Diario de la cárcel, volumen III - North Sea Camp: Paraíso - Jeffrey Archer - E-Book

Diario de la cárcel, volumen III - North Sea Camp: Paraíso E-Book

Jeffrey Archer

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Beschreibung

El volumen final de la trilogía de diarios carcelarios de Jeffrey Archer abarca desde su transferencia desde el Centro Penitenciario de Media Seguridad Wayland de Su Majestad hasta su puesta en libertad condicional en julio de 2003. Supone el relato del traumático período que pasó en la famosa Prisión Lincoln y los acontecimientos que llevaron a su encarcelamiento en ella. Asimismo, el libro presenta una dura visión de un sistema penitenciario a punto de quebrarse. Contado con humor, misericordia y honestidad, este diario cierra con un reflexivo manifiesto que debería ser recibido con aplausos entre defensores de la reforma del sistema y presos de las cárceles británicas.-

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Jeffrey Archer

Diario de la cárcel

Volumen III

North Sea Camp: Paraíso

Traductora: Ana Alcaina Pérez

Saga

Diario de la cárcel, volumen III - North Sea Camp: Paraíso

Translated by Ana Alcaina

Original title: A Prison Diary III - Heaven

Original language: English

Copyright © 2004, 2022 Jeffrey Archer and SAGA Egmont

All rights reserved

ISBN: 9788726491739

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

Estimado lector,

Estas son mis memorias personales de un periodo complicado en mi vida que han sido traducidas a tu idioma. Incluyen copias de objetos originales como cartas, listas, notas, etc, que he dejado en inglés, ya que son documentación de un momento y lugar específicos, y no pueden ser traducidas correctamente.

Saludos cordiales,

Jeffrey

Diario de la cárcel

Volumen III

North Sea Camp: Paraíso

FF8282

Diario de la cárcel

Volumen III

North Sea Camp: Paraíso

Día 89

Lunes, 15 de octubre de 2001

14:30 horas

El cartel indicador anuncia la distancia hasta la cárcel de North Sea Camp: una milla. Cuando nos acercamos a la entrada, lo primero que me llama la atención es que no hay puertas automáticas, ni muros altos, ni alambradas.

Salgo de la jaula del furgón y me dirijo a la recepción, donde un funcionario acude a mi encuentro. El señor Daff exhibe una sonrisa alegre y un aire militar. Me promete que, después de Wayland, esto será más parecido a un centro vacacional estilo Butlins.

—De hecho —añade—, hay un Butlins justo al final de la carretera, en Skegness. La única diferencia es que ellos tienen un muro alrededor del complejo turístico.

En lugar de rodear la cárcel con muros, me explica el señor Daff, aquí se hace el recuento a las 7:30, a las 11:45, a las 15:30, a las 20:15 y a las 22:00 horas, cuando debo personarme en la oficina central del pabellón: un régimen completamente distinto al que tendré que acostumbrarme.

Mientras Daff completa el papeleo, saco mis pertenencias de las bolsas de plástico reglamentarias. Me suelta que solo podré vestirme con la ropa de la cárcel, así que me confiscan todas las camisetas y las meten en una caja con la etiqueta Archer FF8282.

Dean, uno de los ordenanzas, se encarga de ayudarme. Una vez revisadas todas mis pertenencias, me acompaña a mi habitación, y quiero subrayar que digo «habitación», y no «celda». En North Sea Camp, los presos tienen su propia llave, y no hay rejas en las ventanas. Por ahora, todo bien.

Sin embargo, vuelvo a compartir espacio con otro interno. Mi compañero de cuarto se llama David. No baja el volumen de la música cuando entro, ni se quita el cigarrillo de liar de la boca. Mientras hago la cama, David me dice que cumple una pena de prisión perpetua, con una primera parte de cumplimiento obligatorio (la denominada «tarifa») de quince años. De momento lleva cumplidos veintiún años porque todavía se le considera una amenaza para la sociedad, a pesar de estar en una cárcel de categoría D. Su delito original fue un asesinato, una agresión con resultado de muerte a un camarero que estaba mirando con expresión lasciva a su mujer.

16:00 horas

Dean (el ordenanza de recepción) me informa de que el señor Berlyn, uno de los directores, quiere verme. Me acompaña a su despacho, en un edificio modular prefabricado, donde soy recibido de nuevo con una cálida sonrisa. Después de una charla preliminar, Berlyn dice que tiene previsto asignarme al departamento de educación. A continuación, el director me habla del problema de que North Sea Camp sea una cárcel de régimen abierto y de cómo esperan manejar el tema de la prensa. Termina diciendo que su puerta siempre está abierta para cualquier preso, por si necesito ayuda o algún tipo de asistencia.

17:00 horas

Dean me lleva a cenar a la cantina. La comida tiene mejor aspecto que la de Wayland, y se sirve y se come en un comedor central, prácticamente como en el internado.

18:00 horas

Escribo durante dos horas y estoy agotado. Cuando termino, salgo de mi habitación y acudo a reunirme con Doug en el módulo de enfermería. Por lo visto, está al corriente de todos los chismes de la cárcel, así que es evidente que me va a resultar valiosísimo como mi garganta profunda particular. Nos sentamos y vemos el informativo de la noche en unas cómodas sillas. Dean se sienta con nosotros unos minutos después, a pesar de que solo le faltan unas pocas horas para salir en libertad. Dice que ya me han lavado la ropa y que la han devuelto a mi habitación.

20:15 horas

Vuelvo al módulo norte y me presento ante el funcionario de guardia antes del recuento. El señor Hughes lleva una gorra con pico que le da cierto aire al personaje de Mister Mackay en Porridge, la famosa telecomedia británica de los setenta. Mi primera impresión es que parece un feroz sargento mayor (veinte años en el ejército), pero no tardo en descubrir que en realidad es un sentimental y un blandengue. Cae muy bien entre los reclusos, que sienten gran admiración por él; si dice que va a hacer algo, lo hace. Si no puede hacerlo, te lo dice.

Vuelvo a mi habitación y hago un esfuerzo por escribir una hora más, a pesar de que el espacio está lleno de humo y la música, muy alta.

22:00 horas

Último recuento. Quince minutos después estoy en la cama, durmiendo a pierna suelta, ajeno al humo y la música de David.

Día 90

Martes, 16 de octubre de 2001

5:30 horas

En Belmarsh me despertaban los pastores alemanes, en Wayland lo hacía el tintineo de las llaves de los funcionarios en sus rondas matutinas, pero como North Sea Camp está a solo cien yardas de la costa, aquí son los graznidos constantes de las gaviotas los que me hacen abrir los ojos. Más tarde, mucho más tarde, se incorporan a la serenata los gruñidos sofocados de los cerdos, ya que el grupo más numeroso de residentes de North Sea Camp son los cerdos que viven en la piara de la granja de la cárcel, de novecientos acres de extensión. Envuelvo la lámpara del techo con unos calzoncillos negros para que David no se despierte mientras continúo con mi rutina de escritura. No se mueve. A las siete y media me dirijo a la ducha que hay al final del pasillo.

