6,99 €
La intención de este libro es enseñar a orar, simplificando su práctica y haciéndola asequible a todas las almas: a los sacerdotes, a los religiosos y a todos los demás cristianos que buscan la santidad en medio de la vida cotidiana. Porque la oración es totalmente necesaria para la vida cristiana, y debe ser como la respiración del creyente. El autor nos muestra la oración como el resultado de una intimidad y amistad progresivas con Dios, y describe cómo se puede procurar esta unión, mediante un trato siempre creciente con Jesucristo.
Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:
Veröffentlichungsjahr: 2015
DIFICULTADES EN LA ORACIÓN MENTAL
Primera edición: 1951
Decimocuarta edición: noviembre 2000
© Ediciones RIALP, S.A., 2009
Alcalá, 290 - 28027 MADRID (España)
www.rialp.com
Fotografía de portada: Retablo de los cuatro santos, de Filippino Lippi. San Michele, Lucca.
ISBN eBook: 978-84-321-4190-4
ePub: Digitt.es
Todos los derechos reservados.
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor.
Portada
Índice
Prólogo
I. Introducción
II. Las potencias del alma
III. La oración discursiva
IV. Modificación del método
V. Orígenes de la dificultad de la oración
VI. Hacia la oración afectiva
VII. La oración afectiva
VIII. Otras consideraciones. La oración simplificada
IX. Rectitud simplificada
X. La oración y la vida espiritual
XI. La senda del progreso
XII. Las dificultades de no orar
XIII. La oración del sacerdote
XIV. El espíritu de adopción que habita en nosotros
XV. Nuestra identificación con Jesucristo
XVI. El crecimiento de Jesucristo dentro de nosotros
XVII. Enmanuel,«Dios con nosotros»
XVIII. Balance
XIX. La oración de fe
XX. «Muchos son los llamados...»
XI. Conclusión
Apéndice
A María, madre de Cristo, que nos la dio por madre nuestra
Hay un procedimiento, que se usa para la impresión de láminas en color, que consiste en la confección de planchas separadas para cada color elemental que entra en la composición de la lámina. Las impresiones de cada una de estas planchas se superponen una encima de la otra y si la intensidad correspondiente de cada color es correcta, el resultado es absolutamente natural. Pero si algún matiz es demasiado débil, se acusa entonces en la presentación final del verdadero color el correspondiente defecto, que puede quizá corregirse con una impresión suplementaria del componente débil.
Pues bien, lo que se proponen estas páginas es algo así como una impresión suplementaria. No es que la exposición usual de la oración mental sea deficiente, pero parece, sin embargo, como si la impresión que muchas almas han recibido de la oración mental necesitara ser reforzada en algunos «colores». Este fin explica la extensión irregular de tratamiento que el lector notará en estas páginas. La materia de la meditación metódica queda solamente bosquejada, pues hay bastantes libros excelentes que la tratan con gran detalle. Además, las almas a las que se dirige en primer lugar este libro son aquellas que no pueden lograr su objeto con los usuales métodos de meditación, así como aquellos que fueron capaces de meditar, pero que ahora se encuentran en la imposibilidad de hacerlo.
Con el fin de situar esta «impresión suplementaria» en el cuadro general de la oración, se bosqueja, al menos, el conjunto de la materia; ciertos aspectos que parecían necesitar que se les tratara más detalladamente, quedan expuestos con más extensión. Pero hay otra razón por la que hemos insistido en incluir un examen de aquellos estados de la oración, que hemos llamado la oración de fe, y por la que rogamos al lector, sea cual fuere su posición en la escala de la oración, que lea toda la obra. Sean cuales fueren las leyes generales del desarrollo de la oración, cuando se observa y se saca un promedio en un gran número de almas diversas, la mayoría de los individuos encuentran que su camino es muy tortuoso y muestra variaciones rápidas y considerables. Parece, por tanto, que, salvo quizá en los comienzos mismos, un conocimiento de la naturaleza y técnica de todos los diferentes estadios de la oración no solamente ayuda en cualquiera de ellos, sino que incluso es necesario en todos.
