Deseo en la isla - Hijo del desierto  - De niñera a esposa - Annie West - E-Book

Deseo en la isla - Hijo del desierto - De niñera a esposa E-Book

Annie West

0,0
6,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Ómnibus Bianca 438 Deseo en la isla Annie West De reina de la alta sociedad... ¡a querida contra su voluntad! Apenas unas horas antes, ella era una absoluta desconocida. Ahora Damon Savakis sabe quién es ella realmente, Callie Lemonis, la reina de la alta sociedad y sobrina de su mayor enemigo... Cuando el avaricioso tío de Callie pierde el dinero de los Lemonis, ¡ella queda a merced de Damon y se ve obligada a ser su querida! Pero Damon no está preparado para su valentía, su aplomo y pureza en un mundo lleno de avaricia… Hijo del desierto Kate Hewitt Él era príncipe del desierto… y padre de su hijo. Lucy Banks llegó al país de Biryal, en medio del desierto, llevando consigo un secreto. Pero al ver en su palacio al jeque Khaled, el hombre que una vez la había amado, se quedó abrumada por la opulencia de su entorno. Khaled es ahora un príncipe del desierto, sus ojos más oscuros y severos que antes, su expresión más sombría. Ya no es el hombre al que conoció y amó una vez. Y aunque querría escapar de su abrumadora masculinidad, Khaled y ella están unidos para siempre… porque él es el padre de su hijo. De niñera a esposa Cathy Williams ¡Mundos distintos y cama compartida! Leo West necesita una niñera. Heather es la candidata perfecta. Con sus voluptuosas curvas, no se parece en nada a las mujeres esbeltas y sofisticadas que suelen ocupar su cama. A Heather ya le han roto el corazón antes y no quiere repetir los mismos errores, y menos con su jefe. Pero su inexperiencia se convierte en un reto para Leo. Aunque ha contratado a Heather temporalmente, quiere que se quede con él… para siempre.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 531

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 438 - noviembre 2022

 

© 2009 Annie West

Deseo en la isla

Título original: The Savakis Mistress

 

© 2009 Harlequin Enterprises Ulc

Hijo del desierto

Título original: The Sheikh’s Love-Child

 

© 2009 Cathy Williams

De niñera a esposa

Título original: Hired for the Boss’s Bedroom

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2010

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-032-8

Índice

 

Créditos

 

DESEO EN LA ISLA

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

 

HIJO DEL DESIERTO

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

 

DE NIÑERA A ESPOSA

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

 

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EL LATIDO de su corazón retumbó en sus oídos tratando de acallar el sonido de sus roncas respiraciones. La suya y la de él mezcladas.

Su cuerpo estaba aún estremecido por el éxtasis que acababa de experimentar, un éxtasis que no había experimentado nunca antes.

Ella respiró e inhaló su fragancia: limpio sudor masculino, un aroma a piel almizclada y a algo indefinible que le hacía hundirse más en su hombro desnudo.

Acarició con su nariz aquella piel húmeda y como recompensa él se estremeció. Una mano grande se deslizó sobre su cadera y sus dedos largos acariciaron su carne desnuda, apretándola más contra su cuerpo caliente y perfecto. Ella estaba tumbada a medias sobre él.

Callie suspiró, deleitada. Él era fuerte, tierno y generoso.

Todo lo que ella jamás había tenido en un hombre. Todo lo que había aprendido a no esperar de un hombre.

Él la había llevado al paraíso. Había jugado con ella y le había dado placer hasta que la realidad había irrumpido en aquel edén.

No había experimentado jamás una satisfacción tan intensa como aquélla que había sentido en sus brazos. Siempre estaría agradecida por el regalo que le había hecho él aquel día. El placer compartido que la había conectado, aunque hubiera sido brevemente, con él. Aquel sentido de unión, aún más que el deleite físico, entibiaba todo su ser.

Ella se había sentido sola tanto tiempo…

Desde el momento en que lo había visto en su viejo yate, con sus anchos hombros desnudos y brillantes, dorados con el sol, ella había sentido algo especial. Él representaba la masculinidad más absoluta, era tan perfecto que la había dejado sin aliento.

Ella, Callie Lemonis, ¡que no había mirado a un hombre con deseo en siete años! ¡Quien había pensado que no volvería a hacerlo!

Durante días había intentado ignorar al extraño que había invadido el aislamiento de aquella playa privada. Que había invadido su refugio. Todas las mañanas, tumbada debajo de los pinos, cansada de nadar, había intentado concentrarse en un libro. Pero inevitablemente su mirada se había desviado a su barco, donde estaba él, pescando o nadando en las claras aguas de la bahía.

Aun con los ojos cerrados, había sentido su presencia, como él había sentido la de ella.

¿De verdad había tenido que preguntar él por el camino al pueblo más cercano? El inquietante brillo de su ojos le había hecho pensar que no. Pero por una vez Callie había reaccionado ante aquella mirada de apreciación masculina. No la había irritado ni molestado.

Él había observado cómo se había sentido ella cuando lo había visto.

Atrapada por sus ojos oscuros, Callie se había sentido a la deriva en el mar Egeo, totalmente fuera de la realidad. De sus planes de futuro, del dolor del pasado, y hasta de la desconfianza que tenía hacia los hombres. ¿Qué importaba la confianza frente a aquella potente atracción? Era algo tan extraordinario como sencillo.

Sus labios se curvaron en la piel de él. No pudo resistir la tentación de darle un beso allí, de saborear su gusto a sal. Un sonido entre un gruñido y un ronroneo vibró en su garganta viril, y ella tuvo un sentimiento de triunfo.

Tal vez la abstinencia sexual había hecho que aquella pasión fuera tan intensa. Ella tenía veinticinco años y él era su segundo amante. Quizás por ello…

Interrumpió su pensamiento al sentir una mano deslizarse por su pierna. Ésta hizo círculos con la suavidad de una pluma y se movió entre sus cuerpos para acariciar el interior de su muslo.

Callie respiró profundamente al sentir aquel cosquilleo en su interior. Sintió una punzada de deseo instantáneamente.

Un calor se irradió desde aquella mano a todo su cuerpo cuando ésta se deslizó hacia el lugar donde había latido el deseo hacía poco tiempo. Ella gimió cuando él la acarició tiernamente. Anonadada, notó que la excitación se apoderaba de su cuerpo como si fuera una creciente marea.

–¿Te gusta esto? –dijo él con perezosa satisfacción en su voz.

Y ella notó que él se daba cuenta de cuánto añoraba ella su tacto.

Él comprendía sus reacciones mejor que ella. Callie era una novata en aquello, pero hasta una mujer con poca experiencia podía reconocer a un experto en artes sensuales.

Ella puso las manos en su pecho para incorporarse levemente y poder mirarlo a los ojos.

Él estaba sonriendo sensualmente, invitándola con la mirada. Su cabellera negra despeinada cayó sobre su frente. Ella miró su mejilla y luego desvió sus ojos hacia su cuello enrojecido.

¿Era aquello una marca producto de la pasión? ¿Lo había marcado ella con sus dientes? No podía haber sido tan salvaje…

–No podemos… –dijo ella–. Otra vez no.

Él alzó una ceja y sonrió, seguro. Ella se estremeció.

–Yo no estaría tan seguro de ello, pequeña –dijo él.

Él la acarició y su cuerpo femenino tembló.

Automáticamente ella le agarró la muñeca con la intención de apartar su mano. Necesitaba pensar. Pero no pudo quitar su mano. Su brazo era muy fuerte, y sus caricias una bendición.

–Abrázame mientras te toco –susurró él mirándola a los ojos.

