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¿Por qué no unir las fuerzas en lugar de enemistarse? Juliet Parker tenía que salvar el restaurante de su abuelo de la ruina. Por desgracia, el obstáculo principal era Caleb Watford, un rico empresario dedicado a la restauración que no solo iba a construir un restaurante al lado del suyo, sino que hacía que a ella se le acelerase el pulso al verlo. ¿Qué mejor forma de negociar había que la seducción? Pero Jules terminó embarazada… ¡de gemelos! Nunca había habido tanto en juego, y Caleb estaba acostumbrado a ganar en los negocios y en el placer.
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Seitenzahl: 183
Veröffentlichungsjahr: 2018
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2017 Barbara Dunlop
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Doble tentación, n.º 152 - abril 2018
Título original: From Temptation to Twins
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados y Dreamstime.com
I.S.B.N.: 978-84-9188-153-7
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Si te ha gustado este libro…
«Problema a la vista».
El hombre llenaba por completo el umbral del destartalado Crab Shack, en Whiskey Bay. Con los pies separados y los anchos hombros erguidos, alzó la barbilla de modo desafiante.
–¿Es una broma? –preguntó. Su profunda voz resonó en el viejo edificio de ladrillo.
Jules Parker lo reconoció de inmediato. Esperaba que sus caminos se cruzaran, pero no aquella abierta hostilidad por parte de él. Saltó desde la polvorienta barra, donde se hallaba arrodillada, y se quitó los guantes de trabajo.
–No lo sé, Caleb –contestó mientras avanzaba hacia él metiéndose los guantes en el bolsillo trasero de sus descoloridos vaqueros. ¿Tiene gracia desmontar estantes?
–¿Eres Juliet Parker? La última vez que te vi eras… –extendió una mano para indicar la altura desde el suelo.
–Tenía quince años.
–Eras más baja. Y tenías pecas.
A ella se le escapó una sonrisa.
–¿Qué estás haciendo? –los ojos grises del hombre se habían endurecido.
–Ya te he dicho –afirmó ella señalando con el pulgar por encima del hombro– que desmontando los estantes del bar.
–Me refiero a qué haces aquí.
–¿En Whiskey Bay? –ella y Melissa, su hermana menor, habían llegado el día anterior. Llevaban planeando el regreso más de un año.
–En el Crab Shack.
–Es mío –al menos la mitad. Melissa era su socia.
Él se sacó un papel del bolsillo y lo blandió ante su rostro.
–Has firmado la licencia.
–Ajá –era evidente que eso le molestaba.
–Y has firmado la cláusula de inhibición de la competencia.
–Ajá –repitió ella. Dicha cláusula formaba parte de la licencia original. Lo había firmado todo.
Él dio un paso hacia delante. Se erguía imponente sobre Juliet y ella recordó por qué se había encaprichado de él en la escuela. Ya era muy masculino entonces y lo seguía siendo: sexy e increíblemente guapo.
–¿Qué te propones? –preguntó él con su voz profunda.
Ella no entendió la pregunta, pero no iba a echarse atrás. Sacó pecho y le preguntó:
–¿A qué te refieres?
–¿Te estás haciendo la tonta?
–No. ¿Qué quieres, Caleb? Tengo trabajo.
Él la fulminó con la mirada.
–¿Quieres dinero? ¿Es eso?
–El Crab Shack no está en venta. Vamos a abrirlo de nuevo.
Lo habían heredado de su abuelo. Era el sueño de ambas hermanas y se lo habían prometido a su adorado abuelo en su lecho de muerte. Su padre, sin embargo, no quiso que la familia volviera a Whiskey Bay.
–Los dos sabemos que eso no va suceder.
–¿Ah, sí?
–Estás empezando a fastidiarme, Juliet.
–Es Jules. Y tú a mí.
–¿No tiene que ver con eso? –preguntó él alzando la voz.
Ella miró hacia donde Caleb señalaba por la ventana.
–¿Con qué? –preguntó sin entender.
