Detrás de escena - Naomi Striemer - E-Book

Detrás de escena E-Book

Naomi Striemer

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Beschreibung

Naomi, con 18 años, entró en una de las salas de reuniones más prestigiosas para los músicos: Sony Records, y salió unos minutos después con un contrato discográfico. Naomi estaba siendo aclamada por los críticos como la "siguiente Céline Dion". Con sus sueños de fama y fortuna en camino, Naomi se codeaba con Randy Jackson, Carlos Santana, Steven Tyler, Britney Spears, Sean "Puff Daddy" Combs, Avril Lavigne y Justin Timberlake. Pero una conversación cambió todo. En el angosto pasillo de un estudio de hip-hop, un chofer le dijo: "Tuve un sueño acerca de ti anoche. Un ángel se me acercó y me dijo que tenía un mensaje que tenía que darte". Ese mensaje la estremeció, y la forzó a revaluar su vida. Estaba en el umbral de todo lo que había soñado. Pero sabía que tenía que tomar una decisión. ¿Se quedaría a ver cómo se desarrollaban sus sueños o renunciaría a todo para seguir a un Dios incomparable? "Detrás de escena" es el cándido relato de una artista prometedora que dejó todo para seguir a Cristo.

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Detrás de escena

La historia de Naomi Striemer

Noami Striemer

Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires, Rep. Argentina.

Índice de contenido
Tapa
Dedicatoria
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Galería de fotos

Detrás de escena

La historia de Naomi Striemer

Naomi Striemer

Título del original: BACKSTAGE PASS: The Naomi Striemer Story. Pacific Press Publishing Association, Boise, ID, EUA, 2013.

Dirección: Martha Bibiana Claverie

Traducción: Natalia Jonas

Diseño del interior: Giannina Osorio

Diseño de tapa: Gerald Lee Monks

Ilustración del interior: Naomi Striemer

Libro de edición argentina

IMPRESO EN LA ARGENTINA - Printed in Argentina

Primera edición, e-book

MMXX

Es propiedad. © 2013 Pacific Press Publishing Association.

© 2016, 2020 ACES.

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.

ISBN 978-987-798-311-1

Striemer, Naomi

Detrás de escena : La historia de Naomi Striemer / Naomi Striemer / Dirigido por Martha Bibiana Claverie / Ilustrado por Naomi Striemer. - 1ª ed. - Florida : Asociación Casa Editora Sudamericana, 2020.

Libro digital, EPUB

Archivo digital: online

Traducción de: Natalia Jonas.

ISBN 978-987-798-311-1

1. Autobiografías. 2. Cristianismo. I. Claverie, Martha Bibiana, dir. II. Jonas, Natalia, trad. III. Título.

CDD 286.7092

Publicado el 20 de noviembre de 2020 por la Asociación Casa Editora Sudamericana (Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires).

Tel. (54-11) 5544-4848 (opción 1) / Fax (54) 0800-122-ACES (2237)

E-mail: [email protected]

Website: editorialaces.com

Prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación (texto, imágenes y diseño), su manipulación informática y transmisión ya sea electrónica, mecánica, por fotocopia u otros medios, sin permiso previo del editor.

Dedicatoria

Quisiera dedicar este libro a mi esposo, Jordan, quien me inspira constantemente a enfrentar mis dudas y miedos, a fin de lograr cualquier cosa que me proponga. A mis padres, Glen y Lorraine, por ser una parte esencial en este viaje; sin ellos, esta historia nunca podría haber sido posible. A Darlene Schacht, por ayudarme con los dos primeros capítulos y por enseñarme muchísimo sobre cómo escribir un libro. Y, lo más importante de todo, a mi Señor y Salvador Jesús, por amarme, morir por mí y nunca abandonarme.

Capítulo 1

El gran trato

–¿Puedes cantarme uno de tus temas en vivo? –preguntó.

Llena de nervios, pero haciendo mi mayor esfuerzo para parecer tranquila, me puse de pie, abrí mi boca y comencé a cantar “¿Are You Ok?” Esto era algo que nunca antes había experimentado: tener que cantar para una multitud de uno; y no solo una audiencia de uno sino, potencialmente, frente a la persona más importante para mi carrera hasta el momento.

