Deutschland, Deutschland über alles - Kurt Tucholsky - E-Book

Deutschland, Deutschland über alles E-Book

Kurt Tucholsky

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Beschreibung

Este libro es tan irreverente que cuando Kurt Tucholsky lo publicó en 1929, en colaboración con el fotógrafo John Heartfield, tuvo que exiliarse. Combinando las artes de la literatura y de la fotografía se compone, a través del humor y de la sátira, una de las obras más representativas del dadaísmo alemán. Tucholsky vislumbra la semilla de lo que acabará siendo el régimen nazi en unas instituciones que han perdido la confianza del pueblo y en una sociedad en la que imperan el militarismo y el nacionalismo. Deutschland, Deutschland über alles es una de las críticas más duras contra la realidad política de su época, pero es, ante todo, una carta de amor a Alemania.

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Seitenzahl: 250

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Índice
Pliegos Sueltos
Créditos
Kurt Tucholsky
Jorge Seca
Deustchland, Deustchland über alles

Kurt Tucholsky

(1890 - 1935)

Kurt Tucholsky fue uno de los periodistas más importantes de la Alemania de entreguerras. Como periodista comprometido políticamente y codirector temporal del semanario Die Weltbühne, demostró ser un gran crítico social. Fue autor de revistas políticas satíricas, compositor y poeta. Se consideraba un demócrata y pacifista de izquierdas y advertía de las tendencias antidemocráticas y de la amenaza del nacionalsocialismo. En 1933: sus libros, catalogados por la censura nazi como Entartete Kunst (Arte degenerado), fueron públicamente quemados. Tuvo que exiliarse en Suecia, donde falleció.

 

 

Este libro ha sido traducido por:

JORGE SECA

Jorge Seca nació en Barcelona en 1961. Es licenciado en Lengua y Literatura alemanas por la Universidad de Barcelona. Entre 1987 y 1995 trabajó en las universidades de Hamburgo y de Bayreuth como profesor lector de lengua y de cultura españolas. Ha trabajado como docente de lengua y de literatura alemanas en la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona y en la Universidad de Barcelona. De 1996 a 2019 dio clases de lengua alemana y de traducción en la Facultad de Traducción e Interpretación de la Universidad Autónoma de Barcelona. Es miembro de la Asociación Colegial de Escritores de España en la sección de Traductores (ACETT) y traductor autónomo alemán-español.

 

 

 

Título original: Deutschland, Deutschland über alles

Kurt Tucholsky

Con montaje fotográfico de John Heartfield

Primera edición: marzo 2024

© de la traducción: Jorge Seca, 2024

© de la presente edición: La Fuga Ediciones, 2024

Corrección: Olga Jornet

Revisión: Iago Arximiro Gondar Cabanelas - Leticia Clara Cosculluela Viso

Diseño gráfico: Redoble estudio gráfico

Producción del ePub: booqlab

ISBN: 978-84-128323-1-0

Este libro forma parte del proyecto Cien Años de Humor en la Literatura Europea que cuenta con la financiación de la UE a través del programa Europa Creativa.

El editor, habiendo agotado los recursos para encontrar a los herederos de los derechos de autor de la presente obra, manifiesta su deseo explícito de reconocer a dichos herederos legales en caso de que aparezcan y de llevar a cabo las liquidaciones del eventual beneficio derivado de la venta de dicha obra.

Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, la fotocopia o la grabación sin el permiso expreso de los titulares del copyright.

Todos los derechos reservados:

La fuga ediciones, S. L.

Passatge Pere Calders 7 1º 2ª

08015 Barcelona

[email protected]

www.lafugaediciones.es

 

 

 

Así es como vine a caer entre los alemanes. No pedía mucho, y esperaba encontrar aún menos. Llegué con humildad, como Edipo ciego y sin patria a las puertas de Atenas, donde fue recibido por el bosque sagrado y acogido por almas bellas...