Callie lo miró con sorpresa por aquel pedido erótico tan directo, y su corazón dio un vuelco. El calor que sentía entre sus piernas contrariaba su instintivo rechazo.

Después de haber hecho el amor tan desesperadamente aquello debería ser imposible.

Sin embargo, su tacto era… excitante. Como lo era la fuerza de su erección contra su muslo.

–No –dijo ella sin aliento. Cerró los ojos tratando de recuperar el control de su cuerpo. Tengo que marcharme… Tengo que…

–Shh, glikia mou –murmuró él con aquel tono aterciopelado. Quitó la mano para agarrar su cara y luego acarició la comisura de su boca, una zona erógena que él le acababa de descubrir–. Relájate y disfruta. No hay prisa. No hay nada más importante que esto –le agarró la cabeza y tiró de ella para besarla.

Fue un beso largo y seductor. La resistencia de Callie desapareció como el agua de mar en la arena. Sus huesos se derritieron mientras sus labios se abrían para que él poseyera su boca.

¿Cómo era posible que algo tan sin precedentes le pareciera tan bien?

–Puedes marcharte más tarde –murmuró él contra sus labios–. Después.

«Después», Callie se quedó pensando. Pero la palabra se desintegró cuando lo besó. Y perdió el poco autocontrol que le quedaba en el calor de la pasión.

Era tan fácil entregarse a su experta seducción… Echar por la borda toda una vida de cautela y vivir el momento. Olvidarse del mundo real y la dura lección que había aprendido. Sólo un rato más…

 

 

Una locura.

Eso era lo que había sido, pensó Callie mientras se miraba al espejo en la habitación de invitados. Ninguna otra cosa podría haber explicado el modo en que se había dejado seducir.

No, en realidad no se había dejado seducir, sino que lo había animado a que lo hiciera, deseosa de sentir su cuerpo alto y musculoso. Impaciente por probar la sensual promesa. Con ganas de sentir algo que no había sentido nunca, y que en aquel momento, para su satisfacción, había experimentado por primera vez.

«Con un extraño», pensó.

Sintió un estremecimiento al pensar en lo que había hecho. Ella, la mujer a la que la prensa del corazón había apodado La reina de la nieve, se había entregado apasionadamente a un extraño absoluto. No una vez. Ni dos. Sino tres veces sucesivamente.

El shock y la vergüenza se apoderaron de ella al recordarlo.

Y ni siquiera se había sentido incómoda al saber que él había llevado preservativos. Lo único que había sentido había sido alivio.

Él se había puesto un traje de nadador, lo que destacaba sus anchos hombros, sus caderas estrechas y sus miembros musculosos. El tipo de cuerpo que ella había visto en las playas en su tierra natal, en Australia, hacía mucho tiempo. No lo que ella hubiera esperado ver en una pequeña isla del norte de Grecia, alejada del turismo.

Ella conocía hombres atractivos, pero la dejaban fría. Su encanto y su atractivo físico jamás habían acelerado su pulso.

Aquéllos dados al cotilleo se habían visto decepcionados, ya que durante seis años había sido leal a su marido, un hombre mucho mayor que ella.

Ni siquiera el hecho de que su marido sólo la hubiera querido para mostrarla como una posesión la había llevado a buscar consuelo en otro hombre.

Alkis había sido impotente y Callie había enterrado tanto su libido como sus emociones durante su desgraciado y estéril matrimonio. Además, los enfermizos celos de Alkis y sus temidos estallidos de ira habían hecho que ella mantuviera a distancia a los hombres. Había aprendido a deshacerse de los pertinaces con una fría gracia que había llegado a ser su sello.

Nunca había sentido aquel deseo al mirar a un hombre. Hasta aquel día, hacía unas horas, en la cala privada de la finca de su tío.

Había sido un momento de locura debido a la preocupación por la salud de su tía y por el estrés de aquellas vacaciones obligadas en casa de su tío. Por la liberación de una tensión insoportable después de aquellos terribles últimos meses con Alkis.

Un momento de locura frente a toda una vida de ser lo que su tía habría descrito como «una buena chica», que hacía lo que se esperaba de ella.

Los labios de Callie se torcieron en una sonrisa sin humor al verse en el espejo. No tenía aspecto de «buena chica» en aquel momento.

Había hecho lo que su tío había insistido en que hiciera, vistiendo un traje largo para la cena familiar. Se había recogido el pelo y se había puesto el colgante de diamantes y la pulsera a juego, lo único que le quedaba de los regalos de Alkis.

Pero la ropa formal no ocultaba su cambio.

Tenía las mejillas encendidas, le brillaban los ojos y los labios estaban hinchados, como si la hubiera besado un experto. Y esa mirada de secreta satisfacción seguramente la delataría.

Debería estar mortificada por lo que había hecho.

No obstante, mirando a aquella extraña en el espejo, sintió unas ganas irreprimibles de escapar. De olvidar la cena formal que había organizado su tío y correr descalza a la playa para encontrar a su extraño.

Su amante.

El hombre del que no sabía ni siquiera el nombre.

Pero no podía hacer eso. La habían entrenado muy bien. Y aplacó despiadadamente su impulso de correr a los brazos del hombre con quien había compartido su deseo y su ser interior.

La tarde de locura había terminado, y tenía que olvidar a aquel hombre antes de que él rompiera todas sus defensas.

 

 

–Quiero que hagáis un esfuerzo especial esta noche, muchachas –tío Aristides transformó aquella afirmación en una amenaza. Miró amenazadoramente a su hija, de pie al lado de Callie–. Especialmente tú, Angela. Tu madre está mal otra vez, así que tienes que sustituirla –agregó en tono de reproche, como si su mujer hubiera planeado estar enferma.

Viendo la expresión de enojo de su tío y la mirada desolada de Angela, Callie se reprimió una respuesta. Habría sido su dócil prima quien hubiera pagado por ello.

–La noche será perfecta, tío. He supervisado al personal. La comida tiene un aspecto magnífico, y el champán es el mejor. Estoy segura de que causaremos una gran impresión a tu invitado.

Su tío estaba más susceptible que de costumbre, tratando de evitar cualquier problema. La pobre Angela estaba hecha un manojo de nervios, anticipando una explosión.

–Eso espero –contestó su tío–. Tenemos una visita importante esta noche. Un invitado muy importante.

Callie sintió un nudo en el estómago. ¿Qué habría planeado su tío? Aquello era algo más que una celebración familiar para su veinticinco cumpleaños. Los diamantes y los trajes de diseño no eran el atuendo habitual, aun en aquella casa donde la formalidad opresiva era la norma. Su tío planeaba algo.

Aristides miró a Angela, y Callie notó su mirada despiadada. Sabía bien lo malévolo que podía ser su tío.

–No te olvides de lo que te he dicho, Angela –ladró su tío.

–No, padre.

Su prima, con dieciocho años, era una muchacha insegura. Callie sabía que a Angela le costaba relacionarse con los socios de su padre.

–Esta noche será todo un éxito –dijo Callie, dando un paso al frente–. Tío, no te preocupes, yo me ocuparé de ello.

Si era capaz de tener la paciencia suficiente como para sonreír y escuchar interminables conversaciones acerca del gobierno o de los defectos de las jóvenes generaciones, lo haría. Cualquier cosa para prevenir un ataque de rabia que hiciera que Angela se encerrase más en sí misma.

Aristides Lemonis miró a Callie de arriba abajo como si estuviera buscando un defecto. Pero los seis años casada con un hombre rico, de mezclarse con la glamourosa alta sociedad le habían dado la habilidad de poder brillar en cualquier ambiente, y la experiencia de manejar cualquier situación social.

