Doce noches de tentación - Barbara Dunlop - E-Book
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Doce noches de tentación E-Book

Barbara Dunlop

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Beschreibung

Sabía que no era recomendable sentirse atraída por su jefe, lo que no sabía era cómo evitarlo. La única mujer que le interesaba a Matt Emerson era la mecánica de barcos que trabajaba en sus yates. Incluso cubierta de grasa, Tasha Lowell lo excitaba. Aunque una aventura con su jefe no formaba parte de sus aspiraciones profesionales, cuando un saboteador puso en su punto de mira la empresa de alquiler de yates de Matt, Tasha accedió a acompañarlo a una fiesta para intentar averiguar de quién se trataba. Tasha era hermosa sin arreglarse, pero al verla vestida para la fiesta, Matt se quedó sin aliento. De repente, ya no seguía siendo posible mantener su relación en un plano puramente profesional.

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Seitenzahl: 190

Veröffentlichungsjahr: 2018

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2017 Barbara Dunlop

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Doce noches de tentación, n.º 153 - abril 2018

Título original: Twelve Nights of Temptation

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited y Dreamstime.com. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-9188-154-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

Tasha Lowell se despertó sobresaltada porque alguien aporreaba la puerta de su dormitorio. Era medianoche en las dependencias del personal del puerto deportivo de Whiskey Bay y Tasha no llevaba ni una hora durmiendo.

–¿Tasha? –la voz de Matt Emerson, el dueño del puerto deportivo, le supuso un sobresalto añadido, ya que estaba soñando con él.

–¿Qué pasa? –gritó mientras se levantaba.

–El Orca’s Run se ha averiado en Tyree, en Oregón.

–¿Qué ha sucedido? –preguntó mientras cruzaba la habitación descalza. Era una pregunta estúpida, ya que Matt Emerson, rico y urbanita, no distinguiría un inyector de un alternador.

Abrió la puerta y se encontró con el sujeto de lo que había sido un sueño muy erótico.

–El motor se ha parado. El capitán Johansson me ha dicho que han anclado en la bahía de Tyree.

Era una pésima noticia. Tasha llevaba solo dos semanas de mecánico jefe en el puerto deportivo y sabía que Matt había dudado a la hora de ascenderla. Estaba en su derecho de considerarla responsable de no haber detectado el fallo en el motor del yate.

–Lo revisé antes de que zarpara –Tasha sabía que aquel crucero era muy importante para la empresa.

El Orca’s Run era el segundo yate más grande de la flota. Lo había alquilado Hans Reinstead, un influyente hombre de negocios de Múnich. Matt había invertido mucho esfuerzo y dinero para abrirse camino en el mercado europeo y Hans era uno de sus principales clientes. La familia Reinstead no podía tener un viaje decepcionante.

Tasha agarró una camisa roja y se la puso encima de la camiseta. Luego se puso unos pesados pantalones de trabajo. Matt la observaba. Ella se encasquetó una gorra. En ponerse los calcetines y las botas tardó treinta segundos. Estaba lista.

–¿Ya está? ¿Ya estás preparada? –preguntó él.

–Sí –contestó ella mirándose. Los objetos que las mujeres solían llevar en un bolso, ella los llevaba en los bolsillos de los pantalones.

–Entonces, vamos –dijo él sonriendo.

–¿Qué te hace gracia? –preguntó ella mientras echaba a andar a su lado.

–Nada.

–Te estás riendo –afirmó Tasha al tiempo que se encaminaban hacia el muelle.

–No.

–Te estás riendo de mí –¿tan mal aspecto tenía recién levantada?

–Sonrío, que no es lo mismo.

–Te resulto divertida –Tasha odiaba divertir a los demás. Quería que la gente, sobre todo los hombres, y especialmente su jefe, la tomasen en serio.

–Me ha impresionado tu eficacia.

Ella no supo qué responder. No le había parecido un comentario machista. Lo dejó correr.

Bajaron en fila india por la rampa de acceso a las embarcaciones.

–¿Cuál vamos a tomar? –preguntó ella.

