Deseo en la toscana - Sin piedad - Un magnate despiadado - Maggie Cox - E-Book
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Deseo en la toscana - Sin piedad - Un magnate despiadado E-Book

Maggie Cox

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Beschreibung

Deseo en La Toscana Maggie Cox El empresario italiano Fabian Moritzzoni necesita casarse; pero no por amor. Tiene que elegir una futura esposa adecuada y su nueva secretaria encaja en el papel a la perfección. Es pálida, tímida y delgaducha, pero Laura Greenwood enciende su ardiente sangre italiana como ninguna mujer lo ha hecho antes... Sin piedad Susanne James Cuando Melody se tomó unas muy merecidas vacaciones, lo que menos se imaginaba era que viviría un apasionado idilio de verano. Tímida e ingenua, no estaba acostumbrada a los millonarios tan apuestos e irresistibles como Adam Carlisle, un hombre que sin duda solía conseguir exactamente lo que quería. Mel trató de resistirse, pero él redobló sus esfuerzos para conquistar a la inocente belleza... p>Un magnate despiadado Helen Brooks Marianne Carr hará cualquier cosa por salvar su hogar, y el despiadado hombre de negocios Rafe Steed lo sabe. Tiene una cuenta pendiente que saldar con la familia Carr y está decidido a conseguir la casa... y también a ella. Contra toda lógica y sentido común, la joven se ve arrastrada por la poderosa sensualidad de ese magnate de los negocios.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

 

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 408 - agosto 2020

 

© 2008 Maggie Cox

Deseo en la Toscana

Título original: Secretary Mistress, Convenient Wife

 

© 2008 Susanne James

Sin piedad

Título original: The Millionaire’s Chosen Bride

 

© 2008 Helen Brooks

Un magnate despiadado

Título original: Ruthless Tycoon, Innocent Wife

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2009

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todoslos derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-613-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Deseo en la toscana

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Sin piedad

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Un magnate despiadado

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

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Capítulo 1

 

 

 

 

 

DIOS mío!

Irritado y cansado del viaje, Fabian Moritzzoni se masajeó las sienes con los dedos y suspiró con pesadez. Al final, completamente exasperado, se levantó de su asiento. Fuera, el sonido de unas apasionadas y elevadas voces invadía el aire… un bombardeo de ruido para el que Fabian no estaba preparado y del que habría preferido librarse. Y la voz más fuerte de todas pertenecía a María, su ama de llaves.

Para cuando llegó a las dobles puertas de su palaciega mansión, un baqueteado Fiat se alejaba a toda prisa por el sendero mientras María lo contemplaba con los brazos en jarras y expresión de pocos amigos.

–¿Nos han invadido? –preguntó Fabian en su italiano nativo–. ¡Porque eso es lo que parece!

–¡Menudo valor tiene esa gente! ¿Quiénes se creerán que son? –María se volvió hacia su jefe con expresión apasionada–. Eran de la prensa, señor Moritzzoni. Los he pillado husmeando por los alrededores y tomando fotos de la villa. Cuando me he enfrentado a ellos me han pedido una entrevista con usted para preguntarle sobre el concierto aniversario y las celebridades que van a asistir. ¡Los he mandado a tomar viento fresco, por supuesto! Si quieren una entrevista, deberían hablar con Carmela. Seguro que ya ha organizado algo al respecto.

Fabian suspiró a la vez que movía la cabeza de un lado a otro. Luego, a pesar de sí mismo, sonrió.

–Afortunadamente, cuento contigo para proteger mi intimidad, María. ¡Es mejor que tener un guardaespaldas! Pero hazme un favor. Mantén el volumen de voz bajo a primera hora de la mañana… lo digo por mi pobre cabeza, ¿de acuerdo?

–Por supuesto, señor Moritzzoni. ¿Quiere que le prepare ya el café?

–Creo que sería buena idea, gracias.

Unos minutos más tarde, con su taza de café en la mano, Fabian se encaminó hacia el invernadero de su lujoso jardín privado y se sentó en la terraza exterior junto a una mesa de hierro forjado. Desde allí contempló su elegante mansión, iluminada por el temprano sol de la mañana toscana, y la plétora de entoldados blancos que habían sido erigidos frente a ella. Al finalizar la siguiente semana, aquellas marquesinas estarían abarrotadas de italianos famosos, así como de todos los familiares y amigos que asistirían al ya conocido concierto que Fabian organizaba cada año en recuerdo de Roberto Moritzzoni, su padre.

Inevitablemente, la casa bullía de actividad debido a los preparativos para el gran acontecimiento. Sumando aquello al altercado con la prensa, no era de extrañar que anhelara estar un rato a solas para tomarse su café y pensar un rato con calma. Aunque no podía decirse que la noción de calma encajara precisamente con su padre…

Ya llevaba unos días pensando en ello y la perspectiva del concierto y sus preparativos empezaban a producirle una tensión y una irritación que ya conocía muy bien. Si se sumaba a ello su abarrotada agenda y constantes viajes, no era de extrañar que no estuviera obteniendo la misma satisfacción y placer que solía obtener de su trabajo. Como hombre de negocios de éxito, especializado en arte y que apoyaba diversas organizaciones benéficas, su presencia era constantemente requerida, y últimamente empezaba a pensar que debía tomarse un tiempo para meditar sobre el rumbo que estaba tomando su vida. Era evidente que necesitaba replantearse las cosas.

Se pasó una mano por su oscuro pelo rubio e hizo una mueca. Con el exceso de trabajo que tenía entre manos, la posibilidad de unas vacaciones se hallaba a años luz… por no mencionar la posibilidad de otro tema que no dejaba de rondar su mente en los últimos tiempos: matrimonio e hijos.

–De manera que es aquí donde estabas escondido. María me ha dicho que te ha visto venir hacia aquí.

Carmela, la secretaria personal de Fabian, apareció de pronto ante él con su bonita boca curvada en una sonrisa. Fabian estaba tan concentrado en sus pensamientos que ni siquiera la había oído llegar. Inevitablemente acompañada por su cuaderno de notas y su bolígrafo, era evidente que había acudido dispuesta a trabajar.

–¡Apenas hace un día que he regresado de los Estados Unidos y es como volver a un campo de fútbol! –protestó Fabian–. Aparte de mi dormitorio, te aseguro que no hay una sola habitación de la casa que no esté abarrotada de gente. ¿Te extraña que quiera ocultarme?

La sonrisa de Carmela no hizo más que ensancharse.

–¡Pobre Fabian! Pero tengo buenas noticias para ti, así que puede que te animes al escucharlas.

–¿Y qué noticias son ésas? ¿Por fin has decidido no irte de luna de miel antes del concierto?

Carmela dejó de sonreír.

–¡Por supuesto que me voy de luna de miel, Fabian! Ya la he pospuesto en una ocasión por deferencia a las exigencias de trabajo. Vicente es un hombre paciente, ¡pero no tanto! No… he venido a decirte que mi amiga Laura llegará de Inglaterra esta tarde y que voy a ponerle al tanto de todo para que pueda sustituirme a partir de pasado mañana, cuando me vaya.

–Ponerse en tu lugar y ocuparse de organizar un acontecimiento tan importante puede suponer una pesada carga para una novata, Carmela. ¿Estás segura de que tu amiga estará a la altura?

–Hace unos años que es profesora de música y también ha organizado algunos conciertos locales donde vive, de manera que no puede decirse que carezca de experiencia. Y está muy familiarizada con el aspecto artístico del trabajo.

–¿Habla italiano? –preguntó Fabian a la vez que volvía a llevarse una mano a la sien para darse un masaje.