A pesar del título de esta obra, no se trata de un análisis científico ni de un catálogo clasificado de las varias dificultades que pueden presentarse en la oración, con una solución práctica completa de cada una de ellas consignada en el lugar correspondiente. Su propósito es, más bien, examinar la naturaleza y los modos de la oración, no con una objetividad científica, sino desde el punto de vista del individuo, considerándola tal como le aparece a él. De este modo se espera poner al alma en situación de abordar la mayoría de sus propias dificultades. Asimismo el fin primario no es tanto instruir al lector como animarle a que siga esforzándose en la oración, e inducirle a que se procure más información en las obras de plumas más competentes. Por eso se trata el asunto en forma tan condensada; tanto, que hará falta una segunda lectura para enterarse de todo lo que hemos querido decir. Esta segunda lectura es muy aconsejable, por el hecho de que los primeros capítulos se entenderán más fácilmente a la luz de los siguientes.
Se supone que el lector es consciente de la necesidad de la oración mental, ya que este punto está bien tratado en muchas otras obras. Un cristiano que no haga oración es como un hombre que no piense o no tenga volición —un mero animal en la vida espiritual—. Es manifiestamente imposible buscar la perfección sin la oración mental, la cual, por supuesto, puede hacerse de un modo absolutamente inconsciente. De hecho, se puede decir que si un hombre no hace oración, no puede salvar su alma.
Tenemos que insistir en que no podemos considerar que la vida «activa», en el estado de perfección religioso o en el sacerdocio, impide al alma avanzar —y avanzar mucho— en los caminos de la oración. Por el contrario, el estado de perfección religioso, si lo es verdaderamente, deberá conducir al alma a un progreso en la oración y ser una continua ayuda para él a tal fin. El propósito primario y esencial de la vida religiosa es la perfección de cada individuo religioso; de otro modo no tendría derecho al nombre. Ahora bien, intentar la perfección es justamente lo que se necesita para hacer posible un progreso en la oración, y, a su vez, la oración es el mejor medio de buscar la perfección, sobre todo cuando aquélla es «progresiva».
El mismo razonamiento es válido respecto a los sacerdotes que viven en el siglo. Aunque sus obligaciones en materia de perfección son algo diferentes, y a pesar del hecho de que las dificultades a que tienen que hacer frente son muy considerables, sin embargo, todo lo que decimos de la oración, incluso aquello que se refiere a los religiosos, se aplica igualmente a su caso. Y aunque nosotros tenemos personalmente menos conocimiento directo de sus problemas, se ha insertado un capítulo que trata de la oración de los sacerdotes, para que no crean los lectores del clero secular que se ha estimado que sus esperanzas de progreso en la oración son menores que las de los religiosos.
Y creemos que tampoco los seglares están imposibilitados, por el tipo de vida que llevan, para esperar el progreso en la oración tal como lo indicamos en este libro. Cualquiera que esté dispuesto a servir a Dios con buena voluntad y dedique el tiempo suficiente todos los días a la lectura espiritual y a la oración, puede esperar razonablemente que prospere su amistad con Dios, que es progresar en la oración. Las dificultades de los seglares en la vida interior necesitan un tratamiento más detallado que el que pueda dar este libro, pero no son insuperables, y no tienen por qué impedir a cualquier persona seglar de buena voluntad que intente llevar una vida interior de oración viviendo en el mundo.
Además, nos oponemos decididamente a la teoría de que no hay un estado de oración intermedio entre la meditación metódica y la contemplación pasiva. La oración se nos muestra como el resultado de una intimidad y amistad progresivas con Dios, como esperamos resulte evidente por estas páginas. Si la oración no puede progresar, tampoco la amistad.
Este punto es de la mayor importancia práctica, pues falsas nociones a este respecto pueden apartar a un alma de cualquier esperanza de lograr una unión con Dios. En el curso de lo que sigue intentaremos mostrar cómo se puede procurar y encontrar esta unión, mediante una intimidad siempre creciente con Jesucristo, en la oración y en la acción. Esto lleva a una visión de cada ejercicio de la vida religiosa como un lugar de reunión donde el hombre está seguro no sólo de encontrar a Jesucristo, sino de ser capaz de unirse a Él. Y esta visión es el mejor remedio de lo que es quizá el estado de mayor miseria en la tierra, la miseria del servicio tibio en la vida religiosa, pues coloca la rutina de la vida, que de otro modo sería aburrida y monótona, a una luz completamente nueva y cautivadora, que ofrece nuevo aliento y más amplio horizonte a muchas almas.