¡Qué distinta fue mi suerte!

Bárbaros desde tiempos remotos, a quienes el trabajo y la ciencia, e incluso la religión, han vuelto más bárbaros todavía, profundamente incapaces de cualquier sentimiento divino, corrompidos hasta la médula —felizmente para las sagradas Gracias—, ofensivos para cualquier alma bien nacida, tanto por sus excesos como por sus insuficiencias, sordos y faltos de armonía, como los restos de un cántaro tirado a la basura... así Belarmino, eran quienes debían consolarme.

Es duro lo que voy a decir, y sin embargo lo digo porque es la verdad: no puedo figurarme ningún pueblo más desgarrado que los alemanes. Entre ellos encontrarás artesanos, pero no personas, pensadores, pero no personas, sacerdotes, pero no personas, señores y criados, jóvenes y adultos, pero ninguna persona... ¿No es todo esto como un campo de batalla donde yacen entremezclados manos y brazos y toda clase de miembros mutilados, al tiempo que la vertida sangre de la vida se pierde en la arena?

«Que cada cual se dedique a sus ocupaciones», me dirás, y yo también lo digo. Solo que debe dedicarse con toda el alma, no debe ahogar en sí cualquier otra fuerza que no concuerde exactamente con su ocupación, no tiene que ser solo, con ese miedo miserable, literal e hipócritamente lo que su título indica, tiene que ser con seriedad y con amor lo que es, y entonces, en su quehacer vivirá un espíritu, y si se siente oprimido en una especialidad donde no es posible en absoluto la vida del espíritu, ¡que la rechace con desprecio, y vale más que aprenda a trabajar la tierra! Pero tus compatriotas prefieren atenerse a lo estrictamente necesario y por eso también hay entre ellos tanta chapuza y tan poco trabajo libre y auténticamente exaltante. Y aun así, podría sacarse de ello algún partido si tales seres no fueran insensibles hasta tal punto a cuanto de hermoso hay en la vida, si no pesara en todas partes sobre este pueblo el anatema de una empecatada desnaturalización.

Te aseguro: no hay en este pueblo nada sagrado que no haya sido profanado y rebajado al nivel del más miserable recurso, e incluso aquello que a menudo se conserva entre los salvajes divinamente puro, lo tratan estos bárbaros calculadores igual que se trata un oficio, y además no pueden actuar de otra manera, pues una vez que un ser humano está adiestrado, se pone al servicio de su objetivo, busca su provecho, no vuelve a entusiasmarse, ¡Dios le guarde!, permanece siempre en calma, y cuando celebra sus fiestas, y cuando ama y cuando reza, e incluso cuando llega la alegre fiesta de la primavera, cuando la época de la reconciliación del mundo hace desaparecer todas las preocupaciones y la inocencia impone su magia al corazón culpable, cuando el esclavo, embriagado por los cálidos rayos del sol, olvida alegremente sus cadenas, y los enemigos del ser humano, amansados por el aire divinizado, se vuelven pacíficos como niños... cuando incluso a la oruga le nacen alas y zumba la abeja, ¡el alemán sigue dedicado a su tarea y no se preocupa del tiempo que hace!

HÖLDERLIN1

 

 

1 Traducción de Jesús Munárriz Peralta. Friedrich Hölderlin, Hiperión o el eremita en Grecia. Madrid : Hiperión, 2014.

PRÓLOGO

O LA IMPOSIBILIDAD DE PONERLE TEXTO A UNA FOTOGRAFÍA

Mire usted... Aquí tenemos esta foto.

Y fotos como esa las hemos visto a centenares y a millares: todas de Alemania; todas sobre la vida cotidiana, más o menos típicas de una clase social, de un estamento, de una localidad, de una región... Las hemos visto todas. Y de esas fotos debería surgir entonces una imagen única:

ALEMANIA

Eso es fácil y difícil a la vez.