Traté de imaginar dónde enfocaría su mirada un profesional. ¿Dónde se supone que debo mirar? ¿Directamente a sus ojos? ¿Sobre su cabeza? O ¿más allá del vidrio de la ventana que nos separa del mundo? Insegura, elegí los tres y, de tanto en tanto, daba un vistazo a lo que podría ser su sonrisa. No quería revelar la verdad en mis ojos: que esta joven de 18 años, tan confiada y segura de sí misma, en realidad, estaba pretendiendo ser algo que quería ser... hasta que alguien reconociera lo que realmente era y lo que siempre había soñado que sería.

Mientras el resto de la ciudad de Nueva York seguía con su ajetreado trajín más abajo, nosotros estábamos sentados en una de las oficinas de altos ejecutivos en el vi­ge­si­mose­gun­do piso de la Sony Tower [Torre de Sony]. Aunque la mayoría del espacio estaba ocupado por ventanas, no se podían dejar de notar las paredes cubiertas de discos de platino y los estantes llenos de premios de aquellos artistas que yo había admirado a lo largo de los años. Parecía algo irreal.

También, noté las dos o tres pequeñas pilas de CD sobre su escritorio. Eran CD de “demos”, que artistas enviaban luego de lo que, seguramente, habían sido meses agonizantes de preparación, de sangre, sudor y lágrimas; y que esperaban tener una oportunidad de estar en el lugar en el que yo me hallaba en ese momento. El 99% de esos artistas nunca se sentaría en esta oficina, sino que recibirían una amable carta de “No estamos interesados en este momento”. Esos pocos afortunados eran quienes habían sido seleccionados, por personal entrenado, de entre los cientos que enviaban sus demos cada semana, y habían llegado al escritorio del vicepresidente.

Y aquí estaba yo, frente a frente con él, en su oficina.

Había visto este momento mil veces en mi imaginación, pero ninguno de esos sueños me había preparado para experimentar la garganta seca, las manos transpiradas y la intimidación abrumadora que experimentaba. Me sentía intranquila, pero no permitiría que el miedo se interpusiera entre mi sueño y yo. Esta era la oportunidad que había esperado toda mi vida, ¡y no iba a dejarla pasar!

Cuando terminé la canción, Dave se excusó y salió de la oficina. De hecho, había salido de la oficina varias veces durante la entrevista, dejándome con la duda de si había estropeado todo. Mi única conclusión era que, o estaba increíblemente aburrido, o era increíblemente descortés. De cualquier manera, había algo mucho más interesante del otro lado de la pared, que llamaba su atención una y otra vez.

Durante esas dos horas, me hizo todo tipo de preguntas sobre mi vida personal y mis sueños para el futuro. Me pidió que cantara una segunda canción y, luego, la primera una vez más, hasta que finalmente me dijo:

–No puedo fingir más. He estado yendo y viniendo hablando por teléfono con la presidente de la firma.

Podía sentir cómo mi corazón retumbaba en mi pecho.

–Ella está en una exhibición en este momento –me dijo, inclinándose sobre su escritorio–; pero la he estado instando a venir para conocerte. Por esa razón, estuve tratando de hacerte quedar aquí por tanto tiempo.

La oficina quedó en silencio durante un par de segundos, mientras absorbía lo que me acababa de decir. Mi mamá estaba sentada al lado mío y, aunque no la estaba mirando, sentía su entusiasmo.

–No hay nada más que pueda hacer hoy –concluyó Dave–. ¿Estarás aquí mañana?

Había un problema con decir que sí: uno de ellos era que mi mamá y yo teníamos un vuelo reservado para el día siguiente; y el segundo era que mis padres no podían costear este viaje, sin contar el dinero que se requeriría para otro día de hotel y las tarifas de cambio de vuelo.

–Puede ser –dije–, pero tendría que haber un cambio en mi vuelo y el hotel. Todo está reservado para viajar por la mañana.

Más tarde, me di cuenta de que el dinero no era un problema para Sony Records. Pero, en ese momento de mi vida, mi familia estaba en “las últimas” y estrujando los últimos centavos que habíamos gastado en mi carrera. No había más dinero.