Se encontrará, asimismo, que la división de la oración en estudios netos y bien marcados se ha evitado en gran parte. Las definiciones también, cuando se dan, son flexibles y, algunas veces, vagas. Esto, sin embargo, se hace de un modo absolutamente deliberado. No es útil intentar que nuestras nociones sean más definidas o estén más claramente clasificadas que lo está la realidad de la oración misma. Pues la oración, especialmente desde el punto de vista del individuo, puede ser a menudo muy indefinidida y absolutamente inclasificable. Y, además, aunque hubiere una escala de oración bien marcada para cada individuo, no es necesario, al menos como regla general, saber en qué escalón se está. Lo importante es evitar estar parado y continuar ascendiendo.
El hecho de que la misma dificultad se presente a menudo de nuevo en los diferentes estadios en el progreso de la oración, y que el mismo principio encuentre diversas aplicaciones en el curso de la vida espiritual, nos ha conducido a una serie de repeticiones en el texto. En un libro escrito para atender a las necesidades de las almas de los individuos, y que enfoca su materia desde diferentes puntos de vista e intenta deshacer los errores y nociones equivocadas que pueda haber, esta repetición parece justificada y confiamos en que se nos excusará de ella.
No nos disculpamos de hacer lo que solamente puede ser un intento imperfecto, en la difícil tarea de bosquejar la doctrina de San Pablo sobre la inhabitación de las personas divinas en el alma bautizada y la doctrina del Cuerpo Místico. Esta doctrina fue el fundamento sin par de la vida de oración, y se nos muestra no solamente como el mejor estímulo de ella, sino también como la base más segura para esperar en su logro. Concretamente San Pablo mismo atestigua que el Espíritu Santo presta auxilio a la debilidad de nuestra oración, y muchos teólogos ven una estrecha conexión entre la obra de los dones del Espíritu Santo y el desarrollo de la oración. Que el esfuerzo por conseguir orar lleve consigo el esfuerzo por conseguir la santidad no tiene por qué hacer dudar a nadie de la posibilidad de su consecución. Cuando nuestro Salvador resucitó, tomó sobre sí todo posible obstáculo de nuestro pasado, de nuestro futuro, de nosotros mismos o de lo que nos rodea, que pudiera oponerse a nuestra santidad. La agonía que desgarró su Sagrado Corazón en el huerto fue el pensamiento de que después que había hecho y padecido tanto —mucho más de lo necesario— por nuestra santidad, haríamos inútil su Sangre por nuestra cobardía y por no creer ni confiar en Él. El mayor valor que podemos dar a los padecimientos de Cristo es creer que pueden hacernos santos, incluso siendo como somos. En efecto, todo lo que en su Cuerpo —en nosotros mismos— está falto de la Resurrección de Cristo, tenemos que llevarlo a su plenitud haciendo que resucite en nosotros mediante nuestra santidad.
Si hay alguna gracia, algún bien, algo de provecho en estas páginas, se debe a la intercesión de María Madre de Cristo; se debe a la gracia del Espíritu Santo que opera en el más humilde sacerdote; se debe a los sufrimientos de Jesucristo que mereció para la humanidad todas las gracias; se debe a la misericordia del Padre que está en los cielos, que quiere restaurar todas las cosas en Cristo, en quien, en unidad del Espíritu Santo, reside toda su gloria. Que su nombre sea honrado y glorificado por los siglos de los siglos.
Abadía de Mount St. Joseph. Roscrea.
8 de septiembre de 1942. Fiesta de la Natividad de Nuestra Señora.
Muchas almas, enfrentadas con la dificultad cada vez más creciente de llevar una vida de santidad en contacto con un mundo cada vez más manifiestamente pagano, apremiadas a menudo por el sentimiento más o menos consciente de las necesidades de uno de los momentos más críticos de la Historia de la Cristiandad, han comenzado a examinar el estado de su salud espiritual y a buscar medios para fortalecerla. La necesidad de una mayor energía interior las ha llevado a considerar de un modo especial su oración, pues han llegado a darse cuenta de que la oración es la fuente de su fortaleza y el centro de su vida espiritual.
El resultado de esta investigación es, en muchos casos, insatisfactorio y descorazonador. Muchos encuentran que hay algo que no va bien en su oración; notan una falta de progreso, una dificultad cada vez mayor, e incluso un creciente disgusto por ese ejercicio. Algunos concluyen que para ellos es una simple pérdida de tiempo continuar «orando», como lo han estado haciendo; otros encuentran que el tiempo consagrado a la oración es una carga que ha llegado a ser casi intolerable. Con la esperanza de hacer algo que resuelva tales dificultades se han escrito estas páginas.
