amables, que será un placer devolver el favor de alguna forma posible. Si quiere este trabajo, es suyo.

Ella sonrió con calidez.

–Gracias. Prometo cuidar bien de su hija.

–Bien. Hablando de Lowri, necesita conocer algunos detalles sobre ella –miró su reloj–. Permita que la invite a almorzar mientras la pongo al corriente.

La comida se sirvió bajo una pérgola cubierta de una parra en un patio soleado en la parte de atrás de la casa.

–¿Le apetece un poco de vino? –preguntó Connah.

–Gracias. Hoy no conduciré, ya que mi coche está en el taller.

–No necesitará su propio coche durante su estancia aquí –le informó mientras llenaba las copas–. Sam Cooper la llevará adonde necesite ir. La descripción oficial del trabajo que desempeña es de mayordomo, pero es mucho más que eso. Mientras Lowri se encuentre aquí conmigo, la prioridad de él es la seguridad de la pequeña.

Hester lo miró desconcertada.

–¿Tiene miedo de que la secuestren?

–Miedo no es la palabra exacta. Digamos que mantengo una guardia permanente ante la posibilidad.

–¿Lowri está al corriente de eso?

–No –el rostro atractivo mostró una expresión sombría–. Y en la medida de lo humanamente posible, no quiero que se entere.

–Pero, ¿cómo lo consigue cuando está en el colegio?

–Elijo uno cuya máxima prioridad sea la seguridad.

–¿Pero ha tenido una niñera durante todo el tiempo?

Él asintió.

–Su madre murió al dar a luz, y mi madre la crió con la ayuda de una de las jóvenes del pueblo. Cuando Lowri se marchó a la escuela, Alice se quedó para ayudar a mi madre una temporada, pero se casó hace poco; de ahí mi problema durante las vacaciones escolares. Mi madre se está recobrando de una operación de corazón y no puede quedarse con Lowri en este momento.

Se mostró pensativa mientras se servía ensalada.

–¿Le gusta a Lowri estar en un internado?

–Gracias a Dios, se adaptó como pez en el agua. Y ahora –añadió con energía–, vayamos a los negocios.

Connah Carey Jones dejó bien claro lo que quería. Sin permitir que su hija sintiera que se la vigilaba cada minuto del día, la seguridad de Lowri iba a ser el objetivo de Hester.

–Sam la llevará al parque o a la ciudad de compras. A propósito, esto último es urgente. Lowri necesita ropa nueva. Está creciendo muy deprisa, en particular los pies. Pero puede dejar los zapatos escolares hasta el final de las vacaciones –añadió.

–Haré todo lo que esté a mi alcance por ella –le aseguró.

Él asintió.

–No me cabe ninguna duda de ello, señorita Ward. A propósito, en esta casa todos nos tratamos por nuestros nombres de pila. ¿Está conforme con eso?

–Desde luego.

–Bien –sonrió fugazmente–. Espero que disfrute de su estancia con nosotros. Sienta la libertad de preguntarme cualquier cosa que necesite –alzó la vista cuando Sam apareció con una bandeja con café–. Hester ha accedido a trabajar con nosotros durante las vacaciones escolares de Lowri, Sam. He puesto tus muchos y variados servicios a su disposición.

–Desde luego –le dedicó a Hester una sonrisa amigable y depositó la bandeja delante de ella–. Vivo en el apartamento del sótano, de modo que siempre estoy a mano.

–Gracias –también ella le dedicó una sonrisa cálida–. Dependeré de usted para que me enseñe el lugar.

–Puedes llevar a Hester luego a su casa, Sam –dijo Connah–. Te llamaré cuando esté lista –se reclinó y se relajó mientras ella se ocupaba del café–. Esto es agradable. Debería comer aquí más a menudo.

–¿Lowri comparte la cena con usted o debería preparársela antes?

–Cuando estoy en casa, comemos juntos, para aprovechar al máximo nuestra compañía. Pero le haré saber con antelación si no puedo venir.

–Gracias –sonrió–. También me ayudaría que pudiera darme una idea de los gustos de Lowri. A su edad yo era un poco selectiva.

Él se encogió de hombros.

