Dulce rendición - Catherine George - E-Book
SONDERANGEBOT

Dulce rendición E-Book

CATHERINE GEORGE

0,0
2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Kate no tenía planeado volver a las andadas con Alasdair Drummond, pero, cuando volvió a aparecer en su vida, se dio cuenta de que ahí estaba su oportunidad de vengarse de él. Alasdair no tenía la menor idea de que el amor que Kate había sentido por él había terminado de una manera trágica. Esa vez Alasdair le dejó muy claro que la deseaba con todas sus fuerzas, y eso fue precisamente lo que hizo que Kate decidiera comenzar una engañosa relación... Pero justo cuando creía que había conseguido lo que quería, descubrió que las cartas habían cambiado...

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 143

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2002 Catherine George

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Dulce rendición, n.º 1364 - mayo 2015

Título original: Sweet Surrender

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2002

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-6250-0

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

Kate estaba despidiéndose de sus alumnos antes de empezar la «Semana Blanca» cuando el director la llamó.

–¿Puedes hacerme un enorme favor? –le preguntó Bill Vincent.

–Claro que sí. ¿Qué ocurre?

–¿Podrías quedarte un rato con Abby Cartwright? Su padre está al teléfono desde el hospital…

–¿La madre de Abby ha tenido el niño?

–Todavía no, pero está de parto.

–Pero si le faltaban semanas…

–De ahí el pánico. Afortunadamente, los abuelos llegan hoy. El tío de Abby ha ido al aeropuerto de Heathrow y vendrá a buscarla a la vuelta.

–Entonces supongo que tardará bastante –suspiró Kate.

–Yo me quedaría con ella, pero tengo una reunión…

–No te preocupes, la llevaré a mi casa.

El director sonrió, aliviado.

–Muchísimas gracias. ¿Te importa decírselo a Tim Cartwright? Yo me quedaré con tu clase.

Suspirando, Kate fue a la oficina para hablar con el preocupado señor Cartwright.

–Estoy en una cabina del hospital, señorita Dysart, así que seré breve. Julia está muy preocupada por Abby y quiere que me vaya a casa, pero no pienso dejarla sola…

–No, claro que no.

–El señor Vincent me ha dicho que usted cuidaría de mi hija, pero puede que mi cuñado llegue tarde. ¿Le importa?

–En absoluto, señor Cartwright. Usted quédese con su mujer, yo me llevo a Abby a casa. Es la casa Laurel, al final del pueblo… por favor, dígaselo a su cuñado.

Después de colgar, volvió a su clase para decirle a Bill Vincent que todo estaba solucionado.

Mientras los otros niños salían ruidosamente para empezar las vacaciones, Kate se sentó en el pupitre de Abby. La niña la miró, con los ojitos azules llenos de ansiedad.

–Tu padre no puede venir a buscarte. Acaba de llevar a tu madre al hospital y…

–¡Pero mi hermano no puede nacer todavía, señorita Dysart! ¡Es demasiado pronto! –exclamó la niña.

–No te preocupes. El niño tiene un poco de prisa, nada más. Tu tío vendrá a buscarte cuando vuelva del aeropuerto.

–¿Ha ido a buscar a mis abuelos?

–Eso creo.

–Pero entonces tendré que esperar en el colegio hasta que llegue.

–No, te llevaré a mi casa.

Después de guardar sus cosas en la mochila y comprobar que no quedaba ningún niño escondido bajo algún pupitre, Kate llevó a Abby de la mano hasta su coche. El colegio era tan pequeño que no tenía aparcamiento, de modo que lo dejaba en la calle.

Cuando estaba sacando las llaves, un hombre salió de un coche extranjero aparcado cerca de allí.

Kate lo miró, atónita, convencida de que estaba viendo visiones.

Pero Alasdair Drummond, más alto de lo que recordaba, era una figura demasiado sólida como para ser una aparición.

–Hola, Kate.

–Alasdair, menuda sorpresa. ¿Qué estás haciendo aquí?

–He venido a verte –contestó él–. Sé que debería haber llamado, pero vengo de un funeral y se me ha ocurrido pasar por el colegio por si te veía.

Kate se volvió hacia la niña.

–¿Por qué no entras en el coche mientras yo hablo con este señor, Abby? No tardaré nada.

Después de abrochar el cinturón de seguridad, se volvió hacia Alasdair Drummond, muy seria. Una vez habría dado cualquier cosa por verlo, pero eso fue mucho tiempo atrás.

–¿Una de tus alumnas?

–Sí, así que me temo que no puedo quedarme mucho rato. Ni siquiera puedo pedirte que vengas a casa a tomar café.