Aunque su principal objetivo sean las necesidades de los religiosos, no hay razón para que a los seglares en el mundo no les resulte provechoso el presente estudio. Incluso los que empiezan pueden encontrar estímulo, si alguien presenta ante ellos las posibilidades de la oración; y cuando se les corrijan sus errores acerca de la verdadera naturaleza de la oración, intentarán su práctica regular con decisión renovada. Pero estas líneas encontrarán la aplicación plena que pretenden sólo después de que se haya hecho un intento continuado de oración regular.
No se intenta exponer un catálogo exacto de las dificultades de la oración con un remedio definido para cada una, sino que más bien se espera que por el examen de la naturaleza y práctica de la oración, y señalando el origen de las dificultades, el lector se verá capacitado, quizá después de alguna experiencia, para encontrar una solución a sus problemas. Puesto que muchas de las dificultades proceden de las nociones equivocadas acerca de su naturaleza, lancemos una breve ojeada en primer lugar al proceso de la oración, de manera que establezcamos nuestra perspectiva de conjunto, y entonces volveremos a un examen más detallado de sus diversos elementos y estadios.
Hablando técnicamente, la oración es una elevación de la mente y del corazón a Dios para adorarle, alabarle, darle gracias por sus beneficios y pedirle su gracia y misericordia.
En un sentido más estricto, la palabra se restringe a la oración de petición; es decir, al ruego a Dios de cosas convenientes. El principal de sus efectos consiste en hacer que amemos a Dios cada vez más, conformemos nuestras voluntades con la suya, nos hagamos verdaderamente humildes y lleguemos a una unión cada vez más íntima con Él. Puede describirse acertadamente como una conversación amorosa con Dios, especialmente si se recuerda que la conversación incluye tanto el oír como el hablar, y que los mejores amigos pueden a menudo conversar sin palabras.
Cuando utilizamos, moviendo nuestros labios, una fórmula ritual y nos esforzamos en conformar, en cierto modo, nuestros pensamientos y deseos con nuestras palabras, tenemos lo que usualmente se llama oración vocal. Pero, desde luego, si ha de ser una oración, la mente tiene que desempeñar algún papel en ella.
En lo que se llama la oración mental, nos esforzamos en provocar estos pensamientos y deseos en nosotros mismos mediante una reflexión y en expresarlos mediante palabras —que por lo general se nos ocurren espontáneamente— o incluso por medio de aquel silencio elocuente en el que el corazón habla a Dios y le rinde apropiada alabanza, sin ruido de palabras. Pero incluso si articulamos palabras o damos expresión vocal a estos actos y deseos, nuestra oración no deja por eso de ser oración mental. Algunas personas cometen un error al pensar que tienen que reprimir en la oración mental cualquier expresión articulada o discurso. Por el contrario, si, como suele suceder, la articulación de los labios ayuda a hacer nuestros actos más fervientes o más reales, puede usarse. Pero no es esencial. En esto, como en todas las materias de este género, deberá prevalecer una santa libertad de espíritu.
Los actos que hacemos en la oración se llaman «afectos». El significado ordinario de este vocablo es completamente diferente de lo que aquí expresa. Los afectos en la oración son esencialmente actos de la voluntad, por los cuales se mueve hacia Dios y suscita otros actos de las diferentes virtudes, tales como fe, esperanza, amor, pesar, humildad, gratitud o alabanza. En los primeros estadios de la vida espiritual estos afectos usualmente no se pueden producir sin una laboriosa consideración y un tedioso esfuerzo. Las cosas de esta vida, el trajín de la actividad humana, la experiencia diaria de los sentidos, ocupan de tal modo la imaginación y excitan hasta tal punto las emociones, que las verdades de fe más abstractas y los misterios de la vida de Nuestro Señor, a una diferencia de veinte siglos, tienen poco arraigo en la mente. Así, pues, se ha de emplear algún tiempo de la oración en revisar estos pensamientos y estimular al corazón para que actúe y dé expresión a sus deseos. La palabra meditación, en su sentido estricto, denota esta labor preparatoria de reflexión y consideración. Esto no es realmente la oración; es simplemente un preludio de la oración. Los afectos y las peticiones forman la verdadera oración. Por esta razón es poco afortunada la costumbre que hay de aplicar el nombre de meditación al conjunto de ejercicios de la oración mental. Aunque reservemos este punto para un examen más completo de un capítulo posterior, permítasenos decir aquí que la palabra meditación, en su sentido más amplio, tal como se aplica al conjunto de ejercicios de la oración, abarca mucho más que el significado estricto de la palabra. Para que sea oración tiene que incluir algunas peticiones o actos.
