Deseo en la isla - Annie West - E-Book

Deseo en la isla E-Book

Annie West

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Beschreibung

Bianca 1996 De reina de la alta sociedad... ¡a querida contra su voluntad! Apenas unas horas antes, ella era una absoluta desconocida. Ahora Damon Savakis sabe quién es ella realmente, Callie Lemonis, la reina de la alta sociedad y sobrina de su mayor enemigo... Cuando el avaricioso tío de Callie pierde el dinero de los Lemonis, ¡ella queda a merced de Damon y se ve obligada a ser su querida! Pero Damon no está preparado para su valentía, su aplomo y pureza en un mundo lleno de avaricia…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2009 Annie West

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Deseo en la isla, n.º 1996 - noviembre 2022

Título original: The Savakis Mistress

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-303-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EL LATIDO de su corazón retumbó en sus oídos tratando de acallar el sonido de sus roncas respiraciones. La suya y la de él mezcladas.

Su cuerpo estaba aún estremecido por el éxtasis que acababa de experimentar, un éxtasis que no había experimentado nunca antes.

Ella respiró e inhaló su fragancia: limpio sudor masculino, un aroma a piel almizclada y a algo indefinible que le hacía hundirse más en su hombro desnudo.

Acarició con su nariz aquella piel húmeda y como recompensa él se estremeció. Una mano grande se deslizó sobre su cadera y sus dedos largos acariciaron su carne desnuda, apretándola más contra su cuerpo caliente y perfecto. Ella estaba tumbada a medias sobre él.

Callie suspiró, deleitada. Él era fuerte, tierno y generoso.

Todo lo que ella jamás había tenido en un hombre. Todo lo que había aprendido a no esperar de un hombre.

Él la había llevado al paraíso. Había jugado con ella y le había dado placer hasta que la realidad había irrumpido en aquel edén.

No había experimentado jamás una satisfacción tan intensa como aquélla que había sentido en sus brazos. Siempre estaría agradecida por el regalo que le había hecho él aquel día. El placer compartido que la había conectado, aunque hubiera sido brevemente, con él. Aquel sentido de unión, aún más que el deleite físico, entibiaba todo su ser.

Ella se había sentido sola tanto tiempo…

Desde el momento en que lo había visto en su viejo yate, con sus anchos hombros desnudos y brillantes, dorados con el sol, ella había sentido algo especial. Él representaba la masculinidad más absoluta, era tan perfecto que la había dejado sin aliento.

Ella, Callie Lemonis, ¡que no había mirado a un hombre con deseo en siete años! ¡Quien había pensado que no volvería a hacerlo!

Durante días había intentado ignorar al extraño que había invadido el aislamiento de aquella playa privada. Que había invadido su refugio. Todas las mañanas, tumbada debajo de los pinos, cansada de nadar, había intentado concentrarse en un libro. Pero inevitablemente su mirada se había desviado a su barco, donde estaba él, pescando o nadando en las claras aguas de la bahía.

Aun con los ojos cerrados, había sentido su presencia, como él había sentido la de ella.

¿De verdad había tenido que preguntar él por el camino al pueblo más cercano? El inquietante brillo de su ojos le había hecho pensar que no. Pero por una vez Callie había reaccionado ante aquella mirada de apreciación masculina. No la había irritado ni molestado.

Él había observado cómo se había sentido ella cuando lo había visto.

Atrapada por sus ojos oscuros, Callie se había sentido a la deriva en el mar Egeo, totalmente fuera de la realidad. De sus planes de futuro, del dolor del pasado, y hasta de la desconfianza que tenía hacia los hombres. ¿Qué importaba la confianza frente a aquella potente atracción? Era algo tan extraordinario como sencillo.

Sus labios se curvaron en la piel de él. No pudo resistir la tentación de darle un beso allí, de saborear su gusto a sal. Un sonido entre un gruñido y un ronroneo vibró en su garganta viril, y ella tuvo un sentimiento de triunfo.