8:00 horas

Dean me acompaña a desayunar: gachas de avena de lunes a viernes, y cereales los fines de semana, me explica. Me contento con un huevo duro y un par de tostadas quemadas.

8:30 horas

Iniciación. La primera semana en North Sea Camp, los presos nuevos emplean el tiempo descubriendo cómo funcionan las cosas allí, mientras los funcionarios tratan de averiguar todo lo posible sobre el nuevo recluso. Mi primera cita es con el doctor Walling, el médico del centro, que hace las preguntas de rigor sobre drogas, tabaco, alcohol, enfermedades y alergias. Después de pasar veinte minutos inhalando y exhalando aire, subiéndome a la báscula y sometiéndome a una revisión de la vista, el oído, la dentadura y el corazón, el único consejo del doctor Walling es que no me pase con el ejercicio en el gimnasio.

—Procure no olvidar que tiene sesenta y un años —me recuerda.

Cuando salgo de la consulta, Doug, el ordenanza del módulo de enfermería y amigo de Darren (Wayland, solo marihuana), me hace señas para que vaya al pabellón de enfermería, una sala privada. Doug mide seis pies y pesa unos dieciséis stones, tiene una buena mata de pelo que empieza a echar canas, y calculo que debe de tener unos cuarenta años. En el pabellón hay ocho camas, una de las cuales es la de Doug, porque alguien tiene que quedarse por las noches por si algún recluso se pone enfermo de repente y han de llevarlo allí. Pero el trabajo no está nada mal: Doug no solo tiene una habitación del tamaño de una suite de hotel, sino que también dispone de su propio televisor y su propio baño. Me dice que está en la cárcel por evasión de impuestos, pero no me cuenta más detalles. Doug cierra la puerta de su palacio y me confirma que el trabajo de ordenanza del módulo de enfermería y atención médica es el mejor de toda la cárcel. Sin embargo, me asegura que el segundo mejor puesto en North Sea Camp es el de ordenanza en la unidad de gestión de sentencias (SMU, por sus siglas en inglés). Doug me cuenta en susurros que el puesto en la SMU se va a quedar vacante en poco más de cuatro semanas, cuando el actual titular, Matthew, salga en libertad. El señor New, el supervisor de más alto rango —el equivalente al señor Tinkler en Wayland— es quien tomará la decisión definitiva, pero Doug le hablará bien de mí.

—Hagas lo que hagas —me advierte—, no acabes trabajando en la granja. Falta poco para el invierno, así que si la comida no te mata, lo hará la granja. —Cuando me voy, añade—: Ven a tomar algo esta noche. —Con eso se refiere a té o café—. Me dejan traer a dos invitados de siete a diez, y serás muy bienvenido.

Le doy las gracias y también se las doy, para mis adentros, a mi antiguo mentor, Darren. Conocer a la gente adecuada es tan importante aquí, dentro en la cárcel, como en la calle.

10:30 horas

Mi segunda reunión de iniciación es para decidir de qué trabajaré mientras esté en North Sea Camp. Me dirijo a la unidad de gestión de sentencias, un edificio que anteriormente era la vivienda del director y que se encuentra a escasa distancia de la puerta principal. El camino que lleva a la entrada está flanqueado de flores rojas y mustias. Al azul claro de la puerta de entrada le vendría bien una mano de pintura; parece como si normalmente la abrieran a patadas en lugar de empujarla.

La primera habitación en la que entro parece una especie de anexo. Hay una docena de sillas de madera y un tablón de anuncios cubierto de folletos informativos. Cuatro funcionarios, incluido un tal señor Gough, que parece el director de un internado, ocupan la primera habitación de la planta baja. Cuando anota mi nombre, Gough anuncia, con un fuerte acento de Norfolk, que se dirigirá a los nuevos reclusos en cuanto se hayan sometido a la revisión médica. Sin embargo, como el doctor Walling se tira quince minutos con cada nuevo preso, podemos estar esperando un buen rato. Mientras aguardo impaciente en el anexo, me doy cuenta de lo sucia que está la sala. En Wayland, los suelos estaban resplandecientes porque los pulían a diario, y si te quedabas quieto más de un minuto, alguien te pasaba la brocha por encima.

Al final aparecen los siete internos nuevos. El señor Gough nos da la bienvenida y empieza diciendo que como la mayoría de los presos pasan menos de tres meses en el centro, los funcionarios tienen como objetivo que nuestra estancia sea lo más civilizada posible mientras nos preparan para volver al mundo exterior. Gough explica que en North Sea Camp cualquiera puede fugarse. Es sumamente fácil, ya que no hay muros que te retengan.

—Pero si deciden abandonarnos, les ruego que se acuerden de dejar la llave de su habitación en la almohada.

No está bromeando.

A continuación nos habla de un joven que se fugó dieciséis horas antes de ser puesto en libertad. Lo pillaron en Boston a la mañana siguiente y lo transfirieron a un centro de categoría C, donde pasó otras seis semanas. Entendido.

El señor Gough hace entonces una enumeración de los trabajos disponibles para los presos menores de sesenta años, señalando que más de la mitad de los reclusos trabajan en la granja. La otra mitad puede inscribirse en tareas educativas o desempeñar las labores habituales de cocina, pintura, jardinería o limpieza.

Gough termina diciéndonos que todos tenemos que seguir una política de «tolerancia cero con las drogas». Negarse a firmar los tres documentos que declaran que no consumes drogas y que aceptas someterte en cualquier momento a un test voluntario de detección de drogas te impedirá acceder a una «progresión» en ocho semanas. La progresión a un grado superior te permite contar con otras cinco libras a la semana para gastarlas en el economato, junto con otros beneficios penitenciarios. Gough responde así a una pregunta:

—No está permitido vestirse con ropa propia en una cárcel de régimen abierto ya que eso haría la fuga mucho más fácil.

Sin embargo, he advertido que Doug (evasión de impuestos) llevaba una camiseta verde y unos pantalones marrones sujetos con unos tirantes de Walt Disney de lo más chillones y escandalosos. Siempre hay alguien que encuentra una forma de burlar el sistema.

Firmo gustosamente todos los formularios de drogas del señor Gough y luego me envían arriba para una entrevista con otro funcionario. El señor Donnelly no solo parece un granjero, sino que también va vestido con un mono verde y lleva unas botas de agua. Con razón está tan sucio este sitio... Parece entusiasmado por que trabaje con él en la granja, pero le explico (siguiendo las recomendaciones de Doug) que me gustaría que me tuvieran en cuenta para el trabajo de Matthew como ordenanza de la SMU. Toma nota y frunce el ceño.

12:00 horas

Después de diez semanas encerrado en Wayland y acostumbrado a que siempre tengan que servirme los platos de comida, no me hago a la idea de poder hacerlo yo mismo. Uno de los miembros del personal de cocina se ríe cuando le enseño mi plato y espero que me sirva:

—Cómo se nota que acabas de llegar de una cárcel de régimen cerrado —comenta—. Bienvenido al mundo real, Jeff.