Es fácil porque si miras las fotos durante algunos minutos, estas comienzan a hablarte. Las personas que salen en ellas, perseveran con paciencia en su quietud, puedes contemplarlas con toda tranquilidad. Y cuando te has deslizado por completo en el interior de la foto, entonces hablan.

Te cuentan su vida. Te dicen su credo político. Confiesan. Acusan. Ríen. Gimen de cansancio. Te abren de golpe su corazón: así amamos, dicen, y así odiamos, por esto no hemos sido nada en la vida, y esta es nuestra adolescencia, y aquí está nuestro sueño de poder, y este es el aspecto que tenían nuestros padres y nuestras madres, y este es mi punto débil, y este mi punto fuerte, y yo, dicen, soy un tío decente, pero no me lo voy a creer, y soy un canalla en activo... Y cada vez son más y más las fotos, y no se acaban nunca las caras y los traseros y los adinerados y los ricos y los millones que trabajan, y los lugares en los que trabajan, y las casas en las que viven, y los campos de los alrededores, los prados, los laguitos, el mar, las torres de la ciudad, el bosque, las empresas, las cabañas, los cultivos, las fábricas, las oficinas, los cines... Un álbum de fotos sin fin:

Alemania.

Todas esas fotos hablan. Y solo a una pequeñísima parte de ellas puede ponérsele un texto. Y es que estas fotografías son siempre de dos tipos diferentes: son típicas de algo en Alemania, sí, y al mismo tiempo son privadas. En la foto de arriba, por ejemplo, lo mejorcito de la clase media pasa un rato divertido; sin embargo, simultáneamente son los señores A., B., C., D. y sus señoras. Ahora bien, si ahora dejo que esos personajes hablen como tipos, como representantes de una clase social, por ejemplo, la cosa no se salda sin que salten chispas maliciosas. Puede que los señores A., B., C. y D. no tuvieran nada en contra pues, por su aspecto, parece que poseen humor. Ahora bien, no solo tienen humor sino también enemigos.

Y, en el momento en que a una fotografía que representa a un ciudadano, a un trabajador, a cualquier persona que no pertenezca a la esfera pública, le pones un texto de modo que ese personaje pronuncie lo que sale del modo de pensar de su grupo, entonces se produce una desgracia. Primeramente una desgracia relativa a los derechos de autor. Esto, como máximo, podría importarnos un bledo, sí, pero todas esas mujeres y todos esos hombres fotografiados tienen enemigos que enseguida echan mano con deleite de un chiste y dicen: «¡Toma ya! ¡Pero si en esa foto sale el señor contramaestre Caradeano! ¡Mira! ¡Así es como piensa nuestro procurador!». Y, entonces, el alma privada que habita en esas criaturas colectivas se vuelve mala; entonces se pone en pie el súbdito, entonces se alzan aquellos que han sido apaleados centenares de veces, se estiran, contratan a un abogado... y entonces no hay manera de que salga publicado este libro.

Y no podría salir publicado porque la nitidez entera del haz de luz que enfocaría al grupo, caería en este caso sobre un individuo que es miembro del grupo... El individuo pagaría entonces por el colectivo. Esto puede hacerse impunemente cuando se trata de un dibujo, pues los hechos resultan muy claros: el juez dibujado es tan solo un tipo, no existe. Sin embargo, aquí, en estas fotos, el juez es ciertamente también un tipo porque el fotógrafo lo ha sacado así y porque también es real, pero es que al mismo tiempo también es el señor Puschke, director del tribunal de la audiencia provincial, y los alemanes tampoco son tan liberales como para comprender lo que significa un ataque a Puschke. Este libro no podría publicarse ni aunque yo tuviera en el bolsillo al señor Puschke.

Pero este libro tiene que publicarse. Tratará de extraer lo típico de las fotografías tomadas al azar, de las fotografías deliberadas, de todo tipo de fotografías en la medida de lo posible. Todas esas fotografías juntas darán como resultado Alemania, una muestra representativa de Alemania en un corte transversal.

