Diez días en un manicomio - Nellie Bly - E-Book

Diez días en un manicomio E-Book

Nellie Bly

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Beschreibung

Diez días en un manicomio es una obra pionera del periodismo de investigación escrita por Nellie Bly en 1887. En este ensayo, Bly narra su experiencia al infiltrarse en el manicomio de mujeres de Blackwell's Island, en Nueva York, con el objetivo de exponer las condiciones y los abusos que sufrían las internas. La publicación de su reportaje en el periódico New York World tuvo un gran impacto, lo que llevó a una investigación por parte del Gran Jurado del condado de Nueva York y, posteriormente, a la implementación de reformas significativas en las instituciones psiquiátricas y al incremento del presupuesto destinado a su supervisión y mejora.

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Seitenzahl: 157

Veröffentlichungsjahr: 2025

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La Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial de la UNAM ha creado, para el disfrute del lector universitario y del público en general, la colección Pequeños Grandes Ensayos, la cual difundirá, en breves volúmenes como el que tienes en tus manos, el fruto de la aguda reflexión, el análisis o la crítica de célebres autores de diferentes épocas, lugares y orígenes. Ensayos, unos, sólo accesibles hasta ahora en costosas antologías, otros traducidos al español por primera vez y algunos más prácticamente desconocidos, todos los cuales conformarán este acervo que, sin duda, ampliará la perspectiva cultural de sus lectores.

Diez días en un manicomio

COLECCIÓN

PEQUEÑOS GRANDES ENSAYOS

Universidad Nacional Autónoma de México

Coordinación de Difusión Cultural

Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial

NELLIE BLY

Diez días en un manicomio

Prólogo y traducción deDANIEL SALDAÑA PARÍS

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

2025

AVISO LEGAL Diez días en un manicomio, de Nellie Bly. Prólogo y traducción de Daniel Saldaña París. La obra Diez días en un manicomio, de Nellie Bly, fue publicada originalmente en ingles en 1887. En 2025 fue publicado, de manera impresa, por la Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial de la UNAM, bajo su colección Pequeños Grandes Ensayos. Directora general de Publicaciones y Fomento Editorial: Socorro Venegas. Subdirectora editorial: Elsa Botello López. Coordinadora de la colección: Tedi López Mills. Formación: Inés P. Barrera. Lecturas: Ileana Arias Leal. Cuidado editorial: Angélica Antonio Monroy. Fundador de la colección: Hernán Lara Zavala †. Director de la colección de 2005 a 2022: Álvaro Uribe †. Esta edición de un ejemplar (1.3 Mb) fue preparada por la Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial de la UNAM. La coordinación editorial estuvo a cargo de Camilo Ayala Ochoa. La producción y formación fueron realizadas por Hipertexto – Netizen Digital Solutions. Cita: Esta traducción fue creada para el proyecto de traducción literaria y de tecnología de Cita Press, un programa de Cita Press: Scaling Small, posible gracias al patrocinador fiscal de Cita, Educopia. La edición de Cita Press está disponible en citapress.org. Cita es una biblioteca y editorial dedicada a destacar, publicar y promover obras escritas por mujeres. A través de nuestra biblioteca digital gratuita, Cita honra los principios de descentralización, producción artística colectiva y acceso equitativo al conocimiento. Primera edición electrónica en formato epub: 11 de junio de 2025. D. R. © 2025 UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO Ciudad Universitaria, 04510, Ciudad de México, México. Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorialwww.libros.unam.mx ISBN: 978-607-587-504-0 Prohibida su reproducción parcial o total por cualquier medio sin autorización escrita de su legítimo titular de derechos. Esta edición y sus características son propiedad de la Universidad Nacional Autónoma de México. Hecho en México.