Después del almuerzo, Dean me lleva a visitar el módulo sur, más aislado y tranquilo, que se halla en el otro extremo de la cárcel y alberga a los reclusos de más edad1. Allí se respira un ambiente completamente diferente.

Dean me muestra una habitación vacía, grande para los estándares normales, de unos veinte pies por ocho, con una ventana que da al sombrío mar del Norte. Me explica que todo el pabellón está en pleno proceso de remodelación y que está previsto que reabra el lunes. Van a equipar cada celda con electricidad y en algún momento, todas las habitaciones tendrán un televisor. En el camino de regreso al módulo norte, uno de los celadores me informa de que el supervisor general, el señor New, quiere verme inmediatamente. Me pongo nervioso. ¿Habré hecho algo malo? ¿Va a enviarme de vuelta a Wayland?

El supervisor New tiene unos cuarenta y bastantes años, mide unos cinco pies con once pulgadas y luce una buena mata de pelo blanco y grueso. Me recibe con una cálida sonrisa.

—Me han dicho que quiere trabajar en la SMU —dice y, antes de que pueda responder, añade—: El trabajo es suyo. Como Matthew se va dentro de cuatro semanas, será mejor que empiece cuanto antes para que la transición sea lo más suave posible. —Apenas he podido murmurar unas palabras de agradecimiento cuando sigue—: Me han dicho que quiere mudarse al módulo sur, cosa que estoy seguro de que será posible, y también he oído que le gustaría que lo trasladaran a Spring Hill, lo cual —añade— no va a ser tan fácil, porque no lo quieren a usted ni a la repercusión mediática que lo acompaña. —Se me cae el alma a los pies—. Sin embargo —dice, una vez más, antes de que me dé tiempo a responder—, si eso es lo que quiere, hablaré con mi homóloga en Spring Hill y veré si ella puede ayudar.

Una vez que New acaba su discurso, bajamos a conocer a Matthew, el ordenanza actual. Matthew es un joven tímido, con cierto aire académico, como de hombre despistado. No acierto a imaginar qué hace alguien como él en la cárcel. A pesar de que es el señor New quien habla la mayor parte del tiempo, Matthew logra meter baza para para decirme cuáles son sus responsabilidades, desde preparar té y café para los once ocupantes del edificio, hasta elaborar los expedientes de iniciación para cada preso. Mañana pasará todo el día fuera disfrutando de un permiso penitenciario en la ciudad, así que me veré solo ante el peligro... y sin estar preparado en absoluto.

16:45 horas

Dean recoge mi bolsa de ropa sucia y me acompaña a cenar, explicándome que los ordenanzas tienen el privilegio de comer por su cuenta media hora antes que los demás reclusos.

—Eres el primero en elegir la comida —añade—, y como somos más o menos una docena... (módulo de enfermería, tiendas y economato, recepción, biblioteca, gimnasio, educación, capilla y jardines; es todo un privilegio).

Todo esto en veinticuatro horas no me va a hacer muy popular entre el colectivo de reclusos.

Día 91

Miércoles, 17 de octubre de 2001

5:30 horas

Me despierto poco después de las cinco y voy a orinar a la letrina que hay al final del pasillo. ¿Os habéis dado cuenta de que, cuando uno está desorientado o tiene miedo, no va al baño hasta al cabo de un tiempo? Debe de haber una explicación médica muy sencilla para eso. Yo no fui «de vientre» —por emplear las palabras del médico— los primeros cinco días en Belmarsh, los primeros tres días en Wayland y de momento me ha sido imposible «ir» aquí, en North Sea Camp.

8:00 horas

Dean asoma por la puerta para acompañarme al desayuno. Puede que de ahora en adelante ni si quiera me tome la molestia, porque no como gachas de avena y no vale la pena hacer el trayecto por un par de tostadas quemadas. Dean me advierte que los periodistas están por todas partes y que van ofreciendo grandes sumas de dinero por una foto mía con el uniforme de la cárcel. Si consiguen una foto, se van a llevar un chasco cuando vean que estoy paseándome con una camiseta y unos vaqueros. Ni rastro de insignias de la cárcel, ni número, ni bolas, ni cadenas.

8:45 horas

En la recepción, le pregunto al señor Daff si podrían darme una camiseta limpia, ya que esta tarde vendrá a visitarme mi esposa.

—¿Dónde coño crees que estás, Archer, en el puto Harrods?

9:00 horas

Como recién llegado, continúo con mi cursillo de iniciación. Mi primera sesión esta mañana es en el gimnasio. Primero nos reúnen a todos en un pequeño edificio modular y vemos un vídeo en blanco y negro de diez minutos sobre seguridad en el trabajo. El instructor del gimnasio se concentra en la parte que habla de levantar peso, ya que hay varios trabajos en North Sea Camp que requieren que cojas cargas pesadas, por no hablar de la cantidad de presos que levantan pesas en el gimnasio. A continuación, el señor Masters, el supervisor general del gimnasio, que lleva diecinueve años en North Sea Camp, nos ofrece una visita guiada por las instalaciones. No es tan grande ni está tan bien equipado como Wayland, pero tiene máquinas de ejercicio cardiovascular que me permitirán mantenerme en forma: una máquina de remo, otra de step y una bicicleta. El gimnasio en sí es lo bastante grande para jugar al baloncesto, mientras que la extensión de la sala de pesas es la mitad de la de Wayland. El gimnasio está abierto todas las tardes excepto los lunes de 17:30 a 19:30, así que no tenemos (se oyen unos gruñidos: los cerdos están desayunando) que completar el programa a una hora determinada. Espero empezar este fin de semana; para entonces ya debería haberme familiarizado con el lugar (más gruñidos). El bádminton es el deporte más popular, y aunque North Sea Camp cuenta con un equipo de fútbol, el problema reciente de la fiebre aftosa ha causado estragos en cuanto a salir al campo (más gruñidos).

9:30 horas

Educación. Nos reunimos todos en la capilla. La funcionaria responsable del departamento educativo nos presenta las distintas alternativas que ofrece el centro. La mayoría de los nuevos internos la miran fijamente desde sus sillas con aire hosco y malhumorado. Como ya me han asignado un trabajo como ordenanza de la SMU, la escucho en respetuoso silencio y, una vez que termina su charla, me presento en mi nuevo trabajo.

10:30 horas

Hoy Matthew ha salido de permiso a visitar la ciudad, pero no tardo en descubrir que el puesto en la SMU consta de tres responsabilidades principales:

hacer té y café para los once empleados que trabajan regularmente en el edificio, además de los que aparecen para ver a algún un colega.

preparar los expedientes de los nuevos reclusos para que los funcionarios tengan todos sus datos a mano: sentencia, FLED (fecha de elegibilidad para la obtención de permisos penitenciarios), domicilio, si tienen casa o trabajo fuera de la cárcel, si tienen dinero propio, si su familia quiere que regresen con ella.

preparar los formularios de los presos para solicitar las visitas, los días de permiso, los permisos de fin de semana, horas de ejercicio físico y permisos extraordinarios por razones humanitarias o por enfermedad.

