E-Pack Bianca y Deseo marzo 2024 - Annie West - E-Book

E-Pack Bianca y Deseo marzo 2024 E-Book

Annie West

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Beschreibung

La desaaición de Elizabeth Annie West Un hijo inesperado… con su esposa de conveniencia. El placer más dulce Maureen Child Estaba enamorada de su jefe y, por su propio bien, tenía que dejar el trabajo.

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www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

E-pack Bianca y Deseo, n.º 386 - marzo 2024

 

I.S.B.N.: 978-84-1180-837-8

Índice

 

La desaparición de Elizabeth

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

 

El placer más dulce

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

 

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Acepté esta relación con los ojos abiertos, Bess. Y, además, tiene sus compensaciones.

Lara levantó una mano para admirar su pulsera de diamantes mientras pasaba la otra por la delicada seda del vestido de diseño.

–No se trata solo de ropa y joyas, cariño –dijo luego, al ver que Bess seguía esos gestos con la mirada–. Puede que esté a disposición de George, pero cuando él se va de viaje hago lo que me apetece, como quedar contigo. Y me alegro de verte, ha pasado mucho tiempo.

–Sí, es verdad. Jack y yo no paramos de mudarnos.

Bess sonrió, como si saltar continuamente de una ciudad a otra fuese estupendo cuando lo que ella quería era echar raíces en algún sitio.

–Tú siempre eres buena compañía, pero no todo el mundo es así. La gente es estrecha de miras y… bueno, cuando no estoy con George no me aceptan en todas partes.

Bess no se sorprendió. Desde que se convirtió en la amante de un multimillonario, las mujeres de la alta sociedad no confiaban en Lara. Si había podido enganchar al famoso magnate podría enganchar a cualquier otro, aunque estuviera casado, parecían pensar.

–Las pones nerviosas. Nadie deslumbra como tú.

–Gracias, cariño. Lo intento –Lara esbozó una sonrisa, pero su expresión se volvió seria mientras contemplaba la Torre Eiffel por encima de los tejados de París.

–¿No eres feliz? –le preguntó Bess.

Su amiga se encogió de hombros.

–Ha sido mi decisión, pero a veces me gustaría tener lo que tú tienes.

–¿Lo que yo tengo?

Bess no se sentía precisamente feliz. Jack se ausentaba continuamente por motivos de trabajo y no vivían en ningún sitio fijo. Si hubieran comprado un apartamento en París en lugar de alojarse en un hotel, todo sería más fácil. Se parecería más al hogar que ella anhelaba.

«Quizá no sea el alojamiento lo que te molesta».

Bess apagó de inmediato esa vocecita interior, como hacía siempre.

–Tú y tu encantador Jack. Fue un matrimonio tan vertiginoso que al principio me pregunté… pero yo te conozco y sé que solo te casarías por amor. Recuerdo lo radiante que estabas en las fotos de la boda y a Jack se le veía tan enamorado…

Bess levantó su cóctel, ocultando la sorpresa detrás del vaso. Se le había encogido el estómago al escuchar la palabra «enamorado».

¿Vería Lara las grietas en la fachada? ¿Se habría dado cuenta de que no todo iba bien en ese matrimonio supuestamente perfecto?

Lara creía que Jack la amaba.

Si fuese verdad…

Había esperado que algún día lo hiciese. Que, aunque no se hubiera enamorado instantáneamente como ella, el amor llegaría con el tiempo.

Todavía estaba esperando.

–George es agradable –continuó Lara–, pero sus intereses siempre son lo primero. Está tan acostumbrado a salirse con la suya que nunca se le ocurre preguntarme qué quiero hacer.

Bess guardó silencio, pensando en su propio calendario social, diseñado para satisfacer las necesidades de Jack. Almuerzos con potenciales inversores, eventos para promocionar su negocio, cenas benéficas. Cada semana, su ayudante le enviaba un calendario de citas con abundantes notas para que pudiese desempeñar su papel, ayudando a Jack a relacionarse y hacer negocios con la élite de la alta sociedad europea.

Después de todo, por eso se había casado con ella.

–No sabía cuánto tiempo pasa sola una amante –dijo Lara entonces.

Su amiga siguió contándole sus problemas, pero Bess solo escuchaba a medias. Podría estar describiendo su matrimonio con Jack. Siempre en segundo lugar, siempre a su disposición. Las ambiciones de su marido tenían prioridad sobre su relación, aunque Jack Reilly ya era multimillonario.

Sí, podía ser tierno y cálido, y también taciturno, pero cuando se proponía seducir, cosa que hacía a menudo, era imposible resistirse. Un simple beso y se le doblaban las rodillas.

Bess tomó un sorbo de cóctel para contrarrestar el calor de sus mejillas.

–Aunque tengo mucho tiempo para mí misma –siguió Lara– es difícil planear nada porque George espera que esté lista para él en cualquier momento.

De nuevo, Lara podría estar describiendo su propia vida. Cada vez que empezaba a acomodarse en una ciudad, Copenhague, Madrid o Londres, Jack o su ayudante le informaban de que debía hacer las maletas. No había tiempo para acostumbrarse, para hacer amigos o para formar un hogar.

–Nunca me atrevo a relajarme con una camiseta vieja o un pijama de franela –estaba diciendo Lara–. En fin, perdona, sé que no debería quejarme cuando lo tengo todo.

Bess se sentía atrapada por una sensación de horror que le helaba la sangre.

Jack se había casado con ella, pero bien podría ser su amante.