–Yo esperaba algo más que un café –suspiró él, mirándola a los ojos–. Ten piedad de un viejo amigo, Kate. Cena conmigo esta noche.

–Lo siento, Alasdair. Tengo muchas cosas que hacer. Mañana voy a casa de mis padres y…

–Lo sé. Me lo ha dicho tu hermano.

–¿Has visto a Adam?

–Está subastando unos muebles para mí.

¿Y Adam no se lo había contado?

Kate vio entonces la carita angustiada de Abby por la ventanilla.

–Lo siento, tengo que irme.

–Te llamaré más tarde –dijo él, estrechando su mano–. Adam me ha dado tu número de teléfono.

Kate murmuró una despedida y entró en el coche, intentando mantener la calma.

–Perdona, Abby.

–No pasa nada, señorita Dysart.

Pero lo había dicho con los ojos llenos de lágrimas.

–¿Qué te pasa, cielo?

–¿Duele mucho tener un niño, señorita Dysart?

–No puedo hablar por experiencia propia, pero mis sobrinos han llegado al mundo sin demasiados problemas. No te preocupes, Abby. Seguro que todo va a salir muy bien.

La casa de Kate estaba a las afueras del pueblo. En el condado de Herefordshire, Foychurch era un lugar muy agradable, con gente tan acogedora que enseguida se sintió como en su propia casa.

Cuando llegaron, abrió la puerta y le hizo una seña a su pequeña invitada para que entrase.

–Qué casa más bonita, señorita Dysart.

–Está bien para una sola persona –asintió ella, tomando el abrigo de la niña–. Voy a hacer un té, ¿te apetece?

El teléfono sonó cuando estaba en la cocina.

–¿Señorita Dysart? Soy Jack Spencer, el tío de Abby.

–Hola, señor Spencer.

–Estoy esperando en el aeropuerto y, por lo visto, el vuelo se ha retrasado.

–No se preocupe. Abby y yo estábamos a punto de tomar un té.

Kate colgó después de darle su dirección.

–¿Era mi tío?

–Sí. Tardará un ratito porque el avión en el que vienen tus abuelos se ha retrasado.

–Siento molestarla –se disculpó la educada cría.

–No me molestas en absoluto.

–El tío Jack es hermano de mi madre. Se dedica a la construcción.

Aquella palabra conjuró una imagen de pantalones vaqueros y torso musculoso que iba muy bien con la voz que había oído por teléfono.

–Tengo que llamar a mi madre por teléfono. Tú quédate vigilando la tetera, ¿de acuerdo?

–De acuerdo.

Kate subió a su dormitorio para explicarle a su madre por qué no llegaría a Stavely a la hora prevista.

–Si vienen a buscar a Abby muy tarde no podré levantarme temprano.

–Pobre mujer –suspiró Frances Dysart–. Espero que el parto vaya bien

–Eso espero yo también. Por cierto, esa no ha sido la única sorpresa del día, mamá. ¿A que no te imaginas quién estaba esperándome en la puerta del colegio? Alasdair Drummond.

–Ah, sí, Adam me dijo que se habían visto.

–¿Lo sabías? De verdad, mamá, podrías haberme avisado.

–Alasdair quería darte una sorpresa.

–Pues me la ha dado, desde luego.

–¿Vas a cenar con él?

–No, tengo otros planes. Abby, ¿recuerdas?

–Y Alasdair se habrá llevado una desilusión, supongo.

–No lo creo. Le ha ido muy bien sin mí durante todos estos años –replicó Kate.

–Tengo que decirte una cosa… Adam le ha pedido que venga al bautizo.

–¿Qué?

–Cariño, tu hermano pensó que te haría ilusión.

Kate esbozó una sonrisa.

–No te preocupes. No seré demasiado dura con el nuevo papá. ¿Cómo está Gabriel?

–Muy bien. Su hijo la deja dormir de vez en cuando…

–Supongo que Adam cambiará pañales.

–Sí, sí, está pendiente del niño. Bueno, cielo, llámame mañana cuando salgas de casa.

Kate se quedó mirando el teléfono, enfadada con Adam por haber invitado a Alasdair al bautizo de su hijo.

Alasdair Drummond había sido su primer amor y, después de tantos años, seguía impactándola. Pero se negaba a cenar con él así, de repente, cuando decidía chascar los dedos. Siempre había sido un hombre muy seguro de sí mismo y, en ese aspecto, no parecía haber cambiado en absoluto.

Pero ella sí. Y pronto se enteraría de que Kate Dysart ya no era la estudiante enamorada que fue en el pasado.

–¿Señorita Dysart? –oyó una voz temblorosa.

Kate bajó la escalera corriendo.

–Perdona, Abby. Es que estaba hablando con mi madre.