También formará parte de mi responsabilidad asegurarme de que cada preso vaya a ver al funcionario que le corresponde, según sus necesidades. El señor Simpson, el agente de libertad condicional designado para North Camp me dice:

—Puedo ver a cualquiera si estoy libre; de lo contrario, dígales que deben pedir cita.

Eso le permite tratar con los presos que tienen un problema de verdad y evitar a los que se pasan por su despacho para quejarse cada dos por tres.

11:45 horas

Voy a almorzar con los otros ordenanzas. La funcionaria que está a cargo de la cocina, Wendy, me dice que North Sea Camp ha recibido muchos elogios por ofrecer la mejor comida de todo el sistema penitenciario.

—Debería probar la carne y dejar de ser un VIP [vegetariano interno en prisión] —me dice.

Wendy es una especie de Margaret Thatcher en miniatura. Su cocina está impoluta, mientras sus hombres se dejan la piel en sus monos de trabajo de un blanco inmaculado, lo que no deja lugar a dudas sobre el respeto que le profesan. Prometo probar la carne dentro de dos semanas, cuando rellene mi próximo formulario con el menú. (Véase siguiente página.)

14:00 horas

Ahora que estoy en una cárcel de categoría D, puedo recibir una visita a la semana. Cuando cumpla un tercio de mi condena, obtendré otros beneficios penitenciarios adicionales. Solo Dios sabe qué harán los periodistas con mi primer permiso para visitar la ciudad. Sin embargo, todo esto podría cambiar muy rápidamente cuando se admita a trámite mi recurso de apelación. Si tu sentencia es de cuatro años o más, solo puedes optar a la libertad condicional, mientras que si es de menos de cuatro años, te dejan salir automáticamente en libertad después de cumplir la mitad de la condena, y si has sido un preso modelo, puedes disfrutar de otros dos meses adicionales de libertad, aunque sometido a control telemático mediante dispositivos electrónicos2.

Pero volviendo a la visita de hoy: dos viejos amigos, David Paterson y Tony Bloom, acompañan a Mary.

Los tres llegan veinte minutos tarde, cosa que hace aún más patente lo pesado que debe de ser el viaje de 250 millas desde Londres. Mary y yo disponemos de treinta minutos a solas, y me dice que mis abogados han solicitado a sir Sydney Kentridge QC que se haga cargo de mi recurso de apelación si eso supone que el juez Potts tenía prejuicios contra mí antes del comienzo del juicio. El único testigo que podría testificar, Godfrey Barker, ahora se muestra reacio a declarar. Teme que su esposa, que trabaja en el Ministerio del Interior, pueda perder su trabajo. Mary cree que hará lo que es justo, mientras que yo creo que le entrarán todos los miedos y se echará atrás. Ella es la optimista, yo soy el pesimista. Normalmente es al revés.

Durante la visita, tanto el director Berlyn como el supervisor general New se pasean por allí, hablando con los familiares de los presos. Qué diferencia con Wayland... New nos explica que ahora consideran North Sea Camp «la cárcel más cómoda de Inglaterra» (Sun), gracias a lo cual espera que haya mejores presos en el futuro; donde hay «la mejor comida de todas las cárceles» (Daily Star); dicen también que tengo «la habitación más grande del módulo más tranquilo» (Daily Mail); y, que «[Archer] es el único preso al que le dejan ponerse su propia ropa» (Daily Mirror). Ni una sola de estas afirmaciones es correcta.

La hora y media pasa demasiado rápido, pero al menos ahora puedo recibir una visita cada semana. Solo me queda preguntarme cuántos de mis amigos estarán dispuestos a recorrer un trayecto de ida y vuelta de siete horas para pasar una hora y media conmigo.

17:00 horas

El economato. En Wayland, rellenabas un formulario con el pedido y luego te entregaban los productos en tu celda. En North Sea Camp hay una pequeña tienda que puedes visitar dos veces por semana entre las 17:30 horas y las 19:30 horas para comprar lo que necesites: hojas de afeitar, pasta de dientes, chocolate, agua, zumo de grosella y, lo más importante, tarjetas telefónicas. También necesito un bote de espuma de afeitar, ya que todavía me afeito todos los días.

Qué diferentes las cárceles de categoría D...

18:00 horas

Voy a la cocina para la cena y me siento con dos presos al fondo de la sala. Los escojo a ellos por su edad. Uno resulta ser contable, mientras que el otro es un corredor de seguros jubilado. No hablan de sus delitos. Me dicen que ya no trabajan en la cárcel, sino que se desplazan a Boston todas las mañanas en autobús y tienen que volver todas las tardes antes de las cinco. Trabajan en la tienda local de la Cruz Roja y ganan 13,50 libras a la semana, que se acumulan en su cuenta de peculio. Algunos presos pueden ganar hasta doscientas libras a la semana, lo que les da la oportunidad de ahorrar una suma considerable para cuando salen en libertad. Eso tiene mucho más sentido que ponerlos en la calle con las cuarenta libras reglamentarias y sin trabajo.

19:00 horas

Me reúno con Doug en el módulo de enfermería para tomar un zumo de grosella con una galleta McVitie’s y ver las noticias del Canal 4. En Washington D.C. han tenido que evacuar el Congreso y el Senado por una amenaza de ántrax. Parece que hay muchas maneras de librar una guerra moderna. ¿No será que estamos en mitad de la Tercera Guerra Mundial y no nos hemos dado cuenta?

20:15 horas

Regreso al módulo norte antes del recuento para demostrar que no me he escapado3. Doug me asegura que el proceso se hace mucho más fácil después de las primeras semanas, cuando las comprobaciones pasan de realizarse seis veces al día a cuatro. Mi problema es que el último recuento es a las diez, y para entonces normalmente ya estoy durmiendo.

Día 92

Jueves, 18 de octubre de 2001

6:00 horas

Como todo es tan nuevo para mí y hay tantas cosas que ignoro todavía, aún estoy intentando averiguar cómo funciona esto.

El señor Hughes y el señor Jones, los funcionarios a cargo del módulo norte, intentan resolver rápidamente las preguntas y dudas de los presos y, lo que es más importante, tratan de «solucionar» las cosas, motivo por el cual son muy populares entre los otros reclusos. Los dos módulos parecen barracones Nissen de la Segunda Guerra Mundial. El módulo norte consta de un pasillo de cien yardas del que salen cinco galerías a cada lado. Cada pasillo tiene nueve habitaciones: dispones de tu propia llave y no hay barrotes en las ventanas.

Dos presos comparten cada habitación. Mi compañero de cuarto, David, cumple cadena perpetua (asesinato), y tiene la habitación más grande: no es la habitual de cinco pasos por tres, sino de siete pasos por tres. Ya he solicitado el traslado a la galería de no fumadores del módulo sur, que suele albergar a los reclusos de mayor edad, más maduros. A pesar del titular del News of the World que afirma que Archer exige un cambio de celda, todos los presos tienen derecho a exigir estar separados en función de si son fumadores o no. Sin embargo, al director Berlyn no le hace gracia mi traslado al módulo sur porque se halla junto a un camino público que actualmente está muy frecuentado por numerosos periodistas y fotógrafos.

