Drácula - Bram Stoker - E-Book

Drácula E-Book

Bram Stoker

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Beschreibung

Jonathan Harker, un agente inmobiliario, viaja a Transilvania a atender los asuntos de un extraño noble rumano. El joven terminará siendo prisionero del conde Drácula y descubriendo, poco a poco, la terrible naturaleza de su captor y sus planes para extender su poder desde Londres. Una adaptación del famoso clásico de Stoker, pero conservando todos sus matices y esa tensa atmósfera de suspense tan característica.

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Seitenzahl: 172

Veröffentlichungsjahr: 2017

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Índice

Introducción

Drácula

Capítulo I

Capítulo II

Capítulo III

Capítulo IV

Capítulo V

Capítulo VI

Capítulo VII

Capítulo VIII

Capítulo IX

Capítulo X

Capítulo XI

Capítulo XII

Capítulo XIII

Capítulo XIV

Capítulo XV

Capítulo XVI

Capítulo XVII

Capítulo XVIII

Capítulo XIX

Capítulo XX

Capítulo XXI

Capítulo XXII

Capítulo XXIII

Capítulo XXIV

Capítulo XXV

Capítulo XXVI

Capítulo XXVII

Nota

Apéndice

Créditos

Un actor llamado Henry Irving

Bram Stoker, el autor de Drácula, tenía diecinueve años en 1867 cuando, en un teatro de Dublín, vio por primera vez sobre el escenario al famoso actor Henry Irving (1838-1905), nueve años mayor que él, y se sintió fascinado por la distinción de sus modales, su fuerte personalidad, su mirada hipnótica y su autoridad sobre las tablas. Esa fascinación influiría decisivamente, no solo en la vida de Stoker, sino en la figura del conde Drácula, modelada en buena parte sobre la imagen de Henry Irving.

En diciembre de 1876, Irving regresó a Irlanda para una nueva gira. Stoker acudió al Theatre Royal de Dublín, y de nuevo sucumbió a la fascinación del actor, que encarnaba a Hamlet, príncipe de Dinamarca, en la obra del mismo nombre de William Shakespeare (1564-1616).

Tras asistir a tres representaciones seguidas, Stoker, que trabajaba como supervisor y crítico teatral en el diario Dublin Evening Mail, publicó una reseña muy elogiosa de la actuación de Henry Irving.

Para corresponderle, el actor le invitó a cenar en el hotel donde se alojaba. Pasaron la noche entera bebiendo y conversando sobre su mutuo amor al teatro. De vez en cuando, Irving se erguía y, con voz emocionada y vibrante, recitaba pasajes de distintas obras. Stoker sentía como si se transformara ante él.

Al amanecer, tras declamar un largo poema que narraba un asesinato, seguido del sentimiento de culpa y del arrepentimiento del asesino, Irving pareció sufrir un desmayo y se dejó caer en un sillón. Stoker, conmocionado, estaba en trance. Tenía la impresión de haber vivido todas las escenas descritas en el poema. Tardó en comprender que había sido víctima del virtuosismo y de las habilidades interpretativas de Irving.

Mientras Stoker se reponía, Irving pasó a su habitación y volvió con una fotografía suya recién dedicada a su admirador. «¡El alma había penetrado en el alma!», escribiría Stoker más tarde, al recordar esa noche. La amistad forjada entonces se reforzaría durante otros encuentros, tanto en Irlanda como en Inglaterra. En sus conversaciones, Irving aludía con frecuencia a su sueño de tener un teatro de su propiedad, y dirigir su propia compañía.

En noviembre de 1878, Irving informó a su amigo de que había llegado a un acuerdo con el Lyceum Theatre de Londres, que le concedía amplios poderes sobre la programación y la elección de actores, y le preguntó si estaría dispuesto a convertirse en su secretario y gerente. Stoker aceptó de inmediato. Se despidió del Dublin Evening Mail y de su confortable trabajo como funcionario civil y se trasladó a Londres con su esposa, Florence Balcombe, con quien acababa de casarse. Al año siguiente nació su único hijo, que recibió el nombre de Irving Noel Thornley Stoker.

Durante los veintisiete años siguientes, Stoker fue gerente del Lyceum, que se había convertido en el teatro más importante de Inglaterra, y se encargó de los asuntos de Irving, el más celebrado de los actores británicos de su época.