Ahora bien, como las imágenes oficiales siempre establecen el corte en este queso gráfico de modo que los gusanos no se sientan ofendidas, nosotros vamos a hacerlo de otra manera. Lo que se retuerce en el corte son los gusanos. También ellas son Alemania.

No obstante, en lo que atañe a la primera foto, no me queda más remedio que rogaros que le pongáis vosotros la letra a vuestro antojo. Observadla con mucha intensidad, mirad a esas personas a los ojos, y dejadlas hablar. Os hablan de su vida; os hablan también de una parte de Alemania.

Eso es lo que hacen todas estas fotos. La razón de porqué este libro ha adopatado un título tan fanfarrón, el verso de un poema realmente malo que una República sin pies ni cabeza escogió como su himno nacional, ¡y por desgracia con mucha razón!, eso os lo vamos a contar cuando nos volvamos a encontrar al otro cabo de este libro.

1918 A ORILLAS DEL RIN

Se retiran: ¿Para qué salieron? ¿Para quién?

Mineros, artesanos, instaladores de tuberías, comerciales, todos ellos disfrazados, regresan a casa —con un enemigo a las espaldas que en el fondo no ha sido ningún enemigo para ellos, sino tan solo socio en la guerra— con un enemigo por delante que tan solo conocen quienes poseen una conciencia de clase entre ellos. Todavía no saben lo que les espera en casa como agradecimiento de la patria: la inflación, esa bancarrota fraudulenta del Estado, el hambre, el paro... y 1,67 marcos semanales como pensión por heridas de guerra. ¿Para qué? ¿Para quién...? Para los banqueros de vuestras guerras; para los banqueros de vuestra paz.

LA NACIÓN DE LOS MUCHACHOS OFICIALES

Al pie de esta fotografía ponía:

La asociación «Juventudes Marinas de la Patria» se ha propuesto ofrecer a la juventud alemana, de manera adicional a su educación escolar y sin tener en cuenta sus diferencias sociales y partidistas, una formación con perfeccionamiento físico e intelectual para fortalecerlos en la lucha por la vida y hacer de esta nueva generación unos hombres eficientes al servicio de la comunidad nacional.

Todo eso puede verse con claridad en esta fotografía. En ella se nos muestra la formación con perfeccionamiento intelectual; el fortalecimiento; la eficiencia... todo eso está ahí, pues ¿cómo podría alcanzar tal cosa el pueblo alemán si no es colocando las manos en la costura del pantalón creada para tal efecto?

Ahora bien, ¿qué hace esta nueva generación ahí arriba? También figura esto en el pie de la fotografía. Se prepara para marchar y visitar el observatorio de Potsdam. Y si se hubiera visto esta escena desde Marte, con esos antebrazos pegados al cuerpo, esos ojos sedientos de astronomía, el comandante al frente... entonces los marcianos habrían llamado a su especialista en asuntos de la Tierra, y este habría podido decir con toda razón: «Puede que haya seres vivos en la Tierra, pero personas... esas no son personas».

LA NOCIVIDAD DE VESTIR DE PAISANO

Erich Lindström, con apellido de soltero Ludendorff... Al fin y al cabo hay cosas más importantes en el mundo que un general usado. Sin embargo, ese ya no tiene éxito, razón por la cual conviene realizar una breve observación.

¿Por qué ya no tiene éxito?

En realidad se dan todos los requisitos para gozar de la popularidad alemana, pues ese hombre no ha traído a su país más que desgracias, eso sí, con mucho bombo y platillo: fue general. Tuvo poder y existía la esperanza de que un día volvería a tenerlo; y también ha engordado hasta alcanzar esa medida de rechonchez que resulta necesaria en este país si quieres salir pintado en las jarras de cerveza de la fama. Y sin embargo, su falta de éxito no tiene nada que ver con esto. Voy a ser yo quien le revele el secreto de su fracaso.