Tal vez la abstinencia sexual había hecho que aquella pasión fuera tan intensa. Ella tenía veinticinco años y él era su segundo amante. Quizás por ello…

Interrumpió su pensamiento al sentir una mano deslizarse por su pierna. Ésta hizo círculos con la suavidad de una pluma y se movió entre sus cuerpos para acariciar el interior de su muslo.

Callie respiró profundamente al sentir aquel cosquilleo en su interior. Sintió una punzada de deseo instantáneamente.

Un calor se irradió desde aquella mano a todo su cuerpo cuando ésta se deslizó hacia el lugar donde había latido el deseo hacía poco tiempo. Ella gimió cuando él la acarició tiernamente. Anonadada, notó que la excitación se apoderaba de su cuerpo como si fuera una creciente marea.

–¿Te gusta esto? –dijo él con perezosa satisfacción en su voz.

Y ella notó que él se daba cuenta de cuánto añoraba ella su tacto.

Él comprendía sus reacciones mejor que ella. Callie era una novata en aquello, pero hasta una mujer con poca experiencia podía reconocer a un experto en artes sensuales.

Ella puso las manos en su pecho para incorporarse levemente y poder mirarlo a los ojos.

Él estaba sonriendo sensualmente, invitándola con la mirada. Su cabellera negra despeinada cayó sobre su frente. Ella miró su mejilla y luego desvió sus ojos hacia su cuello enrojecido.

¿Era aquello una marca producto de la pasión? ¿Lo había marcado ella con sus dientes? No podía haber sido tan salvaje…

–No podemos… –dijo ella–. Otra vez no.

Él alzó una ceja y sonrió, seguro. Ella se estremeció.

–Yo no estaría tan seguro de ello, pequeña –dijo él.

Él la acarició y su cuerpo femenino tembló.

Automáticamente ella le agarró la muñeca con la intención de apartar su mano. Necesitaba pensar. Pero no pudo quitar su mano. Su brazo era muy fuerte, y sus caricias una bendición.

–Abrázame mientras te toco –susurró él mirándola a los ojos.

Callie lo miró con sorpresa por aquel pedido erótico tan directo, y su corazón dio un vuelco. El calor que sentía entre sus piernas contrariaba su instintivo rechazo.

Después de haber hecho el amor tan desesperadamente aquello debería ser imposible.

Sin embargo, su tacto era… excitante. Como lo era la fuerza de su erección contra su muslo.

–No –dijo ella sin aliento. Cerró los ojos tratando de recuperar el control de su cuerpo. Tengo que marcharme… Tengo que…

–Shh, glikia mou –murmuró él con aquel tono aterciopelado. Quitó la mano para agarrar su cara y luego acarició la comisura de su boca, una zona erógena que él le acababa de descubrir–. Relájate y disfruta. No hay prisa. No hay nada más importante que esto –le agarró la cabeza y tiró de ella para besarla.

Fue un beso largo y seductor. La resistencia de Callie desapareció como el agua de mar en la arena. Sus huesos se derritieron mientras sus labios se abrían para que él poseyera su boca.

¿Cómo era posible que algo tan sin precedentes le pareciera tan bien?

–Puedes marcharte más tarde –murmuró él contra sus labios–. Después.

«Después», Callie se quedó pensando. Pero la palabra se desintegró cuando lo besó. Y perdió el poco autocontrol que le quedaba en el calor de la pasión.

Era tan fácil entregarse a su experta seducción… Echar por la borda toda una vida de cautela y vivir el momento. Olvidarse del mundo real y la dura lección que había aprendido. Sólo un rato más…

 

 

Una locura.

Eso era lo que había sido, pensó Callie mientras se miraba al espejo en la habitación de invitados. Ninguna otra cosa podría haber explicado el modo en que se había dejado seducir.