La posición de Stoker en el epicentro de la vida teatral londinense le llevó a relacionarse tanto con algunos de los hombres más influyentes de Gran Bretaña, a quienes daba la bienvenida en el vestíbulo del teatro, como con periodistas y escritores de éxito. Entre estos últimos se encontraba el poeta y dramaturgo irlandés Oscar Wilde (1854-1900), autor de una única novela, El retrato de Dorian Gray, en la que el protagonista actúa como una suerte de vampiro, absorbiendo la vitalidad de los demás para conservar su aspecto juvenil.

Stoker conoció también a Arthur Conan Doyle (1859-1930), creador del famoso detective Sherlock Holmes, y a H. G. Wells (1866-1946), autor de novelas de ficción científica como La máquina del tiempo y La guerra de los mundos. Animado por su ejemplo, Bram Stoker, que ya había empezado a escribir ficción en Irlanda, publicó una docena de libros, como El paso de la serpiente (1890), Drácula (1897), El misterio del mar (1902), La dama del sudario (1909) y La madriguera del gusano blanco (1911).

Si hemos de creer al propio Stoker, durante los veintisiete años que sirvió a Henry Irving como secretario contestó unas cincuenta cartas al día en nombre del actor. Cuesta imaginar dónde encontraba el tiempo. La popularidad de la compañía y de su actor principal les obligaba a ir de gira con cierta frecuencia. En esas ocasiones, la comitiva estaba formada por más de cincuenta personas, entre actores y personal de los distintos departamentos escénicos. Stoker se encargaba de organizar la imponente caravana y de planear el itinerario de la compañía, que algunos años debía actuar en treinta poblaciones o más en cinco meses. Era la clase de trabajo que le gustaba, y lo hacía con eficacia.

Aunque Irving y él viajaron con la compañía por todo el país y por distintos lugares del mundo, nunca actuaron en Europa oriental, ni pisaron las agrestes tierras de Transilvania, donde comienza la novela más famosa de Stoker.

En 1884, durante una gira por Estados Unidos, Stoker conoció a otro de sus ídolos, Walt Whitman (1819-1892), el autor de Hojas de hierba, con frecuencia llamado «el primer poeta de la democracia norteamericana». Stoker lo admiraba intensamente por la originalidad de su poesía, que parecía anunciar una nueva era, y por la sensualidad que desprendían sus páginas. Antes de verse por primera vez, ambos hombres habían estado manteniendo una correspondencia durante años, y después siguieron haciéndolo hasta la muerte de Whitman.

En compañía de Irving, Stoker visitó la Casa Blanca y conoció a dos presidentes, William McKinley (1843-1901) y Theodore Roosevelt (1858-1919). No hay evidencia de que Stoker se encontrara con Sigmund Freud (1856-1930), el creador del psicoanálisis, pero es altamente probable que hablara con uno de sus maestros, el neurólogo Charcot (1825-1893), uno de los médicos franceses más célebres, a quien menciona en el capítulo XIV de Drácula. Se sabe que Charcot, estudioso del hipnotismo, visitó el Lyceum en la década de 1880, para ver actuar a Henry Irving, gran hipnotizador de masas.

Pero, de todos los personajes con los que Stoker se relacionó a lo largo de su vida, el propio Irving fue, con mucho, quien ejerció sobre él una influencia más duradera. Para él era el ideal del hombre completo, infalible, una especie de dios. Sin embargo, algunos biógrafos muestran a Irving desde un punto de vista menos favorable, como un hombre arrogante y despótico, obsesionado con su propia fama. Tras la muerte del actor, Stoker publicó unas memorias, Recuerdos personales de Henry Irving (1906), donde expresó, una vez más, la apasionada veneración que sentía por él.

Un vampiro llamado Drácula

La creencia en los vampiros, seres misteriosos que se alimentan de la esencia vital de otros seres vivos para mantenerse activos, se ha dado en todas las épocas y países, y está relacionada con la creencia en la supervivencia del alma tras la muerte, y con el temor ancestral de que los cadáveres puedan abandonar sus tumbas para saciar su necesidad de sangre fresca.

Pese a la universalidad del tema, los vampiros no empezaron a ser considerados de interés literario hasta los siglos XVIII y XIX, cuando surgió la llamada literatura gótica. Se trata de un movimiento caracterizado por la profusión de elementos macabros, misteriosos y sobrenaturales, cuya obra fundacional es El castillo de Otranto (1765), del inglés Horace Walpole (1717-1797).