–El Monty’s Pride.

La respuesta sorprendió a Tasha. Era el yate más grande. Era evidente lo que Matt iba a hacer.

–¿Crees que tendrá que sustituir al Orca’s Run? –ella prefería ser optimista y tomar el barco de reparaciones. El Monty’s Pride consumiría una enorme cantidad de combustible para llegar a Tyree–. Es posible que pueda arreglarlo.

–¿Y si no es así?

–¿Qué te ha dicho el capitán?

–Que el motor se ha parado.

–¿De repente o fue disminuyendo de velocidad? ¿Ha habido algún ruido u olor raro? ¿Ha habido humo?

–No se lo he preguntado.

–Pues debieras haberlo hecho.

Matt la miró impaciente y ella se dio cuenta de que se había pasado de la raya. Al fin y al cabo, él era el jefe.

–Creo que ir en el Monty’s Pride supondrá un enorme desperdicio de combustible. Ahorraremos dinero si puedo efectuar una reparación rápida. Tal vez podría hablar con el capitán.

–No vamos a intentar repararlo deprisa. Trasladaré a los pasajeros y la tripulación al Monty’s Pride mientras tú te pones a repararlo. No quiero líos. La prioridad es el servicio a los pasajeros.

–Pues este nos va a salir muy caro.

–En efecto –afirmó él sin ninguna inflexión en la voz, por lo que ella no supo si estaba enfadado.

Deseó volver a su sueño. En él, estaban abrazados y él le acariciaba el cabello y la besaba.

Tasha se dijo que eso no estaba bien y que no era lo que ella quería.

–Quiero que Hans Reinstead vuelva contento a Alemania –prosiguió Matt–. Y que hable extasiado a sus socios y amigos del excelente servicio recibido, a pesar de que haya habido un problema. Que se resuelva en cinco minutos o en cinco horas es irrelevante. Han tenido una avería y los vamos a trasladar un yate aún mejor.

Aunque Matt estuviera dispuesto a aceptar el gasto económico en aras del buen servicio al cliente, si la avería se debía a algo que a ella se le había pasado por alto, sería un punto en su contra.

Se acercaron adonde estaba anclado el yate. Un miembro de la tripulación se hallaba a bordo y otro en el muelle, listo para soltar amarras.

Matt preguntó al que estaba en cubierta cuánto combustible llevaban mientras subía a bordo, seguido de Tasha.

–¿Está aquí mi caja de herramientas? –preguntó ella.

–En el almacén.

–Gracias –después, añadió dirigiéndose a Matt–: Podría tratarse simplemente de una correa.

–Estaría bien –contestó él mientras se encaminaban hacia el puente.

En cuanto entraron, llamó por radio.

–Orca’s Run, aquí el Monty’s Pride. ¿Me escucha, capitán?

Mientras tanto, Matt abrió una ventana y gritó que soltaran amarras.

–Adelante, Orca’s Run.

Matt aceleró y se alejaron del muelle.

 

 

Matt sabía que se había arriesgado al utilizar el Monty’s Pride en vez de el barco de reparaciones pero, hasta ese momento, parecía haber tomado la decisión correcta. Incluso Tasha se había visto obligada a reconocer que no era probable que se pudiera realizar una reparación rápida, tras haber hablado con el capitán Johansson, que le había tenido que explicar con todo detalle lo sucedido.

Matt estaba impresionado por la meticulosidad de Tasha. Al final, ella había llegado a la conclusión de que tendría que revisar el motor. Todavía faltaban tres horas, tras dos de navegación, para llegar a Tyree.

–Ve a acostarte un rato –dijo Matt.

Parecía cansada y no tenía sentido que se quedaran los dos despiertos toda la noche.

–Estoy bien.

–No tienes que hacerme compañía.

–Ni tú que mimarme.

–No tienes que demostrar nada, Tasha –Matt sabía que se enorgullecía de su trabajo y que estaba decidida a hacerlo bien después del ascenso. Pero no dormir no era uno de los requisitos de su empleo.