–Eso –Caleb salió fuera. Ella lo siguió y vio que indicaba el puerto deportivo de Whiskey Bay. Le pareció el de siempre, salvo porque la categoría de las embarcaciones había subido. En el muelle se alineaban elegantes y modernos yates. Más allá del puerto, en un terreno que siempre se había considerado baldío, había dos camiones, dos camionetas y un buldócer.
Lo que fueran a construir no sería tan atractivo como la línea natural de la costa, pero estaba lo suficientemente lejos como para no molestar a los clientes del restaurante. Al sur del Crab Shack solo se veía naturaleza. Los altos acantilados de Whiskey Bay se hallaban cubiertos de cedros y arbustos. No se podía construir en ese lado: todo era roca.
Jules se apuntó mentalmente que las vistas del restaurante estuvieran orientadas al sur.
–No creo que eso vaya a molestarnos demasiado –observó.
La expresión de asombro de Caleb se vio interrumpida por la llegada de Melissa en su pequeña camioneta.
–Hola –dijo al bajarse del vehículo con dos bolsas en los brazos y una sonrisa radiante.
–¿Te acuerdas de Caleb Watford?
–Pues no –Melissa dejó las bolsas y le tendió la mano–. Recuerdo que nuestras familias se odiaban.
Jules sonrió, contra su voluntad, ante el franco comentario de su hermana, pero seguro que a Caleb no le había sorprendido. Era conocida la enemistad entre sus bisabuelos y sus abuelos. Era muy probable que fuera la razón del odioso comportamiento de Caleb. No querría que los Parker volvieran a Whiskey Bay. Pues peor para él.
Caleb le estrechó la mano a Melissa.
–O sois las mejores actrices del mundo…
Melissa miró a Jules sin entender.
–No me mires. No tengo ni idea de lo que habla. Pero está enfadado por algo.
–¿Lo ves? –Caleb volvió a señalar.
–Parece un buldócer –dijo Melissa.
–Es mío.
–¿Tengo que darte la enhorabuena? –preguntó Melissa, que seguía sin entender.
–¿Sabéis a qué me dedico?
–No –respondió Jules.
Sabía que los Watford eran ricos. Poseían una de las tres mansiones situadas en los acantilados de Whiskey Bay.
–¿Eres conductor de buldóceres? –preguntó Melissa.
–¡No lo dirás en serio! –exclamó Jules. Le resultaba imposible imaginarse a Caleb conduciendo semejante máquina–. Los Watford son muy ricos. Los ricos no conducen buldóceres.
Jules se imaginaba a Caleb sentado en un escritorio en un opulento despacho. No, tal vez no. ¿Dirigiendo una obra? Quizá fuera arquitecto.
Caleb las miraba alternativamente. Jules decidió que estaría bien dejarlo hablar.
–Soy dueño y director de la cadena de restaurantes de marisco Neo. Ahí –señaló donde se hallaba el buldócer– vamos a construir uno.
Las dos hermanas miraron en esa dirección y Jules entendió por qué Caleb estaba tan enfadado.
–Ah –dijo Melissa–. Pero ahora no puedes construirlo ahí por la cláusula de no competencia de la licencia de nuestro bar.
–Iba a expirar el miércoles –apuntó él.
–Lo vi cuando la renovamos –contestó Melissa.
–Ahora entiendo por qué estás tan decepcionado –dijo Jules.
–¿Decepcionado? –Caleb agarró la lata de cerveza que Matt Emerson le lanzó desde el bar en la terraza del puerto deportivo–. He invertido un millón de dólares en el proyecto y ella cree que estoy decepcionado.
–¿Y no lo estás? –preguntó T.J. Bauer dando un trago a su cerveza.
Los tres hombres se hallaban en la terraza del edificio de oficinas del puerto deportivo de Whiskey Bay. Las luces del muelle se reflejaban en el agua espumosa que se arremolinaba entre los yates.
Caleb fulminó con la mirada a T.J.
–¿Crees que esto es por tu padre? –preguntó Matt.
–O por tu abuelo –apuntó T.J.–. Puede que ahora tengas que pagar las consecuencias.
–No es mi problema –dijo Caleb.
–¿Sabe ella eso, que no es tu problema? –preguntó Matt.
Caleb no creía que Jules fuera capaz de llevar a cabo semejante plan de venganza.