–Dame los datos de tu vuelo –respondió, levantándose de su silla–, y haremos los cambios necesarios. Puedes ver a mi asistente a la salida, y ella te dará información sobre un nuevo hotel y los detalles del vuelo. Un automóvil las estará esperando abajo, y el chofer las llevará a su hotel, para que busquen sus cosas y las lleve al nuevo hotel.

Y así de fácil se hicieron los arreglos. Me dijeron que me relajara y que esperara una llamada a la mañana siguiente, en la cual me darían los detalles para una reunión con Dave y ¡la presidente de Sony Records!

El deseo de mi corazón

Luego de estrechar la mano de Dave, mi madre y yo salimos del edificio en Madison Avenue, y di mis primeros pasos en una nueva vida que se estaba desplegando ante mí. Era una tarde fresca de febrero; el sol ya se había puesto, pero yo no sentía frío bajo la emoción y el abrigo de piel beige, que mi mamá y yo habíamos comprado en una tienda de segunda mano la semana anterior.

–Si quieres ser una estrella –me había dicho–, tienes que vestirte como tal.

Y así fue que mi mamá y mi papá sacrificaron sus deseos para nutrir mis sueños de todas las maneras posibles. Mi mamá se había convertido en mi estilista, peluquera y asistente; y con mi papá compartían la posición de consejeros espirituales, mentores y mejores amigos.

Mis padres habían decidido hacía mucho tiempo que podían sentarse en su casa, una granja en el medio de la nada, y envejecer; o podían invertir su tiempo y dinero en mi futuro. Y así fue que se dieron a sí mismos vez tras vez, nutriéndome física, mental y espiritualmente de la mejor manera que podían.

Sé que les debo mucho a las raíces espirituales firmemente arraigadas de mi padre, y a la mente creativa, gozosa e inquisitiva de mi madre. Las ideas y las preguntas que me presentaban cada día me posibilitaron un equilibrio entre ambos. Yo era hija de padres misioneros que habían decidido que ella buscaría una carrera y un estilo de vida en la música pop; una elección de carrera contra la cual la mayoría de los padres cristianos advierten a sus hijos; un lugar lleno de “pecado, drogas y rock&roll”.

Si bien quería cantar música comercial, también sentía el fuerte deseo de servir a Dios y compartir su Palabra. Yo era así, y ese era mi plan. En lo profundo de mi corazón, creía que Dios y mis padres apreciarían mi plan, aunque había explicado, más que preguntado o escuchado, sus detalles.

¿Por qué música comercial? Esta era una pregunta que me habían planteado, y que parecía que había estado respondiendo por años.

Lo primero que venía a mi mente era Céline Dion. Su voz, esa voz magnífica, controlada y poderosa, fue lo que me atrajo, como hipnotizada, a la industria. Pero, eso era solo la punta de un iceberg gigante que respondía la pregunta. Pensé que tenía mi futuro planificado y que, por el momento, Dios estaba dejando que me dirigiera en la dirección que yo quería.

El país de las maravillas

La entrada del nuevo hotel mostraba un profundo contraste con el que habíamos dejado, con espejos añejados en cada pared, que daban la ilusión de que era mucho más grande de lo que en realidad era. Este hotel parecía un festival de arte abstracto, con detalles del País de las Maravillas en cada rincón, y cada huésped tenía el rol de “Alicia”. Tenía una decoración levemente osada pero preciosa, con sillas y sillones de distintos tipos cubriendo la superficie de la gran entrada, iluminada muy suavemente con pequeñas velas encendidas por todos lados.

Algunas sillas eran enormes y hacían que una se viera pequeña, mientras que otras eran pequeñas y una se veía grande. Algunas eran delgadas, y otras, anchas. Había sillas esculpidas de troncos de árboles exóticos y sillas de metal con ramas retorcidas saliendo del respaldo; otras mostraban estampados y botones que no uno hubiera imaginado ver en forma individual y, mucho menos, combinados. Al lado de los ascensores, había un jarrón enorme con ramas florecidas, iluminadas por luces que cambiaban de color. Parecía demasiado hermoso como para ser real, pero lo era. Las flores parecían simbolizar la hermosura natural, mientras personas totalmente enfrascadas en sus propias vidas pasaban demasiado rápido para entender su significado. Este hotel no se parecía a nada que hubiésemos visto antes, y era donde pasaríamos la noche.