PRÓLOGO

Diez días en un manicomio es uno de los textos pioneros del periodismo de investigación en el mundo anglosajón. Su autora, Elizabeth Jane Cochran, mejor conocida por el seudónimo de Nellie Bly (1864-1922), fue la periodista más famosa de su época, celebrada por su valentía, su compromiso con el oficio y su estilo claro y directo, en el que las observaciones de lugares y la crítica de las estructuras de poder refuerzan una mirada siempre empática y una curiosidad por las historias de las mujeres, los marginales y los pobres.

Como ella misma explica al comienzo de su relato, Nellie Bly escribió este reportaje por encargo del New York World, periódico de corte sensacionalista que dirigía entonces Joseph Pulitzer. La misión que le encomendaron a Bly era hacerse internar en el psiquiátrico para mujeres de Blackwell Island y relatar su experiencia. Ella aceptó sin dudarlo. Tenía veintitrés años.

La publicación de Diez días en un manicomio en las páginas del World fue un acontecimiento memorable en su época. El reportaje desató la investigación de un gran jurado que, a la postre, produjo cambios importantes en la manera en que se trataba a las enfermas mentales en esa y otras instituciones. Bly no sólo tuvo la satisfacción de haber ayudado a sus compañeras de internamiento con la publicación de su relato, sino que integró esos felices resultados en la última entrega de la serie, en un caso atípico de justicia expedita como consecuencia de un trabajo periodístico. Pero ésa es sólo una de las muchas rarezas que vuelven a éste un texto excepcional, pues nos recuerda –en un momento en que es necesario no olvidarlo– que el periodismo tiene una responsabilidad y que, sin él, las sociedades están condenadas a soportar las más indignas tiranías sin ningún tipo de contrapeso ciudadano. Que una mujer de veintitrés años a finales del siglo XIX haya incidido de ese modo sobre la realidad, mitigando parcialmente injusticias tan enquistadas y flagrantes como las descritas en su relato, es una muestra de que la pluma de Nellie Bly tiene un poder ineludible hoy como en su día.

Aunque era muy joven al escribir esta crónica, la carrera de Nellie Bly había empezado incluso antes, en su natal Pensilvania. En 1885, el Pittsburgh Dispatch publicó una columna cargada de estereotipos misóginos que afirmaban que las mujeres sólo servían para criar hijos y cuidar el hogar. Ante esto, una joven Elizabeth Cochran, firmando simplemente como “Una huérfana solitaria”, envió una brillante carta al director a modo de respuesta. El editor del diario, impresionado por el estilo y los argumentos de la anónima lectora, le pidió identificarse, la convocó a la redacción del periódico y le ofreció trabajo como reportera.

Pocos meses después, Bly partió en tren rumbo a la Ciudad de México, que se convertiría en su primer destino como corresponsal. De esa experiencia temprana surgió Seis meses en México (1888), la larga crónica de su viaje a través de nuestro país, desde la frontera entre El Paso y Ciudad Juárez hasta el hotel Yturbide, donde se hospedó en la capital.

“En México, como en todos los demás países, el turista promedio se apresura a la Catedral y a los lugares de interés histórico, del todo inconsciente del aspecto más intensamente interesante que contiene el país: su gente”, escribe al comienzo de su relato. A continuación, Bly describe las condiciones de vida de las masas campesinas y denuncia enérgicamente la falta de libertades bajo el régimen de Porfirio Díaz. Esta postura, de inequívoca oposición a la dictadura, le valió la amenaza de ser puesta bajo arresto, así que Bly tuvo que volver a Estados Unidos de inmediato.

De regreso en Pensilvania, el Dispatch le quedó insuficiente en poco tiempo. A pesar de haberse probado como una corresponsal valiosa, Bly no conseguía que el editor del periódico la tomara en serio, y en vez de mandarla a cubrir historias importantes, la relegaba a temas convencionalmente “femeninos”, obligándola a redactar notas insulsas sobre exposiciones florales. Fiel a su espíritu aventurero, Bly renunció al Dispatch y decidió probar suerte en Nueva York, donde fue rápidamente contratada por Joseph Pulitzer. Para el World, escribió reportajes sobre instituciones carcelarias y nota roja. Al poco tiempo le llegó el encargo de escribir sobre el manicomio de Blackwell Island, lo que la convirtió en pionera del periodismo inmersivo y de primera persona, casi cien años antes de que el Nuevo Periodismo hiciera suyos algunos de los principios que ella practicara intuitivamente.