Hace poco designaron el pasillo que hay frente al mío como zona de no fumadores, de modo que Berlyn me sugiere que me mude a una de las habitaciones vacías de esa galería. Como ahora mismo las cifras de ocupación de la cárcel son muy bajas, podría incluso estar yo solo en la celda. Hasta ahora, cada preso con el que he compartido celda o bien ha vendido su historia a los periódicos o bien han publicado su nombre en primera página, siempre en artículos exagerados y con información que nunca es precisa.

8:30 horas

Mi jornada de trabajo como ordenanza de la SMU es de 8:30 de la mañana hasta las 12:00 del mediodía, luego hago una pausa para el almuerzo y continúo de las 13:00 hasta las 16:30 horas. Llego a la unidad convencido de que Matthew va a estar allí para poder hacer la transición en el cargo, pero al único que veo es al señor Gough. Está sentado frente al ordenador, arrugando la frente y con la cabeza baja. Murmura algo para sí mismo antes de pedir educadamente una taza de té.

9:00 horas

Aún no hay señales de Matthew. Leo el manual con las tareas diarias y descubro que mis obligaciones incluyen fregar el suelo de la cocina, barrer todas las zonas comunes, aspirar las moquetas y limpiar los dos lavabos además de la cocina. Por suerte, mi cometido principal —y el único que impedirá que me vuelva loco— es gestionar las solicitudes y las preguntas de los presos. Para cuando he leído el pliego de ocho páginas dos veces, Matthew sigue sin dar señales de vida, lo que empieza a parecer un delito punible.

Si llegas tarde al trabajo, te «trincan», algo sumamente raro en una cárcel de categoría D, porque si te abren un parte, eso puede suponer la pérdida de tus beneficios penitenciarios, e incluso una regresión en tu clasificación como preso y que te devuelvan a un centro de categoría C, en función de la gravedad de tu delito. Si te pillan consumiendo drogas o si no vuelves a la cárcel a la hora asignada, eso constituye un delito de recategorización inmediata. Conceden esos beneficios e imparten los castigos para asegurarse de que todo el mundo cumpla las reglas.

El señor New, el supervisor principal, llega justo cuando Gough entra en la habitación.

—¿Dónde está Matthew? —pregunta.

Entonces observo a los funcionarios en su mejor momento, pero al servicio penitenciario en su máximo grado de ineficacia.

—Por eso he venido a buscarle —dice el señor Gough—. Anoche Matthew regresó a la cárcel después de la hora acordada (una infracción que puede hacer que lo trasladen a un centro de categoría C, porque es como si se hubiera fugado) y le abrieron un parte. —El ambiente cambia inmediatamente—. Pero lo he eliminado de su expediente.

—¿Por qué? —pregunta New mientras se enciende un cigarrillo.

—Su padre se desmayó ayer por la tarde y lo llevaron al Hospital de Canterbury. Le han diagnosticado un tumor cerebral y los médicos creen que no sobrevivirá ni una semana.

—De acuerdo —dice New, apagando su cigarrillo—, asígnale una solicitud de permiso por razones humanitarias y llevémoslo a Canterbury lo más rápido posible.

El señor New me dice que la madre de Matthew, enferma de esclerosis múltiple, murió hace un año, y su abuela unas semanas después. Todo esto ocurrió poco después de que cometiera el delito por el que lo condenaron a quince meses de cárcel.

Matthew entra en ese momento.

New y Gough no podrían haberse mostrado más comprensivos. Estampan sus firmas con inusitada celeridad e incluso dan permiso a Matthew para que utilice el teléfono de la oficina para que venga a recogerlo su novia. Unos minutos más tarde, el director Berlyn aparece y conviene con New en que el chico (pienso en Matthew como un chico porque es incluso más joven que mi hijo) tiene que salir de la cárcel lo antes posible. Entonces empiezan a surgir los problemas.

Matthew, a quien solo le quedan cuatro semanas de condena, no conoce a nadie en Canterbury, así que tendrá que ir a dormir a la cárcel local, a pesar de que su novia y su madre se alojan en un hotel cerca del hospital. Pero lo peor es que, como a Matthew solo se le permite un permiso compasivo de veinticuatro horas, tendrá que viajar de vuelta de Canterbury y pasar la segunda noche en North Sea Camp, después de lo cual saldrá a la calle el viernes por la mañana para disfrutar de su permiso de fin de semana, cuando no tendrá que volver hasta el domingo por la noche.

—Pero ¿por qué no dejan que el chico vaya y esté con su padre y vuelva el domingo por la noche? —pregunto.

Tanto el señor Berlyn como el señor New asienten con la cabeza, pero me dicen que es imposible eludir las normas del Ministerio del Interior.

10:30 horas

La novia de Matthew llega con el coche a la barrera de entrada y el chico se va rápidamente con ella. Rezo para que el padre de Matthew no muera mientras están en la autopista. Recuerdo con tristeza el momento en que supe que mi madre se estaba muriendo, durante mi juicio. El juez Potts no me permitió abandonar el juzgado para estar con ella, ya que no aceptó el dictamen médico de que solo le quedaban unas horas de vida. Al final llegué a su lecho de muerte una hora antes de que falleciera, y ya no me reconoció.

11:00 horas

Tres presos que llegaron ayer se registran para asistir a su charla de iniciación y me acribillan a preguntas. Me siento como una especie de impostor, tratando de responderlas cuando solo llevo aquí cuarenta y ocho horas y aún estoy en iniciación. Gough les da la charla que escuché hace dos días. Les entrego un folleto con un resumen de la información. Un joven recluso me susurra al oído que no sabe leer, pidiéndome ayuda. Le digo que vuelva a verme si tiene algún otro problema.

12:15 horas

El señor New viene a verme y repasamos juntos mis responsabilidades. Abrimos un armario de gran tamaño repleto de formularios y documentos que en su opinión necesita que alguien los reordene. Se enciende otro cigarrillo.

14:00 horas

El señor Simpson, el oficial de libertad condicional, me pide que me reúna con él en su despacho del primer piso, ya que quiere poner al día mi expediente. Me pregunta si he visto a algún agente de libertad condicional después de ser condenado.

—Sí, pero solo unos minutos —le contesto—, mientras todavía estaba en el tribunal de Old Bailey.

—Bien —dice—, porque eso demostrará que está domiciliado en Londres y facilitará su traslado a Spring Hill. —Examina el ordenador y me da el nombre de mi agente de libertad condicional—. Escríbale —me aconseja— y dígale que quiere que tramiten su traslado.

15:30 horas

El señor New se reúne conmigo en el comedor para hacer otra pausa para fumar. Descubro que se marchará de North Sea Camp en enero, cuando lo trasladarán a la cárcel de Norwich como director de grado cinco4. A continuación saca todos los formularios necesarios para mi traslado. Aunque hablará con la señora McKenzie-Howe, su homóloga en Spring Hill, no se muestra optimista. La cárcel no solo está llena, sino que es un centro de reasignación, y yo no necesito ser reasignado; tampoco busco trabajo para cuando me pongan en libertad, ni una vivienda y, como no tengo problemas económicos, no encajo en ninguna de las categorías habituales.