–¿Sugieres que ella se enteró de que iba a construir un restaurante en Whiskey Bay y ha esperado hasta el último momento, cuando se cumplían cuarenta años de que su abuelo hubiera conseguido la licencia, para firmar la cláusula de no competencia y frustrar mi proyecto para que perdiera una fortuna, y todo ello como venganza por el comportamiento de mi padre y mi abuelo?
–Puntuaría muy alto en una escala de genio malvado –dijo T.J.
–Tus antepasados se portaron de forma malvada con sus antepasados.
Caleb estaba de acuerdo. Su abuelo le había robado a Felix Parker a la mujer a la que amaba, en tanto que su padre había arruinado las posibilidades de Roland Parker de acudir a la universidad.
Caleb no se sentía orgulloso de ninguno de los dos.
–Yo no les he hecho nada a los Parker.
–¿Se lo has dicho a Jules? –preguntó Matt.
–Afirma que no sabía que quería construir ahí un restaurante.
–Puede que sea así –comentó T.J.–. Tal vez haya llegado el momento de que aceptes inversores. Bastaría una llamada a mis clientes, Caleb, y los dieciséis restaurantes Neo que tienes en Estados Unido se convertirían en cuarenta en todo el mundo. Perder un millón de dólares aquí sería insignificante.
–No me interesa.
–No será porque no lo he intentado –apuntó T.J. al tiempo que se encogía de hombros.
–Puede que ella se esté marcando un farol –dijo Matt, que fue a sentarse en una silla.
–No va de farol –aseguró Caleb–. Ya ha firmado la cláusula de no competencia.
–Pues finge que crees que ella solo defiende sus intereses y que no se trata de una retorcida venganza contra tu familia. Averigua si se avendría a que coexistierais.
–Ya veo lo que pretende Matt –afirmó T.J. mientras se sentaba–. Explícale que el Neo y el Crab Shack pueden tener éxito. Si no pretende hacerte daño, estará dispuesta a que lo discutáis.
–Se dirigen a nichos de mercado distintos –Caleb se sentó mientras pensaba que podía ser una buena estrategia–. Y cuando se superpongan, uno podría beneficiar al otro. Yo estaría dispuesto a mandarle clientes.
–Pero no parezcas arrogante –apuntó Matt–. A las mujeres no les gusta.
–¿No eres tú el experto en mujeres? –preguntó T.J. a Caleb.
–Jules no es solo una mujer –respondió Caleb mientras imaginaba sus brillantes ojos azules, su cabello rubio y sus rojos labios carnosos–. Quiero decir que no es que no sea guapa, que lo es, pero eso es irrelevante para este asunto. No intento salir con ella, sino hacer negocios.
–Uy –dijo Matt a T.J.
–Tenemos un problema –contestó T.J. a Matt.
–No se trata de eso –dijo Caleb–. La última vez que la vi tenía quince años. Era mi vecina. Y ahora se ha convertido en un problema. Pero eso no tiene nada que ver con aquello de lo que estábamos hablando, que vosotros dos vais a volver a salir con mujeres. Por cierto, ¿cómo va eso?
Los dos le sonrieron.
–¿Crees que vamos a dejar que cambies de tema con tanta facilidad? –preguntó Matt.
–¿Estáis saliendo alguno de los dos con alguien? –preguntó Caleb–. Yo tuve una cita el fin de semana pasado.
Matt acababa de salir de un amargo divorcio y era el segundo aniversario de la muerte de la esposa de T.J. Ambos querían llevar la vida de soltero de Caleb y este se había comprometido a ayudarlos.
–¿Matt? –una voz femenina les llegó desde el muelle.
–Hablando de mujeres… –dijo T.J.
Matt se levantó.
–¿Quién es? –preguntó T.J., que se levantó para asomarse a la barandilla.
–Mi mecánica –contestó Matt–. Hola, Tasha. ¿Qué pasa?
–No me gusta cómo suena el motor del MK. ¿Puedo tomarme un día para desmontarlo?
Caleb vio a una mujer esbelta vestida con una camiseta, unos pantalones y botas de trabajo. Una cola de caballo sobresalía por debajo de la gorra de béisbol que llevaba en la cabeza.
–Está reservado todos los días a partir del domingo.
–Puedo hacerlo mañana, entonces. Perfecto. Lo dejaré listo.
–Gracias, Tasha.
–¿Esa es tu mecánica? –preguntó T.J. mientras la veía alejarse.
–¿Quieres salir con ella? –preguntó Matt.
–Es muy guapa.
Matt se echó a reír.
–Es dura de pelar. No te la recomiendo. Se te comería vivo.
Caleb sonrió.
–¿Vamos mañana por la noche a la ciudad, a una discoteca?
Whiskey Bay se hallaba a menos de dos horas en coche de Olympia y le pareció que sus dos amigos necesitaban un empujoncito para volver a la vida social. Y él se alegraría de olvidar sus problemas durante unas horas.
–Me apunto –dijo Matt.
–Me parece estupendo –dijo T.J.
–En ese caso –apuntó Caleb apurando la cerveza–, me voy a casa a prepararme –se levantó–. Me gusta vuestra idea de someter a prueba la sinceridad de Jules. Lo haré por la mañana.
–Buena suerte –dijo Matt.
Whiskey Bay se caracterizaba por sus increíbles acantilados. Había muy poca tierra a nivel de mar, una pequeña parcela cerca del puerto y otra de tamaño similar donde Caleb pretendía construir el restaurante. El Crab Shack se hallaba situado en una lengua de tierra al sur del puerto deportivo. Llevaba cerrado más de diez años, desde que Felix Parker tuvo que dejarlo por ser demasiado viejo para seguir trabajando.
Cuatro casas se alzaban en la empinada vertiente del acantilado. La de Matt estaba justo encima del puerto deportivo; la de T.J. se hallaba a unos cuantos metros hacia el sur; después estaba la casita de los Parker; y, por último, la de Caleb.
En los años cincuenta del siglo XX, su abuelo había construido una vivienda similar a la de los Parker. La de estos seguía intacta, pero la de los Watford se había reconstruido varias veces. Tras la muerte de su abuelo, Caleb le había comprado la casa al resto de la familia y la había reformado.
Un sendero unía las cuatro casas. Caleb, Matt y T.J. habían instalado farolas, por lo que caminar por él era fácil cuando se hacía de noche. Caleb había pasado por delante de la casa de los Parker miles de veces, pero desde que Felix Parker se había mudado a una residencia de ancianos, cinco años antes, nunca había habido luz en la casa.
Esa noche la había. Caleb la observó desde lejos. Al aproximarse divisó la terraza y, de pronto, recordó a Jules cuando era adolescente el último verano que visitó a su abuelo. Bailaba en la terraza, vestida con pantalones cortos y una camiseta de rayas, con el pelo recogido de cualquier manera, creyendo que nadie la observaba. El sol brillaba en su cabello rubio y su piel blanca. Era muy joven y muy hermosa. Él tenía entonces veintiún años, y estaba construyendo su primer restaurante Neo en San Francisco.
–¿Nos espías? –Jules apareció de repente en el sendero, frente a él.
–Voy a casa –contestó él volviendo al presente.
Por suerte, ella no llevaba pantalones cortos ni una camiseta de rayas, pero sus vaqueros y su camiseta blanca eran todavía más excitantes que aquel atuendo juvenil, porque Jules ya era una mujer.
–Te habías quedado parado –apuntó ella.
–No estoy acostumbrado a ver luces en tu casa.
–Sí, ha pasado tiempo.
–Unos cuantos años –Caleb miró su perfil. Era increíblemente bello. No recordaba haber visto a otra mujer tan hermosa.
–¿Sabías que tu familia nos mandó flores cuando mi abuelo murió? –preguntó ella.
–Sí –había sido idea suya.
–Mi padre se puso hecho una furia.
Caleb sintió una punzada de remordimientos.
–No se me había ocurrido.
–¿Así que fuiste tú? Me lo pregunté entonces. No tenía sentido que las hubiera mandado tu padre.