Una cena para cuatro, aun con el invitado más exigente, no sería problema para ella.

–Serás nuestra anfitriona –respondió su tío–. Pero no quiero que Angela se quede en un segundo plano como suele ocurrir.

Callie asintió al unísono con Angela. Sólo llevaba cinco días en aquella casa y ya sentía el viejo peso de la sumisión sobre sus hombros.

¿Era posible que hiciera sólo horas desde que había estado desnuda en brazos de un hombre? ¿Lo suficientemente excitada como para hacer el amor con él en un bosquecillo de pinos de una playa solitaria?

En cuanto su tío salió de la habitación, Callie agarró la mano de su prima. Estaba fría.

–Todo irá bien, Angela. Estoy aquí contigo –dijo.

Los dedos temblorosos de Angela apretaron su mano y ella notó la desesperación de su prima. Luego Angela se apartó, levantó la cabeza y se marchó con la elegante compostura que se esperaba de las muchachas de la familia Lemonis.

Las mujeres de su familia aprendían pronto a ocultar sus emociones, a aparentar calma y a parecer estar de acuerdo en todo. A ser un adorno y una virtud para el hombre adecuado.

«El hombre adecuado», pensó Callie, y se reprimió un estremecimiento de horror. Se alegraba de que ella ya hubiera pasado aquello. Ya no sería jamás la apetecible posesión de ningún hombre, y mucho menos de un controlador obsesivo. Su recién estrenada independencia todavía la fascinaba.

No obstante un sexto sentido la inquietaba. Ocurría algo malo.

–¿Qué sucede, Angela? ¿Qué pasa?

Su prima miró hacia la puerta y contestó:

–El visitante –habló con voz temblorosa–. Papá está organizando mi matrimonio con él.

–¿Organizando tu matrimonio? –repitió Callie, horrorizada.

Sintió que el mundo se ponía al revés. Tuvo que agarrarse al respaldo de una silla.

Se vio nuevamente con dieciocho años, la edad de Angela. Esperando allí a que llegase él, el hombre con el que tenía que casarse, según le había informado su tío. Porque si no lo hacía destruiría su familia.

–¿Callie? –interrumpió sus pensamientos la voz de Angela.

Callie pestañeó para borrar la imagen que acababa de acudir a su memoria.

Otro matrimonio de conveniencia. Otro desastre.

Callie agarró la mano de Angela, sabiendo cuánto la necesitaba su primita. Recordando…

El sonido de los hombres acercándose penetró sus pensamientos. La voz de su tío se filtró, pero la de su invitado, aunque más baja, resonó más. A Callie se le hizo un nudo en el estómago al notar que aquella voz le era familiar.

Apartó la absurda idea. La noticia de Angela le había hecho perder el equilibrio. Como lo había hecho la inesperada tarde de pasión con el hombre más sexy del planeta.

Cuánto deseaba estar con él en aquel momento, en lugar de en aquel sofocante y opulento salón, siendo testigo de otra catástrofe provocada por su tío.

Callie respiró hondo. Angela necesitaba su apoyo. No podía entregarse a la debilidad por más que estuviera en estado de shock.

–Acabemos de una vez con la cena. Hablaremos luego –sonrió Callie a su prima–. No puede obligarte a nada. Recuérdalo.

Angela la miró, dudosa, pero no hubo tiempo de conversar más. Los hombres se estaban acercando.

Nuevamente el timbre de voz del visitante la estremeció. Ignorando la extraña sensación, dio un paso adelante. Y se detuvo de repente.

Tío Aristides sonreía mirando al hombre que estaba a su lado, luego hizo un gesto hacia el salón.

–Bueno, queridas mías, aquí está nuestro invitado. Quiero presentaros a un valorado socio en mis negocios, Damon Savakis.

Callie se quedó helada, muda al ver al visitante.

Estaba elegante vestido con aquel esmoquin con el que parecía haber nacido. Pero la perfección de la confección no podía ocultar al hombre que había debajo. Un hombre que irradiaba energía y autoridad. Un hombre con la postura y la perfección de un atleta.

Su rostro era terriblemente atractivo, una escultura de poder y sensualidad masculina. A excepción de su nariz, que estaba levemente torcida, como si se la hubiera roto. Eso no hacía más que destacar su carisma y su corriente subterránea de salvaje masculinidad.

Él achicó los ojos al descubrirla, y la miró con un brillo de apreciación apenas disimulado. Aquella mirada provocaba cosas curiosas en ella.

A Callie se le secó la boca. Apenas fue consciente de la presencia de su tío, quien en aquel momento estaba haciendo adelantarse a Angela para presentarla.

Finalmente, Callie dio un paso adelante y extendió la mano mientras saludaba cortésmente.

–Encantada, kyrios Savakis. Es un placer conocerlo.

Él le agarró la mano. Ella se reprimió un estremecimiento al recordar al hombre que la había tocado tan íntimamente aquella tarde. Se echó atrás, pero él no la soltó ni dejó de mirarla.

Ella sintió pánico por un momento, pero enseguida se recompuso y tomó su papel largamente aprendido. Ignoró la mezcla de emociones en su interior y sonrió fríamente.

Damon Savakis tenía los ojos oscuros. Negros. Negros como una noche sin luna, suficientemente negros como para volver loca de deseo a una mujer.

Callie lo sabía porque los había visto antes. Había experimentado ya la embriagadora invitación de su descarada mirada.

–Es un placer conocerte, Callista –dijo él finalmente con una expresión ardiente en la mirada.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

CALLIE se quedó sin respiración.

¡Era él!

Le pitaban los oídos, sin embargo a su lado sólo sentía el fuego de su mirada.

¿Iba a casarse con Angela?

Imposible. Era un error.

Callie le hubiera tocado la mejilla para asegurarse de que era real. Habría aspirado su fragancia… Habría…

¡No!

La tarde de aquel día debía de haber sido un momento pasajero en su vida.

Pero ahora se encontraba cara a cara con el hombre que había destruido todas sus defensas. Ella solía mantenerse a distancia del sexo opuesto, para mantenerse a salvo.

Pero de repente se dio cuenta de que él tenía poder sobre ella. Porque le había hecho dejar a un lado su cautela. Abriendo su ser más íntimo para él.

Y ahora era demasiado tarde para cerrar la puerta de un portazo.

Aquella tarde sin darse cuenta había abierto una caja de Pandora de emociones y deseo físico. Sentimientos que había tenido encerrados durante siete años y que ahora volvían a despertarse.

Y no podía negarlos.

Sentía deseo por un hombre que estaba allí para cortejar a su prima.

¿Qué había sido ella para él?

Sintió un nudo en el estómago.

Desesperada por romper aquel lazo de conocimiento previo y deseo que latía entre ellos, Callie se dio la vuelta, haciendo un gesto brusco hacia el sofá. No le temblaban las manos, pero sólo ella conocía el estremecimiento que experimentaba su cuerpo.

–Tome asiento, por favor –dijo ella fríamente.

–Después de ti –él inclinó la cabeza e hizo un gesto como si fuera a tocar su espalda para animarla a sentarse en el sofá antiguo de estilo francés.

Aunque no la tocó, ella sintió el calor de su palma.

–No, por favor. Voy a servir un par de copas. ¿Qué le apetece? ¿Un cóctel? ¿Vino, jerez? ¿O algo más fuerte? Tenemos coñac…

–Gracias, un whisky.

Callie caminó rápidamente hacia el bar.

–¿Y tú, tío?

–Coñac, por supuesto –respondió su tío con tono severo.

Pero Callie estaba demasiado ocupada en controlar el temblor de sus piernas como para fijarse en la actitud de su tío.

No podía creer lo que estaba ocurriendo.

