Diario íntimo de una bruja - Barbié Lavall - E-Book

Diario íntimo de una bruja E-Book

Barbié Lavall

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Beschreibung

¿Quién es y cómo es una bruja actual? ¿Cómo es una iniciación ritual? ¿Cómo doy mis primeros pasos en el milenario mundo de la magia? Este libro, de la prolífica escritora esotérica y orgullosa bruja, Barbié Lavall, nos quiere responder esas y muchas otras preguntas relacionadas a lo que significa ser una bruja en pleno siglo XXI. Más allá del tarot, más allá de los rituales, más allá de los amuletos que podamos llevar con nosotros a modo de protección, o incluso más allá de nuestra espiritualidad, ser bruja implica una serie de conocimientos y experiencias que están presentados de forma amena y cercana a través de las páginas de este libro. Aquí la autora recoge sus vivencias, su historia con la magia y aclara las dudas que pueda tener alguien que quiera dar sus primeros pasos en este mundo de misticismo y magia.

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© Plutón Ediciones X, s. l., 2023

Diseño de cubierta y maquetación: Saul Rojas

Edita: Plutón Ediciones X, s. l.,

E-mail: [email protected]

http://www.plutonediciones.com

Impreso en España / Printed in Spain

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del «Copyright», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.

I.S.B.N: 978-84-19651-25-9

Prólogo

Desde que hace ya bastantes años vio la luz mi primer libro sobre rituales mágicos y brujería, han pasado muchas cosas en mi vida. Entre ellas, tener la gran oportunidad de escribir y poder publicar diez libros más en los siguientes años, el último de ellos hace poco y en esta misma editorial.

Como explicaré en las siguientes páginas, me siento bruja desde muy joven, y supe que lo era incluso antes de nacer (las brujas sabrán por qué digo esto). Se podría decir que prácticamente desde niña ya “oficié de bruja”.

Sentirme bruja, con todo lo positivo que para mí conlleva esta palabra, es algo que claramente ha marcado mi vida. Me siento bien conmigo misma y creo en mí, algo fundamental para andar por este camino que es la vida.

No siento ni he sentido nunca la necesidad de explicarle a la gente (en general) que soy bruja.

No tengo nada que esconder, absolutamente nada, me acepto plenamente y sé que soy capaz de lograr grandes cosas en la vida como la mujer que soy; Barbié, la amiga de los gatos, Barbié, la escritora esotérica; Barbié, la “bruja” (dicho por algunos y algunas de forma peyorativa). No me escondo ni por ser bruja ni por haber nacido en un determinado lugar o haberme relacionado con determinadas personas.

Supongo que por este mismo motivo jamás me hubiera planteado hasta hace unos años escribir un libro como este. Pero en la vida todo pasa por algo, y nada es por azar. Ya lo dice una frase muy esotérica y cargada de razón que siempre me repetía mi padre siendo yo una niña: “La casualidad es el nombre que le damos a unas leyes físicas y designios que la Ciencia desconoce”.

A finales de 2017, pocos días antes de las fiestas de Navidad, salí una tarde a merendar con una de mis mejores amigas y su sobrina, de 6 años de edad. La niña, que aún tiene esa magnífica edad en la vida en que todo parece mágico, siempre se refiere a mí cariñosamente como “la amiga bruja de la tita”. Lo que a muchas personas les parecería prácticamente un insulto, o como mínimo no tardarían en corregir a la pequeña, a mí siempre me ha hecho especial gracia y hasta me enorgullece.

Monsita —así se llama la niña— siente desde que me conoce un fascinante interés por mi vida como bruja, aunque menos como escritora. Espero y deseo que se deba a su temprana edad. Me pregunta a menudo por mis hechizos, por mis “gatos mágicos” y suele insistir en averiguar dónde pueden comprarse escobas voladoras. ¡Bendita inocencia! (y malditos tópicos).

Aquella tarde de invierno todo transcurrió como de costumbre. Se acercó a mi bolso preguntando si ese día llevaba varita mágica, me preguntó si una bruja como yo podía hacer aumentar el chocolate de la taza y, como siempre, me pidió que le enseñara alguna foto nueva de mis adorados gatos, algo nada difícil puesto que como cualquier persona que conviva con felinos dedico muchas fotos a captar su elegancia (y, por qué no decirlo, su magia) innata.