S. M. de paisano

Probablemente sucede que uno, como hombre y como machito, albergue cierta predilección por el personal de cocina, sobre todo cuando llega la primavera, y mire entonces con estimulante apetito a las cocineras o a una simpática camarera con una cofia blanca, o a una criada con un delantalito juguetón, o incluso a una enfermera envuelta por entero en un blanco aséptico. Ahora bien, las cosas no siempre transcurren de una manera tan perfecta como para que el cortejo, el arrebatamiento amoroso y la culminación puedan despacharse en el mismo lugar en el que se realiza la actividad. Así pues, el ligón febril decide organizar una cita; la guapa, embutida en su disfraz provocador, acepta con rubor, pero entonces se abre la puerta, entra en la habitación la señora o el dueño de la casa o el médico de cabecera, ¡y zas! Ella se va. Y aparece por la noche «bien arreglada», vestida de domingo, recién bañada, con un traje de calle o un vestido de fiesta... Y una ligera decepción se apodera del hombre. ¿Es ella, la linda, la pequeña, la de las cintas, la del delantalito, la ataviada de blanco? Sí, es ella. Y a la vez ya no lo es. La vestimenta de paisano ha matado la tentación y el amor. La vestimenta de paisano mata. Él, Lindström, tiene esa sensación, pues en todas las fiestas, en las celebraciones del regimiento, en las ceremonias de izado de la bandera y en los desfiles, se embute en un uniforme de fantasía que ya no está disponible en absoluto en la actualidad, que ya no existe, que se ha convertido en un disfraz histórico para mascaradas. Pero es inútil. Él tiene la sensación de que le queda bien la ropa de paisano. Realmente no le queda bien. Yo lo vi de paisano por aquel entonces, cuando tartamudeaba ante la comisión de investigación. Tenía algo de maestro de escuela severo en un baño turco. La autoridad se había esfumado. Y es que el principio supremo para las empleadas del hogar y para los generales es este: lo que va con uniforme hay que amarlo con el uniforme. Sin duda alguna, la ropa de paisano resulta muy nociva. ¡Pobrecito general...!

En este país, el número de los monumentos alemanes a guerreros comparado con el número de monumentos alemanes dedicados a Heine se halla en la misma proporción que el poder en relación con la inteligencia.

EL PUEBLO

«Al pueblo hay que conservarle la religión.» — «Mire usted... el pueblo lo percibe de otra manera, es...» — «El pueblo es precisamente...» Pero ¿quién habla así? Ciudadanos que se han vuelto megalómanos. Llamémoslos como queramos, llamémoslos por su nombre de verdad y digamos a quién nos referimos: a los trabajadores. Y no digamos a tontas y a locas que les falta «cultura». Lo que les falta es algo muy diferente.

Para que yo pudiera escribir este libro ilustrado fue necesario: tener el estómago ahíto; tener un techo sobre mi cabeza; tener la calma y el tiempo necesario para mirar con atención las fotografías que me ha entregado la editorial; que mi padre me hubiera dado en la adolescencia tanto dinero como para aprender algo más que el abecedario y las tablas de multiplicar... Todo esto fue necesario. De vez en cuando, un proletario heroico consigue traspasar esas barreras y, a pesar del hambre, del frío y de una educación a medias, logra alcanzar trabajando de noche y con un tremendo esfuerzo de voluntad, lo que el hijo de un comerciante alcanza con mayor facilidad. Pero si se carece de estos requisitos, entonces tales exigencias son un descaro; entonces el desprecio es una desfachatez.

Estas personas que hacen canastas de mimbre, ¿iban a leer acaso al místico francés Paul Claudel? ¿O a reflexionar sobre la inmortalidad en Lao-Tse? ¿Y vamos a reprocharles de verdad que no lo hagan? ¿Y vamos a impedirles eternamente que lo hagan alguna vez?