Dos años después de la publicación de Diez días en un manicomio, Bly propuso al diario un reportaje en el que intentaría circunnavegar el mundo en menos de ochenta días. Dada la popularidad del libro de Jules Verne (La vuelta al mundo en 80 días), el World decidió que aquella proeza llamaría la atención de los lectores, y así fue como Nellie Bly se embarcó en aquel viaje, que completó en tan sólo 72 días, rompiendo el récord ficticio de Phileas Fogg. Aquel fue el viaje que la hizo verdaderamente famosa entre el gran público. La vuelta al mundo en 72 días puso a Nellie Bly junto a las grandes exploradoras y escritoras de viajes de su tiempo, a la par de Alexandra David-Neel y Fanny Bullock Workman, aunque también fue el último gran reportaje que escribió para el World, pues al poco tiempo se casó y, tras quedar viuda, se dedicó a la administración de la empresa de su difunto esposo. Pero el compromiso social de Bly no se avino a bien con las exigencias del capitalismo: después de unos años consagrada a ello, la empresa de Bly quebró y ella volvió a su primera vocación, el periodismo.

Ya en el siglo XX, con una sólida reputación a cuestas, Bly cubrió la marcha sufragista a Washington en 1913 y abogó ella misma por el voto de las mujeres. Durante la Primera Guerra Mundial se convirtió en una de las primeras mujeres corresponsales de guerra, internándose en las trincheras del frente oriental, en lo que hoy es Serbia y Austria.

Elizabeth Jane Cochran, alias Nellie Bly, murió en Nueva York en 1922, dejando detrás cuatro clásicos indiscutibles del periodismo de investigación y una docena de novelas, amén de una biografía casi legendaria.

*

Diez días en un manicomio, como descubrirá quien se adentre en estas páginas, conserva la vitalidad y la vigencia del día de su primera aparición. Bly nos conduce por los horrores del hospital psiquiátrico con una aguda conciencia de clase, insistiendo en el extracto social de las internas, en su carácter marginal y en su extranjería. Al mismo tiempo, la autora consigue mantener un cierto sentido del humor, una mirada inteligente sobre su propia situación, sin perder de vista los absurdos en los que se ve inmersa, pero tampoco el privilegio que la separa de las otras residentes y que le permite relatarlos para un periódico de circulación nacional.

Más allá de los abusos que relata Bly, la forma en que bosqueja personajes en pocas líneas, trazando la debilidad de carácter de cierto médico o la humanidad compasiva de algunas de las internas, es una lección de economía narrativa que merece una lectura atenta.

Respecto a la traducción de Diez días en un manicomio, he tratado de respetar la claridad de la prosa de Bly, actualizando su capacidad para atrapar a los lectores sin caer en anacronismos. No hay que olvidar que nos separan 137 años de la publicación de la obra. Una traducción contemporánea del texto se enfrenta a un reto muy particular: acercar la obra a las lectoras actuales y, a la vez, respetar las marcas textuales que anclan el libro en un contexto temporal específico. Es decir, el desafío consiste en que el libro se perciba simultáneamente como moderno y antiguo; que nos hable de nuestro presente tanto como de la coyuntura que le dio origen.

Al elegir la traducción más acertada de una cierta oración, como traductor, en general procuro tener presente al público al que va dirigido el texto, así como su función social: no tomo las mismas decisiones cuando traduzco para una editorial española, para una editorial independiente latinoamericana o para un proyecto editorial dirigido, sobre todo, a un público universitario. Si bien la variedad específica del castellano que hablo y escribo determinará muchas de esas decisiones, también procuro tener en mente a las lectoras potenciales del texto.