–Aprende rápido, y cuando estuve estudiando con ella siempre era de las mejores en idiomas. Además, tu inglés es casi perfecto, así que no tendrás de qué preocuparte.

–Bien… al menos mientras no espere que la guíe paso a paso en las actividades que debe realizar. Lo cierto es que me alegraré cuando todo este tedioso asunto acabe y mi casa vuelva a recuperar la normalidad.

Carmela miró a su jefe con expresión ofendida.

–El concierto es un acontecimiento maravilloso con el que se consigue mucho dinero para la residencia infantil. No creo que debas calificar de tedioso el privilegio de tener que organizarlo.

–¡Claro que no! ¡No me refería a eso! –era el turno de Fabian de mostrarse ofendido–. De acuerdo –continuó impacientemente–, volvamos al tema de tu amiga. Es una suerte que podamos contar con ella. ¿Ha estado antes en la Toscana?

–No. La he invitado en varias ocasiones, pero estos últimos años han sido difíciles para ella y las circunstancias no le han permitido hacer el viaje. Pero me ha dicho que esta vez necesita urgentemente algo de sol, y sé que se quedará prendada de este lugar y de Villa Rosa… ¿y quién no? Eso me recuerda que debo hablar con María para cerciorarme de que las habitaciones de Laura están listas. Ése es otro aspecto positivo de la situación que debería ayudarte a ver las cosas con más calma, Fabian. La tendrás a tu disposición cada vez que la necesites. ¿Quieres que te traiga otro café? Ése tiene pinta de haberse quedado frío.

–Sí, gracias –Fabian empujó su taza de café hacia Carmela–. Y tráeme también un vaso de agua y algún analgésico para el dolor de cabeza, por favor.

–Tal vez no deberías tomar café si te duele la cabeza.

–¿Ahora vas a hacer de madre además de secretaria?

–Sólo trataba de…

–¡Ya deberías saber a estas alturas que soy imposible sin mi café de la mañana! Pero no me lo tengas en cuenta, Carmela. En uno o dos días ya no tendrás que pensar en mis necesidades. ¡Será tu afortunado marido el que obtendrá toda tu atención!

Carmela perdonó de inmediato el mal humor de su jefe. Sabía que tenía mucho entre manos, y que probablemente lo estaba manejando mucho mejor de lo que lo habría hecho la mayoría en su situación.

–Enseguida te traigo lo que necesitas, y me aseguraré de que nadie te moleste en al menos una hora… ¿te parece bien?

–Si puedes lograrlo, es que eres una secretaria milagrosa.

–¡Hace un momento era tu madre! –dijo Carmela con expresión exasperada antes de alejarse.

Fabian observó cómo se alejaba y se encontró pensando de nuevo en el complicado tema de una esposa y un heredero. Complicado porque en aquellos momentos no mantenía ninguna relación seria ni tenía intención de hacerlo. Cuando un hombre se había quemado una vez en la vida se volvía prudente ante el peligro y aprendía a no acercarse más al fuego. Pero él ya había cumplido los treinta y siete y el tiempo no se detenía.

Debido a su considerable riqueza, y las responsabilidades que conllevaba ser dueño de Villa Rosa, la casa que había pertenecido a su familia durante siglos, necesitaba un hijo o una hija que lo heredaran todo. No… tenía que haber alguna otra forma de conseguir lo que quería sin embarcarse en una relación amorosa. Debía plantearse seriamente encontrar una solución.

 

 

–¡Cuánto me alegro de tenerte aquí por fin! Ha pasado tanto tiempo… ¡demasiado! Estoy deseando irme de luna de miel, por supuesto, pero sería estupendo poder pasar algo de tiempo contigo. Prométeme que no saldrás corriendo en cuanto regrese, dentro de dos semanas, ¿de acuerdo?

Contemplando a la curvilínea morena perfectamente arreglada que había sido su mejor amiga en el instituto, Laura se preguntó cómo podía haber pasado con tanta rapidez el tiempo desde la última vez que se vieron. Hacía al menos diez años que no se veían. Se habían mantenido en contacto por carta y por correo electrónico, por supuesto, y a veces habían hablado por teléfono, pero no era lo mismo que verse regularmente y tener la oportunidad de profundizar en su amistad. Pero ahora que estaba allí, en la Toscana, tenía intención de aprovechar al máximo la oportunidad que había surgido.

Aunque temporal, lo cierto era que la oferta de empleo que le había hecho Carmela había sido providencial. Ni siquiera le importaba que no se tratara de unas vacaciones, porque la música era una pasión absoluta para ella. Estaba segura de que el mero hecho de estar por allí sería un bálsamo para su espíritu y su moral.

–No tengo un trabajo esperándome, Carmela –contestó–, así que no tengo prisa por volver a Inglaterra.

–Me alegra oír eso. No que no tengas trabajo, por supuesto, ¡pero sí que puedas quedarte aquí una temporada!

–Hace tiempo que estaba deseando renovar nuestra amistad.

Laura sonrió y cruzó los brazos sobre la bonita blusa de encaje blanco que vestía con una falda azul pastel. Luego, con un suspiro, volvió sus ojos grises hacia los jardines que se divisaban a través de los amplios ventanales de la casa.

Los tejados de las elegantes marquesinas que brillaban bajo el sol de la tarde le recordaron una justa medieval. Sólo faltaba que aparecieran las damas y los caballeros elegantemente vestidos para asistir al acontecimiento. El mar blanco de los toldos contrastaba con el verde del césped, perfectamente cortado. A lo lejos había una balaustrada de mármol blanco con unas escaleras que llevaban a una sección más privada de los jardines. El olor a madreselva y glicinias entraba por las ventanas abiertas, llenando el aire de una soporífera fusión de excepcional deleite. Era como entrar en un sueño…

–¿Y qué piensas de tus habitaciones? –preguntó Carmela–. Te he puesto cerca del fondo de la casa para que cuentes con un poco más de intimidad si Fabian tiene invitados que vayan a quedarse a dormir. ¡Las vistas desde tus ventanas son espectaculares!

–Son una auténtica maravilla, Carmela. Voy a sentirme como una princesa en esas habitaciones, ¡y sobre todo durmiendo en esa cama con dosel!

–¿Has hablado ya con la prensa, Carmela? Esta mañana han… Oh, disculpa. No sabía que tenías compañía.

Laura se volvió al escuchar aquella profunda voz italiana y vio que el hombre dueño de ella la miraba de arriba abajo con evidente sorpresa desde el umbral de la puerta. Sintió que una extraña tensión la paralizaba y que su proceso mental se ralentizaba. ¿Sería aquél el jefe de Carmela? Si era así, era la antítesis de lo que esperaba.

Rubio, de ojos azules, alto y con una fuerte mandíbula, podría haber sido fácilmente confundido con un danés, un suizo o un alemán. Pero la confianza y ligera arrogancia que proyectaba, así como la forma en que llevaba la ropa, como si ésta y él formaran un todo, la convencieron de que era un auténtico hijo de Italia.

Repentinamente acalorada, apartó la mirada.

–¡Fabian! Llegas justo a tiempo para conocer a Laura. Ha llegado hace una hora y estaba a punto de ir a buscarte para presentártela –Carmela apoyó una mano en la espalda de Laura y la empujó con firme delicadeza hacia su jefe–. Laura, te presento al señor Fabian Moritzzoni, dueño de Villa Rosa y mi jefe. Fabian, ésta es mi querida amiga Laura Greenwood.

Laura alargó automáticamente su mano y Fabian la estrechó, sin excesiva fuerza pero con evidente autoridad.