–No intento hacerlo. ¿Has dormido algo? ¿Quieres acostarte?

–Estoy bien.

Matt sabía que ella era capaz de pilotar el barco, pero no quería dejarle todo el trabajo.

–No hace falta que nos quedemos los dos levantados –añadió Tasha.

–Mi cita acabó pronto y he podido dormir algo –observó él.

Desde que se había divorciado, Matt y su amigo, T.J. Bauer rivalizaban a la hora de salir y conocer a gente nueva en Olympia, la ciudad más cercana a Whiskey Bay. Matt había salido con algunas mujeres, pero con ninguna había saltado la chispa. Con la de aquella noche, tampoco.

–No tienes que contarme nada de tus citas –comentó Tasha.

–No hay nada que contar.

–Pues qué pena –dijo ella en tono desenvuelto–. Nos ayudaría a matar el tiempo.

–Lo siento. Ojalá pudiera entretenerte mejor. ¿Y tú? –sentía curiosidad por la vida amorosa de Tasha. ¿Tenía novio? ¿Salía con chicos? En el puerto, solo la veía como una competente empleada–. ¿Sales?

–¿Adónde?

–Con alguien, a cenar, a bailar…

Ella se echó a reír.

–¿Eso quiere decir que no lo haces?

–Exacto.

–¿Por qué? –la curiosidad de Matt había aumentado. Era una mujer preciosa, a pesar de la ropa de trabajo con la que siempre la veía.

–¿A qué viene este interrogatorio? –preguntó ella.

–Puesto que la historia de mis citas no va a distraernos, creí que tal vez lo hiciera la de las tuyas –dijo él al tiempo que le examinaba el rostro con atención.

Tenía unos hermosos ojos verde esmeralda, gruesas pestañas, pómulos altos, nariz estrecha y delicada y unos labios rojos como el coral, el inferior más carnoso que el superior.

Sintió ganas de besárselos.

–No hay nada que contar –la voz de ella le hizo volver a la realidad.

–Supongo que a veces te arreglarás.

–Prefiero centrarme en el trabajo.

–¿Por qué?

–Me resulta satisfactorio.

Su respuesta no le pareció sincera. Él era dueño de la empresa, pero tenía tiempo para salir.

–Yo salgo y tengo citas, a pesar de que trabajo.

–Por supuesto que las tienes –dijo ella recorriendo su cuerpo de arriba abajo con un gesto de la mano–. Un hombre como tú, ¿cómo no va a tenerlas?

–¿Un hombre como yo? –Matt no entendía lo que quería decirle.

–Guapo, rico: un buen partido.

–¿Guapo? –preguntó él sorprendido.

–No soy yo la que lo cree, Matt, sino el mundo entero. No finjas que no te lo han dicho.

Él nunca había hecho mucho caso de su aspecto. Se consideraba del montón. Lo de la riqueza también era discutible. No tenía dinero suficiente para complacer a su exesposa. Y, después del costoso divorcio, aún menos. Tendría que trabajar duro el año siguiente para recuperar su cómoda situación financiera anterior.

–Tú eres inteligente, trabajadora y guapa –afirmó él–. Deberías tener citas –muchas cosas de ella lo cautivaban. Era curioso que no se hubiera dado cuenta hasta entonces–. Deslumbrarías a los hombres con tu inteligencia y tu capacidad de trabajo.

–¿Por qué no lo dejamos? Soy mecánico de barcos y quiero que se me tome en serio.

–¿No puedes hacer las dos cosas?

–Mi experiencia me indica que no –se levantó de la silla en la que estaba sentada.

–¿Qué haces? –no quería que se fuera.

–Seguir tu consejo: voy a acostarme.

–No pretendía echarte.

–No lo has hecho.

–No tenemos que hablar de citas.

–Tendré trabajo cuando lleguemos.

–Tienes razón. A ver si duermes un poco.

Cuando ella se hubo marchado, Matt consideró las consecuencias de sentirse atraído por una empleada. No debía intentar nada con ella. Después se rio de sí mismo, ya que ella no le había dado pie a nada, salvo por haberle dicho que pensaba que era guapo.

Ella pensaba que era guapo.

Mientras seguía navegando, Matt sonrió.

 

 

El problema de Tasha no era salir en general, sino la idea de hacerlo con Matt. No era su tipo. Había salido con hombres como él: capaces, seguros de sí mismos y de tener el mundo a sus pies. Sin embargo, no podía dejar de soñar con él.

Habían llegado a Tyree y subido al Orca’s Run poco después de amanecer. Matt había saludado a la familia y se había disculpado por el retraso sufrido a causa de la avería, además de ofrecerles el Monty’s Pride como sustituto, un yate más grande y veloz con el que rápidamente recuperarían el tiempo perdido. Los clientes aceptaron encantados.

Tasha se había mantenido en segundo plano y se había concentrado en el motor de la nave. Tardó más de una hora en descubrir que el problema residía en el filtro separador de agua y combustible. Y, por una increíble coincidencia, el piloto que indicaba que había agua en el combustible tampoco funcionaba. En caso contrario, le hubiera indicado que el filtro estaba lleno y que dejaba el motor sin combustible. Que las dos cosas hubieran sucedido a la vez era muy extraño.

Matt había ido en la motora al pueblo a por las piezas de repuesto que necesitaba. A mediodía, Tasha ya había cambiado el filtro separador de agua. Mientras trabajaba, hizo una lista de quiénes tenían acceso al Orca’s Run: casi todo el personal del puerto deportivo de Whiskey Bay, aunque la mayoría no sabía nada de motores. Había un par de mecánicos a quienes se contrataba de vez en cuando e innumerables clientes. Pensó que alguien podía haber estropeado el motor adrede.

Pero ¿quién?, ¿por qué?

Mientras trabajaba se había manchado de gasolina, por lo que utilizó la ducha del personal para lavarse y tomó un uniforme de azafata de un armario. Después de haberse vestido, subió al camarote principal. Se sorprendió al comprobar que el barco no había zarpado.

–¿Hay algo más que no funcione? –le preguntó a Matt, que se hallaba en la cocina en vez de al timón. La tripulación se había quedado en el Monty’s Pride, puesto que, al ser más grande, necesitaba más personal. Además, Matt y Tasha podían pilotar el Orca’s Run para volver.

–No, todo está bien. ¿Tienes hambre? –preguntó él mientras ponía una sartén al fuego.

–Mucha.

–¿Quieres café?

–Sí.

–Parece que todo el mundo se ha quedado contento con el Monty’s Pride –afirmó Matt mientras sacaba dos tazas de un armario y servía el café.

–Tenías razón. Traerlo hasta aquí ha sido buena idea. Si quieres que zarpemos, puedo cocinar yo. Lamento haber discutido contigo.

–Debes decir siempre lo que piensas.

–Pero también escuchar. A veces, me obsesiono con una idea.

–Tienes capacidad de convicción, lo cual no es malo. Además, hace que las conversaciones sean interesantes –le dio una taza y ella tomó un sorbo de café, sin saber qué contestarle.

Los ojos azules de él eran oscuros pero cálidos, y su rostro era increíblemente bello, de mandíbula cuadrada, nariz recta y labios carnosos, dignos de ser besados.

De su cuerpo parecían emerger oleadas de energía que la bañaban. Era desconcertante, y ella se movió para aumentar la distancia entre ambos.

–Las posibilidades de que el filtro separador de agua y el piloto indicador se estropeen al mismo tiempo son muy escasas.

–¿Y? –preguntó él con el ceño fruncido–. ¿Sugieres que alguien los ha estropeado a propósito?

–No –dicho en voz alta parecía menos plausible que en su cerebro–. Lo que digo es que es una extraña coincidencia y que estoy teniendo mala suerte.

–Lo has arreglado y has hecho un buen trabajo, Tasha.

–No ha sido tan complicado.

Se miraron a los ojos y se quedaron en silencio. Ella volvió a recordar sus sueños y se sonrojó.