En el otro extremo, al traducir soy consciente de la irreductibilidad histórica del original: aquí trabajé con un texto publicado en 1887, en el que era necesario conservar algunas de las categorías políticas de ese contexto, a pesar de que resulten controvertidas a la sensibilidad política de nuestros días. En este sentido, opté por el uso del término “manicomio”, que en español se empieza a utilizar a finales del siglo XIX (aunque se populariza en el XX). En otras ocasiones usé “asilo para alienadas” o “pabellón para dementes”, que eran moneda corriente en los textos periodísticos de la época, tanto en España como en América Latina. Quise evitar, con esto, términos más comunes hoy en día, como “hospital psiquiátrico”, que corresponden a un desarrollo posterior del positivismo científico.

Estoy convencido de que la traducción funciona también como una mediación cultural, una negociación entre dos tradiciones distintas. Mientras traducía el libro de Bly, no dejé de pensar en la novela Nadie me verá llorar (1999), de Cristina Rivera Garza, situada en 1920, en el célebre manicomio femenino de La Castañeda, en la Ciudad de México. La propia Rivera Garza publicó más tarde La Castañeda. Narrativas dolientes desde el manicomio (1910-1930), un libro en el que evidencia la investigación de archivo que le sirvió como base para escribir su novela. Las historias de las mujeres que aparecen en ambos libros se me aparecieron como un eco de aquellas que Nellie Bly relata. A esta intertextualidad de la traducción habría que añadir el hecho de que la propia Nellie Bly es autora de un libro de crónicas sobre México, país desde el que escribo este prólogo; mi lectura de su reportaje sobre el manicomio de Blackwell Island está informada también por ese otro libro suyo, que leí en paralelo para sumergirme en su estilo.

Por último, quisiera agradecer a Juliana Castro y Jessi Haley, de la editorial feminista Cita Press, cuyo excelente trabajo hizo posible que llegara a traducir este libro. Completé mi traducción de Diez días en un manicomio gracias a la Beca de Traducción Literaria y Tecnología, convocada por Cita Press, en 2024. Con la ayuda de los materiales que Juliana y Jessi reunieron en torno al libro para proyectar la edición de libre acceso que hicieron pública en su página, el proceso investigativo de la traducción fluyó de manera mucho más amable. De igual manera, agradezco a Esmé Weijun Wang, autora de Todas las esquizofrenias, ya que en las páginas de ese conmovedor ensayo suyo leí por primera vez sobre el libro de Bly.

DANIEL SALDAÑA PARÍSCiudad de México, noviembre de 2024

DIEZ DÍAS EN UN MANICOMIO

CAPÍTULO IUNA MISIÓN DELICADA

El 22 de septiembre, el World me preguntó si podía hacer que me internaran en uno de los asilos para alienadas de Nueva York, con vistas a escribir un recuento directo y sin adornos del trato a las pacientes en dichos lugares y de su administración, etcétera. ¿Me creía capaz de pasar por semejante prueba, como la que exigía la misión? ¿Podría asumir las características de la locura a un nivel tal que pasara inadvertida por los doctores y vivir una semana entre las internas sin que las autoridades del lugar descubrieran que yo era sólo un “zagal entre ellos tomando notas”?1 Dije que creía poder hacerlo. Tenía cierta fe en mi propia habilidad como actriz y pensé que podía asumir la locura el tiempo suficiente para cumplir cualquier misión que me fuese encomendada. ¿Podría pasar una semana en el pabellón para dementes de Blackwell’s Island? Dije que podría y que lo haría. Y lo hice.

Mis instrucciones eran, sin más, ponerme manos a la obra tan pronto como me sintiera preparada. Debía hacer una crónica fiel de las experiencias que ahí sufriera y, una vez que estuviera entre los muros del manicomio, descubrir y describir sus mecanismos internos, que están siempre tan bien ocultos del ojo público por enfermeras de capas blancas, así como por trancas y cerrojos. –No te pedimos que vayas con el propósito de hacer revelaciones sensacionalistas. Escribe sobre las cosas tal y como las encuentres, buenas o malas; reparte halagos o culpas según tu criterio, y di la verdad en todo momento. Pero temo por esa sonrisa crónica que tienes –me dijo el editor.