Tras la habitual ronda de preguntas y risas, su tía dio por finalizado el divertido interrogatorio y desvió su atención con un enorme croissant de chocolate que el camarero estaba acercando a la mesa. Antes de hincarle el diente, Monsita insistió en que tenía una pregunta más: “Y tú, Barbié, ¿cómo supiste con seguridad que eras una bruja?”.

Su tía y yo reímos al unísono, pero mi amiga poco tardó en darle una respuesta acorde con su temprana edad: “¡Uy, Monsita… esa respuesta daría para un libro!”.

Y ahí empezó todo.

Hasta la fecha había explicado a contadas personas mi origen en la brujería (familia muy directa y amigos muy cercanos), principalmente porque hablar de mí misma nunca me ha entusiasmado. De hecho, lo hago poco incluso en mis libros anteriores.

A partir de esa tarde de diciembre estuve unos dos meses dando vueltas a la idea de explicar a la gente cómo era mi vida como bruja. Debía valorar seriamente si quería abrir mi corazón —y, en realidad, mi vida— a muchas personas, la gran mayoría de ellas desconocidas.

Recordé que una famosa frase advierte que “el peor lugar para guardar un secreto es en otro ser humano”, pero nunca nadie ha dicho que guardar un secreto en un libro sea un mal lugar.

Mis secretos y curiosidades como bruja del siglo XXI, en 13 (número que nos encanta a las brujas) capítulos.

Con la decisión tomada de escribir este libro, empecé a estructurar su contenido. Tras los primeros esquemas de los temas a tratar, sonreí al ver que el índice de capítulos respondía a una cifra mágica para mí: el trece.

Pensé que no era casualidad.Para la mayoría de la gente, el número 13 es un número fatídico, negativo, casi terrible; para mí, y para muchas “hermanas brujas”, es un número especial.

Igual que con el 13, pasa con las brujas: la mayoría de la gente las teme o las repudia, mientras para mí ser una bruja es una de las mejores cosas que me ha pasado en la vida.

Lo vi claro. Empezaría el libro desmintiendo algunos tópicos sobre el número 13 y explicando su parte positiva, al igual que a lo largo de los 13 capítulos dedicaría mis palabras a normalizar el concepto de brujería, rechazando las absurdas ideas que aún hoy muchas personas creen sobre las brujas.

Es inevitable pensar en el 13 como un número maldito. La razón es sencilla. El trece se relaciona con los doce apóstoles, Judas Iscariote incluido, que, junto a Jesús de Nazaret, se sentaron juntos en la triste última cena (si es que realmente se llevó a cabo y es real, que en eso no me voy a meter).

Pero si nos olvidamos de la herencia cristiana, que es muy posterior a los orígenes de la brujería a nivel de cultos y creencias, veremos que, en diversas culturas, el número 13 era para sacerdotes y magos un número sagrado y, ante todo, de poder.

Los hititas, acadios, púnicos, los egipcios antiguos durante un buen periodo de siglos y dinastías, e incluso los mayas, siempre obsesionados por las cifras, coincidían en conceder a este número una fuerte carga positiva e incluso de poder y dominio sobre los demás.

Se sabe que las primeras relaciones del número 13 con la brujería se remontan a los antiguos cultos matriarcales (primeros siglos del cristianismo), aunque muy posiblemente sean anteriores y fueran una herencia de arcanas creencias púnicas.

Muchas escuelas mistéricas consideraban el 13 —y lo siguen haciendo actualmente en algunas sociedades secretas ocultistas— como un número revolucionario; el que nos incita a revelarnos contra los poderes que nos oprimen.

Las brujas, durante siglos oprimidas y asesinadas, se mostraron como verdaderas revolucionarias contra los diferentes poderes religiosos, políticos e incluso sociales que las sometían.

Debido a este paralelismo, el número 13, sinónimo de revolución, fue considerado un número talismán por muchos grandes ocultistas, como el Mago Agrippa, Paracelso o Aleister Crowley.

El número 13 y las brujas compartían y compartirán siempre su carácter revolucionario. Sirvan los 13 capítulos de este libro como parte de esa revolución que yo empiezo hoy para contar, sin reservas, los secretos de una bruja moderna.