–¿Puedo ir al lavabo?

–Sí, claro. ¿Ya ha pitado la tetera?

–Hace un momento.

–Muy bien. Pues mientras tú vas al lavabo, yo voy a cambiarme de ropa y después haremos la cena. ¿De acuerdo?

–De acuerdo.

–No tardaré nada.

Kate corrió de nuevo al piso de arriba. Le habría encantado darse un largo baño de espuma, pero… Cinco minutos después, en vaqueros y camiseta, bajó de nuevo al salón.

Abby la miró, transfigurada.

–Señorita Dysart, qué guapa está con el pelo suelto.

–Me he quitado el moño, ¿te gusta?

–Tiene usted un pelo más bonito…

–Muchas gracias –sonrió Kate. En realidad, estaba muy orgullosa de su larga melena oscura–. ¿Qué tal si tomamos el té mientras hacemos la cena?

–Muy bien.

–¿Te gusta cocinar?

–A veces ayudo a mi madre –sonrió la niña.

–¿Y te gusta la pasta?

–¡Me encanta! ¿Puedo rayar queso?

–Por supuesto.

Tim Cartwright llamó poco después para decir que todo iba bien, pero el parto tardaría horas. Charló un momento con su hija y, cuando colgó, Abby dejó escapar un suspiro.

–Mi padre dice que le dé las gracias por tenerme en su casa.

–De nada –sonrió Kate, sacando un cucharón de la cazuela–. Prueba la salsa de tomate, a ver si te gusta.

–Está muy rica. Igual que la que hace mi madre.

–Gracias, Abby. Habrá que comérselo todo, porque solo tengo queso o fruta para después.

Cenaron en el salón, charlando sobre el colegio y los profesores.

–¿Dónde va a pasar las vacaciones, señorita Dysart?

Kate le explicó que iría a Stavely durante una semana para estar con su familia.

–Voy al bautizo de mi sobrino. Soy su madrina, así que seré yo quien lo sujete mientras el cura le echa el agua bendita.

–Pero se pondrá a llorar.

–Si es así, se lo devolveré a su madre inmediatamente.

–¿Cómo se llama?

–Henry Thomas, pero lo llaman Hal.

–¿Ya lo conoce?

–No, por eso mi hermano ha decidido que el bautizo fuera durante las vacaciones.

–Señorita Dysart, ¿puedo preguntarle una cosa?

–Sí, claro.

–¿Usted cree que mi madre me seguirá queriendo igual cuando nazca mi hermano?

–Te aseguro que sí, Abby. Yo tengo tres hermanas y un hermano y mi madre nos quiere a todos por igual.

La niña pareció tranquilizarse un poco después de oír aquello y Kate decidió que una dosis de televisión era lo mejor para olvidar las preocupaciones.

Se dispusieron a ver una comedia, pero antes de que terminase sonó el timbre. Era un hombre alto, de hombros anchos, pelo rubio y expresión simpática.

–Buenas noches, ¿vive aquí la señorita Dysart?

–Yo soy Katharine Dysart…

–¡Tío Jack!

–Siento llegar tarde –rio él, tomando a la niña en brazos–. Soy Jack Spencer. Hemos hablado por teléfono.

–Sí, claro. Entre, por favor.

–Le agradezco mucho que se haya quedado con mi sobrina.

–No ha sido nada. Lo hemos pasado bien, ¿verdad, Abby?

La niña asintió.

–La he ayudado a rayar queso para la cena y luego hemos visto la televisión. Y ha llamado papá, pero dice que el niño no ha llegado todavía…

–Bueno, bueno, charlatana. Luego me lo cuentas. ¿Nos vamos?

Mientras Abby iba al lavabo, Kate aprovechó la oportunidad para hablar con Jack Spencer.

–Cree que su madre no la querrá cuando nazca el niño. Quizá debería comentárselo a su hermana… ya sabe, para que hable con ella.

–Estos críos… –rio el hombre–. No se preocupe, lo haré.

–Gracias.

Abby apareció en ese momento.

–Gracias por darme de cenar, señorita Dysart.

–De nada. Ha sido un placer. Nos vemos la semana que viene en el colegio.

Jack Spencer metió a su sobrina en el jeep y abrochó el cinturón de seguridad.

–Muchas gracias, señorita Dysart. No sé qué habríamos hecho sin usted.

–De nada. ¿Puedo pedirle un favor?

–Por supuesto.

–¿Le importaría llamarme cuando nazca el niño?

Jack Spencer sonrió.

–No sé si le gustará que la despierte de madrugada. Será mejor que llame por la mañana… suponiendo que el niño haya nacido.

–Eso espero –sonrió Kate.