No, en realidad no se había dejado seducir, sino que lo había animado a que lo hiciera, deseosa de sentir su cuerpo alto y musculoso. Impaciente por probar la sensual promesa. Con ganas de sentir algo que no había sentido nunca, y que en aquel momento, para su satisfacción, había experimentado por primera vez.

«Con un extraño», pensó.

Sintió un estremecimiento al pensar en lo que había hecho. Ella, la mujer a la que la prensa del corazón había apodado La reina de la nieve, se había entregado apasionadamente a un extraño absoluto. No una vez. Ni dos. Sino tres veces sucesivamente.

El shock y la vergüenza se apoderaron de ella al recordarlo.

Y ni siquiera se había sentido incómoda al saber que él había llevado preservativos. Lo único que había sentido había sido alivio.

Él se había puesto un traje de nadador, lo que destacaba sus anchos hombros, sus caderas estrechas y sus miembros musculosos. El tipo de cuerpo que ella había visto en las playas en su tierra natal, en Australia, hacía mucho tiempo. No lo que ella hubiera esperado ver en una pequeña isla del norte de Grecia, alejada del turismo.

Ella conocía hombres atractivos, pero la dejaban fría. Su encanto y su atractivo físico jamás habían acelerado su pulso.

Aquéllos dados al cotilleo se habían visto decepcionados, ya que durante seis años había sido leal a su marido, un hombre mucho mayor que ella.

Ni siquiera el hecho de que su marido sólo la hubiera querido para mostrarla como una posesión la había llevado a buscar consuelo en otro hombre.

Alkis había sido impotente y Callie había enterrado tanto su libido como sus emociones durante su desgraciado y estéril matrimonio. Además, los enfermizos celos de Alkis y sus temidos estallidos de ira habían hecho que ella mantuviera a distancia a los hombres. Había aprendido a deshacerse de los pertinaces con una fría gracia que había llegado a ser su sello.

Nunca había sentido aquel deseo al mirar a un hombre. Hasta aquel día, hacía unas horas, en la cala privada de la finca de su tío.

Había sido un momento de locura debido a la preocupación por la salud de su tía y por el estrés de aquellas vacaciones obligadas en casa de su tío. Por la liberación de una tensión insoportable después de aquellos terribles últimos meses con Alkis.

Un momento de locura frente a toda una vida de ser lo que su tía habría descrito como «una buena chica», que hacía lo que se esperaba de ella.

Los labios de Callie se torcieron en una sonrisa sin humor al verse en el espejo. No tenía aspecto de «buena chica» en aquel momento.

Había hecho lo que su tío había insistido en que hiciera, vistiendo un traje largo para la cena familiar. Se había recogido el pelo y se había puesto el colgante de diamantes y la pulsera a juego, lo único que le quedaba de los regalos de Alkis.

Pero la ropa formal no ocultaba su cambio.

Tenía las mejillas encendidas, le brillaban los ojos y los labios estaban hinchados, como si la hubiera besado un experto. Y esa mirada de secreta satisfacción seguramente la delataría.

Debería estar mortificada por lo que había hecho.

No obstante, mirando a aquella extraña en el espejo, sintió unas ganas irreprimibles de escapar. De olvidar la cena formal que había organizado su tío y correr descalza a la playa para encontrar a su extraño.

Su amante.

El hombre del que no sabía ni siquiera el nombre.

Pero no podía hacer eso. La habían entrenado muy bien. Y aplacó despiadadamente su impulso de correr a los brazos del hombre con quien había compartido su deseo y su ser interior.

La tarde de locura había terminado, y tenía que olvidar a aquel hombre antes de que él rompiera todas sus defensas.

 

 

–Quiero que hagáis un esfuerzo especial esta noche, muchachas –tío Aristides transformó aquella afirmación en una amenaza. Miró amenazadoramente a su hija, de pie al lado de Callie–. Especialmente tú, Angela. Tu madre está mal otra vez, así que tienes que sustituirla –agregó en tono de reproche, como si su mujer hubiera planeado estar enferma.