17:00 horas

Voy a cenar a la cantina y me siento de nuevo a una mesa con dos presos mayores. Ambos están en prisión por estafa; uno era un concejal local (tres meses y medio), y el otro tenía una granja de cría de avestruces. Este último promete contarme todos los detalles cuando tenga más tiempo. Está claro que no me van a faltar buenas historias: en Belmarsh, asesinato y delitos de lesiones graves; en Wayland, capos de la droga y atracos a mano armada. North Sea Camp parece una cárcel un poco más sofisticada.

19:00 horas

Me reúno con Doug en el módulo de enfermería. Me ha dejado guardar una botella de zumo de grosella y un par de botellas de Evian en su nevera para que así siempre las tenga a mi alcance. Mientras Doug me habla, descubro más cosas sobre el delito por el que está aquí. Odia a los traficantes de drogas y considera su propia reclusión un contratiempo temporal. De hecho, tiene planeado hacer un crucero a Australia en cuanto salga en libertad. «En la calle» dirige una pequeña empresa de transporte. Tiene un taller y siete camiones, y da trabajo —todavía da trabajo— a doce personas. Pasa media hora al día al teléfono para estar al corriente de lo que pasa en la empresa.

Ahora, su delito: su empresa de exportación e importación funcionaba sin problemas hasta que un cliente importante quebró y dejó impagada una factura de 170.000 libras, circunstancia que puso a Doug en una situación de presión extrema frente a su banco. Empezó a reponer fondos importando ilegalmente cigarrillos de Francia. Le impusieron una sentencia de dos años por no pagar los impuestos de aduana ni los impuestos especiales por un total de 850.000 libras.

Día 93

Viernes, 19 de octubre de 2001

6:00 horas

Escribo durante dos horas. Me aseguro de no molestar a David envolviendo con los calzoncillos la lámpara de techo cuya luz se proyecta sobre mi escritorio.

8:15 horas

Preparo los documentos de identidad de los tres nuevos presos que llegaron ayer. A medida que van entrando los funcionarios, les hago un té o un café. Entre tanto, sigo organizando el sistema de clasificación de los expedientes de los presos en período de iniciación. Yo mismo seguiré siendo uno de ellos otra semana más.

Cuando llega el señor New, deja su ejemplar del Times en la cocina, ejemplar que recoge a las seis antes de irse a casa.

Estoy acostumbrándome poco a poco a una nueva rutina. Ahora conozco a los nuevos presos a medida que van llegando y averiguo qué problemas tienen antes de que vean a un funcionario. Muchas veces se han equivocado de oficina o, simplemente, no tienen el formulario correcto. Muchos quieren que los evalúen para la clasificación de riesgos, mientras que otros necesitan ver al director, cuyo despacho está en el módulo de administración, en el otro extremo de la cárcel. Pero el verdadero problema es el propio señor New, porque muchos internos creen que si su solicitud no tiene su visto bueno, no llegará a instancias superiores. Esto se debe en parte a que se interesa por todos y cada uno de los presos, pero sobre todo a que les dedica tiempo. Muchas veces llega incluso a pasar veinte minutos con ellos para escuchar sus problemas cuando lo único que se necesita es firmar un formulario, lo que hace que otros cuatro presos tengan que esperar sentados en la sala de espera hasta que él termine.

Un día cualquiera, unos treinta presos visitan la SMU. Debo tener cuidado con no sobrepasar el límite, porque los internos tienen que verme como a alguien que defiende sus intereses, mientras que los funcionarios tienen que pensar que estoy contribuyendo a reducir su carga de trabajo. Desde luego, necesito un mayor estímulo intelectual que hacer tazas de té, pero por mucho que me esfuerce, la paga sigue siendo de 25 peniques por hora, 8,50 libras a la semana.

12:00 horas

Voy a por mi almuerzo: pastel de verduras y alubias. Hoy no hay pudin. Vuelvo con mi bandeja a la SMU y leo el Times.

14:00 horas

Un preso entra en la sala y exige que lo pongan en libertad por motivos humanitarios porque su madre está enferma. El señor Downs, un astuto funcionario con mucha experiencia, le dice que enviará a un oficial de la libertad condicional a ver a su madre para que decidan si deben ponerlo en libertad o no. El preso se retira sin decir ni media palabra. El señor Downs llama inmediatamente al oficial de la libertad condicional de Leicester, por si la madre del preso está realmente enferma.

Bob (cadena perpetua) viene a ver a la psiquiatra, Christine. Bob se está preparando para la vida en el exterior una vez que salga en libertad, posiblemente el año que viene, pero antes de que eso pueda suceder, tiene que realizar diez visitas a la ciudad sin que haya ninguna incidencia. Una vez que lo haya logrado, le dejarán salir los fines de semana sin supervisión. A continuación, las autoridades evaluarán si está listo para salir en libertad. Bob lleva veintitrés años en prisión años, con una sentencia original de quince, pero, tal como señala Christine, por mucho que ella recomiende su puesta en libertad, al final la decisión siempre depende del Ministerio del Interior.

Christine se reúne conmigo en la cocina y me habla de un condenado a perpetua que salió en su primera visita a la ciudad después de veinte años. Le dieron veinte libras para que se acostumbrara a comprar en un supermercado. Cuando llegó a la caja registradora y le preguntaron cómo quería pagar, salió corriendo, dejándose allí toda la compra. No supo gestionar cómo tomar una decisión.

—También tenemos que preparar a todos los condenados a perpetua para la cocina de supervivencia. —Y a continuación añade—: No olvide que algunos presos llevan veinte años comiendo tres comidas cocinadas al día, y están tan institucionalizados que no saben ni freírse un huevo.

El siguiente condenado a perpetua que va a ver a Christine es Mike. Después de veintidós años en prisión (tiene cuarenta y nueve), Mike también está a punto de cumplir la totalidad de su sentencia. Me invita a cenar el domingo por la noche (pollo al curry). Está decidido a demostrar que no solo puede cuidar de sí mismo, sino también cocinar para otros.

17:00 horas

Voy a la cantina y me siento con Ron el estafador y Dave el granjero de avestruces a comer coliflor con queso. Ron afirma que la comida de North Sea Camp es tan buena como la de la mayoría de los restaurantes de autopista. Sin duda, eso es un cumplido para Wendy.

18:00 horas

El señor Hughes (el supervisor de mi galería) me informa de que puedo trasladarme a la habitación doce del pasillo de no fumadores.

Cuando localizo la habitación, descubro que está sucísima, y que los únicos muebles son una cama individual sin hacer, una mesa y una silla. Me entra la desesperación. Lo mío es tan patético en momentos como este...

En la celda de enfrente hay un preso llamado Alan que está limpiando su habitación y que se ofrece a ayudarme. Le pregunto cuánto me cobraría por transformar mi habitación para que luzca el mismo aspecto que la suya.

—Cuatro tarjetas telefónicas —dice (ocho libras).

—Tres —regateo. Está de acuerdo. Le digo que volveré a las ocho y cuarto para el recuento y ver cómo va.