A la mañana siguiente, mi mamá y yo nos dirigimos al restaurante del hotel, para comer algo. Yo habría estado feliz de quedarme en la blanca habitación del hotel para estudiar el cuadro que formaba el respaldo de mi cama, y revivir cada momento de lo que estaba sucediendo. Pero, mamá insistió en que desayunáramos, ya que todo estaba pago (incluyendo las nueces de nueve dólares del mini bar, que la reté por comerlas la noche anterior).

Lo cierto es que la comida era lo último en mis pensamientos. Tenía que prepararme mentalmente. No podía relajarme ahora; no después de haber trabajado tanto por llegar aquí. Además, no quería que Sony pensara que me estaba aprovechando de ellos, haciéndolos pagar una cuenta significativa. No tenía idea de que la única persona que alguna vez vería esa cuenta sería una asistente a la cual le importarían muy poco dos desayunos y unas nueces.

Eran las 9:38 de la mañana. Lo sé, porque me acuerdo que miraba el reloj cada dos minutos. El olor a panqueques permeaba el aire, pero eran de mi mamá. Yo había optado por avena y frutas. No podía dejar de lado mi rutina en el día más importante de mi vida. Ni siquiera estaba segura de que la avena me sentaría bien en el estómago, con toda la expectativa y la ansiedad que sentía. Mi madre estaba tomando su jugo de naranja sin ningún apuro y tomando algunas vitaminas, mientras yo no dejaba de moverme en mi silla, tratando de enviar el mensaje de que no teníamos tiempo que perder, que realmente teníamos que volver a la habitación.

Todo lo que llenaba mi mente era la llamada telefónica que me habían dicho que esperara. ¿A qué hora sería la reunión? ¿Y si tenía poco tiempo para prepararme? ¿Y si estaban tratando de llamar mientras estábamos en el restaurante? El Sr. Dave Massey me había dicho que estarían en contacto a la mañana siguiente; el tiempo estaba pasando rápidamente, y yo tenía un millón de cosas parar hacer antes de poder estar lista mentalmente. Tenía que imaginar la reunión, y cada respuesta a cada posible pregunta que pudieran hacer; tenía que crear un mapa para mi voz, para presentar la canción de la mejor manera: la melodía de la cual sacaría más sentimiento, las secciones tiernas en que dejaría que mi voz se quebrara solo un poquito. Y, nuevamente, ¿hacia dónde miraría? Tenía que saberlo de antemano esta vez. Mi madre me había dicho que el contacto visual es lo más importante, pero yo no podía sobrellevar la intimidad de una presentación así. ¿Y si la presidente me pedía que cantara una canción distinta? ¿O si ni siquiera me pedía que cantara?

Llegó la hora

Mis pensamientos se hicieron realidad en el momento en que volvimos a la habitación. Había una llamada telefónica de Sony: tenía una reunión con ellos a la una de la tarde. “Esto tiene que ser el final”, pensé. “Hoy voy a conseguir mi álbum”. Cada músculo de mi cuerpo estuvo tenso hasta la tardecita.

No existía la posibilidad de equivocarme. Tenía que ser exactamente lo que estaban buscando. Mi coraje y determinación me convencieron de que lo era, y no dejaría que un momento de duda me limitara. Simplemente, no había otra opción luego de todo lo que había hecho mi familia para que yo llegara hasta aquí. Me había estado preparando para este día, para este momento, de manera constante, durante cuatro años intensos. Estoy hablando de Epic Records. Representaban a The Jacksons, ABBA, Céline Dion, Aerosmith, Jennifer López, Mariah Carey, Barbra Streisand... y ¿Naomi Striemer? Estaban buscando la siguiente estrella, y yo tenía que probar que era “ESO”.

Volvimos a la entrada del edificio en la avenida Madison al 550, donde informé de mi llegada en la recepción más cercana del segundo piso. El edificio era extraordinario, con paredes interiores de nueve metros, cubiertas de cuadros de seis metros. Pero, eso no era tan impresionante como los artistas que estaban allí. Era común ver una o dos caras conocidas caminando por allí. Esa misma mañana vimos a tres: Patrick Monahan, Jimmy Srafford y Scott Underwood, del grupo Train, se estaban registrando a unos pasos de donde estábamos. Llegaría a aprender que nadie ponía un pie en esos ascensores sin primero registrarse para una confirmación de reunión, un nombre y un pase con fotografía, sin importar si eras una estrella o no.

Ante la presidente

Al salir del ascensor en el vigesimosegundo piso, un asistente nos llevó, a mi mamá y a mí, por un largo pasillo pasando docenas de cubículos y puertas abiertas. Nos llevaron a la oficina de Polly Anthony, y por el tamaño, su oficina pudo haber sido de todo el ancho de ese piso. Estaba diseñada de manera bellísima, con un ligero toque femenino.

Yo esperaba una recepción acogedora por parte de la presidente de Epic Records, pero me encontré con una invitación directa, amigable, pero firme.

–Toma asiento –me dijo.

Había tres opciones: la pared del fondo, donde mi mamá eligió sentarse; el área del medio de la oficina, donde estaba sentado el señor Massey, el vi­cepre­si­den­te; y otras dos sillas cerca de su escritorio. Me adelanté y me senté sola en una de esas dos sillas.

Luego de ladrarle a su asistente sobre un pedido de almuerzo errado, me dirigió una sonrisa cortés y se acomodó contra el respaldo de su silla.

–Cántame el tema que le cantaste ayer a Dave.

Mientras tanto, se colocó una ensalada sobre su escritorio, una ofrenda de paz por el error del almuerzo.

–Espera– me detuvo antes de poder comenzar.

Tomó su ensalada y se sentó en la sección del medio, junto al señor Massey.

Me puse de pie, y me di vuelta para estar de frente a ellos. Canté como lo había hecho el día anterior, pero esta vez bajaron el volumen de la pista de acompañamiento, al punto que apenas podía oírla. Ya era incómodo cantarle a una mujer con un rostro de piedra y contacto visual ininterrumpido, como para que además un problema técnico de la música me confundiera.

Tenía que presentarme a mí misma de la mejor manera que pudiera, así que, me detuve y pregunté si podían subir el volumen de la música un poco.

–No, está a este volumen a propósito –dijo ella, apoyando su tenedor en la ensalada.

Comencé de nuevo, determinada a darles la mejor presentación de mi vida. No podía darme por vencida.

Un punto anaranjado en la pared

Al segundo de terminar la canción, una sonrisa cruzó el rostro de Polly Anthony, seguida por aplausos y algunas aclaraciones.

–Bajé el volumen de la música porque quería asegurarme de que no había ningún truco –me dijo–. Quería asegurarme de que lo que oía era tu voz, y nada más.

Mi cabeza daba vueltas ante esa respuesta. Estaba sentada con la presidente de Epic Records y, por lo que podía ver, ella estaba complacida con mi voz. Nunca antes había sentido una euforia así. Estaba entumecida de la alegría, pero ¿qué quería decir su respuesta? ¿Qué se venía?... Si es que se venía algo al final. Una mezcla de preguntas, esperanza y miedos se agolpaban en mi mente. Tenía que detener mis pensamientos para poder escuchar...

–¿Cómo te ves a ti misma como artista? –preguntó Polly.

–Bueno –respondí, sonriendo–, si toda la música que existe fuera gris, quiero ser el punto anaranjado en la pared. ¡Quiero resaltar y ser diferente!

Estaba muy contenta con lo que pensaba que era una respuesta inteligente pero, al parecer, no lo era.

–Querida –dijo ella–, teniendo en cuenta que producimos la mayoría de esa música “gris”, ¿por qué no apuntas a un tono más oscuro o diferente de gris? Si intentas ser tan diferente, no encajarás en ninguna estación radial que conozco.

Cuando lo mirabas desde ese punto de vista, la mía no había sido una respuesta tan genial. Mientras estaba tratando de descifrar cómo recuperarme de ese golpe, ella redirigió la conversación en una mejor dirección.

Uniéndose a la familia

No recuerdo mucho de lo que ella dijo después de eso; si hablamos sobre mi familia, mis responsabilidades actuales, o de qué otras firmas había visitado en este viaje. Solo recuerdo lo que dijo después de unos 35 minutos de conversación.