Conocía el nombre de Damon Savakis. ¿Quién no lo conocía? Dirigía una empresa que tenía intereses en todo el mundo, desde puertos deportivos a producción de yates de lujo. Desde exclusivos enclaves turísticos a líneas de barcos. Era tan rico como hábil para los negocios. Se decía de él que era agudo, despiadado, y que tenía la suerte de un demonio.

Y aún más, él era el mayor rival de la empresa Lemonis. Con toda seguridad su tío lo consideraba un enemigo y no un amigo.

¿Por qué se hospedaba en la cala de su tío en aquel hermoso pero viejo yate?

¿Habría sabido quién era ella? Después de todo la había encontrado en la finca privada de la familia. Pero de ser así seguramente habría mencionado su conexión con su tío.

Y sus planes de casarse con Angela.

A no ser que hubiera ocultado la verdad deliberadamente…

¿Se habría burlado seduciéndola mientras organizaba el matrimonio con Angela? ¿Se habría reído de lo fácil que le había resultado ella?

Sintió un gusto a bilis en la garganta.

Callie conocía muy bien a los hombres poderosos y sus diversiones. El modo en que usaban a las mujeres. Evidentemente su primera felicidad real en siete años había sido una traición.

Buscó torpemente los vasos.

–Déjame que te ayude –murmuró él desde detrás de ella–. ¿Prefieres vino?

Un largo brazo se extendió para agarrar el sacacorchos que ella tenía en la mano.

Sus palabras fueron inocuas, pero su aliento en su cuello femenino la estremeció. Su cuerpo detrás de ella le evocaba una intimidad que le hacía erizar los vellos de la nuca.

Sintió vergüenza. No podía controlar sus reacciones.

Educadamente asintió con la cabeza y se echó a un lado mientras él sacaba el corcho del vino. Pero su fragancia la envolvía.

–Así que volvemos a encontrarnos, Callista –susurró.

Ella levantó la mirada y se encontró con sus ojos. Éstos la quemaron como un fuego. Era evidente que él recordaba lo que había sucedido aquella tarde.

–Es evidente que eres una mujer muy versátil. ¿Qué papel estás desempeñando esta noche? –la miró con un brillo de reproche en sus ojos.

–¿Qué quieres decir? –respondió ella, sorprendida por el inesperado ataque de Damon Savakis.

–Me refiero al cambio en unas horas de mujer libertina por muchacha de buena familia –hizo un gesto de desagrado–. Tienes un aspecto distante y frío en este momento, pero hace unas horas estabas seduciendo a un extraño total. ¿Te adaptas siempre tan bien a las situaciones?

Callie se quedó sin habla al oír su calculado insulto. Él tenía razón. Sin embargo, después de lo que habían compartido, ¿cómo podía despreciarla de aquel modo? ¿Por qué?

No había sido sólo ella la que se había entregado salvajemente en aquella playa. ¿Cómo se atrevía él a juzgarla?

–Me adapto tanto como tú, kyrios Savakis.

Se miraron a los ojos un momento. Luego ella apartó la mirada. Pero se encontró mirando sus manos sujetando la copa. Unos dedos largos y fuertes…

Y ella recordó sus caricias…

Él la miró y movió deliberadamente sus dedos. Y ella se sintió vulnerable. Desnuda.

Rápidamente ella le quitó el vaso y sacó una botella de whisky.

Pero él fue más rápido y agarró el vaso junto con sus dedos.

–¿Qué estás haciendo ahí? –preguntó su tío–. Callista, no debes monopolizar a nuestro invitado.

–Ya voy, tío –gritó ella tratando de quitar la mano.

–¿Qué ocurre, Callista? ¿No te alegras de verme? –preguntó él con tono seductor.

–Como amigo de mi tío, eres bienvenido aquí –dijo ella con labios entumecidos.

¿Qué quería de ella aquel hombre?

No parecía el mismo que le había hecho el regalo de una intimidad y una ternura desconocida para ella hasta entonces.

–No es una bienvenida muy convincente, glikiamou –susurró él–. Yo hubiera esperado algo más cálido.

Ella se estremeció al oír aquel tratamiento cariñoso en aquella voz profunda.

¿Cómo era posible que reaccionase de aquel modo ante un hombre que no tenía vergüenza de seducirla cuando estaba allí para cortejar a Angela?

La experiencia de aquel día había sido arrolladora. El placer físico había sido el vehículo de sentimientos más profundos, incluso de una inesperada sensación de cura.

Pero era evidente que lo que había significado tanto para ella había sido una diversión para él.

Finalmente, ella fue capaz de quitar la mano y agarrar el coñac para su tío.

–Si me disculpas, le llevaré esto a mi tío. Es hora de que vayamos con los otros.

Damon no se movió. Le clavó la mirada, pero ella apartó sus ojos.

–¿Piensas venir a visitarme esta noche, Callista, para asegurarte de que de verdad me siento bien recibido? –dijo él en tono bajo.

Ella sintió pánico. Él se lo hacía a propósito, para hacerla sentir más insegura.

–¿Callista?

Ella levantó la mirada y se encontró con unos ojos llenos de deseo y de burla.

¿Le parecía graciosa aquella situación?, se preguntó ella.

–¿Quieres que te diga la verdad? –susurró ella–. Lo que menos quiero es estar obligada a compartir una comida con un hombre como tú, kyrios Savakis –ella dio un paso adelante.

Él no tuvo más opción que dejarla pasar, pero la miró con rabia.

Seguramente le parecería divertido haber seducido a una mujer a la que la prensa del corazón consideraba «intocable», ¡y ella había creído que aquella experiencia había sido algo para atesorar!

Sintió náuseas.

Había sido una tonta. ¿No había aprendido acaso a no confiar en los hombres?

–¿Ése es el modo en que quieres jugar, Callista? –dijo él con tono de advertencia.

–No juego, kyrios Savakis.

Él era como los otros. Esperaba que ella se ajustase a sus caprichos. Pero ella era dueña de sí misma ahora. Era libre e independiente.

No obstante su corazón se estremeció al pasar al lado de él.

¿Cómo iba a sobrevivir a toda una velada con él?

Ella tenía la sensación de que su resistencia en lugar de mermar su vanidad la aumentaba.

No parecía ser del tipo que ignoraba un desafío.

 

 

–No, gracias –Damon agitó la cabeza cuando la criada fue a servirle vino.

–Venga, Damon. No hace falta que seas abstemio. No vas a conducir. Bebe, hombre –le hizo una seña al camarero y observó cómo su copa se llenaba de champán–. En esta casa sólo encontrarás vino de la mejor calidad.

–No lo dudo –respondió Damon mirando la lujosa mesa.

Poca gente imaginaría la situación económica de Aristides viendo aquella mesa llena de detalles lujosos. Lo cerca que estaba de la ruina, pensó él.

Pero Damon lo sabía. Damon era el hombre cuyo dinero podía salvar a Lemonis y a su empresa familiar.

O destruirla.

Él había trabajado toda su vida de adulto para que llegase el día en que Lemonis estuviera en sus poder. La necesidad de adquirir y desmontar pieza a pieza su preciada empresa había sido el motor de Damon durante años. Era la venganza por lo que aquella familia le había hecho a la suya.

El brillo del colgante de Callista lo atrajo. Era fabuloso. Oro blanco con diamantes. Pero era demasiado ostentoso para su gusto. Una clara demostración de riqueza.

Ella le recordaba a muchas otras mujeres ricas que había conocido. Era el precio de las piedras preciosas lo que les importaba, no el mérito del diseño.