–Tratará de convencerla de tomar comida basura, porque el colegio la prohíbe. Concédale el gusto de vez en cuando como un regalo, pero, por lo demás, asegúrese de que mantiene una dieta equilibrada. Por lo general Sam hace la compra por teléfono, pero a Lowri tal vez le guste dar una vuelta por un supermercado. Elija lo que quiera, pague al contado y Sam llevará las bolsas. Y ahora él le ofrecerá un recorrido por la casa antes de que usted se marche –se terminó el café y se puso de pie–. Recogeré a Lowri el viernes, Hester. ¿Está libre para empezar el lunes por la mañana?

–Sí. ¿A qué hora vengo?

–A eso de las ocho y media. Por desgracia, he de estar en Londres durante uno o dos días, de modo que la dejaré sola con ella desde el principio. Pero Sam tiene los números de teléfono en los que se me puede locali

zar.

–Señor Carey Jones...

–Connah –le recordó.

–Sólo quería preguntarle cómo se encuentra su madre.

–Fue sometida a un triple bypass y la convalecencia es de una lentitud preocupante. Cuando vaya a buscar a Lowri, pasaremos un tiempo con ella antes de venir aquí –miró su reloj de pulsera y recogió la chaqueta–. He de irme.

–Gracias por el almuerzo –dijo Hester mientras regresaban a la casa.

–Ha sido un placer –le hizo una señal a Sam cuando éste apareció–. Muéstrale la casa a Hester, luego llévala adonde desee ir. La veré el lunes, Hester. De acuerdo, John –comentó resignado cuando su ayudante le abrió la puerta del despacho–. Guarda el látigo, ya voy.

–Si está lista, Hester, comenzaremos desde abajo con mis habitaciones e iremos subiendo –sugirió Sam.

Lo siguió por unas escaleras cortas hasta un pequeño y ordenado apartamento en el sótano. El salón también desempeñaba la función de despacho, con equipo electrónico para ver a los visitantes y los paneles de control de un sistema de alarma muy complicado.

–Connah es estricto con la seguridad –le explicó.

–Eso veo. ¿Lleva tiempo trabajando para él?

–Desde que dejé el ejército. Las escaleras inferiores conducen a una bodega que Connah ha convertido en un garaje doble –añadió Sam al llevarla a la planta baja a una cocina con ventanas altas y una puerta que llevaba al patio trasero–. Mis habitaciones solían ser la cocina y la antecocina, y éste era el comedor original –explicó–. La vieja despensa del mayordomo ahora es muy conveniente para el congelador, la lavadora y secadora y esas cosas.

–Realmente es muy agradable –comentó ella. El amplio espacio estaba lleno con todos los electrodomésticos imaginables, incluida una vitrocerámica de última generación–. Tendrá que darme clases sobre su funcionamiento antes de que pueda preparar algún plato.

Sam rió entre dientes.

–Si consigo una parte de los resultados, ningún problema. Se me da bien pelar patatas.

–Lo recordaré.

Subieron a la siguiente planta, y pasaron ante la puerta cerrada del estudio para entrar en un salón amueblado con la máxima comodidad e iluminado por ventanas con múltiples paneles típicas de la arquitectura del estilo Regencia. El comedor adjunto era más formal y estaba pintado en una tonalidad de verde pálido que a Hester le resultó fría. Mientras iban camino de la última planta, Sam le informó de que allí había una suite con cuarto de baño, vestidor y habitación para invitados.

–Usted se alojará aquí, al lado de Lowri –dijo, llevándola hasta dos dormitorios contiguos, cada uno con un cuarto de baño pequeño y vistas a los árboles en la plaza de las colinas que circundaban el pueblo–. Ahora no lo creerá, pero en su momento estas habitaciones fueron el desván. ¿Le parece bien? –añadió Sam.

Hester asintió, impresionada.

El teléfono de Sam sonó mientras bajaban.

–Exacto, Connah. Estamos bajando ahora mismo. Quiere verla de nuevo antes de que se marche, Hester –añadió.

Connah alzó la vista cuando ella asomó la cabeza por la puerta del despacho.

–Pase y siéntese. ¿Le ha gustado su habitación?

–Mucho.

–Bien –consultó una lista–. Lo siguiente en la agenda es su tiempo libre. Dispone de libertad para salir algunas tardes cuando yo esté en casa, los domingos son enteramente suyos y también algunos sábados por la tarde y noche. Tendrá que llamar al timbre para que se le abra, pero Sam estará con usted o esperándola, así que no habrá problema –hizo una pausa, como evaluando su reacción–. ¿O sí?

–Claro que no –afirmó ella, aunque sí lo había, un poco–. De lo contrario, necesitaría saber el código para su impresionante sistema de seguridad.