La verdad la golpeó como un martillazo, encogiendo sus pulmones y destrozando su magullado corazón.

Esa vocecita interior, la que normalmente silenciaba, estaba de nuevo en su cabeza.

«Eres una esposa trofeo, poco más que una amante con una alianza en el dedo».

La única diferencia entre Lara y ella era una boda. Ella tontamente ilusionada y Jack satisfecho por adquirir un activo que lo ayudaría a dominar el mercado mundial de energías renovables.

Después de dieciocho meses de matrimonio, Jack no la amaba más de lo que la había amado el primer día.

Bess sintió un dolor interno que amenazaba con consumirla. Porque, finalmente, se enfrentó con una verdad que había evitado durante demasiado tiempo.

Su marido nunca la amaría.

Y cada día que pasaba en ese matrimonio la mataba lentamente.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Diez meses después

 

Bess se puso las gafas de sol para mirar el resplandeciente cielo azul, el mar de color turquesa y una playa de arena tan blanca que parecía de azúcar. Más allá había una maraña de vegetación, con algunas casas escondidas entre los árboles.

Tomando la mano del piloto, saltó del hidroavión al muelle.

Había visto algunos lugares increíbles, pero ninguno como aquel.

Que estuviera allí para asistir a una celebración y no para trabajar lo hacía aún más especial. Desde que dejó París, y a Jack, casi un año antes, se había lanzado a un desafío tras otro, disfrutando de la libertad de emprender proyectos que ponían a prueba sus habilidades, brindándole una satisfacción que no había sentido desde que dejó de ser una simple anfitriona para los negocios de su marido.

Bess sacudió la cabeza. Eso era historia antigua.

Tomó aire y respiró el aroma del mar y algo dulce, seguramente flores tropicales. Tenía tantas ganas de explorar. Disfrutaba de su trabajo, pero estaba lista para relajarse y aquel parecía el lugar perfecto. Solo su prima Freya podía encontrar un sitio tan maravilloso.

–Esto es el paraíso –murmuró.

El piloto asintió mientras sacaba su maleta del hidroavión.

–Desde luego. Además, estas islas son tan exclusivas que los periodistas están vedados. ¿Es la primera vez?

–Nunca había estado en el Caribe.

–Pues has elegido lo mejor de lo mejor. Lujo y privacidad, un entorno paradisiaco y un servicio de lo más discreto.

El alto americano sonrió y Bess pensó que era muy guapo. Sin embargo, no hacía que su pulso se acelerase.

Solo un hombre conseguía hacer eso.

Se le encogió el corazón mientras se preguntaba si siempre sería así. Tal vez algún día, en el futuro, estaría lista para otra relación, cuando el divorcio hubiera finalizado.

–Yo me quedo a dormir, pero me iré al amanecer –dijo el piloto–. Voy a tomar una copa. ¿Te apetece?

–Gracias, pero ha sido un viaje largo y necesito descansar un rato.

El americano sonrió.

–Si cambias de opinión, ya sabes dónde encontrarme.

Una joven se acercó entonces al muelle para darles la bienvenida a la isla y para acompañarla a su bungaló.

La excusa de Bess sobre su necesidad de descansar no había sido una mentira piadosa. En cuanto entró en el fantástico bungaló, rechazando cortésmente una visita guiada por la isla, se quitó los zapatos y se tumbó en la enorme cama, suspirando. Después de meses durmiendo en un duro colchón individual, tardó apenas unos segundos en quedarse dormida.

El sol se había puesto cuando abrió los ojos. Una impresionante puesta de sol pintaba el cielo de color rosa y mandarina y el único sonido era el canto de los pájaros.

Bess sonrió, encantada. Le gustaba la naturaleza desafiante de su trabajo, pero parecía como si hubiera pasado toda una vida desde la última vez que pudo dedicarse a no hacer nada.

No hacer nada significaba tiempo para pensar en Jack. ¿Era de extrañar que trabajase hasta desfallecer para no arrepentirse de haberlo dejado?

Dejarlo había sido la única forma de mantener la cordura y recuperar algo de respeto por sí misma. Había cometido un error colosal al casarse con él. Cuando el amor se volvió una prisión, convirtiéndola en una ciudadana de segunda clase en su propia vida, no tuvo otra opción.

Y si una pequeña parte de ella todavía anhelaba el romántico final feliz con el que siempre había soñado, el tiempo y la distancia la estaban curando de ese engaño.

Estaba olvidándose de Jack. Tenía que hacerlo.

Decidida, se concentró en el paisaje, no en su magullado corazón. Unas vacaciones era justo lo que necesitaba. Aunque estaba allí para asistir a una celebración, una boda secreta. Habría muy pocos invitados, pero la novia estaba relacionada con la realeza y el novio era un príncipe heredero. Freya y Michael volverían a casarse más tarde en una gran ceremonia, pero aquella sería su verdadera boda y Bess estaba decidida a no decepcionar a su prima, de modo que sacó de la maleta un vestido rojo de seda, tan suave como el agua.

Su trabajo en remotas escuelas de África y el sudeste asiático exigía algodones lavables, no sedas. Había pasado mucho tiempo desde que se puso algo tan bonito.

Bess retiró la mano abruptamente. El precioso vestido le recordaba el mundo que había compartido con Jack, donde ella usaba exquisita y carísima ropa de alta costura porque esa era la imagen que él quería que proyectase. Una ropa que luego él le quitaba por la noche…

Un fuego se encendió en su interior, el fuego que Jack siempre había atizado.