–No seguiré sonriendo –respondí y me apresté a ejecutar mi delicada y, como descubrí después, difícil misión.

Si lograba entrar al manicomio, lo cual ansiaba en gran medida, no esperaba que mis experiencias contaran más que un simple relato de la vida en un manicomio. Que dicha institución pudiera ser mal administrada y que pudieran existir crueldades bajo su techo, no era algo que creyese posible. Siempre tuve el deseo de conocer la vida del manicomio en mayor profundidad –un deseo de convencerme de que las criaturas más desprotegidas de Dios, las locas, recibían un trato amable y adecuado–. Las muchas historias que había leído acerca de los abusos en dichas instituciones, creía que debían ser simples exageraciones o fábulas; sin embargo, existía un deseo latente de saberlo con certeza.

Me estremecía al pensar en cuán sometidas estaban las enajenadas bajo el poder de sus custodios y en cómo una podía llorar y rogar por su liberación, todo sin ningún resultado, si así lo determinaban ellos. Acepté con entusiasmo la misión de aprender los mecanismos internos del manicomio de Blackwell’s Island.

–¿Cómo van a sacarme de ahí una vez que entre? –le pregunté a mi editor.

–No lo sé –me respondió–, pero te sacaremos aun si tenemos que decirles quién eres y por qué motivo fingiste demencia; tú sólo entra.

Tenía escasa confianza en mi capacidad para engañar a los expertos en locura, y creo que mi editor tenía aún menos.

A mí sola me correspondieron las preparaciones preliminares de mi calvario. Sólo se decidió una cosa de antemano: que debía ocultarme bajo el seudónimo de Nellie Brown, cuyas iniciales coincidían con las de mi propio nombre y ropa de cama, para que no hubiera problema en seguir el rastro de mis movimientos y asistirme en cualquier dificultad o peligro en que pudiera verme envuelta. Había formas de ingresar al pabellón para dementes, pero yo no las conocía. Podía seguir uno de dos caminos. O bien, fingía demencia en casa de ciertos amigos y me hacía ingresar voluntariamente con el acuerdo de dos médicos competentes, o podía llegar a mi destino por vía de las cortes judiciales.

Tras reflexionar, creí más prudente no incordiar a mis amigos ni conseguir que ningún médico bondadoso me ayudara en mi propósito. Además, para ayudarme a llegar a Blackwell’s Island, mis amigos habrían tenido que fingir pobreza y, desgraciadamente, para el fin que perseguía, mi relación con los desventurados, excepto conmigo misma, era muy superficial. Así, decidí el plan que me llevó a cumplir con éxito mi misión. Conseguí que me internaran en el pabellón de dementes de Blackwell’s Island, donde pasé diez días y diez noches y viví una experiencia que nunca olvidaré. Asumí el papel de una pobre y desafortunada loca, y sentí que era mi deber no eludir ninguno de los resultados desagradables que surgieran. Me convertí en una de las locas de la ciudad durante ese tiempo, tuve muchas experiencias y vi y oí más acerca del tratamiento concedido a esta clase indefensa de nuestra población, y cuando había visto y oído lo suficiente, mi liberación fue rápidamente asegurada. Abandoné el manicomio con placer y pesar: placer por poder disfrutar de la vida una vez más, y pesar por no poder llevar conmigo a algunas de las desventuradas mujeres que vivieron y sufrieron a mi lado, quienes, estoy convencida, están tan cuerdas como yo misma lo estaba y lo sigo estando.

Llegado a este punto, permítanme decir algo: desde el momento en que entré en el pabellón para alienadas de la isla, no hice ningún esfuerzo por mantenerme en el asumido papel