El medio no lo es todo, además está la ascendencia y esa X quizás inexplicable que moldea al ser humano. Ahora bien, ¿por qué no se les consiente a los trabajadores estos tres puntos siguientes?:

—Recibir el salario que verdaderamente les corresponde, un salario que no reciben hoy en día.

—Realizar su trabajo en unas condiciones higiénicas, y no de esa manera, apiñados los ocho en un cuartito.

—Tener la oportunidad de tomar parte en los verdaderos bienes de la humanidad y no admirarlos una sola vez en la vida en las vitrinas durante una visita dominical al museo...

¿Por qué no se les consiente eso? Supuestamente porque no hay tanto pastel para todo el mundo, lo cual es una mentira, ya que los capitalistas solo operan con unas ganancias que están varios millares de veces por encima de los del trabajador. Sin embargo, no va a venir nadie a contarnos que hasta el empresario más ladino y con clase gana lo que gana, es decir, gana tanto como quinientos de sus trabajadores. Quinientas personas... que en verdad son como mínimo otras setecientas más que viven de las ganancias de aquellas quinientas personas, eso por lo menos. Y todo eso es lo que engulle un solo individuo. Y es así, dice este, porque arriesga mucho (el trabajador arriesga su salud), porque pone la cabeza para inventar objetos magníficos... No obstante, solo hace en su terreno lo que el trabajador hace en el suyo, y existen ideas más imaginativas y más profundas que las de un especulador bursátil, ya lo podéis creer.

Ahí están sentadas esas personas haciendo canastillas de mimbre. ¿Es que el trabajo tiene que ser por fuerza una maldición...?

JUECES ALEMANES DE 1940

Aquí estamos, en la hermandad estudiantil,

y ataviados con estas chorradas de cuero

y todo este textil

parecemos cerdos degollados y hueros.

Luchamos con el sable y a brazo partido,

nos damos de hostias, sablazos y latigazos;

¡nos masacramos por el honor perdido!

¡Al duelo con el sable!

¡Ya!

¿El espíritu alemán? Aquí lo tienen.

¡Qué bien se clavan nuestras dagas!

A cualquiera le hacemos picadillo las napias,

hasta que en la sopa salpica su rojez.

Somos la flor y nata de los arios

y despreciamos con frialdad y empaque

a los embrutecidos proletarios.

¡Al duelo con el sable!

¡Por el juramento!

¡Ya!

Dentro de veintitantos años,

con las caras rajadas

y de dignidad y talares ataviados

os impartiremos justicia en las salas.

En las horas de consulta y en los despachos

os mostraremos entonces...

que tenéis que humillaros y callaros.

¡Al duelo con el sable!

¡Por el juramento!

¡Listos!

¡Ya!

Hombres y mujeres, ¿cuánto tiempo hace ya?

¿Desde cuándo contempláis todo esto?

Si hoy se hostian entre ellos,

¡mañana os apalearán a vosotros!

Sois el pueblo y la masa

desde el río Adigio hasta el Rin:

¿queréis que sean esos la clase dominante,

queréis que sean esos nuestros dirigentes...?

¡Listos!

LAS TRES COPAS

Miren ustedes... por copas como esas se han cometido en Alemania todo tipo de tropelías. No se imaginan ustedes lo que los hombres y las mujeres hacen y dejan de hacer solo por poder beber de esas copas.

Resulta curiosa la sonoridad que la palabra champán sigue teniendo en nuestro país. Como si fuera algo especial. Como si el champán fuera la personificación de la buena vida. Eso debe proceder sin duda de las novelas y, por supuesto, de las películas en las que los caballeros de alcurnia, se dan una vidorra con «champán y mujeres», ¡caray! Ahora bien, ¿es realmente tan sensacional?