–Es un placer, señorita Greenwood. Al parecer estoy en deuda con usted por haber aceptado ocupar el puesto de Carmela durante su ausencia. Espero que haya tenido un buen viaje desde Inglaterra.

–El viaje ha sido muy agradable, gracias.

–Tengo entendido que es la primera vez que viene a la Toscana, ¿no?

–Así es, pero no porque no haya querido venir antes. Carmela lleva años pidiéndome que venga, pero nunca se presentaba el momento adecuado. Pero por fin estoy aquí y espero serle útil, señor Moritzzoni.

–Yo espero lo mismo –Fabian frunció ligeramente el ceño antes de añadir–: Puede tomarse el día libre para instalarse y empezar a trabajar mañana. Carmela le pondrá al tanto de todo lo que hay que hacer. ¿Le parece bien? –preguntó, sin apartar la vista de ella un instante.

Laura pensó que tenía la mirada más intensa y perspicaz que había visto en su vida. No le habría gustado encontrarse en el pellejo de alguien que tratara de engañarlo. Pero entonces pensó en otra cosa. ¿Habría visto la cicatriz? ¿Sería eso lo que estaba mirando con tanta intensidad? Alzó instintivamente una mano para tocar los pálidos mechones dorados de su flequillo, repentinamente consciente de la desfiguración que había debajo. En aquel país de gente tan guapa, a Fabian Moritzzoni no debió de agradarle mirar a una mujer del montón afeada por una cicatriz. Laura deseó que terminara de hablar con Carmela y se fuera. Su confianza y empeño en hacer bien aquel trabajo no habían desaparecido, pero se habían visto ligeramente mermados.

–No necesito esperar a mañana para empezar a trabajar –dijo–. Si Carmela necesita que eche una mano de inmediato, por mí no hay problema. Quiero que pueda irse tranquila a disfrutar de su luna de miel, sabiendo que deja la situación en buenas manos. Cuanto antes me entere de lo que hay que hacer, mejor.

–¿Lo ves, Fabian? –dijo Carmela, sonriente–. ¡Te dije que no había nada de qué preocuparse teniendo a Laura aquí!

–Estoy seguro de que tienes razón.

Laura detectó un matiz en la inquietante mirada del italiano que pareció decir: «Me sentiré muy decepcionado si me fallas». Tembló por dentro y, cuando sus ojos se encontraron, necesitó armarse de todo su valor para no apartar la mirada.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

DESDE que la orquesta y la compañía de ópera habían llegado aquella mañana, la casa y sus terrenos habían vibrado con el sonido de la música. Mientras escuchaba, maravillada, Laura deseó que los niños a los que había enseñado pudieran escuchar lo que estaba escuchando ella en aquellos momentos. A pesar de que sólo tenían seis o siete años, habían llegado a apreciar algunas de las piezas clásicas que ella les había hecho escuchar en clase, además de las que solía tocarles al piano. Pero hacía ya dos años que no enseñaba, algo que le producía una intensa sensación de vacío que no podía ser fácilmente colmado.

Hubo una época en el pasado en que soñó con convertirse en intérprete, pero tras descubrir la pasión que le producía enseñar música a los niños, decidió que su verdadera vocación residía en la enseñanza. Ahora, tras el periodo de obligado descanso y recuperación que había tenido que pasar después de su accidente, tendría que ponerse a buscar otra plaza de profesora. Tenía intención de redoblar sus esfuerzos en ese sentido en cuanto regresara de la Toscana, pero de momento se sentía allí en el séptimo cielo, en aquella exquisita mansión, echando una mano a una amiga. Su ánimo y moral ya habían mejorado gracias a la música que sonaba a su alrededor.

Mientras Carmela repasaba los planes para explicarle todo lo relacionado con la celebración, ella se ocupó de cosas más prácticas. No quería quedarse de brazos cruzados habiendo tanto que hacer. Todos aquéllos con los que se cruzaba tenía mil cosas que hacer, de manera que decidió ayudar allí donde viera que era más necesario.

Cuando, un rato después, fue a buscar a Carmela, la encontró aún ocupada haciendo algunas llamadas telefónicas de las que sólo ella podía ocuparse. Al ver que los empleados de la cocina estaban muy ocupados, les echó una mano llevando bandejas de bebidas y comida a los trabajadores que montaban el escenario en la marquesina más grande.

–Buongiorno, signorina Greenwood.

De regreso a la cocina con una bandeja de vasos vacíos, Laura se detuvo al escuchar el saludo de Fabian Moritzzoni.

–Buongiorno –contestó, consciente de que su voz no sonó especialmente firme.

Fabian vestía una camisa blanca de hilo, unos chinos de color crudo y llevaba unas gafas de sol en lo alto de su rubia cabeza. Su aspecto resultaba un tanto bohemio en comparación con el de hombre de negocios del día anterior, casi intimidatorio. Pero Laura no se dejó engañar; estaba segura de que era un auténtico tiburón de los negocios. Ser tan consciente de la cualidad carismática de aquel hombre podía suponer una incómoda distracción para aquel trabajo, pensó. Al reconocer la indefinible amenaza que podía representar para su paz mental, la parte aún sensible y dolida de su ser quiso retraerse de inmediato.

–Veo que ya estás metida de lleno en el trabajo. Organizar algo así da muchos quebraderos de cabeza, ¿verdad? –Fabian sonrió, utilizando aquel gesto con la confianza de un hombre acostumbrado a obtener la atención del mundo desde que era un bebé.

Junto a la suprema vitalidad que irradiaba, Laura se sintió como una pálida sombra a su lado.

Fabian había olvidado el delicado aspecto de la sustituta de Carmela. El día anterior se había quedado con la impresión de una piel pálida como la nieve y unos enormes ojos grises en un rostro menudo y delicado, pero aquella mañana su fragilidad se veía resaltada por la vista de un cuerpo tan delgado como la rama de un abedul a merced del viento. La blusa de muselina blanca y la ceñida falda que vestía atrajeron la atención de Fabian hacia su pequeña cintura, sus estrechas caderas y pequeños pechos, y hacia su flequillo rubio, con el que trataba de ocultar una cicatriz.

–¿Adónde vas con eso? –preguntó a la vez que señalaba la bandeja que sostenía Laura–. ¿A la cocina? Deja que la lleve yo. Parece bastante pesada.

Laura apartó la bandeja a la vez que se ruborizaba.

–Soy más fuerte de lo que parezco, señor Moritzzoni –respondió animadamente, y Fabian se sorprendió ante su vehemente respuesta–. Supongo que no querrá pagarme para que otro haga mi trabajo, ¿no? Además, no quiero entretenerlo. Seguro que tiene cosas más importantes que hacer.

–No me estás entreteniendo, y no pretendía ofenderte ofreciéndote mi ayuda. Simplemente me ha sorprendido verte ocupada en las tareas domésticas cuando esperaba que Carmela te hubiera asignado alguna actividad relacionada con la organización del concierto.

Laura se ruborizó aún más.

–Sólo pretendía ser útil mientras Carmela se ocupaba de unos detalles de última hora antes de ponerme al tanto de lo que voy a tener que hacer. Será mejor que lleve esto a la cocina para ver si ya ha acabado.

–No olvides que a mediodía todos paramos para la siesta… ¡por muy ocupados que estemos! Hace demasiado calor para trabajar.

–Gracias por recordármelo –replicó Laura tímidamente antes de alejarse.

–Piccolo fiocco di neve… pequeño copo de nieve –murmuró Fabian mientras la veía alejarse.