Mirándola en aquel momento, en su exquisito traje de alta costura no podía creer que fuera la misma mujer que lo había seducido de forma tan libertina. Aquella mujer le había mostrado una gran vitalidad y una sensualidad innata. Había habido algo sincero en su abandono. Algo generoso y, casi lo había creído, algo especial en ella.

Él había reaccionado a ella con un deseo tan intenso que lo había sorprendido. Desde entonces se había pasado las horas anticipando el siguiente encuentro, cuando sabría algo más sobre la mujer que lo había intrigado más que cualquier otra.

¿Cómo había podido ser tan crédulo?

–¿Estás admirando las joyas de mi sobrina? –preguntó el anfitrión con satisfacción.

Le gustaba mostrar lo que tenía, o lo que aparentaba tener. Cualquier hombre que necesitaba dos personas para servir una cena para cuatro intentaba impresionar, pensó Damon.

–Es fabuloso, ¿no?

Callista levantó la mirada. Su rostro era una máscara de cortesía. Pero cuando sus ojos se encontraron con los de Danton, él volvió a sentir aquella punzada visceral, aquella excitación.

Aquello le daba rabia. Debería ser capaz de controlar su deseo ahora que sabía quién era y lo que era. Un miembro consentido de la familia Lemonis que había querido pasárselo bien en la cama con lo que ella habría catalogado de tipo rudo.

Su sensual abandono, su reacción frente a él lo había fascinado en la playa. Pero desde el momento en que la había visto aquella noche se había dado cuenta de que lo que habían compartido aquella tarde no había sido más que una aventura excitante y barata para entretener a una dama de la alta sociedad hastiada de todo.

Demon miró a su anfitrión y luego a Callista.

–El collar es impresionante –murmuró.

Su mirada siguió la caída del colgante, el modo en que se escondía en el valle de sus pechos maduros, visibles en el amplio escote.

Ella sabía cómo mostrar sus encantos. Aquel pensamiento lo irritó. O quizás fuera la frialdad con la que lo miraba a él con aquellos ojos verdes increíbles. No estaba acostumbrado a las mujeres, sobre todo mujeres con las que él hubiera hecho el amor con tanta dedicación y se mostrasen indiferentes. O le dijeran que no era merecedor de compartir la mesa con ellos.

El sólo bocado de ella lo había dejado con ganas de más. Había pensado buscar a su amante sirena el día siguiente. Ahora había descubierto que la mujer de su fantasía no era más que una muchacha rica y consentida que se avergonzaba de lo que habían compartido aquella tarde.

Que se avergonzaba de él.

Aquello hería su orgullo, removiendo heridas que él había pensado que ya estaban curadas. Su rabia tenía el origen en su desprecio y en el hecho de que a él le importase éste.

Perversamente su frialdad encendía su deseo. Él no podía resistirse a un desafío. Y menos cuando ella quería ponerlo en su lugar como si fuera un sucio secreto. Como si, a pesar de su riqueza y poder, una Lemonis de sangre azul manchase su piel blanca permitiendo que un hombre como él, con orígenes en la clase trabajadora, la tocase.

–El gusto de Alkis siempre fue excelente, ¿no, querida?

–Ciertamente sabía lo que quería, tío –dijo ella.

–¿Alkis? –preguntó Damon.

–Mi marido –ella bajó la mirada.

«Su marido», pensó él. Aquella palabra retumbó en sus oídos. Sintió algo duro y frío en su estómago. La furia corría por sus venas.

Podría habérselo imaginado. Ella era una aburrida esposa de alta sociedad en busca de un poco de diversión. Eso era lo que había sido aquella tarde.

Ella lo había usado.

A su mente acudieron recuerdos de su vida antes de que hubiera hecho dinero. Cuando todos sus encantos habían sido su determinación y su instinto para el comercio. Y su apariencia. Las mujeres ricas se habían acercado a él, deseosas de aventura con un tipo tosco que se lo hiciera pasar bien.

–¿Tu marido no está aquí contigo? –preguntó Damon.

Le daba rabia haber dado rienda suelta a su libido sin haber averiguado antes quién era ella.

Ella lo miró. Tenía los ojos del color del mar en la cala donde había atracado su barco.

Por un momento él sintió aquella ilusión de unidad que habían experimentado cuando sus cuerpos se habían unido. Él había sentido más placer con ella que con ninguna otra mujer.

–Mi marido murió hace unos meses, kyrios Savakis.

Él notó que el brillo frío reemplazaba la momentánea calidez de sus ojos.

«¡Demasiado tarde, Callista!», se dijo él. Ella podía actuar como una mujer fría ahora, pero él había descubierto su fuego sensual.

Su pasión de aquella tarde no había sido producto del duelo por su marido. No había habido ninguna sombra oscureciéndola. No había habido ninguna añoranza por el pasado. Sólo lascivia.

Una viuda alegre más bien.

–Mi sentido pésame –dijo él.

Y Callista inclinó la cabeza brevemente. No había rastro de pena en ella. Y Damon se preguntó qué mujer perdía a su marido y no sentía nada. Y su instinto le decía, que fuera lo que fuera lo que ella ocultase, no se trataba de un corazón roto.

–Alkis siempre elegía lo mejor –dijo Lemonis–. Esos diamantes son de la mejor calidad.

–¿De verdad? –Damon se inclinó hacia adelante como si quisiera verlos mejor–. Son poco comunes. No he visto nada igual.

–Fueron hechos por encargo. Callista, muéstraselo mejor a nuestro invitado. No hace falta que te pongas de pie ceremoniosamente, muchacha.

–Tío. Estoy segura de que realmente no quiere ver…

–Por el contrario –dijo Damon–. Quiero verlos de cerca.

Si la familia Lemonis era lo suficientemente vulgar como para mostrar su riqueza, él se aprovecharía de la situación.

Él observó que Callista y su callada prima intercambiaban una mirada. Luego se puso de pie y rodeó la mesa en dirección a él.

Su cuerpo se balanceó seductoramente y él sintió que se excitaba. La luz captó el brillo de miles de abalorios de plata en su vestido. Cada paso acentuaba más sus curvas. Sus músculos se tensaron con el esfuerzo que hizo para quedarse quieto y no tocarla.

Cuando ella se puso delante, él aspiró su fragancia, un perfume caro. Lo sabía porque le había comprado uno similar a su última querida.

Damon se puso de pie, molesto porque le gustase más el perfume de su piel, enmascarado con aquel perfume sofisticado y artificial.

Sin embargo, le recordó que la mujer que había conocido antes, la mujer por la que él se había sentido atraído era una farsa.

Callista se quedó de pie. Sus pechos subían y bajaban, haciendo que el colgante brillase. Desde su punto de vista Callista estaba mejor sin aquellas piedras. Simplemente, piel dorada desnuda a juego con el pelo color miel oscura que llevaba recogido.

Damon tocó uno de sus pendientes. Ella tembló y las piedras emitieron destellos. El vello de sus brazos se erizó, mostrándole su reacción hacia él. No podía ser el frío lo que provocase su reacción en una noche tan cálida como aquélla.

El cuerpo de Damon se excitó.

A él le gustaba saber que ella no estaba tan tranquila en su presencia como aparentaba.

–Notables –murmuró él, acercándose más, como si quisiera ver el colgante, pero asomándose en realidad a su escote.

Sus manos recordaron el tacto de sus pechos.

–Lo son, ¿verdad? –comentó Lemonis–. Alkis siempre ponía su dinero en lo que lo valía.

–Estoy seguro de que tienes razón –dijo Damon mirándola a los ojos.

¿Cuál había sido el precio de ella?, se preguntó Damon.