Intentando controlar la traicionera debilidad de su cuerpo, Bess utilizó la ducha al aire libre en el patio privado del bungaló, temiendo que si se sumergía en la enorme bañera no querría salir nunca.

Una vez seca, vestida y ligeramente maquillada, se calzó unas sandalias rojas a juego con el vestido y se volvió hacia el espejo.

Se sintió aliviada al ver que había elegido bien. Se había recogido el pelo, un hábito que había adquirido mientras vivía en países cálidos, y quedaba perfecto con el vestido de cuello halter.

Bess sonrió, complacida. Durante meses había evitado los espejos tanto como era posible. Al principio porque tenía los ojos hinchados de tanto llorar. Pero ya no lloraba, estaba bien.

El tiempo estaba haciendo su trabajo. Poco a poco, las cosas iban mejorando.

 

 

–¡Bess! –Freya saltó de su hamaca frente a la piscina para abrazarla–. Quería ir a tu bungaló, pero Michael dijo que era un viaje muy largo y necesitabas descansar.

–Michael tenía razón. Estaba fuera de combate –dijo ella, devolviéndole el abrazo.

Era como si volvieran a ser adolescentes, cuando Freya iba a Moltyn Hall a pasar el verano o Bess visitaba a su prima en Dinamarca. Un reencuentro con Freya era lo más parecido a volver a casa.

Su casa ya no era un sitio familiar para ella. Solo había vuelto a Moltyn Hall una vez desde su boda y había sido una visita fugaz, ya que su padre y Jillian tenían otras prioridades.

–Deja que te mire –murmuró, apartándose un poco–. Nunca te había visto tan feliz. Estás guapísima.

Freya soltó una carcajada.

–Michael me hace sentir así.

–¿Estás segura de que quieres formar parte de una casa real?

–Es parte de la vida de Michael. Sé que a veces será difícil, pero estoy loca por él y él también me quiere.

El corazón de Bess se encogió al ver el brillo en los ojos de su prima. Por supuesto que se querían.

–Lo harás de maravilla. Michael y su familia han tenido mucha suerte.

Su prima hizo un gesto con la mano.

–Bueno, háblame de ti. Estás estupenda. Como si acabaras de salir de un spa en lugar de venir de las selvas de Indonesia.

–Timor Oriental, a unos mil kilómetros al este de Bali. Es un sitio asombroso.

Freya la llevó hacia las hamacas.

–¿Y te gusta tu trabajo? Me preocupaba que te hubieras lanzado sin pensar en lo difícil que sería.

Bess se encogió de hombros. Las dificultades que había experimentado no eran nada comparadas con la alegría de contribuir a algo que valía la pena, ver el entusiasmo de sus alumnos y ser recibida tan calurosamente por sus familias.

–Nada te prepara para la realidad, pero estoy muy satisfecha.

Además, no había sido tan difícil como lanzarse al matrimonio con la noción romántica de que todo saldría bien, para luego enfrentarse a la devastadora realidad.

–Pero dime, ¿cómo organizasteis esta fuga? Los miembros de familias reales no hacen eso.

Freya sonrió.

–Los padres de Michael pensaron que querríamos pasar algún tiempo a solas antes de la gran ceremonia en la catedral y todo el alboroto. Después de la ceremonia de mañana, Michael me llevará a un sitio donde estaremos los dos solos. ¿No suena como el paraíso?

Con el hombre adecuado lo sería, pensó Bess.

Ella no había tenido luna de miel. Aunque se alojaron en un hotel de cinco estrellas después de la boda, donde descubrió los placeres del sexo con su nuevo marido…

Su pulso se aceleró entonces. Ese recuerdo, al menos, no se había empañado.

Pero el resto del tiempo lo habían pasado entre extraños con quienes Jack quería hacer negocios. Incluso las comidas y cenas en famosos restaurantes habían sido eventos para establecer contactos, no citas románticas.

–Suena estupendo. ¿Quién más vendrá a la boda?

Freya tomó su mano.

–Espero haber hecho lo correcto, pero no estoy segura del todo –empezó a decir–. Me preocupaba que fuese difícil para ti, pero Michael y él son amigos y… en fin, nos aseguró que no habría ningún problema. Además, Michael dijo que nada te impediría venir a mi boda. Quería contártelo la semana pasada, pero no pude comunicarme contigo.

Bess frunció el ceño. La expresión culpable de Freya no inspiraba confianza.

–Me quedé sin batería y la comunicación por móvil no es fácil allí de todos modos. Pero no importa, puedes invitar a quien te parezca.

La idea de desconectar le había parecido ideal. Una forma de evitar los cotilleos de la prensa sobre su ex.

Un grupo se acercó a ellos entonces. Michael, el prometido de Freya, iba hablando con otro hombre al que no podía ver bien.

–Bess, tengo que decirte una cosa…

Su voz fue ahogada por los saludos cuando el grupo llegó a su lado.

Pero la mirada de Bess estaba clavada en el hombre alto y de pelo oscuro que iba al lado de Michael.

Los ojos azul cobalto, entornados bajo las rectas cejas, oscuras como el carbón, se encontraron con los de ella y se alegró de estar sentada porque la tierra parecía haberse abierto bajo sus pies.

–Hola, Elisabeth. Cuánto tiempo –dijo el único hombre al que nunca había esperado volver a ver.

Jack Reilly. Su marido.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Jack miraba fijamente a la mujer a la que no había visto en casi un año, atónito por el impacto de su presencia. Creía estar preparado para esa reunión y no había dejado nada al azar, pero ese impacto lo tomó por sorpresa.