Mientras se tomaba un momento para recordar adónde se dirigía antes de encontrarse con ella, comprendió que el aspecto de Laura había atraído su atención tan enfáticamente como lo habría hecho una elegante mariposa en un inesperado momento de contemplativo y tranquilo deleite.

 

 

Al finalizar las actividades del día, Laura acompañó a Carmela a la piazza de la ciudad a comer con ella y su marido Vincente en uno de los restaurantes del lugar. El marido de Carmela era tan encantador y divertido como Laura había supuesto, y le gustó de inmediato.

Después, mientras los recién casados, que sólo tenían ojos el uno para el otro, tomaban el café, Laura salió a dar un paseo por la piazza y, tras apoyarse contra una balaustrada de piedra, con su ligera estola suelta en torno a los hombros sobre un vestido de verano color limón pálido, se dedicó a observar tranquilamente el lugar. El aire estaba cargado de un cálido aroma a magnolias y los paseantes parecían disfrutar de la placidez de la tarde. Había algunos individuos realmente atractivos paseando por la plaza, pero, en opinión de Laura, ninguno podía hacer sombra al inquietante atractivo de Fabian Moritzzoni. Sorprendida por aquel inesperado pensamiento, sintió un revoloteo de inquietud en la boca del estómago.

–Buonasera, signorina.

Un joven de ojos negros y camisa impecablemente blanca que paseaba con un amigo se detuvo frente a ella y sonrió. Sorprendida por su interés, Laura tuvo la misma sensación de pánico que siempre experimentaba cuando un hombre la miraba. Su cicatriz hacía que fuera extremadamente sensible respecto a su aspecto, a pesar de su empeño en tratar de ignorarla. Pero sin duda ella era la «rara» en medio de aquel desfile de bellezas italianas, y más le valía no olvidarlo.

Inclinó ligeramente la cabeza en señal de reconocimiento al saludo y estaba a punto de retirarse cuando se hizo repentinamente consciente de una ligera conmoción cercana. Tanto ella como los jóvenes que la habían saludado volvieron la mirada en aquella dirección y vieron a un hombre rubio y alto, de anchos hombros, que se encaminaba hacia ellos. Su avance se veía dificultado por varios compatriotas entusiastas que lo detenían para saludarlo y estrechar su mano. Laura fue consciente en aquel momento de que Fabian Moritzzoni debía de ser un hombre importante en la comunidad. Una paciente sonrisa curvó sus labios mientras devolvía los efusivos saludos de sus paisanos, pero, por algún motivo inexplicable, Laura sintió que no todo iba bien tras aquella sonrisa tan aparentemente natural y sincera. ¿Estaría preocupado por el concierto?

Finalmente, Fabian se detuvo ante ella.

–Señorita Greenwood.

Laura sintió que se le secaba la boca ante su penetrante mirada.

Tras un educado buonasera, el joven que la había saludado y su acompañante se alejaron discretamente.

–Hola –respondió Laura.

–Sabía que eras tú. Tu pelo brillante, y tu vestido igualmente brillante, te han delatado. ¿Qué has hecho con Carmela y Vicente?

–Aún están en el restaurante, disfrutando de su café.

–Claro… Son unos recién casados y supongo que están deseando encontrarse a solas. Lamento que mi pobre secretaria haya tenido que esperar tanto para conseguir ese privilegio. Está claro que mi agenda no es nada saludable si ha llegado al extremo de que Carmela no pueda tomarse unos días ni siquiera para ir de luna de miel.

–¿Y no puede hacer algo al respecto?

Fabian entrecerró los ojos.

–¿A qué te refieres?

–A veces no viene mal replantearse las cosas. Tal vez podría aligerar algunos de sus compromisos e ir pensando en organizar una agenda de trabajo menos exigente.

Fabian aún estaba pensando en la sorprendente respuesta de Laura cuando una ligera brisa alzó el flequillo de ésta. De inmediato, Laura alzó la mano para volver a colocarlo en su sitio y una sombra pareció oscurecer su mirada.

–Creo que será mejor que me vaya –dijo con una sonrisa insegura, a la defensiva–. Carmela debe de estar buscándome.

Consciente de que se sentía evidentemente acomplejada por la cicatriz que afeaba su por otro lado inmaculada piel, Fabian se preguntó cómo se la habría hecho. Pero aquello no era asunto suyo. Laura sólo trabajaba para él y sus asuntos personales eran exactamente eso, personales.

–Si Carmela iba a llevarte de vuelta a casa, ¿por qué no dejas que te lleve yo? –se oyó sugerir–. Pensaba volver enseguida. Vamos a buscarla para decírselo.

–No querría abusar de su amabilidad…

–¡Tonterías! ¿Cómo ibas a abusar de mi amabilidad si trabajas para mí además de alojarte bajo mi techo? Además, te agradecería que me tutearas. Eso facilitaría las cosas.

Laura asintió tímidamente.

–En ese caso acepto la oferta… grazie.

 

 

Ya había empezado a anochecer y las luces del coche de Fabian iluminaban las sinuosas curvas del estrecho camino por el que circulaban a bastante velocidad.

Fabian miró un momento a Laura y captó la inquietud de su expresión.

–¿Estoy conduciendo demasiado rápido para tu gusto? –preguntó en un tono a la vez divertido y burlón.

–No dudo de que seas un magnífico conductor, pero mentiría si dijera que no me asusta circular por estos estrechísimos caminos a esta velocidad. ¿Te importaría reducir un poco la marcha?

El impresionante Maserati en que circulaban respondió de inmediato al toque de Fabian y Laura sintió que la poderosa máquina adquiría un ritmo mucho más aceptable. Su alivio de suspiro fue claramente audible en los íntimos confines del lujoso exterior.

Miró de reojo a Fabian. Probablemente pensaría que era una mojigata. Tenía muchos motivos para ser especialmente cautelosa, pero su nuevo jefe no lo sabía…

–¿Así está mejor?

–Mucho mejor, gracias.

–¿Qué te ha parecido nuestra pequeña ciudad?

–Me ha parecido encantadora. He tenido la sensación de que hay un auténtico sentido de comunidad entre sus habitantes. Y el paseo por la plaza ha sido fascinante.

–Como probablemente sabrás, somos una cultura muy tradicional, y eso se nota aún más en las pequeñas ciudades como ésta y en los pueblos. Pero Italia también es muy moderna… especialmente sitios como Milán o Roma.

–Para un inglés siempre han sido destinos turísticos especialmente sofisticados, y aunque me encantaría visitarlos, creo que prefiero tu pequeña ciudad, aunque no sea tan moderna.

–¿De manera que eres una tradicionalista? ¿La clase de mujer que prefiere un hogar y una familia a una carrera y una sofisticada vida social?

–Nunca me ha interesado especialmente llevar una sofisticada vida social, pero el conflicto entre tener hijos y mantener una profesión no parece haber mejorado para las mujeres. Sin embargo, creo que la decisión de tener un hijo es tan trascendental que las necesidades y el bienestar de éste deberían anteponerse a las exigencias de una profesión. Pero en una relación de igualdad eso debería aplicarse también al hombre que decide ser padre. Si eso me convierte en una tradicionalista, supongo que debo serlo.

Fabian permaneció un momento en silencio, pensativo.

–Me alegra saber que aún hay mujeres jóvenes a las que les preocupa tanto el bienestar de sus hijos que elegir quedarse en casa en lugar de seguir con su profesión no supone un sacrificio tan terrible –comentó–. Cuando los valores que aún podamos conservar en la cultura occidental han sido tan degradados por la televisión y los medios de comunicación, resulta reconfortante comprobar que no todo el mundo se ha visto tan influenciado por éstos.