–Es usted muy joven para ser profesora, señorita Dysart. ¿Es su primer trabajo?

–No, en absoluto.

–Entonces debe ser mayor de lo que parece… Bueno, tengo que marcharme. Gracias otra vez.

Kate cerró la puerta, pensativa. El tío de Abby no era lo que había esperado. Lo imaginaba más joven, pero parecía tan capaz de poner ladrillos y levantar cemento como cualquiera.

El teléfono sonó cuando iba a meterse la cama.

–¿Dígame…? Ah, eres tú, Alasdair.

–Siento decepcionarte. Parece que esperabas otra llamada.

–No, no esperaba ninguna llamada.

–¿La niña se ha marchado ya?

–Su tío ha venido a buscarla hace media hora. Y yo estaba a punto de irme a dormir.

–¿Tan temprano?

–Hoy ha sido un día muy duro para los profesores y luego he tenido que consolar a una cría preocupada por su madre –dijo ella, sin molestarse en disimular un bostezo.

–No quiero robarte más tiempo, así que iré al grano. ¿Qué regalo compro para el niño?

–No tienes que comprar nada. Adam no espera ningún regalo.

–Me ha dicho que eres la madrina. ¿Qué has comprado tú?

–Le he pedido que busque algo de plata antigua en la sala de subastas de mi padre.

Kate esperó, sabiendo que Alasdair tenía otra razón para llamarla.

–Podríamos haber quedado después, cuando se fuera la niña.

–La verdad es que no me venía bien. Además, me han dicho que vamos a vernos en el bautizo.

–No te parece bien, ¿verdad?

–No es asunto mío.

–Si no quieres que vaya…

–¿Por qué no? Podemos charlar sobre los viejos tiempos –dijo ella entonces.

–Yo esperaba hacer eso esta noche. Por cierto, estoy de vuelta en Inglaterra definitivamente. Un ascenso.

Kate se encogió de hombros, aunque él no podía verla. Que Alasdair Drummond viviese en Inglaterra o en Estados Unidos le daba completamente igual.

–Enhorabuena. ¿Has descubierto alguna droga milagrosa?

–Algo así. Te lo contaré cuando nos veamos.

–Alasdair, debería haber preguntado esto antes… ¿De quién era el funeral al que has ido esta tarde?

–De mi abuela.

–Ah, lo siento.

–Gracias. ¿Podemos vernos mañana, Kate?

–No, lo siento. Me marcho a Stavely después de comer. Buenas noches, Alasdair. Nos veremos el domingo…

–No cuelgues, por favor. Si espero hasta el domingo no podré verte a solas. Y estoy más decidido que nunca a resolver el misterio.

–¿Qué misterio? –preguntó ella, aunque sabía bien de qué estaba hablando.

–Vamos, Kate… tú sabes a qué misterio me refiero. Eras la estudiante de física más brillante de Cambridge. ¿Qué demonios pasó para que decidieras desaprovechar tu talento dando clases en un pueblo de mala muerte?

Capítulo 2

Kate se contuvo a duras penas.

–Mira, Alasdair, ya hablamos de esto la última vez que nos vimos y la respuesta sigue siendo la misma. Yo no creo que esté desaprovechando mi talento. Y Foychurch no es un pueblo de mala muerte. Es una comunidad de gente encantadora, así que estoy muy bien. Yo soy una chica de pueblo, ¿recuerdas?

–Lo recuerdo muy bien. Pero eso no responde a mi pregunta. Tus tutores en Cambridge pensaban que habían encontrado una nueva madame Curie –le recordó él.

–Pues se equivocaban. Y ahora que hemos aclarado eso, buenas noches.

–Kate, escucha…

–No quiero escuchar. Buenas noches.

Kate colgó y se quedó mirando el cielo oscuro por la ventana, inquieta y molesta por los comentarios de Alasdair Drummond.

Sus hermanas mayores, Leonie y Jess, eran dos personas muy seguras de sí mismas. Como su hermano Adam. Pero Kate, tres años más pequeña y mucho menos extrovertida, había compensado su falta de confianza con una gran ética profesional y un cerebro que le consiguió plaza en la Universidad de Cambridge.

Y allí conoció a Alasdair Drummond, licenciado en la Universidad de Edimburgo y postgraduado en Harvard, haciendo trabajos de investigación en el Trinity College de Cambridge.

Para su sorpresa, después de encontrarse el primer día, Alasdair se convirtió en su protector. Eso aumentó la confianza en sí misma e incluso hizo que, pronto, muchos de sus compañeros se interesasen por ella. Pero a Kate le daban igual sus atenciones porque se había enamorado locamente de Alasdair Drummond.