Era más atractiva de lo que se había permitido recordar.

No era la mujer más bella que había conocido, pero algo en Elisabeth la distinguía de las demás. Su recién adquirido bronceado destacaba el brillo de sus inolvidables ojos de color coñac…

Unos ojos abiertos de par en par por la sorpresa.

Y se alegraba. Después de la sorpresa que ella le había dado en París, se alegraba de poder devolverle el favor.

La ira y la indignación por su abandono habían sido compañeros constantes. Todavía estaban allí, pero ahora eclipsados por algo más primitivo, una efervescencia en su sangre, un hormigueo que le hacía sentirse más vivo, más vital que cuando conseguía un triunfo profesional.

Su pelo castaño brillaba y el vestido rojo intenso parecía acariciar su delicioso cuerpo. La forma en que la seda se ajustaba a su busto, y el hecho de que estuviera apenas sujeto por dos finas tiras atadas al cuello, era pura provocación.

Una vez se habría vestido así para tentarlo, para compartir el asombroso placer sexual que había sido el sello distintivo de su matrimonio.

Pero Bess no sabía que él acudiría a la boda, pensó entonces. ¿Se había puesto ese tentador vestido para otro hombre?

–Hola, Jack.

La voz ronca de Elisabeth creó un rastro de fuego desde su torso hasta sus ingles.

Elisabeth parecía tan afectada como él. Porque, a pesar de tener la barbilla belicosamente levantada, sus pezones empujaban contra la delicada tela del vestido y esa nota ronca en su voz delataba cierta excitación.

Para su sorpresa, ella era virgen cuando se casaron, de modo que él era el único hombre que conocía esa nota traicionera en su voz.

A menos, por supuesto, que hubiera compartido su vida con otro hombre desde que lo dejó, pensó, frunciendo el ceño.

No sabía lo que había hecho durante los últimos diez meses, pero la conexión entre ellos todavía estaba ahí. Seguían deseándose el uno al otro.

Y pensaba aprovecharse de eso.

Elisabeth se levantó, con esa gracia innata que lo había atraído desde el principio. ¿Porque se sentía en desventaja al estar sentada?

Jack quería acariciarla, redescubrir cada centímetro de su cuerpo, aunque lo conocía de memoria.

–No esperaba verte aquí. No sabía que Michael y tú tuvierais una relación tan estrecha.

¿Había una acusación en su tono?, se preguntó Jack.

Su expresión era serena para que nadie notase que ocurría algo extraño. Siempre se le había dado bien proyectar serenidad y tranquilidad. Esa era una de las razones por las que la había elegido como esposa. Después de sus experiencias infantiles, no tenía ningún interés en atarse a una mujer dominada por las pasiones.

–Hemos desarrollado un proyecto conjunto y descubrimos que teníamos mucho en común –Jack hizo una pausa–. Tú nos presentaste, ¿recuerdas?

–Claro que me acuerdo. Estabas deseando hacer negocios con él –respondió Bess, bajando la voz–. Me alegra saber que valió la pena.

Jack se puso rígido. Había dicho «hacer negocios» como si fuera algo malo, en lugar de la fuente de ingresos que le había permitido vivir rodeada de lujos y que había rescatado a su padre de la ruina.

Por supuesto que había estado interesado en sus contactos. La familia de Elisabeth, a pesar de la inestabilidad financiera de su padre, formaba parte de la élite europea. Su padre era un aristócrata inglés y su prima Freya estaba relacionada con la familia real danesa. Cuando Freya se comprometió con un príncipe heredero, interesado en soluciones energéticas innovadoras para su país, Jack vio una gran oportunidad.

–Mis negocios están prosperando y me complace contar con Michael entre mis amigos.

Ella lo miró con el ceño fruncido, como si no lo creyese. Y no era de extrañar ya que él no hacía amigos fácilmente porque siempre estaba trabajando.

Tal vez había cultivado la amistad de Michael para tener acceso a la prima de Elisabeth, Freya. Porque cuando Elisabeth lo dejó en París, sencillamente desapareció. Y, para él, acostumbrado a llevar el control de su mundo, la desaparición de Elisabeth había sido como caer por un precipicio. Solo a través de Michael supo que ella estaba bien, viviendo en lugares lejanos.

No había tenido reparos en utilizar su amistad para organizar aquella reunión. Además, Michael lo había entendido.

–¿Es por eso por lo que estás aquí, Jack? ¿Para apoyar a tu nuevo mejor amigo?

–Naturalmente. ¿Qué otra razón podría tener?

«Quiere que hayas venido aquí por ella».

Bess sacudió la cabeza, sin dejar de mirarlo a los ojos.

–El Jack Reilly que yo conozco nunca actúa por razones sentimentales. Siempre hay alguna ventaja que obtener, un trato que cerrar o una persona importante a la que conocer.

Esas palabras le dolieron, aunque no debería ser así. Él no se disculpaba por ser un hombre ambicioso, por eso tenía tanto éxito. Sin embargo, ella hacía que pareciese moralmente cuestionable.

–Bess, deja que te presente a los demás –Freya tomó el brazo de Elisabeth y fulminó a Jack con la mirada.

Por supuesto, todos eran demasiado educados como para preguntar sobre el estado de su relación. A pesar de que la repentina ausencia de Bess había sido motivo de continuas especulaciones.

Jack participó en la conversación, pero sin mirar a Elisabeth. Habría tiempo para hablar cuando estuvieran solos.