Con el tiempo, la literatura gótica ganó en complejidad y en densidad psicológica. Con su relato El vampiro (1819), John William Polidori (1795-1821) creó el género del vampiro romántico, personaje maldito y también seductor, vagamente inspirado en el carácter turbulento y apasionado del poeta lord Byron (1788-1824).

Otra obra esencial de la literatura vampírica es la sugerente Carmilla (1872), historia de una vampira que siente predilección por las mujeres, del irlandés Sheridan Le Fanu (1814-1873). Esa novela causó una profunda impresión en Bram Stoker, que de joven había conocido y trabajado con Le Fanu en el diario Dublin Evening Mail, del que el autor de Carmilla era copropietario. Para crear la figura de Carmilla, Le Fanu se había inspirado en la condesa húngara Elizabeth Báthory (1560-1614), más conocida por el sobrenombre de la Condesa Sangrienta, de quien la leyenda cuenta que se bañaba en la sangre recién derramada de jóvenes vírgenes.

De modo semejante, Bram Stoker se inspiró parcialmente en el sanguinario Vlad III (1431-1476), también llamado Vlad Tepes, Vlad el Empalador, Vlad Draculea o Drácula, príncipe o voivoda de Valaquia, famoso por su extrema crueldad, y situó la acción en Transilvania, región agreste de la actual Rumanía, donde la creencia en los vampiros ha formado parte, durante mucho tiempo, de las supersticiones locales. No en vano, la palabra vampiro se deriva del húngaro o magiar wampyr o vampyr.

Se dice que Stoker encontró una breve referencia al voivoda Drácula en un libro sobre Valaquia y Moldavia, donde se informaba de que Drácula, en la lengua nativa de Valaquia, significa «diablo» y también «dragón». La sonoridad del nombre agradó al novelista, que antes había llamado conde Wampyr a su personaje, y había dado a su novela el título provisional de Los muertos vivientes.

Mientras tomaba notas para escribir Drácula, Stoker se reunió varias veces con Ármin Vámbéry (1832-1913), escritor y viajero húngaro que le informó sobre el folclore y las leyendas vampíricas de la montañosa región de los Cárpatos. Armin Vámbéry aparece citado en la novela como Arminius, profesor de la universidad de Budapest.

Algunos eruditos afirman que, más allá de los relatos sobre vampiros y de las leyendas folclóricas rumanas, las principales influencias de Stoker a la hora de escribir Drácula fueron las tradiciones de su propio país, Irlanda, y en particular la historia de su familia, pasada por el tamiz de la imaginación. Al parecer, Stoker era descendiente directo de Manus O’Donnell o Manus el Magnífico, guerrero feroz y líder del clan O’Donnell del Ulster, que acaudilló una rebelión contra el rey Enrique VIII antes de ser derrotado en 1539.

Stoker se inspiró también en algunos elementos paisajísticos: las ruinas de Slains Castle, en Aberdeen, Escocia, que visitó en 1895, y que le ayudaron a describir el castillo del conde en Transilvania; la cripta de la iglesia de St. Michan, en Dublín, donde los antiguos cadáveres se muestran al público en ataúdes abiertos, y la pintoresca población costera de Whitby, en el nordeste de Inglaterra, donde Stoker pasaba las vacaciones de verano y donde transcurre parte de la acción de la novela.

Ya en 1897, en el momento de la publicación de Drácula, algunos críticos insinuaron que Stoker se había basado en Irving para componer el personaje del célebre vampiro. Además de haber transferido a Drácula los gestos ampulosos y el poder hipnótico del actor, Stoker había reflejado el temor y la animosidad que Irving debía inspirarle a veces, y que en la vida diaria no podía expresar con sinceridad.

Otros autores han observado cierto parecido físico entre el conde Drácula y el poeta Walt Whitman. Ambos eran fuertes y corpulentos, y lucían una cabellera blanca y larga y un poblado bigote. A la influencia de Whitman se achacan también la atmósfera sensual de la novela y su insistencia en temas como la voluptuosidad de la muerte.

Irving Stoker, el hijo del escritor, contaba que la idea de escribir sobre Drácula se le había ocurrido a su padre tras una cena copiosa, a base de cangrejo con mayonesa. Esa noche le costó dormir, y cuando finalmente lo consiguió se vio inmerso en una pesadilla poblada de criaturas vampíricas, entre las que destacaba el personaje del conde, recién salido de su tumba.