Dejando a un lado el hecho de que un verdadero conocedor de vinos dejará cualquier champán por un buen vino añejo del Rin o por un borgoña de 1911, siempre se da el caso de que las personas no son dueñas del champán, sino este de ellas. Los encumbra. Se creen entonces que son mejores: a las mujeres de la pequeña burguesía les brillan de pronto los ojos con un aire picarón y por lo visto son capaces de todo... Y todos hemos vivido lo que sucede cuando a los funcionarios socialdemócratas se les permite acercarse en exceso al champán. Cambian de chaqueta, zozobran y se ahogan en él. Y eso que no son bebedores; el asunto no sería en ese caso ni la mitad de malo; pero es mucho peor: dejan que se apodere de ellos, como Gustav Kuntze, que ahora bebe champán de verdad, del que a menudo lee tantos relatos... Y es que tiene un sabor tremendo ese fluido, ¿no es verdad? ¡Salud!

Tal vez tenga que ser muy sabia una persona para no sucumbir a él. O bien —y este es un remedio aún más eficaz—, uno tiene que haber pasado por la experiencia del champán. Quien en la adolescencia pudo beber champán y luego se convirtió en un hombre sensato, el chisme ese ya no lo enloquece entonces, ni tampoco nada de todo eso que se relaciona con él según cuenta la tradición. Lo conoce, sonríe y sigue su camino.

Y es que hay tanto aburrimiento en esas copas... El jaleo no es ningún placer, es una superstición. Además, esa bebida no ennoblece al hombre; la palabra «enoteca» es una de las palabras alemanas más detestables que existen. En nuestro país, la elegancia suele parecerse en muchos aspectos a esas enotecas de las tabernas: encimadas con artificio y precios elevados, cercadas para la gente corriente y moliente por una barrera; sin esa valla se les acabaría el chollo. Ni siquiera podemos decir que la «burguesía se pega la gran vida», eso es tan solo un eslogan. Por supuesto que la burguesía va lloriqueando por ahí al tiempo que lleva una vida regalada, pero no se pega la gran vida. Se limita tan solo a montar saraos, se pavonea, pero no sabe disfrutar de la vida; tal vez de su vida sí, pero no de la vida. Solo hay que ver cómo se divierten:

Hoteles abarrotados de gente donde la comida se prepara con negligencia pero que llega a la mesa con una presentación de una finura refinada; la cocina alemana es un deleite para los ojos, pero eso solo, nada más. Esos vinos mezclados, azucarados y adulterados, a unos precios elevados sin sentido —«¡Alemanes, bebed vino alemán!»— y todo esto embellecido con el brillo de las lamparillas rojas de la enoteca, donde la gente se cree en serio que es algo más refinada porque no tiene delante ningún vaso de cerveza. Semejantes sandeces se dan principalmente en aquellas provincias alemanas en las que no hay y se vende vino a granel. Los países vitivinícolas son por naturaleza más democráticos, más sensatos, más sencillos; allí donde el hombre de la calle puede tomarse su cuartita de vino para desayunar, el vino no ensalza entonces a nadie con tanta facilidad a una clase social superior.

Ahora bien, por estas tres copas muchos se han convertido en traidores de su causa.

LA ESCUELA DE LA PRISIÓN

Cuando un negro se cae, lo hace de nalgas. Cuando un europeo se cae, lo hace en la religión.

A la religión hay que conservarle el pueblo, y cuando los ejecutores de la ley agarran al infractor de la ley, entonces este tiene que entrar en el redil, y ahí ya no hay Dios que lo asista... habría dicho yo casi. A estas mujeres presas que por miseria, por herencia y por las amarguras sociales han quebrantado una ley sobre cuya aprobación nadie les ha consultado nada, les enseñan, por ejemplo, que aún hay una instancia en el cielo a la que pueden dirigir todo tipo de peticiones, incluso oralmente —aunque sin garantías—. Seguro que eso las consuela un montón. Amén.