Su esposa y él tenían asuntos pendientes.

Unas emociones rebeldes, emociones que no había experimentado desde la infancia, formaban un nudo en su estómago.

Cuando ella lo abandonó, Jack no lo había creído. Estaba recuperándose de una gripe y su confuso cerebro no había podido asimilarlo. Estaba demasiado enfermo como para levantar la cabeza de la almohada y ella lo había cuidado con una devoción que le recordó a la única persona que siempre lo había querido, su abuela, lo único estable en su desquiciada infancia.

Que Elisabeth lo hubiera cuidado con tanto cariño para luego dejarlo plantado no tenía sentido.

En su opinión, su matrimonio era un éxito y no entendía por qué ella no pensaba lo mismo. Poco después, la incredulidad había sido reemplazada por la ira.

Bess no se había quedado para hablar del asunto, no le había dado la oportunidad de convencerla para que se quedara.

Eso lo había dejado en la estacada, lidiando con el interés de la prensa y teniendo que hacer frente a miradas compasivas.

Y Jack no estaba acostumbrado al fracaso o a convertirse en un hazmerreír.

La fiesta terminó alrededor de medianoche. La ceremonia tendría lugar a la mañana siguiente y Freya quería que todos estuvieran despiertos y relajados.

–Te acompaño a tu bungaló –dijo Jack.

Ella se puso rígida.

–No hace falta. Puedo encontrar el camino.

Freya miró de uno a otro, frunciendo el ceño.

–¿Quieres que te acompañe yo?

–No, por favor, tú necesitas dormir. Mañana es un día muy importante y tienes que estar radiante.

Jack estaba deseando quedarse a solas con su mujer y las últimas horas habían puesto a prueba su paciencia.

–Es muy protectora contigo –murmuró mientras Freya y Michael se alejaban.

–Puedo cuidar de mí misma –dijo Bess, tomando el camino hacia su bungaló, iluminado por lamparitas solares.

Jack pensó que, aunque no hubiese luces, aunque solo la luna iluminase la escena, nunca la confundiría con ninguna otra mujer. Su forma de caminar, su postura, la curva de sus pechos, la inclinación de su cabeza… ella era única.

A pesar de tantos meses de rabia y humillación, la deseaba.

–¿Por qué me sigues?

–No te sigo, voy a mi bungaló. Es el último, al final de este camino.

Y el de ella era el anterior. Eran los únicos en esa dirección, aislados del resto.

–Ah, muy bien.

Nada estaba bien, pero no era momento de discutir, de modo que Bess se dio la vuelta.

Jack había tenido horas para acostumbrarse a estar de nuevo en su compañía, pero esas sandalias de tacón alto, las ondulantes caderas y las nalgas resaltadas por la seda del vestido lo volvían loco.

En diez meses, ninguna otra mujer le había hecho sentir así. De hecho, apenas se había fijado en otras mujeres, ni siquiera en las más descaradas.

Recordó a la deslumbrante pelirroja que lo había seguido hasta el ascensor del hotel en París. Tan pronto como las puertas se cerraron, ella se abrió el abrigo para revelar un cuerpo desnudo y voluptuoso. Le había dicho con voz ronca exactamente lo que podía hacer con ella, las descripciones gráficas y descarnadas.

Él siempre había disfrutado del sexo, pero cuando le ofrecieron gratificación sexual en su forma más cruda no sintió más que repulsión. Y culpaba a Elisabeth de ello.

En sus sueños nocturnos solo había una mujer, la que ahora lo atormentaba con el balanceo de sus caderas y el recuerdo de cuánto disfrutaban juntos.

–¿Te has sentido sola, Elisabeth?

Había hecho la pregunta sin pensar. Y no debería haberla hecho.

¿Porque no quería saber si había estado con otro hombre en ese tiempo?

Ella lo miró, ceñuda, por encima del hombro, pero hasta ese gesto le pareció entrañable.

¡Entrañable! Elisabeth no había sido entrañable cuando lo abandonó.

–He estado muy ocupada, Jack. Trabajando.

No era una respuesta directa, ¿pero lo admitiría si hubiera estado con otro hombre?

Algo oscuro y salvaje enseñó los dientes entonces. ¿Celos? ¿Por qué no? Ella era su esposa. Pero no era solo posesión lo que experimentaba con Elisabeth.

Se había sentido impotente, sin saber dónde estaba, incapaz de localizarla. Nunca le había pasado algo así.

Había planificado su huida de forma meticulosa, sin utilizar las tarjetas de crédito que él le había dado y sin dejar rastro cuando se marchó de París. Y, por supuesto, sus amigos se habían negado a revelar su paradero.

Su padre no sabía dónde estaba y no parecía preocupado por la desaparición de su hija, aparentemente satisfecho cuando recibió un mensaje diciendo que estaba bien.

Eso hizo que se diera cuenta de que, aunque quería a su familia, Elisabeth ya no tenía una relación estrecha con ellos, excepto tal vez con su hermano menor. Su padre estaba demasiado absorto con algún nuevo proyecto en la finca como para extrañar a su hija.

–¿Y tú? –le preguntó ella entonces.

–¿Yo qué?

Bess sacudió su cabeza.

–No importa. Por supuesto que no habrás estado solo.

Jack pensó en la cama del hotel, en lo vacía que le parecía sin ella. Lo silenciosos y aburridos que eran sus desayunos, los eventos sociales interminables. Ni siquiera los fenomenales éxitos comerciales del año anterior le habían parecido tan satisfactorios como él esperaba.

Pero de ningún modo admitiría eso ante Elisabeth.

–Como tú, he estado ocupado con reuniones y negociaciones, ya sabes.

–Sí, claro.

¿Era su imaginación o parecía decepcionada?

Bess se dio la vuelta y él alargó una mano para tomar su brazo. Quería detenerla, pero se contuvo antes de tocarla.

–Necesitamos hablar, Elisabeth.

–No creo que sea una buena idea.

–¿Preferirías que discutiésemos esto mañana, delante de los demás? Porque tenemos que hablar.

Bess tomó aire y miró al hombre que una vez había sido todo su mundo.

Alto y atlético, de hombros anchos, parecía típicamente australiano. Las luces tenues acentuaban los ángulos de su hermoso rostro, revelando la fuerte personalidad que lo había convertido en multimillonario. Solo con mirarlo sentía un cosquilleo entre las piernas y eso la aterrorizaba. Después de tanto tiempo, y de tantas desilusiones, debería ser inmune.

En cambio, parecía como si fueran las dos únicas personas en el planeta.

–No me tienes miedo, ¿verdad?

–Por supuesto que no.

Era a ella misma a quien temía.

Pero tenía razón, debían hablar. Su abogado había escrito a los de Jack sobre el divorcio, pero no obtuvo respuesta y sería una tontería no aprovechar esa oportunidad para solucionarlo.

–Necesitamos aclarar las cosas, Elisabeth. Freya ha notado la tensión que hay entre nosotros y no querrás que se preocupe por eso durante la boda, ¿no? La ceremonia de mañana debería ser solo sobre ella y Michael, no sobre nosotros.

Bess parpadeó, sorprendida. Sonaba tan razonable.

¿Lo había demonizado durante esos meses de separación? ¿Exagerando lo negativo y olvidando lo positivo?

Jack siempre había sido un hombre razonable. No gritaba, fanfarroneaba o exigía. Pensaba detenidamente en lo que quería y cómo conseguirlo. Era un negociador fenomenal.

Así fue como se casaron. Él le había ofrecido un trato: dinero para que su padre no tuviese que vender la propiedad que había pertenecido a la familia durante generaciones a cambio de un matrimonio. No porque estuviese enamorado, sino porque ella sería un activo importante en su conquista de los mercados europeos.

–¿Elisabeth?

Bess vaciló, pero ella quería que Freya tuviese una boda perfecta y llegar a un acuerdo civilizado sería lo mejor para todos.

Además, Jack se marcharía después de la boda. Nunca tomaba vacaciones y su horario de trabajo era brutal. Se pondría a trabajar en cuanto subiera al avión, de modo que aquella sería su única oportunidad de hablar.

–Muy bien, hablemos.

–Estupendo.

Se detuvo cuando llegaron al bungaló, asustada. No quería a Jack en su habitación. Sabía que él ocuparía todo el espacio y que su presencia se quedaría allí cuando intentase conciliar el sueño.

Por impulso, se desvió y tomó el camino que llevaba a la playa. Las estrellas brillaban en el cielo aterciopelado y la luna se reflejaba en el agua oscura.

Parecía un sacrilegio estropear la paz de aquel sitio con la ruina de su matrimonio, pero tenía que hacerlo.

–No le has respondido a mi abogado. ¿Por qué?

En la penumbra, vio que Jack se encogía de hombros.

–No esperarías que aceptase el divorcio sin antes hablar contigo, ¿no?

Estaba demasiado cerca y Bess dio un paso atrás, pero chocó contra una palmera y tuvo que apoyar la mano en su torso.

–Discutir no nos llevará a ningún sitio. Ya hemos hablado de lo que queremos del matrimonio y no estamos de acuerdo, Jack. Yo no podía seguir adelante.

–Y, simplemente, te fuiste.

–No fue nada simple, te lo aseguro.

Él estaba enfermo, había sucumbido a la gripe y tenía una fiebre muy alta. Había cuidado de él, pero lo abandonó en cuanto el médico le dijo que se había recuperado.

¿Porque temía que él pudiese convencerla para que se quedase?

–Un día estabas dándome paracetamol y preguntándome si estaba cómodo, y al siguiente anunciaste que te ibas. Cuando yo no tenía energía para seguirte.

Bess tragó saliva.

–¿Me habrías seguido?

No se había permitido imaginar eso porque era lo que haría un hombre al que le importase y ella sabía que la suya no era más que una relación de conveniencia.

–Por supuesto que te habría seguido. Eres mi esposa.

Jack dio un paso adelante, una criatura plateada y sombría, un hombre tan atractivo que sus pezones brotaron contra la seda del vestido sin que pudiese evitarlo.

–Te echo de menos, Elisabeth.

Bess lo miró, atónita. Eso no era algo que hubiese esperado escuchar.

–¿No me crees?

Ella sacudió la cabeza, no porque dudase de su palabra sino porque la había sorprendido.

–No creí que pudieras echarme de menos.

Había esperado que estuviese enfadado. Aparte de otras cosas, que ella perturbase su ordenada vida debía haber sido exasperante para Jack, pero se había convencido de que no era indispensable. Todos buscaban a Jack Reilly, ansiosos por formar parte de cualquiera de sus proyectos. Y las mujeres… bueno, Bess sabía bien cómo lo miraban.

–Entonces, no me conoces tan bien como pensabas. Tenía investigadores recorriendo Europa, buscándote por todas partes.

Bess se dio cuenta de que hablaba en serio. Por supuesto que sí, nunca le había mentido. Al contrario, siempre había sido sincero, a veces brutalmente sincero.