20:15 horas

Me presento a la hora del recuento antes de ir a ver mis nuevos aposentos. Alan ha contratado a un ayudante y se están dejando la piel: mientras Alan limpia los armarios, el ayudante se ocupa de las paredes. Les digo que volveré a las diez y saldaré mis deudas. El único problema es que no tengo tarjetas telefónicas ni las tendré antes del pedido del economato del miércoles. Doug acude en mi rescate y asume el papel de Darren como proveedor de bienes esenciales.

Doug parece angustiado. Me dice que su hija de catorce años ha sufrido un ataque epiléptico; mañana le dejarán ir a casa a verla.

Nos ponemos cómodos para la película de la noche y el señor Hocking, el supervisor de seguridad, se sienta con nosotros. Me advierte que hay un periodista del News of the World rondando por las instalaciones, pero, con un poco de suerte, se caerá en el estuario del Walsh. Justo antes de irse, le pregunta a Doug si se va a ir a casa al día siguiente.

—Sí, me voy a ver a mi hija; estaré de vuelta a las siete —confirma Doug.

—Entonces necesitaremos a alguien de guardia para cuando se vaya la enfermera, a la una. No podemos olvidar la cantidad de fármacos y drogas que hay en este edificio. ¿Estarías dispuesto a ser ordenanza temporal del módulo de enfermería, Jeffrey? —pregunta.

—Sí, por supuesto —respondo.

22:00 horas

Vuelvo al módulo para la hora del recuento, antes de ir a ver mi habitación. No la reconozco. Está impecable. Doy las gracias a Alan, que está sentado en la esquina de la cama.

Me dice que está cumpliendo una sentencia de doce meses por tráfico de bienes robados. Es dueño de dos tiendas de muebles, en Leicester, cuyo volumen de negocio el año pasado fue de un poco más de 500.000 libras, con un beneficio de alrededor de 120.000 libras. Tiene mujer y dos hijos, y entre todos mantienen el negocio en marcha hasta que cumpla la totalidad su condena, dentro de cuatro semanas. Es su primer delito, y, desde luego, pertenece a la categoría de «nunca más».

22:45 horas

Paso mi primera noche en North Sea Camp en mi propia habitación. Sin música, sin humo de tabaco y sin molestias de ningún tipo.

Día 94

Sábado, 20 de octubre de 2001

6:00 horas

Los fines de semana son mortales en una cárcel. Jules, mi compañero de celda en Wayland, solía decir que el único momento en que no estás encerrado es mientras duermes; así, los fines de semana, muchos de los presos se quedan en la cama. Yo soy afortunado porque tengo la escritura para entretenerme.

8:00 horas

Veo a Matthew, que debió de volver de Canterbury anoche. Su padre sigue en coma. Me acompaña a la oficina para llamar al hospital. Aunque mi semana de trabajo oficial es de lunes a viernes, no es raro que haya un funcionario de guardia en la SMU los sábados por la mañana.

El señor Downs y el señor Gough ya están sentados a sus mesas y, después de prepararles a ambos una taza de té, Matthew me hace un repaso de cuáles son mis tareas oficiales para cualquier día o semana. Si tuviera que ceñirme exclusivamente a lo que se requiere de mí, no me llevarían más de un par de horas al día.

Nos sentamos a tomarnos una taza de té (Bovril para mí) y Matthew me cuenta su año de pesadilla: tiene veinticuatro años, mide poco más de seis pies, es delgado, con el pelo oscuro y es un joven guapo sin ser consciente de que lo es. Es muy inteligente, pero también bastante torpe, y está completamente fuera de lugar en la cárcel. Estudió antropología marina en la Universidad de Mánchester y hará su doctorado cuando salga en libertad. Le pregunto si es un explorador o un académico.

—Un académico —responde sin dudarlo.

Su primer trabajo después de terminar la universidad fue como voluntario en un museo de su ciudad natal. Estaba contento con el trabajo, pero no tardó en decidir que quería volver a la universidad. Fue entonces cuando su madre contrajo esclerosis múltiple y las cosas empezaron a torcerse. Cuando su madre no tuvo más remedio que quedarse postrada en la cama, él y su hermana se turnaban para ayudar en la casa para que así su padre pudiera seguir trabajando. Aquella carga de trabajo extra suponía una tensión tremenda para los tres. Una tarde, mientras trabajaba en el museo, Matthew se llevó a casa unas monedas antiguas para examinarlas. No he utilizado la palabra «robar» porque devolvió todas las monedas al cabo de unos días, pero el incidente le pesaba tanto en la conciencia que informó a su superior. Matthew creyó que la cosa acabaría ahí, pero alguien decidió denunciar el incidente a la policía. Matthew fue detenido y acusado de abuso de confianza. Se declaró culpable, y la policía le aseguró que no pedirían una condena de prisión. Su abogado también era de la misma opinión, y le explicó a Matthew que seguramente lo dejarían en una suspensión de la pena o lo condenarían a una pena de trabajos en beneficio de la comunidad. El juez lo condenó a quince meses de prisión5.

Matthew es el típico ejemplo de alguien que no debería haber entrado en la cárcel: cien horas de trabajos comunitarios podrían haberle resultado útiles, pero este chico se ha pasado los últimos tres meses de su vida entre asesinos, drogadictos y ladrones. Puede que no se lance de cabeza a la delincuencia para el resto de su vida, pero ¿cuántas personas menos inteligentes acabarían haciendo justo eso? El sistema que permite que una persona así acabe en la cárcel es un sistema perverso.

Mi exsecretaria, Angie Peppiatt, me robó miles de libras y aún no la han detenido. Lo siento mucho por Matthew.

12:00 horas

El almuerzo de hoy es tan malo como el de Belmarsh o Wayland. Matthew me dice que Wendy tiene el día libre. Tengo que acordarme de bajar a comer solo cuando Wendy esté de servicio.

14:00 horas

Me presento en el módulo de enfermería y asumo las tareas de Doug mientras él está viendo a su hija. Me preparo, acompañado de un vaso de zumo de grosella negra y una botella de Evian, para ver a Inglaterra masacrar a Irlanda y ganar el Grand Slam, la Triple Corona y... a fin de cuentas, somos muy superiores sobre el papel. Por desgracia, el rugby no se juega sobre el papel, sino en el campo de juego. Irlanda nos machaca 20-14 y el equipo vuelve a la Isla Esmeralda sonriendo de oreja a oreja.

Todavía estoy de malhumor cuando un preso negro, alto y apuesto entra en la sala. Se llama Clive. Solo espero que no esté enfermo, porque si lo está, soy la última persona que necesita. Me dice que está cumpliendo el último tercio de su condena, y que acaba de volver de un permiso domiciliario de una semana, como parte de su programa de reinserción.

Clive y yo somos los únicos presos que tenemos el privilegio de visitar a Doug por las tardes. No tardo en descubrir por qué Doug disfruta tanto con la compañía de Clive: es un hombre brillante, cáustico y divertido, y se podría decir incluso que es más listo que el hambre. Dejad que os ponga un ejemplo de hasta qué punto conoce los entresijos del sistema y sabe cómo burlarlos.