Después de aquello permanecieron en silencio como por mutuo acuerdo, como si a ambos les hubiera sorprendido comprobar que compartían aquellos puntos de vista.

Poco después divisaron las luces de la villa.

–Ya casi estamos en casa –dijo Fabian.

«En casa…». Laura deseó que el sueño que aquello evocaba en ella fuera una realidad… la realidad que tanto anhelaba su corazón.

 

 

–Fabian me ha pedido que nos reunamos a comer con él –dijo Carmela distraídamente mientras examinaba unos papeles con el ceño ligeramente fruncido.

–¿En serio? –de rodillas en la suntuosa alfombra que cubría el suelo del despacho, mientras desembalaba otra caja de copas de champán y comprobaba si había alguna rota, Laura miró a su amiga con expresión de sorpresa.

Los ventiladores dispersos por la casa apenas servían para aliviar el sofocante calor y su vestido rosa sin mangas parecía pegarse a su acalorada piel. Sin embargo, Carmela parecía fresca como una rosa.

–Ya sé que se suponía que me iba al mediodía, pero Fabian ha insistido en que me quedara a comer, y he aceptado –Carmela volvió su encantadora mirada hacia Laura–. ¡Y cuando Fabian insiste en algo es muy difícil negarse! Además, ha sido muy bueno conmigo y no quiero decepcionarlo. Es un hombre generoso y considerado… no un tirano, como algunos jefes de los que se oye hablar.

–Sí, ¿pero por qué me ha invitado a mí también? –preguntó Laura sin ocultar su desconcierto–. Sólo estoy aquí temporalmente, y hay tanto que hacer que debería seguir trabajando. Puedo comer algo luego.

–Fabian ha insistido en que comamos las dos con él. Le gusta atender a su gente cuando está en casa, algo que no sucede a menudo, porque viaja mucho. Le ayuda a relajarse, y una comida como ésta también es una oportunidad para conocerte un poco mejor antes de que empecéis a trabajar juntos.

–En ese caso, supongo que tendré que ir.

Laura pensó en el trayecto del día anterior en el coche de Fabian. La intimidad de la situación le había hecho sentirse muy consciente de su cercanía, y la poderosa fuerza de su presencia le había impedido sentirse totalmente cómoda. Pero la conversación que mantuvieron le sirvió para tranquilizarse, y, a pesar de la velocidad con que había conducido Fabian al principio, hacía tiempo que no se había sentido tan relajada yendo en coche.

El recuerdo de todo ello había dejado una intensa impresión en sus ya recargados sentidos que resultaba difícil de disipar. Pero lo que acababa de decirle a Carmela era totalmente cierto. Tan sólo quedaban cuatro días para el concierto y, a pesar de lo confiada que parecía Carmela en sus habilidades para resolver cualquier problema, ella aún tenía que ganarse la confianza de su nuevo jefe.

 

 

Fabian se permitió una leve sonrisa mientras miraba en torno a la elegante mesa. Rodeado de aquellas tres bellas mujeres, no podía quejarse de no estar en su elemento.

Mientras Aurelia Visconti, una morena y vivaz cantante de ópera de Verona, charlaba con Carmela sobre la inminente luna de miel de ésta, Fabian posó su mirada en la joven inglesa. Parecía un tanto acalorada bajo el lujoso toldo que se hallaba junto al invernadero, donde estaban comiendo, y su delicado pelo rubio enmarcaba con sus sedosas mechas su rostro en forma de corazón…

–Tengo la sensación de que nuestro clima hace que te sientas un tanto incómoda, Laura.

Laura pareció momentáneamente sorprendida, pero enseguida sonrió.

–Ya me acostumbraré. Lo creas o no, cuando salí del Reino Unido hacía casi tanto calor como aquí. Me temo que el clima está cambiando en todo el mundo.

–Eso parece.

–Sin embargo, cuando se examina la historia, la tierra siempre parece salir adelante de un modo u otro. No pretendo decir que no haya que tomar medidas para mejorar las cosas, o que no haya que reconocer nuestra parte de responsabilidad en lo que está sucediendo, pero al final el asunto está fuera de nuestras manos.

–¿Tal vez otro indicio de que no somos nosotros quienes dictamos nuestro destino?

–Sí.

–No es un pensamiento especialmente cómodo para aquéllos a quienes les gusta organizar su futuro hasta el más mínimo detalle –dijo Fabian con irónico humor–. Deduzco por lo que has dicho que no eres una de esas personas.

–No. En la actualidad no hago planes a largo plazo. Me he dado cuenta de que la vida tiene el feo hábito de intervenir cada vez que trato de controlar algo.

La mirada de Laura pareció ensombrecerse cuando dijo aquello, y Fabian intuyó que su mente había regresado por un instante a algún momento oscuro de su vida. Parecía una joven reflexiva, callada y sin malicia, muy diferente a la mayoría de las mujeres con las que solía entablar conversación. Para empezar, en su mirada no había el más mínimo destello de flirteo, algo a lo que estaba acostumbrado, aunque no le producía el más mínimo engreimiento. ¿Tendría una relación amorosa y estaría totalmente entregada a su pareja? ¿Hasta el extremo de que no se le ocurriría mirar a otro?

Fabian tamborileó con los dedos sobre la mesa al comprender que no le habría importado que Laura flirteara un poco con él. Obviamente, había llegado el momento de apartar sus pensamientos de un terreno tan peligroso.

–Carmela me ha dicho que en Inglaterra enseñabas música. ¿De qué edad eran tus alumnos?

–De seis y siete.

–¿Tan jóvenes?

–Nunca se es demasiado joven para disfrutar de la música.

–Por tu expresión, parece que te gustaba tu trabajo.

–Me encantaba –un ligero rubor cubrió las mejillas de Laura y Fabian no pudo evitar disfrutar de ello–. Por eso me disgustó tanto perder el trabajo.

–¿Qué sucedió?

–Sufrí un accidente –la expresión de Laura pareció indicar que había tomado un camino por el que habría preferido no circular. Hizo una mueca–. Pasé una convalecencia bastante larga y cuando regresé al colegio el director me explicó que las autoridades habían decidido cerrar el departamento de música debido a falta de presupuesto. Yo sabía que la música no era una prioridad en el currículum de la escuela, pero sabiendo cuánto disfrutaban los niños de mis clases, creo que fue una lástima que tomaran esa decisión.

–Algunos centros de enseñanza son muy estrechos de miras en lo referente a la enseñanza de las artes –dijo Fabian–. Pero, contando con profesores tan entusiastas como tú, es posible que eso cambie.

–No estaría mal.

A pesar de su interés por seguir averiguando cosas sobre la experiencia laboral de Laura, y de su curiosidad por el accidente que le había privado de su trabajo, la atención de Fabian se vio repentinamente requerida por Aurelia Visconti.

La cantante apoyó una enjoyada mano sobre la suya e hizo un mohín con los labios.

–¡Cariño! ¡No paras de hablar con tu pequeña amiga inglesa y estás haciendo que me sienta marginada! Estoy segura de que está lo suficientemente ocupada ayudándote a organizar el concierto como para encima monopolizar tu valioso tiempo libre.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

LAURA no entendió todo lo que estaba diciendo la otra mujer, pero desde que había aceptado volar a la Toscana para reemplazar a Carmela no había dejado de escuchar cintas en italiano y de devorar libros de frases, de manera que, aunque la mirada de desdén de la cantante no hubiera manifestado con toda claridad el sentido de sus palabras, habría podido captar gran parte de su significado.