–No estaba en Europa.

Le sorprendió tanto que él la hubiera buscado que no se le ocurría nada más que decir. Había pensado que él se lavaría las manos, especialmente una vez que su abogado se puso en contacto con el de Jack para solicitar el divorcio.

–Lo descubrí mucho más tarde.

Bess frunció el ceño. Había algo en su tono que no podía identificar. Algo que sonaba como… emoción. Sin embargo, Jack no lidiaba con emociones. Pragmatismo, conveniencia e incluso sexo, pero ninguna emoción.

Pero la había echado de menos. Había enviado gente a buscarla.

Una emoción burbujeó en su interior, pero la reprimió. No era a ella, Bess, a quien había echado de menos, sino a su bien relacionada esposa, experta en facilitar cualquier reunión de negocios con su hospitalidad y su encanto.

–Mira, estoy muy cansada. Dejemos eso ahora. Podemos hablar durante el desayuno.

A plena luz del día, cuando no sería tan consciente de ese cuerpo duro y tentador. Porque también ella lo había extrañado. Mucho. Y ahora estaba tan cerca que amenazaba con abrumarla.

No podía confiar en sí misma. A pesar de saber que Jack nunca podría ser el hombre que ella quería, era el hombre que su cuerpo anhelaba.

Se enderezó para apartarse de la palmera, pero en lugar de retroceder Jack se quedó donde estaba y Bess acabó cayendo sobre él.

El roce de ese ancho torso, esos muslos duros como el hierro, liberó algo que había tratado de mantener guardado bajo llave.

–Yo tengo una idea mejor –murmuró Jack–. Podemos resolver esto ahora mismo.

–¿El divorcio?

Él negó con la cabeza.

–No, querida esposa, esto.

Jack rodeó su espalda con un brazo mientras se inclinaba para buscar sus labios.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

Más tarde, Bess culparía a las palabras «querida esposa» por su incapacidad para reaccionar.

Jack nunca la había llamado así antes. Las palabras cariñosas no eran lo suyo, pero su voz ronca, el calor de sus labios…

Antes de que tuviera tiempo para pensar, o para alejarse, ya era demasiado tarde.

Además, no quería moverse. Lo que quería, con un anhelo que contradecía su severo diálogo interno, era estar justo donde estaba.

Se sintió en el cielo cuando la atrajo hacia él. El cielo y el infierno juntos porque, a pesar de su emoción, sabía que se arrepentiría cuando recuperase la cordura.

No hubo vacilación, ni un solo instante de duda. Aquella era la inevitable culminación de su encuentro con Jack. Como si hubiera estado esperándolo, anhelándolo, desde que volvió a verlo.

El beso, el abrazo… era tan maravilloso que la habría asustado si pudiera pensar con claridad.

En lugar de eso, actuó por instinto; un instinto primitivo y urgente. Puso una mano sobre su pecho y notó los rápidos latidos de su corazón mientras levantaba la otra para enterrar los dedos en el pelo oscuro.

Jack la besó y no era un beso de castigo. No era un beso de represalia o enojo sino una caricia desesperada. Era todo lo que había extrañado y anhelado desde París.

Ternura. Compañerismo. Placer mutuo.

Un escalofrío la recorrió de arriba abajo.

Jack deslizó la lengua entre sus labios, y sin pensarlo, Bess los abrió para él, el corazón golpeando sus costillas con latidos de triunfo.

Sus lenguas se enredaron en una lenta exploración, una danza tan familiar como respirar, pero también nueva y llena de apreciación por lo que se habían perdido.

Si Jack hubiera exigido, ella se habría resistido. O tal vez no, tuvo que reconocer, aquello era una compulsión más fuerte que cualquiera de los dos.

¿Cómo podía haber olvidado su sabor, complejo y adictivo? ¿Cómo podía haber pasado tanto tiempo sin él?

El beso de Jack era puro gozo. Su piel hormigueaba por todas partes, como si cobrase vida después de casi un año de inactividad. Su corazón latía de modo atronador y ya podía notar la humedad entre sus piernas, como si estuviese preparada para mucho más que un beso.

Eso debería haberla enfadado, pero Jack se apartó para mordisquear ese lugar tan sensible entre la oreja y el cuello y ella supo que estaba perdida.

–Elisabeth…

En ese momento, Jack no parecía un experto negociador sino un hombre desesperado. Por ella.

Es solo sexo, atracción física. No era amor, pero la conexión sexual que había compartido con Jack era lo más parecido al amor que conocía.

Y se había sentido tan sola durante esos meses.

Estaba abrumada por la urgencia de sus sentimientos y él parecía igualmente desesperado, algo nuevo porque Jack no se desesperaba nunca. Era un estratega que no hacía nada por impulso. Lo suyo era la planificación, no la emoción.

Esa idea despertó un destello de esperanza.

–Bésame otra vez, Jack.

Y él lo hizo. Vorazmente, minuciosamente. Sus lenguas se acoplaron en una danza hambrienta que provocó una explosión de calor en su pelvis.

Bess empujó las caderas hacia delante cuando él apretó sus nalgas y la atrajo hacia su dura erección con la promesa de aliviar un deseo devorador.

Lo oyó jadear mientras desataba el nudo que sujetaba el vestido y cuando acarició sus pechos se olvidó de respirar.

Había extrañado tanto aquello. A pesar de todo, había ansiado tanto sus caricias.