Ahora se daba cuenta, recordaba la historia. Una pena que no lo hubiera recordado antes. Sus averiguaciones acerca de la familia Lemonis sólo habían revelado una hija, y ninguna sobrina escandalosa.

Aquélla era la mujer que con diecinueve años había sido la comidilla de toda Atenas cuando se había casado con un rico americano de origen griego con edad más que suficiente como para ser su padre. Había cambiado su juventud y su belleza por un estilo de vida lujoso y un nombre prestigioso, vendiéndose como una esposa-trofeo.

Damon había estado en el Pacífico en aquel tiempo, terminando el trabajo en el complejo de un lujoso puerto. A su regreso, todo el mundo había hablado de la pareja. Y sabía por qué. Callista era deslumbrante, una de las mujeres más adorables que había conocido.

Tan hermosa como su nombre.

Pero su cuerpo escondía un rasgo mercenario. Era una mujer sin corazón que se había vendido por una vida de lujos.

Deliberadamente se apartó y descubrió la mirada sobresaltada de la otra mujer presente allí.

–Pero a veces no son las fabulosas joyas lo más deslumbrante –dijo en voz baja–. A veces un estilo más natural es el mayor atractivo.

Él oyó la exclamación sofocada a su lado. Callista debía estar acostumbrada a ser el centro de atención a expensas de la callada prima. Ella debía haberse dado cuenta del insulto en su voz.

–Tienes razón, Damon. Absolutamente –dijo Lemonis mientras Callista volvía a sentarse al otro lado de la mesa–. A veces la verdadera belleza es algo más sutil.

La sutileza no era una virtud que tuviera su anfitrión. No había duda de que se moría de ganas de subrayar las virtudes de su hija. Y también era evidente lo incómoda que se sentía ésta mientras su padre no paraba de hacerlo.

Damon achicó los ojos mientras se daba cuenta de la situación.

¿Pensaba Aristides que él, Damon Savakis, quien podía escoger a cualquier mujer que quisiera, estaría interesado en un pequeño ratón tímido que no podía mirarlo sin siquiera ponerse colorada? Bajo la mirada de su padre apenas había hablado. Luego, Lemonis empezó a señalar la importancia de las conexiones de la familia, de confianza entre aquéllos que tenían intereses comerciales y personales en común.

Así que eso era lo que esperaba Lemonis, que él se interesara por su hija, pensó Damon.

El hombre estaba loco.

O quizás, más desesperado de lo que él había pensado.

¿Sabría que él tenía intención de desmantelar su empresa?

Damon miró a Callista. Si la pasión entre ellos había significado algo, ella no podía estar contenta de que su tío quisiera casar a su hija con él. Sin embargo, ella parecía tranquila. El mensaje estaba claro: la pequeña aventura había terminado.

¿Había actuado por sí misma cuando se había entregado a él? ¿Había sido una señora rica en busca de un buen revolcón con la clase trabajadora?

La boca de Damon se torció de desagrado. Él había conocido a alguien así hacía unos años.

¿O Aristides Lemonis había planeado las visitas de ella a la cala apartada?

Aquel pensamiento había estado en el fondo de su mente desde que la había encontrado allí, brillando de los pies a la cabeza como un provocativo regalo de Navidad.

¿Lo había planeado Lemonis para ablandarlo antes de que comenzaran las negociaciones, usando a su sobrina como anzuelo?

Era el tipo de manipulación que esperaba de un hombre como Aristides.

Si era así, lo había calculado fatal. Si bien a ella le había gustado pasárselo bien con un hombre rudo y tosco, no estaba dispuesta a hacer relaciones sociales con un hombre de raíces en la clase trabajadora.

Damon sintió rabia.

Lemonis estaba desesperado. Pronto Damon se haría con la empresa de la familia Lemonis, el puerto, las acciones y el crudo. Aquella idea le satisfizo, porque una parte de su ser, pese a su éxito, no había podido olvidar el pasado.

Podía encontrar satisfacción en destruir a Aristides.

Él dejaría las negociaciones en manos de sus abogados. Había sido sólo la curiosidad lo que lo había llevado a ir allí. Él recordaba el temor con el que sus padres habían hablado con la familia Lemonis, quienes empleaban a su padre y a su abuelo. La empresa que finalmente los había destruido.

Los tiempos habían cambiado y los poderosos habían caído. Ahora era Damon el poderoso, el hombre cuya palabra podía levantar o romper a aquella familia.

Nada de lo que había visto aquella noche le había hecho sentir otra cosa que desprecio por sus anfitriones.

Sin embargo, cuando miraba a Callista su estómago se tensaba.

Fueran cuales fueran sus razones, ella lo había usado. Lo había manipulado.

Y él no estaba acostumbrado a ello.

Pero no podía negar el deseo que sentía por ella. Aquello no había terminado. No era posible que hubiera terminado mientras él sintiera aquella ola de deseo.

En aquel momento decidió aceptar la oferta de hospitalidad de Lemonis y quedarse. No porque las negociaciones comerciales exigieran su presencia.

Era un asunto mucho más personal a lo que pensaba aplicarse.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

QUÉ QUIERES decir con que mi fideicomiso está congelado? –preguntó Callie haciendo un esfuerzo por mantener la calma–. Yo heredo el día que cumplo veinticinco años. Y eso es hoy.

Su tío no la miró.

Aquello era mala señal. Normalmente, Aristides Lemonis solía responder con chulería a las preguntas incómodas. El hecho de que no lo hiciera aquella vez la alarmó. Y, además, había estado evitando tener una conversación privada toda la semana. Finalmente, la había llamado a su estudio después de que se habían despedido de Damon Savakis.

Ella había pasado una noche llena de nervios y tensión por haber tenido que conversar con un hombre que la había tratado con amable condescendencia y la había devorado a la vez con la mirada. El hombre en el que había confiado durante unas horas.

–En tu cumpleaños, ése era el plan –dijo su tío–. Pero las circunstancias han cambiado.

Callie esperó con todos los instintos alerta. Pero su tío no continuó.

–No, tío. No es el plan. Es la ley –tomó aliento–. Mis padres establecieron el fideicomiso cuando yo era un bebé. Hoy heredo la finca que me dejaron.

No había casi nada de sus padres. Recuerdos y un álbum de fotos gastado. Cuando ella había ido a vivir a Grecia con sus parientes griegos, siendo una niña del otro lado del mundo llena del dolor que ocasiona un duelo, su tío le había informado bruscamente que el hogar de sus padres iba a ser vendido con su contenido. Le había dicho que era un lujo innecesario guardar muebles, y que era mejor invertir el dinero en el fideicomiso que ella había heredado.

Callie había llegado a Grecia sólo con una maleta y una mochila nueva color lima. La que le había comprado su madre para las vacaciones en las que se irían a navegar.

Una punzada de dolor se apoderó de ella. Aun ahora el recuerdo de aquella pérdida tenía el poder de hacerle daño.

–Tendrás tu herencia, Callista. Sólo que llevará un tiempo organizarlo. Yo no tenía idea de que tú tuvieras tanta prisa en tener acceso al fideicomiso –dijo su tío con tono acusador–. ¿Qué pasa con el dinero que te dejó Alkis?

–Alkis dejó su fortuna a sus hijos, como sabes. Estoy segura de que eso fue arreglado de antemano en las negociaciones de nuestro matrimonio –ella sintió amargura. Pero carraspeó para tragarla–. Lo que quedó lo usé para pagar sus deudas. Que es por lo que quiero arreglar esto. Necesito el dinero.

Callie tenía planes para su futuro, pero necesitaba el dinero para conseguirlos. Vendería las últimas joyas que le quedaban cuando se fuera de allí y pondría el dinero en efectivo en algún negocio. Tomaría ella misma las decisiones de su vida y la dirigiría sin interferencias.