SOY UN ASESINO

—A mí, Ignaz Wrobel, me encanta engañar al cobrador del autobús, y así viajo gratis. Soy irascible; ya he hecho jirones dos veces mi albornoz para castigarlo; he cortado corbatas con las tijeras; he arrojado una copa al suelo. No puedo ver sangre. Sí, puedo ver sangre, pero de animales. Es una sensación extraña, no es agradable; bueno, en realidad sí es agradable, no me atrevo a decirlo pero sí es agradable. Con frecuencia he amado a dos mujeres a la vez, ellas no sabían la una de la otra, pero yo sí. Una noche, a la una de la madrugada tuve un extraño capricho. Yo estaba tumbado junto a Conrad en el sofá, hablábamos de mujeres, entonces empecé a temblar, deseaba tocarlo. No lo hice... Tengo miedo a hacer el ridículo, no tengo miedo de nada más. De vez en cuando sueño con sucesos sangrientos. Me alimento de forma irregular, a veces no como nada durante días y luego lo hago con desmesura. Soy un inconstante... me dan miedo las enfermedades, de lo contrario le dirigiría la palabra a una chica en la calle por lo menos cada pocos días. Soy cobarde y malicioso: a mi primo le rocié de tinta su sombrero nuevo, a mi madre le hice pedazos un pañuelo de encaje... Después le dije poniendo la cara más angelical posible: «Ni idea de quién lo ha hecho. Santo cielo bendito... ¡Pero si está completamente destrozado! ¡No vale ya para nada!». Me gusta oír a las personas cuando se aman. También cuando se pegan. Miento por mentir, me dan palpitaciones por si se descubre. La mayoría de las veces no se descubre. Sé mentir muy bien. Detesto a mi padre. De pequeño me las tuve con mi hermano y después quise darle una paliza tremenda, pero él era más fuerte. Vivo irregularmente... Esto ya lo he dicho. ¿Qué hay de todo esto?

—No es nada especial. Mire usted a su alrededor, todo el mundo, hombre o mujer, lleva una carga igual, grande o pequeña... Todos cargan con ella. Poseen una joroba anímica de la que se avergüenzan. Por mucho que se desnude una persona, esa joroba no se la mostrará a usted. La mayoría de las veces no se la mostrará ni a sí mismo. No es nada especial.

—¿No es nada especial...? ¿No tengo nada que temer...?

—No es nada especial. No tiene nada que temer. Siempre que usted no...

—¿...?

—Siempre y cuando no se halle ante un tribunal. Siempre y cuando no recaiga sobre usted ninguna sospecha grave por un delito que niegue, pues entonces...

—¿...?

—Bueno... entonces esos hechos que me acaba de contar usted se transforman en algo diferente. Entonces ya no son esas anomalías que todo juez, todo fiscal, todo jurado, todo escabino en ciernes podría comprender y sentir en sí mismo solo sincerándose consigo mismo. Entonces, patán, de repente todo es muy diferente.

—¿Qué...? ¿Qué pasa entonces? ¿No dice que todo el mundo lleva esa carga?

—En la sala del tribunal no existe tal cosa. Allí todos fingen una vida que no tienen, una moral que no poseen, una pureza de la que no es capaz ninguna persona. Los niños y las niñas en sus trajes de domingo de pronto no comprenden cómo puede haber manchas en el mundo. Entonces, esos rasgos pequeños son de golpe y porrazo algo nuevo...

—¿Qué son entonces...?

—Indicios, señor Wrobel...

Fiscal superior Müller

Ministro Hustaedt

...y por tanto, su veredicto solo puede ser este: se condena al acusado a la pena de muerte.

ORACIÓN POR LOS PRESOS

¡Señor!

Si por casualidad, entre dos caídas de la bolsa

y una estúpida batalla campal en Marruecos,

tienes tiempo de preocuparte también por los pobres: