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Con este anillo... ¡Yo te reclamo! La hermosa doctora Ellie Dixon había rechazado una vez a Gio Benedetti y el impetuoso italiano no había olvidado la afrenta. Tiempo después, cuando Ellie llegó a Italia con un anillo antiguo, alegando que era la hija del padrino de Gio, esto reavivó su rabia... y un anhelo devastador. Gio no iba a parar hasta que acariciara las cautivadoras curvas de Ellie, ¡estaba impaciente por tenerla totalmente entregada a él! Sin embargo, sabía que el embarazo de Ellie, consecuencia de la negligencia de los dos, le destrozaría el corazón a su padrino. Solo quedaba una solución, tendría que seducirla para que se casara con él.
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Seitenzahl: 223
Veröffentlichungsjahr: 2018
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2017 Lynne Graham
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Dueños del deseo, n.º 141 - junio 2018
Título original: The Italian’s One-Night Baby
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9188-152-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
GIO Benedetti apretó los dientes con todas sus fuerzas y contuvo una palabrota mientras su padrino comentaba alegremente los planes que tenía para recibir a su inesperada invitada. Beppe Sorrentino era un hombre ingenuo, confiado y generoso que no sospechaba que su invitada, que se había invitado sola, podía tener alguna intención oculta. Afortunadamente, tenía un ahijado que estaba dispuesto a protegerlo de cualquiera que intentara aprovecharse de él.
Gio, el multimillonario que había salido victorioso en mil batallas del mundo empresarial y a quien no le impresionaban las mujeres, sabía que tenía que ser discreto, porque Ellie Dixon tenía amigos poderosos y, sobre todo, era hermana de Polly, la reina de Dharia, un país que nadaba en la abundancia del petróleo. Peor aún, Ellie era impresionante, al menos, en teoría. Él lo sabía mejor que nadie, porque la había conocido en la boda de su amigo Rashad con Polly, la hermana de Ellie. Era una doctora hermosa, inteligente y muy trabajadora. Sin embargo, la santidad de Ellie caía en picado si se repasaba con atención su pasado. Él sabía que, en el mejor de los casos, era una ladrona y una cazafortunas y que, en el peor, podría ser una de esas médicas que se hacían… amigas de los ancianos para que cambiaran sus testamentos a favor de ellas.
A Ellie le habían abierto un expediente disciplinario en el trabajo después de que una paciente anciana hubiese fallecido donándole todos sus bienes materiales. El sobrino de la anciana, como cabía esperar, había presentado una querella. Sin embargo, ya había habido indicios de que Ellie podía tener una avidez desmedida por el dinero. El informe del investigador tenía un apartado sobre el broche de diamantes de su abuela. Ese broche, muy valioso, debería haber sido para el tío de Ellie, pero ella se lo había quedado por algún motivo y había causado un conflicto familiar muy grande.
Efectivamente, Ellie Dixon no era clara, como tampoco lo era esa sorprendente carta que le había escrito a su padrino Beppe en la que le pedía visitarlo porque, al parecer, había conocido a la difunta madre de ella.
Naturalmente, también era posible que él, Gio, fuese el verdadero objetivo de la doctora Ellie, se dijo a sí mismo con cierta satisfacción retorcida por la idea. Era posible que ella no se hubiese dado cuenta en la boda de lo rico que era y que, al enterarse de dónde vivía, hubiese aprovechado esa relación para visitar a Beppe, su padrino. Al fin y al cabo, las mujeres habían llegado a extremos inconcebibles para intentar echarle el lazo, pero él era escurridizo como una anguila cuando se trataba de eludir el compromiso.
Prefería no pensar lo que había pasado con Ellie durante la boda de Rashad porque no le gustaba reconstruir situaciones desagradables. Con las mujeres se acostaba y se olvidaba de ellas. Nunca iba ni en serio ni a largo plazo. ¿Por qué iba a hacerlo? Tenía treinta años, era inmensamente rico y guapo y, si hubiese querido, podría haberse acostado con una mujer distinta cada noche del año sin el más mínimo esfuerzo. Por eso, si era el objetivo de la doctora Ellie, iba a llevarse una desilusión enorme. Además, se acordaba de que era una arpía con un toque violento.
–Estás muy callado, Gio –comentó Beppe–. No apruebas la visita de la hija de Annabel, ¿verdad?
–¿Por qué piensas eso? –preguntó Gio para no contestar y sorprendido de que el anciano hubiese captado su recelo.
Beppe se limitó a sonreír. Era un hombre bajo, canoso y bastante… redondeado. Estaba sentado en su butaca favorita y parecía un gnomo juguetón. Los ojos negros y perspicaces de Gio se suavizaban en cuanto veían a Beppe Sorrentino porque, para él, era tan querido como podría haberlo sido un padre.
–Vi que hacías una mueca de disgusto cuando dije que me decepcionaba que no fuese a quedarse en mi casa como invitada. Es una joven muy franca y me dijo que no se sentiría cómoda porque no me conoce y que prefería alojarse en el hotel.
–Tampoco sería cómodo para ti tenerla aquí. No estás acostumbrado a recibir invitados –le recordó Gio.
Beppe llevaba casi veinte años viudo y no tenía hijos, y llevaba una vida muy apacible en el palazzo familiar a las afueras de Florencia.
–Lo sé, pero me aburro –reconoció Beppe con cierta brusquedad–. Me aburro y me siento solo. No me mires así, Gio. Me visitas mucho, pero la visita de Ellie será estimulante, será una cara nueva, una compañía distinta.
–Dio mío… –susurró Gio pensativamente–. ¿Por qué te resistes tanto a hablarme de la madre de Ellie y, en cambio, te emociona tanto que venga su hija?
Toda expresión se borró del rostro de Beppe y sus ojos oscuros dejaron de mirar a su ahijado.
–Es algo que no puedo hablar contigo, Gio, pero, por favor, no lo interpretes mal.
Gio volvió a apretar los dientes. Incluso, había llegado a pensar que Ellie podría querer intentar chantajear a su padrino con algún secreto turbio, pero ni el optimista Beppe estaría tan contento de recibir a una chantajista. Más aún, ni siquiera podía imaginarse que Beppe tuviera algún secreto turbio, porque era el hombre más abierto y transparente que había conocido, aunque había sufrido desdichas y pérdidas en su vida privada. Amalia, su encantadora esposa, había dado a luz a un hijo muerto y luego había tenido un derrame cerebral. A partir de entonces, y hasta su fallecimiento, la esposa de Beppe había tenido una salud muy precaria y había quedado confinada en una silla de ruedas. Beppe, no obstante, se había mantenido incondicionalmente entregado a su querida Amalia y, aunque ya tenía casi sesenta años, jamás había tenido el más mínimo deseo de conocer a otra mujer.
Gio, en cambio, nunca había confiado en otro ser humano. Era receloso y complejo por naturaleza. Lo habían abandonado en un basurero al nacer, era hijo de una madre adicta a la heroína y de un padre desconocido y había pasado la infancia en un orfanato, hasta que Amalia Sorrentino se interesó por él. Gracias a Amalia, conoció a su marido, su benefactor. Sabía muy bien que le debía todo al hombre que estaba sentado junto a la chimenea, al primero que se dio cuenta de lo inteligente que era, y haría cualquier cosa por proteger a Beppe de cualquier posible amenaza, y estaba completamente convencido de que Ellie Dixon era una amenaza.
¿Una tentadora diabólica? ¿Una bruja cazafortunas? ¿Una ladrona? ¿Una farsante genial con los ancianos? Durante la boda de Rashad, había obsequiado a la risueña y divertida Ellie, y la había enfurecido. No se había olvidado de lo que había sido aquello, todavía se acordaba de los insultos. Había sido un huérfano anónimo durante muchos años y lo habían maltratado y despreciado como alguien insignificante. Ellie Dixon lo había rebajado tan contundentemente como la monja más aterradora del orfanato, la hermana Teresa, quien había hecho todo lo posible para refrenar su carácter tempestuoso y vengativo.
No, él no perdonaba ni olvidaba. Todavía soñaba de vez en cuando con Ellie dando vueltas en la pista de baile con su vaporoso vestido verde y su maravillosa melena pelirroja, podía recordar lo que sintió y le escocía como sal en una herida abierta. Aquella noche sintió que se moriría si no la… poseía. Fue el deseo multiplicado por el vino y el entusiasmo de una boda, se dijo con los dientes apretados para restarle importancia. En ese momento, solo tenía que sentarse y esperar a que la luz implacable del día iluminara el variopinto carácter de Ellie…
¿Sería la seductora, la doctora escrupulosa, la erudita inteligente o la turista simpática? Además, ¿cuánto tardaría él en averiguar a lo que estaba jugando?
Fuera a lo que fuese, seguían jugando a algo…
Ellie miró el montón de ropa sin salir de su asombro.
–Sí, ya ha llegado tu regalo –le confirmó a su hermana Polly sujetando el teléfono con el hombro–. ¿Puede saberse en qué estabas pensando?
–Sé que no vas de compras y lo he hecho yo por ti –le contestó Polly en un tono jovial–. Necesitas un guardarropa para ir a Italia y estoy segura de que no has tenido tiempo para comprarte nada. ¿Me equivoco?
Polly tenía razón, pero Ellie tomó un vestido de tirantes blanco con la etiqueta de una marca muy exclusiva y se quedó anonadada por la generosidad de su hermana. Mejor dicho, por la generosidad infinita y abrumadora de su hermana.
–Bueno, soy más de vaqueros y camiseta –le recordó ella a su hermana–. Creo que la última vez que me puse un vestido de tirantes fue cuando fui a visitarte. Sabes que te lo agradezco muchísimo, Polly, pero me gustaría que no te gastaras tanto dinero en mí. Ya soy médica y no vivo en la miseria…
–Soy tu hermana mayor y me encanta comprarte cosas –le interrumpió Polly irrebatiblemente–. Vamos, Ellie, no te pongas estricta por esto. Nunca nos hicieron muchos regalos ni nos mimaron cuando éramos pequeñas y quiero compartir mi buena suerte contigo. Solo es dinero. No dejes que cambien las cosas entre nosotras.
Sin embargo, Ellie contuvo un suspiro y pensó que estaban cambiando las cosas entre ellas. Ella era la hermana pequeña de las dos, pero también había sido la líder y echaba de menos esa complicidad, como echaba de menos a su hermana, quien vivía en Dharia, a medio mundo de distancia. Polly ya no le pedía consejo, ya no la necesitaba como antes. Polly ya tenía a Rashad y a un hijito maravilloso. Además, si no se equivocaba mucho, pronto habría otro príncipe u otra princesa a la vista. Su hermana también tenía unos abuelos adorables en Dharia y la habían acogido con los brazos abiertos entre la familia de su padre.
Por eso estaba viajando ella a Italia con el anillo con una esmeralda que le había regalado su difunta madre Annabel, a quien no había conocido. Annabel había muerto en un hospicio, después de una larga enfermedad, mientras sus hijas se criaban con su abuela. La madre de Ellie había dejado tres anillos en tres sobres para sus tres hijas.
Los tres sobres habían sido la primera sorpresa porque, hasta ese momento, Polly y ella no habían sabido que tenían otra hermana más pequeña y criada al margen de ellas y, probablemente, en los servicios sociales. Una hermana, Gemma, que no conocían en absoluto. Su madre había escrito el nombre de sus padres en cada sobre.
Polly había volado hasta Dharia para investigar su pasado y con la esperanza de encontrar a su padre, pero había descubierto que había muerto incluso antes de que naciera ella. Sin embargo, esa pérdida se había visto compensada por unos abuelos cariñosos y acogedores. Además, en medio de esa reunión familiar, Polly se había casado con Rashad, el rey de Dharia, y se había convertido en reina. En cuanto se casaron, Rashad y ella contrataron a un detective para que buscara a Gemma, pero la búsqueda se había entorpecido por las reglas burocráticas de confidencialidad.
Ella había recibido un anillo con una esmeralda y un papel con los nombres de dos hombres: Beppe y Vincenzo Sorrentino. Dio por supuesto que uno era su padre y también supo que uno de ellos estaba muerto. No sabía nada más, y tampoco estaba segura de que quisiera saber qué tipo de relación había tenido su madre con dos hombres que eran hermanos. Si eso la convertía en una mojigata, mala suerte, pero no podía evitar ser como era. Además, no se hacía ilusiones sobre lo que podía encontrar en Italia acerca de su padre. Era posible que ninguno de esos hombres fuese su padre, en cuyo caso tendría que aceptar vivir en la ignorancia. Sin embargo, agradecería encontrar cualquier tipo de parentesco porque había echado de menos tener una familia cerca desde que se casó Polly.
Entonces, se preguntó por qué seguía teniendo esa imagen idealizada de la familia cuando su abuela, que les habría criado a Polly y a ella, no había sido una mujer tierna y cariñosa; y su tío Jim, el hermano de su madre, había sido espantoso incluso cuando eran pequeñas. En realidad, se enfurecía al recordar cómo la había tratado después de la muerte de su madre, pero no creía que fuese a contarle esa historia tan triste a Polly porque ella prefería ver solo el lado bueno de las personas.
Polly había asegurado con despreocupación que su matrimonio no cambiaría nada entre las hermanas, pero la verdad era que lo había cambiado todo. Ni siquiera llamaba demasiado a su hermana porque sabía muy bien que tenía compromisos más apremiantes como esposa, madre y reina. También le encantaba visitar Dharia, pero los vuelos eran muy largos y muchas veces tenía que dedicar los permisos a recuperar el sueño porque los médicos principiantes trabajaban muchas horas. Su última rotación la hizo en un hospital para enfermos terminales, y acabó molida física y sentimentalmente.
Estaba tan cansada mientras guardaba en dos maletas todo lo que le había mandado Polly que ni siquiera miró la ropa, pero le agradeció a su hermana que le hubiese ahorrado el agotamiento de tener que ir de compras. Además, estaría mucho más elegante y femenina con lo que le había elegido Polly, porque a ella nunca le había interesado la moda.
Por otro lado, mucho más importante, estaba emocionadísima ante la posibilidad, por mínima que fuese, de encontrar a su padre en Italia. Se había hecho la escéptica con Polly y su hermana no sabía hasta qué punto anhelaba encontrar a su padre en su periplo por Italia.
Dos días después, bajó la escalera que llevaba al patio de tres paredes del hotel rural y miró el paisaje toscano cubierto de viñedos. Inhaló el aire puro y sonrió de placer porque estaba relajada por primera vez desde hacía muchas semanas. Al día siguiente tenía una cita con Beppe Sorrentino en su casa, pero ese día no tenía nada que hacer, aparte de conocer los alrededores, y eso era un lujo absoluto. Se sentó sola a la mesa y se alisó la vaporosa falda de algodón verde mientras pensaba que esos bajos irregulares que le encantaban a Polly no eran nada prácticos. Podía oír a su hermana decirle que la moda no tenía por qué ser práctica y sonrió con cariño mientras le llevaban una taza de café y una cesta con bollos.
Normalmente, reponía fuerzas para trabajar con cafés de máquina y ese capuchino recién hecho le supo a gloria, como el cruasán que se le deshizo en la boca. Estaba quitándose unos trocitos de hojaldre de los labios cuando una figura alta y oscura se interpuso en su maravillosa vista. Parpadeó detrás de las gafas de sol y supuso que habría sido excesivo esperar que ese patio y esa vista hubiesen sido solo para ella. Era un hotel muy pequeño, pero un hotel al fin al cabo y, naturalmente, habría otros huéspedes.
Una retahíla de palabras en italiano saludó al recién llegado, a quien ella no podía distinguir todavía porque estaba a contraluz. Parecía como si el camarero estuviese haciendo todo lo que estuviera en su mano para recibir a ese hombre, lo cual significaba que, probablemente, o era un habitual o un lugareño. Él respondió en un italiano igual de rápido y fluido y esa voz, como chocolate aterciopelado, le resultó escalofriantemente conocida. Palideció y descartó, con sentido común, que pudiera conocerla. No podía ser el mismo hombre, sencillamente, ¡no podía serlo! Él vivía en Florencia y ella estaba a kilómetros de la ciudad, en un hotel cercano a la casa de Beppe Sorrentino. Era imposible que fuese el hombre que le había amargado la celebración de la boda de su hermana y había conseguido que se odiara a sí misma. Ni siquiera el destino podía ser tan despiadado como para condenarla a otro encuentro con Gio Benedetti, su peor pesadilla con forma de hombre.
–Buongiorno, Ellie –murmuró Gio Benedetti mientras se sentaba en la otra silla que había en su mesa.
El pasmo, la rabia y la angustia se adueñaron de ella.
–¿Puede saberse qué estás haciendo aquí?
Gio inclinó hacia atrás su atractiva cabeza y entrecerró los deslumbrantes ojos oscuros con reflejos dorados. El pelo era negro como el ala de un cuervo y lo llevaba muy corto, pero unos mechones indicaban que tendía a rizarse, lo que le daba un aspecto sexy y despeinado. Tenía unos ojos preciosos, una nariz muy recta y unas facciones que recordaban a las de un cuadro de un ángel sombrío. Él le sonrió en silencio.
Ella quiso abofetearlo otra vez y decirle lo que pensaba de él, aunque ya se lo había dicho hacía dos años. Era impresionante y él lo sabía, algo que a ella le parecía intolerable en un hombre decente. La verdad era que nunca había conocido a un hombre tan impresionantemente guapo como Gio, y cuando lo conoció, se derrumbó como una caseta de ladrillos con cimientos de arena. Lo recordó con un estremecimiento de repulsión.
Todavía se preguntaba, de vez en cuando, por qué. Ella no era así de temeraria, no era así con los hombres, no era su estilo y ni siquiera estaba preparada para comportarse así. Desgraciadamente, tampoco había contado con encontrarse con Gio Benedetti, con su magnetismo, su inteligencia y su encanto. Al menos, así se había excusado a sí misma por haber estado a punto de haber sucumbido a una aventura de una noche sin perspectiva de futuro, pero todavía le avergonzaba lo mal que había calculado, no podía olvidarse de aquel momento atroz cuando se abrió la puerta del dormitorio del hotel y vio lo que ya estaba esperándole a él en la cama.
Gio no quería sonreír, no quería fingir. Quería mirarla con ascuas en los ojos y tampoco había querido sentarse. Su intención había sido quedarse de pie e intimidarla con su estatura, pero la había visto y se había olvidado de todo. Ver la punta de esa lengua mientras se llevaba las migas de hojaldre de los carnosos labios había sido más de lo que había podido soportar su libido, y la libido le bullía cuando estaba cerca de Ellie Dixon. Había tenido que sentarse para esconder la erección. ¿Acaso era un quinceañero en celo otra vez? Se sonrojó. Aparte de que desconfiara de Ellie, y de que le tuviera manía, era hermosa de verdad, tenía la piel como de porcelana, unos ojos verdes como esmeraldas y unos rizos de un color castaño dorado. Aunque era más baja que la media, tenía unas curvas muy sexys y una cintura de avispa. Sus proporciones eran impresionantes.
Ellie Dixon le cautivó sexualmente desde que la vio y no se le había pasado el dolor de verse rechazado por primera vez en su vida adulta. Ellie había vuelto con él a su hotel la noche de la boda de su hermana, pero todo se había estropeado cuando estaba a punto de llegar a lo más íntimo. Lo había insultado y abofeteado antes de marcharse. Apretó los dientes al acordarse. Demasiada gente lo había tratado con desprecio cuando era más joven como para pasar por alto esa afrenta.
–¿Tú qué crees que hago aquí? –le preguntó Gio con delicadeza, devolviéndole la pregunta.
Ellie se encogió de hombros y se concentró en el café. Ni siquiera quería hablar con él, pero tampoco podía ser tan maleducada. Al fin y al cabo, era el mejor amigo de su cuñado y a ella le caía bien el marido de Polly.
–¿Te dijo Rashad que iba a estar aquí y te pidió que me vigilaras? –le preguntó ella con cierta brusquedad.
Era el tipo de cosas que Rashad haría para protegerla y porque creía que le hacía un favor cuando estaba en algún sitio desconocido.
–No. No creo que Rashad sepa que estás en Italia –reconoció Gio.
–Entonces, no tengo por qué ser educada –replicó ella con satisfacción mientras tomaba otro bollo.
–No, ninguno de los dos tiene que serlo.
La boca sensual de Gio esbozó una sonrisa resplandeciente y ella quiso corresponder con otra sonrisa. Tuvo que hacer un esfuerzo para dominar esa reacción, pero Gio había ganado en cierto sentido, porque si bien no le había devuelto la sonrisa, todo su cuerpo estaba reaccionando de la manera más irritante. Apretó los dientes al notar que se le habían endurecido los pezones y al sentir la cálida humedad entre los muslos. Podía tentar a sus malditas hormonas con solo una mirada y lo odiaba por tener ese poder sobre su traicionero cuerpo. ¿Acaso no tenía orgullo?
Además, después de lo que le había hecho, ¿tampoco tenía ni un ápice de dignidad en su carácter?
–Entonces, si no tenemos que ser educados… –Ellie dudó un instante–. Lárgate, Gio.
Un atisbo de perplejidad se abrió paso en el perspicaz cerebro de Gio. Había decidido, a falta de otra prueba, que Ellie se había inventado una vaga relación entre la difunta madre de ella y su padrino para llegar otra vez a él. Además, en ese momento, o estaba poniéndose ridículamente dura con la esperanza de que eso despertara el interés de él… o él no tenía absolutamente nada que ver con que ella estuviera en la Toscana.
–No creo en las casualidades.
Gio apretó los labios cuando llegó su café con el dueño del hotel, quien se quedó para saludarles a los dos.
–Yo tampoco creo en las casualidades –replicó Ellie con una sonrisa gélida cuando volvieron a quedarse solos–. Quiero decir, bastante fue que te conociera en la boda de Polly, pero esto… esto es excesivo.
–¿De verdad?
Gio temió quedarse congelado por esa sonrisa y le maravilló que Ellie pudiera tratarlo con ese desdén.
–De verdad. Ya sé que vives por aquí, pero no me creo que nos hayamos encontrado otra vez por casualidad.
–Y aciertas. Mi presencia aquí no es casual –confirmó Gio dando un sorbo de café para intentar parecer relajado.
Sin embargo, Ellie sabía que no estaba relajado. Había aprendido a interpretarlo en la boda de Polly. Tenía los ojos velados y los dientes apretados, y agarraba con demasiada fuerza la diminuta taza de café. Estaba tenso, muy tenso, y se preguntó el motivo, aunque también se preguntó por qué iba a importarle. Era el prostituto con el que había estado a punto de acostarse y se alegraba mucho de haberlo descubierto antes de irse a la cama con él. Había tenido mucho cuidado de no visitar Dharia cuando él también estaba allí y no tenía por qué perder el tiempo y la saliva con él.
–Entonces, ¿por qué has venido a verme y cómo sabes dónde me alojo?