Había aprendido la lección. El único modo de ser feliz era apoyarse sólo en sí misma. Sabía lo que quería y nada la pararía para que lograse su objetivo.

Por primera vez en años se sentía con energía y excitación, con ganas de desafíos, de trabajar duro y tener la satisfacción de construir algo propio.

–Quizás debiera llamar a los abogados de la familia…

–¡No! Siempre has sido cabezona y difícil. ¿Por qué no puedes esperar en lugar de acosarme de este modo?

Años de entrenamiento hicieron que Callie permaneciera impasible aunque le hirviese la sangre.

«¡Cabezona!», pensó. Toda su vida se había dejado dirigir por hombres, pasando de un infierno a otro. Más bien había sido muy sumisa, demasiado estoica. Pero ya estaba bien. A partir de ahora sería diferente.

–Evidentemente te estoy afligiendo, tío –dijo fríamente–. No te pongas así. Iré a Atenas mañana para arreglar las cuestiones legales yo misma.

Su tío la miró con algo parecido al odio.

–No te hará ningún bien. No hay nada allí.

Callie se puso lívida.

–No me mires así –insistió Aristides–. Lo tendrás. Tan pronto como termine este asunto con Damon Savakis.

–¿Qué tiene que ver Damon Savakis con mi herencia? –ella sintió un nudo en la garganta.

–La empresa de la familia… no ha ido bien desde hace tiempo. Ha habido dificultades, una disminución de la producción…

Era extraño que la disminución en la producción sólo afectase a la empresa de Lemonis cuando su rival, Savakis Enterprises iba tan bien. Pero su tío no imaginaba que ella lo supiera. Su tío pensaba que las mujeres de la familia no tenían nada en la cabeza y eran incapaces de comprender los rudimentos de los negocios.

–¿Y entonces? –Callie se hundió en la silla. Le temblaban las rodillas.

–Entonces cuando el trato con Savakis termine, esta… crisis temporal de efectivo se arreglará.

–No, tío. Aunque el trato sea un éxito, eso no explica lo de mi fideicomiso.

Aristides apretó los dedos en el abre cartas con violencia.

–Ha habido muchos problemas en la empresa. Tenía que encontrar el modo de sacarla a flote. Una medida temporal para remontar la situación.

Callie sintió un nudo en la garganta. Le costaba respirar. Cerró los ojos. Sólo oía su pulso.

¿Cuántas veces la traicionaría aquel hombre?

¿Por qué había creído ingenuamente que finalmente, por primera vez en su vida, todo iba a salir bien?

La avaricia y la traición habían sido una constante en su vida de adulta. Debería haberse acostumbrado y a no esperar otra cosa.

Sin embargo, estaba en estado de shock.

–Has robado mi herencia –susurró.

–¡Callista Lemonis! Ahora que tu esposo ha muerto yo soy el cabeza de familia.

–Sé quién eres. Y lo que eres.

Los ojos de su tío parecieron querer asesinarla. Pero no dijo nada.

–Creí que tendrías una pizca de dignidad, como para robarle a alguien de tu propia familia.

–No ha sido un robo. Se trata de una redistribución de los fondos. Tú no comprenderías…

–Comprendo que eres un ladrón. Como fideicomisario se suponía que tendrías que haber actuado de acuerdo a la ley y a la ética.

Lo habría denunciado a las autoridades aquella misma noche, para hacer justicia al menos con uno de los hombres que la habían usado para sus propósitos.

Pero su prima y su querida tía le impedían hacerlo. La justicia les haría daño, y aquello no le devolvería la herencia.

–El dinero estará pronto a tu disposición –dijo su tío con voz implorante–. Con intereses. Cuando termine este trato.

–¿Esperas que Damon Savakis te pague la fianza? –Callie se rió histéricamente–. Su reputación es formidable, por ganador, no por la compasión que tiene con los rivales. Él no tiene interés en ayudarte.

–Pero no seremos rivales –Aristides se inclinó hacia adelante–. Si mis planes van como espero, Damon Savakis será más que un socio. Será un miembro de la familia.

 

 

Callie oyó la voz de Damon Savakis y la de Angela desde la piscina.

No había nada que pudiera afectarla tanto como el sonido de su risa. Sintió deseo.

Tenía fama de ser un hombre meticuloso. Le costaba pensar que no hubiera sabido quién era ella aquel día en la playa. Lo primero que habría hecho había sido investigar a la familia Lemonis. básica.

Pero él había mantenido su identidad en secreto, jugando con ella.

Era el tipo de hombre que ella detestaba.

–Buenos días, Angela. Kyrios Savakis… –Callie sonrió brevemente al acercarse a la mesa en la que solían comer su prima y ella.

Ahora ellas ya no tendrían la oportunidad de tener una conversación privada. Y el día anterior no había podido hablar con Angela puesto que su tío la había llamado para hablar con él.

–Lo siento, se me ha hecho tarde. No sabía que teníamos un invitado.

–Kyrios Savakis se quedará con nosotros unos días –dijo Angela.

Callie se quedó helada.

–Llegó a la hora del desayuno –Angela parecía tranquila y relajada, una perfecta anfitriona. Sólo alguien que la conociera muy bien adivinaría su incomodidad.

Callie lamentó su tardanza. Había dejado sola a su tímida prima en una situación que no controlaba.

–Tu tío me invitó amablemente a quedarme en su casa y disfrutar de vuestra hospitalidad –dijo Damon.

¿Eran imaginaciones suyas o él había dicho las últimas palabras con un cierto tono irónico, como si se refiriese a un servicio personal que ella pudiera proveerle?

A pesar de su rabia ante aquella posibilidad, Callie lo encontró irresistible.

–Iba a mostrarle el bungalow para invitados a kyrios Savakis –explicó Angela.

Callie se alegró. Al menos no compartirían la casa.

–Por favor, llámame Damon. Kyrios Savakis me hace sentir de la generación de tu padre. No hay necesidad de tanta formalidad.

Callie no estuvo de acuerdo. Pero se calló y miró a Angela.

–Gracias, Damon. Por favor, llámame Angela

–Angela –dijo él con una sonrisa.

–Técnicamente, realmente perteneces a otra generación –dijo Callie antes de que él le hablase a ella–. Estás en los treinta y tantos largos, ¿no? Angela tiene apenas dieciocho años.

Damon arqueó las cejas. Luego curvó la boca con un gesto más de humor que de irritación.

–Tengo treinta y cuatro años, si quieres saberlo.

–¿De verdad? ¿Tan… joven? –Callie puso cara de sorpresa.

Ella sabía cuándo había nacido él. Lo había buscado en Internet la noche anterior. Era demasiado mayor para Angela. Había años, experiencia y expectativas diferentes que los separaban. Ella lo sabía por experiencia propia.

–Lo suficientemente mayor como para saber lo que quiero, Callie.

Ella se estremeció al oír su nombre en labios de él.

–¿Puedo llamarte Callie? ¿O prefieres Callista?

«Ninguno de los dos», pensó ella.

–Yo… –iba a decirle que usara su nombre completo, cuando vio la ansiedad en el rostro de Angela.

Ella sólo era Callista para su tío.

–Gracias, Callie –respondió Damon con un brillo sospechoso en sus ojos.

De pronto vio que su prima hablaba con el servicio doméstico.

–¿Me disculpas? –Angela se levantó de su asiento–. Tengo que atender una llamada telefónica.

Callie vio que su prima se ponía colorada, y ella supo que debía haber llamado Niko, el hijo de un médico de la zona. Estaba enamorado de Angela desde hacía años. Estaba creando una empresa de turismo con la esperanza de ganar la aprobación de su tío Aristides para casarse con su hija.