A diferencia de lo que le sucedió con sus otros libros, que parecen haber sido escritos en un arrebato de inspiración, Stoker se tomó siete años para construir los personajes, ordenar y reordenar los capítulos y dar a la novela su peculiar estructura. Cabe recordar que, desde el punto de vista técnico, Drácula es una recopilación de textos de variada extracción: fragmentos de diarios personales, transcripciones de fonógrafos, diarios de navegación, noticias de prensa, cartas y telegramas, que han elaborado los distintos personajes y que han sido ordenados, tanto en el curso de la acción como posteriormente, por Mina Murray, uno de los caracteres principales del libro, prometida de Jonathan Harker y más tarde su esposa. Se trata de una técnica que permite presentar la acción desde distintos puntos de vista y, en manos de Stoker, sirve también para crear una atmósfera realista, llena de detalles cotidianos, que contrasta con el carácter sobrenatural de la historia vampírica.

El libro apareció en la primavera de 1897 y recibió críticas de distinto signo. El Daily Mail lo proclamó como un clásico del terror gótico, y escribió: «Sin duda, el recuerdo de esta historia fantasmal y extraña nos perseguirá durante mucho tiempo». El autor de la reseña situó a Stoker por encima de Mary Shelley (1797-1851), la autora de Frankenstein, y de Edgar Allan Poe (1809-1849): «En su fascinación sombría, Drácula es más atroz que Frankenstein y que La caída de la casa Usher».

La revista Athenaeum, en cambio, mostró sus reservas: «Drácula es un libro sensacional, pero su estructura desconcierta, y en nuestra opinión eso le impide alcanzar un nivel literario más alto». Por su parte, The Spectator opinaba que, aunque Stoker exhibía unos extraordinarios conocimientos de vampirología, la historia habría sido más creíble si el autor la hubiera ambientado en una época anterior: «La actualidad del libro, evidenciada en fonógrafos, máquinas de escribir y otros artilugios de invención reciente, contrasta con los métodos medievales que, en última instancia, hacen posible la victoria de los enemigos de Drácula». Se refiere, naturalmente, al cuchillo nepalés y al machete utilizados en el último capítulo para acabar con el conde en su ataúd.

Otros comentaristas describieron el libro como «la sensación de la temporada» y «una novela capaz de helar la sangre». Arthur Conan Doyle envió a Stoker una carta en estos términos: «Le escribo para contarle lo mucho que he disfrutado leyendo su Drácula. Creo que es la mejor historia sobre el demonio que he leído desde hace muchos años».

Al principio, la novela se vendió mal. La primera edición inglesa fue de solo tres mil ejemplares, y tuvieron que pasar dos años para que se publicara en Estados Unidos. En Inglaterra, la versión en rústica no apareció hasta 1901. El libro proporcionó poco dinero a su autor, sobre todo cuando se piensa en el esfuerzo que había representado para él. En 1912, año de su muerte, las dificultades económicas de Stoker eran tan grandes que tuvo que solicitar una ayuda económica al Royal Literary Fund, una fundación creada para ayudar a los escritores en dificultades.

Al año siguiente, su viuda se vio obligada a vender las notas y el resto del material utilizado por Stoker para escribir Drácula. En 1914 se publicó El invitado de Drácula, colección póstuma de relatos, entre los cuales se encontraba el que da el título al libro. El invitado de Drácula es, según los críticos, el primer capítulo o acaso el segundo del manuscrito original de Drácula, que el propio autor o sus primeros editores decidieron eliminar por considerarlo innecesario.

La suerte del libro cambió cuando, en 1922, el cineasta alemán Friedrich Wilhelm Murnau (1888-1931) estrenó su película Nosferatu, basada libremente en el Drácula de Stoker. Como los derechos de autor no habían sido abonados, su viuda pleiteó y ganó. Murnau fue condenado a destruir todas las copias, pero algunas sobrevivieron.

La batalla legal había llamado la atención del público, lo que aumentó las ventas. Desde entonces, el libro se reedita sin cesar, y continúan tanto los sucedáneos literarios como las adaptaciones y secuelas cinematográficas y televisivas.