De pronto deseó que la comida terminara cuanto antes. Así podría tener una excusa para irse y volver al trabajo. De hecho, se preguntó si su anfitrión protestaría si le presentara sus excusas y se fuera de inmediato. Cuando miró a la diva y a Fabian, la mirada de éste reclamó la suya durante un largo y perturbador momento. Sintió que el estómago se le encogía como si estuviera a punto de dar un salto mortal.

–¿Sucede algo, Laura? –preguntó Fabian.

–No… no sucede nada. Sólo me preguntaba si te importaría que me saltara el postre para volver a trabajar cuanto antes. Estoy deseando ponerme a…

–¡Quiero que te quedes hasta que termine la comida! –dijo Fabian, sorprendido y furioso a la vez–. No estoy acostumbrado a que mis invitados se levanten en medio de la comida y se vayan. Por importantes que sean tus obligaciones, tendrás que esperar.

Consciente de que todas las miradas se habían vuelto hacia ella, Laura sintió que su rostro se acaloraba. Lo único que había pretendido era escapar de una situación en que se sentía incómoda, y era cierto que estaba deseando seguir adelante con el trabajo para el que había sido contratada. Pero, en lugar de ello, lo único que había logrado había sido ofender al único hombre al que no se podía permitir ofender. Fabian había vuelto a prestar atención a la deslumbrante criatura que tenía a su lado, pero su expresión y la especial firmeza de su arrogante mandíbula confirmaron las sospechas de Laura. Sintiéndose abatida además de acalorada, tomó un largo sorbo de su vaso de agua con la esperanza de aliviar su bochorno además de su sed.

 

 

Laura se había despedido afectuosamente de su amiga Carmela cuando finalmente había partido para su luna de miel y había pasado el resto de la tarde familiarizándose con sus nuevos deberes. Había llamado para presentarse a varias de las compañías que iban a brindar sus servicios la noche del concierto y había enviado una última remesa de invitaciones para la plantilla de un hospital cercano.

Acababa de encargar por teléfono el envío de un ramo de flores de parte de Fabian a la formidable Aurelia Visconti, que iba a alojarse en una villa cercana hasta después del concierto, cuando su jefe asomó la cabeza por la puerta. ¿Habría algo entre éste y la bella cantante de ópera? Era lógico especular al respecto después de cómo había reclamado la cantante su atención durante la comida… aunque Carmela le había mencionado que su jefe estaba divorciado y sin compromiso.

–¿Qué tal te vas haciendo con todo?

–De momento bien.

–¿Sin problemas?

–Nada que no pueda manejar.

–Bien. Sólo he venido para decirte que voy a salir y que no me esperes hasta el final de la tarde.

–De acuerdo.

–Mañana te trasladarás a mi despacho.

–Oh… ¿es realmente necesario? Empezaba a acostumbrarme a este sitio… El traslado podría hacerme perder un tiempo muy valioso para la organización del concierto.

–Apenas te llevará tiempo acostumbrarte. Tendrás que estar cerca de mí para hacer preguntas y para hablar con otras personas y solucionar problemas. Todo será más fácil si estamos juntos. ¿Necesitas preguntarme algo antes de que me vaya?

–Nada que se me ocurra en este momento.

Laura trató de no mostrarse afectada por la noticia de que iba a trabajar en el mismo despacho de Fabian. El incidente que había tenido lugar durante la comida le había hecho sentirse aún más consciente de él, y deseaba borrarlo cuanto antes de su memoria. Pero también se sintió frustrada al no tener la opción de preguntarle más sobre el concierto.

La breve conversación que habían mantenido sobre la vida y su planificación había despertado su curiosidad sobre cómo veía aquellos temas Fabian. ¿Sería aquel concierto aniversario una tradición para él y su familia? ¿Le parecería una responsabilidad excesiva y demasiado cara?

–En ese caso, buenas tardes y que disfrutes de la cena que va a prepararte María –dijo Fabian a la vez que esbozaba una sonrisa–. Es una cocinera excepcional y prepara la mejor lasaña de Italia. Ciao!

A continuación, Fabian se fue, dejando tras sí un agradable aroma a sándalo.

Laura se preguntó si iría a visitar a Aurelia.

Impaciente por el hecho de que aquellas irrelevantes consideraciones ocuparan su mente, se apoyó contra el respaldo de la silla, liberó su pelo de la cinta que lo sujetaba y suspiró al sentir que su cuello y hombros se relajaban.

 

 

Poco después de que Laura terminara de comer la deliciosa lasaña preparada por María, y cuando la mayoría de los trabajadores, músicos y cantantes ya se habían ido, la mansión quedó sumida en un apacible silencio. Aún resonaba en su mente el eco de la maravillosa música con que habían sido regalados sus oídos a lo largo del día, y se hizo consciente de que, a pesar de todo, se sentía más feliz que hacía mucho tiempo. Había vuelto a ver a una amiga a la que había echado mucho de menos y le había surgido la oportunidad de trabajar en un entorno realmente idílico. ¿Sería una señal de que su vida iba a mejorar?

Mientras tarareaba suavemente una de las melodías que había escuchado a lo largo del día, introdujo en su sobre la última invitación para la cena que tendría lugar después del concierto, a la que estaban invitadas algunas de las principales autoridades locales, y la colocó sobre las demás. A continuación se arrodilló en el suelo para abrir dos cajas de cristalería que aún le quedaban por desembalar. Al hacerlo sintió un ligero y familiar dolor en un muslo, pero el delicioso aroma de las glicinias que llegaba por la ventana la distrajo y un momento después estaba cantando despreocupadamente la melodía que unos momentos antes tarareaba.

 

 

Cuando Fabian en el vestíbulo de la villa se quedó momentáneamente paralizado. La voz que se escuchaba cantando era tan dulce, tan exquisitamente pura, que apenas se atrevió a respirar. ¿Quién era aquel ángel? Estaba segura de no haberla escuchado antes. De lo contrario no la habría olvidado. ¿Se trataría de alguna joven recientemente contratada por la compañía?

Cuando la canción acabó, Fabian soltó el aliento y movió la cabeza en mudo asombro. ¡Tenía que conocer a aquella cantante!

Llevaba unos minutos buscando en vano por la casa cuando volvió a escucharse la exquisita voz. Fabian permaneció un momento quieto para localizar su origen y se encaminó hacia el despacho que estaba ocupando Laura en lugar de Carmela. Su tensión fue aumentando con cada paso que daba. Al entrar en el despacho vio a su secretaria eventual de espaldas a él, colocando unos archivos en una estantería. Notó que se había descalzado y que se había soltado el pelo, que caía delicadamente sobre sus hombros. Pero lo que más le impresionó fue comprobar que era la dueña de aquella exquisita voz.

No dijo nada, pues tenía intención de permitir que terminara de cantar antes de dirigirse a ella, pero Laura dejó de cantar de pronto y se volvió hacia él con una expresión ligeramente asombrada.

–¡Oh!

–Tienes una voz exquisita. No sabía que cantaras así.

–Espero no haberte molestado. Sólo estaba manifestando mi felicidad por estar aquí, en tu maravillosa casa. Siempre canto cuando me siento feliz.

–No te disculpes. Tienes un talento notable, Laura. Carmela no me había mencionado que cantaras.

–Hacía diez años que no nos veíamos y, aunque nos hemos mantenido en contacto, nunca hablábamos de esas cosas. Además, es algo que sólo hago para divertirme.

Laura alzó una mano para apartar un mechón de pelo de su frente y Fabian se fijó en que llevaba un pendiente de plata con una pequeña y brillante piedra azul. Apenas podía creer que concediera tan poca importancia a poseer un talento por el que otras personas habrían entregado los ahorros de toda su vida.