Él dio un paso hacia ella. Y después otro y otro más. Para sí, ella le gritó que se detuviera, pero no emitió sonido alguno. En realidad, no quería que se detuviera. Ya casi sentía sus brazos en torno a ella.

De pronto, se oyó un trueno. Se alzó una ola y ella intento agarrarse a la encimera, pero falló y fue a chocar contra el pecho de Matt. Él la abrazó inmediatamente para equilibrarla. Ella trató de no prestar atención al deseo que le nublaba la mente.

–Perdona.

–El tiempo está empeorando –dijo él.

–No iremos a… –ella no pudo acabar la frase al mirar sus ojos azules, tan cerca de los de ella.

–Tasha –susurró él. Bajó la cabeza lentamente y rozó los labios de ella con los suyos, después la besó con firmeza.

Tasha se sintió invadida por una oleada de placer. Se agarró a sus hombros. La parte racional de su cerebro le indicaba que se detuviera, pero ya no era capaz de hacerlo. Le daba igual todo, salvo aquel beso maravilloso.

Fue Matt quien se apartó primero. Parecía tan deslumbrado como ella se sentía.

–Yo… –negó levemente con la cabeza–. No sé qué decir.

Ella retrocedió. Tampoco sabía qué decir.

–No intentes decir nada. Solo es algo… que… ha pasado.

–Ha estado bien –afirmó él.

–Ha sido un error.

–No ha sido algo intencionado.

–Será mejor que nos vayamos –contestó ella, deseosa de hallar otro tema de conversación. Lo único que le faltaba era ponerse a diseccionar aquel beso, reconocer el impacto que le había causado y que Matt supiera que lo veía como a un hombre, más que como a su jefe.

No podía ser. En su relación con él, ella no era una mujer, sino un mecánico.

–No vamos a ir a ningún sitio –Matt señaló la ventana, por la que se veía caer la lluvia. Después se dirigió a la radio, para que le informaran de la previsión meteorológica.

–Podemos comer algo. Parece que esto va a durar –comentó.

Capítulo Dos

 

Mientras esperaba a que pasara la tormenta, Matt se quedó dormido en el comedor. Cuando, cuatro horas después, se despertó, Tasha no estaba, por lo que fue a buscarla.

El yate cabeceaba impulsado por olas enormes y la lluvia repiqueteaba contra las ventanas. Al no verla en cubierta, Matt bajó a la sala de máquinas. Allí estaba, trabajando en el generador.

–¿Qué haces? –la presencia de Tasha hizo que recordara el beso que se habían dado. Se sentía culpable porque era su jefe y las cosas se le habían ido de las manos, pero, por otro lado, había sido un beso tan maravilloso que deseaba repetirlo.

–Mantenimiento –contestó ella sin volverse–. Estoy inspeccionando la instalación eléctrica y las conexiones de las baterías. Había que limpiar algunas. Y he cambiado el filtro del aceite.

–Creí que te acostarías.

–He dormido un rato –dijo ella volviéndose, por fin, para mirarlo.

Una mujer no debería parecer sexy con una llave inglesa en la mano y una mancha de aceite en la mejilla, pero ella lo estaba. Matt deseaba hacerle muchas cosas más que besarla. Desechó tales pensamientos.

–Yo, en tu lugar, hubiera inspeccionado el mueble bar.

–Es una suerte que tus empleados no sean como tú –afirmó ella sonriendo levemente.

–En efecto, pero hay un coñac muy bueno, perfecto para una tarde lluviosa.

Ella no contestó y siguió trabajando. Él la contempló durante unos minutos.

–¿Tratas de impresionarme? –preguntó por fin.

–Sí.

–Pues lo has conseguido, pero deja de trabajar, porque haces que me sienta culpable.

–No es mi intención –comentó ella volviendo a mirarlo–. Hay que realizar el mantenimiento. Y puesto que yo estaba aquí…

–¿Siempre eres así? ¿Tan extremadamente diligente?

–Lo dices como si fuera algo malo.