Cuando se avanza en la vida espiritual, se desarrollan convicciones que se actualizan fácilmente en el momento de la oración; la lectura y la reflexión—dos alimentos esenciales de la vida espiritual— hacen cada vez más profundo el conocimiento de Nuestro Señor y de su doctrina, y hacen que su amor crezca en nosotros. La realidad de las cosas del espíritu queda intensificada. El resultado es que el tiempo necesario para la consideración preliminar llega a ser cada vez menor, y los afectos se presentan más fácilmente y ocupan gradualmente la mayor parte del tiempo de la oración. Dicha oración se llama oración afectiva.
Y así como cuando florece una amistad entre dos personas maduras, un mutuo entendimiento y una comunidad de fines, la palabra empieza a tener una gran riqueza de significados, así también, cuando crece la intimidad con Dios y la virtud aumenta igualmente, encontraremos que nuestros afectos —es decir, nuestros actos de voluntad y los de otras virtudes— necesitan cada vez menos palabras para su expresión, y puede ocurrir algunas veces que nos contentemos con arrodillarnos en silenciosa adoración o en mudo pesar, o poseídos de un «afecto» semejante, sin usar de ninguna palabra. Entonces nuestra oración se simplifica. Esta oración simplificada se suele llamar «oración de simplicidad», y aun cuando los autores convienen en la definición del término, pudiera parecer que la aplican con frecuencia a cosas completamente diferentes, y por eso, para evitar un mal entendimiento, nos parece preferible evitar aquí el uso de la expresión. La oración en cuestión la podemos llamar oración de afectos simplificados.
En todo esto, desde luego, ha estado operando la gracia de Dios. Algunas veces, sin embargo, en el caso de un alma que sea generosa y humilde y que rehúse establecer compromisos y firmar un tratado de paz con el amor propio —sin que importen las victorias ocasionales que el enemigo puede lograr—, sucede que Dios empieza a desempeñar un papel todavía mayor en la oración de esa alma. Su acción es ahora de un nuevo tipo, que puede pasar inadvertida al principio. Opera en las profundidades del alma y apela muy poco o nada a la imaginación, o a las emociones, o incluso al funcionamiento ordinario del entendimiento. Este estado de oración, que llamaremos aquí la oración de fe —sin insistir mucho, sin embargo, en la exactitud del término—, es una oración de gran valor y la más eficaz para unir el alma a Dios. Tiene sus propias dificultades y perplejidades, y puede incluso exigir el ejercicio de mucha paciencia y de un denodado esfuerzo. Pero si se persevera con generosidad y confianza en Dios, conduce a las mayores gracias de oración y santidad. No hay ninguna exageración en llamarla un atajo hacia la santidad.
Antes de terminar este capítulo, para considerar con más detalle las diferentes fases de la oración que acabamos de bosquejar, anticipando un futuro examen del asunto, se puede decir que aunque los escritores dividen la vida espiritual en estadios que corresponden a los diferentes grados de la oración que de un modo característico se encuentran en las almas, no hay, sin embargo, un límite neto que marque las divisiones, ni desde luego hay una estricta uniformidad de tipo dentro de cada grado. Algunas veces, por ejemplo, sobre todo en ocasiones de gran alegría o pesar, incluso el principiante puede encontrarse orando en una forma muy simplificada; mientras que, por el contrario, el alma que ha conseguido progresos, puede a menudo verse en la necesidad de recaer en la técnica de la meditación para superar alguna incapacidad temporal. En todas estas materias hay muchas mal entendidas, y como numerosas dificultades de la oración mental tienen su origen en estas nociones equivocadas, los próximos capítulos darán, ante todo, una relación concisa de las diferentes facultades que el alma usa en sus operaciones, para después discutir en forma más detallada las diversas fases de la oración que aquí se han bosquejado.