Viendo la expresión de enojo de su tío y la mirada desolada de Angela, Callie se reprimió una respuesta. Habría sido su dócil prima quien hubiera pagado por ello.

–La noche será perfecta, tío. He supervisado al personal. La comida tiene un aspecto magnífico, y el champán es el mejor. Estoy segura de que causaremos una gran impresión a tu invitado.

Su tío estaba más susceptible que de costumbre, tratando de evitar cualquier problema. La pobre Angela estaba hecha un manojo de nervios, anticipando una explosión.

–Eso espero –contestó su tío–. Tenemos una visita importante esta noche. Un invitado muy importante.

Callie sintió un nudo en el estómago. ¿Qué habría planeado su tío? Aquello era algo más que una celebración familiar para su veinticinco cumpleaños. Los diamantes y los trajes de diseño no eran el atuendo habitual, aun en aquella casa donde la formalidad opresiva era la norma. Su tío planeaba algo.

Aristides miró a Angela, y Callie notó su mirada despiadada. Sabía bien lo malévolo que podía ser su tío.

–No te olvides de lo que te he dicho, Angela –ladró su tío.

–No, padre.

Su prima, con dieciocho años, era una muchacha insegura. Callie sabía que a Angela le costaba relacionarse con los socios de su padre.

–Esta noche será todo un éxito –dijo Callie, dando un paso al frente–. Tío, no te preocupes, yo me ocuparé de ello.

Si era capaz de tener la paciencia suficiente como para sonreír y escuchar interminables conversaciones acerca del gobierno o de los defectos de las jóvenes generaciones, lo haría. Cualquier cosa para prevenir un ataque de rabia que hiciera que Angela se encerrase más en sí misma.

Aristides Lemonis miró a Callie de arriba abajo como si estuviera buscando un defecto. Pero los seis años casada con un hombre rico, de mezclarse con la glamourosa alta sociedad le habían dado la habilidad de poder brillar en cualquier ambiente, y la experiencia de manejar cualquier situación social.

Una cena para cuatro, aun con el invitado más exigente, no sería problema para ella.

–Serás nuestra anfitriona –respondió su tío–. Pero no quiero que Angela se quede en un segundo plano como suele ocurrir.

Callie asintió al unísono con Angela. Sólo llevaba cinco días en aquella casa y ya sentía el viejo peso de la sumisión sobre sus hombros.

¿Era posible que hiciera sólo horas desde que había estado desnuda en brazos de un hombre? ¿Lo suficientemente excitada como para hacer el amor con él en un bosquecillo de pinos de una playa solitaria?

En cuanto su tío salió de la habitación, Callie agarró la mano de su prima. Estaba fría.

–Todo irá bien, Angela. Estoy aquí contigo –dijo.

Los dedos temblorosos de Angela apretaron su mano y ella notó la desesperación de su prima. Luego Angela se apartó, levantó la cabeza y se marchó con la elegante compostura que se esperaba de las muchachas de la familia Lemonis.

Las mujeres de su familia aprendían pronto a ocultar sus emociones, a aparentar calma y a parecer estar de acuerdo en todo. A ser un adorno y una virtud para el hombre adecuado.

«El hombre adecuado», pensó Callie, y se reprimió un estremecimiento de horror. Se alegraba de que ella ya hubiera pasado aquello. Ya no sería jamás la apetecible posesión de ningún hombre, y mucho menos de un controlador obsesivo. Su recién estrenada independencia todavía la fascinaba.

No obstante un sexto sentido la inquietaba. Ocurría algo malo.

–¿Qué sucede, Angela? ¿Qué pasa?

Su prima miró hacia la puerta y contestó:

–El visitante –habló con voz temblorosa–. Papá está organizando mi matrimonio con él.

–¿Organizando tu matrimonio? –repitió Callie, horrorizada.