–En efecto –al padre de Caleb lo habían arrestado por un altercado con el de Jules, Roland. A Caleb no le habían contado todos los detalles, pero su padre siempre había clamado contra la reacción exagerada de las autoridades y había atribuido el motivo de la pelea a Felix Parker.
–Tu padre podía haber mandado una banda de música para celebrarlo.
–No sé qué decir…
–Es broma.
–Me ha parecido poco…
–¿Apropiado? ¿Reconocer que tu padre quería que mi abuelo muriera? –Jules se encogió de hombros–. Podemos fingir, si quieres.
–Me refería a hacer bromas sobre la muerte de tu abuelo.
–Tenía noventa años. No le hubiera importado. De hecho, creo que le hubiese gustado. Sigues enfadado conmigo, ¿verdad?
Sí, seguía muy enfadado con ella, pero también se sentía enormemente atraído por ella. Al mirarla a la débil luz de la farola, no era ira precisamente lo que experimentaba.
–Podemos fingir que no lo estoy.
Ella sonrió y él sintió una opresión en el pecho.
–Tienes sentido del humor.
Caleb no sonrió. Hablaba en serio. Estaba dispuesto a fingir que no estaba enfadado con ella.
De repente, ella se le acercó.
–Estuve enamorada de ti.
Él se quedó sin respiración.
–No sé por qué, ya que apenas te conocía. Pero eras mayor que yo, era verano y yo tenía casi dieciséis años. Y seguro que contribuyó el que nuestras familias estuvieran enfrentadas. Es gracioso ahora que tú… –ella lo miró y parpadeó–. ¿Caleb?
No podía besarla, no podía…
–¿Caleb?
Era imposible que ella le estuviera contando aquello por accidente. Tenía que saber el efecto que produciría en él o en cualquier otro hombre. Poseía un ingenio malvado.
–Sabes muy bien lo que haces, ¿verdad? –consiguió decir él en tono molesto.
Ella contempló su rostro.
–¿Qué hago?
Jules se merecía un premio de interpretación.
–Desequilibrarme. Bailar en la terraza en pantalones cortos, camiseta ajustada…
–¿Qué? ¿Bailar dónde?
–Tienes veinticuatro años.
–Lo sé.
–Y estás aquí sola, en el bosque, contándole a un hombre que estuviste enamorada de él.
Ella cambió de expresión al tiempo que retrocedía.
–Pensé que era una historia con encanto.
–¿Con encanto? –preguntó él con voz ahogada.
–De acuerdo, y algo embarazosa. Quería abrirme a ti y conseguir caerte bien.
Él cerró los ojos. No podía permitirse creer lo que ella le acababa de decir. No podía volverse loco por ella. No sabía qué hacer con aquello, qué hacer con ella, cómo situarla en algún contexto.
–No me vas a caer bien.
–Pero…
–Es mejor que te vayas.
–¿Que me vaya? –parecía dolida.
–Creo que no estamos en la misma onda.
Ella no contestó. Él abrió los ojos y vio que se había marchado. Suspiró aliviado. Pero el alivio se transformó en remordimientos al cuestionarse a sí mismo. Normalmente, con las mujeres, sabía distinguir entre un flirteo y una conversación inocente. Con Jules no era capaz.
–¿Le has dicho que estuviste enamorada de él? –le preguntó Melissa al día siguiente.
Jules quitó un retrato de actores de una serie de los años cincuenta de las paredes del restaurante.
–Intentaba… No sé –había tenido varias horas para lamentar sus palabras.
–¿No se te ocurrió que pensaría que flirteabas con él?
Jules entregó a su hermana, que se hallaba al pie de la escalera, la foto de Grace Kelly, y pasó a la de Elizabeth Taylor.
–No era mi intención flirtear.
–Pero lo hiciste. ¿Qué pensabas entonces?
–Que sería encantador, ya que estaba siendo abierta y sincera acerca de algo embarazoso. Creí que me haría parecer humana.
–Caleb sabe que eres humana.
–Al final, fue humillante –Jules le entregó la foto de Elisabeth Taylor.
–Así que has aprendido algo –Melissa fue a la barra a depositar las fotos en una caja de cartón.