Él se le acercó. No quería ni debía mencionar el beso, aunque tenía muchas ganas de hacerlo. ¿Qué sentía ella? ¿Estaba enfadada? ¿Cabía la posibilidad de que deseara repetir?

–Me pone nervioso.

–Pues te pones nervioso con mucha facilidad.

–Estoy tratando de entenderte –afirmó él, sonriendo.

–Eso es una pérdida de tiempo.

–Soy consciente de que no te conozco bien.

–Es que no tienes que conocerme, sino limitarte a pagarme a final de mes.

Eso era una clara indicación de que él era su jefe, nada más. Se tragó su desilusión.

–Son más de las cinco –dijo él, quitándole la llave inglesa y comportándose como su jefe–. Y es sábado, por lo que tu trabajo ha terminado. Sus dedos se rozaron. Ella intentó que soltara la herramienta.

–Suéltala.

–Es hora de acabar.

–En serio, Matt, todavía no he terminado.

Él agarró su mano y se acercó más a ella. Se miraron a los ojos. Ella lo agarró del brazo con la mano libre.

–No podemos hacerlo, Matt.

–Lo sé.

–Suéltame.

–Quiero volver a besarte.

–No es buena idea.

–Tienes razón.

–Tenemos que mantener una relación sencilla y directa. Eres mi jefe.

–¿Es esa la única razón? –preguntó él con curiosidad.

–No soy de esa clase de mujeres.

–¿De las que besan a los hombres? –preguntó él, tomándoselo a broma, aunque sabía que ella lo había dicho en serio.

–De las que besan a su jefe o a un compañero de trabajo mientras trabajan en la sala de máquinas y están cubiertas de grasa. Así que, suéltame.

Él no quería hacerlo, pero no tenía otro remedio. Ella dejó la llave inglesa y agarró un destornillador para, a continuación, colocar la tapa del generador en su sitio.

–Parece que la tormenta se está alejando –comentó Matt. Era su jefe, desde luego, lo que suponía una complicación. Pero quería conocerla. Apenas había arañado la superficie y lo que había visto le gustaba mucho.

 

 

Habían llegado al puerto deportivo a última hora de la tarde. Tasha se había pasado la noche y parte del día siguiente intentando borrar el recuerdo del beso de Matt, sin conseguirlo. Ni siquiera sabía cómo se sentía. Matt era un hombre muy guapo y muy buen conversador y podía tener las mujeres que quisiera. ¿Por qué iba a fijarse en ella?

Tal vez si hubiera seguido los consejos de su madre y se comportara y vistiera como una mujer y tuviera otro trabajo sería lógico que Matt se interesara por ella. Le recordaba a los hombres que había conocido en Boston, los que salían con sus hermanas. Todos ellos querían mujeres que fueran muy femeninas, por lo que Tasha les resultaba divertida, ya que no encajaba en ningún sitio. Por eso se había marchado. Y, ahora, Matt la confundía.

Aquella tarde se había buscado una tarea que la distrajera.

Desde que la habían ascendido, tenía que buscar a alguien que la sustituyera en su puesto anterior. Matt contrataba a mecánicos cuando los necesitaba, pero un solo mecánico fijo era insuficiente para el trabajo en Whiskey Bay. Matt poseía veinticuatro barcos, la mayoría de ellos para alquilar y realizar cruceros.

El dinero era un problema para él, sobre todo después de haberse divorciado. Por eso, era muy importante que los yates estuvieran en buenas condiciones para aumentar el número de alquileres.

Tasha se hallaba en una oficina vacía del edificio principal del puerto deportivo. Sentada a un escritorio de madera, con una silla enfrente, había entrevistado a cuatro personas que pretendían cubrir el puesto de mecánico. Las dos primeras no tenían el título de mecánico de barcos. La tercera le había parecido muy arrogante y no creía que encajara en Whiskey Bay. La cuarta, una mujer, había llegado con cinco minutos de retraso, lo cual no era un comienzo prometedor.

–Le pido disculpas –dijo al entrar a toda prisa en la oficina.

–¿Alex Dumont? –preguntó Tasha al tiempo que se levantaba.