Durante la semana, Clive trabaja como encargado en una empresa de envasado de fruta de Boston. Sale de la cárcel después del desayuno, a las ocho, y no vuelve hasta las siete de la tarde. Por ese trabajo le pagan doscientas libras a la semana, así que, de lunes a viernes, North Sea Camp es poco más que una pensión, y el único día que ha de pasar en la cárcel es el domingo. Pero Clive también tiene una solución para eso.

Dos domingos de cada mes los tiene ocupados con las visitas reglamentarias a la ciudad, mientras que el tercer domingo se le permite quedarse allí a pasar la noche.

—Pero ¿qué pasa con el cuarto o quinto domingo? —le pregunto.

—Exento por motivos religiosos —me explica.

—¿Pero por qué, si hay una capilla en las propias instalaciones? —insisto.

—La que hay en las instalaciones es tu capilla —dice Clive—, porque tú eres de la iglesia anglicana. Yo no, yo soy testigo de Jehová —añade—. Tengo que ir a mi lugar de culto al menos un domingo al mes, y resulta que el más cercano está en Leicester.

Después de tomar un café, Clive me invita a su habitación en el módulo sur para jugar una partida de backgammon. Su habitación no mide cinco pasos por tres, ni siquiera siete por tres: es nada más y nada menos que de diez pasos por diez. De hecho, es más grande que mi dormitorio en Londres o Grantchester.

—¿Cómo has conseguido una habitación tan grande? —le pregunto mientras nos sentamos en lados opuestos del tablero.

—Bueno, antes era un almacén —explica—, hasta que lo rehabilité.

—Pero aquí caben cuatro presos perfectamente.

—Es verdad —dice Clive—, pero no olvides que también soy el responsable de asuntos raciales, así que solo dejan que compartan habitación conmigo los presos negros. Y no hay muchos presos negros en las cárceles de categoría D —añade con una sonrisa.

Hasta que Clive lo ha mencionado, no me había percatado del súbito descenso en el número de población negra después de Wayland. Pero he visto a algunos reclusos negros en North Sea Camp, así que pregunto por qué no les dejan compartir la habitación con él.

—Todos empiezan a cumplir condena en el módulo norte y ahí es donde se quedan —ofrece por toda explicación. También me gana al backgammon... dejándome con tres barritas Mars menos.

Día 95

Domingo, 21 de octubre de 2001

6:00 horas

El domingo es día de descanso, y si hay algo que no necesitas en la cárcel es un día de descanso.

8:00 horas

La SMU está abierta porque el señor Downs está trasladando carpetas de expedientes de su despacho al módulo de administración antes de asumir sus nuevas responsabilidades. El viernes llegaron quince presos nuevos, así que tengo una excusa para preparar sus expedientes y sus tarjetas de identidad.

La cárcel de North Sea Camp, con capacidad para 220 presos, raramente alberga más de 170 internos a la vez. Como tienen derecho a estar a menos de cincuenta millas de sus familias, el hecho de que la cárcel esté situada en la costa este de Inglaterra limita enormemente el área de alcance. En estos momentos dos de los pabellones están de reformas, lo que demuestra la falta de presión sobre la ocupación de la cárcel6. La rotación de North Sea Camp es de unos quince presos a la semana. Lo que estoy a punto de revelar es común en todas las cárceles de categoría D y de ningún modo exclusivo de North Sea Camp: como promedio, cada semana se fuga un preso (no vuelve al centro penitenciario), las cifras tienden a aumentar en Navidad y a disminuir un poco en verano, por lo que North Sea Camp pierde alrededor de cincuenta presos al año; eso explica la necesidad de hacer un recuento cinco veces al día. Muchos de los fugitivos regresan en el plazo de las siguientes veinticuatro horas, después de pensárselo mejor, y entonces les alargan la condena veintiocho días. Unos pocos, en su mayoría extranjeros, regresan a sus países y nunca más se vuelve a saber de ellos. Hace poco, dos holandeses se fugaron y los recogió una lancha, ya que la playa está a solo cien yardas de los límites de la cárcel. Estaban ya en Holanda antes del siguiente recuento.

A la mayoría de los fugitivos los vuelven a atrapar enseguida, muchos solo llegan hasta Boston, a solo seis millas de distancia. Luego los trasladan a una cárcel de categoría C, con sus muros altos y sus alambradas, y nunca, bajo ninguna circunstancia, les dejarán volver a una cárcel de régimen abierto, aunque más adelante los condenen por un delito menor. Unos pocos, muy pocos, se escapan para siempre, pero entonces tienen que pasar el resto de su vida en perpetuo estado de alerta.

Hay incluso casos de esposas o novias que envían a sus maridos o compañeros de vuelta a la cárcel, y hubo un caso de una suegra que llevó de la oreja a un preso díscolo hasta la puerta principal, diciendo que no quería volver a verlo hasta que cumpliera su condena.

Todo esto viene a cuento por algo que ha ocurrido hoy. Cuando te conceden un permiso de fin de semana, tienes que estar de vuelta antes de las siete de la tarde del domingo, y si llegas tarde, aunque solo sea un minuto, te abren un parte. Ayer, una mujer estaba llevando a su marido de vuelta a la cárcel con el coche cuando empezaron a discutir acaloradamente. La mujer detuvo el coche y dejó a su marido en el arcén de la carretera a unas treinta millas de la cárcel. El hombre corrió a la cabina telefónica más cercana para informar a la prisión de lo que había pasado y enviaron un taxi a recogerlo. Firmó en el registro más de una hora tarde. Le descontaron treinta libras de su cuenta de peculio para pagar el taxi y le han abierto un parte.

14:00 horas

Salgo a dar una caminata de dos millas con Clive, quien —algo insólito— está pasando un domingo en la cárcel. Hablamos de los periódicos de la mañana. Me pintan o bien trabajando en la granja o en la enfermería, o limpiando las letrinas, o comiendo solo, o señoreando a todo el personal. Sin embargo, nada supera al Mail on Sunday, que publica una foto mía bastante borrosa que demuestra que me he negado a llevar la ropa de la cárcel, y eso a pesar de que llevo unos vaqueros y una sudadera gris (todo ropa de la cárcel) en la foto.

Después de nuestro paseo, Clive y yo nos echamos unas partidas de backgammon. Él juega en otra liga, así que decido aprovechar su superioridad y convertir cada sesión en un tutorial.

18:00 horas

Escribo durante dos horas y luego me presento ante el señor Hughes a la hora del recuento.

21:00 horas

Doug, Clive y yo vemos una magnífica película de época ambientada en Guildford y Cornwall en 1946. Mike (cadena perpetua) aparece a los veinte minutos de la película, con un pollo al curry en envases de plástico, como parte de su curso de cocina de reinserción. Doug lo sirve en platos de porcelana, un verdadero lujo en sí mismo, aunque tengamos que usar cuchillos y tenedores de plástico.

Me lo como muy despacio, saboreando cada bocado.

Día 96

Lunes, 22 de octubre de 2001

8:30 horas

Llevo una semana en North Sea Camp y empiezo a pensar que ya sé cómo funciona esto.