–¿Te gustaría unirte a la familia de Sony? –preguntó.

No estaba segura de cómo responder a eso porque no estaba segura de a qué se refería. ¿Acaba de preguntarme si quiero unirme a Sony? No me había preguntado si quería grabar un álbum. ¿Era esta una pregunta hipotética, o una oferta?

Me había preparado para hacer lo mejor posible, pero no estaba preparada para la pregunta que cambiaría mi vida como la conocía.

Esperando que fuesen las palabras adecuadas, respondí:

–¡Me encantaría!

Con la experiencia que ella tenía, sabía qué decir:

–Creo que es hora de llamar a tu abogado, Peter Lewit, para contarle las buenas noticias.

Y mientras ella marcaba el número, yo intentaba procesar lo que estaba sucediendo.

Peter Lewit era un abogado prominente y muy actualizado de Nueva York. Parecía una estrella de rock, con su cabello entrecano que le llegaba a los hombros. Sabía muy bien cómo manejar todo lo relativo a la industria, incluyendo una oferta de Sony. Peter reconoció el número.

–¿Cómo está yendo? –fue lo primero que dijo por el altavoz.

–Bueno, pensamos que ella es genial, Peter. ¡Queremos firmar con tu chica!

–¡Felicitaciones, Naomi! ¡Has hecho un gran trabajo!

Su voz sonaba calma y confiada, y escuchaba la satisfacción en su tono de voz. Él y Polly hablaron solo unos pocos minutos más, ya que Peter dijo que había sido un largo día y sugirió que comenzaran los arreglos al día siguiente.

Nos levantamos, estrechamos las manos, y terminó la reunión. No habíamos caminado más que unos metros, cuando comenzaron a sonar los teléfonos. Peter me estaba llamando al celular para felicitarme de nuevo, mientras me notificaban que tenía otra llamada en espera.

–¿Hola? –dije, preguntándome quién podía saber que estaba allí.

Era Jim Welch, mi contacto original de la primera reunión con Sony Records: el hombre que me había llamado el viernes de tarde, horas después de la reunión original, para preguntarme si podía volver a Sony para reunirme con Dave Massey el lunes. Ya era martes. Este hombre se convertiría en mi A&R (artista y repertorio) dentro de la firma. Básicamente, se convirtió en mi representante dentro de Sony, y se encargaba de todo lo relacionado a la música por mí.

Jim me estaba felicitando mientras admitía su confusión.

–Todos están conteniendo el aliento –me dijo–, y Polly se está preguntando si nos va a hacer competir con otras firmas.

Lo que yo había querido transmitir como un “Sí” absoluto y definitivo, Polly lo había entendido como un “Quizás”. No había nada que yo quisiese más que firmar con Epic Records, y la oportunidad finalmente había llegado.

El mundo dejó de girar por un momento, y todo parecía suceder en cámara lenta. Los empleados me estaban abrazando, estrechando mi mano, dándome palmadas en la espalda, y diciéndome cuántas ganas tenías de trabajar conmigo.

La gracia incomparable de Dios

“Así se siente el éxito”, pensé al escuchar a mi mamá conversar animadamente con algunas personas, mientras se acercaba y me envolvía en un abrazo.

Un automóvil nos estaba esperando abajo para llevarnos al aeropuerto. Pero, antes de irnos de Nueva York, mi mamá hizo una parada en una florería. Era el Día de San Valentín, y la persona que había estado conmigo a través de todo lo que había enfrentado en mi vida volvió con un arreglo de rosas para mí.

Luego, tomé el celular y llamé a casa.

–Papá –dije–, ¡conseguí el contrato con Sony! –Y juntos alabamos a Dios por su gracia incomparable.

Cuando comencé ese viaje, había prometido a mi papá que no me iría de la ciudad de Nueva York sin un contrato discográfico. Todos los que conocía en la industria me dijeron que era imposible y que no podía suceder en una semana. Pero aquí estaba, habiendo alcanzado esa oportunidad de uno en un millón.