–He aprendido que él no tiene ningún interés en flirtear conmigo.
–Yo más bien me refería a algo más amplio sobre las relaciones, el momento y el lugar oportunos y los comentarios adecuados.
Jules bajó de la escalera y la desplazó para quitar las tres fotos siguientes.
–Ah, eso no.
–Háblame de ese enamoramiento –dijo Melissa sonriendo–. Tendrías que habérmelo contado entonces.
–Eras muy pequeña.
–Pero hubiera sido muy emocionante.
Lo seguía siendo para Jules.
–Fue a los quince años. Él era alto, se afeitaba y vivía en una mansión. Por aquel entonces, yo recibía clases de literatura inglesa. Entre las hermanas Brontë y Shakespeare me inventé una interesante historia.
–No me acuerdo de él en aquella época.
–Porque solo tenías doce años.
–Lo que recuerdo sobre todo es el chocolate a la taza de la abuela. Era estupendo venir aquí y estar con ella, sobre todo después de morir mamá.
–Las echo de menos.
–Yo también –afirmó Melissa apretándole el brazo a Jules–. Pero no echaba de menos las ardillas que ahora nos despiertan por la mañana.
–¿No crees que podríamos cazarlas vivas y trasladarlas a otro sitio como hacen con los osos?
–No veo por qué no.
Jules reflexionó durante unos segundos mientras entregaba a Melissa la foto de Jayne Mansfield.
–No sé qué podríamos utilizar de cebo.
–¿Vais a ir a pescar? –la voz de Caleb la sobresaltó y se agarró a la escalera para equilibrarse–. ¿Qué haces ahí subida? –preguntó él–. ¿Hablabais de pesca?
–¿De pesca?
–Decías que necesitaríamos un cebo –intervino Melissa.
–Matt puede llevaros a pescar –dijo Caleb–. ¿Necesitas que te eche una mano?
–¿Por qué te has vuelto tan amable de repente? –preguntó Jules. Prefería que se trataran con cordialidad. Sin embargo, después de la discusión del día anterior y de su encuentro por la noche, esperaba que la evitara, no que se presentara en el bar y fingiera que eran amigos.
–No me he vuelto amable.
–¿Quién es Matt? –preguntó Melissa mientras llevaba la foto de Doris Day a la caja.
–El dueño del puerto deportivo –explicó Caleb.
–¿Los yates son suyos? –preguntó esta.
–Los alquila.
–A un precio prohibitivo –intervino Jules.
–A vosotras no os cobraría.
Jules bajó un peldaño y esperó a que Caleb se apartara para dejarle sitio.
–No vamos a ir de pesca.
–No nos precipitemos –apuntó Melissa.
–Puedo arreglarlo –Caleb no se movió.
Jules se dio la vuelta antes de bajar otro peldaño, decidida a mirarlo cara a cara.
–Estamos muy ocupadas para ir de pesca –afirmó, mirándolo a los ojos.
–¿Cuánto tiempo dura una excursión de esa clase? –preguntó Melissa.
–¿Cómo es que no recelas de un enemigo que te ofrece un regalo? –preguntó Jules a su hermana, sin dejar de mirar a Caleb.
–No soy enemigo vuestro –dijo él. Sus ojos grises la miraron desafiantes. Un peldaño más y ella estaría prácticamente en sus brazos.
Pero Jules no iba a ser la que se echara atrás. Bajó el último peldaño.
–¿A qué has venido?
–Quería hablar contigo.
–¿De qué? –Jules se dijo que no debía hacer caso de la excitación que comenzaba a sentir. Caleb era muy guapo y a ella le había despertado emociones en otro tiempo. Pero podía controlarlo.
Él respiró hondo. Solo faltaban unos centímetros para que se tocaran. Ella se preguntó cómo reaccionaría él. Se dijo que debía tocarlo y ver qué pasaba.
–Ha llegado el contratista –anunció Melissa mientras se oía el motor de un coche que aparcaba.
–¿Me necesitas? –preguntó Jules.
–No. Le voy a enseñar el edificio –contestó su hermana dirigiéndose a la puerta.
–No tenemos que competir entre nosotros –apuntó Caleb.