–Quiero saber qué haces en la Toscana –le comunicó Gio sin andarse por las ramas y sin contestarle.
–Estoy de vacaciones –le explicó ella poniendo los ojos en blanco.
–Creo que eso no es verdad del todo, Ellie.
–Bueno, es la única verdad que vas a sacarme –Ellie se levantó con cierta rigidez por el fastidio–. No somos amigos…
Gio también se levantó con elegancia. Una de las primeras cosas que le llamó la atención en la boda de Polly fue la elegancia de sus movimientos: caminaba majestuosamente, como un depredador poderoso.
–¿Te gustaría que fuésemos amigos…? –le preguntó él.
Ellie se quedó más rígida al captar el ligero tono erótico de su pregunta.
–No. Elijo con mucho cuidado a los hombres que llamo mis amigos –contestó ella con frialdad.
Además, le daba igual que Gio diera por supuesto que esos amigos tenían… ventajas o no. Los ojos de Gio dejaron escapar un reflejo dorado, como el aviso de una tormenta.
–Me elegiste en Dharia –le recordó él con satisfacción.
Ellie notó un cosquilleo en la mano al acordarse de la bofetada que le dio aquella noche. Le indignaba que le recordara aquella noche cuando, en su opinión, si hubiese tenido principios, debería estar completamente avergonzado de cómo terminó aquel breve coqueteo. Sin embargo, Gio Benedetti era desvergonzado, arrogante, egoísta y promiscuo. A su sentido de la justicia también le indignaba que fuese ardiente como el fuego del infierno.
–Sin embargo, en este momento, no te tocaría ni con guantes.
Ella se dio media vuelta y volvió al hotel.
–Ellie, vamos a tener esta conversación te guste o no –Gio lo dijo en un tono burlón que cortó el silencio como un cuchillo–. No te librarás por alejarte.
–Y a ti no te llevará a ninguna parte que seas un cavernícola que se golpea el pecho –murmuró Ellie por encima del hombro–. Nunca he sido una de esas mujeres a las que se les acelera el corazón cuando un hombre se pone dominador.
–Entonces es que no me has conocido –replicó él en un tono descarnado.
–Y una vez conocido, inolvidable para siempre –Ellie lo dijo con una sorna agridulce–. Gio, yo aprendo con la experiencia, ¿tú no?
Ellie desapareció en la penumbra del hotel. Gio quiso romper algo, machacar algo y gritar, y le recordó que ese era otro rasgo de ella que no podía soportar. Le sacaba de sus casillas y hacía que se sintiera violento, cuando jamás había sido así con las mujeres, cuando solía ser el paradigma de la sofisticación y el refinamiento. Al mismo tiempo, ella conseguía que se imaginara todo tipo de escenas sexuales. Se la imaginaba en su cama, desfallecida y saciada. Se la imaginaba de rodillas o encima del capó de su deportivo favorito. Demasiada fantasía, demasiada imaginación, y eso también era algo que solo ella despertaba, y le fastidiaba porque no tenía carencias sexuales, ni mucho menos. Si acaso, se había aburrido un poco de conseguir fácilmente a unas mujeres que se colgaban de él y lo adulaban y manoseaban como si fuese un trofeo que tenían que exhibir.
Sin embargo, a Ellie Dixon solo la deseaba en el sentido más físico y elemental y no pensaba hacer nada respecto al efecto que tenía en él. Además, era posible que ella aprendiera con la experiencia, pero todavía tenía que aprender que no permitía que nadie se marchara antes de que hubiese terminado de hablar. Entró en el hotel sin pensárselo dos veces.
Ellie entró en su habitación, cerró la puerta y se apoyó en ella dominada por un pánico que nadie que la conociera se hubiese creído. Tenía el corazón desbocado y estaba sudando. Tomó aire y fue al cuarto de baño para lavarse las manos y recuperar la serenidad y entereza. No permitía que los hombres la alteraran, jamás lo había permitido.