Jack levantó la cabeza. En la oscuridad debería haber sido imposible leer su expresión, pero estaba segura de ver en sus ojos tanto un brillo de triunfo como de desesperación.

El único sonido eran sus jadeos, ahogando el ruido de las olas.

–¿Ahora me crees? –murmuró, apretando sus pechos.

Sin esperar respuesta, Jack inclinó la cabeza para envolver un pezón con los labios en una caricia que la hizo arquearse hacia él, entregada.

Jack era el hombre que le había enseñado todo sobre el deseo, el sexo y el placer. Era un hombre generoso y experto, y ella era como masilla entre sus manos, pero no tenía intención de protestar.

Bess trató de calmarse, de pensar con claridad en lo que estaba pasando, ¿pero cómo iba a hacerlo cuando el roce de su cálido aliento sobre sus pechos desnudos la dejaba sin aire?

Perdió la batalla cuando él dijo, en voz tan baja que casi no entendió las palabras:

–Te necesito, Elisabeth. No sé cómo he podido pasar tanto tiempo sin ti. No ha habido nadie desde que te fuiste.

Luego succionó el pezón con tal fuerza, con tal pasión, que Bess se preguntó si iba a llegar al orgasmo en ese mismo instante.

–¡Jack!

No sabía si había sido un grito o un susurro, pero la profundidad de su anhelo estaba ahí, tan clara como el día.

Esa revelación la había desarmado. Jack no había estado con ninguna otra mujer en esos diez meses. Y no se le ocurrió dudarlo porque él nunca mentía. Que la hubiese esperado no debería cambiar nada, pero lo cambiaba todo.

Él la apretó contra el árbol, acariciando sus pechos con una mano y deslizando la otra por la falda del vestido, buscando la abertura para tocar sus muslos.

Bess escuchó un suspiro entrecortado. ¿De él o de ella? No lo sabía y daba igual. Jack la besó de nuevo, lenta y deliberadamente, dándole tiempo para detenerlo. Ella sabía que debería hacerlo, ¿pero cómo negarse una última vez, un último encuentro?

Jack puso la mano sobre el encaje húmedo entre sus piernas y ella tuvo que hacer un esfuerzo para no empujar hacia adelante. Lo deseaba tanto.

Pero fue él quien se apartó, jadeando, apoyando la frente sobre la suya.

–No puedo tenerte contra un árbol, por mucho que lo desee.

Bess se mordió los labios. No había nada que deseara más que tenerlo en su interior, llenando ese doloroso vacío, pero él apartó la mano y la miró a los ojos.

–Hemos venido aquí para hablar –dijo con voz ronca.

–No quiero hablar ahora.

Él asintió, haciendo un esfuerzo para respirar.

–Lo entiendo, pero mañana…

–¡No quiero hablar de mañana!

Bess agarró sus brazos, notando los fuertes bíceps bajo la fina tela de la camisa, y Jack frunció el ceño, mirándola con cara de sorpresa.

¿Porque no estaba acostumbrado a que ella hiciera exigencias? Nunca las había hecho, era cierto.

Y ese era el problema. Su matrimonio con Jack Reilly había sido un desastre, pero la realidad era que el sexo con él la hacía sentir poderosa y no se había sentido así en casi un año.

–¿Estás segura? –le preguntó él.

Eso, más que cualquier otra cosa, inclinó la balanza.

Jack podría haberla tomado allí mismo como ambos querían, pero se apartó. Ella había dejado claro que lo deseaba y él hizo algo que nunca antes había hecho: dudar.

Su marido nunca dudaba a la hora de tomar lo que quería… a menos que fuese una estrategia para aumentar la tensión sexual entre ellos. Pero no era el caso. No, estaba dándole tiempo para reconsiderar, devolviéndole el poder en lugar de usarlo para su propio beneficio. Dándole tiempo para rechazarlo.

Había cambiado, pensó entonces.

No tenía ninguna duda de que podía seguir siendo despiadado, pero en ese momento no estaba aprovechando su ventaja. No estaba intentando seducirla, aunque la presión de ese cuerpo musculoso era una promesa de placer.

Estaba pensando en ella, en lo que ella quería.

Jack siempre había sido generoso en la cama, asegurándose de que alcanzase el orgasmo, a menudo varias veces, antes que él. Pero aquello era diferente. Estaba cediendo deliberadamente el control de una situación en la que tenía ventaja.

Bess experimentó una emoción que no tenía nada que ver con el sexo; una emoción profunda y potente que sacudía todas las certezas sobre su relación.

¿Era posible que aquello no fuera solo sexo para él?

–No pasa nada –dijo cuando ella no respondió–. Puedes cambiar de opinión.

A pesar de que una clara erección presionaba contra su vientre.

Había esperado discusiones si volvían a encontrarse. En cambio, había encontrado consideración y un deseo que había aumentado en lugar de disminuir. Y eso arrasó con sus buenas intenciones y la dejó sin nada que la guiase más que el instinto.

–No he cambiado de opinión. Te deseo, Jack.

No podía mentir sobre eso. Daba igual que su matrimonio no hubiera funcionado, al menos eso era verdad. Y si aquella iba a ser la última vez que hiciese el amor con él, razón de más para disfrutar del momento. Quizá sería una forma de despedirse del lado físico de su relación antes de seguir adelante con su vida.

–Tampoco ha habido nadie más para mí desde París.

–Elisabeth…

Sin decir nada más, Jack la tomó en brazos. Sobre sus cabezas, millones de estrellas parecían mirarlos desde el cielo oscuro mientras la llevaba a su bungaló.