Sentía que me amaba un Dios que no solo me había dado el don de la música, sino también mi sueño de trabajar con Sony Records. En realidad, no me había tomado el tiempo de preguntar a Dios si esto era lo que él quería para mi vida. Desde que tenía trece años, me había decidido a ser un buen ejemplo y a ser la influencia positiva que faltaba en la música comercial. Había recibido ofertas de sellos discográficos cristianos cuando era más joven, pero había tomado la decisión consciente de dedicarme a la música comercial, y creía que llegaría a los que no habían sido alcanzados. Simplemente, separaría mi carrera de mis creencias.

Había trabajado por mi sueño. Tenía un plan. Tenía una lista de cosas que quería hacer. Y sin pensar en el deseo del corazón de mi Salvador, seguí el mío.

Vista desde la cima

Los siguientes dos meses fueron época de planificación y de aprendizaje. El contrato era tan largo que parecía una guía telefónica, y tenía que leerlo. Además de mi abogado, debía que conseguir un administrador de fondos, y prácticamente podía elegir el representante que quisiera.

Las cosas comenzaron a moverse rápidamente. Al firmar el contrato, depositaron cien mil dólares en mi cuenta bancaria, y se comprometieron a gastar, como mínimo, setecientos cincuenta mil dólares en el álbum.

Me subieron a un vuelo de siete horas a Londres, donde estaría trabajando con los productores más importantes del mundo. Podía llevar una persona conmigo, y elegí a mi mamá. Parecíamos dos colegialas, riendo y jugando con los elementos que la aerolínea proveía para nuestro vuelo. Hay algo muy gracioso en antifaces, frazadas y medias, cuando estás demasiado cansada y emocionada más allá de las palabras.

A los once mil metros de altura, nos quedamos dormidas, felices de haberlo logrado y emocionadas por lo que se venía. Tenía una vista desde la cima del mundo, de pie en lo más alto de una montaña... que estaba a punto de derrumbarse.

Capítulo 2

Botas embarradas y cabras de ordeñe

Vine al mundo el 6 de octubre de 1982, y me llamaron Naomi, un nombre hebreo que significa “hermosa, agradable, encantadora”. No hay palabras mejores que esas para describir mi niñez, aunque habría que agregar la palabra inusual.

Los eventos relativos a mi nacimiento son un poco peculiares pero, para Glen y Lorraine Striemer, era la vida normal.

Luego de mucho estudio y deliberación, mis padres decidieron que lo mejor para mí sería nacer en la casa: tranquilo, calmo, íntimo y, lo más importante, natural. No era específica­mente en nuestra casa, sino en una casa antigua en el medio del campo. Así que, viajaron con mi hermano, Nathan, al norte de Nueva York, donde se alojaron en la casa de la famosa partera Louise Dull hasta el momento de mi llegada.

A la tardecita, mi madre escuchó los ruidos. Un grupo de caballos de una granja vecina se había escapado del potrero, en el cual se había roto un portón. Ahora, los caballos estaban corriendo por la ruta. Tan energética e intrépida como siempre, mi madre salió tras ellos sin dudarlo y, entre toda la conmoción, entró en trabajo de parto.

Como el comienzo de las dolorosas contracciones y romper bolsa significaban que mi hora de nacer había llegado, volvió a la casa, para dar a luz a su hija.

Misioneros del Monte

Poco antes de que yo naciera, mis padres dejaron todo atrás y se unieron a una pequeña comunidad en la zona montañosa de New Hampshire, conocida como “Mount Missionary” [Misionero del Monte]. Allí fueron entrenados para compartir el evangelio y absorber una manera totalmente nueva de vivir, basada sobre los principios de simplicidad, salud y dedicación a Dios. Básicamente, eran hippies que iban en la dirección opuesta: la agricultura vegetariana; pusieron un freno a sus vidas, y dieron un giro adoptando un estilo de vida saludable y una fe profunda en Cristo. Sus convicciones eran tan profundas que eliminaron de su dieta elementos como la cafeína y el azúcar blanco, y agregaron hierbas, bayas y semillas.

Los días de representar bandas de rock y vender publicidades para una revista de entretenimiento de Toronto habían quedado atrás, y eran felices sobreviviendo con poco y enfrentando las dificultades que llegaran. Aprendieron a plantar, a hacer trueques y a sobrevivir de la tierra.