Se creía que el manuscrito original, de 541 páginas, se había perdido, pero a principios de la década de los ochenta del siglo pasado fue encontrado en un granero de Pennsylvania. Estaba mecanografiado y lleno de correcciones, y aún llevaba, escrito a mano, el título provisional de Los muertos vivientes.

El manuscrito contenía un final distinto, eliminado por el autor antes de la publicación. En él, el castillo de Drácula se desmoronaba al morir su dueño, y con su derrumbe desaparecía toda huella de la existencia de los vampiros.

Esta edición

La obra que aquí presentamos es una traducción y adaptación del texto original, publicado en 1897. No se trata, pues, de una versión íntegra del libro, pero recoge la totalidad de sus capítulos y conserva fielmente el estilo y la intención con los que Bram Stoker escribió Drácula, la novela que dio forma moderna a la leyenda universal de los vampiros.

Capítulo I

Diario de Jonathan Harker(Notas taquigráficas1)

3 de mayo. Bistrita2.—Salimos de Budapest con cierta puntualidad, y llegamos a Klausenburg, la capital de Transilvania3, después del anochecer. Me alojé en el hotel Royal. Cené un pollo aderezado con pimentón. Era muy bueno, pero me dio mucha sed. El camarero me dijo que, como era un plato nacional, podría tomarlo donde quisiera. Me resultaron muy útiles mis escasos conocimientos de alemán. En realidad, no sé qué sería de mí sin ellos.

En Londres, antes de partir, tuve tiempo libre para consultar, en la biblioteca del Museo Británico, libros y mapas relacionados con Transilvania. Creía que, a la hora de tratar con un aristócrata del lugar, me serían útiles ciertos conocimientos previos sobre el país. He descubierto que la comarca que nuestro cliente menciona se encuentra en el extremo oriental del país, en la frontera de tres Estados: Transilvania, Moldavia y Bucovina, en medio de los montes Cárpatos, una de las zonas más agrestes4 y menos conocidas de Europa. No di con libro ni mapa alguno que señalase la localización exacta del castillo de Drácula, pero averigüé que Bistrita, la ciudad de posta mencionada por el conde Drácula, es un lugar bastante conocido.

Desayuné a toda prisa, porque el tren partía algo antes de las ocho, pero luego tuve que esperar más de una hora en la estación, antes de iniciar el viaje. Tengo la impresión de que, cuanto más nos adentramos en oriente, más impuntuales son los trenes.

Durante todo el día recorrimos a paso de tortuga una región repleta de bellezas. Al anochecer llegamos a Bistrita, ciudad antigua y pintoresca. El conde Drácula me había indicado que fuese al hotel Corona de Oro que, para mi gran alegría, tenía un aire de otra época. Como es lógico, me interesa conocer las costumbres del país. Era evidente que me esperaban porque, al aproximarme a la puerta, me abordó una anciana de semblante jovial.

—¿El caballero inglés? —me preguntó.

—Sí —respondí—. Soy Jonathan Harker.

Sonrió y me entregó una carta, que decía:

«Amigo mío:

Bienvenido a los Cárpatos. Le espero con impaciencia. Duerma bien esta noche. La diligencia partirá mañana a las tres hacia Bucovina. En ella hay un asiento reservado para usted. En el desfiladero del Borgo le esperará un carruaje que lo traerá hasta aquí. Confío en que haya tenido un feliz viaje desde Londres, y que disfrute de su estancia en mi hermosa tierra.

Su amigo,

Drácula»

4 de mayo.—Al preguntarle si conocía al conde Drácula y si podía decirme algo sobre su castillo, tanto el posadero como su mujer se santiguaron y, tras asegurarme que no sabían nada, se negaron a seguir hablando. Como se acercaba la hora de la partida, no pude preguntar a nadie más. Todo es muy misterioso.

Justo antes de marcharme, la anciana, que parecía cada vez más agitada, me advirtió de que estábamos en la víspera de san Jorge, y esa misma noche, a las doce, los espíritus malignos alcanzarían todo su poder. Como le dije que no creía en esas cosas, se arrodilló y me pidió que no me marchase. Le informé de que mis deberes eran urgentes y no podía quedarme.

Finalmente, con lágrimas en los ojos, me ofreció un crucifijo que llevaba en torno al cuello. Al principio no supe qué hacer, ya que, como anglicano5, me han enseñado a considerar esas cosas como supersticiones. Sin embargo, me parecía poco elegante rechazar la oferta de una anciana con tan buenas intenciones.