Capítulo 1: ¿Cómo llegué a saber que era una bruja de verdad?

No olvidaré nunca esa noche.

Dicen que los niños y las niñas empiezan a desarrollar su memoria a partir de los tres años, cuando a través de la atención y la capacidad de observación cada nuevo día y cada nueva experiencia va grabando en su mente pequeños retratos de lo vivido.

Supongo que el que yo viví, fue uno de los primeros.

Había cumplido tres años pocas semanas antes. Llovía a cántaros y las gotas de agua repicaban en la cornisa de la ventana de la habitación donde llevaba durmiendo un par de semanas, en casa de mis tíos. Mis padres estaban de viaje por trabajo y siempre que eso sucedía yo me quedaba con el hermano de mi madre y su esposa, que por aquel entonces eran para mí como unos segundos padres.

No podía dormir. A esa edad lógicamente no tenía la típica costumbre de los adultos de mirar el reloj cuando se tiene insomnio, pero recuerdo perfectamente el sudor en mi frente y la sensación de angustia: sabía que aquella noche algo no iba bien.

Escuché durante mucho rato el murmullo de la TV del comedor, que rato después cesó. Mis tíos se fueron a la cama. Aunque me hice la dormida, ambos vinieron a darme un beso en la frente.

Al cabo de un rato —no sabría decir si dos horas o cuarenta minutos— la extraña sensación que recorría mi cuerpo se convirtió en silencio absoluto. Segundos más tarde, noté un beso en la frente, y me incorporé asustada en la cama. Corrí a la habitación de mis tíos, que dormían plácidamente.

Volví a mi dormitorio. Supongo que el silencio sepulcral que sentí a continuación hizo que acabara cayendo rendida, y me dormí.

Al día siguiente me despertó el timbre del teléfono, que sonó varias veces. El único aparato de la casa estaba en el comedor, cerca de la entrada. Escuché voces entrecortadas, gritos y, finalmente, llanto. Algo no iba bien.

Las preguntas que puede realizar una niña de apenas tres años pueden llegar a ser muy difíciles; las respuestas, aún más.

Fui hasta el comedor y vi a mi tío secándose las lágrimas, mi tía con la cara descompuesta. Intentaron disimular y me dieron el desayuno. A pesar de la televisión, el silencio embargaba la casa de una forma molesta.

El día pasó lentamente, muy lentamente. Al anochecer volvieron a empezar las llamadas, lágrimas, silencios incómodos y miradas de pánico entre mis tíos.

Así pasaron los siguientes 8 días. Al noveno apareció mi padre; cansado, envejecido, triste, con ojeras, con evidentes señales de haber sufrido un accidente. Había pasado la última semana en el hospital, tras sufrir un grave accidente de coche; él conducía y se llevó la mejor parte. Mi madre, en el puesto del copiloto, no logró sobrevivir al brutal golpe que un coche familiar les profesó por el lateral.

Tenía tres años, acababa de quedarme huérfana de madre y esa fue mi primera intuición premonitoria. No me atrevo a llamarla predicción porque por aquel entonces —tampoco ahora— supe qué iba a pasar exactamente, pero mi cuerpo, mi mente de niña, ya me avisó que algo malo iba a suceder. Me alertaron con sudores fríos, con miedo… y eso fue solo la primera vez.

Tuve una infancia relativamente feliz pese a criarme sin madre. Siempre fui una niña tímida —algunos me consideraban un tanto rara— que disfrutaba principalmente mirando plantas (me obsesionaban, y todavía hoy) y jugando con los animales. Por suerte, mi padre tuvo el gran acierto de traer a nuestra vida a Lassie, un pastor alemán mestizo que fue mi mejor amigo —y en realidad también el de mi padre— durante toda mi infancia y gran parte de mi adolescencia, hasta que nos dejó pocos días antes de cumplir yo los 17.

Desgraciadamente, la noche anterior del adiós a Lassie las cosas no fueron muy distintas a aquella lejana noche cuando mi madre murió. Sudores, sensación de angustia y ahora también de ansiedad. Sabía que algo malo se acercaba y solo podía afectar a dos partes: mi padre o Lassie. Sentí terror.

Al día siguiente nos despedimos de Lassie para siempre y lo enterramos en un prado cercano a casa. Mi padre ocultaba sus lágrimas tras unas anticuadas gafas de sol. No quería que lo viera abatido.