–¿Por qué? –preguntó de inmediato–. Con la orientación adecuada, podrías tener una carrera impresionante. Me he relacionado con cantantes, músicos y artistas toda la vida… No te estoy diciendo esto a la ligera.

–¡Pero yo no quiero una carrera impresionante! Lo que quiero es poder enseñar música a los niños, como hacía antes. Si pudiera permitírmelo, lo haría gratis.

Desconcertado por aquella inesperada y apasionada respuesta, Fabian alzó las cejas. No era una exageración decir que la gente de aquella época idolatraba la fama y la fortuna y, sin embargo, a pesar de poseer un evidente talento, aquella delgada joven parecía preferir dedicarse a enseñar a niños. Hacía tiempo que nadie le intrigaba tanto. Sin duda, su ex mujer jamás habría hecho gala de tal altruismo y generosidad. ¡Más bien lo contrario!

Pero Fabian no quería pensar en la avariciosa y falsa Domenica. En aquellos momentos era Laura quien tenía toda su atención.

–Es admirable que estés dispuesta a hacer desinteresadamente lo que te gusta… aunque sea una actitud un tanto ingenua. ¿Eres consciente de que podrías hacerte bastante rica con una voz como la tuya? Jamás tendrías que volver a preocuparte por el dinero.

–Ya te lo he dicho –Laura se agachó para tomar sus sandalias y, tras ponérselas, miró a Fabian–. No estoy interesada en seguir una carrera de cantante. Soñé con ello hace mucho, cuando era una jovencita, pero con el paso del tiempo descubrí que sentía más pasión por enseñar. Puede que nunca me haga rica, pero la riqueza no me atrae tanto como a otras personas. ¡No todo el mundo se siente tan cautivado por el dinero! –se mordió el labio, repentinamente ansiosa–. Lo siento. No pretendía resultar ofensiva.

–No lo has sido.

–Mis necesidades son sencillas… a eso me refiero. Si no te importa, creo que voy a retirarme ya. Quiero empezar a trabajar temprano mañana por la mañana.

–Ya has trabajado bastante hoy. No es necesario que mañana empieces antes de lo normal.

–Si tú lo dices.

–¿Y tu novio? Seguro que querrá que aproveches al máximo tu excepcional talento.

Laura pareció momentáneamente desconcertada por la pregunta.

–No hay ningún hombre en mi vida, aparte de mi padre.

–¿Y no quiere que…?

–Lo único que quiere mi padre es que sea feliz.

Laura alzó ligeramente la barbilla al decir aquello y sus pálidos ojos adquirieron una expresión desafiante. Al captar aquella inesperada fuerza de carácter, Fabian comprendió que no debía ir más allá.

Incapaz de pensar en otra excusa para retenerla allí, metió la mano en un bolsillo e inclinó brevemente la cabeza.

–En ese caso, nos vemos por la mañana, Laura. Que duermas bien.

–Lo mismo te digo.

Laura apartó de Fabian su mirada de luz de luna y al pasar junto a él dejó una estela de perfume a la vez sensual e inocente.

Fabian permaneció durante un largo momento donde estaba, como si le hubieran soldado los pies al suelo.

 

 

–Los farolillos deben colgar de los árboles a ambos lados, para que el sendero quede bien iluminado cuando empiecen a llegar los invitados.

Laura estaba dando explicaciones en una mezcla de inglés e italiano a dos serviciales trabajadores que estaban con ella en el despacho cuando Fabian entró con una taza de café en la mano. Estaban en sus dominios, y Laura no había visto nunca un despacho más elegantemente decorado. Era casi dos veces más grande que el de Carmela y estaba lleno de los más exquisitos objetos de arte.

–Buongiorno!

Fabian incluyó a todo el mundo en su saludo, pero su mirada se detuvo en Laura, que fue incapaz de apartar la suya de aquellos intensos ojos azules.

–¿Has dormido bien? –preguntó Fabian.

–Sí, gracias… ¿y tú?

–Como un bambino.

Los labios de Fabian se curvaron en la sonrisa más juvenil y cautivadora que Laura había visto en su vida. El sol, que entraba a raudales por los ventanales que había tras él, lo iluminaba con un deslumbrante halo dorado.

–¿De verdad? –murmuró Laura.

–Anoche escuché cantar a un ángel –la expresión de Fabian era deliberadamente provocativa y Laura no pudo evitar sonrojarse. Parecía sugerir que compartían un secreto… un secreto que, de algún modo, le hacía estar en su poder–. Me acosté con el sonido de su exquisita voz aún resonando en mis oídos… bella –Fabian se besó los dedos unidos en extravagante gesto y su sonrisa se ensanchó.

Los dos trabajadores sonrieron al escucharlo y asintieron manifestando su aprobación. Mientras, Laura sintió que su cuerpo temblaba con tal fuerza que temió que todos fueran a notarlo.

–Ayer la casa estuvo llena de música exquisita –dijo y, sonriendo con el gesto más despreocupado que pudo, se volvió hacia los trabajadores–. Ya sabéis lo que tenéis que hacer, ¿no? –añadió en un tono ligeramente autoritario a la vez que se cruzaba de brazos–. Los farolillos están listos en el almacén. Llegaron ayer y ya he comprobado que están todos los que fueron encargados. Avisadme cuando terminéis para que vaya a ver qué tal han quedado. Grazie.

–Si, signorina.

El despacho quedó en silencio cuando los trabajadores salieron y Fabian ocupó pensativamente su asiento. Mientras deslizaba una crítica mirada por la figura y la piel de porcelana de su secretaria, notó que aquella mañana parecía más pálida que algunas de las esculturas de mármol de Miguel Ángel. ¿La habría disgustado con sus comentarios? En lo primero que había pensado aquella mañana al levantarse había sido en su voz, y no había dejado de pensar en ésta desde entonces.

–¿Por qué no te has reunido conmigo para desayunar?

–María me ha llevado amablemente café y fruta al dormitorio.

–¿Café y fruta? ¿Acaso tratas de morir de hambre? ¡No me extraña que estés tan delgada!

–No sucede nada malo con mi apetito. Disfruto de la comida como cualquier otro. Ésta es mi constitución natural.

–Seguro que muchas mujeres te envidian.

Fabian hizo aquel comentario sabiendo que normalmente prefería mujeres de formas más voluptuosas. Pero no podía negar que el pequeño tamaño de Laura era perfecto para su delicada estructura ósea.

–Lo dudo. Soy muy consciente de mi aspecto y sé que apenas hay nada que envidiar.

Sorprendido por su comentario de autodesprecio, Fabian no pudo creer que lo hubiera hecho para alentarlo a que la contradijera. Pero le desconcertó que Laura no pareciera consciente de su propio atractivo. A fin de cuentas, una cicatriz era sólo una cicatriz. Para él apenas significaba nada, pero comprendía que para una mujer resultara algo difícil de superar en la cultura obsesionada por la imagen en que vivían. Estaba a punto de apartar la mirada de ella cuando notó que se había ruborizado.

–En cualquier caso, prometo compensar mi escaso desayuno con una buena comida –dijo Laura–. Así no tendrá que preocuparte la posibilidad de que me desmaye a tus pies.

–Eso no sería bueno para mi reputación, desde luego –bromeó Fabian.

Laura fue a su escritorio y tomó unos papeles y un bolígrafo.

–Necesito preguntarte algunas cosas referentes a la cena de después del concierto.