Sintió que el mundo se ponía al revés. Tuvo que agarrarse al respaldo de una silla.

Se vio nuevamente con dieciocho años, la edad de Angela. Esperando allí a que llegase él, el hombre con el que tenía que casarse, según le había informado su tío. Porque si no lo hacía destruiría su familia.

–¿Callie? –interrumpió sus pensamientos la voz de Angela.

Callie pestañeó para borrar la imagen que acababa de acudir a su memoria.

Otro matrimonio de conveniencia. Otro desastre.

Callie agarró la mano de Angela, sabiendo cuánto la necesitaba su primita. Recordando…

El sonido de los hombres acercándose penetró sus pensamientos. La voz de su tío se filtró, pero la de su invitado, aunque más baja, resonó más. A Callie se le hizo un nudo en el estómago al notar que aquella voz le era familiar.

Apartó la absurda idea. La noticia de Angela le había hecho perder el equilibrio. Como lo había hecho la inesperada tarde de pasión con el hombre más sexy del planeta.

Cuánto deseaba estar con él en aquel momento, en lugar de en aquel sofocante y opulento salón, siendo testigo de otra catástrofe provocada por su tío.

Callie respiró hondo. Angela necesitaba su apoyo. No podía entregarse a la debilidad por más que estuviera en estado de shock.

–Acabemos de una vez con la cena. Hablaremos luego –sonrió Callie a su prima–. No puede obligarte a nada. Recuérdalo.

Angela la miró, dudosa, pero no hubo tiempo de conversar más. Los hombres se estaban acercando.

Nuevamente el timbre de voz del visitante la estremeció. Ignorando la extraña sensación, dio un paso adelante. Y se detuvo de repente.

Tío Aristides sonreía mirando al hombre que estaba a su lado, luego hizo un gesto hacia el salón.

–Bueno, queridas mías, aquí está nuestro invitado. Quiero presentaros a un valorado socio en mis negocios, Damon Savakis.

Callie se quedó helada, muda al ver al visitante.

Estaba elegante vestido con aquel esmoquin con el que parecía haber nacido. Pero la perfección de la confección no podía ocultar al hombre que había debajo. Un hombre que irradiaba energía y autoridad. Un hombre con la postura y la perfección de un atleta.

Su rostro era terriblemente atractivo, una escultura de poder y sensualidad masculina. A excepción de su nariz, que estaba levemente torcida, como si se la hubiera roto. Eso no hacía más que destacar su carisma y su corriente subterránea de salvaje masculinidad.

Él achicó los ojos al descubrirla, y la miró con un brillo de apreciación apenas disimulado. Aquella mirada provocaba cosas curiosas en ella.

A Callie se le secó la boca. Apenas fue consciente de la presencia de su tío, quien en aquel momento estaba haciendo adelantarse a Angela para presentarla.

Finalmente, Callie dio un paso adelante y extendió la mano mientras saludaba cortésmente.

–Encantada, kyrios Savakis. Es un placer conocerlo.

Él le agarró la mano. Ella se reprimió un estremecimiento al recordar al hombre que la había tocado tan íntimamente aquella tarde. Se echó atrás, pero él no la soltó ni dejó de mirarla.

Ella sintió pánico por un momento, pero enseguida se recompuso y tomó su papel largamente aprendido. Ignoró la mezcla de emociones en su interior y sonrió fríamente.

Damon Savakis tenía los ojos oscuros. Negros. Negros como una noche sin luna, suficientemente negros como para volver loca de deseo a una mujer.

Callie lo sabía porque los había visto antes. Había experimentado ya la embriagadora invitación de su descarada mirada.

–Es un placer conocerte, Callista –dijo él finalmente con una expresión ardiente en la mirada.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

CALLIE se quedó sin respiración.

¡Era él!

Le pitaban los oídos, sin embargo a su lado sólo sentía el fuego de su mirada.