Yo me deshacía en lágrimas en esa primera fase del duelo que es la negación. Lassie se había ido, dejando un hueco enorme que no sabía si podría volver a llenar.

Sumado a la sorpresa y el miedo que la partida de mi fiel amigo me generó, no podía evitar pensar por qué tenía ese don (que más bien me parecía un infortunio) para prever las desgracias. Le daba vueltas y vueltas, y me aterrorizaba pensar que esas premoniciones pudieran acompañarme siempre.

Pocos días después llegaron mis 17 años. Sin ganas algunas de celebrar nada, mi padre y yo nos permitimos una modesta comida en un restaurante tradicional cercano a casa. Antes de llegar a los postres, abrió su macuto y sacó un paquete envuelto. Era mi regalo.

Lo abrí sin gran emoción y me quedé perpleja cuando descubrí el nivel de acierto del regalo. Comprado seguramente en alguna librería antigua de la ciudad, se trataba de una edición bastante lujosa de Botánica Oculta: Las Plantas Mágicas, de Paracelso.

El libro, de más de 300 páginas, duró en mis manos poco más de 3 días. Al acabar de leerlo por primera vez, me di cuenta de que mi obsesión con las plantas, que había tenido desde pequeña, no se trataba de una simple afición sino de una conexión sagrada con la botánica y su faceta más mágica. Releí el libro varias veces las siguientes semanas y empecé a atar cabos. Cada vez estaba más convencida: era una verdadera bruja.

Capítulo 2: Fundamentos básicos y necesarios que toda bruja debe conocer

El libro de botánica de Paracelso fue el primero de muchos que me leí sobre brujería y esoterismo. Al principio me sentía perdida: muchos conceptos, muchas preguntas… pero poco a poco fui aclarando la mente.

Las preguntas que más me confundían al principio fueron sobre las diferencias (y similitudes) entre brujería, magia, rituales y hechizos… ¿Se trataba de variantes lingüísticas o cada término tenía unas características en concreto?

Antes de proseguir con este capítulo, quiero aclarar que, para mí, hoy, a mi edad, y tras una larga experiencia como escritora de libros sobre la magia y lo oculto, la brujería tiene un sentido propio. Seguramente mi definición de brujería es única en el mundo, y así debe ser también la vuestra cuando ya hayáis descubierto no todos (¡imposible para nadie!), sino muchos de los secretos de la magia. La brujería ha cambiado mi vida, me ha hecho ser quien soy, y yo la vivo como una forma de vida, una ciencia que extrae lo mejor de la Naturaleza y nos ayuda a honrar a sus seres vivos (humanos y animales).

Dicho esto, y dado que este libro lleva este título, es justo que explique los conceptos básicos tal y como yo los aprendí. Solo echando la vista atrás y viendo cómo se ha visto la brujería durante siglos, podréis llegar a sacar vuestra propia definición.

Es importante aclarar la diferencia existente entre los conceptos magia, hechicería y brujería; aunque dichas palabras comportan una serie de ideas relacionadas con cada una de ellas, es de gran importancia exponer que, por mucha bibliografía que busquemos y leamos, el concepto final siempre acabará variando según el autor o autora consultados.

Empezando por el concepto de magia, quizás el que nos suena más “familiar” o popular y, a su vez, el más extendido en cuanto a ideas, se podría definir este término como el conjunto de recursos empleados para conseguir poderes extraordinarios con el objetivo de dominar el mundo o la Naturaleza. Como veis, si nos ceñimos a esta explicación sería un concepto bastante fantástico, más relacionado con el famoso personaje brujo de J. K. Rowling que con cualquier práctica esotérica.

Paralelamente, si nos ponemos a buscar en tratados antiguos, veremos que mientras por una parte la hechicería se define como una práctica que se basaba en la utilización de materiales empíricos —principalmente hierbas, con lo cual me siento muy identificada—, la brujería como tal se entendía como un conjunto de actividades basadas en la imaginación y la sugestión, y lamentablemente muchas veces vinculadas (erróneamente) con el Diablo.

Así, los primeros historiadores en estudiar la brujería consideraron a los brujos y brujas como personas enfermas que padecían de histerismo y neurosis.