Fabian notó que había algo irresistiblemente sensual en la expresión que adquiría su rostro cuando estaba concentrada. Tensó ligeramente la mandíbula cuando Laura se acercó a él. Su cautivador aroma lo alcanzó enseguida y la intensa reacción que experimentó al aspirarlo lo desconcertó. Fue un descubrimiento inesperado que sólo podía llevar a complicaciones innecesarias si no tenía cuidado.

–¿Qué quieres preguntarme? –preguntó con el ceño fruncido.

–Es sobre el protocolo de la tarde.

La inquietud de Fabian aumentó cuando Laura se acercó a él y se inclinó a su lado para que pudiera ver la lista de invitados. En lo único que pudo concentrarse fue en su pelo, que parecía tejido con rayos de sol y en que con su pequeña y recta nariz y delicada mandíbula su perfil parecía el del más exquisito camafeo…

Finalmente tomó la lista de manos de Laura.

–Haré algunas anotaciones en inglés junto a cada nombre para ti. Ahora tengo algunas llamadas importantes que hacer. Esta tarde repasaremos todo el plan y averiguaremos exactamente cómo va todo.

–De acuerdo. Gracias.

Laura ya se estaba alejando cuando de pronto se detuvo.

–Tu padre debió de amar mucho la música, y éste es un lugar exquisito para el concierto. ¿Fue idea tuya organizar este acontecimiento anual en su recuerdo?

Desconcertado por su pregunta, Fabian miró un momento a Laura con dureza. Tuvo que esforzarse por contener la intensa sensación de resentimiento que corrió por sus venas.

–Sí, la música significaba mucho para él. Se consideraba un gran aficionado a la ópera. De hecho, se consideraba un experto en muchas cosas. Pero no fue idea mía organizar el concierto. ¡Ni mucho menos! Mi padre dejó instrucciones al respecto en su testamento. Incluso muerto, Roberto Moritzzoni quiso asegurarse de que no lo olvidaran. No abandonó con facilidad sus posesiones ni su vida.

–Comprendo.

–Lo dudo, Laura. Pero puede que te lo explique algún día, antes de que te vayas de Villa Rosa.

Fabian apartó su taza de café a un lado y se concentró en la lista de invitados. Todos eran ex asociados de su padre que seguían aprovechándose de su relación con Roberto Moritzzoni. ¡Como si no hubieran comido como los reyes suficientes veces a lo largo de los años a costa de su familia! Sintió el impulso de prender la lista con una cerilla para acabar con ella.

Al alzar la mirada vio que Laura había vuelto a ocupar su escritorio y estaba centrada en la pantalla del ordenador. ¿Qué habría dicho Roberto si le hubiera presentado a alguien como ella como su futura esposa? Después de tantos años, casi pudo escuchar su risa burlona ante la posibilidad de algo tan absurdo. Todo en ella habría sido inadecuado, empezando por el hecho de que no fuera italiana y siguiendo por el de que no tuviera conexiones familiares importantes y útiles. En cuanto a su aspecto… Roberto la habría considerado demasiado pálida, demasiado delgada e insuficientemente maternal y voluptuosa como para darle los nietos que buscaba…

–¡Fanático y viejo loco! –masculló entre dientes.

–¿Disculpa? –dijo Laura desde el otro lado del despacho, sorprendida–. Pareces disgustado –añadió al ver que Fabian no respondía.

–Tienes razón. Estoy disgustado. Pensar en mi padre suele provocarme esa reacción. No era precisamente el hombre más agradable del mundo, Laura. De hecho, podía ser bastante cruel, sobre todo con los más cercanos a él. ¿Te desconcierta escuchar eso?

Laura lo miró con expresión preocupada.

–La crueldad siempre me desconcierta… aunque sé que, por desgracia, abunda.

Fabian hizo una mueca.

–En ese caso, cambiemos de tema y pensemos en algo más agradable. Si quieres que recupere mi buen humor, ¿qué te parece si me traes un poco más de café?

–Por supuesto. Voy a buscar a María para que lo prepare.

Laura se puso en pie de inmediato y miró tímidamente a Fabian antes de salir. Él observó cómo se alejaba con una sensación de anhelo que no quiso pararse a examinar con detenimiento. La clase de anhelo que podía dar fácilmente al traste con su relación de jefe-empleada.

Capítulo 4

 

 

 

 

 

ALGUNOS amigos de Fabian se presentaron inesperadamente a almorzar y Fabian insistió en que Laura se reuniera con ellos. Comieron al aire libre, en una de las espectaculares terrazas de la villa. El sol brillaba y el vino corría y, aunque su jefe mostraba interés en la conversación que mantenía con sus amigos, e incluso reía en alguna ocasión, Laura notó que su mente no estaba por completo en el presente.

Mientras comía una manzana de postre, recordó los sorprendentes comentarios que había hecho Fabian respecto a su padre y el concierto. Descubrir que éste había sido un hombre cruel la había inquietado, sobre todo por cómo habría afectado aquel hecho a Fabian mientras crecía.

Tras averiguar que la relación que había mantenido con su padre había sido menos que idílica, y que, obviamente, la celebración del concierto de aniversario le recordaba aquel hecho, no le extrañó que Fabian pareciera estar pensando en otra cosa. No podía empezar a imaginar el dinero, tiempo y esfuerzo que debía suponer organizar un acontecimiento de aquella magnitud… ni hasta qué punto molestaría a Fabian tener que ocuparse de todo ello si lo hacía por un sentimiento de deber, no por amor hacia su padre. ¿Estaría deseando que todo el asunto terminara cuanto antes, en lugar de desear que llegara?

Cada vez más curiosa y preocupada, Laura alzó la mirada y se encontró de lleno con la de Fabian. Junto a ella, un conde italiano de nombre impronunciable rió la broma que acababa de hacer su anfitrión. Esperaba que Fabian le dijera algo, y no pudo evitar sentirse decepcionada cuando se limitó a volver la cabeza para hablar con el anciano caballero que tenía a su lado.

–¡Lo zio, Fabian!

Una niña de pelo negro y rizado y ojos oscuros apareció en aquel momento en lo alto de las escaleras de la terraza y corrió hacia Fabian, que la sentó en su regazo. La niña lo rodeó con los brazos por el cuello y apoyó la cabeza en su pecho.

–¡Cybele!

Las muestras de afecto que siguieron entre la niña y Fabian sorprendieron y agradaron intensamente a Laura. Un antiguo deseo palpitó en su pecho y sintió ganas de llorar, porque sabía que, muy probablemente, nunca llegaría a cumplirse. Un deseo que casi quedó destruido a causa de una relación que no acabó bien.

Todos los que rodeaban la mesa aplaudieron e hicieron comentarios sobre la belleza de la niña y el evidente placer que sentía Fabian al estar en su compañía.

–Disculpe, señor Morittzoni.

María apareció en lo alto de las escaleras, resoplando y sin aliento mientras se secaba con un pañuelo el sudor de la frente. Por lo que siguió, laura dedujo que Cybele era su nieta, que había ido a visitarla. Encantada al averiguar que Fabian estaba en casa, la niña había corrido a buscarlo.

Fabian le dijo a María que no se preocupara. Le encantaba ver a la niña, a la que preguntó si quería quedarse a comer algo con ellos. María le dio las gracias, pero insistió en que Cybele volviera con ella y dejara comer tranquilamente a los mayores. La niña se fue de mala gana y se despidió moviendo la mano hasta que desapareció de la vista junto con su abuela.

–¡Qué niña tan encantadora! –dijo Laura.

–¿Le gustan los niños, signorina? –preguntó con una sonrisa el caballero que estaba junto a Fabian.

–Sí. Mucho.

–En ese caso, será una mamá perfecta. Pero antes necesita un marido, ¿no?