Callie sabía que Aristides jamás aprobaría que su hija se casara con un chico de allí. Le daría igual lo honesto que fuera o lo enamorados que pudieran estar. Lo único que le importaba a su tío era el dinero y el status.

Callie miró a Damon. Éste estaba bebiendo café relajadamente. Y ella sintió aprensión al pensar lo que Aristides planeaba para su hija.

¡Un cordero sacrificado en su familia era suficiente!, pensó.

Se negaba a ver cómo su tío arruinaba la vida de su prima con otro matrimonio de interés, como se la había arruinado a ella. Sobre todo cuando Angela tenía la oportunidad de ser feliz casándose con un muchacho honesto que la amaba. Encontrar a alguien así no era fácil, pensó.

–No te preocupes, Angela. Yo me ocuparé de nuestro invitado.

–Eso suena prometedor.

–¿Cómo? –Callie miró a Damon.

Éste la estaba observando con una sonrisa burlona en sus ojos.

–Me gusta la idea de que tú me cuides. ¿Qué tienes en mente? –él miró su blusa ajustada que dejaba parte de su vientre al descubierto.

Ella se puso nerviosa.

–Mostrarte el bungalow para invitados –respondió Callie con voz casi firme.

Ella deseó tener puesta otra cosa que aquellos pantalones y aquella blusa diminuta. Pero no había sabido que se encontraría con él.

Él se puso de pie. Al verlo, ella recordó su cuerpo el día anterior, todo músculo y piel bronceada.

Ella se reprimió un suspiro.

–¿Sólo eso? Yo esperaba algo más… íntimo –comentó él.

Ella levantó la barbilla, tratando de recuperar la compostura.

–Las dependencias de los invitados están por aquí… –respondió ella indicándole el camino.

 

 

Damon la observó precederlo por el jardín. La vio balancear sus caderas y andar con gracia con aquellos pantalones ajustados. Ni a la luz del sol notó alguna marca de braguitas. ¿Llevaría un tanga debajo de los pantalones?

Él se excitó al pensarlo. No había podido dormir en toda la noche pensando en ella. Estaba furioso por el hecho de que ella lo hubiera usado, pero eso no mermaba su libido.

–¿Vienes? –ella se dio la vuelta.

Hasta con aquella coleta parecía salida de una revista de modas, llena de gente guapa y privilegiada.

Aunque ahora él tenía más dinero que casi toda esa gente, seguía sintiendo el abismo entre esa gente y él.

Él disfrutaba de su riqueza, de lo que podía comprar con ella y de poder ayudar a quienes amaba. Pero se había jurado no sucumbir nunca a aquella vida hueca y egoísta de aquel mundo. Había visto muchas cosas en los tiempos en que su madre limpiaba las mansiones de los ricos, y cuando él había empezado a trabajar allí siendo un adolescente, y había aprendido cuál era la moral de las clases altas.

Damon estaba orgulloso de sus raíces, y no sentía vergüenza de haber tenido éxito trabajando duramente y con perseverancia, y no recibiendo una herencia. Porque sabía que la gente de la clase alta escondía una corriente de avaricia, egoísmo y vicio.

Lo que menos quería era sentirse atraído por una mujer que simbolizaba todo aquello. Una mujer que habría heredado los valores de la familia Lemonis.

El hecho de que aún se sintiera atraído por ella lo irritaba.

–Estoy detrás de ti, Callie.

Él caminó hasta donde ella estaba esperando. Se inclinó hacia adelante para inhalar su perfume.

Ella lo ignoró, movió su coleta y se dispuso a seguir caminando. Él se sorprendió cuando aspiró no su perfume caro sino el aroma de la misteriosa mujer que había estado con él el día anterior.

Aquello le confirmó su decisión: había algo pendiente entre ellos.

–Tienes un color poco habitual –dijo él mirando su cabello color miel oscuro.

–Tal vez me tiña el pelo.

–¡Ah! Pero ambos sabemos que no lo haces. He visto la prueba, ¿no lo recuerdas?

Él había visto el triángulo de su sexo color dorado oscuro.

Ella se quedó inmóvil un momento. Pero no pareció incómoda. Era evidente que estaba acostumbrada a esos comentarios.

¿Habría muerto su marido tratando de satisfacerla? ¿O se habría visto obligado a observarla con hombres más jóvenes que le dieran lo que él no podía darle?

–Como yo sé que tú eres moreno. ¿Y qué? –levantó las cejas, como si estuviera aburrida.

–No es habitual que las mujeres griegas sean tan rubias.

–Soy medio griega. Mi madre era australiana –dijo ella parcamente, como si estuviera metiéndose en terreno peligroso.

Él esperó a que ella continuase.

–Además, hay bastantes rubios en el norte de aquí. Todos los Lemonis son iguales –ella le miró el pelo negro.

–El cabello de tu prima es castaño. No hay comparación.

Ella pareció querer decir algo, pero luego se dio la vuelta.

–Y ahora, si ya he satisfecho tu curiosidad…

–Todavía, no. Dime, ¿por qué me mantienes a distancia? Después de lo de ayer me podrías dar derecho a un poco más de cercanía. ¿Eres una de esas mujeres que necesitan la excitación de una relación secreta para arder en una pasión? ¿Te excita la posibilidad de que te sorprendan en pleno acto pecaminoso?

 

 

Callie miró el bungalow a cien metros de ellos, y sintió que sería un milagro si llegaba allí guardando la compostura.

«¡Arder en una pasión!», pensó, irritada.

Pero cerró los ojos y recordó la excitación que le había causado su presencia, la seguridad con la que se había entregado a él.

Abrió los ojos. Le había dado demasiado a él. No dejaría que volviera a jugar con ella.

–Tú no tienes derecho a nada conmigo –lo miró fríamente, tratando de disimular sus emociones.

–No estoy de acuerdo. Teniendo en cuenta lo de ayer, tu actitud es muy hostil –Damon se acercó más a Callie.

Ella tuvo que mirarlo. Su fragancia masculina con mezcla de perfume a mar y a jabón la embriagaba, y ella tuvo que hacer un esfuerzo para no tocarlo.

Callie se metió las manos en los bolsillos del pantalón.

–Lo de ayer terminó.

–Pero lo que compartimos no tiene por qué acabarse –dijo él con voz seductora.

–Se terminó –repitió Callie.

–¿Y si yo no estoy dispuesto a terminarlo? –la desafió.

–No había nada que terminar. Compartimos sexo. Eso es todo.

–Sólo sexo –dijo él.

A ella le pareció que él estaba furioso.

–¿Es en eso en lo que te especializas, Callie? ¿En tener ardiente sexo con extraños y olvidarlo al día siguiente?

Ella estaba indignada. Pero no iba a demostrárselo.

–Yo podría decir lo mismo de ti –respondió–. Ayer conseguiste lo que querías. Fin.

–Te equivocas, fina dama. No es el fin en absoluto.

Ella se estremeció de los pies a la cabeza.

¡No! Ella se negaba a entrar en juegos de seducción. Lo del día anterior había sido un error. Había sido una locura.

–Créeme, kyrios Savakis, se terminó. ¿Por qué no pasar a otra cosa?

Callie no dudaba de que él encontraría muy pronto alguien que la reemplazara, alguien como ella, deseosa de ocupar su cama.

Su pecho se contrajo dolorosamente.

–Porque soy un hombre que consigue lo que quiere, glikia mou. Tú has despertado mi apetito y quiero más –él sonrió seductoramente.

Ella sintió un temblor en todo su cuerpo.

–Te deseo, Callie. Y tengo intención de tenerte.